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    Chile, el golpe y los gringos

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    Chile, el golpe y los gringos Empty Chile, el golpe y los gringos

    Mensaje por Before Miér Mar 07, 2012 1:32 am

    Toda una verdad en este documento de García Marquez. Explica los acontecimientos del golpe de estado, y como fue, paso a paso, además de el trabajo que hizo Allende en su tiempo de gobierno!...

    CHILE, EL GOLPE Y LOS GRINGOS
    A fines de 1969, tres generales del Pentágono cenaron con cuatro
    militares chilenos en una casa de los suburbios de Washington. El
    anfitrión era el entonces coronel Gerardo López<Angulo, agregado aéreo
    de la misión militar de Chile en los Estados Unidos, y los invitados
    chilenos eran sus colegas de las otras armas. La cena era en honor del
    Director de la escuela de Aviación de Chile, general Toro Mazote, quien
    había llegado el día anterior para una visita de estudio. Los siete
    militares comieron ensalada de frutas y asado de ternera con guisantes,
    bebieron los vinos de corazón tibio de la remota patria del sur donde
    había pájaros luminosos en las playas mientras Washington naufragaba
    en la nieve, y hablaron en inglés de l único que parecía interesar a los
    chilenos en aquellos tiempo: las elecciones presidenciales del próximo
    septiembre. A los postres, uno de los generales del Pentágono preguntó
    qué haría el ejército de Chile si el candidato de la izquierda Salvador
    Allende ganaba las elecciones. El general Toro Mazote contestó: "Nos
    tomaremos el palacio de la Moneda en media hora, aunque tengamos
    que incendiarlo"
    Uno de los invitados era el general Ernesto Baeza actual director de la
    Seguridad Nacional de Chile, que fue quien dirigió el asalto al palacio
    presidencial en el golpe reciente, y quien dio la orden de incendiarlo.
    Dos de sus subalternos de aquellos días se hicieron célebres en la
    misma jornada: el general Augusto Pinochet, presidente de la Junta
    Militar, y el general Javier Palacios, que participó en la refriega final
    contra Salvador Allende. También se encontraba en la mesa el general
    de brigada aérea Sergio Figueroa Gutiérrez, actual ministro de obras
    públicas, y amigo íntimo de otro miembro de la Junta Militar el general
    del aire Gustavo Leigh, que dio la orden de bombardear con cohetes el
    palacio presidencial. El último invitado era el actual almirante Arturo
    Troncoso, ahora gobernador naval de Valparaíso, que hizo la purga
    sangrienta de la oficialidad progresista de la marina de guerra, e inició el
    alzamiento militar en la madrugada del once de septiembre.
    Aquella cena histórica fue el primer contacto del Pentágono con oficiales
    de las cuatro armas chilenas. En otras reuniones sucesivas, tanto en Washington como en Santiago, se llegó al acuerdo final de que los
    militares chilenos más adictos al alma y a los intereses de los Estados
    Unidos se tomarían el poder en caso de que la Unidad Popular ganara
    las elecciones. Lo planearon en frío, como una simple operación de
    guerra, y sin tomar en cuenta las condiciones reales de Chile.
    El plan estaba elaborado desde antes, y no sólo como consecuencia de
    las presiones de la International Telegraph & Telephone (I.T.T), sino por
    razones mucho más profundas de política mundial. Su nombre era
    "Contingency Plan". El organismo que la puso en marcha fue la Defense
    Intelligence Agency del Pentágono, pero la encargada de su ejecución
    fue la Naval Intelligency Agency, que centralizó y procesó los datos de
    las otras agencias, inclusive la CIA, bajo la dirección política superior del
    Consejo Nacional de Seguridad. Era normal que el proyecto se
    encomendara a la marina, y no al ejército, porque el golpe de Chile
    debía coincidir con la Operación Unitas, que son las maniobras conjuntas
    de unidades norteamericanas y chilenas en el Pacífico. Estas maniobras
    se llevaban a cabo en septiembre, el mismo mes de las elecciones y
    resultaba natural que hubiera en la tierra y en el cielo chilenos toda
    clase de aparatos de guerra y de hombres adiestrados en las artes y las
    ciencias de la muerte.
    Por esa época, Henry Kissinger dijo en privado a un grupo de chilenos:
    "No me interesa ni sé nada del Sur del Mundo, desde los Pirineos hacia
    abajo. El Contingency Plan estaba entonces terminado hasta su último
    detalle, y es imposible pensar que Kissinger no estuviera al corriente de
    eso, y que no lo estuviera el propio presidente Nixon.
    Chile es un país angosto, con 4.270 kilómetros de largo y 190 de ancho,
    y con 10 millones de habitantes efusivos, dos de los cuales viven en
    Santiago, la capital. La grandeza del país no se funda en la cantidad de
    sus virtudes, sino el tamaño de sus excepciones. Lo único que produce
    con absoluta seriedad es mineral de cobre, pero es el mejor del mundo,
    y su volumen de producción es apenas inferior al de Estados Unidos y la
    Unión Soviética. También produce vinos tan buenos como los europeos,
    pero exportan poco porque casi todos se los beben los chilenos. Su
    ingreso per cápita, 600 dólares, es de los más elevados de América
    Latina, pero casi la mitad del producto nacional bruto se lo reparten solamente 300.000 personas. En 1932, Chile fue la primera república
    socialista del continente, y se intentó la nacionalización del cobre y el
    carbón con el apoyo entusiasta de los trabajadores, pero la experiencia
    sólo duró 13 días. Tiene un promedio de un temblor de tierra cada dos
    días y un terremoto devastador cada tres años. Los geólogos menos
    apocalípticos consideran que Chile no es un país de tierra firme sino una
    cornisa de los Andes en una océano de brumas, y que todo el territorio
    nacional, con sus praderas de salitre y sus mujeres tiernas, está
    condenado a desaparecer en un cataclismo.
    Los chilenos, en cierto modo, se parecen mucho al país. Son la gente
    más simpática del continente, les gusta estar vivos y saben estarlo lo
    mejor posible, y hasta un poco más, pero tienen una peligrosa tendencia
    al escepticismo y a la especulación intelectual. "Ningún chileno cree que
    mañana es martes", me dijo alguna vez otro chileno, y tampoco él lo
    creía. Sin embargo, aún con esa incredulidad de fondo, o tal vez gracias
    a ella, los chilenos han conseguido un grado de civilización natural, una
    madurez política y un nivel de cultura que son sus mejores excepciones.
    De tres premios Nobel de literatura que ha obtenido América Latina, dos
    fueron chilenos. Uno de ellos, Pablo Neruda, era el poeta más grande
    de este siglo.
    Todo esto debía saberlo Kissinger cuando contestó que no sabía nada
    del sur del mundo, porque el gobierno de los Estados Unidos conocía
    entonces hasta los pensamientos más recónditos de los chilenos. Los
    había averiguado en 1965, sin permiso de Chile, en una inconcebible
    operación de espionaje social y político: el Plan Camelot. Fue una
    investigación subrepticia mediante cuestionarios muy precisos,
    sometidos a todos los niveles sociales, a todas las profesiones y oficios,
    hasta en los últimos rincones del país, para establecer de un modo
    científico el grado de desarrollo político y las tendencias sociales de los
    chilenos. En el cuestionario que se destinó a los cuarteles, figuraba la
    pregunta que cinco años después volvieron a oír los militares chilenos en
    la cena de Washington: "¿Cuál será la actitud en caso de que el
    comunismo llegue al poder? - La pregunta era capciosa. Después de la
    operación Camelot, los Estados Unidos sabían a cierta que Salvador
    Allende sería elegido presidente de la república.Chile no fue escogido por casualidad para este escrutinio. La antigüedad
    y la fuerza de su movimiento popular, la tenacidad y la inteligencia de
    sus dirigentes, y las propias condiciones económicas y sociales del país
    permitían vislumbrar su destino. El análisis de la operación Camelot lo
    confirmó: Chile iba a ser la segunda república socialista del continente
    después de Cuba. De modo que el propósito de los Estados Unidos no
    era simplemente impedir el gobierno de Salvador Allende para preservar
    las inversiones norteamericanas. El propósito grande era repetir la
    experiencia más atroz y fructífera que ha hecho jamás el imperialismo
    en América Latina: Brasil.
    El 4 de septiembre de 1970, como estaba previsto, el médico socialista y
    masón Salvador Allende fue elegido presidente de la república. Sin
    embargo, el Contingency Plan no se puso en práctica. La explicación
    más corriente es también la más divertida: alguien se equivocó en el
    Pentágono, y solicitó 200 visas para un supuesto orfeón naval que en
    realidad estaba compuesto por especialistas en derrocar gobiernos, y
    entre ellos varios almirantes que ni siquiera sabían cantar. El gobierno
    chileno descubrió la maniobra y negó las visas. Este percance, se
    supone, determinó el aplazamiento de la aventura. Pero la verdad es
    que el proyecto había sido evaluado a fondo: otras agencias
    norteamericanas, en especial la CIA y el propio embajador de los
    Estados Unidos en Chile, Edward Korry, consideraron que el Contingency
    Plan era sólo una operación militar que no tomaba en cuenta las
    condiciones actuales de Chile.
    En efecto, el triunfo de la Unidad Popular no ocasionó el pánico social
    que esperaba el Pentágono. Al contrario, la independencia del nuevo
    gobierno en política internacional, y su decisión en materia económica,
    crearon de inmediato un ambiente de fiesta social. En el curso del
    primer año se habían nacionalizado 47 empresas industriales, y más de
    la mitad del sistema de créditos. La reforma agraria expropió e
    incorporó a la propiedad social 2.400.000 hectáreas de tierras activas.
    El proceso inflacionario se moderó: se consiguió el pleno empleo y los
    salarios tuvieron un aumento efectivo de un 40 por ciento.El gobierno anterior, presidido por el demócrata cristiano Eduardo Frei,
    había iniciado un proceso de chilenización del cobre. Lo único que hizo
    fue comprar el 51 por ciento de las minas, y sólo por la mina de El
    Teniente pagó una suma superior al precio total de la empresa. La
    Unidad Popular recuperó para la nación con un solo acto legal todos los
    yacimientos de cobre explotados por las filiales de compañías
    norteamericanas, la Anaconda y la Kennecott. Sin indemnización: el
    gobierno calculaba que las dos compañías habían hecho en 15 años una
    ganancia excesiva de 80.000 millones de dólares.
    La pequeña burguesía y los estratos sociales intermedios, dos grandes
    fuerzas que hubieran podido respaldar un golpe militar en aquél
    momento, empezaban a disfrutar de ventajas imprevistas, y no a
    expensas del proletariado, como había ocurrido siempre, sino a
    expensas de la oligarquía financiera y el capital extranjero. Las fuerzas
    armadas, como grupo social, tienen la misma edad, el mismo origen y
    las mismas ambiciones de la clase media y no tenían motivo, ni siquiera
    una coartada, para respaldar a un grupo exiguo de oficiales golpistas.
    Consciente de esa realidad, la Democracia Cristiana no solo no patrocinó
    entonces la conspiración de cuartel, sino que se opuso resueltamente
    porque la sabía impopular dentro de su propia clientela.
    Su objetivo era otro: perjudicar por cualquier medio la buena salud del
    gobierno para ganarse las dos terceras partes del Congreso en las
    elecciones de marzo de 1973. Con esa proporción podía decidir la
    destitución constitucional del presidente de la república.
    La Democracia Cristiana era una grande formación inter-clasista, con
    una base popular auténtica en el proletariado de la industria moderna,
    en la pequeña y media industria moderna, en la pequeña y media
    propiedad campesina, y en la burguesía y la clase media de las
    ciudades. La Unidad Popular expresaba al proletariado obrero menos
    favorecido, al proletariado agrícola, a la baja clase media de las
    ciudades.
    La Democracia Cristiana, aliada con el Partido Nacional de extrema
    derecha, controlaba el Congreso. La Unidad Popular controlaba el poder
    ejecutivo. La polarización de esas dos fuerzas iba a ser, de hecho, la polarización del país. Curiosamente, el católico Eduardo Frei, que no
    cree en el marxismo, fue quien aprovechó mejor la lucha de clases,
    quien la estimuló y exacerbó; con el propósito de sacar de quicio al
    gobierno y precipitar al país por la pendiente de la desmoralización y el
    desastre económico.
    El bloqueo económico de los Estados Unidos por la expropiaciones sin
    indemnización y el sabotaje interno de la burguesía hicieron el resto. En
    Chile se produce todo, desde automóviles hasta pasta dentífrica, pero la
    industria tiene una identidad falsa: en las 160 empresas más
    importantes, el 60 por ciento era capital extranjero, y el 80 por ciento
    de sus elementos básicos importados. Además, el país necesitaba 300
    millones de dólares anuales para importar artículos de consumo, y otros
    450 millones para pagar los servicios de la deuda externa. Los créditos
    de los países socialistas no remediaban la carencia fundamental de
    repuestos, pues toda industria chilena, la agricultura y el transporte,
    estaban sustentados por equipo norteamericano. La Unión Soviética
    tuvo que comprar trigo de Australia para mandarlo a Chile, porque ella
    misma no tenía y a través del Banco de la Europa del Norte, de París, le
    hizo varios empréstitos sustanciosos en dólares efectivos. Cuba, en un
    gesto que fue más ejemplar que decisivo, mandó un barco cargado de
    azúcar regalada. Pero las urgencias de Chile eran descomunales. Las
    alegres señoras de la burguesía, con el pretexto del racionamiento y de
    las pretensiones excesivas de los pobres, salieron a la plaza pública
    haciendo sonar sus cacerolas vacías. No era casual, sino al contrario,
    muy significativo, que aquel espectáculo callejero de zorros plateados y
    sombreros de flores ocurriera la misma tarde que Fidel Castro terminaba
    una visita de treinta días que había sido un terremoto de agitación
    social.
    LA ÚLTIMA CUECA FELIZ DE SALVADOR ALLENDE
    El Presidente Salvador Allende comprendió entonces, y lo dijo, que el
    pueblo tenía el gobierno pero no tenía el poder. La frase más
    alarmante, porque Allende llevaba dentro una almendra legalista que
    era el germen de su propia destrucción: un hombre que peleó hasta la
    muerte en defensa de la legalidad, hubiera sido capaz de salir por la puerta mayor de la Moneda, con la frente en alto, si lo hubiera
    destituido el congreso dentro del marco de la constitución.
    La periodista y política Rossana Rossanda, que visitó a Allende por
    aquella época, lo encontró envejecido, tenso y lleno de premoniciones
    lúgubres, en el diván de cretona amarilla donde había de reposar el
    cadáver acribillado y con la cara destrozada por un culatazo de fusil.
    Hasta los sectores más comprensivos de la Democracia Cristiana
    estaban entonces contra él. "¿Inclusive Tomic?" - le preguntó Rossana.
    -"Todos", contestó, Allende.
    En vísperas de las elecciones de marzo de 1973, en las cuales se jugaba
    su destino, se hubiera conformado con que la Unidad Popular obtuviera
    el 36 por ciento. Sin embargo, a pesar de la inflación desbocada, del
    racionamiento feroz, del concierto de olla de las cacerolinas alborotadas,
    obtuvo el 44 por ciento. Era una victoria tan espectacular y decisiva,
    que cuando Allende se quedó en el despacho, sin más testigos que su
    amigo y confidente, Augusto Olivares, hizo cerrar la puerta y bailó solo
    una cueca.
    Para la Democracia Cristiana, aquella era la prueba de que el proceso
    democrático promovido por la Unidad Popular no podía ser contrariado
    con recursos legales, pero careció de visión para medir las
    consecuencias de su aventura: es un caso imperdonable de
    irresponsabilidad histórica. Para los Estados Unidos era una advertencia
    mucho más importante que los intereses de las empresas expropiadas;
    era un precedente inadmisible en el progreso pacífico de los pueblos del
    mundo, pero en especial para los de Francia e Italia, cuyas condiciones
    actuales hacen posible la tentativa de experiencias semejantes a las de
    Chile: Todas las fuerzas de la reacción interna y externa se concentraron
    en un bloque compacto.
    En cambio los Partidos de la Unidad Popular cuyas grietas internas era
    mucho más profundas de lo que se admite, no lograron ponerse de
    acuerdo con el análisis de la votación de marzo. El gobierno se encontró
    sin recursos, reclamado desde un extremo por los partidarios de
    aprovechar la evidente radicalización de las masas para dar un salto
    decisivo en el cambio social, y los más moderados que temían al espectro de la guerra civil y confiaban en llegar a un acuerdo regresivo
    con la Democracia Cristiana. Ahora se ve con mucha claridad que esos
    contactos, por parte de la oposición no eran más que un recurso de
    distracción para ganar tiempo.
    LA CIA Y EL PARO PATRONAL
    La huelga de camioneros fue el detonante final. Por su geografía
    fragorosa, la economía chilena está a merced de su transporte rodado.
    Paralizarlo es paralizar el país. Para la oposición era muy fácil hacerlo,
    porque el gremio del transporte era de los más afectados por la escasez
    de repuestos, y se encontraba además amenazado por la disposición del
    gobierno de nacionalizar el transporte con equipos soviéticos. El paro se
    sostuvo hasta el final, sin un solo instante de desaliento, porque estaba
    financiado desde el exterior con dinero efectivo. La CIA inundó de
    dólares el país para apoyar el Paro Patronal, y esa divisa bajó en la
    bolsa negra, escribió Pablo Neruda a un amigo en Europa. Una semana
    antes del golpe se había acabado el aceite, la leche y el pan.
    En los últimos días de la Unidad Popular, con la economía desquiciada y
    el país al borde de la guerra civil, las maniobras del gobierno y de la
    oposición se centraron en la esperanza de modificar, cada quien a su
    favor, el equilibrio de fuerzas dentro del ejército. La jugada final fue
    perfecta: cuarenta y ocho horas antes del golpe, la oposición había
    logrado descalificar a los mandos superiores que respaldaban a Salvador
    Allende, y habían ascendido en su lugar, uno por uno, en una serie de
    enroques y gambitos magistrales a todos los oficiales que habían
    asistido a la cena de Washington.
    Sin embargo, en aquel momento el ajedrez político había escapado a la
    voluntad de sus protagonistas. Arrastrados por una dialéctica
    irreversible, ellos mismos terminaron convertidos en ficha de un ajedrez
    mayor, mucho más complejo y políticamente mucho más importante
    que una confabulación consciente entre el imperialismo y la reacción
    contra el gobierno del pueblo. Era una terrible confrontación de clases
    que la habían provocado, una encarnizada rebatiña de intereses
    contrapuestos cuya culminación final tenía que ser un cataclismo social
    sin precedentes en la historia de América.EL EJÉRCITO MÁS SANGUINARIO DEL MUNDO
    Un golpe militar, dentro de las condiciones chilenas, no podía ser
    incruento. Allende lo sabía. No se juega con fuego, le había dicho a la
    periodista italiana Rossana Rossanda. Si alguien cree que en Chile un
    golpe militar será como en otros países de América, como un simple
    cambio de guardia en la Moneda, se equivoca de plano. Aquí, si el
    ejército se sale de la legalidad habrá un baño de sangre. Será
    Indonesia. Esa certidumbre tenía un fundamento histórico.
    Las fuerzas armadas de Chile, el contrario de lo que se nos ha hecho
    creer, han intervenido en la política cada vez que se han visto
    amenazados sus intereses de clase y lo han hecho con un tremenda
    ferocidad represiva. Las dos constituciones que ha tenido el país en un
    siglo fueron impuestas por las armas y el reciente golpe militar era la
    sexta tentativa de los últimos cincuenta años.
    El ímpetu sangriento del ejército chileno le viene de su nacimiento, en la
    terrible escuela de la guerra cuerpo a cuerpo contra los araucanos, que
    duró 300 años. Uno de los precursores se vanagloriaba, en 1620, de
    haber matado con su propia mano, en una sola acción, a más de 2.000
    personas. Joaquín Edwards Bello cuenta en sus crónicas que durante
    una epidemia de tifo exantemático, el ejército sacaba a los enfermos de
    sus casas y los mataba con un baño de veneno para acabar con la
    peste. Durante una guerra civil de siete meses en 1891, hubo 10.000
    muertos en una sola batalla. Los peruanos aseguran que durante la
    ocupación de Lima, en la guerra del Pacífico, los militares chilenos
    saquearon la biblioteca de don Ricardo Palma, pero que no usaban los
    libros para leerlos, sino para limpiarse el trasero.
    Con mayor brutalidad han sido reprimidos los movimientos populares.
    Después del terremoto de Valparaíso, en 1906, las fuerzas navales
    liquidaron la organización de los trabajadores portuarios con una
    masacre de 8.000 obreros. En Iquique, a principios del siglo, una
    manifestación de huelguistas se refugió en la teatro municipal, huyendo
    de la tropa y fue ametrallada: hubo 2.000 muertos. El 2 de abril de
    1957 el ejército reprimió una asonada civil en el centro de Santiago causando un número de víctimas que nunca se pudo establecer, porque
    el gobierno escamoteó los cuerpos en entierros clandestinos. Durante
    una huelga en la mina de El Salvador, bajo el gobierno de Eduardo Frei,
    una patrulla militar dispersó a bala una manifestación y mató a seis
    personas, entre ellas varios niños y una mujer encinta. El comandante
    de la plaza era un oscuro general de 52 años, padre de cinco niños,
    profesor de geografía y autor de varios libros sobre asuntos militares:
    Augusto Pinochet.
    El mito del legalismo y la mansedumbre de aquel ejército carnicero
    había sido inventado en interés propio de la burguesía chilena. La
    Unidad Popular lo mantuvo con la esperanza de cambiar a su favor la
    composición de clase de los cuadros superiores. Pero Salvador Allende
    se sentía más seguro entre los carabineros, un cuerpo armado de origen
    popular y campesino que estaba bajo el mando directo del presidente de
    la república. En efecto, sólo los oficiales más antiguos de los
    Carabineros secundaron el golpe. Los oficiales jóvenes se atrincheraron
    en la escuela de Sub-oficiales de Santiago y resistieron durante cuatro
    día, hasta que fueron aniquilados desde el aire con bombas de guerra.
    Esa fue la batalla más conocida de la contienda secreta que se libró en
    el interior de los cuarteles la víspera del golpe. Los golpistas asesinaron
    a los oficiales que se negaron a secundarlos y a los que no cumplieron
    las órdenes de represión. Hubo sublevaciones de regimientos enteros,
    tanto en Santiago como en la provincia que fueron reprimidas sin
    clemencia y sus promotores fueron fusilados para escarmiento de la
    tropa. El comandante de los coraceros de Viña del Mar, coronel
    Cantuarias, fue ametrallado por sus subalternos. El gobierno actual ha
    hecho creer que muchos de esos soldados leales fueron víctimas de la
    resistencia popular. Pasará tiempo antes de que se conozcan las
    proporciones reales de esa carnicería interna, porque los cadáveres eran
    sacados de los cuarteles en camiones de basura y sepultados en
    secreto. En definitiva, sólo medio centenar de oficiales de confianza, al
    frente de tropas depuradas de antemano, se hicieron cargo de la
    represión.
    Numerosos agentes extranjeros tomaron parte en el drama. El
    bombardeo del palacio de la Moneda, cuya precisión técnica asombró a los expertos, fue hecho por un grupo de acróbatas aéreos
    norteamericanos que habían entrado con la pantalla de la operación
    Unitas, para ofrecer un espectáculo de circo volador el próximo 18 de
    septiembre, día de la independencia nacional. Numerosos policías
    secretos de los gobiernos vecinos, infiltrados por la frontera de Bolivia,
    permanecieron escondidos hasta el día del golpe y desataron una
    persecución encarnizada contra unos 7.000 refugiados políticos de otros
    países de América Latina.
    Brasil, patria de los gorilas mayores, se había encargado de ese servicio.
    Había promovido, dos años antes, el golpe reaccionario en Bolivia que
    quitó a Chile un respaldo sustancial y facilitó la infiltración de toda clase
    de recursos para la subversión. Algunos de los empréstitos que han
    hecho los Estados Unidos al Brasil han sido transferidos en secreto a
    Bolivia para financiar la subversión en Chile. En 1972, el general
    William Westmoreland hizo un viaje secreto a La Paz, cuya finalidad no
    se ha revelado. No parece casual, sin embargo, que poco después de
    aquella visita sigilosa, se iniciaran movimientos de tropa y material de
    guerra en la frontera con Chile y esto dio a los militares chilenos una
    oportunidad más de afianzar su posición interna y de hacer
    desplazamientos de personal y promociones jerárquicas favorables al
    golpe inminente.
    Por fin, el 11 de septiembre, mientras se adelantaba la operación
    Unitas, se llevó a cabo el plan original de la cena de Washington, con
    tres años de retraso, pero tal como se había concebido: no como un
    golpe de cuartel convencional, sino como una devastadora operación de
    guerra.
    Tenía que ser así, porque no se trataba de tumbar a un gobierno, sino
    de implantar la tenebrosa simiente del Brasil, con sus terribles máquinas
    de terror, de tortura y de muerte, hasta que no quedara en Chile ningún
    rastro de las condiciones políticas y sociales que hicieron posible la
    Unidad Popular. Cuatro meses después del golpe, el balance era atroz:
    casi 20.000 personas asesinadas; 30.000 prisioneros políticos sometidos
    a torturas salvajes, 25.000 estudiantes expulsados y más 200.000
    obreros licenciados. La etapa más dura, sin embargo; aún no había
    terminado.LA VERDADERA MUERTE DE UN PRESIDENTE
    A la hora de la batalla fina, con el país a merced de las fuerzas
    desencadenadas de la subversión, Salvador Allende continuó aferrado a
    la legalidad. La contradicción más dramática de su vida fue ser al
    mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia y revolucionario
    apasionado y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que las
    condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo
    dentro de la legalidad burguesa. La experiencia le enseñó demasiado
    tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno sino desde
    el poder.
    Esa comprobación tardía debió ser la fuerza que lo impulsó a resistir
    hasta la muerte en los escombros en llamas de una casa que ni siquiera
    era la suya, una mansión sombría que un arquitecto italiano construyó
    para fábrica de dinero y terminó convertida en le refugio de un
    presidente sin poder. Resistió durante seis horas, con una metralleta
    que le había regalado Fidel Castro y que fue la primera arma de fuego
    que Salvador Allende disparó jamás. El periodista Augusto Olivares, que
    resistió a su lado hasta el final, fue herido varias veces y murió
    desangrándose en la Asistencia Pública.
    Hacia las cuatro de la tarde, el general de división Javier Palacios logró
    llegar al segundo piso, con su ayudante, el capitán Gallardo y un grupo
    de oficiales. Allí, entre las falsas poltronas Luis XV y los floreros de
    dragones chinos y los cuadros de Rugendas del salón rojo, Salvador
    Allende los estaba esperando, estaba en mangas de camisa, sin corbata,
    y con la ropa sucia de sangre. Tenía la metralleta en la mano.
    Allende conocía bien al general Palacios. Pocos días antes, le había
    dicho a Augusto Olivares que aquel era un hombre peligroso que
    mantenía contactos estrechos con la Embajada de los Estados Unidos.
    Tan pronto como lo vio aparecer en la escalera, Allende le gritó:
    "Traidor" y lo hirió en una mano.
    Allende murió en un intercambio de disparos con esta patrulla. Luego,
    todos los oficiales, en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último, un suboficial le destrozó la cara con la culata del fusil. La foto
    existe: la hizo el fotógrafo Juan Enrique Lira, del periódico El Mercurio,
    el único a quien se permitió retratar el cadáver. Estaba tan desfigurado,
    que a la señora Hortensia Allende, su esposa, le mostraron el cuerpo en
    el ataúd, pero no permitieron que le descubriera la cara.
    Había cumplido 64 años en el julio anterior y era un Leo perfecto: tenaz,
    decidido e imprevisible. Lo que piensa Allende sólo lo sabe Allende, me
    había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba las flores y los
    perros y era de una galantería un poco a la antigua, con esquelas
    perfumadas y encuentros furtivos. Su virtud mayor fue la consecuencia,
    pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir
    defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués,
    defendiendo una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y
    había de legitimar a sus asesinos, defendiendo un Congreso miserable
    que los había declarado ilegítimo pero que había de sucumbir
    complacido ante la voluntad de los usurpadores, defendiendo la libertad
    de los partidos de oposición que habían vendido su alma al fascismo,
    defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que
    él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro. El drama ocurrió en
    Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo
    que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo y que
    se quedó en nuestras vidas para siempre.
    Por Gabriel García Márquez
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    Fuente: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    Saludos... Camarada Before
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    Mensaje por quinick Miér Mar 07, 2012 1:43 am

    Ya lo había leído. Gran analisís de Gabo publicaste en el día de su cumpleaños.
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    Mensaje por quinick Miér Mar 07, 2012 2:53 am

    A propósito de esto último, dejo la portada del periódico "El Siglo" (Propiedad del Partido Comunista)del día 11 de septiembre, ojalá hubiese salido un día antes

    El Siglo en Museo de Prensa

    Link caído, resubo, ahora con más portadas Proyecto Pedagógico


    Última edición por quinick el Mar Mayo 29, 2012 4:13 pm, editado 1 vez (Razón : link caído)
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    Mensaje por Before Miér Mar 07, 2012 11:56 pm

    wuau.... el dia de su cumpleaños o.O

    buena `portada... Camarada quinick

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    Mensaje por Lev Tolstoi Mar Mayo 29, 2012 3:06 pm

    No lo había leído nunca, muchas gracias por la publicación!

    Camarada Salvador Allende, Presente Ahora y siempre!!
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    Mensaje por Lord Claus Jue Jun 21, 2012 3:59 am

    interesante, muy buen aporte Very Happy

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