Extraído de la Página web del PCE (r): Antorcha
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(Sección "Documentos", apartado "Guerra de guerrillas")
Entre dos fuegos
M.P.M. (Arenas)
Folleto publicado en setiembre de 1984
Sumario:
— Introducción
— Apostamos por el futuro
— La guerra particular de Peña
— Una fantasmada
— La línea ‘masista’ y la lucha del Partido por la conquista de las masas
— Sabotaje y saboteadores
— Una ley y un decantamiento
— Guerra de clases por la liberación social y nacional
— Obreros utópicos y burgueses realistas
— Un esbozo y algo más
— Estrategia defensiva y táctica ofensiva
— La transformación de la guerra prolongada en insurrección general
— Cerco y contracerco
Introducción
El trabajo Entre dos fuegos fue terminado de redactar por nuestro Secretario General el 6 abril de 1983, en la prisión de alta seguridad de Herrera de la Mancha. En él se recogían en forma polémica las tesis que viene defendiendo el PCE(r) en relación al problema de la estrategia de la lucha armada en España y sobre la organización de la insurrección armada popular.
Sobre este particular se han escrito varios artículos y folletos que resumen las experiencias de la lucha obtenida por el PCE(r) en el curso de los últimos años, pero en ninguno de esos trabajos, como era lógico, podían abordarse esos temas de forma tan completa y sistemática. Fue precisa una lucha prolongada, mil veces dura y de una complejidad extraordinaria, para poder ver con toda claridad y dejar bien sentadas toda una serie de ideas que antes sólo habían podido ser apuntadas. De este modo, la práctica vino a corroborar, en unos casos, y a enriquecen y matizar, en otros, lo que en un principio no era más que una aproximación teórica al tema realizada en base a los clásicos del marxismo-leninismo y a una experiencia política limitada.
La Respuesta a una crítica acerca de la guerra revolucionaria, redactada por el camarada Peña, despertó un enorme interés en el seno del Partido por cuanto recogía, de forma seria y razonada, una de las pocas críticas de este tipo que se hicieron a las posiciones teóricas y a toda la trayectoria política y práctica del Partido y del movimiento de resistencia. El escrito de Peña se presentaba como una respuesta a la crítica hecha al folleto que lleva el titulo La guerra revolucionaria que nos fue remitida por el camarada Lari, y si bien es justo reconocer que en la primera parte de su respuesta, Peña sale al paso de los argumentos que esgrime Lari contra las tesis expuestas en el referido folleto, el resto de su trabajo -más de las dos terceras partes- se puede decir que no tienen otra finalidad que refutar las mismas tesis que al principio parece defender, y proponer, a cambio de éstas, las suyas propias. De manera que nos hallamos ante un fuego cruzado: de una parte la critica de Lari, de otra la de Peña. En esta discusión, ¿de qué parte está la razón: de parte del camarada Lari, de la de Peña o de la nuestra? Es lo que vamos a comprobar.
Toda la crítica del camarada Lari se puede resumir en unas pocas palabras: su empeño está puesto en demostrar la ausencia de leyes en las guerras modernas, en general, y en las guerras revolucionarias en particular: Comenzando, pues, por Clausewitz, hay que decir que lo verdaderamente importante en él es el principio de que la guerra es la continuación de la política por, otros medios, precisamente por los medios violentos. Aparte de esto, Lari no concede mayor importancia a la teoría de la guerra, e incluso ese mismo principio clausewitziano lo interpreta de un modo restrictivo, puesto que, viene a decir, dada la complejidad de las guerras y la frecuencia con que éstas se transforman en política y la política en guerras es absurdo, en nuestros días, pretender establecer ningún principio o ley que permita al Partido arrojar, siquiera sea, un poco de luz sobre ese caos, intentar descifrar lo indescifrable y poder conducir así, en el menor tiempo y costo humano posible, ese fenómeno que es la guerra.
Hoy -afirma Lari- la interacción recíproca entre guerra y política hace que la misma noción de guerra se encuentre difuminada, ya que las guerras no se inician con una declaración formal de las mismas ni terminan con la firma de los acuerdos de paz, ya que éstos ni existen muchas veces. De ahí a considerar que lo que no existe realmente es la guerra como tal, no hay más que un paso. Pero como resulta que la guerra, con todos sus horrores, está ahí, es un hecho cotidiano que transforma la vida de los pueblos y sacude la conciencia de centenas de millones de trabajadores, necesita ser explicada, siquiera sea en sus leyes más generales, y eso en interés de esos mismos trabajadores y como condición indispensable para poner fin a todas ellas. Precisamente, esa interacción recíproca que hoy se observa con toda nitidez entre guerra y política, el hecho de que éstas no comiencen ni acaben con declaraciones formales, sólo demuestra una cosa, a saber: que la mayor parte de las guerras de nuestros días, sea la del Líbano, la de Namibia o la del Salvador, no pueden ser catalogadas ni medidas por los viejos patrones. De manera que si enfocamos la cuestión desde este punto de vista, inmediatamente caeremos en la cuenta de que lo único que aparece realmente difuminado es la vieja noción de guerra. Efectivamente, la noción de guerra no parece estática, sino que, al igual que todas las cosas y fenómenos, se desarrolla y transforma a medida que van apareciendo nuevos tipos de guerras. Con arreglo a esto es lógico también que nazca y se desarrolle una nueva concepción de la guerra y una nueva estrategia. Para nosotros, esta nueva estrategia no es otra que la Guerra Popular Prolongada, que es lo que trata de negar en su escrito el camarada Lari.
¿Destruyeron las intervenciones yanquis en Nicaragua y Guatemala las fuerzas revolucionarias? -pregunta con una candidez estremecedora- ¿lograron la paz realmente o únicamente prolongaron la guerra bajo nuevas formas? Lo mismo podemos decir de la Guerra Nacional Revolucionaria en España: no trajo la paz ni la destrucción de las fuerzas revolucionarias, ya que la lucha prosiguió en forma de guerrilla hasta mediados de los años sesenta en que aparece y se generaliza nuevamente bajo la forma de guerrilla urbana. Y bien, ¿qué viene a demostrar Lari con esta larga perorata? Como acabamos de ver, justo lo contrario de lo que pretendía, o sea, la existencia de una Guerra Popular Prolongada en todos esos países que ha mencionado, incluida España. De sus mismas palabras se desprende que, no obstante la considerable superioridad de fuerzas con que cuentan el imperialismo y la reacción, no han podido ni podrán derrotar a las fuerzas revolucionarias populares si éstas persisten en la lucha armada y que, al final (como ha ocurrido ya en Vietnam, en Nicaragua y en tantos y tantos países), las fuerzas imperialistas y reaccionarias serán derrotadas por la lucha armada que le oponen los pueblos sublevados. Esta es la tendencia general que se observa hoy día en todo el mundo. Pero para eso habrá que seguir acumulando fuerzas y debilitando las del enemigo mediante la estrategia de la guerra de guerrillas y la Guerra Popular Prolongada. Mientras no se produzca un cambio en la correlación de fuerzas netamente favorable, mientras persista la debilidad de la guerrilla, no se podrá infligir una derrota definitiva a las fuerzas reaccionarias. De ahí que la guerra se prolongue en el tiempo, hasta tanto no cambie esta relación. Son estos dos factores, que se entrelazan y se condicionan mutuamente: por un lado, el relativo poderío con que aún cuenta la reacción y el imperialismo y, por otra parte, la debilidad, también relativa, de las fuerzas revolucionarias, los que determinan el carácter prolongado de la lucha. No nos detendremos a analizar todos los aspectos que intervienen en la Guerra Popular Prolongada. Bástenos, por el momento, constatar el reconocimiento -aunque inconsciente del camarada Lari-, de que esa realidad objetiva que denominamos Guerra Popular Prolongada que hoy se da en numerosos países y zonas del mundo.
Apostamos por el futuro
Sigamos con la exposición de las ideas del camarada Lari: Pero el mayor error del trabajo a mi juicio, consiste en la institucionalización de la Guerra Popular Prolongada como fundamento universal de la revolución, lo que a su vez proviene del error de estimar que hasta Mao no se desarrolló una teoría acabada de la revolución. Esto es falso -prosigue- ya que Lenin estableció los principios generales de esa teoría, incluso de la teoría guerrillera y sus principios. Lo que ocurre es que Mao generalizó estos principios para aquellos países en los que no existe en absoluto posibilidad de trabajo entre las masas proletarias, tal y como se puede dar en los países capitalistas. Aquí, evidentemente, se confunden dos cosas diferentes, como son la teoría de la revolución válida para los países capitalistas y para un período histórico determinado, -que, por cierto, sólo a un necio se le puede ocurrir pensar que saliera acabada de una vez para siempre (como Minerva de la cabeza de Júpiter), como el mismo Lenin no se cansaba de repetir-, y la teoría de la Guerra Popular Prolongada, que si bien es cierto que estuvo estrechamente vinculada a una etapa del desarrollo de la revolución popular de China y sus principios son generalizables a aquellos países que se encuentran en parecidas condiciones, no es una teoría completa ni siquiera de la revolución de aquel país, por lo que difícilmente podía ser considerada por nosotros como el fundamento universal. Como veremos eso es algo que nos ha atribuido gratuitamente el camarada Lari para poder hacernos luego responsables también de muchos otros errores.
Qué duda cabe que Lenin estableció una teoría general de la revolución proletaria, pero no es menos cierto, y existen declaraciones de él que apuntan en ese sentido, que en lo que respecta al terreno de la guerra, a las cuestiones militares, lo dejó casi todo por hacer.
Ha sido a Mao a quién ha correspondido llenar esta laguna de la teoría marxista. Esto se explica porque a Lenin le correspondió dirigir la primera Gran Revolución Socialista en la que los problemas de la guerra y su estrategia ocuparon un lugar muy secundario respecto a los problemas relativos a la lucha política de las masas y a su táctica, en un país y en una época en que el desarrollo de la revolución no dependen del desarrollo de la lucha armada y la organización militar, a excepción de algunos cortos períodos. Y esto porque, efectivamente, existía un proletariado numeroso y la posibilidad de desplegar un trabajo político, sindical y parlamentario, pero también porque Rusia se hallaba entonces en vísperas de una revolución democrático-burguesa que ofrecía posibilidades de desarrollo del capitalismo. En los países donde no se dan esas condiciones, y tal es el caso de los países semifeudales y coloniales (y allí donde domina una dictadura fascista), la lucha de clases ha tendido a adoptar la forma de lucha armada de liberación nacional-revolucionaria, en que la lucha por los derechos y la salvación nacional se ha vinculado de forma muy estrecha a la lucha por la realización de las transformaciones democráticas y socialistas. En todos estos casos la lucha armada que han librado y siguen librando los pueblos ha tomado la forma de una guerra de guerrillas y de Guerra Popular Prolongada.
Mao, al que correspondió dirigir la más importante de estas revoluciones, ha generalizado las experiencias fundamentales de estas luchas y formulado una teoría de la estrategia de la guerra de guerrillas y de la Guerra Popular Prolongada que tiene un valor tan universal como la lucha revolucionaria que se libra hoy en día en todo el mundo, sin excluir a Europa Occidental. Por esta razón, no se puede salir ahora, tal como hace el camarada Lari, con las enseñanzas de la insurrección de Moscú de 1905, y menos aún tratar de contraponer esas enseñanzas a las que se desprenden de las innumerables revoluciones que posteriormente han tenido lugar en los cinco continentes. Lenin analizó aquellas experiencias, y las tesis que extrajo de ellas siguen siendo válidas, pero son insuficientes, no reflejan la compleja realidad del proceso revolucionario que se opera en nuestros días en toda una serie de países. La tarea asignada por Lenin a los destacamentos guerrilleros de proclamar la insurrección, dar a las masas una dirección militar... crear puntos de apoyo para la plena libertad de las masas, propagar la insurrección a las zonas cercanas, asegurar la plena libertad política -aunque sólo sea por el momento en una pequeña parte del país-, iniciar la transformación revolucionaria del corrompido orden autocrático (1), son funciones que se corresponden a un movimiento de tipo insurreccional, limitado, por tanto, a un espacio de tiempo relativamente corto, y se basan en una estrategia ofensiva y de dirección inmediata de las masas en el terreno político-militar. Muchos de estos planteamientos siguen siendo válidos, sobre todo para la última fase de la Guerra Popular, pero no hay que dejarse deslumbrar por ellos. Hoy día no es posible sorprender, salvo en raras excepciones, a ningún gobierno con un movimiento insurreccional que estallara en un momento dado y se extendiera rápidamente por todo el país. Y para probar este aserto, basta con referirnos a la Doctrina de la Seguridad Nacional, y a las leyes de emergencia, a las leyes antiterroristas y a todo ese arsenal de instituciones y aparatos represivos de que se han dotado los Estados capitalistas. Por todo ello, las guerras revolucionarias que se vienen librando (en medio de las crisis y la bancarrota del sistema capitalista) desde hace ya bastante tiempo en toda una serie de países, esas guerras atraviesan por distintas fases bien delimitadas -según las condiciones y la fase de desarrollo en que se encuentran en cada país- y en ninguna de ellas, salvo que las masas populares estén ya a punto de tomar el poder tras un largo proceso de resistencia y de acumulación de fuerzas, puede ser adoptada la ofensiva como principio estratégico, so pena de exponerse a recibir, casi con toda seguridad, muy serios reveses. Esta realidad, que ha terminado por imponerse, ha modificado profundamente la concepción marxista-leninista del arte de hacer la guerra, recuperando del olvido las teorías clausewitzianas que demuestran la superioridad de la defensiva estratégica y de otros importantes factores como el ideológico, el apoyo de las masas del pueblo, etc.
El camarada Lari nos recuerda que Lenin escribió que la guerrilla es una forma de lucha engendrada por un determinado período histórico, para decir a continuación que esta tesis de Lenin no puede circunscribirse a las colonias ni a las luchas de liberación nacional ya que las raíces se hunden en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, y tiene toda la razón del mundo al hacer esta afirmación, pero no podemos aceptar el abuso que él hace de esa tesis de Lenin, ya que, interpretada de esa manera, viene a decir, tal como puede verse a simple vista, que incluso en las colonias y en las luchas de liberación nacional, la guerrilla es engendrada sólo en determinado período histórico, lo cual es a todas luces falso. Es indudable que Lenin, al escribir aquella frase, estaba pensando en los países capitalistas y sólo para éstos, como la experiencia ha demostrado, eran absolutamente justas hasta entonces. Pero si se emplean en un sentido más amplio, es decir, entendiendo el fenómeno de la guerrilla como algo que surge en el período histórico en que el capitalismo hace tiempo que ha alcanzado la última fase de su desarrollo (el monopolismo) y se halla en acelerado proceso de descomposición, entonces no tenemos nada que objetar. Pero en tal caso, Lari tendría que aceptar también como válida esta misma tesis para los países capitalistas, y no sólo para las colonias. Sólo así la idea de que las raíces de la guerrilla se hallan en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, adquieren todo su significado.
Por nuestra parte, no tenemos la menor intención de retirar este argumento que el camarada Lari ha tratado de esgrimir contra nuestra concepción y con el que, tal como acabamos de ver, no ha conseguido otra cosa sino reforzarla, ratificarnos aún más en ella.
Desde que Lenin formulara sus tesis acerca de la guerrilla y la lucha insurreccional ha corrido mucha agua bajo los puentes, y si hoy cabe decir algo acerca de sus ideas al respecto, es que dichas ideas sí que no tienen, ni podían tener, un carácter absoluto, que fueron formuladas en unas condiciones muy concretas y para una etapa dada del desarrollo social, y que hoy día lo correcto es hablar de Guerra Popular Prolongada como concepto estratégico básico, fundamental, válido para todos los países del área capitalista. Es en este sentido como debemos entender las siguientes palabras de Lenin que cita el camarada Lari: Intentar admitir o rechazar el método concreto de lucha sin sin examinar detenidamente la situación concreta del movimiento de que se trate, en el grado de desarrollo que haya alcanzado, significa abandonar por completo el terreno del marxismo (2). No hace falta insistir mucho para darse cuenta de que eso mismo, salirse del terreno del marxismo, es lo que hace el camarada Lari cuando interpreta de manera tan torcida y harto limitada estas claras ideas de Lenin: Estamos por el futuro y no nos aferramos exclusivamente a las formas pretéritas del movimiento. Preferimos un trabajo largo y difícil para lograr lo que promete el futuro, en vez de la fácil repetición de lo que ya ha sido condenado por el pasado (3). A nosotros no nos cabe duda de que esa apuesta por el futuro a que hace Lenin referencia no es otra cosa que la nueva estrategia de Guerra Popular Prolongada, el trabajo largo y difícil para lograr lo que promete futuro, y no la estrategia insurreccional, la fácil repetición de lo que ya ha sido condenado por el pasado.
La guerra particular de Peña
Encargamos a Peña -ya que se había mostrado muy interesado en el tema- que defendiera las tesis del Partido ante las críticas de que ha sido objeto por parte del camarada Lari, y se levanta airado contra la acusación lanzada contra nosotros por Lari de pretender institucionalizar, como fundamento universal de la revolución la Guerra Popular Prolongada. Asegura por su parte que no se trata de buscar la piedra filosofal sino de aceptar o no que ya estamos viviendo un proceso de Guerra Popular Prolongada y de lo que se trata es, al fin y al cabo, de que el factor subjetivo aprehenda esta realidad para adecuar los planes y la actividad revolucionaria a ella, evitando de esta manera caer en errores irreparables. Queda claro que el subjetivismo de Peña no se propone institucionalizar ningún fundamento universal, sino algo tan simple y humano como sin duda lo es ofrecernos las soluciones que nos permitan adecuar los planes para que de esa manera podamos evitar caer en errores irreparables. Con este sano propósito revela en su escrito, además de los errores, toda una serie de leyes o cualidades en la estrategia de la Guerra Popular Prolongada (que por lo visto habían pasado desapercibidos para nosotros) que la convierten de hecho, por arte de su magia, en una auténtica panacea. Como es natural, para conseguir este producto milagroso de su exclusiva invención, ha tenido que manipular algunos datos, ocultar cosas esenciales y mezclar en la retorta elementos tan incompatibles como son el nacionalismo pequeño burgués y la ideología proletaria.
Peña nos defiende -es cierto- contra la acusación de querer convertir la Guerra Popular Prolongada en fundamento universal, asegurando por su parte que nosotros no defendemos esta estrategia en el sentido de que sea aplicable a todos los países por igual, para pasar a continuación a enumerar toda una serie de particularidades (la importancia del campesinado, el papel de la guerrilla rural, la táctica del cerco a las ciudades) propias del movimiento revolucionario de los países semifeudales y coloniales que no se dan en los países capitalistas y que él rechaza tanto como nosotros. Pero evita mencionar otras, esto es, no quiere reconocer como otras tantas peculiaridades de aquellos países las que se refieren a los métodos casi exclusivamente militares de lucha y organización, así como la que determina el carácter democrático, unas veces, y nacional-liberador, otras, que tienen allí las revoluciones.
La razón de que no mencione en esta parte de su trabajo estas peculiaridades tan esenciales, determinantes, en muchos aspectos, no es otra sino porque Peña va a convertirlas, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, en el fundamento mismo de su concepción militarista y nacionalista de la Guerra Popular Prolongada.
Este planteamiento de la cuestión Peña lo va a extraer de un pasaje, que cita extensamente, de Problemas de la guerra y la estrategia, obra escrita por Mao en 1938. En este trabajo se narran las diferencias entre la estrategia de la lucha que se debía aplicar en los países capitalistas -cuando éstos no son fascistas, matiza Mao- en los que el partido del proletariado debería educar a los obreros, acumular fuerzas a través de un largo proceso de lucha legal, y prepararse así para el derrocamiento final del capitalismo, en tanto que, en los países semifeudales y coloniales, como China, donde no existe un proletariado numeroso ni instituciones democráticas y que, además se hallan bajo la dominación del imperialismo, la forma principal de lucha es la guerra, y la forma principal de organización es el ejército. Obsérvese que Mao analiza esta cuestión situando en el primer plano el problema de la acumulación de fuerzas revolucionarias, o sea, desde el punto de vista de las condiciones en que ha de tener lugar la preparación de las masas obreras y populares para el derrocamiento final del capitalismo. Pero, por lo que se ve, este pequeño detalle no ha merecido la atención de Peña, preocupado como está en resaltar el objetivo de la toma del poder sin llegar a comprender que de esa forma, con sólo proclamarlo, si no se buscan los mecanismos y las vías que habrán de llevarnos hasta él, no se dará jamás ni un sólo paso efectivo en esa dirección. Esto es lo que le ha desorientado por completo, hasta el punto de convertir la guerra y la organización militar, no en las principales formas de lucha y organización, como aparecen en Mao, sino en las únicas posibles. Sobre esta base va a erigir Peña su teoría de la Guerra Popular Prolongada.
Para ello, como es lógico, se ve obligado a tener que hacer abstracción de las condiciones reales, objetivas, en que se desarrolla actualmente la lucha de clases en la mayor parte de los países capitalistas en que aparece el nuevo movimiento revolucionario.
Una fantasmada
Así de serio y así de claro lo ha escrito Peña, negro sobre blanco: El nuevo fantasma atravesó la frontera del Estado español de la mano de las organizaciones ETA y FRAP-PCE(m-l). Fueron estas dos organizaciones las pioneras del nuevo movimiento revolucionario. La primera todavía continúa en la brecha, convertida en la vanguardia del proletariado revolucionario vasco. En cuanto a que ETA sea la vanguardia del proletariado revolucionario, no se sabe tampoco muy bien de dónde lo ha sacado Peña; de los propios militantes de ETA es seguro que no. Y si no, que vaya a preguntárselo. Otra cuestión, que no vamos a entrar a discutir ahora, es si ETA ha jugado el papel de vanguardia en la lucha del pueblo vasco por sus legítimos derechos nacionales y por qué lo ha venido jugando, en ausencia de un verdadero destacamento de vanguardia del proletariado vasco. La mente de Peña está demasiado saturada de nacionalismo para poder atender siquiera estos simples razonamientos. Es por los mismos motivos por los que se ve precisado a considerar al FRAP como a la pionera del nuevo movimiento, con una sola salvedad: en el caso del FRAP, a diferencia de ETA, la pequeña burguesía española se vestía con el ropaje del marxismo-leninismo y, lucha amada en ristre, se lanzaba a liberar a su nación de la opresión extranjera. Esto se hacía al tiempo que se negaba a las naciones oprimidas dentro de su Estado, el derecho a independizarse y constituirse en Estado libre, concediéndoles únicamente el derecho a federarse como recompensa generosa a su participación en la liberación de España. Así destila su odio un nacionalista pequeño burgués contra otro nacionalista no menos burgués, es cierto -y hasta imperialista-, que el anterior. Pero dejemos este aspecto de la cuestión, ya que la mezquindad y estrechez de miras de tales argumentos es tan evidente que se denuncian por sí solos.
Como ha podido apreciarse, la única preocupación de Peña, y lo que le lleva a descalificar al FRAP como vanguardia del proletariado revolucionario, no es otra cosa, en realidad, que su no aceptación de la independencia de las nacionalidades oprimidas y su pretensión de imponerles la federación. ETA, en cambio, es un modelo que Peña llama a imitar por muy diversas razones, pero sobre todo porque no acepta las posiciones del Partido en relación con el problema nacional y menos aún, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, el proyecto de unidad, de creación de un Partido único de todo el proletariado revolucionario de España. Por eso ha organizado Peña esta mascarada sacando a relucir a ETA y FRAP, para tratar de establecer un paralelismo de signo negativo en el que aparezcan enfrentados, por un lado ETA y su proyecto nacionalista-militarista (cosa que, por lo demás, es bastante coherente), y por el otro lado, el FRAP y todos los que no estamos dispuestos a aceptar su planteamiento. Peña, en realidad, no hace distinción alguna entre las posiciones del FRAP -organización que él no duda en calificar de pequeño burguesa y nacionalista- y las posiciones del PCE(r), y de la misma manera que acusa a esos nacionalistas de pretender utilizar a los pueblos de las nacionalidades oprimidas para liberar a su nación de la opresión extranjera a cambio de las migajas del derecho a federarse, acusa al Partido, aunque no lo diga abiertamente, de querer hacer algo parecido, sólo que en nuestro caso lo que vamos a ofrecer -ya lo venimos haciendo, de ahí su oposición cerrada- a cambio de esa ayuda que recibimos para liberarnos de la explotación y la opresión capitalista, no va a ser el derecho a federarse, sino algo aún peor para la clase cuyos intereses representa Peña en estos momentos: vamos a ofrecer a los obreros y a todos los trabajadores de Galicia (campesinos, marineros, etc.) el derecho a autodeterminarse no sólo de nuestro Estado, sino también de la tutela que pretende imponerle su propia burguesía, pues sólo de esta manera es como se podrá unir a los trabajadores de las distintas nacionalidades, derrocar al Estado explotador y opresor y edificar una sociedad verdaderamente libre y socialista de la que será erradicado todo vestigio de explotación y opresión social y nacional.
Peña enmascara sus temores y la profunda desconfianza que le inspira este proyecto comunista, proponiendo por su parte un plan de lucha y organización descabellado. Él no puede ignorar que el fracaso del FRAP y de otros grupos políticos afines no reside tanto en sus posiciones políticas e ideológicas nacionalistas, en su negativa a conceder el derecho a la autodeterminación (y que nos disculpe Peña si le corregirnos, aunque sólo sea de paso, en este punto), como en el de pretender fundamentar su estrategia en una alianza del proletariado con una burguesía nacional inexistente en España (al menos como clase políticamente diferenciada de la gran burguesía financiera monopolista), proyecto de alianza que los fraperos han tratado de hacer extensivo a todo el Estado. La posibilidad de esta alianza del proletariado con ese sector de la burguesía fue posible en otra época, en la época en que aún seguían pendientes de realización en España una serie de importantes transformaciones en el orden económico, político y cultural de tipo democrático-burgués.
Pero esa época ya pasó. La guerra del 36 al 39 y el subsiguiente desarrollo industrial y monopolista la han enterrado para siempre, y con ella al sector de la burguesía que se hallaba más identificada con aquella etapa democrática. Es cierto que el desarrollo del capitalismo nos ha dejado en herencia un buen cúmulo de problemas por resolver, entre ellos el problema nacional. Pero este problema, por las razones que ya hemos indicado, no corresponde resolverlo hoy más que al proletariado, que es verdaderamente la única clase interesada y que puede resolverlo en conformidad con la voluntad y las aspiraciones de todos los pueblos. Por eso, debilitar al proletariado, escindirlo según su nacionalidad, no sólo supone una traición a la causa nacionalista, sino también a la causa nacional popular en España.
Debe quedar claro que cuando digo España, me estoy refiriendo al Estado como una entidad que existe realmente, independientemente de que numerosos ciudadanos deseen o no pertenecer a ella. Esta entidad aparece en la historia integrada por cuatro naciones y, entre ellas, una de las cuatro, la que está formada por los territorios y las poblaciones de lengua castellana, viene imponiendo a las demás una política explotadora y opresora en nombre -hoy día- y con el consenso de la clase explotadora de todas las nacionalidades. Los más perjudicados por esta política -apenas hace falta decirlo- es el proletariado y otras extensas capas de trabajadores de todas las nacionalidades que integran el Estado.
El proletariado no puede defender ningún exclusivismo, ningún privilegio nacional de su nación respecto a otras naciones, y por lo mismo tampoco puede estar junto a su burguesía en la opresión que ésta ejerce sobre los pueblos de otras naciones, por la sencilla razón de que con ello contribuiría a perpetuar su propia opresión.
Por todo esto, al igual que por muchas otras razones, siempre nos hemos opuesto y hemos denunciado las absurdas pretensiones de los fraperos de concederles a esos pueblos el derecho a federarse; y todo esto lo sabe Peña tan bien como nosotros. Sin embargo, en honor a la verdad, hemos de decir que también para los del FRAP España es un Estado -eso sí, con peculiaridades nacionales- pero un Estado que se ha convertido (o lo han convertido) en una colonia del imperialismo yanqui; de manera que, desde este punto de vista y en su perspectiva política, los congéneres del FRAP de las otras nacionalidades, para ser coherentes, tendrían que plantearse muy seriamente sus proposiciones, ya que no les queda más que esta elección: seguir bajo la bota de los dos imperios, o la de uno sólo. Como se ve, el ofrecimiento del FRAP no puede ser más generoso. Claro, que tales ofrecimientos, al igual que su proyectada revolución nacional, habrían de tropezar con un escollo imposible de salvar: el nuevo movimiento revolucionario de la clase obrera en España, que en todas partes se viene enfrentando resueltamente, aunque no con la misma intensidad, a la burguesía pequeña, media y grande en la perspectiva de la revolución socialista. Este enfrentamiento ha hecho imposible la reconciliación del proletariado con la llamada burguesía nacional de cualquiera de las nacionalidades, y es lo que ha tirado por tierra una y otra vez los coqueteos y los vanos intentos de los fraperos y otros grupos por poner en pie sus fantasmales montajes. El hecho de que ETA haya encontrado un terreno más propicio no cambia esencialmente el fondo del asunto que tratamos, dado que tanto unos como otros parten de los mismos presupuestos políticos e ideológicos y están, por tanto, condenados a sufrir, más tarde o más temprano, el mismo fracaso. Pero Peña no lo entiende de este modo y por eso quiere repetir la experiencia. Muy bien, no nos oponernos. Sólo deseamos que no imite a los fraperos en los rabiosos ataques que dirigen contra el Partido.
Peña, para presentar a las organizaciones nacionalistas pequeño burguesas como pioneras del nuevo movimiento revolucionario, ha tenido que distorsionar muchas cosas, pero antes de nada ha debido escamotear la tesis del Partido según la cual los precursores del actual movimiento revolucionario, de los cuales nosotros nos sentimos -y así lo hemos proclamado- sus herederos y continuadores, fueron el Partido Comunista que encabezara José Díaz y el movimiento guerrillero de los años 44-50, que traicionara Carrillo y su pandilla.
Así pues, no podemos aceptar, por todo lo que venimos diciendo y porque es una completa falsedad fácilmente demostrable en todos los demás aspectos, que esa corriente nacionalista pequeño-burguesa que se ha abierto paso aprovechándose de las momentáneas dificultades por que atraviesa la organización revolucionaria del proletariado, no podemos aceptar que pueda ser considerada por ningún miembro del Partido como la pionera en ningún terreno de la actividad encaminada a la revolución socialista; y no lo aceptamos, además, porque el movimiento revolucionario organizado surge y se abre paso, entre otras cosas, en lucha contra esa corriente. No verlo así sólo puede llevar -y es lo que hace Peña- a hacer del PCE(r) una lamentable caricatura, un comparsa de esa mascarada que él ha montado; y para ello tiene que presentarnos como si no hubiéramos hecho otra cosa en los últimos años que ir a remolque de aquellos grupos en un proceso que se nos escapa de las manos y del que no hemos cosechado nada más que fracasos. Hasta el momento -escribe- llevamos perdidos un buen número de valiosísimos cuadros dirigentes [en] un proceso en el que poco a poco se fueron sacando importantes conclusiones.
He ahí la valoración que le merece a Peña la labor realizada, el fruto amargo de toda la actividad, amplia y multifacética, que ha llevado a cabo el Partido en los últimos años; los camaradas que llevamos perdidos y sus conclusiones. Veamos a continuación cómo se las ingenia en esto de sacar importantes conclusiones.
La línea masista y la lucha del Partido por la conquista de las masas
En junio de 1975 -escribe Peña- se celebra el Congreso Reconstitutivo donde se decide que: por consiguiente: el trabajo de masas, ir hacia ellas, pasa a ser la tarea central de todo el trabajo del Partido en la etapa que se abre tras el Congreso, y prosigue: No sería hasta el III Pleno del Comité Central, celebrado en noviembre de 1976, cuando se plantea teóricamente la cuestión de la lucha armada de una manera firme... En aquel Pleno Arenas presenta un Informe donde plantea que: En España los problemas no pueden solucionarse ya mediante votos, y es en el terreno militar donde se plantea inevitablemente el combate y la victoria.
Salta a la vista en esos párrafos transcritos del trabajo de Peña, sus esfuerzos en presentar como algo contradictorio la resolución aprobada en el I Congreso del Partido, tendente a orientar toda su labor hacia el trabajo de masas y el Informe presentado por Arenas al III Pleno del Comité Central, Informe donde, ciertamente, por primera vez se hizo un planteamiento teórico firme de la cuestión de la lucha armada. Claro que él no menciona las consideraciones que llevaron al I Congreso a adoptar aquella importante resolución y no otra; no habla de la labor realizada por la OMLE durante un largo período encaminada a echar las bases ideológicas, políticas y orgánicas, así como que el Congreso consideró que ya habían sido creadas, en lo esencial, las condiciones internas que garantizaban la existencia del Partido, lo que en buena lógica tenía que traducirse, a partir del Congreso, en el trabajo de masas, en ir hacia ellas, y de ahí también que esto se convirtiera, en la etapa que se abre tras el Congreso, en la tarea central del Partido.
Peña deja en la sombra todas estas consideraciones para que aquel por consiguiente pueda ser interpretado como mejor cuadre a sus concepciones. Pero no le vamos a dar esa oportunidad, porque si bien es cierto que en el Informe se plantea muy claramente la necesidad e importancia de la lucha armada, dadas las condiciones económicas y políticas imperantes en España, ni en ese importante documento programático del Partido, ni en ningún otro, se ha afirmado nunca, ni siquiera dejado entrever, que el trabajo de masas del Partido entre en ningún momento en contradicción con la lucha armada.
Sucede, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, que el Partido viene sosteniendo justamente lo contrario, o sea, que la actividad desplegada por nuestras organizaciones y militantes dentro del movimiento revolucionario de masas y la lucha armada guerrillera se complementan y se apoyan mutuamente. Y esto aparece tan claramente expuesto en el Informe que cuesta trabajo creer, que haya pasado desapercibido para Peña. Porque, vamos a ver, amigo Peña, el que en España los problemas no puedan solucionarse ya mediante votos, no quiere decir que se vayan a resolver sin la actuación de las masas, éstas jueguen el papel fundamental y decisivo; y si bien es cierto que es en el terreno militar donde se plantea inevitablemente el combate y la victoria, no creo que a nadie mínimamente sensato se le pueda ocurrir la brillante idea de plantear este combate y disponerse a alcanzar esa victoria prescindiendo de las masas obreras y populares, sin plantearse al mismo tiempo un trabajo serio y persistente para ganar a las masas y llevarlas a la lucha más resuelta contra el Estado capitalista.
Si Peña hubiera dejado de pensar por un momento en sus fantasmas, hubiera puesto los pies en la tierra y se hubiera interesado en leer atentamente el Informe de Arenas que cita, se habría encontrado con más de una sorpresa; habría leído cosas tan interesantes como éstas:
En los últimos años la clase obrera no sólo ha recibido el plomo fascista y ha vertido decenas de veces su sangre, sino que también, con todos los medios a su alcance, ha combatido y hostilizado a las fuerzas represivas, les ha ocasionado numerosos muertos y heridos, les ha opuesto barricadas y todas las formas de lucha violenta. Eso ha venido acompañado de la imposición abierta de las asambleas, de comisiones de delegados, de la formación de piquetes y de otras muchas formas de lucha democráticas de verdad, del tipo más avanzado al margen y en contra de todo tinglado reformista y oficial. Por este motivo, un Partido que se esfuerce en dirigirla por este camino sin regatear esfuerzos ni sacrificios, que dote a las masas de una organización y unas fuerzas capaces de hacer la lucha más efectiva y de llevarla a un levantamiento armado general, podemos estar seguros de que no se aislará de ellas. Es más, estamos convencidos por una larga experiencia de que, en las condiciones de nuestro país, la única forma posible de forjar la unidad del pueblo, de crear organizaciones políticas de masas y de impulsar el movimiento de resistencia antifascista, pasa por el quebrantamiento del aparato represivo del fascismo, por la demostración de su gran vulnerabilidad; pasa por eliminar hasta los últimos vestigios del miedo y el terror que trata inspirar.
En otro apartado de este mismo Informe también se dice:
Al fascismo sólo puede vencerlo y destruirlo completamente un movimiento de masas que sea verdaderamente revolucionario. Organizar este movimiento es la labor más importante que tiene que acometer en estos momentos nuestro Partido. Sabemos que, en las condiciones de nuestro país, eso no resulta fácil. Tendremos que trabajar duro, desplegar una gran energía y mantenernos en todo momento unidos a las masas. Pero ante todo, para conseguir los objetivos propuestos necesitamos aplicar una táctica y unos métodos justos de lucha, acordes con la realidad política y con la correlación de fuerzas que determina la base económica de nuestra sociedad.
En otro trabajo de Arenas, titulado El nuevo movimiento revolucionario y sus métodos de lucha, que cita Peña en un intento de apuntalar sus tambaleantes posiciones, también se dice:
El recurso a la lucha armada es una de las características principales del movimiento revolucionario en nuestros días, en la época de la decadencia del sistema capitalista y de la revolución proletaria. Esta forma de lucha se destaca cada vez más como la principal, y a ellas se deben subordinar todas las demás.
Peña trata de deducir de esa cita que ya no es necesario prestar atención al trabajo de masas. De manera que de una de las características principales, que tiende cada vez más a destacar como la principal, él hace la única ya definitivamente establecida. Así cierra toda perspectiva al trabajo de masas del Partido.
Por lo que se ve, Peña tampoco ha leído hasta el final el trabajo que cita, si lo hubiera leído se hubiera encontrado con una desagradable sorpresa:
Desde ahora debemos ir familiarizándonos con estos dos conceptos: movimiento político de resistencia y lucha de guerrillas. Estos son conceptos que no nos hemos inventado nosotros, sino que designan dos partes complementarias de una misma realidad. Por movimiento político de resistencia entendemos el conjunto de huelgas, protestas, manifestaciones y otras acciones que se producen a millares todos los días y en todos los lugares de manera semiespontánea que escapan a todo control por parte de las autoridades y los partidos domesticados. De este vasto movimiento forman parte, como su punta de lanza, las actuaciones guerrilleras. Estas acciones no se producirían con la regularidad con que lo vienen haciendo y los grupos que las llevan a cabo no podrían mantenerse por mucho tiempo, no podrían resistir la represión, ni renovarse, si no se diera ese amplio movimiento político de resistencia y, por otra parte, es indudable que dicho movimiento de resistencia habría sucumbido hace tiempo a la represión o víctima de la desmoralización que crea la misma, si no encontrara en las organizaciones guerrilleras y en el tipo de lucha que practican una resistencia aún más firme, si no hallaran las fuerzas represivas y el gobierno que las manda una respuesta continua ante sus crímenes y si, en definitiva, la lucha armada no ofreciera al conjunto del movimiento de resistencia de las amplias masas populares la única salida que realmente le queda. En pocas palabras: el movimiento de resistencia de las amplias masas populares ha dado vida y nutre continuamente a la guerrilla, y ésta a su vez mantiene en pie y facilita el continuo desarrollo del movimiento popular de resistencia al sistema capitalista.
Tal es la concepción que ha forjado el Partido respecto a la lucha armada y su relación con el movimiento de masas. Este movimiento, como hemos podido ver y vemos todos los días en España, presta apoyo y nutre a la guerrilla y, ésta, a su vez, le allana el camino y lo estimula a seguir adelante. Juntos, guerrilla y movimiento de masas, forman un todo indisoluble, puesto que el uno sin el otro no podrían existir por separado. Esta relación es lo más importante del nuevo movimiento revolucionario que se desarrolla en España, lo que le dota de una característica nueva, totalmente desconocida en otras épocas, y que nosotros hemos denominado Movimiento de Resistencia Popular.
La vanguardia y la fuerza principal del Movimiento de Resistencia Popular está constituida por la clase obrera y, dentro de ella, el PCE(r) viene jugando el papel dirigente y animador de todo el Movimiento, que no es, como acabamos de ver, ni exclusivamente pacífico o legal, ni exclusivamente militar, sino que se da en el mismo una original combinación de los dos tipos de lucha: militar y legal, pacífica y armada. A largo plazo, ¿cuál de las dos formas de lucha prevalecerá? Esto va a depender de una serie de circunstancias, pero lo más probable es que termine por imponerse la lucha armada y que a ella se incorporen las grandes masas. Sin embargo, no debemos descartar la otra posibilidad, siempre que nos dispongamos y preparemos a las masas para afrontar y salir victoriosas con la primera.
Vista la cuestión desde este punto de vista, la guerra popular en España va a tener -está teniendo ya- un carácter prolongado. En este sentido esta guerra que venimos librando junto a las masas tiene que pasar por varias fases o etapas, pudiéndose decir que aún no hemos rebasado la primera. Para el Partido, en esta primera fase se trata, ante todo, de ganar a las masas, y para eso tiene que ir a ellas y tratar de organizarlas a fin de proseguir con más ímpetu la lucha. Para eso necesitamos ir a las masas, y vamos a ellas por la vía que ya nos hemos trazado, y de ninguna otra manera.
Peña no comprende esta relación o no quiere comprenderla; no distingue entre trabajo masista, seguidista, reformista, y el trabajo que debe realizar un partido revolucionario en las condiciones de nuestro país para atraerse a las masas, ligarse estrechamente a ellas y llevarlas a hacer la revolución, y esta incomprensión le hace decir los mayores disparates imaginables. Dice, refiriéndose a las discusiones que se vienen manteniendo en el seno del Partido en relación con la distribución de las fuerzas disponibles: El desenlace de esta pequeña batalla político-ideológica todavía está por ver, en lo que a nuestro Partido se refiere, pues en la situación de debilidad que padecemos, hay camaradas que añoran los viejos tiempos de la ODEA, el Socorro Rojo, los Círculos Obreros y otras organizaciones de masas que fueron barridas en los últimos años por la inevitable necesidad de reponer las fuerzas militares, de atender a la forma principal de lucha.
Peña no quiere decir por quién fueron barridas esas organizaciones, dejando la puerta abierta a la interpretación de que ha sido exclusivamente la necesidad de reponer las fuerzas militares. Dicho así, habría que concluir que también el Partido ha sido barrido por esa misma necesidad, puesto que, como es bien sabido, la organización armada (los GRAPO) se han venido nutriendo tanto de esas organizaciones de masas como del Partido. ¿Habrá que barrer, liquidar, también el Partido? Esta pregunta en modo alguna es gratuita. Se desprende directamente de la afirmación que hace Peña a continuación del párrafo que hemos transcrito más arriba: Estos camaradas (?) no comprenden que el error no consistió en liquidar aquellas organizaciones de masas, sino en haberlo hecho a regañadientes, saboteando, consciente o inconscientemente, el desarrollo de la actividad militar.
Detengámonos unos instantes en este problema, pues se trata de uno de los más importantes a que nos venimos enfrentando, y de su justo tratamiento van a depender muchas cosas para el futuro.
Sabotaje y saboteadores
Que padecemos una gran debilidad, acentuada además, por las grandes responsabilidades que hemos echado sobre nuestros hombros cuando apenas se había dado a luz al Partido, esto es algo que nunca hemos negado. También es verdad que siempre hemos mantenido que el Partido se crea y habrá de fortalecerse en el fuego de la lucha y no en un invernadero.
Así es como viene sucediendo, sin rehuir en ningún momento por nuestra parte los requerimientos de la lucha de clases. Esta posición nuestra nos ha acarreado numerosos problemas y la pérdida de numerosos cuadros dirigentes que han pagado con su vida la osadía de levantarse contra los enemigos de clase. De estas dolorosas pérdidas no nos vanagloriamos. ¿Pero es justo hablar, como lo hace Peña, de la entrega generosa de estos camaradas (¡de nuestros mártires!) hombres y mujeres, como si se tratase de algo inútil? No pretendemos tocar aquí la fibra sentimental o sensible de nadie, pero creemos legítima y plenamente justificada la indignación que se apodera de todos nosotros cuando Peña habla de estas muertes atribuyéndolas a unos supuestos errores que en todo caso serían atribuibles a los caídos. ¿En qué ha consistido ese error? Peña no nos lo explica ni queda aclarado a todo lo largo de su escrito; puesto que su caballo de batalla no es otro que la lucha armada que, según él, el Partido ha debilitado o no ha prestado toda la atención que merecía, cabe suponer que esas muertes, producidas, en su mayor parte, en el campo de batalla son atribuibles a esos mismos cuadros dirigentes que lo estaban dirigiendo desde la primera línea de fuego. Como se comprenderá, las opiniones de Peña no pueden ser más contradictorias. Pero no, el hecho claro, indiscutible, es que contamos con escasas fuerzas organizadas en relación con las grandes tareas que hemos tenido que asumir, de manera que si ha habido algún error, éste ha consistido en haber tomado el camino de la lucha y no el de la claudicación (tal como han hecho tantos y tantos partidos comunistas como pululan hoy por España); en esto ha consistido el error histórico cometido por el PCE(r): tomar el camino más difícil, el más escabroso, el que impone mayores sacrificios... pero también, estamos seguros, el único que puede abrir, y ya lo está haciendo, las puertas de un futuro luminoso y feliz a todos los trabajadores.
Detenciones, asesinatos, torturas, persecuciones sin fin, largos años de encarcelamiento en las peores condiciones imaginables... Todo lo hemos soportado con la mayor entereza (y Peña con nosotros, también hay que decirlo); y eso ¿por qué?: porque estamos profundamente convencidos de que nos hallamos en el camino justo y de que es ése, precisamente, el precio que tenemos que pagar, el precio que impone siempre toda revolución. Si no estuviéramos convencidos de todo esto, si fuera cierto lo de los errores a que alude Peña, qué duda cabe que hace ya mucho tiempo que se habría quebrado nuestra resistencia, la voluntad firme de lucha que nos anima a todos, y se habría producido más de una escisión. Pero nada de esto ha ocurrido hasta el momento presente (y todos sabemos cómo ha especulado el gobierno con esta posibilidad). Ahora bien, esto no quiere decir que no haya habido y siga habiendo lucha ideológica en el seno del Partido; pero que nosotros sepamos esa lucha jamás ha revestido el carácter de enfrentamiento, de lucha de tendencias, enfrentadas entre sí, que Peña se esfuerza en presentar.
Junto a nosotros, numerosos simpatizantes del Partido y otros demócratas han padecido también en su propia carne y en diverso grado los efectos de la represión. La mayor parte de estas personas se hallaban encuadradas en distintas organizaciones muy próximas al Partido, pero que no eran, propiamente dicho, organizaciones partidistas. Eran lo que llamamos organizaciones de masas. Estas organizaciones de masas se han venido abajo una tras otra a consecuencia de los golpes repetidos que ha dirigido contra ellas la represión. Esto era lógico suponer que sucediera, pues carecían de la ideología, de la estructura y la disciplina capaces de resistir las embestidas furiosas de la reacción, y que sólo en un partido proletario y aguerrido como el nuestro puede darse.
Además, hay que tener en cuenta que una de las tácticas utilizadas por la policía ha consistido, precisamente, en someter a los miembros de esas organizaciones a todo tipo de presiones, detenciones y chantajes, al objeto de restar apoyo a la guerrilla y tratar de aislarla, por lo que difícilmente podía el Partido, ni ninguno de sus militantes, secundar la labor represiva de la policía -como propone Peña- liquidando cuanto antes aquellas organizaciones de masas. Lejos de eso, el deber del Partido era -y sigue siendo- prestar apoyo a las organizaciones de masas de carácter democrático y antifascista, ligarse a ellas y hacer que se fortalezcan lo más posible, ya que ello no supone ningún obstáculo, sino que, por el contrario, supone una condición indispensable, precisamente, para el desarrollo de la actividad militar. Peña, como vemos, no puede andar más descarriado en este punto, al igual. que en todos los demás. ¿Se habrían mantenido las organizaciones armadas sin el apoyo que le han venido prestando las organizaciones de masas? ¿No es cierto que de estas últimas han salido un buen número de combatientes antifascistas? Es cierto también que esta incorporación a la guerrilla de los hombres y mujeres más decididos y destacados procedentes de las organizaciones de masas las fue debilitando, pero ha sido la represión policial la que realmente las ha liquidado (aunque no totalmente ni por mucho tiempo, tal como demuestra la experiencia, pues éstas surgen por otro lado y en las formas más diversas).
Todos estos factores, la debilidad numérica del Partido, la desarticulación por la policía de las organizaciones de masas vinculadas a nosotros, y la necesidad de proseguir el combate por el logro de nuestros objetivos a corto y más largo plazo, todo eso es lo que ha dado como resultado el barrido a que se refiere Peña.
Esto ha ido creando una contradicción entre la creciente demanda de militantes para llenar los huecos producidos por la represión, y la necesidad de proseguir realizando el trabajo de masas. Así, en numerosas ocasiones la Dirección del Partido se ha visto obligada a tener que tirar de militantes de base y de cuadros cuando éstos realizaban un trabajo de masas que prometía; ha tenido que elegir entre seguir prestando apoyo decidido a la lucha amada o centrar su atención en el trabajo de masas; y la decisión en la mayoría de los casos, no se ha hecho esperar: por encima de todo la lucha de resistencia, el combate contra el fascismo y sus secuaces, ya que de este combate ha dependido y sigue dependiendo el porvenir de todo el movimiento obrero y popular en España. Estas decisiones justas, absolutamente necesarias, han repercutido en el desarrollo del Partido. Todo ello ha venido a agravar (y a añadir otras nuevas) las dificultades a que nos veníamos enfrentando. No es nada extraño, pues, que en el seno del Partido se traten todos estos problemas, se discuta sobre ellos, a fin de hallar la mejor solución a los mismos desde nuestras posiciones de principios.
Pero sólo un ciego no puede ver lo que es evidente: que con nuestro trabajo, realizado en medio de enormes dificultades, y venciéndolas poco a poco, vamos creando las condiciones generales que habrán de permitirnos dar un gran salto en toda nuestra actividad: a nuestro trabajo entre las masas, en las tareas de apoyo a la lucha armada y un desarrollo y mayor consolidación del Partido. Estas son cosas que ya hoy las estamos palpando.
El precio que hemos tenido que pagar ha sido, ciertamente, muy alto; pero los frutos están ahí: tres gobiernos con sus respectivos presidentes y un buen número de ministros de la represión han caído por los suelos en muy corto período de tiempo, y no creo que haya dudas acerca del futuro que les espera a los Felipe González, Peces Barba y Guerra. El estercolero de la Historia les espera. La bancarrota de la política socialfascista de los psoístas está a la vuelta de la esquina. El partido carrillista y sus socios menores -los que no se han disuelto- son un cero a la izquierda. Se agrava la crisis económica y social; los problemas que sufren las masas obreras y campesinas, los estudiantes, las mujeres, las naciones oprimidas, etc., ya está muy claro que no hallarán solución mientras no sea demolido hasta los cimientos el régimen político y económico de la oligarquía, y las masas se están levantando en todas partes contra el gobierno y los grandes patronos. Todas estas luchas están siendo encabezadas por la clase obrera y en ello, qué duda cabe, está recibiendo el apoyo y el estímulo de la lucha guerrillera (en continuo aumento) y el ejemplo y las ideas de resistencia que le brinda el PCE(r).
En este marco general, el Partido y todas las organizaciones de masas de los obreros, los campesinos e intelectuales progresistas, etc., van a tener un nuevo auge y el Partido va a poder desarrollar ampliamente entre ellas su labor; va a extender enormemente su influencia y a consolidarse. De todo esto podemos estar completamente seguros. De manera que esa situación de debilidad y de graves problemas a que nos hemos estado enfrentando a lo largo de los últimos años cambiará. Al final también ocurrirá con nosotros lo que en la fábula china del viejo tonto que removió las montañas: el cielo se apiadará de nosotros y acudirá a prestarnos ayuda. Con ello terminarán también en el Partido las discusiones a que se refiere Peña en su escrito, las cuales no son otra cosa, en realidad, sino un reflejo en él mismo de esa situación que venimos atravesando.
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(Sección "Documentos", apartado "Guerra de guerrillas")
Entre dos fuegos
M.P.M. (Arenas)
Folleto publicado en setiembre de 1984
Sumario:
— Introducción
— Apostamos por el futuro
— La guerra particular de Peña
— Una fantasmada
— La línea ‘masista’ y la lucha del Partido por la conquista de las masas
— Sabotaje y saboteadores
— Una ley y un decantamiento
— Guerra de clases por la liberación social y nacional
— Obreros utópicos y burgueses realistas
— Un esbozo y algo más
— Estrategia defensiva y táctica ofensiva
— La transformación de la guerra prolongada en insurrección general
— Cerco y contracerco
Introducción
El trabajo Entre dos fuegos fue terminado de redactar por nuestro Secretario General el 6 abril de 1983, en la prisión de alta seguridad de Herrera de la Mancha. En él se recogían en forma polémica las tesis que viene defendiendo el PCE(r) en relación al problema de la estrategia de la lucha armada en España y sobre la organización de la insurrección armada popular.
Sobre este particular se han escrito varios artículos y folletos que resumen las experiencias de la lucha obtenida por el PCE(r) en el curso de los últimos años, pero en ninguno de esos trabajos, como era lógico, podían abordarse esos temas de forma tan completa y sistemática. Fue precisa una lucha prolongada, mil veces dura y de una complejidad extraordinaria, para poder ver con toda claridad y dejar bien sentadas toda una serie de ideas que antes sólo habían podido ser apuntadas. De este modo, la práctica vino a corroborar, en unos casos, y a enriquecen y matizar, en otros, lo que en un principio no era más que una aproximación teórica al tema realizada en base a los clásicos del marxismo-leninismo y a una experiencia política limitada.
La Respuesta a una crítica acerca de la guerra revolucionaria, redactada por el camarada Peña, despertó un enorme interés en el seno del Partido por cuanto recogía, de forma seria y razonada, una de las pocas críticas de este tipo que se hicieron a las posiciones teóricas y a toda la trayectoria política y práctica del Partido y del movimiento de resistencia. El escrito de Peña se presentaba como una respuesta a la crítica hecha al folleto que lleva el titulo La guerra revolucionaria que nos fue remitida por el camarada Lari, y si bien es justo reconocer que en la primera parte de su respuesta, Peña sale al paso de los argumentos que esgrime Lari contra las tesis expuestas en el referido folleto, el resto de su trabajo -más de las dos terceras partes- se puede decir que no tienen otra finalidad que refutar las mismas tesis que al principio parece defender, y proponer, a cambio de éstas, las suyas propias. De manera que nos hallamos ante un fuego cruzado: de una parte la critica de Lari, de otra la de Peña. En esta discusión, ¿de qué parte está la razón: de parte del camarada Lari, de la de Peña o de la nuestra? Es lo que vamos a comprobar.
Toda la crítica del camarada Lari se puede resumir en unas pocas palabras: su empeño está puesto en demostrar la ausencia de leyes en las guerras modernas, en general, y en las guerras revolucionarias en particular: Comenzando, pues, por Clausewitz, hay que decir que lo verdaderamente importante en él es el principio de que la guerra es la continuación de la política por, otros medios, precisamente por los medios violentos. Aparte de esto, Lari no concede mayor importancia a la teoría de la guerra, e incluso ese mismo principio clausewitziano lo interpreta de un modo restrictivo, puesto que, viene a decir, dada la complejidad de las guerras y la frecuencia con que éstas se transforman en política y la política en guerras es absurdo, en nuestros días, pretender establecer ningún principio o ley que permita al Partido arrojar, siquiera sea, un poco de luz sobre ese caos, intentar descifrar lo indescifrable y poder conducir así, en el menor tiempo y costo humano posible, ese fenómeno que es la guerra.
Hoy -afirma Lari- la interacción recíproca entre guerra y política hace que la misma noción de guerra se encuentre difuminada, ya que las guerras no se inician con una declaración formal de las mismas ni terminan con la firma de los acuerdos de paz, ya que éstos ni existen muchas veces. De ahí a considerar que lo que no existe realmente es la guerra como tal, no hay más que un paso. Pero como resulta que la guerra, con todos sus horrores, está ahí, es un hecho cotidiano que transforma la vida de los pueblos y sacude la conciencia de centenas de millones de trabajadores, necesita ser explicada, siquiera sea en sus leyes más generales, y eso en interés de esos mismos trabajadores y como condición indispensable para poner fin a todas ellas. Precisamente, esa interacción recíproca que hoy se observa con toda nitidez entre guerra y política, el hecho de que éstas no comiencen ni acaben con declaraciones formales, sólo demuestra una cosa, a saber: que la mayor parte de las guerras de nuestros días, sea la del Líbano, la de Namibia o la del Salvador, no pueden ser catalogadas ni medidas por los viejos patrones. De manera que si enfocamos la cuestión desde este punto de vista, inmediatamente caeremos en la cuenta de que lo único que aparece realmente difuminado es la vieja noción de guerra. Efectivamente, la noción de guerra no parece estática, sino que, al igual que todas las cosas y fenómenos, se desarrolla y transforma a medida que van apareciendo nuevos tipos de guerras. Con arreglo a esto es lógico también que nazca y se desarrolle una nueva concepción de la guerra y una nueva estrategia. Para nosotros, esta nueva estrategia no es otra que la Guerra Popular Prolongada, que es lo que trata de negar en su escrito el camarada Lari.
¿Destruyeron las intervenciones yanquis en Nicaragua y Guatemala las fuerzas revolucionarias? -pregunta con una candidez estremecedora- ¿lograron la paz realmente o únicamente prolongaron la guerra bajo nuevas formas? Lo mismo podemos decir de la Guerra Nacional Revolucionaria en España: no trajo la paz ni la destrucción de las fuerzas revolucionarias, ya que la lucha prosiguió en forma de guerrilla hasta mediados de los años sesenta en que aparece y se generaliza nuevamente bajo la forma de guerrilla urbana. Y bien, ¿qué viene a demostrar Lari con esta larga perorata? Como acabamos de ver, justo lo contrario de lo que pretendía, o sea, la existencia de una Guerra Popular Prolongada en todos esos países que ha mencionado, incluida España. De sus mismas palabras se desprende que, no obstante la considerable superioridad de fuerzas con que cuentan el imperialismo y la reacción, no han podido ni podrán derrotar a las fuerzas revolucionarias populares si éstas persisten en la lucha armada y que, al final (como ha ocurrido ya en Vietnam, en Nicaragua y en tantos y tantos países), las fuerzas imperialistas y reaccionarias serán derrotadas por la lucha armada que le oponen los pueblos sublevados. Esta es la tendencia general que se observa hoy día en todo el mundo. Pero para eso habrá que seguir acumulando fuerzas y debilitando las del enemigo mediante la estrategia de la guerra de guerrillas y la Guerra Popular Prolongada. Mientras no se produzca un cambio en la correlación de fuerzas netamente favorable, mientras persista la debilidad de la guerrilla, no se podrá infligir una derrota definitiva a las fuerzas reaccionarias. De ahí que la guerra se prolongue en el tiempo, hasta tanto no cambie esta relación. Son estos dos factores, que se entrelazan y se condicionan mutuamente: por un lado, el relativo poderío con que aún cuenta la reacción y el imperialismo y, por otra parte, la debilidad, también relativa, de las fuerzas revolucionarias, los que determinan el carácter prolongado de la lucha. No nos detendremos a analizar todos los aspectos que intervienen en la Guerra Popular Prolongada. Bástenos, por el momento, constatar el reconocimiento -aunque inconsciente del camarada Lari-, de que esa realidad objetiva que denominamos Guerra Popular Prolongada que hoy se da en numerosos países y zonas del mundo.
Apostamos por el futuro
Sigamos con la exposición de las ideas del camarada Lari: Pero el mayor error del trabajo a mi juicio, consiste en la institucionalización de la Guerra Popular Prolongada como fundamento universal de la revolución, lo que a su vez proviene del error de estimar que hasta Mao no se desarrolló una teoría acabada de la revolución. Esto es falso -prosigue- ya que Lenin estableció los principios generales de esa teoría, incluso de la teoría guerrillera y sus principios. Lo que ocurre es que Mao generalizó estos principios para aquellos países en los que no existe en absoluto posibilidad de trabajo entre las masas proletarias, tal y como se puede dar en los países capitalistas. Aquí, evidentemente, se confunden dos cosas diferentes, como son la teoría de la revolución válida para los países capitalistas y para un período histórico determinado, -que, por cierto, sólo a un necio se le puede ocurrir pensar que saliera acabada de una vez para siempre (como Minerva de la cabeza de Júpiter), como el mismo Lenin no se cansaba de repetir-, y la teoría de la Guerra Popular Prolongada, que si bien es cierto que estuvo estrechamente vinculada a una etapa del desarrollo de la revolución popular de China y sus principios son generalizables a aquellos países que se encuentran en parecidas condiciones, no es una teoría completa ni siquiera de la revolución de aquel país, por lo que difícilmente podía ser considerada por nosotros como el fundamento universal. Como veremos eso es algo que nos ha atribuido gratuitamente el camarada Lari para poder hacernos luego responsables también de muchos otros errores.
Qué duda cabe que Lenin estableció una teoría general de la revolución proletaria, pero no es menos cierto, y existen declaraciones de él que apuntan en ese sentido, que en lo que respecta al terreno de la guerra, a las cuestiones militares, lo dejó casi todo por hacer.
Ha sido a Mao a quién ha correspondido llenar esta laguna de la teoría marxista. Esto se explica porque a Lenin le correspondió dirigir la primera Gran Revolución Socialista en la que los problemas de la guerra y su estrategia ocuparon un lugar muy secundario respecto a los problemas relativos a la lucha política de las masas y a su táctica, en un país y en una época en que el desarrollo de la revolución no dependen del desarrollo de la lucha armada y la organización militar, a excepción de algunos cortos períodos. Y esto porque, efectivamente, existía un proletariado numeroso y la posibilidad de desplegar un trabajo político, sindical y parlamentario, pero también porque Rusia se hallaba entonces en vísperas de una revolución democrático-burguesa que ofrecía posibilidades de desarrollo del capitalismo. En los países donde no se dan esas condiciones, y tal es el caso de los países semifeudales y coloniales (y allí donde domina una dictadura fascista), la lucha de clases ha tendido a adoptar la forma de lucha armada de liberación nacional-revolucionaria, en que la lucha por los derechos y la salvación nacional se ha vinculado de forma muy estrecha a la lucha por la realización de las transformaciones democráticas y socialistas. En todos estos casos la lucha armada que han librado y siguen librando los pueblos ha tomado la forma de una guerra de guerrillas y de Guerra Popular Prolongada.
Mao, al que correspondió dirigir la más importante de estas revoluciones, ha generalizado las experiencias fundamentales de estas luchas y formulado una teoría de la estrategia de la guerra de guerrillas y de la Guerra Popular Prolongada que tiene un valor tan universal como la lucha revolucionaria que se libra hoy en día en todo el mundo, sin excluir a Europa Occidental. Por esta razón, no se puede salir ahora, tal como hace el camarada Lari, con las enseñanzas de la insurrección de Moscú de 1905, y menos aún tratar de contraponer esas enseñanzas a las que se desprenden de las innumerables revoluciones que posteriormente han tenido lugar en los cinco continentes. Lenin analizó aquellas experiencias, y las tesis que extrajo de ellas siguen siendo válidas, pero son insuficientes, no reflejan la compleja realidad del proceso revolucionario que se opera en nuestros días en toda una serie de países. La tarea asignada por Lenin a los destacamentos guerrilleros de proclamar la insurrección, dar a las masas una dirección militar... crear puntos de apoyo para la plena libertad de las masas, propagar la insurrección a las zonas cercanas, asegurar la plena libertad política -aunque sólo sea por el momento en una pequeña parte del país-, iniciar la transformación revolucionaria del corrompido orden autocrático (1), son funciones que se corresponden a un movimiento de tipo insurreccional, limitado, por tanto, a un espacio de tiempo relativamente corto, y se basan en una estrategia ofensiva y de dirección inmediata de las masas en el terreno político-militar. Muchos de estos planteamientos siguen siendo válidos, sobre todo para la última fase de la Guerra Popular, pero no hay que dejarse deslumbrar por ellos. Hoy día no es posible sorprender, salvo en raras excepciones, a ningún gobierno con un movimiento insurreccional que estallara en un momento dado y se extendiera rápidamente por todo el país. Y para probar este aserto, basta con referirnos a la Doctrina de la Seguridad Nacional, y a las leyes de emergencia, a las leyes antiterroristas y a todo ese arsenal de instituciones y aparatos represivos de que se han dotado los Estados capitalistas. Por todo ello, las guerras revolucionarias que se vienen librando (en medio de las crisis y la bancarrota del sistema capitalista) desde hace ya bastante tiempo en toda una serie de países, esas guerras atraviesan por distintas fases bien delimitadas -según las condiciones y la fase de desarrollo en que se encuentran en cada país- y en ninguna de ellas, salvo que las masas populares estén ya a punto de tomar el poder tras un largo proceso de resistencia y de acumulación de fuerzas, puede ser adoptada la ofensiva como principio estratégico, so pena de exponerse a recibir, casi con toda seguridad, muy serios reveses. Esta realidad, que ha terminado por imponerse, ha modificado profundamente la concepción marxista-leninista del arte de hacer la guerra, recuperando del olvido las teorías clausewitzianas que demuestran la superioridad de la defensiva estratégica y de otros importantes factores como el ideológico, el apoyo de las masas del pueblo, etc.
El camarada Lari nos recuerda que Lenin escribió que la guerrilla es una forma de lucha engendrada por un determinado período histórico, para decir a continuación que esta tesis de Lenin no puede circunscribirse a las colonias ni a las luchas de liberación nacional ya que las raíces se hunden en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, y tiene toda la razón del mundo al hacer esta afirmación, pero no podemos aceptar el abuso que él hace de esa tesis de Lenin, ya que, interpretada de esa manera, viene a decir, tal como puede verse a simple vista, que incluso en las colonias y en las luchas de liberación nacional, la guerrilla es engendrada sólo en determinado período histórico, lo cual es a todas luces falso. Es indudable que Lenin, al escribir aquella frase, estaba pensando en los países capitalistas y sólo para éstos, como la experiencia ha demostrado, eran absolutamente justas hasta entonces. Pero si se emplean en un sentido más amplio, es decir, entendiendo el fenómeno de la guerrilla como algo que surge en el período histórico en que el capitalismo hace tiempo que ha alcanzado la última fase de su desarrollo (el monopolismo) y se halla en acelerado proceso de descomposición, entonces no tenemos nada que objetar. Pero en tal caso, Lari tendría que aceptar también como válida esta misma tesis para los países capitalistas, y no sólo para las colonias. Sólo así la idea de que las raíces de la guerrilla se hallan en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, adquieren todo su significado.
Por nuestra parte, no tenemos la menor intención de retirar este argumento que el camarada Lari ha tratado de esgrimir contra nuestra concepción y con el que, tal como acabamos de ver, no ha conseguido otra cosa sino reforzarla, ratificarnos aún más en ella.
Desde que Lenin formulara sus tesis acerca de la guerrilla y la lucha insurreccional ha corrido mucha agua bajo los puentes, y si hoy cabe decir algo acerca de sus ideas al respecto, es que dichas ideas sí que no tienen, ni podían tener, un carácter absoluto, que fueron formuladas en unas condiciones muy concretas y para una etapa dada del desarrollo social, y que hoy día lo correcto es hablar de Guerra Popular Prolongada como concepto estratégico básico, fundamental, válido para todos los países del área capitalista. Es en este sentido como debemos entender las siguientes palabras de Lenin que cita el camarada Lari: Intentar admitir o rechazar el método concreto de lucha sin sin examinar detenidamente la situación concreta del movimiento de que se trate, en el grado de desarrollo que haya alcanzado, significa abandonar por completo el terreno del marxismo (2). No hace falta insistir mucho para darse cuenta de que eso mismo, salirse del terreno del marxismo, es lo que hace el camarada Lari cuando interpreta de manera tan torcida y harto limitada estas claras ideas de Lenin: Estamos por el futuro y no nos aferramos exclusivamente a las formas pretéritas del movimiento. Preferimos un trabajo largo y difícil para lograr lo que promete el futuro, en vez de la fácil repetición de lo que ya ha sido condenado por el pasado (3). A nosotros no nos cabe duda de que esa apuesta por el futuro a que hace Lenin referencia no es otra cosa que la nueva estrategia de Guerra Popular Prolongada, el trabajo largo y difícil para lograr lo que promete futuro, y no la estrategia insurreccional, la fácil repetición de lo que ya ha sido condenado por el pasado.
La guerra particular de Peña
Encargamos a Peña -ya que se había mostrado muy interesado en el tema- que defendiera las tesis del Partido ante las críticas de que ha sido objeto por parte del camarada Lari, y se levanta airado contra la acusación lanzada contra nosotros por Lari de pretender institucionalizar, como fundamento universal de la revolución la Guerra Popular Prolongada. Asegura por su parte que no se trata de buscar la piedra filosofal sino de aceptar o no que ya estamos viviendo un proceso de Guerra Popular Prolongada y de lo que se trata es, al fin y al cabo, de que el factor subjetivo aprehenda esta realidad para adecuar los planes y la actividad revolucionaria a ella, evitando de esta manera caer en errores irreparables. Queda claro que el subjetivismo de Peña no se propone institucionalizar ningún fundamento universal, sino algo tan simple y humano como sin duda lo es ofrecernos las soluciones que nos permitan adecuar los planes para que de esa manera podamos evitar caer en errores irreparables. Con este sano propósito revela en su escrito, además de los errores, toda una serie de leyes o cualidades en la estrategia de la Guerra Popular Prolongada (que por lo visto habían pasado desapercibidos para nosotros) que la convierten de hecho, por arte de su magia, en una auténtica panacea. Como es natural, para conseguir este producto milagroso de su exclusiva invención, ha tenido que manipular algunos datos, ocultar cosas esenciales y mezclar en la retorta elementos tan incompatibles como son el nacionalismo pequeño burgués y la ideología proletaria.
Peña nos defiende -es cierto- contra la acusación de querer convertir la Guerra Popular Prolongada en fundamento universal, asegurando por su parte que nosotros no defendemos esta estrategia en el sentido de que sea aplicable a todos los países por igual, para pasar a continuación a enumerar toda una serie de particularidades (la importancia del campesinado, el papel de la guerrilla rural, la táctica del cerco a las ciudades) propias del movimiento revolucionario de los países semifeudales y coloniales que no se dan en los países capitalistas y que él rechaza tanto como nosotros. Pero evita mencionar otras, esto es, no quiere reconocer como otras tantas peculiaridades de aquellos países las que se refieren a los métodos casi exclusivamente militares de lucha y organización, así como la que determina el carácter democrático, unas veces, y nacional-liberador, otras, que tienen allí las revoluciones.
La razón de que no mencione en esta parte de su trabajo estas peculiaridades tan esenciales, determinantes, en muchos aspectos, no es otra sino porque Peña va a convertirlas, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, en el fundamento mismo de su concepción militarista y nacionalista de la Guerra Popular Prolongada.
Este planteamiento de la cuestión Peña lo va a extraer de un pasaje, que cita extensamente, de Problemas de la guerra y la estrategia, obra escrita por Mao en 1938. En este trabajo se narran las diferencias entre la estrategia de la lucha que se debía aplicar en los países capitalistas -cuando éstos no son fascistas, matiza Mao- en los que el partido del proletariado debería educar a los obreros, acumular fuerzas a través de un largo proceso de lucha legal, y prepararse así para el derrocamiento final del capitalismo, en tanto que, en los países semifeudales y coloniales, como China, donde no existe un proletariado numeroso ni instituciones democráticas y que, además se hallan bajo la dominación del imperialismo, la forma principal de lucha es la guerra, y la forma principal de organización es el ejército. Obsérvese que Mao analiza esta cuestión situando en el primer plano el problema de la acumulación de fuerzas revolucionarias, o sea, desde el punto de vista de las condiciones en que ha de tener lugar la preparación de las masas obreras y populares para el derrocamiento final del capitalismo. Pero, por lo que se ve, este pequeño detalle no ha merecido la atención de Peña, preocupado como está en resaltar el objetivo de la toma del poder sin llegar a comprender que de esa forma, con sólo proclamarlo, si no se buscan los mecanismos y las vías que habrán de llevarnos hasta él, no se dará jamás ni un sólo paso efectivo en esa dirección. Esto es lo que le ha desorientado por completo, hasta el punto de convertir la guerra y la organización militar, no en las principales formas de lucha y organización, como aparecen en Mao, sino en las únicas posibles. Sobre esta base va a erigir Peña su teoría de la Guerra Popular Prolongada.
Para ello, como es lógico, se ve obligado a tener que hacer abstracción de las condiciones reales, objetivas, en que se desarrolla actualmente la lucha de clases en la mayor parte de los países capitalistas en que aparece el nuevo movimiento revolucionario.
Una fantasmada
Así de serio y así de claro lo ha escrito Peña, negro sobre blanco: El nuevo fantasma atravesó la frontera del Estado español de la mano de las organizaciones ETA y FRAP-PCE(m-l). Fueron estas dos organizaciones las pioneras del nuevo movimiento revolucionario. La primera todavía continúa en la brecha, convertida en la vanguardia del proletariado revolucionario vasco. En cuanto a que ETA sea la vanguardia del proletariado revolucionario, no se sabe tampoco muy bien de dónde lo ha sacado Peña; de los propios militantes de ETA es seguro que no. Y si no, que vaya a preguntárselo. Otra cuestión, que no vamos a entrar a discutir ahora, es si ETA ha jugado el papel de vanguardia en la lucha del pueblo vasco por sus legítimos derechos nacionales y por qué lo ha venido jugando, en ausencia de un verdadero destacamento de vanguardia del proletariado vasco. La mente de Peña está demasiado saturada de nacionalismo para poder atender siquiera estos simples razonamientos. Es por los mismos motivos por los que se ve precisado a considerar al FRAP como a la pionera del nuevo movimiento, con una sola salvedad: en el caso del FRAP, a diferencia de ETA, la pequeña burguesía española se vestía con el ropaje del marxismo-leninismo y, lucha amada en ristre, se lanzaba a liberar a su nación de la opresión extranjera. Esto se hacía al tiempo que se negaba a las naciones oprimidas dentro de su Estado, el derecho a independizarse y constituirse en Estado libre, concediéndoles únicamente el derecho a federarse como recompensa generosa a su participación en la liberación de España. Así destila su odio un nacionalista pequeño burgués contra otro nacionalista no menos burgués, es cierto -y hasta imperialista-, que el anterior. Pero dejemos este aspecto de la cuestión, ya que la mezquindad y estrechez de miras de tales argumentos es tan evidente que se denuncian por sí solos.
Como ha podido apreciarse, la única preocupación de Peña, y lo que le lleva a descalificar al FRAP como vanguardia del proletariado revolucionario, no es otra cosa, en realidad, que su no aceptación de la independencia de las nacionalidades oprimidas y su pretensión de imponerles la federación. ETA, en cambio, es un modelo que Peña llama a imitar por muy diversas razones, pero sobre todo porque no acepta las posiciones del Partido en relación con el problema nacional y menos aún, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, el proyecto de unidad, de creación de un Partido único de todo el proletariado revolucionario de España. Por eso ha organizado Peña esta mascarada sacando a relucir a ETA y FRAP, para tratar de establecer un paralelismo de signo negativo en el que aparezcan enfrentados, por un lado ETA y su proyecto nacionalista-militarista (cosa que, por lo demás, es bastante coherente), y por el otro lado, el FRAP y todos los que no estamos dispuestos a aceptar su planteamiento. Peña, en realidad, no hace distinción alguna entre las posiciones del FRAP -organización que él no duda en calificar de pequeño burguesa y nacionalista- y las posiciones del PCE(r), y de la misma manera que acusa a esos nacionalistas de pretender utilizar a los pueblos de las nacionalidades oprimidas para liberar a su nación de la opresión extranjera a cambio de las migajas del derecho a federarse, acusa al Partido, aunque no lo diga abiertamente, de querer hacer algo parecido, sólo que en nuestro caso lo que vamos a ofrecer -ya lo venimos haciendo, de ahí su oposición cerrada- a cambio de esa ayuda que recibimos para liberarnos de la explotación y la opresión capitalista, no va a ser el derecho a federarse, sino algo aún peor para la clase cuyos intereses representa Peña en estos momentos: vamos a ofrecer a los obreros y a todos los trabajadores de Galicia (campesinos, marineros, etc.) el derecho a autodeterminarse no sólo de nuestro Estado, sino también de la tutela que pretende imponerle su propia burguesía, pues sólo de esta manera es como se podrá unir a los trabajadores de las distintas nacionalidades, derrocar al Estado explotador y opresor y edificar una sociedad verdaderamente libre y socialista de la que será erradicado todo vestigio de explotación y opresión social y nacional.
Peña enmascara sus temores y la profunda desconfianza que le inspira este proyecto comunista, proponiendo por su parte un plan de lucha y organización descabellado. Él no puede ignorar que el fracaso del FRAP y de otros grupos políticos afines no reside tanto en sus posiciones políticas e ideológicas nacionalistas, en su negativa a conceder el derecho a la autodeterminación (y que nos disculpe Peña si le corregirnos, aunque sólo sea de paso, en este punto), como en el de pretender fundamentar su estrategia en una alianza del proletariado con una burguesía nacional inexistente en España (al menos como clase políticamente diferenciada de la gran burguesía financiera monopolista), proyecto de alianza que los fraperos han tratado de hacer extensivo a todo el Estado. La posibilidad de esta alianza del proletariado con ese sector de la burguesía fue posible en otra época, en la época en que aún seguían pendientes de realización en España una serie de importantes transformaciones en el orden económico, político y cultural de tipo democrático-burgués.
Pero esa época ya pasó. La guerra del 36 al 39 y el subsiguiente desarrollo industrial y monopolista la han enterrado para siempre, y con ella al sector de la burguesía que se hallaba más identificada con aquella etapa democrática. Es cierto que el desarrollo del capitalismo nos ha dejado en herencia un buen cúmulo de problemas por resolver, entre ellos el problema nacional. Pero este problema, por las razones que ya hemos indicado, no corresponde resolverlo hoy más que al proletariado, que es verdaderamente la única clase interesada y que puede resolverlo en conformidad con la voluntad y las aspiraciones de todos los pueblos. Por eso, debilitar al proletariado, escindirlo según su nacionalidad, no sólo supone una traición a la causa nacionalista, sino también a la causa nacional popular en España.
Debe quedar claro que cuando digo España, me estoy refiriendo al Estado como una entidad que existe realmente, independientemente de que numerosos ciudadanos deseen o no pertenecer a ella. Esta entidad aparece en la historia integrada por cuatro naciones y, entre ellas, una de las cuatro, la que está formada por los territorios y las poblaciones de lengua castellana, viene imponiendo a las demás una política explotadora y opresora en nombre -hoy día- y con el consenso de la clase explotadora de todas las nacionalidades. Los más perjudicados por esta política -apenas hace falta decirlo- es el proletariado y otras extensas capas de trabajadores de todas las nacionalidades que integran el Estado.
El proletariado no puede defender ningún exclusivismo, ningún privilegio nacional de su nación respecto a otras naciones, y por lo mismo tampoco puede estar junto a su burguesía en la opresión que ésta ejerce sobre los pueblos de otras naciones, por la sencilla razón de que con ello contribuiría a perpetuar su propia opresión.
Por todo esto, al igual que por muchas otras razones, siempre nos hemos opuesto y hemos denunciado las absurdas pretensiones de los fraperos de concederles a esos pueblos el derecho a federarse; y todo esto lo sabe Peña tan bien como nosotros. Sin embargo, en honor a la verdad, hemos de decir que también para los del FRAP España es un Estado -eso sí, con peculiaridades nacionales- pero un Estado que se ha convertido (o lo han convertido) en una colonia del imperialismo yanqui; de manera que, desde este punto de vista y en su perspectiva política, los congéneres del FRAP de las otras nacionalidades, para ser coherentes, tendrían que plantearse muy seriamente sus proposiciones, ya que no les queda más que esta elección: seguir bajo la bota de los dos imperios, o la de uno sólo. Como se ve, el ofrecimiento del FRAP no puede ser más generoso. Claro, que tales ofrecimientos, al igual que su proyectada revolución nacional, habrían de tropezar con un escollo imposible de salvar: el nuevo movimiento revolucionario de la clase obrera en España, que en todas partes se viene enfrentando resueltamente, aunque no con la misma intensidad, a la burguesía pequeña, media y grande en la perspectiva de la revolución socialista. Este enfrentamiento ha hecho imposible la reconciliación del proletariado con la llamada burguesía nacional de cualquiera de las nacionalidades, y es lo que ha tirado por tierra una y otra vez los coqueteos y los vanos intentos de los fraperos y otros grupos por poner en pie sus fantasmales montajes. El hecho de que ETA haya encontrado un terreno más propicio no cambia esencialmente el fondo del asunto que tratamos, dado que tanto unos como otros parten de los mismos presupuestos políticos e ideológicos y están, por tanto, condenados a sufrir, más tarde o más temprano, el mismo fracaso. Pero Peña no lo entiende de este modo y por eso quiere repetir la experiencia. Muy bien, no nos oponernos. Sólo deseamos que no imite a los fraperos en los rabiosos ataques que dirigen contra el Partido.
Peña, para presentar a las organizaciones nacionalistas pequeño burguesas como pioneras del nuevo movimiento revolucionario, ha tenido que distorsionar muchas cosas, pero antes de nada ha debido escamotear la tesis del Partido según la cual los precursores del actual movimiento revolucionario, de los cuales nosotros nos sentimos -y así lo hemos proclamado- sus herederos y continuadores, fueron el Partido Comunista que encabezara José Díaz y el movimiento guerrillero de los años 44-50, que traicionara Carrillo y su pandilla.
Así pues, no podemos aceptar, por todo lo que venimos diciendo y porque es una completa falsedad fácilmente demostrable en todos los demás aspectos, que esa corriente nacionalista pequeño-burguesa que se ha abierto paso aprovechándose de las momentáneas dificultades por que atraviesa la organización revolucionaria del proletariado, no podemos aceptar que pueda ser considerada por ningún miembro del Partido como la pionera en ningún terreno de la actividad encaminada a la revolución socialista; y no lo aceptamos, además, porque el movimiento revolucionario organizado surge y se abre paso, entre otras cosas, en lucha contra esa corriente. No verlo así sólo puede llevar -y es lo que hace Peña- a hacer del PCE(r) una lamentable caricatura, un comparsa de esa mascarada que él ha montado; y para ello tiene que presentarnos como si no hubiéramos hecho otra cosa en los últimos años que ir a remolque de aquellos grupos en un proceso que se nos escapa de las manos y del que no hemos cosechado nada más que fracasos. Hasta el momento -escribe- llevamos perdidos un buen número de valiosísimos cuadros dirigentes [en] un proceso en el que poco a poco se fueron sacando importantes conclusiones.
He ahí la valoración que le merece a Peña la labor realizada, el fruto amargo de toda la actividad, amplia y multifacética, que ha llevado a cabo el Partido en los últimos años; los camaradas que llevamos perdidos y sus conclusiones. Veamos a continuación cómo se las ingenia en esto de sacar importantes conclusiones.
La línea masista y la lucha del Partido por la conquista de las masas
En junio de 1975 -escribe Peña- se celebra el Congreso Reconstitutivo donde se decide que: por consiguiente: el trabajo de masas, ir hacia ellas, pasa a ser la tarea central de todo el trabajo del Partido en la etapa que se abre tras el Congreso, y prosigue: No sería hasta el III Pleno del Comité Central, celebrado en noviembre de 1976, cuando se plantea teóricamente la cuestión de la lucha armada de una manera firme... En aquel Pleno Arenas presenta un Informe donde plantea que: En España los problemas no pueden solucionarse ya mediante votos, y es en el terreno militar donde se plantea inevitablemente el combate y la victoria.
Salta a la vista en esos párrafos transcritos del trabajo de Peña, sus esfuerzos en presentar como algo contradictorio la resolución aprobada en el I Congreso del Partido, tendente a orientar toda su labor hacia el trabajo de masas y el Informe presentado por Arenas al III Pleno del Comité Central, Informe donde, ciertamente, por primera vez se hizo un planteamiento teórico firme de la cuestión de la lucha armada. Claro que él no menciona las consideraciones que llevaron al I Congreso a adoptar aquella importante resolución y no otra; no habla de la labor realizada por la OMLE durante un largo período encaminada a echar las bases ideológicas, políticas y orgánicas, así como que el Congreso consideró que ya habían sido creadas, en lo esencial, las condiciones internas que garantizaban la existencia del Partido, lo que en buena lógica tenía que traducirse, a partir del Congreso, en el trabajo de masas, en ir hacia ellas, y de ahí también que esto se convirtiera, en la etapa que se abre tras el Congreso, en la tarea central del Partido.
Peña deja en la sombra todas estas consideraciones para que aquel por consiguiente pueda ser interpretado como mejor cuadre a sus concepciones. Pero no le vamos a dar esa oportunidad, porque si bien es cierto que en el Informe se plantea muy claramente la necesidad e importancia de la lucha armada, dadas las condiciones económicas y políticas imperantes en España, ni en ese importante documento programático del Partido, ni en ningún otro, se ha afirmado nunca, ni siquiera dejado entrever, que el trabajo de masas del Partido entre en ningún momento en contradicción con la lucha armada.
Sucede, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, que el Partido viene sosteniendo justamente lo contrario, o sea, que la actividad desplegada por nuestras organizaciones y militantes dentro del movimiento revolucionario de masas y la lucha armada guerrillera se complementan y se apoyan mutuamente. Y esto aparece tan claramente expuesto en el Informe que cuesta trabajo creer, que haya pasado desapercibido para Peña. Porque, vamos a ver, amigo Peña, el que en España los problemas no puedan solucionarse ya mediante votos, no quiere decir que se vayan a resolver sin la actuación de las masas, éstas jueguen el papel fundamental y decisivo; y si bien es cierto que es en el terreno militar donde se plantea inevitablemente el combate y la victoria, no creo que a nadie mínimamente sensato se le pueda ocurrir la brillante idea de plantear este combate y disponerse a alcanzar esa victoria prescindiendo de las masas obreras y populares, sin plantearse al mismo tiempo un trabajo serio y persistente para ganar a las masas y llevarlas a la lucha más resuelta contra el Estado capitalista.
Si Peña hubiera dejado de pensar por un momento en sus fantasmas, hubiera puesto los pies en la tierra y se hubiera interesado en leer atentamente el Informe de Arenas que cita, se habría encontrado con más de una sorpresa; habría leído cosas tan interesantes como éstas:
En los últimos años la clase obrera no sólo ha recibido el plomo fascista y ha vertido decenas de veces su sangre, sino que también, con todos los medios a su alcance, ha combatido y hostilizado a las fuerzas represivas, les ha ocasionado numerosos muertos y heridos, les ha opuesto barricadas y todas las formas de lucha violenta. Eso ha venido acompañado de la imposición abierta de las asambleas, de comisiones de delegados, de la formación de piquetes y de otras muchas formas de lucha democráticas de verdad, del tipo más avanzado al margen y en contra de todo tinglado reformista y oficial. Por este motivo, un Partido que se esfuerce en dirigirla por este camino sin regatear esfuerzos ni sacrificios, que dote a las masas de una organización y unas fuerzas capaces de hacer la lucha más efectiva y de llevarla a un levantamiento armado general, podemos estar seguros de que no se aislará de ellas. Es más, estamos convencidos por una larga experiencia de que, en las condiciones de nuestro país, la única forma posible de forjar la unidad del pueblo, de crear organizaciones políticas de masas y de impulsar el movimiento de resistencia antifascista, pasa por el quebrantamiento del aparato represivo del fascismo, por la demostración de su gran vulnerabilidad; pasa por eliminar hasta los últimos vestigios del miedo y el terror que trata inspirar.
En otro apartado de este mismo Informe también se dice:
Al fascismo sólo puede vencerlo y destruirlo completamente un movimiento de masas que sea verdaderamente revolucionario. Organizar este movimiento es la labor más importante que tiene que acometer en estos momentos nuestro Partido. Sabemos que, en las condiciones de nuestro país, eso no resulta fácil. Tendremos que trabajar duro, desplegar una gran energía y mantenernos en todo momento unidos a las masas. Pero ante todo, para conseguir los objetivos propuestos necesitamos aplicar una táctica y unos métodos justos de lucha, acordes con la realidad política y con la correlación de fuerzas que determina la base económica de nuestra sociedad.
En otro trabajo de Arenas, titulado El nuevo movimiento revolucionario y sus métodos de lucha, que cita Peña en un intento de apuntalar sus tambaleantes posiciones, también se dice:
El recurso a la lucha armada es una de las características principales del movimiento revolucionario en nuestros días, en la época de la decadencia del sistema capitalista y de la revolución proletaria. Esta forma de lucha se destaca cada vez más como la principal, y a ellas se deben subordinar todas las demás.
Peña trata de deducir de esa cita que ya no es necesario prestar atención al trabajo de masas. De manera que de una de las características principales, que tiende cada vez más a destacar como la principal, él hace la única ya definitivamente establecida. Así cierra toda perspectiva al trabajo de masas del Partido.
Por lo que se ve, Peña tampoco ha leído hasta el final el trabajo que cita, si lo hubiera leído se hubiera encontrado con una desagradable sorpresa:
Desde ahora debemos ir familiarizándonos con estos dos conceptos: movimiento político de resistencia y lucha de guerrillas. Estos son conceptos que no nos hemos inventado nosotros, sino que designan dos partes complementarias de una misma realidad. Por movimiento político de resistencia entendemos el conjunto de huelgas, protestas, manifestaciones y otras acciones que se producen a millares todos los días y en todos los lugares de manera semiespontánea que escapan a todo control por parte de las autoridades y los partidos domesticados. De este vasto movimiento forman parte, como su punta de lanza, las actuaciones guerrilleras. Estas acciones no se producirían con la regularidad con que lo vienen haciendo y los grupos que las llevan a cabo no podrían mantenerse por mucho tiempo, no podrían resistir la represión, ni renovarse, si no se diera ese amplio movimiento político de resistencia y, por otra parte, es indudable que dicho movimiento de resistencia habría sucumbido hace tiempo a la represión o víctima de la desmoralización que crea la misma, si no encontrara en las organizaciones guerrilleras y en el tipo de lucha que practican una resistencia aún más firme, si no hallaran las fuerzas represivas y el gobierno que las manda una respuesta continua ante sus crímenes y si, en definitiva, la lucha armada no ofreciera al conjunto del movimiento de resistencia de las amplias masas populares la única salida que realmente le queda. En pocas palabras: el movimiento de resistencia de las amplias masas populares ha dado vida y nutre continuamente a la guerrilla, y ésta a su vez mantiene en pie y facilita el continuo desarrollo del movimiento popular de resistencia al sistema capitalista.
Tal es la concepción que ha forjado el Partido respecto a la lucha armada y su relación con el movimiento de masas. Este movimiento, como hemos podido ver y vemos todos los días en España, presta apoyo y nutre a la guerrilla y, ésta, a su vez, le allana el camino y lo estimula a seguir adelante. Juntos, guerrilla y movimiento de masas, forman un todo indisoluble, puesto que el uno sin el otro no podrían existir por separado. Esta relación es lo más importante del nuevo movimiento revolucionario que se desarrolla en España, lo que le dota de una característica nueva, totalmente desconocida en otras épocas, y que nosotros hemos denominado Movimiento de Resistencia Popular.
La vanguardia y la fuerza principal del Movimiento de Resistencia Popular está constituida por la clase obrera y, dentro de ella, el PCE(r) viene jugando el papel dirigente y animador de todo el Movimiento, que no es, como acabamos de ver, ni exclusivamente pacífico o legal, ni exclusivamente militar, sino que se da en el mismo una original combinación de los dos tipos de lucha: militar y legal, pacífica y armada. A largo plazo, ¿cuál de las dos formas de lucha prevalecerá? Esto va a depender de una serie de circunstancias, pero lo más probable es que termine por imponerse la lucha armada y que a ella se incorporen las grandes masas. Sin embargo, no debemos descartar la otra posibilidad, siempre que nos dispongamos y preparemos a las masas para afrontar y salir victoriosas con la primera.
Vista la cuestión desde este punto de vista, la guerra popular en España va a tener -está teniendo ya- un carácter prolongado. En este sentido esta guerra que venimos librando junto a las masas tiene que pasar por varias fases o etapas, pudiéndose decir que aún no hemos rebasado la primera. Para el Partido, en esta primera fase se trata, ante todo, de ganar a las masas, y para eso tiene que ir a ellas y tratar de organizarlas a fin de proseguir con más ímpetu la lucha. Para eso necesitamos ir a las masas, y vamos a ellas por la vía que ya nos hemos trazado, y de ninguna otra manera.
Peña no comprende esta relación o no quiere comprenderla; no distingue entre trabajo masista, seguidista, reformista, y el trabajo que debe realizar un partido revolucionario en las condiciones de nuestro país para atraerse a las masas, ligarse estrechamente a ellas y llevarlas a hacer la revolución, y esta incomprensión le hace decir los mayores disparates imaginables. Dice, refiriéndose a las discusiones que se vienen manteniendo en el seno del Partido en relación con la distribución de las fuerzas disponibles: El desenlace de esta pequeña batalla político-ideológica todavía está por ver, en lo que a nuestro Partido se refiere, pues en la situación de debilidad que padecemos, hay camaradas que añoran los viejos tiempos de la ODEA, el Socorro Rojo, los Círculos Obreros y otras organizaciones de masas que fueron barridas en los últimos años por la inevitable necesidad de reponer las fuerzas militares, de atender a la forma principal de lucha.
Peña no quiere decir por quién fueron barridas esas organizaciones, dejando la puerta abierta a la interpretación de que ha sido exclusivamente la necesidad de reponer las fuerzas militares. Dicho así, habría que concluir que también el Partido ha sido barrido por esa misma necesidad, puesto que, como es bien sabido, la organización armada (los GRAPO) se han venido nutriendo tanto de esas organizaciones de masas como del Partido. ¿Habrá que barrer, liquidar, también el Partido? Esta pregunta en modo alguna es gratuita. Se desprende directamente de la afirmación que hace Peña a continuación del párrafo que hemos transcrito más arriba: Estos camaradas (?) no comprenden que el error no consistió en liquidar aquellas organizaciones de masas, sino en haberlo hecho a regañadientes, saboteando, consciente o inconscientemente, el desarrollo de la actividad militar.
Detengámonos unos instantes en este problema, pues se trata de uno de los más importantes a que nos venimos enfrentando, y de su justo tratamiento van a depender muchas cosas para el futuro.
Sabotaje y saboteadores
Que padecemos una gran debilidad, acentuada además, por las grandes responsabilidades que hemos echado sobre nuestros hombros cuando apenas se había dado a luz al Partido, esto es algo que nunca hemos negado. También es verdad que siempre hemos mantenido que el Partido se crea y habrá de fortalecerse en el fuego de la lucha y no en un invernadero.
Así es como viene sucediendo, sin rehuir en ningún momento por nuestra parte los requerimientos de la lucha de clases. Esta posición nuestra nos ha acarreado numerosos problemas y la pérdida de numerosos cuadros dirigentes que han pagado con su vida la osadía de levantarse contra los enemigos de clase. De estas dolorosas pérdidas no nos vanagloriamos. ¿Pero es justo hablar, como lo hace Peña, de la entrega generosa de estos camaradas (¡de nuestros mártires!) hombres y mujeres, como si se tratase de algo inútil? No pretendemos tocar aquí la fibra sentimental o sensible de nadie, pero creemos legítima y plenamente justificada la indignación que se apodera de todos nosotros cuando Peña habla de estas muertes atribuyéndolas a unos supuestos errores que en todo caso serían atribuibles a los caídos. ¿En qué ha consistido ese error? Peña no nos lo explica ni queda aclarado a todo lo largo de su escrito; puesto que su caballo de batalla no es otro que la lucha armada que, según él, el Partido ha debilitado o no ha prestado toda la atención que merecía, cabe suponer que esas muertes, producidas, en su mayor parte, en el campo de batalla son atribuibles a esos mismos cuadros dirigentes que lo estaban dirigiendo desde la primera línea de fuego. Como se comprenderá, las opiniones de Peña no pueden ser más contradictorias. Pero no, el hecho claro, indiscutible, es que contamos con escasas fuerzas organizadas en relación con las grandes tareas que hemos tenido que asumir, de manera que si ha habido algún error, éste ha consistido en haber tomado el camino de la lucha y no el de la claudicación (tal como han hecho tantos y tantos partidos comunistas como pululan hoy por España); en esto ha consistido el error histórico cometido por el PCE(r): tomar el camino más difícil, el más escabroso, el que impone mayores sacrificios... pero también, estamos seguros, el único que puede abrir, y ya lo está haciendo, las puertas de un futuro luminoso y feliz a todos los trabajadores.
Detenciones, asesinatos, torturas, persecuciones sin fin, largos años de encarcelamiento en las peores condiciones imaginables... Todo lo hemos soportado con la mayor entereza (y Peña con nosotros, también hay que decirlo); y eso ¿por qué?: porque estamos profundamente convencidos de que nos hallamos en el camino justo y de que es ése, precisamente, el precio que tenemos que pagar, el precio que impone siempre toda revolución. Si no estuviéramos convencidos de todo esto, si fuera cierto lo de los errores a que alude Peña, qué duda cabe que hace ya mucho tiempo que se habría quebrado nuestra resistencia, la voluntad firme de lucha que nos anima a todos, y se habría producido más de una escisión. Pero nada de esto ha ocurrido hasta el momento presente (y todos sabemos cómo ha especulado el gobierno con esta posibilidad). Ahora bien, esto no quiere decir que no haya habido y siga habiendo lucha ideológica en el seno del Partido; pero que nosotros sepamos esa lucha jamás ha revestido el carácter de enfrentamiento, de lucha de tendencias, enfrentadas entre sí, que Peña se esfuerza en presentar.
Junto a nosotros, numerosos simpatizantes del Partido y otros demócratas han padecido también en su propia carne y en diverso grado los efectos de la represión. La mayor parte de estas personas se hallaban encuadradas en distintas organizaciones muy próximas al Partido, pero que no eran, propiamente dicho, organizaciones partidistas. Eran lo que llamamos organizaciones de masas. Estas organizaciones de masas se han venido abajo una tras otra a consecuencia de los golpes repetidos que ha dirigido contra ellas la represión. Esto era lógico suponer que sucediera, pues carecían de la ideología, de la estructura y la disciplina capaces de resistir las embestidas furiosas de la reacción, y que sólo en un partido proletario y aguerrido como el nuestro puede darse.
Además, hay que tener en cuenta que una de las tácticas utilizadas por la policía ha consistido, precisamente, en someter a los miembros de esas organizaciones a todo tipo de presiones, detenciones y chantajes, al objeto de restar apoyo a la guerrilla y tratar de aislarla, por lo que difícilmente podía el Partido, ni ninguno de sus militantes, secundar la labor represiva de la policía -como propone Peña- liquidando cuanto antes aquellas organizaciones de masas. Lejos de eso, el deber del Partido era -y sigue siendo- prestar apoyo a las organizaciones de masas de carácter democrático y antifascista, ligarse a ellas y hacer que se fortalezcan lo más posible, ya que ello no supone ningún obstáculo, sino que, por el contrario, supone una condición indispensable, precisamente, para el desarrollo de la actividad militar. Peña, como vemos, no puede andar más descarriado en este punto, al igual. que en todos los demás. ¿Se habrían mantenido las organizaciones armadas sin el apoyo que le han venido prestando las organizaciones de masas? ¿No es cierto que de estas últimas han salido un buen número de combatientes antifascistas? Es cierto también que esta incorporación a la guerrilla de los hombres y mujeres más decididos y destacados procedentes de las organizaciones de masas las fue debilitando, pero ha sido la represión policial la que realmente las ha liquidado (aunque no totalmente ni por mucho tiempo, tal como demuestra la experiencia, pues éstas surgen por otro lado y en las formas más diversas).
Todos estos factores, la debilidad numérica del Partido, la desarticulación por la policía de las organizaciones de masas vinculadas a nosotros, y la necesidad de proseguir el combate por el logro de nuestros objetivos a corto y más largo plazo, todo eso es lo que ha dado como resultado el barrido a que se refiere Peña.
Esto ha ido creando una contradicción entre la creciente demanda de militantes para llenar los huecos producidos por la represión, y la necesidad de proseguir realizando el trabajo de masas. Así, en numerosas ocasiones la Dirección del Partido se ha visto obligada a tener que tirar de militantes de base y de cuadros cuando éstos realizaban un trabajo de masas que prometía; ha tenido que elegir entre seguir prestando apoyo decidido a la lucha amada o centrar su atención en el trabajo de masas; y la decisión en la mayoría de los casos, no se ha hecho esperar: por encima de todo la lucha de resistencia, el combate contra el fascismo y sus secuaces, ya que de este combate ha dependido y sigue dependiendo el porvenir de todo el movimiento obrero y popular en España. Estas decisiones justas, absolutamente necesarias, han repercutido en el desarrollo del Partido. Todo ello ha venido a agravar (y a añadir otras nuevas) las dificultades a que nos veníamos enfrentando. No es nada extraño, pues, que en el seno del Partido se traten todos estos problemas, se discuta sobre ellos, a fin de hallar la mejor solución a los mismos desde nuestras posiciones de principios.
Pero sólo un ciego no puede ver lo que es evidente: que con nuestro trabajo, realizado en medio de enormes dificultades, y venciéndolas poco a poco, vamos creando las condiciones generales que habrán de permitirnos dar un gran salto en toda nuestra actividad: a nuestro trabajo entre las masas, en las tareas de apoyo a la lucha armada y un desarrollo y mayor consolidación del Partido. Estas son cosas que ya hoy las estamos palpando.
El precio que hemos tenido que pagar ha sido, ciertamente, muy alto; pero los frutos están ahí: tres gobiernos con sus respectivos presidentes y un buen número de ministros de la represión han caído por los suelos en muy corto período de tiempo, y no creo que haya dudas acerca del futuro que les espera a los Felipe González, Peces Barba y Guerra. El estercolero de la Historia les espera. La bancarrota de la política socialfascista de los psoístas está a la vuelta de la esquina. El partido carrillista y sus socios menores -los que no se han disuelto- son un cero a la izquierda. Se agrava la crisis económica y social; los problemas que sufren las masas obreras y campesinas, los estudiantes, las mujeres, las naciones oprimidas, etc., ya está muy claro que no hallarán solución mientras no sea demolido hasta los cimientos el régimen político y económico de la oligarquía, y las masas se están levantando en todas partes contra el gobierno y los grandes patronos. Todas estas luchas están siendo encabezadas por la clase obrera y en ello, qué duda cabe, está recibiendo el apoyo y el estímulo de la lucha guerrillera (en continuo aumento) y el ejemplo y las ideas de resistencia que le brinda el PCE(r).
En este marco general, el Partido y todas las organizaciones de masas de los obreros, los campesinos e intelectuales progresistas, etc., van a tener un nuevo auge y el Partido va a poder desarrollar ampliamente entre ellas su labor; va a extender enormemente su influencia y a consolidarse. De todo esto podemos estar completamente seguros. De manera que esa situación de debilidad y de graves problemas a que nos hemos estado enfrentando a lo largo de los últimos años cambiará. Al final también ocurrirá con nosotros lo que en la fábula china del viejo tonto que removió las montañas: el cielo se apiadará de nosotros y acudirá a prestarnos ayuda. Con ello terminarán también en el Partido las discusiones a que se refiere Peña en su escrito, las cuales no son otra cosa, en realidad, sino un reflejo en él mismo de esa situación que venimos atravesando.
Última edición por SovietML el Lun Abr 02, 2012 7:48 pm, editado 1 vez