Iroel Sánchez | La pupila insomne
En su libro La caída del imperio del mal, uno de los más célebres “disidentes” soviéticos para Occidente durante la Guerra Fría, y también uno de los más críticos analistas de los efectos de la Perestroika en la antigua URSS, Alexander Zinoviev, afirma:
“Uno de los efectos más poderosos utilizados por Occidente para lograr la disgregación de la sociedad soviética fue la vanidad de los ciudadanos soviéticos. Yo la llamaría tentación de notoriedad, en la que cayeron con asombrosa ligereza y decisión muchas personalidades influyentes. Occidente aprovechó esta debilidad de los políticos soviéticos y de las personalidades de la cultura, al igual que los colonizadores y conquistadores occidentales supieron aprovechar la debilidad de los indígenas americanos por las bebidas alcohólicas. Dejaban que los indios se alcoholizaran y luego conquistaban enormes territorios e inmensas riquezas a cambio de «agua de fuego».
“Los primeros que picaron en el anzuelo de la notoriedad fueron los disidentes soviéticos, seguidos de los hombres de la cultura y los deportistas. Los burócratas del partido y el estado no tardaron en envidiar su «fama mundial», y se arrojaron sobre el «agua de fuego» de la fama apartando a codazos a los disidentes, críticos con el régimen, escritores, músicos y muchos otros cuyos nombres, hasta entonces, salían en los medios de comunicación occidentales. Los burócratas aventajaron a los que les habían precedido, arrancándoles la bandera del antisovietismo y el anticomunismo. Mijaíl Gorbachov, jefe del estado soviético y del PCUS, fue el campeón de esta lucha por el «agua de fuego» de la notoriedad, distinguido por su traición sin precedentes con toda clase de honores y títulos, como el de «hombre del año» e incluso «de la década». Por este auténtico auge de su fama en Occidente, Gorbachov habría traicionado no sólo a su pueblo sino a toda la humanidad… En realidad eso fue lo que hizo con sus aliados en Europa y otras regiones del mundo. Otros Judas soviéticos de alto copete siguieron los pasos de Gorbachov: Yakovlev, Shevardnadze, Yeltsin,… El afán desenfrenado de cosechar elogios y notoriedad en Occidente llegó a ser el principal acicate de los reformadores soviéticos.”
Por eso, me hacen sonreír los grandes medios de prensa cuando insisten en convertir la “actualización del modelo de gestión de la economía cubana” en “reformas”, y hablan de “las resistencias internas dentro del aparato partidista”. Sólo lanzan sus azuelos en busca del Gorbachov cubano. Suponen en la dirección revolucionaria una ingenuidad incompatible con más de cincuenta años de enfrentamiento victorioso al país más poderoso del planeta. “Si nos elogiaran, entonces sí tendríamos motivos para preocuparnos.”, dijo el presidente cubano Raúl Castro, en su intervención del 1 de agosto de 2010 ante la Asamblea Nacional del Poder Popular. Pero los dueños del de «agua de fuego» perseveran, no pueden hacer otra cosa que suponer en los demás sus propias debilidades.
En su libro La caída del imperio del mal, uno de los más célebres “disidentes” soviéticos para Occidente durante la Guerra Fría, y también uno de los más críticos analistas de los efectos de la Perestroika en la antigua URSS, Alexander Zinoviev, afirma:
“Uno de los efectos más poderosos utilizados por Occidente para lograr la disgregación de la sociedad soviética fue la vanidad de los ciudadanos soviéticos. Yo la llamaría tentación de notoriedad, en la que cayeron con asombrosa ligereza y decisión muchas personalidades influyentes. Occidente aprovechó esta debilidad de los políticos soviéticos y de las personalidades de la cultura, al igual que los colonizadores y conquistadores occidentales supieron aprovechar la debilidad de los indígenas americanos por las bebidas alcohólicas. Dejaban que los indios se alcoholizaran y luego conquistaban enormes territorios e inmensas riquezas a cambio de «agua de fuego».
“Los primeros que picaron en el anzuelo de la notoriedad fueron los disidentes soviéticos, seguidos de los hombres de la cultura y los deportistas. Los burócratas del partido y el estado no tardaron en envidiar su «fama mundial», y se arrojaron sobre el «agua de fuego» de la fama apartando a codazos a los disidentes, críticos con el régimen, escritores, músicos y muchos otros cuyos nombres, hasta entonces, salían en los medios de comunicación occidentales. Los burócratas aventajaron a los que les habían precedido, arrancándoles la bandera del antisovietismo y el anticomunismo. Mijaíl Gorbachov, jefe del estado soviético y del PCUS, fue el campeón de esta lucha por el «agua de fuego» de la notoriedad, distinguido por su traición sin precedentes con toda clase de honores y títulos, como el de «hombre del año» e incluso «de la década». Por este auténtico auge de su fama en Occidente, Gorbachov habría traicionado no sólo a su pueblo sino a toda la humanidad… En realidad eso fue lo que hizo con sus aliados en Europa y otras regiones del mundo. Otros Judas soviéticos de alto copete siguieron los pasos de Gorbachov: Yakovlev, Shevardnadze, Yeltsin,… El afán desenfrenado de cosechar elogios y notoriedad en Occidente llegó a ser el principal acicate de los reformadores soviéticos.”
Por eso, me hacen sonreír los grandes medios de prensa cuando insisten en convertir la “actualización del modelo de gestión de la economía cubana” en “reformas”, y hablan de “las resistencias internas dentro del aparato partidista”. Sólo lanzan sus azuelos en busca del Gorbachov cubano. Suponen en la dirección revolucionaria una ingenuidad incompatible con más de cincuenta años de enfrentamiento victorioso al país más poderoso del planeta. “Si nos elogiaran, entonces sí tendríamos motivos para preocuparnos.”, dijo el presidente cubano Raúl Castro, en su intervención del 1 de agosto de 2010 ante la Asamblea Nacional del Poder Popular. Pero los dueños del de «agua de fuego» perseveran, no pueden hacer otra cosa que suponer en los demás sus propias debilidades.