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El nuevo movimiento revolucionario y sus métodos de lucha
M.P.M. (Arenas)
Bandera Roja, mayo de 1978
Cuando la burguesía imperialista creía haber conjurado para siempre el peligro de revolución en los países capitalistas, con la domesticación de los viejos partidos comunistas o lo que es igual, con la conversión de éstos al eurocomunismo, que no es otra cosa que una nueva forma de degeneración socialdemócrata del revisionismo, tiene que enfrentarse a un movimiento revolucionario de nuevo tipo: a la guerrilla urbana. Esta nueva plaga, como la burguesía gusta llamar a este movimiento, se distingue del movimiento revolucionario anterior, esencialmente, por el método de lucha que emplea, lo que hace prácticamente imposible que, a corto plazo, pueda convertirse en un movimiento insurreccional de masas. Sin embargo, dadas las condiciones de aguda crisis económica y política por la que atraviesa el sistema, crisis a la que no se ve ninguna salida, la plaga amenaza con extenderse, contagiar a amplios sectores de la clase obrera y otras capas de trabajadores de la ciudad y del campo y tomar así carta de naturaleza, como un fenómeno social nuevo cuyas consecuencias ya se pueden prever.I
Desde distintos ángulos se está tratando de aniquilar este nuevo movimiento. El Estado de los monopolios lo combate por medio de sus cuerpos represivos, los tribunales, las cárceles, etc. Por su parte los partidos eurocomunistas y otros grupos seudomarxistas afines también se han puesto a la tarea de combatir a este nuevo movimiento revolucionario, tildando a sus miembros de aventureros y sacando a relucir para ello todo el viejo arsenal de ideas muertas. Sin embargo, no parecen lograr ningún resultado.
La burguesía puede seguir presentando la lucha de clases y sus numerosas manifestaciones como mejor convenga a sus intereses, y lo mismo pueden seguir haciendo los partidos y grupos de politicastros reformistas, corrompidos hasta la médula. Las masas obreras, que tienen ya una larga experiencia y un olfato muy fino, no se dejarán llevar a engaño.
Para todo verdadero marxista se impone la urgente tarea de hacer un análisis serio y profundo de esta nueva realidad que se está imponiendo y que comienza ya a condicionar la vida política de muchos países, amenazando con alterar profundamente toda la política y la correlación de fuerzas en que se fundamenta el sistema capitalista de nuestros días.
Ninguna persona mínimamente seria y capaz de pensar por sí misma puede caer en las explicaciones demagógicas que da la prensa burguesa acerca de una cuestión de esta naturaleza, ni tampoco le podrán convencer los argumentos de los revisionistas y otros como ellos que no resisten el menor análisis crítico. Esto tendremos ocasión de comprobarlo a lo largo de este trabajo, pero para los menos iniciados diremos de entrada que se hace realmente difícil creer que numerosos jóvenes, y otros que no lo son tanto, que en distintos países se han lanzado a una lucha a muerte, hagan esto por puro placer, inducidos por ideas irracionales o por oscuros intereses, cuando hay tantísimos problemas por resolver en la sociedad y cuando ya ha quedado sobradamente demostrada la ineficacia de los partidos llamados de izquierda y de los métodos tradicionales que vienen propugnando para, al menos, impedir que se haga aún más difícil, angustiosa y desesperada la situación en que se encuentran millones de trabajadores en las condiciones del capitalismo monopolista. Es en estas condiciones, y no en las mentes calenturientas de unos cuantos individuos aislados, donde hay que buscar las raíces de este nuevo fenómeno. Tal como dijo Lenin: El agravamiento de la crisis política hasta llegar a la lucha armada y, sobre todo, el aumento de la miseria, del hambre y del paro en aldeas y ciudades desempeñaron señalado papel entre las causas que han dado lugar a la lucha que describimos (1).
Hay que añadir, además, otros importantes factores, pues recordemos que, si bien la lucha de guerrillas es un fenómeno inherente a todo período de crisis, hoy nos encontramos, como hemos apuntado más arriba, ante la bancarrota de los partidos reformistas y de los métodos de lucha tradicionales utilizados por ellos; cosas ambas que se han mostrado incapaces durante más de 40 años para resolver ninguno de los cada vez más graves problemas a que se viene enfrentando la sociedad.
Como hemos repetido ya muchas veces, ni el parlamentarismo, ni los sindicatos, ni las votaciones, ni las huelgas pacíficas y controladas por el gran capital, ni la política de alianzas con fracciones de la burguesía monopolista que vienen practicando los llamados partidos obreros sirven ya para nada. Pero si esa política no soluciona ningún problema, condenando, además, a la más completa impotencia al movimiento obrero y popular, no puede decirse que haya conseguido cerrar toda perspectiva al movimiento. Más bien sucede lo contrario: esa política reformista y conciliadora que ya ni reforma nada, ni reconcilia a nadie, está enseñando mejor que cientos de libros a millones de obreros y otros trabajadores por dónde no deben encaminar sus pasos en el futuro, y ha conducido ya a un número considerable de jóvenes, principalmente, a empuñar las armas y a buscar por otros derroteros una verdadera salida.
Al margen de las acusaciones que se le hacen a este movimiento, de las que nos ocuparemos más adelante, queremos destacar aquí su carácter histórico, es decir, la inevitabilidad de su aparición y desarrollo, así como los nexos que le unen al movimiento de masas.II
Desde ahora debemos ir familiarizándonos con estos dos conceptos: el movimiento político de resistencia y lucha de guerrillas. Estos son conceptos que no nos hemos inventado nosotros, sino que designan dos partes complementarias de una misma realidad. Por movimiento político de resistencia entendemos el conjunto de huelgas, protestas, manifestaciones y otras acciones que se producen a millares todos los días y en todos los sitios de manera semiespontánea y que escapan a todo control por parte de las autoridades y los partidos domesticados. De este vasto movimiento forma parte, como su punta de lanza, las acciones guerrilleras. Estas acciones no se producirían con la regularidad que lo vienen haciendo y los grupos que las llevan a cabo no podrían mantenerse por mucho tiempo, no podrían resistir la represión, ni renovarse, si no se diera ese amplio movimiento político de resistencia, y, por otra parte, es indudable que dicho movimiento de resistencia habría sucumbido hace tiempo a la represión o víctima de la desmoralización que crea la misma, si no encontrara en las organizaciones guerrilleras y en el tipo de lucha que practican una resistencia aún más firme, si no hallaran las fuerzas represivas y el gobierno que las manda una respuesta continua ante sus crímenes y si, en definitiva, la lucha armada, no ofreciera al conjunto del movimiento la única salida que realmente le queda. En pocas palabras, el movimiento de resistencia de las amplias masas populares ha dado vida y nutre continuamente a la guerrilla, y ésta a su vez mantiene en pie y facilita el continuo desarrollo del movimiento popular de resistencia al sistema capitalista.
Se comprenderá fácilmente que un movimiento de estas características resulta indestructible y que sólo podrá desaparecer con las mismas causas que lo han generado.
Sabemos que muchos llamados revolucionarios se abalanzarán sobre nosotros, acusándonos de herejes y de otras cosas por el estilo, porque esta concepción que hemos expuesto rompe con los esquemas supuestamente marxistas que ellos se han formado. ¡Pero qué le vamos a hacer! Nosotros no creemos en la democratización del sistema político capitalista en su fase actual, ni en las facilidades concedidas por la gran burguesía para que la clase obrera y otras capas populares alcancen el socialismo de forma legal y pacífica. Esto no ha ocurrido antes, ni sucede ahora, ni sucederá tampoco en el futuro, sino que, por el contrario, comprobamos que a medida que se va agudizando la crisis general del sistema y estalla por doquier la lucha revolucionaria de las masas, la resistencia de la burguesía a desaparecer se hace cada vez mayor, su régimen político tiende a suprimir todas las libertades políticas y las mejoras económicas y sociales y va implantando una forma fascista de poder, si bien, esta fascistización procura encubrirla lo mejor que puede.
La sociedad capitalista hace tiempo que ha alcanzado su más alto grado de desarrollo económico, a partir del cual comienza su decadencia, su descomposición interna. En esta fase histórica se abre un largo período de convulsiones que obligan a las masas a adoptar formas de lucha muy distintas a las utilizadas en períodos anteriores, a las empleadas en la etapa de desarrollo pacífico y parlamentario del capitalismo. Esto ya lo previeron los clásicos del marxismo, pues si algunos todavía no se han enterado, hemos de decir que nada permanece inmutable, ni siquiera la táctica de lucha del proletariado, ni esa táctica puede retroceder para atrás como muchos pretenden.
En el tema que nos ocupa, tal como indicó Lenin certeramente, el marxismo exige que el problema de las formas de lucha se enfoque desde un ángulo absolutamente histórico. Plantearlo desvinculado de la situación histórica concreta significa no comprender el abecé del materialismo dialéctico. Y prosigue: En los diversos momentos de evolución económica, según sean las diferentes condiciones políticas, la cultura nacional, las costumbres, etc., pasan a primer plano distintas formas de lucha que se hacen preponderantes y, en relación con ello se modifican a su vez las formas secundarias de lucha, accesorias. Intentar admitir o rechazar el método concreto de lucha sin examinar detenidamente la situación concreta del movimiento de que se trate en el grado de desarrollo que haya alcanzado, significa abandonar por completo el terreno del marxismo (2).
Y bien, ¿cuáles han sido los métodos de lucha que se han destacado como los principales en diferentes momentos de la evolución económica y con arreglo a las diferentes condiciones políticas, etc.? Lenin también nos da una clara explicación a este respecto: La socialdemocracia negaba en la década del 70 la huelga general como panacea social, como medio para derrocar de golpe a la burguesía por vía no política, pero la socialdemocracia admite plenamente la huelga política de masas [...] como uno de los medios de lucha, indispensable en ciertas condiciones. La socialdemocracia que en la década del 40 del siglo XIX admitía la lucha de barricadas en las calles y la rechazaba, basándose en datos concretos, a fines del siglo XIX, ha declarado que está dispuesta por completo a revisar este último criterio y admitir la conveniencia de tal lucha después de la experiencia de Moscú, que ha dado origen, según K. Kautsky, una nueva táctica de barricadas (3).
Completemos por nuestra parte esta exposición de Lenin, añadiendo que, posteriormente, desde la segunda década del presente siglo hasta mediados de los años 30, el comunismo propugnó la combinación de las huelgas políticas de masas con la insurrección armada, la lucha legal y parlamentaria con la organización clandestina, la participación activa de los comunistas en los sindicatos con la preparación entre las masas de la insurrección armada, etc.
La ofensiva ultrarreaccionaria del fascismo obligó a partir de mediados de la década de los 30 a modificar esta táctica de lucha ante la notoria debilidad en que se encontraba el movimiento obrero para hacer frente a esa ofensiva del gran capital y ante la posibilidad que el triunfo del fascismo en algunos países abría para llegar a acuerdos con amplios sectores de la burguesía. Este viraje en la táctica se impuso como una necesidad en aquellas condiciones, desaparecidas las cuales con la derrota del nazi-fascismo, como muy pronto se comprobó, se imponía un nuevo cambio, pero este cambio no se hizo y de ahí provienen muchos de los problemas a que se viene enfrentando el movimiento obrero internacional. La acomodación a la legalidad burguesa de los partidos comunistas favoreció el desarrollo en el seno de éstos de la corriente revisionista que los ha llevado finalmente a la total degeneración. Ésta es la causa, aparte de lo ya señalado anteriormente, de que el vacío dejado por los partidos comunistas haya dado lugar a la aparición del nuevo movimiento revolucionario y que éste esté aplicando una táctica más acorde con la realidad y radicalmente distinta a la táctica revisionista.III
Históricamente, no obstante esos continuos cambios de táctica, que vienen impuestos por cada coyuntura económica y política, se puede decir que la tendencia general del movimiento es, desde principios de siglo, desde la entrada del capitalismo en la fase monopolista financiera de su desarrollo, y con el comienzo de la nueva era revolucionaria que ello trajo consigo, la tendencia, repetimos, del movimiento revolucionario es a emplear nuevas y cada vez más variadas formas de defensa y ataque, lo que viene a concretarse en lo que hemos denominado movimiento político de resistencia y la lucha de guerrillas. Tal como hemos señalado otras veces, estas nuevas formas de lucha surgen de manera inevitable como consecuencia de la crisis económica y política crónica que padece el sistema capitalista; es el resultado del incremento de la explotación, del paro creciente y de la miseria a que se ven sometidos un número cada vez mayor de obreros y otros trabajadores del campo y la ciudad, pese al corto período de prosperidad que siguió a la terminación de la II Guerra Mundial; dicho movimiento es también consecuencia de la imposibilidad manifiesta de hacer por parte de los obreros y otros trabajadores, una defensa eficaz de sus intereses por la vía legal, pacífica y parlamentaria, dado el alto grado, no sólo de concentración económica y de parasitismo alcanzado por las clases dominantes, sino también, y muy particularmente, es debido al militarismo y al reaccionarismo desbocado a que ha llegado su régimen político.
Hoy no nos encontramos en la época de la libre competencia económica y del imperio de la constitución democrática, cuando le era posible a la clase obrera organizarse y utilizar las instituciones burguesas para luchar contra esas mismas instituciones, tal como señaló Engels. Hoy nos encontramos en el monopolismo y la reacción política, cuando la burguesía misma hace tiempo que ha roto la legalidad democrática que gobernó todos sus actos en otro tiempo; cuando el capital monopolista ha eliminado todas las trabas jurídicas e instituciones que impedían su actuación contrarevolucionaria abierta.
Este cambio en la situación política ya se reveló, sobre todo a principios de siglo, coincidiendo con la formación de los monopolios en toda una serie de países. La I Guerra Mundial lo puso claramente de manifiesto. Pero hasta los años 30 se puede decir que todavía subsisten, junto a la tendencia acelerada a la fascistizacíón y al monopolismo, formas económicas y políticas del período anterior. El fascismo vino a poner término a estas últimas, y por la misma necesidad de la competencia capitalista en aquellos países que se encontraban en peores condiciones para llevarla a cabo, implantando el control económico de la oligarquía financiera entre todos los sectores de la economía y un régimen político de tipo terrorista y policiaco sobre las masas obreras y populares, a fin de destrozar sus organizaciones y quebrar toda resistencia.
Era lógico pues, que la táctica de lucha del proletariado conservara hasta entonces, junto a las nuevas formas destacadas por Lenin y la práctica del Partido bolchevique, parte de las antiguas, si bien, tal como indicó Lenin, estas últimas formas deberían subordinarse a las primeras, es decir, a los nuevos métodos de lucha engendrados por las nuevas condiciones económicas y políticas y por el movimiento revolucionario de masas en acelerado desarrollo: Las antiguas formas -decía Lenin- se han roto, pues resulta que su nuevo contenido antiproletario, reaccionario, han adquirido un desarrollo desmesurado, por consiguiente, llamaba Lenin, hay que transformar, vencer y someter todas las formas, no sólo las nuevas, sino también las antiguas, no para conciliarse con éstas últimas, sino para saber convertirías todas, las nuevas y las viejas, en un arma completa, definitiva e invencible del comunismo.
Pues bien, los partidos revisionistas y otros grupos, no sólo no han combinado las nuevas y las viejas formas de lucha, sino que han ido arrinconando poco a poco las primeras, tachándolas de antiguas e inservibles para quedarse tan sólo con las formas de lucha verdaderamente viejas y que ya no sirven absolutamente para nada. Y desde estas posiciones dirigen sus ataques demagógicos y rastreros al nuevo movimiento revolucionario, el cual, de una manera más o menos acertada y consciente no hace sino aplicar las enseñanzas de Lenin y los métodos de lucha que corresponden aplicar a las nuevas condiciones históricas.
Tal como hemos visto estas condiciones ya no son las de democracia burguesa, ni siquiera las que se daban cuando Lenin y la III Internacional plantearon la necesidad para el movimiento obrero revolucionario de utilizar todas las formas, tanto las nuevas como las viejas, combinándolas. Actualmente no es que se haya cerrado completamente toda posibilidad de lucha legal, sindical y pacífica, pues la crisis en que se debate el sistema y la gran amplitud que ha tomado el movimiento está creando nuevas posibilidades de trabajo legal. Pero hay que hacer notar que esa legalidad ya no es la legalidad burguesa, sino otra muy distinta; es una legalidad impuesta por la lucha de masas, es una legalidad creada por el movimiento revolucionario, y ante la cual, nada o muy poco puede hacer la burguesía reaccionaria. La combinación del movimiento revolucionario de masas con las acciones armadas, sólo esto es lo que puede arrinconar aún más al Estado, burgués y creará las condiciones generales, políticas, ideológicas y de organización del movimiento para la total destrucción del sistema y su sustitución por otro enteramente nuevo.
Los grandes capitalistas financieros y sus lacayos pretenden atemorizar a las masas y contener su movimiento político independiente, amenazando todos los días con el espantajo del golpe militar fascista. Esto pone bien a las claras la solidez y el verdadero carácter de la democracia que defienden: una democracia con permiso de los generales y la policía al servicio exclusivo de los intereses financieros. La política reformista y de conciliación que ha predominado durante todos estos últimos años en el movimiento obrero y popular, ha permitido al Estado capitalista atar las manos a los obreros y a otros trabajadores durante un largo período de tiempo. Eso ha permitido a la gran burguesía explotarlos al máximo, al mismo tiempo que reajustaba su sistema de dominación en un clima de paz. De esa manera han llegado a imponer de forma pacífica y legal, sin golpes de fuerza, no sólo el control económico de los monopolios, sino también una forma política de poder de tipo fascista, que no permite a nadie hacer, ni decir nada sin permiso de las autoridades. Con esto, la gran burguesía no ha hecho otra cosa que rematar limpiamente la obra emprendida por Mussolini y Hitler, y por este mismo motivo se puede decir con toda seguridad que no habrá de producirse en toda Europa ningún otro golpe fascista (*), pues la misión que tenían encomendada los fascistas sin máscara, todo lo que tenían que hacer lo ha hecho la burguesía sin necesidad de recurrir de nuevo a ellos y sirviéndose de la colaboración de los llamados partidos de izquierda.
En España este experimento lo están intentando llevar a cabo ahora, ante la bancarrota completa a que había llegado el sistema fascista de viejo cuño. Pero sabemos que en esencia todo sigue igual que antes. El poder continúa en manos de sus antiguos dueños, la base económica no ha variado lo más mínimo, sino que, en todo caso, intentan utilizar ese cambio de fachada para sembrar la confusión entre las masas y sumirlas aún más en la miseria. Lo único que ha cambiado realmente es la incorporación de los partidos reformistas que se hallaban desplazados de este proceso de renovación fascista que se ha llevado a cabo en toda Europa con la colaboración de ellos.
La burguesía monopolista se abalanzó sobre el proletariado, suprimiendo todas sus conquistas democráticas, ha intentado desmoralizarlo y ha destruido finalmente sus partidos de vanguardia. Con ello ha retrasado durante algún tiempo el proceso revolucionario, pero no puede evitarlo de ninguna manera por muchos esfuerzos y trampas que haga. Hoy nos hallamos en una situación que coloca a la burguesía financiera en la misma posición que ocuparon los señores feudales durante la época del ascenso burgués, y en una época así lo que se impone con fuerza incontenible son los métodos revolucionarios de lucha y la legalidad revolucionaria impuesta por las masas mediante el combate.IV
El recurso a la lucha armada es una de las principales características del movimiento revolucionario de nuestros días, de la época de la decadencia del sistema capitalista y de la revolución proletaria. Esta forma de lucha se destaca cada vez más como la principal, y a ella se deben subordinar todas las demás formas.
No faltan quienes vinculan la lucha armada sólo a las condiciones de los países coloniales y a los movimientos nacionales; de ahí que califiquen también como anarquismo o aventurerismo, como algo extraño y desligado del movimiento de masas y sin posible salida, la lucha de guerrillas en los países capitalistas industrializados, tal como ésta se viene desarrollando. ¿Responde ese juicio a la realidad? Veámoslo con relación a España.
Es obligado remitirse al fenómeno de ETA y al movimiento de resistencia popular de Euskadi. Aquí encontramos el ejemplo más claro de una lucha de guerrillas vinculada estrechamente a un movimiento de resistencia realmente de masas y que abarca ya a todos los sectores de la población. Esta realidad nadie se atreve ya a negarla. Pues bien, un juicio extendido atribuye este fenómeno a las especiales condiciones nacionales del movimiento. Sólo la opresión nacional y las aspiraciones nacionales de este pueblo explicarían, según algunos, la aparición y desarrollo de ETA y del poderoso movimiento de resistencia popular de Euskadi. Pero resulta que no sólo en Euskadi existe opresión nacional y aspiraciones nacionales hondamente sentidas por amplios sectores de la población; y sin embargo, como es bien sabido, ni en Cataluña, ni en Galicia, se ha producido el mismo fenómeno.
En cuanto a otros factores, como son la explotación económica, la composición de clase y la configuración geográfica de Euskadi, no creemos que haya mejores condiciones para el desarrollo de la lucha armada allí que, por ejemplo, en Galicia. Tampoco la ideología clerical-burguesa está en Galicia mucho más arraigada. Como se sabe, la Iglesia y los partidos nacionalistas parlamentarios burgueses siempre han gozado en Euskadi de un amplio apoyo y han constituido un freno para el movimiento popular. No obstante esto no ha impedido el desarrollo del movimiento de resistencia, ni de la guerrilla. Así que por la fuerza de los hechos no podemos sino atribuir al desencadenamiento de la lucha armada la formación de este poderoso movimiento.
Lenin aclara este problema en su trabajo citado, cuando dice: ¡Analicen en concreto este algo diferente, señores! Y entonces verán que la opresión o el antagonismo nacionales no explican nada, pues siempre han existido en las zonas periféricas occidentales, mientras que la lucha guerrillera es allí engendrada producto sólo del período histórico actual. Hay muchas zonas donde existen opresión y antagonismo nacionales, pero no hay lucha de guerrillas, que se despliega a veces sin que se dé la menor opresión nacional. Un análisis concreto de la cuestión probará que la causa no está en el yugo nacional, sino en las condiciones de la insurrección. La lucha de guerrillas es una forma inevitable de lucha cuando el movimiento de masas ha llegado ya realmente a la insurrección y cuando se dan treguas más o menos prolongadas entre las ‘grandes batallas’ de la guerra civil (4).
Así, nadie se atreve a calificar como anarquismo, terrorismo o aventurerismo la lucha de guerrillas que siguió en España a las grandes batallas de la Guerra Nacional Revolucionaria, lucha que se prolongó hasta bien entrados los años 50. Cuando se emprendió aquella lucha de guerrillas fue considerada justa y necesaria por todos los demócratas y revolucionarios del mundo. Posteriormente esta forma de lucha no se ha manifestado con tanta fuerza y claridad, pero nadie negará que ha existido en estado latente, manteniéndose con las huelgas revolucionarias mineras y de los metalúrgicos, con las manifestaciones de carácter insurreccional, con constantes escaramuzas entre los manifestantes y las fuerzas represivas, que han ocasionado decenas de muertos en ambas partes. Esa lucha es la que ha vuelto a resurgir en España como prolongación de las anteriores, aunque esta vez están más vinculadas a la actual crisis económica y política del momento.
El Partido ha de tomar una postura clara y bien definida sobre esta cuestión, cosa que por lo demás, ya viene haciendo. Hemos de tener en cuenta que vivimos una época de guerra civil casi permanente que, con toda probabilidad, durará largo tiempo y que, por tanto, en una época como ésta, decía Lenin, el partido ideal del proletariado es el partido beligerante (5). No seremos nosotros los que nos pongamos en contra o hagamos propaganda para desacreditar la lucha armada revolucionaria, ni a las organizaciones que la practican, porque eso supone ponerse al lado de los opresores en la lucha inevitable. En todo caso adoptaremos una actitud crítica, desde el punto de vista de la conveniencia militar y política de determinadas acciones. Pero, en nombre de los principios del marxismo, exigimos absolutamente que nadie se limite en el análisis de las condiciones de la guerra civil a tópicos sobre el anarquismo, el blanquismo o el terrorismo (6).
Hemos afirmado que la lucha armada se destaca como una de las formas principales de lucha del movimiento revolucionario en el actual contexto histórico, y esto es absolutamente cierto. Pero de aquí no se deduce que esa forma de lucha sea la única, ni que el Partido deba dedicarse como tal a practicarla. El Partido tiene encomendada otra misión, como es educar a las masas y organizar el movimiento político de resistencia, para que sean las mismas masas, las que, dirigidas por el Partido, ayuden hoy y se incorporen mañana en número cada vez mayor, al movimiento de lucha armada que habrá de derrocar al fascismo. Sin esta labor nuestra, ni la guerrilla, ni el movimiento de masas tendrían a la larga, ninguna salida y serían aniquilados por las fuerzas de la reacción.
¡Que esa labor nuestra puede crearnos, y de hecho ya está creándonos, numerosas dificultades, detenciones y una cierta desorganización, nadie lo niega! Hemos de ser plenamente conscientes de que, no obstante esas dificultades momentáneas, si tenemos el suficiente coraje y sabemos mantenernos en nuestro puesto, en el lugar de vanguardia que nos corresponde, a la larga, esas dificultades y la represión que se ha abalanzado sobre nosotros, sólo puede favorecernos.
Hemos de tener en cuenta que, tal como dijo Lenin, toda forma nueva de lucha, que trae aparejada nuevos peligros y nuevos sacrificios, ‘desorganiza’ indefectiblemente las organizaciones no preparadas para esta nueva forma de lucha [...] En toda guerra, cualquier operación lleva cierto desorden a las filas de los beligerantes. De esto no debe deducirse que no se ha de combatir. De esto debe deducirse que se ha de aprender a combatir. Y nada más (7).
Notas:
(1) Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.4.
(2) Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.2.
(3) Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pgs.2 y 3.
(4) Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.7.
(5) Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.8.
(6) Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.8.
(7) Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.9.
(*) Cinco meses después de publicado este artículo, en octubre de 1978, se desveló una conspiración militar para dar un golpe de Estado, conocida como Operación Galaxia. Luego, menos de tres años después, en febrero de 1981, hubo otro intento en el que tuvo una destacada participación la Guardia Civil. La oligarquía y los reformistas trataban así de intimidar al movimiento de resistencia.
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