«Los exiliados vamos a ser un activo para el proceso»
El colectivo de exiliadas y exiliados políticos vascos quiere ser «un activo» en el nuevo tiempo abierto en Euskal Herria y, concretamente, en un «proceso resolutivo integral» que debe abordar tanto las raíces como las consecuencias del conflicto. «Estamos al cien por cien en este proceso», declara a GARA una representación de este colectivo.
Son solo diez de las cientos de personas que integran el colectivo de exiliados vascos, pero sus testimonios y trayectorias vitales sirven para ilustrar una realidad marcada por la injusticia y la represión. Este diario ha mantenido un encuentro con Lourdes Mendinueta, Xabier Arin, Jokin Aranalde, Jaione Dorai, Itziar Imaz, Ibai Peña, Eloi Uriarte, Jon Irazola, Xabi Ezkerra y Mikel Petuya para conocer, de primera mano, la opinión de los refugiados respecto al nuevo tiempo político abierto en Euskal Herria y al papel que está dispuesto a jugar este colectivo en el proceso de resolución.
El elemento principal que caracteriza a la decena de personas reunidas en el puerto de Sokoa es que se trata de un grupo muy heterogéneo. Entre ellas hay gente que tuvo que abandonar su localidad natal cuando Francisco Franco todavía vivía; está el caso de varios jóvenes que optaron por huir cuando, desde la Audiencia Nacional española, se dio inicio hace unos pocos años a las redadas contra miembros de organizaciones juveniles independentistas; hay militantes veteranos que han pasado por la cárcel y también quienes han tenido que buscar refugio en países muy diversos y distantes; algunas de ellas tienen su situación regularizada, trabajan y cotizan a la Seguridad Social, mientras otras no cuentan ni con el más mínimo documento legal; hay mujeres, veinteañeros, personas de edad ya avanzada...
Esa diversidad, según explican, es extensible al conjunto del colectivo de exiliados. «La pluralidad del colectivo viene marcada por la propia represión. La persecución que han venido desarrollando los estados español y francés contra los vascos en las últimas décadas ha ido generando más y más exiliados. No ha existido pausa alguna; es un fenómeno que se ha venido sucediendo ininterrumpidamente como consecuencia de la batería de medidas que los estados han ido adoptando con el paso de los años».
Recuerdan que ya en los 60 «el Estado español nos dio leña» y que «desde siempre, de una forma u otra, los dos estados han trabajado codo con codo» contra ellos. Unas veces haciendo uso de las vías diplomáticas -«como en el 82, cuando Felipe González llega a La Moncloa e intenta incidir en las autoridades francesas respecto a su actitud con los refugiados que residíamos en Ipar Euskal Herria»-, y otras por medios mucho más drásticos y que poco tuvieron que ver con la legalidad: la guerra sucia. «Los GAL consiguieron hacer cambiar la actitud del Gobierno francés», afirma uno de ellos.
La deportación
La puesta en marcha de una medida como la deportación, entre los años 83 y 86, supone otro punto de inflexión en esa caracterización tan diversa del colectivo. Nace la figura del deportado vasco, que era enviado a un tercer país. «Generalmente, se trataba de países que habían dejado atrás recientemente su etapa como colonia», precisan los refugiados, que enumeran acto seguido destinos como Cabo Verde, Sao Tomé, Togo, Panamá, Venezuela, Santo Domingo...
«A esos militantes se les da un estatuto que no existe, lo que supone una decisión que no se sostiene jurídicamente. Y la arbitrariedad con la que es aplicada acarrea un problema humano», resalta uno de los interlocutores. Además de la dispersión de militantes «por todo el mundo», la deportación ha conllevado otra consecuencia: «Ha conseguido cambiar a las personas y, en muchos casos, convertirlas en víctimas». En ese sentido, reconocen que la deportación «ha cumplido sus objetivos. Es duro decirlo, pero es así».
¿Y cuál sería la forma de solucionar su situación? La respuesta es clara y firme: «Para nuestro colectivo es una cuestión prioritaria que los deportados puedan regresar a Euskal Herria. Pero eso no puede caer sobre nuestras espaldas; debe solucionarlo quien lo generó, y ahí la responsabilidad máxima es de las autoridades francesas. Eso no quiere decir que, en lo que a nosotros concierne, no vayamos a dar ningún paso».
Hacen hincapié en que las decisiones sobre la situación del conjunto de los exiliados serán colectivas, pero también apuntan que cada caso deberá tener un tratamiento jurídico y personalizado.
Comunidad internacional
Del mismo modo que una de las claves del proceso abierto por la izquierda abertzale es la implicación de la comunidad internacional, el colectivo de refugiados vascos también contempla desarrollar una labor en ese ámbito. Además en su caso esa perspectiva resulta obligada, en tanto en cuanto su situación ha derivado en una realidad jurídicamente insostenible a nivel internacional o, dicho de otro modo, en multitud de situaciones arbitrarias que se extienden por multitud de países en diferentes continentes y países. Algo que tanto los estados implicados como las agencias que tratan el tema de los refugiados y diferentes organismos internacionales deben ayudar a solucionar de una manera «ordenada». Esta es una de las palabras -ordenada- en la que más énfasis ponen los representantes del Colectivo, conscientes como nadie de la dificultad de esta tarea.
Hasta el momento, las organizaciones y agencias internacionales de este ámbito han esquivado el caso vasco. En cierto sentido se sienten más cómodos tratando tragedias lejanas en países en vías de desarrollo. Ahora es de suponer que estarán más receptivos e interesados, menos condicionados por la labor diplomática de los estados español y francés. Paradójicamente, la condición de «ciudadanos europeos», que para bien o para mal ostentan los refugiados vascos, un estatus que en ciertos aspectos administrativos o legales puede resultar una ventaja, desconcierta a algunos de los interlocutores con los que han hablado hasta ahora. Es en cierta medida un caso insólito, muy distinto de los que suelen tratar.
Sin embargo, los refugiados ven esto como un valor, una situación llena de oportunidades y potencialidades. «Puede que no acertemos, nadie puede asegurar que acertaremos, pero no será por no intentarlo, por no poner todo lo que esté en nuestras manos», afirma uno de ellos. La frase contiene implícitamente una autocrítica, y al preguntarle, no lo niega. «No siempre hemos tomado las decisiones acertadas, a veces han sido decisiones que han llegado tarde y han sido difíciles de entender, tanto para los propios refugiados como para el pueblo en general».
Sin salir del ámbito internacional, los refugiados también lanzan una mirada a otros procesos similares y, mientras desde diferentes púlpitos algunos intentan marcar las diferencias entre otros modelos de resolución y el caso vasco, los protagonistas reivindican algunas similitudes. Por ejemplo, respecto al caso irlandés, resaltan una paradoja que también tuvo lugar en la isla: «Un día nosotros salimos de nuestras casas, huimos por diferentes razones y, mira por dónde, muchos de nosotros fuimos a parar... a Euskal Herria, solo que a otra parte del país. Igual que los irlandeses que pasaron la frontera para acabar en Irlanda».
En este punto, más de uno de ellos y ellas resalta lo enriquecedor que ha resultado la experiencia de los refugiados para Euskal Herria en su conjunto, sin por ello dulcificar situaciones muy duras y sin ocultar que han existido fuertes discrepancias sobre esta cuestión, también entre abertzales. Todos los presentes defienden que, en general, los refugiados han intentado aportar lo mejor que han tenido a los sitios adonde han ido, donde les han acogido, y muy especialmente a Ipar Euskal Herria. Acto seguido, al unísono, también reconocen que esta peculiar relación interfronteriza también les ha aportado mucho, tanto en el plano personal como desde la perspectiva de la lucha por la liberación de Euskal Herria.
100% con el proceso democrático
El punto de partida de la reflexión que hace el colectivo de refugiados es que están plenamente implicados con las decisiones que se han tomado, con la estrategia adoptada por el conjunto de la izquierda abertzale. «Estamos al 100% en este proceso», afirman con rotundidad. «Como consecuencia de ese proceso se debe establecer un marco democrático para que se pueda dar una confrontación también democrática», apostillan.
En este contexto, dentro de un esquema de resolución integral, su situación también debe de ser contemplada. La propia Declaración de Aiete lo constataba en el epígrafe denominado «Consecuencias del conflicto». En este sentido, lo tienen claro: «En este proceso nosotros estamos representados en una mesa, una de las partes tiene la autoridad y legitimidad para representarnos, pero también tenemos claro que no queremos convertirnos en elemento de bloqueo, algo que los estados puedan utilizar para dilatar o plantear como problema». Por esa razón, afirman que no van a estar parados, que no se van a sentar a esperar su turno en el orden del día.
Con la pena de no poder acudir a la manifestación de mañana en Bilbo, saben que la situación de los presos es prioritaria.
Los refugiados consideran que el camino recorrido hasta ahora ha demostrado el valor de la unilateralidad y admiten que en este momento también están valorando qué pueden hacer desde esa perspectiva. Insisten en que no van a quedarse «parados».
El debate que están desarrollando ahora dentro de este colectivo, con todas las dificultades añadidas por la distancia y las diferentes situaciones legales y personales de sus integrantes, tiene entre sus objetivos abrir una dinámica propia, destinada a «convertirse en un activo para el proceso». Aseguran que «en este momento histórico, como siempre, esa es la vocación de este colectivo: convertirnos en un activo para la democracia y la libertad de este país».
La pluralidad de un colectivo
Los exiliados con los que GARA se reunió son un buen ejemplo de la pluralidad que ha generado la batería de medidas represivas adoptada por los estados durante décadas. Algunos, como Arin o Uriarte, escaparon en el franquismo, mientras que los más jóvenes -Dorai, Peña y Petuya- aún no habían nacido por aquel entonces. Aranalde fue detenido y torturado durante el franquismo y volvió a padecer el mismo calvario casi tres décadas más tarde. Luego huyó. Ezkerra e Irazola llevan 36 y 30 años exiliados, respectivamente, y se conocieron bastantes años más tarde, en 1995, en una protesta en la catedral de Baiona. Hace más de treinta años que Mendinueta dejó Sakana e Imaz lleva 42 años exiliada -en la imagen aparecen conversando cerca del espigón de Sokoa-. Esta última es la viuda de José Luis Arrieta, Azkoiti, que falleció en el exilio
GARA
El colectivo de exiliadas y exiliados políticos vascos quiere ser «un activo» en el nuevo tiempo abierto en Euskal Herria y, concretamente, en un «proceso resolutivo integral» que debe abordar tanto las raíces como las consecuencias del conflicto. «Estamos al cien por cien en este proceso», declara a GARA una representación de este colectivo.
Son solo diez de las cientos de personas que integran el colectivo de exiliados vascos, pero sus testimonios y trayectorias vitales sirven para ilustrar una realidad marcada por la injusticia y la represión. Este diario ha mantenido un encuentro con Lourdes Mendinueta, Xabier Arin, Jokin Aranalde, Jaione Dorai, Itziar Imaz, Ibai Peña, Eloi Uriarte, Jon Irazola, Xabi Ezkerra y Mikel Petuya para conocer, de primera mano, la opinión de los refugiados respecto al nuevo tiempo político abierto en Euskal Herria y al papel que está dispuesto a jugar este colectivo en el proceso de resolución.
El elemento principal que caracteriza a la decena de personas reunidas en el puerto de Sokoa es que se trata de un grupo muy heterogéneo. Entre ellas hay gente que tuvo que abandonar su localidad natal cuando Francisco Franco todavía vivía; está el caso de varios jóvenes que optaron por huir cuando, desde la Audiencia Nacional española, se dio inicio hace unos pocos años a las redadas contra miembros de organizaciones juveniles independentistas; hay militantes veteranos que han pasado por la cárcel y también quienes han tenido que buscar refugio en países muy diversos y distantes; algunas de ellas tienen su situación regularizada, trabajan y cotizan a la Seguridad Social, mientras otras no cuentan ni con el más mínimo documento legal; hay mujeres, veinteañeros, personas de edad ya avanzada...
Esa diversidad, según explican, es extensible al conjunto del colectivo de exiliados. «La pluralidad del colectivo viene marcada por la propia represión. La persecución que han venido desarrollando los estados español y francés contra los vascos en las últimas décadas ha ido generando más y más exiliados. No ha existido pausa alguna; es un fenómeno que se ha venido sucediendo ininterrumpidamente como consecuencia de la batería de medidas que los estados han ido adoptando con el paso de los años».
Recuerdan que ya en los 60 «el Estado español nos dio leña» y que «desde siempre, de una forma u otra, los dos estados han trabajado codo con codo» contra ellos. Unas veces haciendo uso de las vías diplomáticas -«como en el 82, cuando Felipe González llega a La Moncloa e intenta incidir en las autoridades francesas respecto a su actitud con los refugiados que residíamos en Ipar Euskal Herria»-, y otras por medios mucho más drásticos y que poco tuvieron que ver con la legalidad: la guerra sucia. «Los GAL consiguieron hacer cambiar la actitud del Gobierno francés», afirma uno de ellos.
La deportación
La puesta en marcha de una medida como la deportación, entre los años 83 y 86, supone otro punto de inflexión en esa caracterización tan diversa del colectivo. Nace la figura del deportado vasco, que era enviado a un tercer país. «Generalmente, se trataba de países que habían dejado atrás recientemente su etapa como colonia», precisan los refugiados, que enumeran acto seguido destinos como Cabo Verde, Sao Tomé, Togo, Panamá, Venezuela, Santo Domingo...
«A esos militantes se les da un estatuto que no existe, lo que supone una decisión que no se sostiene jurídicamente. Y la arbitrariedad con la que es aplicada acarrea un problema humano», resalta uno de los interlocutores. Además de la dispersión de militantes «por todo el mundo», la deportación ha conllevado otra consecuencia: «Ha conseguido cambiar a las personas y, en muchos casos, convertirlas en víctimas». En ese sentido, reconocen que la deportación «ha cumplido sus objetivos. Es duro decirlo, pero es así».
¿Y cuál sería la forma de solucionar su situación? La respuesta es clara y firme: «Para nuestro colectivo es una cuestión prioritaria que los deportados puedan regresar a Euskal Herria. Pero eso no puede caer sobre nuestras espaldas; debe solucionarlo quien lo generó, y ahí la responsabilidad máxima es de las autoridades francesas. Eso no quiere decir que, en lo que a nosotros concierne, no vayamos a dar ningún paso».
Hacen hincapié en que las decisiones sobre la situación del conjunto de los exiliados serán colectivas, pero también apuntan que cada caso deberá tener un tratamiento jurídico y personalizado.
Comunidad internacional
Del mismo modo que una de las claves del proceso abierto por la izquierda abertzale es la implicación de la comunidad internacional, el colectivo de refugiados vascos también contempla desarrollar una labor en ese ámbito. Además en su caso esa perspectiva resulta obligada, en tanto en cuanto su situación ha derivado en una realidad jurídicamente insostenible a nivel internacional o, dicho de otro modo, en multitud de situaciones arbitrarias que se extienden por multitud de países en diferentes continentes y países. Algo que tanto los estados implicados como las agencias que tratan el tema de los refugiados y diferentes organismos internacionales deben ayudar a solucionar de una manera «ordenada». Esta es una de las palabras -ordenada- en la que más énfasis ponen los representantes del Colectivo, conscientes como nadie de la dificultad de esta tarea.
Hasta el momento, las organizaciones y agencias internacionales de este ámbito han esquivado el caso vasco. En cierto sentido se sienten más cómodos tratando tragedias lejanas en países en vías de desarrollo. Ahora es de suponer que estarán más receptivos e interesados, menos condicionados por la labor diplomática de los estados español y francés. Paradójicamente, la condición de «ciudadanos europeos», que para bien o para mal ostentan los refugiados vascos, un estatus que en ciertos aspectos administrativos o legales puede resultar una ventaja, desconcierta a algunos de los interlocutores con los que han hablado hasta ahora. Es en cierta medida un caso insólito, muy distinto de los que suelen tratar.
Sin embargo, los refugiados ven esto como un valor, una situación llena de oportunidades y potencialidades. «Puede que no acertemos, nadie puede asegurar que acertaremos, pero no será por no intentarlo, por no poner todo lo que esté en nuestras manos», afirma uno de ellos. La frase contiene implícitamente una autocrítica, y al preguntarle, no lo niega. «No siempre hemos tomado las decisiones acertadas, a veces han sido decisiones que han llegado tarde y han sido difíciles de entender, tanto para los propios refugiados como para el pueblo en general».
Sin salir del ámbito internacional, los refugiados también lanzan una mirada a otros procesos similares y, mientras desde diferentes púlpitos algunos intentan marcar las diferencias entre otros modelos de resolución y el caso vasco, los protagonistas reivindican algunas similitudes. Por ejemplo, respecto al caso irlandés, resaltan una paradoja que también tuvo lugar en la isla: «Un día nosotros salimos de nuestras casas, huimos por diferentes razones y, mira por dónde, muchos de nosotros fuimos a parar... a Euskal Herria, solo que a otra parte del país. Igual que los irlandeses que pasaron la frontera para acabar en Irlanda».
En este punto, más de uno de ellos y ellas resalta lo enriquecedor que ha resultado la experiencia de los refugiados para Euskal Herria en su conjunto, sin por ello dulcificar situaciones muy duras y sin ocultar que han existido fuertes discrepancias sobre esta cuestión, también entre abertzales. Todos los presentes defienden que, en general, los refugiados han intentado aportar lo mejor que han tenido a los sitios adonde han ido, donde les han acogido, y muy especialmente a Ipar Euskal Herria. Acto seguido, al unísono, también reconocen que esta peculiar relación interfronteriza también les ha aportado mucho, tanto en el plano personal como desde la perspectiva de la lucha por la liberación de Euskal Herria.
100% con el proceso democrático
El punto de partida de la reflexión que hace el colectivo de refugiados es que están plenamente implicados con las decisiones que se han tomado, con la estrategia adoptada por el conjunto de la izquierda abertzale. «Estamos al 100% en este proceso», afirman con rotundidad. «Como consecuencia de ese proceso se debe establecer un marco democrático para que se pueda dar una confrontación también democrática», apostillan.
En este contexto, dentro de un esquema de resolución integral, su situación también debe de ser contemplada. La propia Declaración de Aiete lo constataba en el epígrafe denominado «Consecuencias del conflicto». En este sentido, lo tienen claro: «En este proceso nosotros estamos representados en una mesa, una de las partes tiene la autoridad y legitimidad para representarnos, pero también tenemos claro que no queremos convertirnos en elemento de bloqueo, algo que los estados puedan utilizar para dilatar o plantear como problema». Por esa razón, afirman que no van a estar parados, que no se van a sentar a esperar su turno en el orden del día.
Con la pena de no poder acudir a la manifestación de mañana en Bilbo, saben que la situación de los presos es prioritaria.
Los refugiados consideran que el camino recorrido hasta ahora ha demostrado el valor de la unilateralidad y admiten que en este momento también están valorando qué pueden hacer desde esa perspectiva. Insisten en que no van a quedarse «parados».
El debate que están desarrollando ahora dentro de este colectivo, con todas las dificultades añadidas por la distancia y las diferentes situaciones legales y personales de sus integrantes, tiene entre sus objetivos abrir una dinámica propia, destinada a «convertirse en un activo para el proceso». Aseguran que «en este momento histórico, como siempre, esa es la vocación de este colectivo: convertirnos en un activo para la democracia y la libertad de este país».
La pluralidad de un colectivo
Los exiliados con los que GARA se reunió son un buen ejemplo de la pluralidad que ha generado la batería de medidas represivas adoptada por los estados durante décadas. Algunos, como Arin o Uriarte, escaparon en el franquismo, mientras que los más jóvenes -Dorai, Peña y Petuya- aún no habían nacido por aquel entonces. Aranalde fue detenido y torturado durante el franquismo y volvió a padecer el mismo calvario casi tres décadas más tarde. Luego huyó. Ezkerra e Irazola llevan 36 y 30 años exiliados, respectivamente, y se conocieron bastantes años más tarde, en 1995, en una protesta en la catedral de Baiona. Hace más de treinta años que Mendinueta dejó Sakana e Imaz lleva 42 años exiliada -en la imagen aparecen conversando cerca del espigón de Sokoa-. Esta última es la viuda de José Luis Arrieta, Azkoiti, que falleció en el exilio
GARA