El Partido Comunista de Alemania y la clase obrera contra Hitler: actualidad y enseñanzas de una lucha heroica
artículo de Albert Escusa publicado en el blog El camino de hierro en enero de 2012
Se puede descargar completo en formato .doc desde el enlace:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Se publica en el Foro en dos mensajes
-- mensaje nº 1 --
artículo de Albert Escusa publicado en el blog El camino de hierro en enero de 2012
Se puede descargar completo en formato .doc desde el enlace:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Se publica en el Foro en dos mensajes
-- mensaje nº 1 --
El Partido Comunista de Alemania fue el motor que impulsó la heroica resistencia de la clase obrera frente al avance de Hitler, mientras que la mayoría del Partido Socialdemócrata utilizó los instrumentos represivos del Estado para controlar a la clase obrera y reprimir a los comunistas.
El Partido Comunista fue indiscutiblemente la fuerza motriz que impulsó la heroica resistencia de la clase obrera alemana ante el peligro nazi durante la República de Weimar, régimen que existió desde el fin de la I Guerra Mundial hasta el ascenso de Hitler al poder (1919-1933). Esta es una de las conclusiones que se extrae del imprescindible artículo escrito por Sergio Bologna, Nazismo y clase obrera (1933-1993) (1); la otra, es que el término «socialfascista» aplicado al Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) no era el fruto de un descabellado análisis extremista, sino que describía fielmente los vínculos orgánicos que la parte dominante del aparato socialista entrelazó con los sectores más reaccionarios del Estado, la policía y el ejército: para la dirigencia socialdemócrata –y en esto fueron imitados por socialdemócratas de otros países como Bélgica o Francia en 1939–, la amenaza que se debía combatir no era el nazismo, sino el «extremismo» encarnado por el KPD y los grupos anarquistas. Una parte de los militantes del SPD que también se enfrentaron a Hitler, fueron impotentes para cambiar la estrategia de represión anticomunista de su partido: ellos también formaron parte de listas de «personas a liquidar» por parte de las bandas terroristas nazis. Para hacerse una idea de lo que significó el terror hitleriano contra la izquierda, hay que mencionar que sólo entre el 16 de junio y el 18 de julio de 1932, los nazis asesinaron a 99 personas e hirieron a 1125 (2).
Como explica Sergio Bologna, la fusión parcial del partido socialdemócrata con el Estado de Weimar generó una gran aparato administrativo estatal, regional y municipal servido por un ejército de funcionarios leales al SPD que fueron utilizados para reprimir a la clase obrera y exterminar a los comunistas cuando Hitler tomó el poder. Hay que destacar que la República de Weimar estuvo gobernada desde 1924 hasta 1929 por gobiernos de centro-izquierda, donde el partido socialdemócrata tenía un papel de primer orden. Desde 1930 hasta 1933 estuvo gobernada por coaliciones de centro-derecha, pero los socialdemócratas controlaban gobiernos regionales y municipios importantes, como el de Prusia y la ciudad de Berlín.
Así, a pesar de que el KPD promovió desde 1931 una política de unidad antifascista con el SPD, la mayoría de dirigentes socialistas rechazó frontalmente establecer acuerdos con los comunistas. En 1932 el dirigente comunista Erns Thäelmann, en un discurso dirigido a los obreros socialdemócratas expresaba: «Nosotros, comunistas, sólo ponemos una condición a esta unidad: la condición de la lucha. Preguntad pues a vuestros dirigentes, camaradas socialdemócratas, ¿por qué hacen bajar sus armas a cuatro millones de trabajadores sindicados mientras que el fascismo desciende por las calles?» (3) En cambio, la prensa socialdemócrata publicaba –con un lenguaje que no ha variado un milímetro en siete décadas– llamamientos a la colaboración de clases y a la paz social: «Los sindicatos saben que esta época de angustia exige sacrificios, pero el espíritu de una verdadera comunidad nacional pide repartir equitativamente las cargas inevitables», además de llamamientos filonazis que pedían «restaurar a las masas el espacio vital que necesitan» (4). Pero los obreros socialdemócratas con conciencia de clase se inclinaban cada vez más hacia el KPD: si en las elecciones de 1928 el SPD obtuvo 9,1 millones de votos y el KPD 3,2 millones, en las de 1932 –realizadas bajo una atmósfera de terror anticomunista, asesinatos, fraude electoral y amenazas de golpe de Estado– los socialdemócratas descendieron a 7,9 millones y los comunistas –gracias a su valiente política revolucionaria y antifascista– consiguieron 5,2 millones de votos, muchos de ellos procedentes del SPD (5).
¿Los comunistas y la clase obrera culpables del nazismo?
Tradicionalmente se han impuesto dos interpretaciones sobre el ascenso del nazismo en Alemania: la primera, vinculada a medios de la extrema izquierda y al trotskismo, hace recaer la culpabilidad del triunfo de Hitler en los «errores y traiciones» de la Internacional Comunista y del KPD. La segunda –defendida por todo el abanico ideológico de la intelectualidad oficial– sugiere bien que el nazismo fue el “mal menor” frente a la Unión Soviética y la única salida posible frente a la crisis, o bien pone el acento en la «culpabilidad histórica» del pueblo alemán y de su clase obrera, que habrían tenido una actitud neutra, pasiva o incluso de abierta complicidad para favorecer el movimiento dirigido por Hitler.
Curiosamente fue Trotski uno de los primeros comentaristas que creó la «teoría de la pasividad», que responsabiliza a la clase obrera alemana del ascenso de Hitler al poder: el 14 de marzo de 1933 el futuro jefe de la IV Internacional escribía en La tragedia del proletariado alemán que «el proletariado más poderoso de Europa por su papel en la producción, su peso social y la fuerza de sus organizaciones, no ha opuesto ninguna resistencia a la llegada de Hitler al poder y a los primeros ataques violentos contra las organizaciones obreras» (6). Las opiniones de Trotski al respecto se analizan más abajo.
Pocas o ninguna de las opiniones que atacan la política de los comunistas en aquellos años, o que responsabilizan a la clase obrera, vienen acompañadas de investigaciones históricas documentadas y objetivas que respalden tales afirmaciones temerarias, ampliamente difundidas como verdades consagradas. Es por ello que, en este capítulo crucial de la historia del movimiento obrero, la aparición de investigaciones como Nazismo y clase obrera, constituyen una sacudida intelectual al pensamiento esclerotizado que impregna a una buena parte de la izquierda occidental desde hace décadas, que frecuentemente se ha limitado a repetir, con su propio vocabulario político, los mensajes de la intelectualidad burguesa y anticomunista sobre algunos aspectos claves de la historia del movimiento obrero y del socialismo histórico.
Bologna interpreta una detallada historia del movimiento obrero alemán que no deja lugar a dudas sobre la resistencia de la inmensa mayoría de la clase obrera alemana al avance del nazismo. La investigación de archivos y los estudios modernos sobre el triunfo de Hitler demuestran que, a pesar de todos los instrumentos represivos y semidictatoriales del Estado alemán de Weimar contra la clase obrera, ésta mantuvo durante años una dura resistencia que llevó al país a un estado de guerra civil larvada.
Otra de las “verdades consagradas” que derriba el trabajo de Bologna –autor que se inscribe en la tradición de la llamada «izquierda autónoma» y anticomunista como él mismo aclara, por lo que no se le puede acusar de tener prejuicios favorables al KPD–, es la responsabilidad de los comunistas en el triunfo de Hitler: como se verá más adelante, el KPD estaba muy lejos de ser un partido irresponsable y aventurero, y era muy consciente del peligro del nazismo y de su naturaleza criminal. Por ello, y a pesar de sus errores –algunos de ellos graves, indudablemente, como sucede a todo aquel que se implica políticamente en los momentos históricos decisivos– se puso desde el primer momento a la cabeza de una lucha decidida y heroica, mientras que el Partido Socialdemócrata dominado por su fracción anticomunista, se mantuvo hasta el fin en una situación de abierta complicidad y simbiosis con el Estado alemán, utilizando los instrumentos represivos estatales no contra la burguesía alemana o contra los nazis, sino contra el KPD y otros sectores antifascistas más combativos, como algunos grupos anarquistas.
Gracias a una acertada capacidad de síntesis de los estudios publicados y contando con documentación abundante, el autor italiano ha conseguido con un estilo muy convincente, derribar importantes mitos del revisionismo histórico acerca del movimiento obrero: fue precisamente la gran combatividad y la resistencia heroica de la clase obrera lo que llevó a la gran burguesía alemana a buscar el apoyo de Hitler como “solución final”, que sólo se pudo imponer cuando la resistencia obrera se extinguió tras una década de grandes luchas, realizadas en unas condiciones de durísima represión, desempleo masivo y hambre.
Veamos pues cuáles son los aspectos centrales del artículo de Bologna.
1. Clase obrera y estructura empresarial
Una cuestión determinante para la organización y lucha de la clase obrera fue la estructura económica de Alemania, durante aquellos años dominada por la pequeña empresa. De los 18 millones de obreros que había en 1925, casi siete millones (un 34%), trabajaban en empresas de menos de diez trabajadores. Al final de la República, en 1930-33, en un contexto de paro masivo, había 14 millones y medio de obreros empleados, aproximadamente la mitad de ellos en pequeñas empresas, y un 16% eran obreros autónomos. Por ello, explica Bologna, «cuando hablamos de la clase obrera en el período final de Weimar, hablamos, pues, de una clase obrera ya muy atomizada, que vivía en un ambiente de fábrica fragmentado, pulverizado». Esa estructura productiva era muy similar a la que hoy existe en los países capitalistas occidentales, donde la inmensa mayoría de trabajadores están empleados en pequeñas empresas de menos de diez trabajadores.
Contrariamente a una creencia muy extendida, Bologna sugiere que la descentralización productiva alemana –siguiendo una tendencia contraria a la concentración en grandes fábricas que basaban la producción en cadenas de trabajo (fordismo)–, no era tanto una manifestación del atraso industrial de este país, sino más bien un aspecto de la “racionalización productiva” de la gran empresa –similar al proceso de subcontratación actual que transfiere actividad de una multinacional a un gran número de pequeñas y medianas empresas externas–, un proceso consciente y dirigido por la burguesía que perseguía mejorar la productividad y la competitividad mediante la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, y al mismo tiempo conseguir un máximo de control político y social sobre la clase obrera. Así, mientras que entre 1924 y 1928, la productividad en la industria se disparaba entre un 25 y un 30%, la clase obrera sufrió un descenso considerable de su nivel de vida al caer los salarios medios por debajo del nivel de 1923. Después de la Gran Depresión de 1929, el desempleo oficial aumentó de 4.115.000 desempleados en 1930 a 7.781.000 en 1933, cuando Hitler ya estaba en el poder; entre un 30 y un 37% de desempleados no cobraban ningún tipo de subsidio o ayuda estatal.
2. El desempleo y la administración asistencial del Estado
A finales de la década de los veinte, la clase obrera se vio paralizada por el descomunal aumento del paro, que tuvo un doble efecto: por una parte debilitó cada vez más su acción política, y por otra provocó un crecimiento desmesurado de la administración y el funcionariado dedicado a la asistencia social, hasta tal punto que muchos obreros alemanes identificaron al Estado alemán con el rostro del funcionario de la agencia de desempleo. La función de esta estructura burocrática estatal –controlada por el partido socialdemócrata, muy influyente entre el funcionariado– fue especialmente perniciosa para la clase obrera al transformarse en una agencia de control policial sobre los desempleados: como consecuencia del aumento del desempleo y de la conflictividad social, la administración asistencial «pierde casi del todo su carácter de servicio social y se convierte cada vez más en un sistema policiaco suplementario respecto a las partes más débiles de la sociedad». Asimismo, con la excusa de combatir el déficit presupuestario, se establecieron políticas de división y enfrentamiento entre los desempleados, favoreciendo selectivamente a unos colectivos en detrimento de otros. Entre los perjudicados fueron las mujeres jóvenes y sin hijos, y los jóvenes menores de 21 años. Tras esta política se ocultaba la voluntad socialdemócrata de debilitar al KPD –cuyas bases militantes, formada por una mayoría de desempleados, dependían de las políticas oficiales de subsidio social– y al mismo tiempo impulsar la fragmentación y la impotencia política del proletariado: «los últimos gobiernos de Weimar (…) absolutamente conscientes del poder de control del aparato asistencial, usaron a los componentes del sistema del seguro obligatorio contra la desocupación, con gran cinismo y sin ningún tipo de escrúpulos con el fin de crear la máxima segmentación y atomización en el interior de la masa desocupada».
Pero la Gran Depresión provocó una avalancha de parados de larga duración que ya no tenían derecho a recibir prestación alguna por parte de la Oficina de Empleo, así que «los trabajadores se convirtieron en “pobres”, no sólo de hecho, sino también de derecho». El Estado transfirió a los gobiernos municipales la gestión de los subsidios, y a partir de entonces éstos fueron negociados por una administración que no tenía ni recursos financieros ni preparación profesional para ello. De esta manera, «abocando a los parados al sistema de asistencia municipal se formaba un ejército de personas que iban a pedir limosna a un funcionario que debía, muy a menudo basándose en impresiones subjetivas, juzgar sus necesidades.» Además, los subsidios se otorgaban en forma de créditos que eran de devolución obligatoria, con lo cual millones de personas quedaban irremisiblemente entrampadas al no poder devolver los créditos. Esa estructura asistencial fue la que aprovechó el régimen nazi para controlar más tarde a la clase obrera: «los parados sólo podían obtener el subsidio si conseguían convencer al funcionario encargado de la asistencia mediante una entrevista personal; así, se formó una masa de millones de personas coaccionables y, lo que fue más importante para el régimen nazi que vendría después, de millones de personas fichadas».
3. Las políticas del KPD y del SPD hacia la clase obrera
Durante los años veinte, los grandes sindicatos socialdemócratas extraían su fuerza de las grandes empresas y de las empresas municipales «donde los acuerdos sindicales eran más o menos respetados». Pero en el vasto espacio de la microempresa, el control sobre la clase obrera y las relaciones de trabajo eran de tipo familiar y el sindicalismo estaba ausente. Al mismo tiempo, en todos estos años los sindicalistas del KPD y los delegados sindicales más combativos del SPD fueron despedidos implacablemente de las fábricas.
Otro de los puntos que merece destacarse de este repaso de la historia de Weimar, es la composición social del Partido Socialdemócrata, ya que éste se fue nutriendo desde los años veinte del ejército de funcionarios y empleados públicos que ingresaron en masa en el SPD. Así, cuando la Gran Depresión provocó la parálisis de la actividad sindical en las fábricas, el SPD pasó a concentrar su acción entre la policía y el ejército de funcionarios de las Administraciones locales y de la Administración asistencial y sanitaria dependiente del Ministerio de Trabajo, lo que le permitía a los socialdemócratas tener una estabilidad en la militancia (donde tenía un gran peso político la aristocracia obrera, los funcionarios y sectores sociales similares) y el acceso al control de grandes recursos públicos. Dado que el SPD tenía una militancia ligada a las actividades del Estado y con intereses muy diferenciados de la mayoría obrera, sus políticas tendían a confrontarse con las que propugnaba el KPD. Por ello, mientras que el SPD se identificaba con la burocracia del Estado y defendía a la República de Weimar como «Estado social» y «régimen democrático fruto de las conquistas de los trabajadores», el KPD, en cambio, «se veía constreñido a proponer a sus militantes jóvenes, parados, desarraigados, empobrecidos y desclasados, la utopía de la conquista del poder, es decir, de la destrucción del Estado weimariano y la instauración de la República de los Soviets».
Esto era debido a que después de la Gran Depresión de los veinte, las bases del KPD se caracterizaban por su juventud y por una fluctuación muy acusada de la militancia, ya que el 80% de los comunistas eran jóvenes en busca del primer empleo o parados de larga duración. Por otra parte, la política de represión anticomunista sistemática contra los trabajadores y sindicalistas del KPD en las empresas, había debilitado sensiblemente la capacidad de influencia del partido en el seno de los trabajadores ocupados. Todo ello determinaba que, a pesar de los resultados electorales espectaculares del KPD en aquellos años, su influencia sobre la clase obrera en activo fuera muy indirecta. El KPD era un enorme partido obrero que carecía paradójicamente de poder sindical, de tal manera que se veía obligado a realizar su política fuera de las relaciones de producción y del mundo del trabajo, actuando «en terrenos “generales”, en campañas de masas tan ruidosas como abstractas, con la consecuencia de cargar excesivamente el lado “propagandístico”, “cultural”, “ideológico” y en definitiva electoralista de su acción». Mientras que las necesidades de la clase obrera eran muy concretas y elementales, la composición social de la militancia comunista y la represión implacable de la burguesía empujaban al KPD hacia la “ideologización” y a propuestas muy generales.
Para intentar combatir los efectos de la crisis entre la clase obrera, el KPD orientó su acción política a la defensa y conquista de derechos colectivos de los desempleados, tratando de que éstos mantuvieran una actitud digna y no cayeran en la trampa de la división: «el Partido Comunista, desde el momento en que el sistema de asistencia fue sancionado por ley, promovió la agitación y las movilizaciones entre los aspirantes a la asistencia, para que superasen con comportamientos colectivos las intenciones de dividirlos de la burocracia y no aceptasen presentarse con una actitud humilde, sino con la actitud de aquel que reivindica un derecho». Todo ello generó una gran conflictividad entre los funcionarios municipales –muchos de ellos militantes socialdemócratas- y los parados, con una infinidad de enfrentamientos, peleas y agresiones en las que tenía que intervenir habitualmente la policía.
En cambio, la estrategia de la socialdemocracia, que pasaba por integrar a la clase obrera en la República de Weimar, se derrumbaba estrepitosamente debido a que el Estado no podía garantizar unas mínimas prestaciones y la crisis imposibilitaba una política de paz social y de colaboración de clases: «la ligazón con un “Estado Social” sobre la cual tanto habían insistido la socialdemocracia y los sindicatos para fomentar así un sentido de ciudadanía entre la clase trabajadora y para inculcar de este modo fidelidad a las instituciones republicanas, se hacía añicos y este distanciamiento contribuía a un ulterior sentido de extrañamiento de la clase obrera, ahora sin trabajo, en sus relaciones con el Estado».
4. La socialdemocracia prepara el terreno a los nazis
Otra de las cuestiones importantes que Bologna pone de relieve es la resistencia obrera organizada por el Partido Comunista en las zonas industriales y barrios obreros, y en otras organizaciones autónomas y anarquistas. Precisamente durante los últimos años de la República se vivió un clima de guerra civil larvada entre la clase obrera y sus organizaciones de un lado, y el gobierno central y los gobiernos regionales de otro, situación que, al no poder resolverse de forma favorable a la clase obrera, la aprovechó el partido nazi y sus organizaciones para canalizar el descontento.
A partir de la reconstrucción de la historia que ofrece Bologna, la tan criticada tesis de «socialfascismo», que utilizó la Internacional Comunista para describir a la socialdemocracia, se percibe cómo en el caso alemán era una definición muy exacta, ya que el SPD construyó un poderoso y omnipresente sistema burocrático y policial empleado para controlar y disciplinar a la clase obrera y reprimir duramente las acciones del Partido Comunista y otros grupos de izquierdas. Este aparato administrativo y policial fue utilizado íntegramente por los nazis a partir de 1933 contra la clase obrera y todos los sectores antifascistas. Así pues, la llamada táctica de «clase contra clase» propugnada por la Internacional Comunista en 1928, en cuya aprobación tuvieron una influencia decisiva los dirigentes comunistas alemanes, respondía –aunque de forma desesperada y con una aplicación sectaria–, al hecho indiscutible de que la mayoría de los dirigentes del SPD estaban reprimiendo conscientemente a la clase obrera y allanaban el camino a los nazis.
Fue la concepción socialdemócrata del “Estado Social” y su defensa de las estructuras del reaccionario Estado burgués, especialmente las administraciones asistenciales, las que crearon las condiciones para que el futuro régimen nazi pudiera aplastar y dominar a la clase obrera, sin tener siquiera que crear instituciones propias: «el personal administrativo asistencial, en gran parte femenino, pasó sin traumas del gobierno socialdemócrata al gobierno nazi. Los nazis confirmaron a casi todo el personal asistencial y le pidieron que trabajase como antes, es decir, que continuase ejerciendo la función de vigilancia, control y fichaje. Y construyeron una estructura paralela de selección de marginados a partir de bases biológicas y raciales». El sistema asistencial socialdemócrata fue utilizado en la selección de aquellos individuos o grupos de desempleados que debían ser encarcelados o exterminados para mejorar la pureza social y racial: «una gran parte de los pobres y de los marginados fue calificada como “asocial” a partir de las informaciones recogidas por las oficinas de asistencia e incluida en las fichas personales, y, por tanto, encaminada a un proceso de selección que no fue solamente un proceso de selección racial, sino un proceso de selección social.»
El Partido Comunista fue indiscutiblemente la fuerza motriz que impulsó la heroica resistencia de la clase obrera alemana ante el peligro nazi durante la República de Weimar, régimen que existió desde el fin de la I Guerra Mundial hasta el ascenso de Hitler al poder (1919-1933). Esta es una de las conclusiones que se extrae del imprescindible artículo escrito por Sergio Bologna, Nazismo y clase obrera (1933-1993) (1); la otra, es que el término «socialfascista» aplicado al Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) no era el fruto de un descabellado análisis extremista, sino que describía fielmente los vínculos orgánicos que la parte dominante del aparato socialista entrelazó con los sectores más reaccionarios del Estado, la policía y el ejército: para la dirigencia socialdemócrata –y en esto fueron imitados por socialdemócratas de otros países como Bélgica o Francia en 1939–, la amenaza que se debía combatir no era el nazismo, sino el «extremismo» encarnado por el KPD y los grupos anarquistas. Una parte de los militantes del SPD que también se enfrentaron a Hitler, fueron impotentes para cambiar la estrategia de represión anticomunista de su partido: ellos también formaron parte de listas de «personas a liquidar» por parte de las bandas terroristas nazis. Para hacerse una idea de lo que significó el terror hitleriano contra la izquierda, hay que mencionar que sólo entre el 16 de junio y el 18 de julio de 1932, los nazis asesinaron a 99 personas e hirieron a 1125 (2).
Como explica Sergio Bologna, la fusión parcial del partido socialdemócrata con el Estado de Weimar generó una gran aparato administrativo estatal, regional y municipal servido por un ejército de funcionarios leales al SPD que fueron utilizados para reprimir a la clase obrera y exterminar a los comunistas cuando Hitler tomó el poder. Hay que destacar que la República de Weimar estuvo gobernada desde 1924 hasta 1929 por gobiernos de centro-izquierda, donde el partido socialdemócrata tenía un papel de primer orden. Desde 1930 hasta 1933 estuvo gobernada por coaliciones de centro-derecha, pero los socialdemócratas controlaban gobiernos regionales y municipios importantes, como el de Prusia y la ciudad de Berlín.
Así, a pesar de que el KPD promovió desde 1931 una política de unidad antifascista con el SPD, la mayoría de dirigentes socialistas rechazó frontalmente establecer acuerdos con los comunistas. En 1932 el dirigente comunista Erns Thäelmann, en un discurso dirigido a los obreros socialdemócratas expresaba: «Nosotros, comunistas, sólo ponemos una condición a esta unidad: la condición de la lucha. Preguntad pues a vuestros dirigentes, camaradas socialdemócratas, ¿por qué hacen bajar sus armas a cuatro millones de trabajadores sindicados mientras que el fascismo desciende por las calles?» (3) En cambio, la prensa socialdemócrata publicaba –con un lenguaje que no ha variado un milímetro en siete décadas– llamamientos a la colaboración de clases y a la paz social: «Los sindicatos saben que esta época de angustia exige sacrificios, pero el espíritu de una verdadera comunidad nacional pide repartir equitativamente las cargas inevitables», además de llamamientos filonazis que pedían «restaurar a las masas el espacio vital que necesitan» (4). Pero los obreros socialdemócratas con conciencia de clase se inclinaban cada vez más hacia el KPD: si en las elecciones de 1928 el SPD obtuvo 9,1 millones de votos y el KPD 3,2 millones, en las de 1932 –realizadas bajo una atmósfera de terror anticomunista, asesinatos, fraude electoral y amenazas de golpe de Estado– los socialdemócratas descendieron a 7,9 millones y los comunistas –gracias a su valiente política revolucionaria y antifascista– consiguieron 5,2 millones de votos, muchos de ellos procedentes del SPD (5).
¿Los comunistas y la clase obrera culpables del nazismo?
Tradicionalmente se han impuesto dos interpretaciones sobre el ascenso del nazismo en Alemania: la primera, vinculada a medios de la extrema izquierda y al trotskismo, hace recaer la culpabilidad del triunfo de Hitler en los «errores y traiciones» de la Internacional Comunista y del KPD. La segunda –defendida por todo el abanico ideológico de la intelectualidad oficial– sugiere bien que el nazismo fue el “mal menor” frente a la Unión Soviética y la única salida posible frente a la crisis, o bien pone el acento en la «culpabilidad histórica» del pueblo alemán y de su clase obrera, que habrían tenido una actitud neutra, pasiva o incluso de abierta complicidad para favorecer el movimiento dirigido por Hitler.
Curiosamente fue Trotski uno de los primeros comentaristas que creó la «teoría de la pasividad», que responsabiliza a la clase obrera alemana del ascenso de Hitler al poder: el 14 de marzo de 1933 el futuro jefe de la IV Internacional escribía en La tragedia del proletariado alemán que «el proletariado más poderoso de Europa por su papel en la producción, su peso social y la fuerza de sus organizaciones, no ha opuesto ninguna resistencia a la llegada de Hitler al poder y a los primeros ataques violentos contra las organizaciones obreras» (6). Las opiniones de Trotski al respecto se analizan más abajo.
Pocas o ninguna de las opiniones que atacan la política de los comunistas en aquellos años, o que responsabilizan a la clase obrera, vienen acompañadas de investigaciones históricas documentadas y objetivas que respalden tales afirmaciones temerarias, ampliamente difundidas como verdades consagradas. Es por ello que, en este capítulo crucial de la historia del movimiento obrero, la aparición de investigaciones como Nazismo y clase obrera, constituyen una sacudida intelectual al pensamiento esclerotizado que impregna a una buena parte de la izquierda occidental desde hace décadas, que frecuentemente se ha limitado a repetir, con su propio vocabulario político, los mensajes de la intelectualidad burguesa y anticomunista sobre algunos aspectos claves de la historia del movimiento obrero y del socialismo histórico.
Bologna interpreta una detallada historia del movimiento obrero alemán que no deja lugar a dudas sobre la resistencia de la inmensa mayoría de la clase obrera alemana al avance del nazismo. La investigación de archivos y los estudios modernos sobre el triunfo de Hitler demuestran que, a pesar de todos los instrumentos represivos y semidictatoriales del Estado alemán de Weimar contra la clase obrera, ésta mantuvo durante años una dura resistencia que llevó al país a un estado de guerra civil larvada.
Otra de las “verdades consagradas” que derriba el trabajo de Bologna –autor que se inscribe en la tradición de la llamada «izquierda autónoma» y anticomunista como él mismo aclara, por lo que no se le puede acusar de tener prejuicios favorables al KPD–, es la responsabilidad de los comunistas en el triunfo de Hitler: como se verá más adelante, el KPD estaba muy lejos de ser un partido irresponsable y aventurero, y era muy consciente del peligro del nazismo y de su naturaleza criminal. Por ello, y a pesar de sus errores –algunos de ellos graves, indudablemente, como sucede a todo aquel que se implica políticamente en los momentos históricos decisivos– se puso desde el primer momento a la cabeza de una lucha decidida y heroica, mientras que el Partido Socialdemócrata dominado por su fracción anticomunista, se mantuvo hasta el fin en una situación de abierta complicidad y simbiosis con el Estado alemán, utilizando los instrumentos represivos estatales no contra la burguesía alemana o contra los nazis, sino contra el KPD y otros sectores antifascistas más combativos, como algunos grupos anarquistas.
Gracias a una acertada capacidad de síntesis de los estudios publicados y contando con documentación abundante, el autor italiano ha conseguido con un estilo muy convincente, derribar importantes mitos del revisionismo histórico acerca del movimiento obrero: fue precisamente la gran combatividad y la resistencia heroica de la clase obrera lo que llevó a la gran burguesía alemana a buscar el apoyo de Hitler como “solución final”, que sólo se pudo imponer cuando la resistencia obrera se extinguió tras una década de grandes luchas, realizadas en unas condiciones de durísima represión, desempleo masivo y hambre.
Veamos pues cuáles son los aspectos centrales del artículo de Bologna.
1. Clase obrera y estructura empresarial
Una cuestión determinante para la organización y lucha de la clase obrera fue la estructura económica de Alemania, durante aquellos años dominada por la pequeña empresa. De los 18 millones de obreros que había en 1925, casi siete millones (un 34%), trabajaban en empresas de menos de diez trabajadores. Al final de la República, en 1930-33, en un contexto de paro masivo, había 14 millones y medio de obreros empleados, aproximadamente la mitad de ellos en pequeñas empresas, y un 16% eran obreros autónomos. Por ello, explica Bologna, «cuando hablamos de la clase obrera en el período final de Weimar, hablamos, pues, de una clase obrera ya muy atomizada, que vivía en un ambiente de fábrica fragmentado, pulverizado». Esa estructura productiva era muy similar a la que hoy existe en los países capitalistas occidentales, donde la inmensa mayoría de trabajadores están empleados en pequeñas empresas de menos de diez trabajadores.
Contrariamente a una creencia muy extendida, Bologna sugiere que la descentralización productiva alemana –siguiendo una tendencia contraria a la concentración en grandes fábricas que basaban la producción en cadenas de trabajo (fordismo)–, no era tanto una manifestación del atraso industrial de este país, sino más bien un aspecto de la “racionalización productiva” de la gran empresa –similar al proceso de subcontratación actual que transfiere actividad de una multinacional a un gran número de pequeñas y medianas empresas externas–, un proceso consciente y dirigido por la burguesía que perseguía mejorar la productividad y la competitividad mediante la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, y al mismo tiempo conseguir un máximo de control político y social sobre la clase obrera. Así, mientras que entre 1924 y 1928, la productividad en la industria se disparaba entre un 25 y un 30%, la clase obrera sufrió un descenso considerable de su nivel de vida al caer los salarios medios por debajo del nivel de 1923. Después de la Gran Depresión de 1929, el desempleo oficial aumentó de 4.115.000 desempleados en 1930 a 7.781.000 en 1933, cuando Hitler ya estaba en el poder; entre un 30 y un 37% de desempleados no cobraban ningún tipo de subsidio o ayuda estatal.
2. El desempleo y la administración asistencial del Estado
A finales de la década de los veinte, la clase obrera se vio paralizada por el descomunal aumento del paro, que tuvo un doble efecto: por una parte debilitó cada vez más su acción política, y por otra provocó un crecimiento desmesurado de la administración y el funcionariado dedicado a la asistencia social, hasta tal punto que muchos obreros alemanes identificaron al Estado alemán con el rostro del funcionario de la agencia de desempleo. La función de esta estructura burocrática estatal –controlada por el partido socialdemócrata, muy influyente entre el funcionariado– fue especialmente perniciosa para la clase obrera al transformarse en una agencia de control policial sobre los desempleados: como consecuencia del aumento del desempleo y de la conflictividad social, la administración asistencial «pierde casi del todo su carácter de servicio social y se convierte cada vez más en un sistema policiaco suplementario respecto a las partes más débiles de la sociedad». Asimismo, con la excusa de combatir el déficit presupuestario, se establecieron políticas de división y enfrentamiento entre los desempleados, favoreciendo selectivamente a unos colectivos en detrimento de otros. Entre los perjudicados fueron las mujeres jóvenes y sin hijos, y los jóvenes menores de 21 años. Tras esta política se ocultaba la voluntad socialdemócrata de debilitar al KPD –cuyas bases militantes, formada por una mayoría de desempleados, dependían de las políticas oficiales de subsidio social– y al mismo tiempo impulsar la fragmentación y la impotencia política del proletariado: «los últimos gobiernos de Weimar (…) absolutamente conscientes del poder de control del aparato asistencial, usaron a los componentes del sistema del seguro obligatorio contra la desocupación, con gran cinismo y sin ningún tipo de escrúpulos con el fin de crear la máxima segmentación y atomización en el interior de la masa desocupada».
Pero la Gran Depresión provocó una avalancha de parados de larga duración que ya no tenían derecho a recibir prestación alguna por parte de la Oficina de Empleo, así que «los trabajadores se convirtieron en “pobres”, no sólo de hecho, sino también de derecho». El Estado transfirió a los gobiernos municipales la gestión de los subsidios, y a partir de entonces éstos fueron negociados por una administración que no tenía ni recursos financieros ni preparación profesional para ello. De esta manera, «abocando a los parados al sistema de asistencia municipal se formaba un ejército de personas que iban a pedir limosna a un funcionario que debía, muy a menudo basándose en impresiones subjetivas, juzgar sus necesidades.» Además, los subsidios se otorgaban en forma de créditos que eran de devolución obligatoria, con lo cual millones de personas quedaban irremisiblemente entrampadas al no poder devolver los créditos. Esa estructura asistencial fue la que aprovechó el régimen nazi para controlar más tarde a la clase obrera: «los parados sólo podían obtener el subsidio si conseguían convencer al funcionario encargado de la asistencia mediante una entrevista personal; así, se formó una masa de millones de personas coaccionables y, lo que fue más importante para el régimen nazi que vendría después, de millones de personas fichadas».
3. Las políticas del KPD y del SPD hacia la clase obrera
Durante los años veinte, los grandes sindicatos socialdemócratas extraían su fuerza de las grandes empresas y de las empresas municipales «donde los acuerdos sindicales eran más o menos respetados». Pero en el vasto espacio de la microempresa, el control sobre la clase obrera y las relaciones de trabajo eran de tipo familiar y el sindicalismo estaba ausente. Al mismo tiempo, en todos estos años los sindicalistas del KPD y los delegados sindicales más combativos del SPD fueron despedidos implacablemente de las fábricas.
Otro de los puntos que merece destacarse de este repaso de la historia de Weimar, es la composición social del Partido Socialdemócrata, ya que éste se fue nutriendo desde los años veinte del ejército de funcionarios y empleados públicos que ingresaron en masa en el SPD. Así, cuando la Gran Depresión provocó la parálisis de la actividad sindical en las fábricas, el SPD pasó a concentrar su acción entre la policía y el ejército de funcionarios de las Administraciones locales y de la Administración asistencial y sanitaria dependiente del Ministerio de Trabajo, lo que le permitía a los socialdemócratas tener una estabilidad en la militancia (donde tenía un gran peso político la aristocracia obrera, los funcionarios y sectores sociales similares) y el acceso al control de grandes recursos públicos. Dado que el SPD tenía una militancia ligada a las actividades del Estado y con intereses muy diferenciados de la mayoría obrera, sus políticas tendían a confrontarse con las que propugnaba el KPD. Por ello, mientras que el SPD se identificaba con la burocracia del Estado y defendía a la República de Weimar como «Estado social» y «régimen democrático fruto de las conquistas de los trabajadores», el KPD, en cambio, «se veía constreñido a proponer a sus militantes jóvenes, parados, desarraigados, empobrecidos y desclasados, la utopía de la conquista del poder, es decir, de la destrucción del Estado weimariano y la instauración de la República de los Soviets».
Esto era debido a que después de la Gran Depresión de los veinte, las bases del KPD se caracterizaban por su juventud y por una fluctuación muy acusada de la militancia, ya que el 80% de los comunistas eran jóvenes en busca del primer empleo o parados de larga duración. Por otra parte, la política de represión anticomunista sistemática contra los trabajadores y sindicalistas del KPD en las empresas, había debilitado sensiblemente la capacidad de influencia del partido en el seno de los trabajadores ocupados. Todo ello determinaba que, a pesar de los resultados electorales espectaculares del KPD en aquellos años, su influencia sobre la clase obrera en activo fuera muy indirecta. El KPD era un enorme partido obrero que carecía paradójicamente de poder sindical, de tal manera que se veía obligado a realizar su política fuera de las relaciones de producción y del mundo del trabajo, actuando «en terrenos “generales”, en campañas de masas tan ruidosas como abstractas, con la consecuencia de cargar excesivamente el lado “propagandístico”, “cultural”, “ideológico” y en definitiva electoralista de su acción». Mientras que las necesidades de la clase obrera eran muy concretas y elementales, la composición social de la militancia comunista y la represión implacable de la burguesía empujaban al KPD hacia la “ideologización” y a propuestas muy generales.
Para intentar combatir los efectos de la crisis entre la clase obrera, el KPD orientó su acción política a la defensa y conquista de derechos colectivos de los desempleados, tratando de que éstos mantuvieran una actitud digna y no cayeran en la trampa de la división: «el Partido Comunista, desde el momento en que el sistema de asistencia fue sancionado por ley, promovió la agitación y las movilizaciones entre los aspirantes a la asistencia, para que superasen con comportamientos colectivos las intenciones de dividirlos de la burocracia y no aceptasen presentarse con una actitud humilde, sino con la actitud de aquel que reivindica un derecho». Todo ello generó una gran conflictividad entre los funcionarios municipales –muchos de ellos militantes socialdemócratas- y los parados, con una infinidad de enfrentamientos, peleas y agresiones en las que tenía que intervenir habitualmente la policía.
En cambio, la estrategia de la socialdemocracia, que pasaba por integrar a la clase obrera en la República de Weimar, se derrumbaba estrepitosamente debido a que el Estado no podía garantizar unas mínimas prestaciones y la crisis imposibilitaba una política de paz social y de colaboración de clases: «la ligazón con un “Estado Social” sobre la cual tanto habían insistido la socialdemocracia y los sindicatos para fomentar así un sentido de ciudadanía entre la clase trabajadora y para inculcar de este modo fidelidad a las instituciones republicanas, se hacía añicos y este distanciamiento contribuía a un ulterior sentido de extrañamiento de la clase obrera, ahora sin trabajo, en sus relaciones con el Estado».
4. La socialdemocracia prepara el terreno a los nazis
Otra de las cuestiones importantes que Bologna pone de relieve es la resistencia obrera organizada por el Partido Comunista en las zonas industriales y barrios obreros, y en otras organizaciones autónomas y anarquistas. Precisamente durante los últimos años de la República se vivió un clima de guerra civil larvada entre la clase obrera y sus organizaciones de un lado, y el gobierno central y los gobiernos regionales de otro, situación que, al no poder resolverse de forma favorable a la clase obrera, la aprovechó el partido nazi y sus organizaciones para canalizar el descontento.
A partir de la reconstrucción de la historia que ofrece Bologna, la tan criticada tesis de «socialfascismo», que utilizó la Internacional Comunista para describir a la socialdemocracia, se percibe cómo en el caso alemán era una definición muy exacta, ya que el SPD construyó un poderoso y omnipresente sistema burocrático y policial empleado para controlar y disciplinar a la clase obrera y reprimir duramente las acciones del Partido Comunista y otros grupos de izquierdas. Este aparato administrativo y policial fue utilizado íntegramente por los nazis a partir de 1933 contra la clase obrera y todos los sectores antifascistas. Así pues, la llamada táctica de «clase contra clase» propugnada por la Internacional Comunista en 1928, en cuya aprobación tuvieron una influencia decisiva los dirigentes comunistas alemanes, respondía –aunque de forma desesperada y con una aplicación sectaria–, al hecho indiscutible de que la mayoría de los dirigentes del SPD estaban reprimiendo conscientemente a la clase obrera y allanaban el camino a los nazis.
Fue la concepción socialdemócrata del “Estado Social” y su defensa de las estructuras del reaccionario Estado burgués, especialmente las administraciones asistenciales, las que crearon las condiciones para que el futuro régimen nazi pudiera aplastar y dominar a la clase obrera, sin tener siquiera que crear instituciones propias: «el personal administrativo asistencial, en gran parte femenino, pasó sin traumas del gobierno socialdemócrata al gobierno nazi. Los nazis confirmaron a casi todo el personal asistencial y le pidieron que trabajase como antes, es decir, que continuase ejerciendo la función de vigilancia, control y fichaje. Y construyeron una estructura paralela de selección de marginados a partir de bases biológicas y raciales». El sistema asistencial socialdemócrata fue utilizado en la selección de aquellos individuos o grupos de desempleados que debían ser encarcelados o exterminados para mejorar la pureza social y racial: «una gran parte de los pobres y de los marginados fue calificada como “asocial” a partir de las informaciones recogidas por las oficinas de asistencia e incluida en las fichas personales, y, por tanto, encaminada a un proceso de selección que no fue solamente un proceso de selección racial, sino un proceso de selección social.»
-- fin del mensaje nº 1 --
Última edición por pedrocasca el Jue Ene 19, 2012 2:20 pm, editado 3 veces