Entrevista a la camarada Carmen en Propuesta Comunista nº50
“AL QUE ME TRAIGA LA OREJA DE UN
COMUNISTA, LE DOY UN RAMO DE PLÁTANOS
–ESA FRASE ME HIZO COMUNISTA”
Nacida en Priego de Córdoba -el pueblo del republicano Alcalá-
Zamora- hace ya más de ochenta años, Carmen es uno de tantos ejemplos
de coherencia y compromiso que nos hace pensar inevitablemente
en esos hombres y mujeres “imprescindibles” de los que habla Bertold
Brecht.
Pese a las dificultades de su edad y sus dolencias, Carmen
(“la Dolores”, le dicen en su pueblo) se mantiene firme en su trabajo
militante, y, si las piernas o los ojos no la dejan moverse de su casa,
hace que, por correo, le llegue la propaganda del partido a todos sus
contactos. En plena campaña electoral, y a falta de posibilidades para
moverse, se la ha visto repartir papelitos desde la ventana de su casa
con el nombre del PCPE escrito a mano por ella misma. Siempre hay
algo, está claro, que una puede hacer.
–Carmen, cuéntanos, ¿cómo fue tu inicio en la militancia política?
A mí, desde chica, me decían “la niña republicana”. Un día, mi padre,
que era republicano, como muchos en Priego, y que tenía un Ford muy
destartalado para trabajar, transportando lo que pudiera (leche, fruta…
), me llevó con él a un almacén de plátanos. Allí oí al dueño decir: “Al
que me traiga la oreja de un comunista, le doy un ramo de plátanos”. Cuando
salimos de allí le pregunté a mi padre quiénes eran los comunistas. Él
me dijo: “Los comunistas son los que dicen que la tierra es para el que la trabaja
y que las fábricas tienen que ser para los trabajadores”. “El comunismo”, me
explicó mi padre, “ya está en Moscú”. En aquel momento, yo le dije a
mi padre: “Ya no soy más republicana, ya soy comunista”.
–¿Cómo fue tu incorporación al Partido Comunista, entonces?
¿Qué tipo de actividad desarrollaste en él?
Mi cuñado, Manuel Jordano López, que era militante del Partido
Comunista (murió fusilado el 6 de agosto de 1936, en Castro del Río),
llevaba la propaganda a algunos pueblos de Córdoba. Me dio un día un
folleto de Dolores y le dije que quería ser del partido, del partido de las
mujeres.
Pero yo no tuve la militancia hasta un tiempo después, cuando
estaba con mi familia, refugiada en Jaén, ya en 1937. Mi padre se fue
con Crespo, dirigente del PCE, a coger aceitunas muy cerca de las trincheras.
En el camino, éste convenció a mi padre para que cogiera el
carnet del Partido. Cuando mi padre fue a la sede del Comité Local de
Jaén, me fui con él. Crespo me vio sentada en la puerta y me preguntó:
“¿A qué vienes?”. Yo le dije: “A trabajar”. Y ese mismo día me mandaron
a repartir octavillas.
Después de un tiempo haciendo trabajo para el Partido, me dieron el
carnet. Unos días iba a repartir octavillas y, otros, a ayudar con la preparación
de la propaganda. Yo no sabía apenas escribir, pero me mandaban
a hacer las letras para las pancartas, así que tenía que copiar las
formas como podía. Ingresé en el Partido el 16 de octubre de 1937.
–Sabemos que fuiste dirigente de las JSU. ¿Cómo fue eso?
¿Ingresaste primero en el partido y luego en la juventud?
Sí, estuve en la Juventud y fui miembro de la Ejecutiva. Cuando
yo estaba en Jaén, la Juventud estaba en manos de los socialistas, en
concreto de un diputado, Pérez Carruana, que era cosa mala, y de las
hermanas Benítez.
Había pocos comunistas en Jaén, así que a los y las camaradas más
jóvenes se nos encargó ir a la organización juvenil a echar una mano y
a reforzar aquello. Me afilié al Tercer Club de la Juventud con mi hermana,
que también militaba (como mi madre y mi padre).
En la Juventud íbamos a las asambleas. Allí conocí a Carrillo, que
estuvo de visita en Jaén 2 o 3 veces, y que ya era por entonces Secretario
General.
Al salir del teatro donde se celebró el último congreso de la Juventud,
se llevaron presa a toda la Ejecutiva. A mí me llevaron también. El
gobernador socialista ordenó cercar el teatro y que nos llevaran a los
bajos de la Delegación del Gobierno. Al Secretario de la Juventud lo
tuvieron 5 años en la cárcel. Otra gente tuvo más suerte, incluida yo.
–Tus tiempos en Jaén fueron realmente intensos, ¿no? ¿Cómo
llegasteis allí? ¿Cómo fue vuestra huida de Córdoba?
A Jaén llegamos toda la familia, refugiada, huyendo de Espejo. En
Espejo y en Santa Cruz estuvimos mi familia y yo participando de la
resistencia republicana frente a la toma de las fuerzas fascistas.
Mi padre se incorporó al frente del Alcaparro, y yo me fui con él
y con mi madre a defender un puente. Para que nos identificaran, nos
teníamos que poner una tela roja, así que yo usaba una combinación
que tenía. Allí, ayudábamos a los mineros a coger piedras para las
trincheras. También ayudábamos haciendo gorros y pañuelos para los
milicianos. Algunos días, íbamos a ponerles el desayuno.
Cuando los fascistas tomaron Espejo, tuvimos que huir a Jaén. Allí
nos refugiamos en un convento.
–Y allí, una vez que ingresaste en el Partido y trabajando para
el Comité Local, conociste al poeta Miguel Hernández, ¿no es
así?
Sí. En el Salón de Actos del Comité Local se daban conferencias
todos los sábados. Miguel Hernández fue allí a dar una de ellas. Uno
de los días que él se quedó por allí nos vimos en la imprenta del Partido.
Yo trabajaba haciendo paquetes de material de propaganda para el
frente. Él se nos acercó a una compañera y a mí, nos abrazó y nos dio
un beso. Fue en esos días cuando escribió su poema sobre los aceituneros
de Jaén.
–¿Fuiste de las últimas personas en abandonar la sede del CL
de Jaén?
Anita Anguita y yo teníamos guardia en la sede del Comité. Ya
sabíamos que los fascistas se habían llevado a todos los del Comité,
pero yo insistí en que no podíamos dejar sola nuestra sede y convencí a
Anita para que nos fuéramos a la sede igualmente. Cuando llegaron los
fascistas, les dijimos que éramos las de la limpieza y que habíamos ido
a cobrar, pero no encontrábamos a nadie. Gracias a eso nos escapamos
y nos dio tiempo a quemar algunas cosas y a recoger dinero que había
del Partido. Salimos corriendo a casa de Anita, donde estaba refugiado
Miguel Caballero (él fue el organizador del Partido en Córdoba, antes
de huir a Jaén, y era profesor en la Escuela de Cuadros del Partido,
donde daba clases de leninismo). A él le dimos el dinero, pero, al día
siguiente, cuando huía de los fascistas, vestido de albañil, lo cogieron,
se lo llevaron a Úbeda y, de allí, a la cárcel de Burgos.
–Después de eso, regresas a Córdoba, ya a Montilla, donde
sigues viviendo. ¿Qué trabajos para el Partido pasaste a desempeñar?
¿Sufriste represalias o persecución en ese tiempo?
Cuando ya regresé a Córdoba, mi trabajo consistía en ir a la cárcel a
visitar a las presas, sobre todo a Encarnación Juárez Ortiz, de la Rambla,
que era responsable del Partido. Las ayudaba vendiendo fuera las
cosas que ellas hacían (pañuelos y otras labores).
Como Encarnación le escribió a Miguel Caballero a la cárcel de Burgos,
contándole el apoyo que yo les daba, Miguel también me pidió que
hiciera lo mismo con los de Burgos.
Mi madre, mi hermana y yo teníamos tres puestos en la plaza. En
ellos habíamos ido ahorrando unos duros para un vestido y unos zapatos
que iban a ser para mí, pero yo decidí comprar comida para los
presos y mandárselo en el tren.
Después de eso, iba por los tiendas pidiendo y vendiendo “palodú”
(regaliz) y otras cosas (cosas que hacían los presos) para sacar dinero
para enviar más comida. De aquélla, un comisario de policía de Montilla
se dedicaba a perseguirme.
–Para terminar, Carmen, ¿quieres recordar aquí a algún o
alguna camarada de militancia que haya sido especialmente
destacable para ti?
Son muchos los nombres, pero tengo que recordar aquí a Crespo, a
Miguel Caballero, a Encarna Juárez, a Pepe Aroca y su madre, Antonia
Núñez… Tantos nombres, que es difícil elegir.