En la gran conspiracion contra rusia hay un capitulo entero dedicado a este criminal transcribo el principio:
1. YAGODA
En mayo de 1934, seis meses antes del asesinato de Sergei Kirov, un ataque al
corazón puso fin a la existencia de Vyacheslav R. Menzhinsky, el achacoso
presidente de la O.G.P.U. Su lugar lo ocupo el vicepresidente Henri G. Yagoda,
individuo de 43 años de edad, de corta estatura y aspecto tranquilo y capaz, con una
barbilla en retroceso y un pequeño y bien arreglado bigote.
Henri Yagoda era miembro secreto del bloque de derechistas y trotskistas. Se
había unido a la conspiración desde 1929 como miembro de la oposición derechista,
no porque tuviese fe en el programa de Bujarin o de Trotsky, sino porque estimaba
que los oposicionistas iban a llegar al poder en Rusia, y él quería estar con el grupo de
los que ganasen… Según sus propias frases:
«Seguí el curso de la lucha con gran atención, tomando de antemano la decisión
de ponerme del lado que saliese victorioso en esta contienda... Cuando comenzaron a
adoptar medidas de represión contra los trotskistas, todavía no estaba definitivamente
arreglada la cuestión de quiénes triunfarían, si los trotskistas o el Comité Central del
Partido Comunista de la U.R.S.S. Pero de todos modos eso era lo que yo pensaba, y
por consiguiente, al desarrollar como vicepresidente de la O.G.P.U. una política
punitiva, lo hacia de modo que no despertase la ira de los trotskistas contra mi. Y
cuando envié a algunos de ellos al destierro, les proporcioné condiciones favorables
para que en esos lugares pudiesen también continuar desplegando sus actividades».
El papel que Yagoda tenía en la conspiración, al principio sólo era conocido por
tres líderes de las derechas: Bujarin, Rykov y Tomsky, y cuando en 1932 se formó el
bloque de los derechistas y los trotskistas, de su participación sólo sabían Piatakov y
Krestinski.
Como vicepresidente de la O.G.P.U., Yagoda podía proteger a los conspiradores
para que no fuesen descubiertos ni apresados. «En el transcurso de los años tomé
todas las medidas necesarias», aseguró más tarde, «para custodiar la organización, y
sobre todo su centró, a fin de que permaneciera secreta». Al efecto designó a
miembros del bloque agentes especiales de la O.G.P.U., de manera que gran número
de agentes de los servicios secretos extranjeros pudieran introducirse en la policía
secreta soviética y bajo la dirección de Yagoda desarrollar actividades de espionaje
para sus gobiernos respectivos. Los agentes alemanes Pauker y Volovich, a quienes
había comisionado para verificar el arresto de Zinoviev y Kamenev, habían sido
nombrados en esos puestos por él mismo. «Estimé» dijo, posteriormente refiriéndose
a esos espías extranjeros, «que constituían una fuerza valiosa en la realización de los
planes conspirativos, particularmente en lo que atañía a mantener conexiones con los
servicios secretos extranjeros».
En 1933 fue inesperadamente detenido por agentes del Gobierno Soviético Ivan
Smirnov, organizador y dirigente del Centro terrorista trotskista-zinovievista, sin que
Yagoda pudiese impedirlo. Pero con el pretexto de interrogar al prisionero, lo visitó
en su celda y lo «preparó» acerca de cómo comportarse durante el juicio.
En 1934, antes del asesinato de Kirov, los agentes de la O.G.P.U. de Leningrado
arrestaron al terrorista Leonid Nikolayev, encontrándole en su poder una pistola y un
mapa que indicaba la ruta que Kirov seguía diariamente. Cuando Yagoda lo supo, dio
órdenes a Zaporozhetz, jefe auxiliar de la O.G.P.U. de Leningrado, para que lo soltase
sin más interrogatorio. Verdad es que Zaporozhetz era uno de sus hombres e hizo lo
que le dijo.
Pocas semanas después Nikolayev asesinó a Kirov.
Pero este crimen era solamente uno de los muchos que habría de llevar adelante
el bloque de derechistas y trotskistas con la ayuda directa de Henri Yagoda...
Porque detrás de su apariencia de funcionario tranquilo y capaz, Yagoda
encubría una ambición desmedida, astucia y ferocidad. Como las operaciones secretas
del bloque de derechistas y trotskistas dependían en alto grado de la tutela que él les
prestase, empezó a creerse la figura central y la personalidad dominante de toda la
conspiración: soñaba convertirse en «el Hitler de Rusia». Leyó Mein Kampf y le
confesó a su fiel paniaguado y secretario Pavel Bulanovt «Es un libro valioso». Sobre
todo estaba muy impresionado, le dijo, por el hecho de que Hitler «se había elevado
de simple cabo ál hombre que era entonces». El mismo había comenzado su carrera
como cabo, en el Ejército Rojo.
Abrigaba un criterio muy personal con respecto a la clase de gobierno qué sería
establecido después de la caída de Stalin y que estaría calcado sobre el modelo de
Alemania, según confió a Bulanov. Por supuesto que él sería el líder; Rykov
sustituiría a Stalin como secretario del Partido reorganizado; Tomsky sería el jefe de
los sindicatos obreros, los cuales estarían bajo el control estrictamente militar como
en los batallones de trabajo de los nazis; el «filósofo» Bujarin, apuntó Yagoda, sería
«el Dr. Goebbels».
En cuanto a Trotsky, no estaba seguro de si le permitiría regresar a Rusia:
dependería de las circunstancias. Mientras tanto, sin embargo, Yagoda estaba listo
para utilizar las negociaciones que aquél había hecho con Alemania y Japón. El golpe
de Estado, declaró, debía fijarse de modo que coincidiera con el estallido de la guerra
contra la Unión Soviética.
«Para la realización de este golpe se requerirán todos los medios; acción
armada, provocación y hasta venenos — comentó con Bulanov — Existen ocasiones
en que uno debe actuar despacio y con precaución extrema, pero otras en que es
preciso actuar rápida e inesperadamente».
La determinación tomada por el bloque de derechistas y trotskistas de adoptar el
terrorismo como arma política contra el régimen soviético, contaba con el apoyo de
Yagoda, habiéndole sido comunicada la misma por Y. S. Yenukidze, antiguo soldado
y funcionarío de la secretaría del Kremlin, organizador principal del terrorismo en las
derechas. Únicamente formuló una objeción: los procedimientos terroristas
empleados por los conspiradores le parecían a él primitivos y peligrosos, por lo cual
se disponía a inventar otros mucho más sutiles para el asesinato político que el uso
tradicional de bombas, cuchillos o balas.
Yagoda probó primero con venenos; instaló un laboratorio secreto y puso a
varios químicos a trabajar en éste. Su propósito consistía en idear un método que
hiciera completamente imposible el descubrimiento: «Asesinato con garantía», como
el mismo lo calificó.
Pero hasta los venenos resultaban demasiado crudos, y al poco tiempo halló por
fin su propia técnica especial para el asesinato, recomendándola como un arma
perfecta al bloque de derechistas y trotskistas. «Es muy sencillo», afirmó Yagoda.
«No es raro que una persona enferme, o esté enferma desde una fecha cualquiera. Los
que la rodean han llegado a acostumbrarse naturalmente a la idea de que el paciente
morirá o se pondrá bueno. El médico que lo atiende tiene en sus manos facilitar su
restablecimiento o su muerte, ¿no es así? Pues el resto es cuestión de técnica».
Únicamente le faltaba encontrar los médicos adecuados.