Socialismo indoamericano
texto escrito por Eleonore von Oertzen
traducido por José F. Pacheco y corregido por Rafael Carrión Arias
texto escrito por Eleonore von Oertzen
traducido por José F. Pacheco y corregido por Rafael Carrión Arias
El termino de «socialismo indoamericano» tuvo difusión en Latinoamérica sobre todo en relación con el postulado que hiciera el marxista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) en 1928: «No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano». (1979, 249)
Expresándose de este modo, Mariátegui se apartaba conscientemente de una tradición muy extendida entre los intelectuales latinoamericanos desde finales del siglo XIX, la cual atribuía un papel privilegiado a las relaciones entre el subcontinente y Europa en el desarrollo social, político y cultural. Esto se manifestaba también en calificativos que ponían en primer plano elementos idiomáticos comunes (Latinoamérica, Hispanoamérica) o que remitían al origen geográfico de los señores coloniales europeos (Iberoamérica).
Mariátegui, en cambio, se ubicó en otro contexto, cuyos orígenes han de buscarse en la Revolución mexicana (1910-1917). Aquí había surgido un proyecto social que en los próximos decenios iría a ganar terreno en muchos más países del subcontinente: el bosquejo de la «nación mestiza» (Basave Benítez 1992; Gabbert 1992; v.Oertzen 2001).
En México los fundamentos ideológicos de este proyecto de sociedad se sintetizaron con el concepto de «Indo-hispanismo». Éste expresa la actitud mental básica que daba por primera vez importancia a los elementos indios en la historia del país así como en los diferentes ámbitos de la vida social contemporánea (cf. Wünderich 1986). José Vasconcelos, de lejos el más conocido aunque de ninguna manera el más coherente representante de una ideología que veía en la mezcla biológica y cultural de los colonizados y los señores coloniales la oportunidad única de desarrollo para Latinoamérica, desarrolló en 1925, en su obra homónima, la visión de la «raza cósmica», que surgiendo del encuentro de las cuatro «razas» existentes en el mundo (blanca, amarilla, negra, roja) debiera anunciar una nueva etapa de desarrollo de la humanidad (Vasconcelos 1961; Basave Benítez 1992). El concepto de «raza» se utilizaba en este contexto de un modo demasiado despreocupado, en una combinación de atributos fenotípicos y socioculturales, de manera que era también susceptible de caer en argumentaciones biologicistas y racistas (Basave Benítez 1992, 132s.).
Dado que los conquistadores españoles habían destruido en México una alta cultura, de la que todavía existían (y existen hasta hoy) numerosos testimonios, resultó particularmente fácil la contrareferencia positiva hacia la historia anterior a la conquista [en castellano en el original (N.d.T)]. Lo mismo valía para el Perú, donde el proyecto mestizo tomó forma política justo después de 1968, en forma de la «revolución nacional» del general Velasco Alvarado, aunque ya se encontraba esbozado en las obras de los así llamados «indigenistas» en los años 20. De la misma manera se encuentran en los testimonios del general nicaragüense de la revolución, Augusto César Sandino, que en 1929 pasó un tiempo en el exilio mexicano, referencias a la «sangre india» en sus venas, la que «encierra el misterio de ser patriota leal y sincero» (Ramírez 1981, 14; Wünderich 1995). Así también Sandino, cuya vida personal y política consistía en la definición del carácter de la nación nicaragüense, tanto en la práctica como en la teoría, no pudo renunciar a una contrareferencia positiva a la herencia india entendida en lo biológico y cultural.
Le estaba reservado a Mariátegui el vincular la revalorización social, política y cultural de los elementos indios con la perspectiva de la revolución social, al tiempo que llamar la atención sobre la importancia que tendrían las tradiciones económicas de las comunidades indígenas para el desarrollo de sociedades socialistas en Latinoamérica. El reconocimiento simbólico de la herencia indígena lo expresó él, entre otros, dando el nombre de Amauta a la revista que fundara en 1926, lo que en quechua, el idioma de los habitantes del altiplano andino, significa «sabio» o «maestro». La importancia política de las tradiciones sociales indígenas la veía Mariátegui especialmente en que la propiedad comunal y el trabajo colectivo estaban profundamente arraigados en las comunidades campesinas del altiplano andino. De ahí que fuera posible integrar a esta población campesina directamente en un proyecto de sociedad socialista, e incluso asignarle un papel como modelo (1979, 68, 81). Por esta razón insistía él constantemente en que el problema central de los indios es la cuestión del reparto desigual de la tierra; y que la tarea más urgente de toda revolución social en Latinoamérica consiste en abolir el latifundio, el cual ni siquiera ha traído un desarrollo capitalista progresivo al continente (1986a, 35ss., 51ss.). Con esta apreciación se puso Mariátegui sin embargo en directa contradicción con la Internacional Comunista, lo que se tradujo en una encendida controversia entre la delegación peruana y la dirigencia de la conferencia de los partidos comunistas latinoamericanos que tuvo lugar en Buenos Aires en 1929. Mariátegui y sus partidarios políticos insistían en ver la «cuestión del indio» como una combinación particular, específica para Latinoamérica, de explotación material, marginalización social y abandono por razones racistas, y se oponían a la interpretación de la Internacional Comunista que sólo era capaz de reconocer aquí un problema de minorías y la falta de una «autodeterminación nacional» (v.Oertzen 1986b, 42ss.).
Si bien también para Mariátegui la integración de la población indígena era condición necesaria para el surgimiento de una «nación peruana», la versión de socialismo indoamericano que él profesaba se diferenciaba de la mayoría de las variantes de la «nación mestiza» en dos aspectos. Por una parte, la revolución social coincidía para él con la integración nacional; él se oponía a todo modelo de ‹etapas› revolucionarias. Por otra parte, él no entendía el socialismo indoamericano como proyecto de una nación sola, sino que le concedía una oportunidad de realizarse sólo como parte de una revolución a nivel mundial. Bajo este punto de vista, el concepto de socialismo fue central para Mariátegui, mientras que el atributo de «indoamericano» sólo fue para él descriptivo y, según las circunstancias, incluso permutable. «La revolución latino-americana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: ‹anti-imperialista›, ‹agrarista›, ‹nacionalista-revolucionaria›. El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos.» (1979, 247s.)
Bibliografía:
Basave Benítez, A., México mestizo, México, D.F., 1992; Gabbert, W. «Vom Land der Mestizen zur multi-ethnischen Nation», en: D. Dirmoser et al. (ed.), Lateinamerika, Analysen und Berichte, vol. 16, Hamburgo-Münster, 1992, 32-47; Mariatégui, J.C., Ideología y política, Obras completas, vol. 13, Lima, 1979; Mariatégui, J.C., 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, Obras completas, vol. 2, Lima, 1986a; Mariatégui, J.C., Revolution und peruanische Wirklichkeit. Ausgewählte Schriften, editado por E. v.Oertzen, Francfort/M, 1986b; v.Oertzen, E., «Einleitung», en: Mariátegui 1986b, 9-52; v.Oertzen, E., «‹Wir sind alle Minderheiten›. Vom mestizischen Nationalstaat zur multi-ethnischen Gesellschaft in Lateinamerika», en: Fachhochschule Potsdam (ed.), «Ein Fisch ist keine Currywurst». Jugend – Stadt – Kultur, Francfort/M, 2001, 142-68; Ramírez, W., «La Amenaza Imperialista y el Problema Indígena en Nicaragua», en: Nicaráuac, 1981, cuaderno 8, 3ss.; Vasconcelos, J., Obras completas, México, 1961; Wünderich, V., «The Indo-Hispanic Tradition of Sandinist Nationalism and the Acknowledgement of the Ethnic Problem on the Atlantic Coast», contribución a la «Conference on Ethnic Groups and the Nation State: the Case of the Atlantic Coast in Nicaragua», Estocolmo, 1986 (manuscrito no publicado); Wünderich, V., Sandino. Eine politische Biographie, Wuppertal, 1995.
Expresándose de este modo, Mariátegui se apartaba conscientemente de una tradición muy extendida entre los intelectuales latinoamericanos desde finales del siglo XIX, la cual atribuía un papel privilegiado a las relaciones entre el subcontinente y Europa en el desarrollo social, político y cultural. Esto se manifestaba también en calificativos que ponían en primer plano elementos idiomáticos comunes (Latinoamérica, Hispanoamérica) o que remitían al origen geográfico de los señores coloniales europeos (Iberoamérica).
Mariátegui, en cambio, se ubicó en otro contexto, cuyos orígenes han de buscarse en la Revolución mexicana (1910-1917). Aquí había surgido un proyecto social que en los próximos decenios iría a ganar terreno en muchos más países del subcontinente: el bosquejo de la «nación mestiza» (Basave Benítez 1992; Gabbert 1992; v.Oertzen 2001).
En México los fundamentos ideológicos de este proyecto de sociedad se sintetizaron con el concepto de «Indo-hispanismo». Éste expresa la actitud mental básica que daba por primera vez importancia a los elementos indios en la historia del país así como en los diferentes ámbitos de la vida social contemporánea (cf. Wünderich 1986). José Vasconcelos, de lejos el más conocido aunque de ninguna manera el más coherente representante de una ideología que veía en la mezcla biológica y cultural de los colonizados y los señores coloniales la oportunidad única de desarrollo para Latinoamérica, desarrolló en 1925, en su obra homónima, la visión de la «raza cósmica», que surgiendo del encuentro de las cuatro «razas» existentes en el mundo (blanca, amarilla, negra, roja) debiera anunciar una nueva etapa de desarrollo de la humanidad (Vasconcelos 1961; Basave Benítez 1992). El concepto de «raza» se utilizaba en este contexto de un modo demasiado despreocupado, en una combinación de atributos fenotípicos y socioculturales, de manera que era también susceptible de caer en argumentaciones biologicistas y racistas (Basave Benítez 1992, 132s.).
Dado que los conquistadores españoles habían destruido en México una alta cultura, de la que todavía existían (y existen hasta hoy) numerosos testimonios, resultó particularmente fácil la contrareferencia positiva hacia la historia anterior a la conquista [en castellano en el original (N.d.T)]. Lo mismo valía para el Perú, donde el proyecto mestizo tomó forma política justo después de 1968, en forma de la «revolución nacional» del general Velasco Alvarado, aunque ya se encontraba esbozado en las obras de los así llamados «indigenistas» en los años 20. De la misma manera se encuentran en los testimonios del general nicaragüense de la revolución, Augusto César Sandino, que en 1929 pasó un tiempo en el exilio mexicano, referencias a la «sangre india» en sus venas, la que «encierra el misterio de ser patriota leal y sincero» (Ramírez 1981, 14; Wünderich 1995). Así también Sandino, cuya vida personal y política consistía en la definición del carácter de la nación nicaragüense, tanto en la práctica como en la teoría, no pudo renunciar a una contrareferencia positiva a la herencia india entendida en lo biológico y cultural.
Le estaba reservado a Mariátegui el vincular la revalorización social, política y cultural de los elementos indios con la perspectiva de la revolución social, al tiempo que llamar la atención sobre la importancia que tendrían las tradiciones económicas de las comunidades indígenas para el desarrollo de sociedades socialistas en Latinoamérica. El reconocimiento simbólico de la herencia indígena lo expresó él, entre otros, dando el nombre de Amauta a la revista que fundara en 1926, lo que en quechua, el idioma de los habitantes del altiplano andino, significa «sabio» o «maestro». La importancia política de las tradiciones sociales indígenas la veía Mariátegui especialmente en que la propiedad comunal y el trabajo colectivo estaban profundamente arraigados en las comunidades campesinas del altiplano andino. De ahí que fuera posible integrar a esta población campesina directamente en un proyecto de sociedad socialista, e incluso asignarle un papel como modelo (1979, 68, 81). Por esta razón insistía él constantemente en que el problema central de los indios es la cuestión del reparto desigual de la tierra; y que la tarea más urgente de toda revolución social en Latinoamérica consiste en abolir el latifundio, el cual ni siquiera ha traído un desarrollo capitalista progresivo al continente (1986a, 35ss., 51ss.). Con esta apreciación se puso Mariátegui sin embargo en directa contradicción con la Internacional Comunista, lo que se tradujo en una encendida controversia entre la delegación peruana y la dirigencia de la conferencia de los partidos comunistas latinoamericanos que tuvo lugar en Buenos Aires en 1929. Mariátegui y sus partidarios políticos insistían en ver la «cuestión del indio» como una combinación particular, específica para Latinoamérica, de explotación material, marginalización social y abandono por razones racistas, y se oponían a la interpretación de la Internacional Comunista que sólo era capaz de reconocer aquí un problema de minorías y la falta de una «autodeterminación nacional» (v.Oertzen 1986b, 42ss.).
Si bien también para Mariátegui la integración de la población indígena era condición necesaria para el surgimiento de una «nación peruana», la versión de socialismo indoamericano que él profesaba se diferenciaba de la mayoría de las variantes de la «nación mestiza» en dos aspectos. Por una parte, la revolución social coincidía para él con la integración nacional; él se oponía a todo modelo de ‹etapas› revolucionarias. Por otra parte, él no entendía el socialismo indoamericano como proyecto de una nación sola, sino que le concedía una oportunidad de realizarse sólo como parte de una revolución a nivel mundial. Bajo este punto de vista, el concepto de socialismo fue central para Mariátegui, mientras que el atributo de «indoamericano» sólo fue para él descriptivo y, según las circunstancias, incluso permutable. «La revolución latino-americana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: ‹anti-imperialista›, ‹agrarista›, ‹nacionalista-revolucionaria›. El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos.» (1979, 247s.)
Bibliografía:
Basave Benítez, A., México mestizo, México, D.F., 1992; Gabbert, W. «Vom Land der Mestizen zur multi-ethnischen Nation», en: D. Dirmoser et al. (ed.), Lateinamerika, Analysen und Berichte, vol. 16, Hamburgo-Münster, 1992, 32-47; Mariatégui, J.C., Ideología y política, Obras completas, vol. 13, Lima, 1979; Mariatégui, J.C., 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, Obras completas, vol. 2, Lima, 1986a; Mariatégui, J.C., Revolution und peruanische Wirklichkeit. Ausgewählte Schriften, editado por E. v.Oertzen, Francfort/M, 1986b; v.Oertzen, E., «Einleitung», en: Mariátegui 1986b, 9-52; v.Oertzen, E., «‹Wir sind alle Minderheiten›. Vom mestizischen Nationalstaat zur multi-ethnischen Gesellschaft in Lateinamerika», en: Fachhochschule Potsdam (ed.), «Ein Fisch ist keine Currywurst». Jugend – Stadt – Kultur, Francfort/M, 2001, 142-68; Ramírez, W., «La Amenaza Imperialista y el Problema Indígena en Nicaragua», en: Nicaráuac, 1981, cuaderno 8, 3ss.; Vasconcelos, J., Obras completas, México, 1961; Wünderich, V., «The Indo-Hispanic Tradition of Sandinist Nationalism and the Acknowledgement of the Ethnic Problem on the Atlantic Coast», contribución a la «Conference on Ethnic Groups and the Nation State: the Case of the Atlantic Coast in Nicaragua», Estocolmo, 1986 (manuscrito no publicado); Wünderich, V., Sandino. Eine politische Biographie, Wuppertal, 1995.