La primera huelga de la historia. Egipto, año 1166 a.C.
texto de Nelson Pierrotti
publicado en 2015 en Egiptomanía y en el blog El salariado
—3 mensajes—
LOS HECHOS
La situación no fue nada fácil, pero los obreros finalmente lograron un acuerdo con las autoridades ante quienes reclamaban comida, bebida y ropa, y que se elevara con urgencia su nota de reclamos ante las máximas jerarquías del Estado, el Primer Ministro (sustituto en ausencia del rey)[1] y el propio Faraón. El reporte del escriba comenta:
“[…] los trabajadores traspasaron los muros de la necrópolis (se pusieron en huelga) diciendo: ‘Tenemos hambre, han pasado 18 días de este mes… hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni grasa, ni pescado, ni legumbres. Escriban esto al faraón, nuestro buen señor y al visir nuestro jefe, que nos den nuestro sustento!”.
Los obreros pasaban hambre y los alimentos eran de mala calidad. El límite de tolerancia de aquellos primitivos trabajadores se había rebasado, razón por la cuál tomarían una decisión histórica: dejar de trabajar reclamando el pago de sus haberes. La llamada primera huelga de la historia comenzaba[2]. ¿Cuándo ocurrió esto? ¿Cómo ocurrió? ¿Cuáles fueron las consecuencias? Y finalmente, ¿fue una verdadera huelga? ¿Podemos hablar de huelga en aquellos tiempos lejanos?
EL LUGAR DE LOS HECHOS Y LOS TRABAJADORES
Todos los obreros, artesanos y escribas encargados de los trabajos en la tumba del faraón, estaban alojados en la aldea de Deir el-Medina, junto con sus familias. Esta zona albergaba las viviendas, las capillas y las tumbas de los propios obreros y fue utilizada desde la dinastía XVIII a la XX. Se calcula que en las más de setenta casas vivieron unos 120 trabajadores con sus esposas e hijos.
La cuadrilla de trabajadores se componía con un mínimo de 60 hombres divididos en dos equipos, cada uno de los cuales contaba con un capataz, un delegado y uno o varios escribas. Había albañiles, canteros, pintores, tallistas de relieves y escultores. Todo el trabajo estaba supervisado por el visir que visitaba la zona en algunas ocasiones o enviaba un delegado real para inspeccionar los trabajos.
Los trabajadores eran reclutados de varios poblados y localidades del territorio egipcio, donde ya desempeñaban alguna función al servicio de las autoridades. Sabemos que algunos de ellos fueron dueños de tierras y de servidores y animales, además de tener propiedades fuera de la población obrera. Los “hombres de la tumba” (como se les llamaba) se relacionaban, debido a su trabajo, con las personalidades más destacadas de Egipto e incluso algunos artesanos tuvieron trato directo con el faraón. Todo parece indicar que estos hombres disfrutaron de un mejor nivel de vida sus contemporáneos.
Cerca de la aldea se encontraban las tumbas de los obreros y las capillas con los dioses locales[3]. Durante el reinado de Ramsés II, las tumbas de los artesanos se convirtieran en un conjunto de obras en las que destaca la tendencia a la monumentalidad. Consistían en capillas pequeñas coronadas por una pirámide de reducidas proporciones. Este tipo de sepulcro era típico de los nobles del Nuevo Imperio, quienes se hacían edificar mastabas con pirámides en la parte superior, buscando participar de los beneficios espirituales antes reservados a la realeza.
EL PROBLEMA
Pese a ser todavía un país rico y poderoso, en el siglo XII a. C. se anunciaba la decadencia de Egipto. Desde 1198 hasta 1166 a. C. Ramsés III (XX dinastía) gobernaría un país con crecientes problemas. En las fronteras del Imperio tuvo que contener dos intentos de invasión libia, y el ataque de “los pueblos del norte y del mar” proveniente del Mediterráneo. La corrupción y la mala administración de los recursos debilitaban la economía del país, ya afectada por las monumentales tumbas en el Valle de los Reyes que absorbían buena parte del potencial de trabajo de la población. El excesivo y consecuente crecimiento de la burocracia estatal así como de una demanda de bienes de consumo que no podía ser satisfecha, llevaba la situación hasta el límite. Y de hecho, el reinado y la vida de Ramsés III, terminarían con una conspiración en su harén, en la que tomarían parte importantes funcionarios políticos.
Al empezar la inflación en los últimos años de Ramsés III, el sistema de trabajo se desarticuló como consecuencia de los retrasos del gobierno en pagar a los obreros. Y como resultado directo de la situación general, la actividad laboral de los artesanos (dependientes de la administración central) se multiplicaba sin que sus “salarios” (véase la nota)[4] se adecuaran a las tareas crecientes.
Muchos ostraca (hallados en Deir el-Medina) contienen largas listas de los productos que se entregaban regularmente a los obreros. Cada día recibían pan, cerveza, dátiles y verduras, e incluso agua potable (ya que los manantiales estaban secos). Algunos alimentos como los higos se suministraban con menos frecuencia y la carne solo en fiestas especiales. Asimismo, también se les abastecía de vestidos, calzados, vasijas y herramientas. El salario de un día del trabajador promedio era de 10 hogazas de pan y una medida de cerveza; y el de un artesano de mayor categoría podía llegar a las 500 hogazas de pan, las que tenía derecho a intercambiar por otros artículos. Los capataces y los escribas recibían 72 sacos (de unos 76 litros cada uno) de cereales al mes y el resto de trabajadores 52 sacos.
Pero aquellas necesarias raciones de comida no llegaban a tiempo, y las que sí llegaban, de mala calidad, eran manipuladas por el administrador según se lee en un ostracon:
“[…] Comunico a mi señor que estoy trabajando en las tumbas de los príncipes cuya construcción mi señor me ha encargado. Estoy trabajando bien […] No soy en absoluto negligente. Comunico a mi señor que estamos completamente empobrecidos […] Se nos ha quitado un saco y medio de cebada para darnos un saco y medio de basura”[5]
El hecho fue multicausal: la situación económica general, el crecimiento de la demanda de bienes de consumo, la corrupción y la mala administración llevaron a los obreros a declararse en huelga y a ocupar algunos edificios clave de la administración central.
EL DESARROLLO DE LA HUELGA
Según se lee en el llamado Papiro de la Huelga del reinado de Ramsés III (conservado hoy en Turín, Italia) y de varios ostraca encontrados en Deir el-Medina (guardados en los museos de El Cairo, Berlín y otras ciudades) la huelga comenzó el día 10 del mes de Peret en el año 29 de Ramsés III (a la sazón de 62 años de edad; 1166 a.C.) debido al retraso de una paga “sustraída” por el Gobernador de “Tebas Oeste”.
En el Papiro de la huelga redactado por el escriba Amennajet (que pertenecía al equipo de trabajadores de la tumba de Ramsés III)[6] se evidencia un conflicto en crecimiento, que pasa de las quejas iniciales a los reclamos más vehementes por la retención de recursos. Amennajet escribiría (como en parte citamos al principio):
“Año 29, segundo mes de la segunda estación, día 10. Este día el bando cruzó los cinco muros de la necrópolis, gritando: ‘¡Tenemos hambre!’ […] y se sentaron a espaldas del templo” de Tutmosis III en el límite de los campos cultivados”.
Al analizar el asunto más detenidamente, vemos que una vez abandonado el lugar de trabajo los artesanos egipcios habían marchado en protesta hacia los templos. Asumir esta actitud implicaba mucho para ellos porque constituía un verdadero desafío a las autoridades. En uno de los templos se les entregaron 50 panes (obviamente insuficientes para la multitud) por lo que al día siguiente entraron por la fuerza en el templo y paralizaron las actividades del mismo, haciendo los reclamos que registramos al principio de este artículo.
Así mismo fue necesaria la intervención de un escriba del equipo quien se dirigió al templo funerario donde se almacenaba grano exigiendo las raciones acaparadas por los sacerdotes y los intermediarios[7] (había retención de bienes) Los tres interventores y sus ayudantes instaron a los trabajadores a volver al recinto de la necrópolis haciendo:
“[…] grandes promesas […]: ‘Vendrán, porque tenemos la promesa del Faraón’ les dijeron.”
Pese a la promesa, los artesanos permanecieron el día entero acampados detrás del templo y solo al anochecer volvieron a la necrópolis.
El segundo y el tercer día invadieron el recinto sagrado que rodeaba el templo funerario de Ramsés II (o Rameseum) provocando la huida de porteros, policías y contadores, que no se animaron a enfrentarse a la multitud. La ocupación del Rameseum parece haber sido más eficaz que las medidas anteriores, porque provocó un cambio en la actitud de los funcionarios. Los huelguistas reclamaban, como se citó:
“[…] Hemos llegado a este lugar por causa del hambre y de la sed, por la falta de ropa, de pescado, de hortalizas. Escríbanlo al Faraón, nuestro buen señor, y escríbanlo al Visir, nuestro superior. ¡Háganlo para que podamos vivir!”
Esto llevó a que se les dieran las raciones del mes anterior. Pero obviamente no dejaron de reclamar las del mes en curso. Reunidos al día siguiente en la “fortaleza de la necrópolis” (el cuartel de soldados) lograron la intervención del jefe de policía, Mentumosis, quien les hizo la promesa de ir con ellos hasta el templo de Tutmosis:
“[…] Miren, les respondo: suban a sus casas y recojan sus útiles; cierren sus puertas y traigan a sus esposas e hijos. Yo iré al frente de ustedes al templo de Tutmosis y les permitiré estar allí hasta mañana”.
texto de Nelson Pierrotti
publicado en 2015 en Egiptomanía y en el blog El salariado
—3 mensajes—
LOS HECHOS
La situación no fue nada fácil, pero los obreros finalmente lograron un acuerdo con las autoridades ante quienes reclamaban comida, bebida y ropa, y que se elevara con urgencia su nota de reclamos ante las máximas jerarquías del Estado, el Primer Ministro (sustituto en ausencia del rey)[1] y el propio Faraón. El reporte del escriba comenta:
“[…] los trabajadores traspasaron los muros de la necrópolis (se pusieron en huelga) diciendo: ‘Tenemos hambre, han pasado 18 días de este mes… hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni grasa, ni pescado, ni legumbres. Escriban esto al faraón, nuestro buen señor y al visir nuestro jefe, que nos den nuestro sustento!”.
Los obreros pasaban hambre y los alimentos eran de mala calidad. El límite de tolerancia de aquellos primitivos trabajadores se había rebasado, razón por la cuál tomarían una decisión histórica: dejar de trabajar reclamando el pago de sus haberes. La llamada primera huelga de la historia comenzaba[2]. ¿Cuándo ocurrió esto? ¿Cómo ocurrió? ¿Cuáles fueron las consecuencias? Y finalmente, ¿fue una verdadera huelga? ¿Podemos hablar de huelga en aquellos tiempos lejanos?
EL LUGAR DE LOS HECHOS Y LOS TRABAJADORES
Todos los obreros, artesanos y escribas encargados de los trabajos en la tumba del faraón, estaban alojados en la aldea de Deir el-Medina, junto con sus familias. Esta zona albergaba las viviendas, las capillas y las tumbas de los propios obreros y fue utilizada desde la dinastía XVIII a la XX. Se calcula que en las más de setenta casas vivieron unos 120 trabajadores con sus esposas e hijos.
La cuadrilla de trabajadores se componía con un mínimo de 60 hombres divididos en dos equipos, cada uno de los cuales contaba con un capataz, un delegado y uno o varios escribas. Había albañiles, canteros, pintores, tallistas de relieves y escultores. Todo el trabajo estaba supervisado por el visir que visitaba la zona en algunas ocasiones o enviaba un delegado real para inspeccionar los trabajos.
Los trabajadores eran reclutados de varios poblados y localidades del territorio egipcio, donde ya desempeñaban alguna función al servicio de las autoridades. Sabemos que algunos de ellos fueron dueños de tierras y de servidores y animales, además de tener propiedades fuera de la población obrera. Los “hombres de la tumba” (como se les llamaba) se relacionaban, debido a su trabajo, con las personalidades más destacadas de Egipto e incluso algunos artesanos tuvieron trato directo con el faraón. Todo parece indicar que estos hombres disfrutaron de un mejor nivel de vida sus contemporáneos.
Cerca de la aldea se encontraban las tumbas de los obreros y las capillas con los dioses locales[3]. Durante el reinado de Ramsés II, las tumbas de los artesanos se convirtieran en un conjunto de obras en las que destaca la tendencia a la monumentalidad. Consistían en capillas pequeñas coronadas por una pirámide de reducidas proporciones. Este tipo de sepulcro era típico de los nobles del Nuevo Imperio, quienes se hacían edificar mastabas con pirámides en la parte superior, buscando participar de los beneficios espirituales antes reservados a la realeza.
EL PROBLEMA
Pese a ser todavía un país rico y poderoso, en el siglo XII a. C. se anunciaba la decadencia de Egipto. Desde 1198 hasta 1166 a. C. Ramsés III (XX dinastía) gobernaría un país con crecientes problemas. En las fronteras del Imperio tuvo que contener dos intentos de invasión libia, y el ataque de “los pueblos del norte y del mar” proveniente del Mediterráneo. La corrupción y la mala administración de los recursos debilitaban la economía del país, ya afectada por las monumentales tumbas en el Valle de los Reyes que absorbían buena parte del potencial de trabajo de la población. El excesivo y consecuente crecimiento de la burocracia estatal así como de una demanda de bienes de consumo que no podía ser satisfecha, llevaba la situación hasta el límite. Y de hecho, el reinado y la vida de Ramsés III, terminarían con una conspiración en su harén, en la que tomarían parte importantes funcionarios políticos.
Al empezar la inflación en los últimos años de Ramsés III, el sistema de trabajo se desarticuló como consecuencia de los retrasos del gobierno en pagar a los obreros. Y como resultado directo de la situación general, la actividad laboral de los artesanos (dependientes de la administración central) se multiplicaba sin que sus “salarios” (véase la nota)[4] se adecuaran a las tareas crecientes.
Muchos ostraca (hallados en Deir el-Medina) contienen largas listas de los productos que se entregaban regularmente a los obreros. Cada día recibían pan, cerveza, dátiles y verduras, e incluso agua potable (ya que los manantiales estaban secos). Algunos alimentos como los higos se suministraban con menos frecuencia y la carne solo en fiestas especiales. Asimismo, también se les abastecía de vestidos, calzados, vasijas y herramientas. El salario de un día del trabajador promedio era de 10 hogazas de pan y una medida de cerveza; y el de un artesano de mayor categoría podía llegar a las 500 hogazas de pan, las que tenía derecho a intercambiar por otros artículos. Los capataces y los escribas recibían 72 sacos (de unos 76 litros cada uno) de cereales al mes y el resto de trabajadores 52 sacos.
Pero aquellas necesarias raciones de comida no llegaban a tiempo, y las que sí llegaban, de mala calidad, eran manipuladas por el administrador según se lee en un ostracon:
“[…] Comunico a mi señor que estoy trabajando en las tumbas de los príncipes cuya construcción mi señor me ha encargado. Estoy trabajando bien […] No soy en absoluto negligente. Comunico a mi señor que estamos completamente empobrecidos […] Se nos ha quitado un saco y medio de cebada para darnos un saco y medio de basura”[5]
El hecho fue multicausal: la situación económica general, el crecimiento de la demanda de bienes de consumo, la corrupción y la mala administración llevaron a los obreros a declararse en huelga y a ocupar algunos edificios clave de la administración central.
EL DESARROLLO DE LA HUELGA
Según se lee en el llamado Papiro de la Huelga del reinado de Ramsés III (conservado hoy en Turín, Italia) y de varios ostraca encontrados en Deir el-Medina (guardados en los museos de El Cairo, Berlín y otras ciudades) la huelga comenzó el día 10 del mes de Peret en el año 29 de Ramsés III (a la sazón de 62 años de edad; 1166 a.C.) debido al retraso de una paga “sustraída” por el Gobernador de “Tebas Oeste”.
En el Papiro de la huelga redactado por el escriba Amennajet (que pertenecía al equipo de trabajadores de la tumba de Ramsés III)[6] se evidencia un conflicto en crecimiento, que pasa de las quejas iniciales a los reclamos más vehementes por la retención de recursos. Amennajet escribiría (como en parte citamos al principio):
“Año 29, segundo mes de la segunda estación, día 10. Este día el bando cruzó los cinco muros de la necrópolis, gritando: ‘¡Tenemos hambre!’ […] y se sentaron a espaldas del templo” de Tutmosis III en el límite de los campos cultivados”.
Al analizar el asunto más detenidamente, vemos que una vez abandonado el lugar de trabajo los artesanos egipcios habían marchado en protesta hacia los templos. Asumir esta actitud implicaba mucho para ellos porque constituía un verdadero desafío a las autoridades. En uno de los templos se les entregaron 50 panes (obviamente insuficientes para la multitud) por lo que al día siguiente entraron por la fuerza en el templo y paralizaron las actividades del mismo, haciendo los reclamos que registramos al principio de este artículo.
Así mismo fue necesaria la intervención de un escriba del equipo quien se dirigió al templo funerario donde se almacenaba grano exigiendo las raciones acaparadas por los sacerdotes y los intermediarios[7] (había retención de bienes) Los tres interventores y sus ayudantes instaron a los trabajadores a volver al recinto de la necrópolis haciendo:
“[…] grandes promesas […]: ‘Vendrán, porque tenemos la promesa del Faraón’ les dijeron.”
Pese a la promesa, los artesanos permanecieron el día entero acampados detrás del templo y solo al anochecer volvieron a la necrópolis.
El segundo y el tercer día invadieron el recinto sagrado que rodeaba el templo funerario de Ramsés II (o Rameseum) provocando la huida de porteros, policías y contadores, que no se animaron a enfrentarse a la multitud. La ocupación del Rameseum parece haber sido más eficaz que las medidas anteriores, porque provocó un cambio en la actitud de los funcionarios. Los huelguistas reclamaban, como se citó:
“[…] Hemos llegado a este lugar por causa del hambre y de la sed, por la falta de ropa, de pescado, de hortalizas. Escríbanlo al Faraón, nuestro buen señor, y escríbanlo al Visir, nuestro superior. ¡Háganlo para que podamos vivir!”
Esto llevó a que se les dieran las raciones del mes anterior. Pero obviamente no dejaron de reclamar las del mes en curso. Reunidos al día siguiente en la “fortaleza de la necrópolis” (el cuartel de soldados) lograron la intervención del jefe de policía, Mentumosis, quien les hizo la promesa de ir con ellos hasta el templo de Tutmosis:
“[…] Miren, les respondo: suban a sus casas y recojan sus útiles; cierren sus puertas y traigan a sus esposas e hijos. Yo iré al frente de ustedes al templo de Tutmosis y les permitiré estar allí hasta mañana”.
Última edición por lolagallego el Jue Dic 31, 2020 2:11 pm, editado 1 vez