"Marvin Harris sobre el marxismo"
texto extraído del libro "El desarrollo de la teoría antropológica" - publicado por partes en el blog El camino de hierro, de tovarich X, en septiembre de 2010
en el Foro se publica en dos mensajes
---mensaje nº 1---
En su libro El desarrollo de la teoría antropológica, Marvin Harris dedica un capítulo al marxismo. Lo titula Materialismo dialéctico e iré en los siguientes días trascribiendo la opinión crítica de este gran antropólogo sobre la aportación del pensador revolucionario. Marvin Harris no era comunista, pero sin duda supo valorar a Marx más allá de sus ideas políticas, no como tantos académicos incapaces de darle a Marx lo que es de Marx por simple odio político. Incluso hoy, a tantos años de su muerte y con el campo socialista reconquistado por los capitalistas, el simple hecho de mentar a Marx hace perder las buenas maneras de los maniquís más respetables de la intelectualidad.
Quien quiera leer a Marvin Harris que no espere encontrar en él la más mínima sintonía con la revolución ni con el comunismo. Incluyo aquí estos textos porque los juzgo interesantes desde el punto de vista científico. Espero que ustedes también.
La introducción
«Igual que Darwin descubrió la ley de la evolución en la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley de la evolución en la historia humana […]» Así dijo Friedrich Engels hablando junto a la tumba de su amigo y colaborador. No hace falta decir que muy pocos científicos sociales no marxistas comparten este juicio de Engels. Por otro lado, el esfuerzo de una pequeña minoría de científicos sociales occidentales por reducir la talla de Kart Marx en relación con sus contemporáneos, como Comte, Spencer o J. S. Mill, ha alcanzado muy escaso éxito. Ver en Marx el equivalente de Darwin en el campo de la historia es una opinión que puede suscitar objeciones razonables: las teorías de Marx aún son objeto de polémicas, mientras que las de Darwin ya se aceptan sin discusión. Pero esa misma polémica da testimonio del vigor de las ideas de Marx, comparadas con las de otros científicos sociales del siglo XIX.
La polémica ha dado origen a una abundante literatura crítica, especialemente en el campo de la economía, la ciencia política y la sociología. Esa literatura se hace todavía más abundante si incluimos en ella las numerosas obras en las que el punto de vista del autor no puede entenderse más que como un rechazo implícito de los principios marxistas. Con bastante frecuencia, la reafirmación de posiciones no marxistas adopta la forma de una aceptación inconsciente de principios elaborados en respuesta al reto marxista. Estas «críticas» viscerales del marxismo tienen su contrapartida en los «catecismos» marxistas y en los manuales dirigidos contra la ciencia social burguesa. Tal vez haya llegado el momento de que una nueva generación de antropólogos rechace por igual a los ideólogos marxistas y a los ideólogos burgueses.
La influencia de Marx
Muchos han sostenido que Marx estaba equivocado; muy pocos han pretendido que sus ideas se deban, o puedan, ser ignoradas. La pretensión de Pitirim Sorokin de que un tal Georg Wilhelm von Raumer se anticipó a la «concepción económica de la historia» no ha conseguido ni desviar la atención de Marx ni rescatar a von Raumer de la oscuridad. Sorokin es uno de los pocos que han afirmado que Marx y Engels estaban tan lejos de ser los Darwin o los Galileo de la ciencia social que «ni siquiera hay razón para considerar que su contribución científica esté por encima de lo normal» Mas la obra completa de las más sobresalientes figuras de la sociología no marxista del siglo XX constituye un testimonio en contra de esa pretensión resentida. Casi la totalidad de la galaxia de las grandes figuras de la sociología de principios del siglo XX está compuesta por científicos que, como dice el sociólogo no marxista T. B. Bottomore, «discuten a Marx». Es sencillamente imposible entender a Max Weber, Emile Durkheim, Georges Sorel, Wilfredo Pareto o George Simmel sin tomar en consideración el hecho de que vienen después de Marx, y lo mismo puede decirse de Thorstein Veblen, Werner Sombart, Kart Mannheim, Lester Ward y Alfred Séller.
Incluso para entender a Sorokin hay que tomar en cuenta primero y ante todo su odio contra el bolchevismo. Históricamente resulta indiscutible que ninguna figura del siglo XIX ha ejercido sobre la sociología no marxista del siglo XX una influencia que en algún aspecto puede compararse a la de Marx y Engels. Tampoco es posible negar que, con independencia de las cuestiones políticas, esa preeminencia es totalmente merecida. Una cosa es comparar a Marx con Max Weber, el más grande de sus críticos del siglo XX, y otra enteramente distinta compararlo con alguno de sus vacilantes contemporáneos. El no marxista que sepa historia y esté enterado de los errores de Marx, respecto a los hechos y respecto a la teoría, ha de estar enterado también de los dislates y de las vaguedades de Comte, o de J. S. Mill, o de H. Spencer. En último extremo, la afirmación de Engels junto a la tumba de Marx se podría reducir a esto: o bien Marx (con la ayuda de Engels) fue el Darwin de las ciencias sociales, o si no, nadie lo ha sido. Por citar aún a otro sociólogo eminente que se declara no marxista, C. Wright Mills: Kart Marx «fue el pensador social y político del siglo XIX». Pero lo que desde luego todavía está por demostrar es que esta eminencia, que no puede discutírsele, la deba a que su contribución científica a las ciencias sociales sea análoga a la que Darwin prestó a las ciencias naturales. La mayor parte de los científicos sociales no marxistas parecen pensar que su Darwin no ha nacido todavía.
¿Descubrió Marx la ley de la evolución cultural?
En mi opinión, Engels tenía razón cuando atribuía a Marx el «descubrimiento de la ley de la evolución humana». Mas entiéndase bien que es posible compartir esta opinión y negar, sin embargo, que el papel de Marx en el desarrollo de la ciencia social sea comparable al de Darwin en el desarrollo de la biología. Marx formuló un principio que era por lo menos tan poderoso como el principio darvinista de la selección natural, un principio general que mostraba cómo se podía construir una ciencia de la historia humana. Mas ese principio no lo vislumbró hasta después de un largo viaje a través de la filosofía hegeliana y en medio de una carrera política consagrada a la predicación de la inminente revolución proletaria. Estas dos circunstancias tuvieron consecuencias nefastas para la posible fundación por Marx de una verdadera ciencia de la historia. Para poder aplicar la «ley de la historia» de Marx, el científico social no marxista tiene que despojarla de sus adherencias hegelianas y políticas; las primeras, con su pesada palabrería; las segundas, con su deuda pendiente para con el comunismo decimonónico. Lo que queda, difícilmente podrá resultar satisfactorio para el marxista doctrinario, porque ya no es principalmente una teoría de la revolución proletaria en la sociedad capitalista euroamericana. Liberada del peso de la dialéctica y de la necesidad de ofrecer no sólo una teoría, sino también una ideología de la revolución, la sociología de Marx le ha de parecer al creyente extrañamente poco interesante. Mas incluso este Marx deshegelianizado y desproletarizado subsume varias de las principales tendencias de la teoría antropológica contemporánea y desafía a todas las restantes.
La doctrina de la unidad de la teoría y la práctica
Para rescatar la «ley de la historia» de Marx hemos de romper el dominio que el activismo político ejerce sobre los aspectos científicos de su contribución. Fue desde luego el mismo Marx el que insistió en que la ciencia social y la acción política eran inaceptables. Marx expresó por primera vez esta idea, que científicamente resulta inaceptable, en su crítica del filósofo Ludwig Feurbach: «Los filósofos han interpretado el mundo de varios modos; pero la cuestión es cambiarlo» Desde este punto de vista, la única teoría de la historia que puede valer la pena, es aquella que permita a los hombres hacer la historia. Y así, la única respuesta efectiva contra el reto que representan las interpretaciones distintas de la propia es probar que se equivocan, contribuyendo a que se realicen las predicciones de la teoría que uno sostiene.
Entre la prueba de «transformar el mundo» y el cumplimiento de las predicciones de conformidad con las normas del método científico hay un parecido superficial. Los ingenieros prueban que sus interpretaciones de las leyes de la aerodinámica y de la hidráulica son correctas cuando los aeroplanos que diseñan y ayudan a construir vuelan, o cuando las presas que diseñan y ayudan a construir retienen el río. Pero en la mayor parte de las ciencias, que no trabajan en el laboratorio la llamada unidad de la teoría y la práctica, no se puede aplicar. Nadie insiste en que los nuevos avances justifiquen sus respectivos modelos de la era glaciar provocando nuevos avances y retrocesos de los glaciares continentales, ni tampoco invitamos a las distintas explicaciones de los fenómenos meteorológicos a probar su verdad produciendo galernas.
En las ciencias históricas, la doctrina de la unidad de la teoría y la práctica resulta superflua por la posibilidad de someter las predicciones que se hagan a la prueba no de los acontecimientos futuros, sino de los acontecimientos pasados. Es decir, no hay razón por la que las ciencias sociales no puedan someter sus teorías a la prueba de la retrodicción y no a la de la predicción. Así, la retrodicción de la agricultura de regadío artificial en las mesetas mesoamericanas en el periodo formativo hace superfluo que un arqueólogo establezca la verdad de su teoría construyendo acequias de regadío. Basta con que el arqueólogo encuentre las pruebas de que en otro tiempo existieron esas acequias. De igual modo, si se sospecha que hay una correlación entre la filiación patrilineal y la terminología omaha del parentesco, la evidencia de los casos ya extintos es tan aceptable como la de los casos presentes o futuros y, en cambio, contribuir a la construcción de una terminología del tipo de la omaha es algo que no viene a cuento.
La amenaza de la política
La insistencia marxista en la unidad de la teoría y la práctica contiene una amenaza implícita contra la norma más fundamental del método científico, a saber: la obligación de exponer los datos honestamente. El propio Marx tuvo buen cuidado de colocar la responsabilidad científica por encima de los intereses de clase. Según Wittfogel, Marx exigía que los estudiosos se orientaran por los intereses del conjunto de la humanidad y buscaran la verdad de acuerdo con las necesidades inmanentes de la ciencia, sin preocuparse de cómo pudiera afectar esto al destino de una clase particular, ya fuera la de los capitalistas o la de los propietarios o la clase obrera. Marx elogiaba a Ricardo por adoptar esta actitud que en su opinión era «no sólo científicamente honesta, sino también científicamente necesaria». Por la misma razón llamaba «malvada» a cualquier persona que subordinara la objetividad científica a otros fines extraños: «[…] al hombre que intente acomodar la ciencia a puntos de vista que no se deriven de los intereses de la propia ciencia (aunque sea erróneos), sino ajenos y externos a ella, a un hombre así yo lo llamo “malvado”».
Mas Wittfogel sigue adelante acusando a Marx de «violar sus propios principios científicos» al negarse tenazmente a aceptar que en el Estado oriental era la burocracia la que constituía la clase dominante. Independientemente de las que fueran las intenciones de Marx, lo evidente es que una ciencia ligada explícitamente a un programa político está peligrosamente expuesta a la posibilidad de que los valores de ese programa lleguen a obtener prioridad sobre los valores de la ciencia. Históricamente es indiscutible que tanto Lenin como Stalin estuvieron totalmente dispuestos a pervertir los criterios con tal de probar en la práctica lo que sus teorías predecían. Como Wittfogel ha señalado:
"Partiendo de la tesis de Lenin de que toda la literatura socialista debe ser literatura de partido, que tiene que unirse al movimiento de la clase realmente más progresiva y más consecuentemente revolucionaria desprecian la objetividad y en su lugar ensalzan el partidismo de la ciencia."
La admisión de que a un movimiento proletario concreto puedan faltarle las condiciones para alimentar la conciencia de clase debilita necesariamente el potencial revolucionario de este movimiento. Si lo que importa es cambiar el mundo, y no interpretarlo, el sociólogo marxista no deberá vacilar en falsificar los datos para hacerlos más útiles. La ética de la ciencia social se deriva primariamente de la lucha de clases, y en esa lucha como en todas las guerras la información es un arma importante. Parece entonces que el filósofo marxista ha de gozar del permiso de alterar sus datos del modo que más útil resulte para ayudar a cambiar el mundo, sin más limitaciones que las que en tiempo de guerra se suelen imponer a la propaganda, o sea, las que se derivan por una parte del hecho de que la repetición de falsificaciones incesantes corre el riesgo de arruinar la credibilidad y producir la autoderrota, y por otro, de que la aceptación de la propaganda propia puede llegar a destruir con el tiempo las bases objetivas de la acción. No hay duda de que los persistentes errores que en la interpretación de la estructura de las clases de los Estados Unidos cometieron los observadores comunistas de la época de Stalin en parte son un reflejo de esta unidad de la teoría y la práctica. De modo similar, la incapacidad que demuestran los teóricos marxistas para denunciar los errores más patentes de Morgan es también un reflejo de la tendencia que la ciencia social politizada tiene a degenerar en rígido dogmatismo. Wittfogel ha demostrado cómo los ideólogos del Partido Comunista Soviético trataron incluso, y con éxito, de censurar un concepto del propio Marx, el de modo de producción oriental, como parte de la preparación del camino para la difusión del comunismo en China.
Como es natural, los marxistas no son los únicos cuyos hechos y cuyas teorías resultan vulnerables a las tendencias políticas. Consciente o inconscientemente, son muchos los antimarxistas que aceptan la idea de que los fines políticos deben tener prioridad sobre los científicos y, en consecuencia, suprimen o alteran aquellos datos que corroboran la interpretación marxista de la historia. Como ya antes tuve oportunidad de decir, la neutralidad ética y política en el campo de la ciencia social es una condición límite a la que no es posible llegar a través de una postura de indiferencia. No podemos confiar en el investigador que predica el partidismo de la ciencia, pero tampoco en aquel que profesa una apatía política completa. Exigimos, y es natural que lo hagamos, que toda investigación se base en la ética científica de la fidelidad a los datos. Pero también tenemos que exigir que se declaren explícitamente las hipótesis que orienten la investigación y que el investigador reconozca y declare sus implicaciones políticas y morales, tanto activas como pasivas.
texto extraído del libro "El desarrollo de la teoría antropológica" - publicado por partes en el blog El camino de hierro, de tovarich X, en septiembre de 2010
en el Foro se publica en dos mensajes
---mensaje nº 1---
En su libro El desarrollo de la teoría antropológica, Marvin Harris dedica un capítulo al marxismo. Lo titula Materialismo dialéctico e iré en los siguientes días trascribiendo la opinión crítica de este gran antropólogo sobre la aportación del pensador revolucionario. Marvin Harris no era comunista, pero sin duda supo valorar a Marx más allá de sus ideas políticas, no como tantos académicos incapaces de darle a Marx lo que es de Marx por simple odio político. Incluso hoy, a tantos años de su muerte y con el campo socialista reconquistado por los capitalistas, el simple hecho de mentar a Marx hace perder las buenas maneras de los maniquís más respetables de la intelectualidad.
Quien quiera leer a Marvin Harris que no espere encontrar en él la más mínima sintonía con la revolución ni con el comunismo. Incluyo aquí estos textos porque los juzgo interesantes desde el punto de vista científico. Espero que ustedes también.
La introducción
«Igual que Darwin descubrió la ley de la evolución en la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley de la evolución en la historia humana […]» Así dijo Friedrich Engels hablando junto a la tumba de su amigo y colaborador. No hace falta decir que muy pocos científicos sociales no marxistas comparten este juicio de Engels. Por otro lado, el esfuerzo de una pequeña minoría de científicos sociales occidentales por reducir la talla de Kart Marx en relación con sus contemporáneos, como Comte, Spencer o J. S. Mill, ha alcanzado muy escaso éxito. Ver en Marx el equivalente de Darwin en el campo de la historia es una opinión que puede suscitar objeciones razonables: las teorías de Marx aún son objeto de polémicas, mientras que las de Darwin ya se aceptan sin discusión. Pero esa misma polémica da testimonio del vigor de las ideas de Marx, comparadas con las de otros científicos sociales del siglo XIX.
La polémica ha dado origen a una abundante literatura crítica, especialemente en el campo de la economía, la ciencia política y la sociología. Esa literatura se hace todavía más abundante si incluimos en ella las numerosas obras en las que el punto de vista del autor no puede entenderse más que como un rechazo implícito de los principios marxistas. Con bastante frecuencia, la reafirmación de posiciones no marxistas adopta la forma de una aceptación inconsciente de principios elaborados en respuesta al reto marxista. Estas «críticas» viscerales del marxismo tienen su contrapartida en los «catecismos» marxistas y en los manuales dirigidos contra la ciencia social burguesa. Tal vez haya llegado el momento de que una nueva generación de antropólogos rechace por igual a los ideólogos marxistas y a los ideólogos burgueses.
La influencia de Marx
Muchos han sostenido que Marx estaba equivocado; muy pocos han pretendido que sus ideas se deban, o puedan, ser ignoradas. La pretensión de Pitirim Sorokin de que un tal Georg Wilhelm von Raumer se anticipó a la «concepción económica de la historia» no ha conseguido ni desviar la atención de Marx ni rescatar a von Raumer de la oscuridad. Sorokin es uno de los pocos que han afirmado que Marx y Engels estaban tan lejos de ser los Darwin o los Galileo de la ciencia social que «ni siquiera hay razón para considerar que su contribución científica esté por encima de lo normal» Mas la obra completa de las más sobresalientes figuras de la sociología no marxista del siglo XX constituye un testimonio en contra de esa pretensión resentida. Casi la totalidad de la galaxia de las grandes figuras de la sociología de principios del siglo XX está compuesta por científicos que, como dice el sociólogo no marxista T. B. Bottomore, «discuten a Marx». Es sencillamente imposible entender a Max Weber, Emile Durkheim, Georges Sorel, Wilfredo Pareto o George Simmel sin tomar en consideración el hecho de que vienen después de Marx, y lo mismo puede decirse de Thorstein Veblen, Werner Sombart, Kart Mannheim, Lester Ward y Alfred Séller.
Incluso para entender a Sorokin hay que tomar en cuenta primero y ante todo su odio contra el bolchevismo. Históricamente resulta indiscutible que ninguna figura del siglo XIX ha ejercido sobre la sociología no marxista del siglo XX una influencia que en algún aspecto puede compararse a la de Marx y Engels. Tampoco es posible negar que, con independencia de las cuestiones políticas, esa preeminencia es totalmente merecida. Una cosa es comparar a Marx con Max Weber, el más grande de sus críticos del siglo XX, y otra enteramente distinta compararlo con alguno de sus vacilantes contemporáneos. El no marxista que sepa historia y esté enterado de los errores de Marx, respecto a los hechos y respecto a la teoría, ha de estar enterado también de los dislates y de las vaguedades de Comte, o de J. S. Mill, o de H. Spencer. En último extremo, la afirmación de Engels junto a la tumba de Marx se podría reducir a esto: o bien Marx (con la ayuda de Engels) fue el Darwin de las ciencias sociales, o si no, nadie lo ha sido. Por citar aún a otro sociólogo eminente que se declara no marxista, C. Wright Mills: Kart Marx «fue el pensador social y político del siglo XIX». Pero lo que desde luego todavía está por demostrar es que esta eminencia, que no puede discutírsele, la deba a que su contribución científica a las ciencias sociales sea análoga a la que Darwin prestó a las ciencias naturales. La mayor parte de los científicos sociales no marxistas parecen pensar que su Darwin no ha nacido todavía.
¿Descubrió Marx la ley de la evolución cultural?
En mi opinión, Engels tenía razón cuando atribuía a Marx el «descubrimiento de la ley de la evolución humana». Mas entiéndase bien que es posible compartir esta opinión y negar, sin embargo, que el papel de Marx en el desarrollo de la ciencia social sea comparable al de Darwin en el desarrollo de la biología. Marx formuló un principio que era por lo menos tan poderoso como el principio darvinista de la selección natural, un principio general que mostraba cómo se podía construir una ciencia de la historia humana. Mas ese principio no lo vislumbró hasta después de un largo viaje a través de la filosofía hegeliana y en medio de una carrera política consagrada a la predicación de la inminente revolución proletaria. Estas dos circunstancias tuvieron consecuencias nefastas para la posible fundación por Marx de una verdadera ciencia de la historia. Para poder aplicar la «ley de la historia» de Marx, el científico social no marxista tiene que despojarla de sus adherencias hegelianas y políticas; las primeras, con su pesada palabrería; las segundas, con su deuda pendiente para con el comunismo decimonónico. Lo que queda, difícilmente podrá resultar satisfactorio para el marxista doctrinario, porque ya no es principalmente una teoría de la revolución proletaria en la sociedad capitalista euroamericana. Liberada del peso de la dialéctica y de la necesidad de ofrecer no sólo una teoría, sino también una ideología de la revolución, la sociología de Marx le ha de parecer al creyente extrañamente poco interesante. Mas incluso este Marx deshegelianizado y desproletarizado subsume varias de las principales tendencias de la teoría antropológica contemporánea y desafía a todas las restantes.
La doctrina de la unidad de la teoría y la práctica
Para rescatar la «ley de la historia» de Marx hemos de romper el dominio que el activismo político ejerce sobre los aspectos científicos de su contribución. Fue desde luego el mismo Marx el que insistió en que la ciencia social y la acción política eran inaceptables. Marx expresó por primera vez esta idea, que científicamente resulta inaceptable, en su crítica del filósofo Ludwig Feurbach: «Los filósofos han interpretado el mundo de varios modos; pero la cuestión es cambiarlo» Desde este punto de vista, la única teoría de la historia que puede valer la pena, es aquella que permita a los hombres hacer la historia. Y así, la única respuesta efectiva contra el reto que representan las interpretaciones distintas de la propia es probar que se equivocan, contribuyendo a que se realicen las predicciones de la teoría que uno sostiene.
Entre la prueba de «transformar el mundo» y el cumplimiento de las predicciones de conformidad con las normas del método científico hay un parecido superficial. Los ingenieros prueban que sus interpretaciones de las leyes de la aerodinámica y de la hidráulica son correctas cuando los aeroplanos que diseñan y ayudan a construir vuelan, o cuando las presas que diseñan y ayudan a construir retienen el río. Pero en la mayor parte de las ciencias, que no trabajan en el laboratorio la llamada unidad de la teoría y la práctica, no se puede aplicar. Nadie insiste en que los nuevos avances justifiquen sus respectivos modelos de la era glaciar provocando nuevos avances y retrocesos de los glaciares continentales, ni tampoco invitamos a las distintas explicaciones de los fenómenos meteorológicos a probar su verdad produciendo galernas.
En las ciencias históricas, la doctrina de la unidad de la teoría y la práctica resulta superflua por la posibilidad de someter las predicciones que se hagan a la prueba no de los acontecimientos futuros, sino de los acontecimientos pasados. Es decir, no hay razón por la que las ciencias sociales no puedan someter sus teorías a la prueba de la retrodicción y no a la de la predicción. Así, la retrodicción de la agricultura de regadío artificial en las mesetas mesoamericanas en el periodo formativo hace superfluo que un arqueólogo establezca la verdad de su teoría construyendo acequias de regadío. Basta con que el arqueólogo encuentre las pruebas de que en otro tiempo existieron esas acequias. De igual modo, si se sospecha que hay una correlación entre la filiación patrilineal y la terminología omaha del parentesco, la evidencia de los casos ya extintos es tan aceptable como la de los casos presentes o futuros y, en cambio, contribuir a la construcción de una terminología del tipo de la omaha es algo que no viene a cuento.
La amenaza de la política
La insistencia marxista en la unidad de la teoría y la práctica contiene una amenaza implícita contra la norma más fundamental del método científico, a saber: la obligación de exponer los datos honestamente. El propio Marx tuvo buen cuidado de colocar la responsabilidad científica por encima de los intereses de clase. Según Wittfogel, Marx exigía que los estudiosos se orientaran por los intereses del conjunto de la humanidad y buscaran la verdad de acuerdo con las necesidades inmanentes de la ciencia, sin preocuparse de cómo pudiera afectar esto al destino de una clase particular, ya fuera la de los capitalistas o la de los propietarios o la clase obrera. Marx elogiaba a Ricardo por adoptar esta actitud que en su opinión era «no sólo científicamente honesta, sino también científicamente necesaria». Por la misma razón llamaba «malvada» a cualquier persona que subordinara la objetividad científica a otros fines extraños: «[…] al hombre que intente acomodar la ciencia a puntos de vista que no se deriven de los intereses de la propia ciencia (aunque sea erróneos), sino ajenos y externos a ella, a un hombre así yo lo llamo “malvado”».
Mas Wittfogel sigue adelante acusando a Marx de «violar sus propios principios científicos» al negarse tenazmente a aceptar que en el Estado oriental era la burocracia la que constituía la clase dominante. Independientemente de las que fueran las intenciones de Marx, lo evidente es que una ciencia ligada explícitamente a un programa político está peligrosamente expuesta a la posibilidad de que los valores de ese programa lleguen a obtener prioridad sobre los valores de la ciencia. Históricamente es indiscutible que tanto Lenin como Stalin estuvieron totalmente dispuestos a pervertir los criterios con tal de probar en la práctica lo que sus teorías predecían. Como Wittfogel ha señalado:
"Partiendo de la tesis de Lenin de que toda la literatura socialista debe ser literatura de partido, que tiene que unirse al movimiento de la clase realmente más progresiva y más consecuentemente revolucionaria desprecian la objetividad y en su lugar ensalzan el partidismo de la ciencia."
La admisión de que a un movimiento proletario concreto puedan faltarle las condiciones para alimentar la conciencia de clase debilita necesariamente el potencial revolucionario de este movimiento. Si lo que importa es cambiar el mundo, y no interpretarlo, el sociólogo marxista no deberá vacilar en falsificar los datos para hacerlos más útiles. La ética de la ciencia social se deriva primariamente de la lucha de clases, y en esa lucha como en todas las guerras la información es un arma importante. Parece entonces que el filósofo marxista ha de gozar del permiso de alterar sus datos del modo que más útil resulte para ayudar a cambiar el mundo, sin más limitaciones que las que en tiempo de guerra se suelen imponer a la propaganda, o sea, las que se derivan por una parte del hecho de que la repetición de falsificaciones incesantes corre el riesgo de arruinar la credibilidad y producir la autoderrota, y por otro, de que la aceptación de la propaganda propia puede llegar a destruir con el tiempo las bases objetivas de la acción. No hay duda de que los persistentes errores que en la interpretación de la estructura de las clases de los Estados Unidos cometieron los observadores comunistas de la época de Stalin en parte son un reflejo de esta unidad de la teoría y la práctica. De modo similar, la incapacidad que demuestran los teóricos marxistas para denunciar los errores más patentes de Morgan es también un reflejo de la tendencia que la ciencia social politizada tiene a degenerar en rígido dogmatismo. Wittfogel ha demostrado cómo los ideólogos del Partido Comunista Soviético trataron incluso, y con éxito, de censurar un concepto del propio Marx, el de modo de producción oriental, como parte de la preparación del camino para la difusión del comunismo en China.
Como es natural, los marxistas no son los únicos cuyos hechos y cuyas teorías resultan vulnerables a las tendencias políticas. Consciente o inconscientemente, son muchos los antimarxistas que aceptan la idea de que los fines políticos deben tener prioridad sobre los científicos y, en consecuencia, suprimen o alteran aquellos datos que corroboran la interpretación marxista de la historia. Como ya antes tuve oportunidad de decir, la neutralidad ética y política en el campo de la ciencia social es una condición límite a la que no es posible llegar a través de una postura de indiferencia. No podemos confiar en el investigador que predica el partidismo de la ciencia, pero tampoco en aquel que profesa una apatía política completa. Exigimos, y es natural que lo hagamos, que toda investigación se base en la ética científica de la fidelidad a los datos. Pero también tenemos que exigir que se declaren explícitamente las hipótesis que orienten la investigación y que el investigador reconozca y declare sus implicaciones políticas y morales, tanto activas como pasivas.
Última edición por pedrocasca el Miér Dic 26, 2012 8:15 pm, editado 2 veces