Lenin contra el terrorismo individual
A finales de 1899, el movimiento obrero ruso hace poco que ha iniciado su andadura y crece, principalmente por medio de huelgas. En las filas del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) reina cierta confusión y división debido a la represión policial y la influencia de la tendencia “economicista” que predica el seguidismo del movimiento espontáneo de masas, renunciando a las tareas preparatorias de la revolución que corresponden a la organización de vanguardia. Lenin escribe entonces el Proyecto de programa de nuestro partido:
"…creemos que los medios de lucha deben ser justamente los que señala el grupo “Emancipación del Trabajo” (agitación, organización revolucionaria y paso, en el “momento oportuno”, a la ofensiva resuelta, que, en principio, no habrá que renunciar al empleo del terror), pero opinamos que en el programa de un partido obrero no cabe indicar los medios de lucha, que necesariamente debía recomendar, en 1885, el programa de un grupo de revolucionarios residentes en el extranjero. El programa debe dejar abierta la cuestión de los medios, y permitir a las organizaciones que luchan y a los congresos del partido, que son los que fijan su táctica, la elección de los medios. Es muy dudoso que las cuestiones tácticas puedan figurar en el programa (a excepción de las que tengan importancia de principio, como la demuestra actitud ante los demás grupos que luchan contra la autocracia). Los problemas tácticos, a medida que vayan surgiendo, se discutirán en el periódico del partido y se resolverán definitivamente en los congresos. Entre estos problemas figura también, a nuestro entender, el del terror. Los socialdemócratas deben necesariamente someter a discusión este problema (no desde el punto de vista de los principios, claro está, sino en el aspecto táctico), pues el desarrollo mismo del movimiento, de modo espontáneo, toma cada vez más frecuente los atentados contra los espías y más intensa la violenta indignación de los obreros y los socialistas, que ven cómo un número cada vez mayor de camaradas suyos muere en los calabozos y en lugares de destierro, víctima de las torturas. Para evitar equívocos, diremos ya ahora que, en nuestra opinión personal, en los momentos actuales el terror es un medio de lucha inadecuado, que el partido (como partido) debe rechazarlo (mientras no se produzca un cambio de la situación que exija un cambio de táctica) y concentrar todos sus esfuerzos en el fortalecimiento de la organización y distribución sistemática de materiales políticos. No es éste lugar para tratar el problema con más detalles."
En mayo de 1901, Lenin publica su importante artículo ¿Por dónde empezar?:
"(…) El problema del terror no es en absoluto un problema nuevo, y nos bastará recordar brevemente, a ese respecto, el punto de vista ya establecido de la socialdemocracia rusa.
En principio, nosotros nunca hemos renunciado ni podemos renunciar al terror. El terror es una de las formas de acción militar que puede ser perfectamente aplicable, y hasta indispensable, en un momento dado del combate, en un determinado estado de las fuerzas y en determinadas condiciones. Pero el problema reside, precisamente, en que ahora el terror no se propugna como una de las operaciones de un ejército en acción, como una operación estrechamente ligada a todo el sistema de lucha y coordinada con él, sino como un medio de ataque individual, independiente y aislado de todo ejército. Por otro parte, cuando careciendo de una organización revolucionaria central y siendo débiles las organizaciones locales, el terror no puede ser otra cosa. Ésta es la razón que nos lleva a declarar, con toda energía, que semejante medio de lucha, en las circunstancias actuales, no es oportuno ni adecuado a su fin; que sólo sirve para apartar a los militantes más activos de su verdadera tarea, de la tarea más importante desde el punto de vista de los intereses de todo el movimiento; que no contribuye a desorganizar a las fuerzas gubernamentales, sino a las revolucionarias. Recordad los últimos acontecimientos: ante nuestros ojos, grandes masa de obreros urbanos y de la "plebe" de las ciudades arden en deseos de lanzarse a la lucha, pero los revolucionarios carecen de un estado mayor de dirigentes y organizadores. Si en tales circunstancias, los revolucionarios más enérgicos pasan a la clandestinidad para dedicarse al terror, ¿no se corre con ello el riesgo de debilitar precisamente aquellos destacamentos de combate que son los únicos en los que se pueden cifrar esperanzas serias? ¿No amenaza esto con romper los lazos de unión existentes entre las organizaciones revolucionarias y las masas dispersa de descontentos que protestan y quieren luchar, pero que son débiles precisamente porque están dispersos? Y sin embargo, esos lazos de unión son la única garantía de nuestro éxito. Está muy lejos de nuestro pensamiento el querer negar todo valor a los golpes aislados llevados a cabo con heroísmo, pero es nuestro prevenir con toda energía contra el excesivo entusiasmo por el terror, contra la tendencia de considerarlo como procedimiento de lucha principal y fundamental, cosa hacia la que tanto se inclinan muchísimos en el momento actual. El terror nunca será una acción militar de carácter ordinario: en el mejor de los casos sólo puede ser considerado como uno de los medios para el asalto decisivo. Cabe preguntarse: ¿podemos nosotros, en el momento actual, llamar a semejante asalto? Rabócheie Dielo, por lo visto, cree que sí. Al menos exclama: "¡Formen columnas de asalto!" Pero también esto es un desatino. La masa principal de nuestras fuerzas de combate son los voluntarios y los insurrectos. Como ejército regular, no tenemos más que con unos cuantos pequeños destacamentos, y aún éstos sin movilizar; sin relación entre sí, destacamentos que ni siquiera saben, en general, formar columnas militares, y menos aún columnas de asalto. En tales circunstancias, para todo aquel que sea capaz de abarcar con la mirada las condiciones generales de nuestra lucha, sin dejar de tenerlas presentes en cada “viraje” de la marcha histórica de los acontecimientos, debe ser claro que nuestra consigna en el momento actual no puede ser "ir al asalto", sino "organizar debidamente el asedio de la fortaleza enemiga". En otras palabras: la tarea inmediata de nuestro partido no debe ser la de llamar al ataque, ahora mismo, a todas las fuerzas con que cuenta, sino llamarlas a constituir una organización revolucionaria capaz de unificar todas las fuerzas y de dirigir el movimiento no sólo de palabra, sino de hecho, es decir, que esté lista para apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y fortalecer los efectivos que han de utilizarse para el combate decisivo."
En ¿Qué hacer?, su obra fundamental para la puesta en pie de un verdadero partido proletario revolucionario, Lenin plantea lo siguiente:
"Los economistas [espontaneístas-sindicalistas-reformistas] y los terroristas contemporáneos tienen una raíz común, a saber: el culto a la espontaneidad, del que hemos hablado en el capítulo precedente como de un fenómeno general y que ahora examinamos bajo el aspecto de su influencia en el terreno de la actividad política y de la lucha política. A primera vista nuestra afirmación podría parecer paradójica: tan grande parece la diferencia entre la gente que subraya la “lucha cotidiana y gris” y la gente que preconiza la lucha más abnegada, la lucha del individuo aislado. Pero esto no es una paradoja. Los economistas y los terroristas rinden culto a dos polos diferentes de la corriente espontánea: los economistas, a la espontaneidad del “movimiento netamente obrero”, y los terroristas, a la espontaneidad de la indignación más ardiente de los intelectuales, que no saben o no tienen la posibilidad de ligar el trabajo revolucionario al movimiento obrero para formar un todo. A quien hayan perdido por completo la fe en esta posibilidad, o nunca la haya tenido, le es realmente difícil encontrar para su sentimiento de indignación y para su energía revolucionaria otra salida que el terror. (…)La actividad política tiene su lógica, que no depende de la conciencia de los que, con las mejores intenciones del mundo, exhortan o bien al terror o bien a imprimir un carácter político a la lucha económica misma. De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, y en el caso presente las buenas intenciones no bastan a salvar del apasionamiento espontáneo por “la línea del menor esfuerzo”…
Svoboda [pequeñoburgueses socialistas-revolucionarios] hace propaganda del terror como medio para “excitar” el movimiento obrero e imprimirle un “fuerte impulso”. ¡Es difícil imaginarse una argumentación que se refute a sí misma con mayor evidencia! Cabe preguntar si es que existen en la vida rusa tan pocos abusos, que aún falta inventar medios “excitantes” especiales. Y, por otra parte, si hay quien no se excita ni es excitable ni siquiera por la arbitrariedad rusa, ¿no es acaso evidente que seguirá contemplando también el duelo entre el gobierno y un puñado de terroristas sin que nada le importe un comino? Se trata justamente de que las masas obreras se excitan mucho por las infamias de la vida rusa, pero nosotros no sabemos reunir, si es posible expresarse de este modo, y concentrar todas las gotas y arroyuelos de la excitación popular que la vida rusa destila en cantidad inconmensurablemente mayor de lo que todos nosotros nos figuramos y creemos y que hay que reunir precisamente en un solo torrente gigantesco. Que es una tarea realizable lo demuestra de un modo irrefutable el enorme crecimiento del movimiento obrero, así como el ansia de los obreros, señalada más arriba, por la literatura política. Pero los llamamientos al terror, así como los llamamientos a que se imprima a la lucha económica misma un carácter político, representan distintas formas de esquivar el deber más imperioso de los revolucionarios rusos: organizar la agitación política en todos sus aspectos. (…) …tanto los terroristas como los economistas subestiman la actividad revolucionaria de las masas… Además, unos se precipitan en busca de “excitantes” artificiales, otros hablan de “reivindicaciones concretas”. Ni los unos ni los otros prestan suficiente atención al desarrollo de su propia actividad en lo que atañe a la agitación política y a la organización de las denuncias políticas. Y ni ahora ni en ningún otro momento se puede sustituir esto por nada. (…)
Unos comenzaron a decir que la masa obrera no había planteado aún ella misma tareas políticas tan amplias y tan combativas como las que le “imponían” los revolucionarios, que debe luchar todavía por reivindicaciones políticas inmediatas, sostener “una lucha económica contra los patronos y el gobierno” (y a esta lucha "accesible" al movimiento de masas corresponde, naturalmente, una organización "accesible" incluso a la juventud menos preparada). Otros, alejados de todo "gradualismo", comenzaron a decir que se podía y se debía “hacer la revolución política”, pero que, para eso, no había necesidad alguna de crear una fuerte organización de revolucionarios que educara al proletariado en una lucha firme y empeñada; que para eso era suficiente que empuñáramos todos el garrote ya conocido y “accesible”. Hablando sin alegorías: que organizásemos la huelga general o estimulásemos el proceso del movimiento obrero, “dormido”, con un “terror excitante”. Ambas tendencias, la oportunista y la “revolucionista”, capitulan ante los métodos primitivos de trabajo imperantes, no tiene fe en la posibilidad de librarse de ellos, no comprenden nuestra primera y más urgente tarea práctica: crear una organización de revolucionarios capaz de dar a la lucha política energía, firmeza y continuidad.
…nuestra “táctica-plan” consiste en rechazar el llamamiento inmediato al asalto, en exigir que se organice “debidamente el asedio de la fortaleza enemiga” o, dicho en otros términos, en exigir que todos los esfuerzos se dirijan a reunir, organizar y movilizar un ejército regular. (…)
Precisamente porque “la multitud no es nuestra” es insensato e indecoroso dar gritos de “asalto” inmediato, ya que el asalto es un ataque de un ejército regular y no una explosión espontánea de la multitud. Precisamente porque la multitud puede arrollar y desalojar al ejército regular, necesitamos sin falta que toda nuestra labor de “organización rigurosamente sistemática” del ejército regular “marche a la par” con el auge espontáneo, porque cuanto más “consigamos” esta organización tanto más probable es que el ejército regular no sea arrollado por la multitud, sino que se ponga delante de ella, a su cabeza. Nadiezhdin se confunde, porque se imagina que este ejército sistemáticamente organizado se ocupa de algo que lo aparta de la multitud, mientras que, en realidad, éste se ocupa exclusivamente de una agitación política múltiple y general, es decir, justamente de la labor que aproxima y funde en un todo la fuerza destructora espontánea de la multitud y la fuerza destructora consciente de la organización de revolucionarios. La verdad es que vosotros, señores, cargáis al prójimo las faltas propias, pues precisamente el grupo Svoboda, al introducir en el programa el terror, exhorta con ello a crear una organización de terroristas, y una organización así distraería realmente a nuestro ejército de su aproximación a la multitud que, por desgracia, no es aún nuestra y, por desgracia, no es aún nuestra, y por desgracia, no nos pregunta aún, cuándo y cómo hay que romper las hostilidades."
Advertirá el lector que, aquí y ahora, esas dos tendencias aparentemente opuestas pero igual de erróneas se presentan a los jóvenes revolucionarios como las dos únicas opciones posibles (con la ayuda inestimable del enemigo burgués y su aparato de propaganda) y, hasta ahora, han tenido un rotundo éxito en su empeño contrarrevolucionario. Esperemos que tanta sangría termine pronto, y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que así sea.
En 1902, el movimiento obrero ruso está desarrollándose a buen ritmo, sobre todo mediante manifestaciones y huelgas, aunque todavía no ha alcanzado el nivel insurreccional. El POSDR centra su actividad en los preparativos de la revolución armada mediante la educación política del proletariado y los oprimidos (denuncias, agitación y propaganda, hojas volantes, periódico revolucionario, etc.). En ese momento, el revolucionario pequeñoburgués (campesino) –llamado “socialista revolucionario”, preconiza el terrorismo como método de preparación de la revolución. Lenin, que observa con preocupación que tal planteamiento está arrastrando a los sectores más inestables del partido, se ve obligado a escribir Por qué la socialdemocracia debe declarar una guerra decidida y sin cuartel a los socialistas revolucionarios:
"(…) 6º) Porque los socialistas revolucionarios, al preconizar en su programa el terrorismo y difundirlo como medio de lucha política en su forma actual, causan un daño gravísimo al movimiento, destruyendo los nexos indisolubles entre la labor socialista y la masa de la clase revolucionaria. Ninguna afirmación verbal, ningún juramento pueden refutar el hecho incontrovertible de que el terrorismo actual, tal como lo aplican y lo predican los socialistas revolucionarios, no tiene la menor relación con el trabajo entre las masas, ni está en contacto con ellas; que para llevar a cabo actos terroristas una organización de partido distrae a nuestras fuerzas organizativas, ya de por sí muy escasas, de su difícil tarea de organizar un partido obrero revolucionario, tarea que dista mucho de esta ya lograda; que en la práctica, el terrorismo de los socialistas revolucionarios no es otra cosa que el combate individual, método que ha sido enteramente condenado por la experiencia histórica. Hasta los socialistas extranjeros comienzan a desconcertarse ante esa estrepitosa propaganda del terrorismo que realizan a hora nuestros socialistas revolucionarios. Y entre las masas obreras rusas esta propaganda siembra la nociva ilusión de que el terrorismo “obliga a la gente a pensar políticamente, aunque sea contra su voluntad” (Revolutsiónaia Rossía, num. 7, pág. 4) de que el terrorismo “es más capaz de convertir… a miles de personas en revolucionarios y de inculcarles el sentido [!!] de sus actos, que meses y meses de propaganda verbal”, de que se puede “infundir nuevas energías a los que vacilan, a los desalentados, a los que se sienten derrotados por el lamentable desenlace de muchas manifestaciones” (ibíd.), etc. Estas nocivas ilusiones sólo pueden conducir a un rápido desengaño y debilitar la labor destinada a preparar el asalto de las masas contra la autocracia."
A mediados de 1903, entre los Proyectos de resoluciones para el II Congreso del POSDR, Lenin propone el siguiente “Proyecto de resolución sobre el terrorismo”:
"El Congreso rechaza con toda energía el terrorismo, es decir, el sistema de asesinatos políticos individuales, por ser un método de lucha política que en los momentos actuales resulta particularmente contraproducente, porque aparta a las mejores fuerzas de la labor urgente y perentoria de organización y propaganda, destruye los vínculos entre los revolucionarios y las masas de las clases revolucionarias, y entre la población en general, las más falsas ideas acerca de los objetivos y los métodos de la lucha contra la autocracia."
En su muy importante trabajo Carta a un camarada sobre nuestras tareas de organización (que se publicaría en 1904, ¡tan solo un año antes del estallido revolucionario de 1905!), Lenin inserta la siguiente nota:
"Debemos lograr que los obreros comprendan que si bien matar a los espías, provocadores y traidores puede ser, a veces, como es natural, absolutamente inevitable, resultaría muy inconveniente y equivocado convertir esto en sistema, y que debemos tender a crear una organización que, al desenmascararlos y perseguirlos, volverá inocuos a los espías. Será imposible que nos desembaracemos de todos, pero podemos y debemos crear una organización que les siga la pista y eduque a la masas obrera."
Un poco más adelante, escribe Sobre las tareas del movimiento socialdemócrata:
"(…) Cuando el movimiento revolucionario se extiende a las clases verdaderamente revolucionarias del pueblo: más aún, cuando crece no sólo en profundidad sino también en extensión, y promete convertirse muy pronto en una fuerza invencible, al gobierno le resulta ventajoso provocar a los mejores revolucionarios para que se lancen a perseguir a los mediocres cabecillas de la más escandalosa violencia. Pero no debemos dejarnos provocar. No debemos perder la cabeza ante los primeros estallidos del estruendo verdaderamente revolucionario del pueblo, ni entregarnos a todos los excesos y arrojar por la borda, para aliviar nuestra mente y nuestra conciencia, toda la experiencia de Europa y Rusia, todas las convicciones socialistas más o menos definidas, toda pretensión de una táctica basada en los principios, y no aventura. (…) Nuestra respuesta a los intentos de pervertir a las masas y provocar a los revolucionarios no debe darse en un “programa” que abriría las puertas de par en par a los más funestos errores anteriores y a nuevas vacilaciones ideológicas, o en una táctica que acentuaría el aislamiento de los revolucionarios con respecto a las masas, que es la fuente principal de nuestra debilidad, de nuestra incapacidad para iniciar desde ahora una lucha revolucionaria. Debemos contestar afianzando los vínculos entre los revolucionarios y el pueblo; y en nuestra tiempo tales vínculos no pueden crearse de otro modo que desarrollando y fortaleciendo el movimiento obrero socialdemócrata. Sólo el movimiento de la clase obrera levanta a la clase realmente revolucionaria y de vanguardia…"
A finales del año, publica Nuevos acontecimientos y viejos problemas:
"… entre nuestros intelectuales –de orientación revolucionaria, pero sin vínculos asiduos ni sólidos con la clase obrera, y cuyas convicciones socialistas definidas se asientan sobre recios fundamentos- han comenzado sin embargo a levantarse numerosas voces que expresan abatimiento y falta de fe en el movimiento obrero de masas por una parte, y por la otra preconizan la necesidad de volver a la vieja táctica de los asesinatos políticos individuales, como método de lucha política indispensable y obligado en los momentos actuales. En los pocos meses transcurridos desde los días de las manifestaciones de la temporada pasada, ha alcanzado ya a formarse entre nosotros el “partido” “socialistas revolucionario”, el cual comenta en voz alta que las manifestaciones ejercen un efecto desmoralizador, que “el pueblo, ¡ay!, no marcha bastante de prisa”, que es fácil, naturalmente, hablar y escribir acerca del armamento de las masas, pero que ahora hace falta aferrarse a la “resistencia individual”, sin desentenderse de la apremiante necesidad del terrorismo individual con gastados llamamientos a la eterna tarea (¡tan aburrida y “desprovista de interés” para los intelectuales libres de fe “dogmática” en el movimiento obrero!) de desplegar la agitación entre las masas del proletariado y organizar el asalto de las masas.
Pero he aquí que en Rostov del Don estalla una de las huelgas que a primera vista parece más corriente y “cotidiana”, y da pie a acontecimientos que muestran con claridad cuán absurdo y perjudicial es el intento de los socialistas revolucionarios de restaurar el movimiento de “Naródnaia Volia” [La Voluntad del Pueblo, grupo terrorista], con todos sus errores teóricos y tácticos. La huelga, que arrastró a miles de obreros y que había comenzado con reivindicaciones puramente económicas, no tardó en convertirse en un acontecimiento político, pese a la escasa participación de las fuerzas revolucionarias organizadas. Muchedumbres populares que llegan, según el testimonio de algunos participantes, a 20 ó 30 mil personas, realizan concentraciones políticas asombrosas por su seriedad y organización, en las que se leen y comentan con verdadera avidez las proclamas socialdemócratas, se pronuncian discursos políticos, los representantes más fortuitos e improvisados del pueblo trabajador explican las verdades más elementales del socialismo y de la lucha política, y se dan lecciones prácticas y “objetivas” sobre cómo comportarse con los soldados y cómo dirigirse a ellos. Las autoridades y la policía pierden la cabeza (¿tal vez, en parte, porque no confían en los soldados?) y durante varios días son impotentes para impedir que se organicen en las calles asambleas políticas de masas como jamás las había conocido Rusia. Y cuando, por último, entre en acción la fuerza militar, las masas le oponen porfiada resistencia, y la muerte de un camarada provoca el día siguiente una manifestación política que acompaña a su cadáver… Pero los socialistas revolucionarios ven quizá las cosas bajo una luz distinta, y desde su punto de vista tal vez habría sido “más eficaz” que los seis camaradas que cayeron en Rostov hubieran entregado su vida en atentados contra tales o cuales tiranos policiales.
Por nuestra parte, pensamos que sólo merecen el nombre de actos verdaderamente revolucionarios y capaces de infundir verdadero aliento a cuantos luchan por la revolución rusa, los movimientos de masas en los cuales el ascenso de la conciencia política y de la actividad revolucionaria de la clase obrera resulta patente para todos. No vemos en ello la tan cacareada “resistencia individual”, cuyos nexos con las masas se reducen a declaraciones verbales, sentencias escritas, etc. Vemos la auténtica resistencia de las masas, y el grado de desorganización y de improvisación, el carácter espontáneo de esta resistencia, nos recuerdan cuán poco juicioso es empeñarse en exagerar las propias fuerzas revolucionarias, cuán criminal el menospreciar la tarea de mejorar cada vez más la organización y preparación de esa masa que realmente está luchando ante nuestros propios ojos. La única tarea de digna de un revolucionario es aprender a elaborar, utilizar, tomar en sus manos el material que brinda sobradamente la realidad de Rusia, en lugar de disparar unos cuantos tiros para crear pretextos que estimulen a las masas y motivos para la agitación y la reflexión políticas. Los socialistas revolucionarios no se cansan de alabar el gran efecto “agitativo” de los asesinatos políticos, acerca de los cuales cuchichean a todas horas en las tertulias liberales y en las tabernas de la gente sencilla del pueblo. Para ellos, es poca cosa (¡ya sabemos que están libres de todos los estrechos dogmas de cualquier teoría socialista definida!) sustituir la educación política del proletariado (o por lo menos complementarla) por las sensación política. Por nuestra parte, sólo consideramos capaces de ejercer una acción real y seriamente “agitativa” (estimulante), y no sólo estimulante, sino también (cosa mucho más importante), educativa, los acontecimientos que protagoniza la propia masa, que nacen de los sentimientos y estados de ánimo de esta, y no son puestos en escena “con una finalidad especial” por tal o cual organización. Pensamos que cien asesinatos de zares juntos no producirán jamás un efecto tan estimulante y educativo como la participación de decenas de miles de obreros en concentraciones para discutir sus intereses vitales y la relación de éstos con la política, como esta participación en la lucha, que de veras pone en pie a nuevas y nuevas capas “vírgenes” del proletariado, elevándolas a una vida política más consciente, a una lucha revolucionaria más amplia. Se nos habla de la desorganización del gobierno (que se ha visto forzado a sustituir a los señores Sipiaguin por los señores Pleve, y a “reclutar” a su servicio a los peores rufianes), pero estamos persuadidos de que sacrificar un solo revolucionario, aunque sea a cambio de diez rufianes, sólo equivale a desorganizar nuestras propias filas, ya de por sí escasas, tan escasas, que no dan abasto para todo el trabajo que de ellas “demandan” los obreros. Creemos que lo que verdaderamente desorganiza al gobierno son sólo aquellos casos en que las amplias masas verdaderamente organizadas por la misma lucha hacen que el gobierno se desconcierte, en que la gente de la calle comprende la legitimidad de las reivindicaciones presentadas por la vanguardia de la clase obrera, y en que comienza a comprender inclusive una parte de las tropas llamadas a “pacificar” a los revolucionarios; en que las acciones militares contra decenas de miles de hombres del pueblo van precedidas por vacilaciones de las autoridades, quienes carecen de posibilidades efectivas de saber a donde conducirán esas acciones militares; en que la masa ve y siente en quienes caen en el campo de batalla de la guerra civil a sus hermanos y camaradas, y acumula nuevas reservas de odio y anhela nuevos y más decisivos encuentros con el enemigo. Aquí no es ya un rufián determinado, sino todo el régimen el que aparece como enemigo del pueblo, contra el cual se alzan, pertrechados con todas sus armas, las autoridades locales y las de Petersburgo, la policía, los cosacos y las tropas, para no hablar de los gendarmes y los tribunales que, como siempre, complementan y coronan toda insurrección popular.
La insurrección, sí. Aunque el comienzo de lo que parecía ser un movimiento huelguístico en una alejada ciudad provincial distaba mucho de ser una “auténtica” insurrección, su continuación y su final traen involuntariamente a la mente la idea de una insurrección. El carácter trivial de los motivos que desencadenaron la huelga, y la pequeñez de las reivindicaciones presentadas por los obreros, no sólo proporcionan particular relieve a la poderosa fuerza que representa la solidaridad del proletariado –el cual en seguida se dio cuenta de que la lucha de los obreros ferroviarios era su causa común-, sino también a su capacidad de asimilar las ideas políticas y la propaganda política, y su disposición a defender con sus pechos, en abierto combate con las tropas, el derecho a una vida libre y a un libre desarrollo, que se ha convertido ya en patrimonio común y elemental de todos los obreros que reflexionan. El comité del Don tenía razón mil veces cuando declaraba la proclama “A todos los ciudadanos”, cuyo texto reproducimos más abajo, que la huelga de Rostov era el comienzo de la ofensiva general de los obreros rusos que exigían la libertad política. Ante acontecimientos de esta naturaleza comprobamos en verdad que la insurrección armada de todo el pueblo contra el gobierno autocrático va madurando no sólo como idea en la mente y en el programa de los revolucionarios, sino también como el paso siguiente, inevitable, natural y práctico del movimiento mismo, como resultado de la creciente indignación, de la creciente experiencia y la creciente audacia de las masas, a quienes la realidad rusa se encarga de suministrar tan valiosas enseñanzas, tan magnífica educación.
Paso inevitable y natural, he dicho, y me apresuro a añadir: siempre que no nos permitamos apartarnos ni un paso de la tarea urgente de ayudar a estas masas, que van poniéndose ya de pie, a actuar con más audacia y más unidas; de suministrarles, no dos, sino docenas de oradores de calle y dirigentes; de crear una auténtica organización de combate capaz de orientar a las masas, y no una supuesta “organización de combate” que oriente (suponiendo que oriente a alguien) a la individualidades inaprehensibles. Es indiscutible que se trata de una tarea difícil, hay que decirlo, pero podemos con entra justicia adaptar las palabras de Marx, que tantas veces y con tan poco fortuna se cita en los últimos tiempos, y afirmar: “Cada paso de movimiento real vale por docenas” de atentados y resistencias individuales, es más importante que ciento de organizaciones y “partidos” puramente intelectuales."
A principios de 1905, con la insurrección armada del pueblo a punto de estallar, Lenin escribe lo siguiente en su artículo La autocracia y el proletariado:
"Hay que distinguir entre las causas profundas, que originan de un modo inevitable e incontenible -y con fuerza cada vez mayor a medida que pasa el tiempo- la oposición y la lucha contra la autocracia, y los pequeños motivos determinantes de una pasajera agitación liberal. Las causas profundas provocan movimientos populares hondos, poderosos y tenaces. Los pequeños motivos son, a veces, un cambio de personas en el gabinete ministerial, o los habituales intentos del gobierno, de pasar por breve tiempo a la política “de la zorra astuta”, después de un acto de terrorismo. Es indudable que el asesinato de Pleve [ministro del interior y sanguinario represor ejecutado por un socialista revolucionario de izquierda] costó a la organización terrorista tremendos esfuerzos e implicó una larga preparación. Y el éxito mismo de este acto terrorista destaca en forma más notable la experiencia de toda la historia del movimiento revolucionario en Rusia, que nos previene contra métodos de lucha como el terror. El terrorismo ruso ha sido y sigue siendo un método de lucha específicamente intelectualista. Y por mucho que se nos diga en cuanto a la importancia del terror, no en sustitución del movimiento del pueblo, sino combinado con él, los hechos demuestran de manera irrefutable que, en nuestro país, los asesinatos políticos individuales nada tienen que ver con las acciones violentas de una revolución popular. En la sociedad capitalista un movimiento de masas sólo es posible como movimiento de clase de los obreros. En Rusia, este movimiento se desarrolla de acuerdo con sus leyes propias e independientes, sigue su propio camino, se ahonda y se extiende, y pasa de la calma pasajera a un nuevo ascenso. La marea liberal, en cambio, sube y baja en estrecha relación con el estado de ánimo de los diferentes ministros, cuyo remplazo es acelerado por las bombas. Por eso, nada tiene de extraño que en nuestro país se registren .con tanta frecuencia manifestaciones de simpatía hacia el terrorismo entre los representantes radicales (o que muestran una actitud radical) de la oposición burguesa. Tampoco tiene nada de extraño que entre los intelectuales revolucionarios se entusiasmen con el terrorismo (por mucho tiempo o por un instante) quienes no creen en la vitalidad y la fuerza del proletariado ni en la lucha de clase del proletariado."
Después del Domingo Sangriento (9 de enero) e iniciada la insurrección, Lenin explica en su artículo Un acuerdo de lucha para la insurrección:
"El terrorismo de la intelectualidad y el movimiento obrero de masas aparecían separados lo cual hacía que ambos carecieran de la fuerza necesaria. Precisamente esto es lo que siempre dijo la socialdemocracia revolucionaria. Y por ello luchó siempre, no sólo contra el terrorismo, sino también contra la propensión al terrorismo que más de una vez revelaron los representantes del ala intelectual de nuestro partido. Por ello se manifestaba la vieja Iskra contra el terrorismo cuando publicaba en el núm. 48: “La lucha terrorista a la manera antigua era la forma más arriesgada de la lucha revolucionaria, y los hombres que la practicaban tenían fama de ser combatientes intrépidos y abnegados […] Pero ahora que las manifestaciones se convierten en una resistencia abierta contra el poder público […] el viejo terrorismo ha dejado de ser un método de lucha que requiera una valentía excepcional […] El heroísmo ha salido ahora a la plaza pública: los verdaderos héroes de nuestro tiempo son, hoy, los revolucionarios que se colocan a la cabeza de la masa del pueblo que se ha rebelado contra sus opresores […] El terrorismo de la gran evolución francesa […] comenzó el 14 de julio de 1789, con la toma de la Bastilla. Su fuerza era la fuerza del movimiento revolucionario del pueblo […] Ese terrorismo no surgió porque la gente se sintiera decepcionada de la fuerza del movimiento de masas, sino, al contrario, porque creía inconmoviblemente en su fuerza […] La historia de ese terrorismo es extremadamente aleccionadora para los revolucionarios rusos.
¡Sí, una y mil veces sí! La historia de ese terrorismo es extraordinariamente aleccionadora. Y también lo son las citas tomadas de Iskra, procedentes de año y medio atrás. Estas citas nos exponen en toda su magnitud las ideas a que podrían llegar también los socialistas-revolucionarios bajo la influencia de las enseñanzas revolucionarias. Nos recuerdan la importancia de la fe en el movimiento de masas; nos recuerdan la firmeza revolucionaria que sólo se logra mediante la consecuencia en los principios y que es lo único que puede precavernos contra las “decepciones” producidas. Por una prolongada paralización aparente del movimiento. Ahora, después del 9 de enero, resulta imposible a primera vista, sentirse “decepcionados” del movimiento de masas. Pero sólo es a primera vista. Hay que distinguir entre la “fascinación” momentánea producida por el admirable heroísmo de la masas, y la convicción firme y profundamente meditada que une en forma indisoluble toda la actividad del partido con el movimiento de masas, dada la fundamental importancia que se asigna al principio de la lucha de clases. No debe olvidarse que el movimiento revolucionario, por elevado que sea el nivel que pueda haber alcanzado después del 9 de enero, tendrá que recorrer todavía muchas etapas hasta que nuestros partidos socialistas y democráticos resurjan sobre nuevas bases en una Rusia libre. Y debemos saber mantener en alto, a lo largo de todas estas etapas y a través de todas estas vicisitudes de la lucha, los vínculos indisolubles entre la socialdemocracia y la lucha de clases del proletariado, y velar para que dichos vínculos se fortalezcan y afiancen continuamente.
(…) El asesinato de Serguei [gran príncipe, tío del zar y ultrareaccionario, ajusticiado por un socialistas revolucionario], llevado a cabo en Moscú el 17 (4) de febrero, cuya noticia telegráfica acaba de recibirse, es, evidentemente, un acto terrorista de la vieja escuela. Los pioneros de la lucha armada aún no han sido absorbidos por las filas de la masa excitada. No cabe duda de que fueron esos pioneros los que en Moscú arrojaron bombas contra Serguei, en los momentos en los que la masas (en Petersburgo) sin pioneros, sin armas, sin mandos ni estado mayor revolucionarios, “se lanzaba con furiosa ira contra la afiladas puntas de las bayonetas”, … El divorcio del que hablamos más arriba sigue existiendo, y la ineficacia del terrorismo individual, intelectualista, se percibe con tanta mayor claridad, pues ahora todo el mundo se da cuenta de que “la masas se ha puesto a la altura de los héroes individuales, de que ha despertado en ella el heroísmo de masa”…"
Por los mismos días, Lenin escribe así en su artículo ¿Debemos organizar la revolución?:
"(…) Armar al pueblo con la ardiente necesidad de armarse constituye una tarea permanente y general de la socialdemocracia, valedera siempre y en todas partes, y lo mismo es aplicable en Japón que en Inglaterra, en Alemania tanto como en Italia. Dondequiera que existan clases oprimidas y en lucha contra la explotación, la propaganda socialista las pertrecha siempre, y ante todo, con la ardiente necesidad de armarse, y esta “necesidad” existe ya cuando se inicia el movimiento obrero. La socialdemocracia sólo tiene la misión de convertir en ardiente necesidad en una necesidad consciente, para que quienes la sienten reconozcan la necesidad de organizarse y actuar de acuerdo con un plan y aprendan a tomar en cuenta toda la situación política. Fíjese, por favor, señor redactor de Iskra, en cualquier mitin de los obreros alemanes: vea qué odio, digamos contra la policía, enciende los rostros, qué sarcasmos henchidos de ira menudean, cómo se cierran los puños. Pues bien, ¿cuál es la fuerza que refrena a esta ardiente necesidad de acabar inmediatamente con los burgueses y sus lacayos, que se burlan del pueblo? Es la fuerza de la organización y de la disciplina, la fuerza de la conciencia, la conciencia de que los asesinatos individuales carecen de sentido, de que aún no ha sonado la hora de la lucha popular revolucionaria seria, de que no se da todavía la coyuntura política propicia. Por eso los socialistas en esas circunstancias, no dicen ni dirán jamás al pueblo: ¡consigan armas!, pero en cambio lo pertrechan y pertrecharán siempre (de otro modo no serían socialistas, sino vacuos charlatanes) con la ardiente necesidad de armarse y de atacar al enemigo. Pero las condiciones actuales de Rusia son diferentes de las circunstancias de labor cotidiana que acabamos de mencionar. Por lo tanto, los socialdemócratas revolucionarios que hasta ahora jamás gritaron ¡a las armas!, pero que siempre procuraron pertrechar a los obreros con la ardiente necesidad de armarse; por lo tanto, todos los socialdemócratas revolucionarios han lanzado ahora la consigna de ¡a las armas!, siguiendo la iniciativa de los obreros revolucionarios. (…)"