La confianza era la que me sostuvo
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Para el hombre los 30 años son largos y de su vida el período de la
jueventud y de edad mediana es más precioso. En mi caso,
desgraciadamente, ese tiempo, concretamente dicho 31 años los pasé
detrás de las rejas en el Sur de Corea. Pensarlo me produce
escalofríos. Para que cambiara de idea me aplicaron todos métodos de
tortura y engaños posibles, que no se pueden imaginar con el cerebro
humano. Me encerraban en una celda de 0,75 phyong. En el invierno mi
cuerpo cubierto de solo un vestido se convertía al pie de la letra en
un bloque de “hielo”, y en el verano, “en un trozo de carne” puesto en
el brasero.
Lo más doloroso era aflicción espiritual. Mi madre de cerca de 90 años de
edad con una salud precaria por achaques constantes, me visitaba
apoyada en el bastón en la prisión. En aquellos días, por la noche,
después de regresar ella, derramaba yo lágrimas de sangre. Con escribir
las dos palabras “acepto la abjuración”, podía evitar los sufrimientos
físicos y espirituales, pero no me lo permitía la conciencia.
Remontándome al pasado, nací en Chungju, Sur de Corea. Fue en la guerra
coreana en que pude vivir bajo un régimen popular. El Ejército Popular
en su avance al Sur liberó mi tierra natal. Se estableció el poder
popular, se realizaron reformas democráticas incluidas la agraria. Se
llevaron a cabo labores para asegurar derechos democráticos al pueblo.
Podía vivir una vida digna en un mundo adueñado por el pueblo.
Fui electo presidente de la Unión de Jóvenes Democráticos en la cabecera de
Chungju. Bregué día y noche para cumplir el cargo que tenía. No me
sentía cansado por más que trabajaba.
Todo esto se ha quedado en mi corazón como una cosa inolvidable deviniendo
el móvil espiritual que mantuvo firme en los 31 años de prisión.
Una vez los carceleros me sacaron de la cárcel, me extendieron un lápiz y
una hoja de papel y me dijeron que escribiera el nombre del hombre que
crea yo más grande en el mundo.
Yo sin vacilación escribí Kim Il Sung.
Por tener asentada en el fondo de mi corazón la confianza en que si seguían
solo a él que estableció un país del pueblo y aplicó una política
auténticamente popular no hay en el mundo cosa irrealizable, y se puede
alcanzar la victoria definitiva, pude vencer con entereza el engaño y
la tortura del enemigo. Por eso no me arrepiento de haber perdido mi
juventud en la cárcel, al contrario lo considero como orgullo.
El Estado, apreciando mucho nuestra entereza, nuestra fidelidad a la idea,
nos llevó al Norte y nos atiende con todo cuidado ofreciéndonos una
vida tan feliz que no tenemos nada que envidiar. Me ha curado la
enfermedad cogida en el Sur y nos proporciona regularmente tónicos. Nos
construyó viviendas tan buenas que no podría ni imaginar en el Sur, y
nos cuida la vida hasta en sus pormenores, para recuperarnos tiempos y
la dicha que perdimos en el Sur.
Ahora tengo 83 años, estoy en la postrimería de vida. Echo de menos a la
juventud, porque si es posible revivirla me abnegaré más para la patria
que por lo poco que hicimos nos dio el título de Héroe de la República
y el Premio Reunificación de la Patria.
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Para el hombre los 30 años son largos y de su vida el período de la
jueventud y de edad mediana es más precioso. En mi caso,
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detrás de las rejas en el Sur de Corea. Pensarlo me produce
escalofríos. Para que cambiara de idea me aplicaron todos métodos de
tortura y engaños posibles, que no se pueden imaginar con el cerebro
humano. Me encerraban en una celda de 0,75 phyong. En el invierno mi
cuerpo cubierto de solo un vestido se convertía al pie de la letra en
un bloque de “hielo”, y en el verano, “en un trozo de carne” puesto en
el brasero.
Lo más doloroso era aflicción espiritual. Mi madre de cerca de 90 años de
edad con una salud precaria por achaques constantes, me visitaba
apoyada en el bastón en la prisión. En aquellos días, por la noche,
después de regresar ella, derramaba yo lágrimas de sangre. Con escribir
las dos palabras “acepto la abjuración”, podía evitar los sufrimientos
físicos y espirituales, pero no me lo permitía la conciencia.
Remontándome al pasado, nací en Chungju, Sur de Corea. Fue en la guerra
coreana en que pude vivir bajo un régimen popular. El Ejército Popular
en su avance al Sur liberó mi tierra natal. Se estableció el poder
popular, se realizaron reformas democráticas incluidas la agraria. Se
llevaron a cabo labores para asegurar derechos democráticos al pueblo.
Podía vivir una vida digna en un mundo adueñado por el pueblo.
Fui electo presidente de la Unión de Jóvenes Democráticos en la cabecera de
Chungju. Bregué día y noche para cumplir el cargo que tenía. No me
sentía cansado por más que trabajaba.
Todo esto se ha quedado en mi corazón como una cosa inolvidable deviniendo
el móvil espiritual que mantuvo firme en los 31 años de prisión.
Una vez los carceleros me sacaron de la cárcel, me extendieron un lápiz y
una hoja de papel y me dijeron que escribiera el nombre del hombre que
crea yo más grande en el mundo.
Yo sin vacilación escribí Kim Il Sung.
Por tener asentada en el fondo de mi corazón la confianza en que si seguían
solo a él que estableció un país del pueblo y aplicó una política
auténticamente popular no hay en el mundo cosa irrealizable, y se puede
alcanzar la victoria definitiva, pude vencer con entereza el engaño y
la tortura del enemigo. Por eso no me arrepiento de haber perdido mi
juventud en la cárcel, al contrario lo considero como orgullo.
El Estado, apreciando mucho nuestra entereza, nuestra fidelidad a la idea,
nos llevó al Norte y nos atiende con todo cuidado ofreciéndonos una
vida tan feliz que no tenemos nada que envidiar. Me ha curado la
enfermedad cogida en el Sur y nos proporciona regularmente tónicos. Nos
construyó viviendas tan buenas que no podría ni imaginar en el Sur, y
nos cuida la vida hasta en sus pormenores, para recuperarnos tiempos y
la dicha que perdimos en el Sur.
Ahora tengo 83 años, estoy en la postrimería de vida. Echo de menos a la
juventud, porque si es posible revivirla me abnegaré más para la patria
que por lo poco que hicimos nos dio el título de Héroe de la República
y el Premio Reunificación de la Patria.
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