Unión Proletaria
Intervención de Unión Proletaria en el mítin de unidad PCPE-UP (25-2-12)
Martes 28 de febrero de 2012
Hace 20 años, la crisis del comunismo separaba a los militantes de Unión Proletaria y del Partido Comunista de los Pueblos de España. Hoy, es la crisis del capitalismo la que nos vuelve a unir. Y lo va a hacer de una manera tan sólida como profunda es la enfermedad del capitalismo. Está madurando una crisis revolucionaria en las entrañas de la sociedad. Ahí está la base material que va a posibilitar la unidad de todos los comunistas y la reconstitución de organizaciones obreras de ofensiva. Como decía Marx, la causa revolucionaria sólo puede desarrollarse “cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.
La naturaleza profunda de la actual crisis
¿Es realmente tan grave el estado en que se encuentra la sociedad capitalista y su economía? La propaganda de los grandes medios de comunicación habla de gravedad únicamente para que aceptemos el deterioro de nuestras condiciones de vida como algo inevitable, como si fuera la consecuencia de una catástrofe natural. Pero, acto seguido, nos tranquilizan afirmando que son sacrificios necesarios para salvar un sistema bondadoso que no dio un Estado de bienestar y que nos lo devolverá en cuanto pase esta tormenta. Una tormenta algo peor que otras, pero normal dentro del desarrollo cíclico de la economía. Para que no se nos ocurra desear una economía estable, sin ciclos y próspera para todos, van a intensificar su propaganda anticomunista, y eso a pesar de haber dado por muerto al comunismo hace 20 años: actualizarán los viejos cuentos de terror sobre Stalin o la revolución cultural, y nos informarán puntualmente sobre las dramáticas novedades de Corea del Norte, China o Cuba. En cambio, no nos informarán jamás de que, para sobrevivir, los países socialistas se ven obligados a defenderse del acoso económico, político, ideológico y militar de los Estados burgueses. Un acoso brutal que se debe a que los capitalistas no están dispuestos a permitir que la mayoría trabajadora tome el mando de la producción y de la sociedad.
Tampoco nos dicen en qué consiste realmente la actual crisis, reduciéndola a una cuestión financiera. Nos mienten cuando culpan de esta crisis a las hipotecas subprime o hipotecas basura. Al parecer, los pobres que contrajeron tales hipotecas serían los culpables de esta crisis por haberse atrevido a desear una vivienda. En los últimos 30 años, fue la avaricia de los capitalistas la que multiplicó los activos financieros hasta superar en 10 veces el valor de la economía real. Sin embargo, las políticas de austeridad no van dirigidas a cobrarles por sus excesos, sino a saquear nuestros salarios y nuestros derechos.
Los préstamos subprime suponían, en realidad, entre 1 y 2 billones de dólares, lo que equivale a sólo un 2 ó 3% del PIB mundial y menos de un 0,5% del total de activos financieros. ¿Cómo una proporción tan mínima de la economía internacional ha podido causar la crisis más grave de toda la historia del capitalismo? ¿Y por qué la situación financiera sigue estando tan volátil cuando los Estados ya han inyectado mucho más del doble del agujero creado por las hipotecas basura?
La explicación está en que el capitalismo no atraviesa una simple crisis financiera, sino una crisis de sobreproducción, como las que explicó Marx en su obra El Capital.
Además, cuando Marx explicaba el movimiento cíclico de la economía capitalista, ni mucho menos lo entendía como una simple sucesión de ciclos. Al contrario, explicó que la salida capitalista de la crisis sólo conducía a otras crisis todavía más profundas y con menos medios para resolverlas. Por eso, decía que el proceso de acumulación capitalista aumenta la miseria y la rebeldía de la clase obrera y que acabará resolviéndose necesariamente por medio de la revolución socialista.
Sólo que ahora el desenvolvimiento del capitalismo es todavía más traumático que cuando Marx, porque las fuerzas productivas sobrantes se encuentran en manos de monopolios gigantescos que no están dispuestos a desaparecer pacíficamente y que son muros de carga del edificio.
El capitalismo lleva arrastrando una crisis de sobreproducción desde los años 70. Desde entonces, el PIB mundial sólo crece anualmente la mitad que antes (2,9%, frente a 5,4%). A los capitalistas, eso no les preocupa demasiado, pero sí les aterra que disminuya la tasa de ganancia de su capital: pues bien, esta tasa de ganancia cayó en EE.UU. en más de un 25% hasta 1980 (del 22,6% al 15%) y, después, remontó un poco, pero sin llegar al esplendor de los años 60. En España, bajó en más de la mitad (del 30% al 13%) y, luego, se ha quedado prácticamente ahí. A pesar de todo, sacan cada vez más ganancia, pero baja la rentabilidad porque aumenta más deprisa la cantidad de capital invertido que la ganancia. Los mercados no dan abasto para mantener la tasa de ganancia.
Necesitan entonces paliar esta tragedia como sea, aunque sea cometiendo locuras. La locura con la que han paliado su crisis fue la llamada revolución neoliberal de Reagan y Thatcher, aplicada al pie de la letra por los distintos gobiernos españoles. Con los EE.UU. en vanguardia, esta ofensiva reaccionaria estimulaba artificialmente las ventas por medio del endeudamiento y exprimía económicamente a los países menos desarrollados, para dirigir todo el potencial resultante contra el movimiento obrero y contra los Estados socialistas de Europa del Este.
Los artificios financieros han ido paliando la falta de mercados, pero ese desarrollo a base de burbujas especulativas ha acumulado deudas tan colosales que se han vuelto impagables y que han colapsado todo el sistema crediticio y de cambio. Es muy probable que la crisis manifestada en 2007 constituya la fase terminal de la crisis estructural de los años 70. Así parece señalarlo el hecho de que, a diferencia de otras anteriores, esta crisis haya estallado en el sistema financiero de EE.UU. que es el centro geográfico y funcional de la arquitectura económica internacional. Y así parece indicarlo también el hecho de que la deuda pública se haya convertido en la última burbuja especulativa. A partir de ahora, el capitalismo ya no tiene escapatoria: tiene que destruir sus capacidades productivas excesivas en cantidades nunca vistas hasta el presente. En España, una estimación algo realista eleva el exceso de capital bancario a un 18% del PIB, cuatro veces más que lo que el gobierno pretende sanear con su última reforma financiera. ¡Y este agujero sólo es el de los bancos!
La crisis en España
Nuestro país no es ninguna excepción y está gobernado férreamente por las leyes objetivas del capitalismo. Desde hace medio siglo, la expropiación de los pequeños propietarios y la concentración urbana e industrial se ha desarrollado hasta alcanzar una estructura socio-económica idéntica a la del resto de Europa y Norteamérica: si en 1950, los trabajadores asalariados eran tan sólo la mitad de la población laboriosa, ahora, son cerca del 80%. España se ha convertido ya en un país imperialista que sólo puede dejar de serlo por medio una revolución socialista.
Pues bien, durante los últimos 15 años del franquismo, la tasa de explotación de la clase obrera siguió un descenso paralelo al de la tasa de ganancia, reduciéndose en casi la mitad. La economía española seguía la misma pauta que la del resto de países capitalistas desarrollados y se veía obligada a aplicar los mismos remedios. Sin embargo, presentaba una enorme debilidad porque su superestructura política era explícitamente dictatorial. El franquismo tenía los días contados, no tanto porque lo repudiaran amplias masas de trabajadores, sino porque tenía una base social demasiado estrecha para emprender la necesaria ofensiva de la burguesía contra el proletariado. Los capitalistas tenían que reducir al máximo la resistencia del movimiento obrero. Para ello, debían atiborrar las conciencias de los trabajadores con ilusiones democrático-burguesas y disfrazar con ellas a su dictadura de clase. La monarquía constitucional era la que generaba el mayor consenso en sus filas. Pero, para salirse con la suya, tenían que evitar que el Partido Comunista infundiera al movimiento obrero una conciencia cabal de sus intereses de clase, una conciencia socialista. Esto fue lo que le sirvió en bandeja la dirección revisionista del PCE, hegemónica a su vez en Comisiones Obreras.
A partir de los años 80 y hasta 2007, la burguesía española consiguió así detener la caída de la tasa de ganancia, como los demás países del entorno. Para lograrlo, elevó la tasa de explotación de la clase obrera desde el 50% hasta más del 90%, superando el record del franquismo. La etapa de la democracia burguesa en la que más creció la explotación de los trabajadores –un 46,4%- fue durante los gobiernos de Felipe González. Esto demuestra matemáticamente la esencia burguesa que esconden la socialdemocracia y el eurocomunismo. Y también demuestra que el engaño puede ser una potencia económica.
En los últimos 50 años, cada asalariado de España se ha ido empobreciendo un 40% con respecto a los empresarios. Pero, hasta los años 70, esto no impidió que los salarios reales fueran creciendo. Sin embargo, a partir de la crisis de los años 70, se hizo a costa de estancar el salario real y de aumentar el número de parados. Esto significa que, desde entonces, el empobrecimiento de la clase obrera ha pasado de ser sólo relativo a ser también absoluto.
En cuanto al “Estado de bienestar”, los datos concluyen que es prácticamente inexistente en nuestro país y su entorno desde los años 70. Ese salario indirecto o diferido que recibimos en forma de servicios públicos lo pagamos con creces vía tributos. La redistribución estatal de la renta nacional se produce cada vez más en perjuicio de la clase obrera y en beneficio de la clase patronal.
Lo que hubo de “Estado de bienestar” fue el fruto de la lucha de la clase obrera. Pero, al mismo tiempo, estas concesiones fueron posibles por la explotación imperialista de Europa y Norteamérica sobre las tres cuartas partes restantes de la humanidad. Aquí este sucio negocio se realizó en buena parte a través de los fondos transferidos por la Unión Europea.
La tendencia actual de la acumulación capitalista
La crisis ha venido a derrumbar toda esta prosperidad corrupta y a mostrar al capitalismo en su desnudez. El capitalismo puede empobrecernos sin disimulo gracias a la desaparición de la amenaza soviética. Pero es su crisis interna la que le obliga a hacerlo, aun a riesgo de volver a extender el fantasma del comunismo por Europa.
Después de 30 años de estancamiento salarial, ha empezado una larga etapa de descenso del salario, tanto directo como indirecto. Quieren con ello aumentar la competitividad de la economía nacional bajando el precio de sus exportaciones, para luego atraer inversores extranjeros. La bajada salarial reduce todavía más el mercado interior y traslada la competencia entre capitales a la palestra internacional, donde la situación económica desesperada conducirá necesariamente a la guerra de rapiña. Sólo si ésta es suficientemente devastadora, el capitalismo podrá volver a desarrollarse a sus anchas.
Al pactar con la patronal en estos términos, el crimen que están cometiendo las cúpulas dirigentes de los grandes sindicatos no consiste solamente en empobrecer a la clase obrera, sino en dirigirla hacia el matadero. En lugar de defender a la clase obrera en su conjunto, fomentan su división nacional y ayudan a que el capital imponga su salida a la crisis de carácter explotador, imperialista y belicista.
El interés de la clase obrera es diametralmente opuesto. El interés de la clase obrera consiste en aprovechar la crisis para comprender que el capitalismo ha engendrado unas fuerzas productivas sociales tan colosales que, en manos privadas, se han vuelto un peligro para la supervivencia de la humanidad. El interés de la clase obrera consiste en salvar a la humanidad por medio de una revolución socialista que convierta esos medios de producción en posesión colectiva de toda la sociedad.
En los países capitalistas más desarrollados, el nuestro inclusive, la actual crisis económica está proletarizando a la gran mayoría de la población, está empobreciendo a la clase obrera y está igualando a la baja a todos los estratos de ésta. En definitiva, se está agudizando el antagonismo entre el proletariado y la burguesía. Los comunistas instamos pues al movimiento obrero a que deje de implorar acuerdos con los capitalistas y a que emprenda el camino de la lucha de clases, que es el único que se corresponde con el desarrollo real de los acontecimientos.
A escala internacional, la crisis ha acelerado el desarrollo desigual de los países: las llamadas economías emergentes están ganando cierta cuota de mercado a las viejas potencias imperialistas de Europa, Norteamérica y Japón. Algunos opinan que la clase obrera debe oponerse y combatir por igual a todos estos Estados. Sin embargo, nuestra clase no se enfrenta sólo a capitalismos nacionales, sino sobre todo a un sistema imperialista internacional. Todas lo que pueda debilitar este sistema beneficia nuestra lucha por el socialismo en cada país.
Por eso, a la vez que luchamos por el Poder obrero y popular en todos los lugares, los comunistas tenemos que posicionarnos claramente, en cada conflicto internacional, contra la guerra imperialista, contra los Estados más poderosos que son la clave de bóveda del imperialismo y a favor de las fuerzas que se opongan a ellos. Por muchos aspectos cuestionables o incluso reaccionarios que puedan presentar Siria, Irán, China o Rusia, las potencias imperialistas dominantes constituyen el pilar más sólido de la reacción mundial. Debilitarlas, facilitará la liberación del proletariado y de los pueblos de todos los países, y ayudará a que el socialismo recuperará la iniciativa.
Maduración de una situación revolucionaria
Tal como se están desarrollando las cosas, la pregunta no es si vamos hacia una situación revolucionaria. La pregunta pertinente es cuánto nos falta para alcanzarla. Lenin se apoyó en la experiencia histórica para sintetizar los rasgos característicos de una situación revolucionaria. Hoy ya es una realidad que “los de arriba” no pueden seguir gobernando como lo hicieron hasta ahora. Además, “los sufrimientos y necesidades de las clases oprimidas se han hecho más agudos que habitualmente”. Lo que todavía no se ha producido es un amplio rechazo de “los de abajo” a seguir viviendo como antes, ni, por consiguiente, una intensificación generalizada de la lucha de masas. La mayoría del proletariado aún está aturdida por los cambios y manifiesta una actitud más conservadora que revolucionaria. Es cuestión de tiempo que maduren estas condiciones, ya que el capitalismo se encuentra en un punto de no retorno: no volverá a ser igual, ni devolverá a las masas su modo de vida anterior.
Los obreros y obreras más conscientes saludamos la lucha del proletariado de Grecia. Nos señala el camino que vamos a seguir en todos los países, porque lo prescribe la agudización de los antagonismos de clase. No hay otro camino posible, no hay alternativas, como pretende el título de un libro que se ha puesto de moda. Sin embargo, algunos militantes sindicales y políticos se desmoralizan porque no conseguimos parar los pies a los capitalistas. Debemos explicarles que estamos ante la hora de la verdad y que no existen atajos. Marx decía a los obreros de su época que necesitarían pasar por años de revoluciones y guerras, no ya para cambiar sus condiciones, sino a fin de cambiar ellos mismos y volverse aptos para el poder político.
En la situación actual, nuestro éxito futuro depende en gran medida de que los comunistas seamos capaces de armarnos de paciencia revolucionaria, fundiéndonos con obreros, ayudándoles a desarrollar su conciencia, su organización y su lucha a una escala de masas. Aprendamos de los camaradas griegos a no caer en las provocaciones del enemigo de clase. Perseveremos en nuestro camino, que es el de la lucha de masas cada vez más amplias.
Vuelven a surgir condiciones favorables al desarrollo del movimiento obrero, condiciones en las que, como decía Engels, “Nosotros, los «revolucionarios», los «elementos subversivos», prosperamos mucho más con los medios legales que con los ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. (...) Y si nosotros no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero, para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad tan fatal para ellos”. Y, entonces, ya no seremos miles, sino millones, los que habremos comprendido qué hacer y tendremos la victoria al alcance de la mano.
Deslindar con la pequeña burguesía y unir a los comunistas
Es indudable que está madurando una situación revolucionaria. Ahora bien, como advertía Lenin, “no toda situación revolucionaria conduce a la revolución”. Esto significa que la revolución no va a venir sola, automáticamente, sin lucha. La larga etapa de prosperidad de que ha disfrutado el capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial fortaleció la ilusión de un capitalismo democrático entre las masas trabajadoras y populares. Los representantes de la pequeña burguesía se hicieron hegemónicos en la izquierda, en el movimiento obrero e incluso en muchas organizaciones comunistas. La actual crisis no los desplaza inmediatamente, porque también ellos radicalizan sus reivindicaciones. Pero sus fines son totalmente divergentes de los de la clase obrera: no luchan por el socialismo sino por conservar o recuperar su estatus de clase media bajo el capitalismo. Los que ayer imponían el consenso monárquico en la izquierda se han vuelto hoy republicanos. Los que iniciaron el camino de los pactos sociales, hoy los critican. Rechazan el capitalismo financiero, pero nunca es el momento de poner la revolución socialista en el orden del día. Denuncian la dictadura de los mercados, pero no quieren la dictadura del proletariado, a pesar de que no hay ninguna otra alternativa real al capitalismo.
El capitalismo se ha desarrollado tanto en España y en Europa que está viejo y moribundo. Nos espera una lucha larga y compleja que incluye muchos aspectos, pero la cuestión central está en que no podremos liberarnos de la dictadura de los mercados financieros a través de soluciones intermedias, sin luchar directamente por el socialismo.
Por eso, es el momento de la unidad de los comunistas para impulsar la lucha de clases por el socialismo y para construir un partido estrictamente obrero sobre la base de del marxismo-leninismo. Esa unidad la necesitamos, la necesita el proletariado, más que cualquier otra cosa. Pero la unidad no puede ser con los que diluyen a la clase obrera dentro del pueblo, con los que tergiversan nuestra teoría revolucionaria para adaptarla a las necesidades de la pequeña burguesía. Al contrario, hay que deslindar campos con ellos y combatirlos al grito de: ¡Independencia de la clase obrera! ¡Independencia del Partido Comunista!
Con esto no queremos decir que el proletariado no vaya a necesitar al resto del pueblo para conquistar el socialismo. Necesita construir desde ahora mismo un Frente Obrero y Popular. Pero no podrá hacerlo bajo la hegemonía de la pequeña burguesía.
La prueba la tenemos en Izquierda Unida y en los actuales sindicatos de masas. Los dirigentes pequeñoburgueses son incapaces de agrupar a las masas populares porque carecen de la firmeza necesaria frente a la oligarquía. El Frente Obrero y Popular se irá construyendo a medida que el proletariado conquiste la hegemonía política en las filas del pueblo trabajador. Para ello, la pieza clave es el Partido Comunista.
En este país, teníamos al Partido Comunista de España en el que muchos de nosotros hemos militado y del que reivindicamos con orgullo su gloriosa trayectoria. Esta trayectoria fue truncada por la erosión revisionista de la dirección del PCE a partir de los años 50. No pudimos salvarlo desde el interior, debido a las condiciones adversas de entonces: el imperialismo disfrutaba de una larga etapa de estabilidad tras la Segunda Guerra Mundial, el movimiento revolucionario internacional había entrado en un período de reflujo a partir del XX Congreso del PCUS y el fascismo nos forzaba a una clandestinidad que dificultaba el funcionamiento del centralismo democrático en el PCE. Entonces, las posibilidades de recuperación del Partido se desplazaron hacia fuera de las filas de la vieja organización. Se formaron diversas agrupaciones comunistas que combatieron el eurocomunismo, pero que, a la vez, incurrieron en desviaciones pequeñoburguesas de derecha o de “izquierda”.
La posterior recuperación del comunismo internacional y español coincide con el agravamiento de la crisis estructural del capitalismo, desde mediados de los 70 hasta hoy. Un primer éxito en esta recuperación fue el Congreso de Unidad de los Comunistas, celebrado en 1984 y del que nació el Partido Comunista de los Pueblos de España. Muy pronto, este partido sufrió la avalancha de propaganda anticomunista que acompañó a la contrarrevolución en los países socialistas de Europa Oriental. El PCPE fue capaz de superar esta prueba y lo hizo con sobresaliente: más revolucionario, más sólido y más firme que nunca.
El PCPE reúne hoy en día las condiciones necesarias para construir el partido de la revolución en España. La experiencia de Unión Proletaria pone de manifiesto que el PCPE trabaja realmente por la unidad comunista, sin sectarismo y con generosidad, como se va a ver de una manera cada día más clara. Aprovechamos esta tribuna para saludar la incorporación del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias, así como el proceso abierto entre la Unión de Jóvenes Comunistas de Madrid y los Colectivos de Jóvenes Comunistas. Y animamos a todos los demás militantes y organizaciones marxistas-leninistas a emprender su propio proceso de unificación con el PCPE. Aparte de esta cantera, el Partido se va a desarrollar saliendo al encuentro de los trabajadores y trabajadoras, llevándoles conciencia y propuestas de organización en la calle, en los centros de trabajo, en los sindicatos y en todas las asociaciones populares.
A continuación, el camarada Carmelo Suárez, Secretario General del Partido Comunista de los Pueblos de España, nos explicará en detalle las posiciones y los planes de trabajo de nuestro Partido.
¡Viva la lucha de la clase obrera!
¡Viva la unidad de los marxistas-leninistas!
¡Viva el PCPE!