Palabras de presentación a la edición en España de las Obras de José Stalin
Pierre Vilar - Acto realizado en el Club Internacional de Prensa de Madrid el día 17 de diciembre de 1984
Pierre Vilar - Acto realizado en el Club Internacional de Prensa de Madrid el día 17 de diciembre de 1984
Yo quisiera decir primero que la palabra “presentación” conviene mal para las palabras que voy a pronunciar, y que serán pocas. No puedo hablar de las particularidades de la edición que se nos ofrece, pues son los mismos responsables de ella los más calificados para hacerlo.
Y si se tratase de “presentar” en algunos minutos la obra de Stalin como conjunto y método de pensamiento, como testimonio y preparación de su papel en la historia, yo no me sentiría a la altura, francamente, de tal presunción.
Yo quisiera decir sencillamente por qué he aceptado estar esta noche entre vosotros, como había aceptado, en el año del centenario, en 1979, escribir algunas observaciones sobre la parte de la obra de Stalin que pienso conocer un poco mejor: lo que se refiere a la definición y a la historia del hecho nacional. Otros puntos, otros dominios, en los que me siento menos calificado, no dejaré, naturalmente, de señalarlos, pero de una manera más rápida.
En 1962, yo dediqué tres volúmenes, gordos, demasiado gordos, a ciertos aspectos de la historia de Cataluña. En el prefacio, resumiendo las teorías, los análisis que se habían hecho, a través de la historia, sobre naciones y nacionalidades, yo señalaba que las obras de Stalin, en este dominio, eran, al mismo tiempo, las más claras y las más profundas para elucidar el valor de estas palabras y los hechos que podían designar. Mucha gente, desde entonces, ha interpretado mi posición, sea como si yo, partiendo de las frases de Stalin, las hubiera aplicado al caso catalán, como si fuesen un dogma; sea como si yo las hubiera citado porque, en los años en que preparaba mi libro, la referencia a Stalin “era de moda”. Interpretación disparatada. ¿Podía yo, tratándose de un problema de “nacionalidad”, ignorar las obras del que Lenin, en 1917, había designado como “Comisario para las Nacionalidades”, y que, desde ese puesto, había construido una federación de nacionalidades de tipo absolutamente nuevo? ¿Cómo no me hubiera interesado el pensamiento que le había permitido llegar a semejante construcción? Y como encontré en la expresión de este pensamiento, líneas teóricas fundamentales, las cité. Fue una sencilla manifestación de honradez intelectual.
Muy recientemente, acabo de leer un librito, de lo más superficial sobre el tema catalán, que se atreve a escribir:
“El bolchevique georgiano no había hecho en 1913 sino una poco brillante abstracción de los elementos comunes de las grandes naciones-Estados europeos, formadas en los siglos XVIII y XIX bajo hegemonía burguesa”.
Es exactamente como si el autor de un manual de tercera fila para principiantes en Física, se permitiera escribir que Newton, o Einstein, no habían hecho sino una “poco brillante abstracción” de los conocimientos en Física de su tiempo. Además, la afirmación de que Stalin ha considerado únicamente la nación burguesa no es exacta, pues Stalin, analizando, en 1904, la cuestión georgiana, dice que hubo una “cuestión nacional” de los feudales, una “cuestión nacional” del clero, una “cuestión nacional” de los burgueses y de los pequeño-burgueses del “Sakartvelo”, periódico con el cual polemizaba, añadiendo que se podía prever, en el porvenir, una “cuestión nacional” de los proletarios, y, por acabar, la frase fundamental:
“La cuestión nacional, en las diversas épocas, sirve intereses distintos, adquiere matices distintos, en función de la clase que la plantea, y del momento en que la plantea”.
Repito que una frase de contenido tan denso, es de la categoría, en el campo del análisis histórico, de las ecuaciones fundamentales en el campo de la Física. Si no se tiene presente en todo momento, no se entiende nada ni de la cuestión nacional, ni siquiera de toda la historia del siglo XX, siglo de las liberaciones nacionales, de la descolonización.
Se suelen olvidar en muchas obras de gran pobreza intelectual, y que se creen “brillantes”, los hechos más enormes de la historia. Yo recuerdo siempre, y cito en varias ocasiones, una serie de la Televisión Francesa en que Bernard Henry Levi, “joven filósofo” pasado de un maoísmo descabellado a un reaccionarismo de lo más negro, tomaba esa actitud de superioridad, de desprecio, de condescendencia hacia el pensamiento bolchevique de la primera mitad del siglo XX. Alejandro Sanguinetti, diputado gaullista, pero buen historiador y formado en la resistencia de los años 40, se levantó y dijo: Joven esta gente ha hecho una revolución, y no una pequeña; ha ganado una guerra, y no una pequeña, y se ha guardado su imperio colonial, que es lo que no se les perdona. Ahora bien –yo añado– si se han guardado este imperio colonial, es que han dejado de considerarlo como tal. Es que han tenido una política de las nacionalidades. Después de los primeros choques determinados por los elementos burgueses o feudales de los confines euro-asiáticos, han establecido un nuevo tipo de relación entre los pueblos y poderes revolucionarios, y asegurado un nivel de desarrollo completamente distinto del que los imperialismos burgueses permitían a los territorios de sus colonias. Si las cosas fueron así, es el pensamiento de Stalin en este dominio lo que lo permitió. Y si han podido producirse cambios, fue después de su muerte. Toda la historia del siglo está ligada al conocimiento de sus tesis. No se trata pues, ni de “moda” ni de “brillantez”.
Pero es precisamente porque el georgiano Stalin fue el especialista reconocido de la cuestión nacional en el pensamiento leninista y bolchevique, que la historiografía especializada, allí, en el antibolchevismo, le quiere quitar importancia y no duda, para hacerlo, en deformar la realidad.
Es así como el doctor Pipes, considerado en Estados Unidos como gran experto en sovietología (por eso es consejero del presidente Reagan, y eso no deja de inquietarme), ha afirmado, en un libro muy conocido, de 1954, con toda tranquilidad, que si Stalin, en 1913, estuvo encargado por Lenin de redactar un artículo sobre la cuestión nacional, fue “por casualidad”, porque el georgiano especialista, Shamian, no estaba disponible: que Stalin no había publicado nada sobre el tema, y que era un perfecto desconocido, de Lenin en particular. Y esto cuando, en las primeras páginas de todas las obras completas de Stalin, figura el artículo de 1904, del cual he citado las fórmulas fundamentales sobre la cuestión nacional. Además, Stalin había encontrado a Lenin en Tammerfors en 1905, en Estocolmo en 1906, en Londres en 1907. Y se sabe que, en 1912, en una carta a Gorki, Lenin habla del “maravilloso georgiano” que está redactando el artículo sobre nacionalidades. Es verdad que, según me ha contado Garaudy cuando era encargado de la edición francesa de las obras de Lenin, las autoridades jruschovistas habían suprimido esta carta de la edición rusa, y querían impedir que figurase en la francesa. Así se escribe la historia.
En cuanto al artículo de 1913, el antiestalinismo suele contradecirse. Trotski, demasiado inteligente para encontrarlo “malo”, dice que el mismo Lenin lo había corregido, casi redactado, línea por línea. Pero más corriente, hoy en día, es afirmar que a Lenin el artículo no le gustaba. Será por eso, probablemente, que ha escogido a Stalin como “Comisario para las Nacionalidades”.
En cuanto al fondo del artículo, suele escribirse que la definición de la nación es vulgar, pedagógica, empírica, etc. Lo que no se dice es que no es una definición sino un programa de investigación para cada caso concreto.
La nación es una comunidad (genlimehafl, no gesellshaft) humana, estable, históricamente constituible: es un problema de la conciencia de grupo, en la larga duración –una de las dimensiones del tiempo histórico–: además es un producto de la historia, –no de la divinidad, ni de la naturaleza– no es nada “transhistórica” como pretendía Poulanzas.
Idioma, territorio, vida económica, formación psíquica y cultural: todos los elementos han de ser reconstituidos y estudiados, con varios matices en los casos concretos. Pero si este hecho de larga duración, y psicológicamente eficaz, puede ser utilizado sucesivamente por clases distintas, es porque existe. Pero Luxemburg, que consideraba también el hecho nacional como un instrumento de clase, había escrito que era un “estuche vacío” en el cual cada clase ponía sus propias visiones.
Stalin, –como Lenin– no cree que se puedan utilizar estuches vacíos. El hecho nacional es históricamente utilizable porque existe. Todo el siglo XX verifica la visión estaliniana de la nación.
Y hay que leer seriamente los textos enteros. En el artículo de 1913, unos fabricantes de “obras selectas” suprimen generalmente el mejor estudio sintético del hecho nacional en el siglo XIX que nunca haya sido escrito. Es verdad que en Occidente, fuera de las naciones-Estados de tipo francés, o alemán, Stalin ignora, en 1913, el caso español. Trabajó sobre los casos de Europa Central. Pero establece perfectamente la jerarquía de los factores y de los actores.
Se dice muy a menudo que Stalin reduce la cuestión nacional a la del mercado. Pero leamos el texto y veremos si es “dogmático” y unilateral.
Para cada problema hay que leer a Stalin, obra que se consulta, como la de Marx. No se trata de leerlo de un tirón. Se trata de buscar, cada vez que uno se sienta cuestionado por la realidad, lo que Stalin, confrontado con una realidad del mismo tipo, ha escrito sobre ella. Es evidente que no se sacarán de la lectura conclusiones mecánicas. Se dice a menudo que Stalin imponía su artículo de 1913 como un catecismo. Pero, en una controversia sobre el hecho nacional, él mismo reprochó a un interlocutor haber tomado en 1925 el artículo de 1913 como referencia. Es fácil acusar sin haber leído.
Un último punto: el último mensaje de Stalin, “Los Problemas Económicos del Socialismo en la URSS”. Una obra fundamental: jóvenes tecnócratas empezaban a afirmar que todos los problemas de la URSS se resolverían por el progreso técnico. Stalin, que era un entusiasta del progreso técnico, ponía su país en guardia contra la idea de que las fuerzas productivas son el único factor de la transformación de una sociedad. Si las relaciones de producción, las estructuras sociales y la psicología colectiva, no cambian resueltamente, el progreso técnico se estancará. Y explicaba que el comunismo exigía todavía muchos cambios, particularmente el acercamiento del trabajo del campo y del trabajo industrial, del trabajo físico con el intelectual. Aconsejaba la educación politécnica y dibujaba un porvenir donde todos los hombres podrían tener numerosas posibilidades, cambiar de oficio para disfrutar de varios tipos de trabajo, y volver, con más tiempo, liberado por la técnica, a hacer del trabajo un gusto, como lo anunciaba Marx.
Y si se tratase de “presentar” en algunos minutos la obra de Stalin como conjunto y método de pensamiento, como testimonio y preparación de su papel en la historia, yo no me sentiría a la altura, francamente, de tal presunción.
Yo quisiera decir sencillamente por qué he aceptado estar esta noche entre vosotros, como había aceptado, en el año del centenario, en 1979, escribir algunas observaciones sobre la parte de la obra de Stalin que pienso conocer un poco mejor: lo que se refiere a la definición y a la historia del hecho nacional. Otros puntos, otros dominios, en los que me siento menos calificado, no dejaré, naturalmente, de señalarlos, pero de una manera más rápida.
En 1962, yo dediqué tres volúmenes, gordos, demasiado gordos, a ciertos aspectos de la historia de Cataluña. En el prefacio, resumiendo las teorías, los análisis que se habían hecho, a través de la historia, sobre naciones y nacionalidades, yo señalaba que las obras de Stalin, en este dominio, eran, al mismo tiempo, las más claras y las más profundas para elucidar el valor de estas palabras y los hechos que podían designar. Mucha gente, desde entonces, ha interpretado mi posición, sea como si yo, partiendo de las frases de Stalin, las hubiera aplicado al caso catalán, como si fuesen un dogma; sea como si yo las hubiera citado porque, en los años en que preparaba mi libro, la referencia a Stalin “era de moda”. Interpretación disparatada. ¿Podía yo, tratándose de un problema de “nacionalidad”, ignorar las obras del que Lenin, en 1917, había designado como “Comisario para las Nacionalidades”, y que, desde ese puesto, había construido una federación de nacionalidades de tipo absolutamente nuevo? ¿Cómo no me hubiera interesado el pensamiento que le había permitido llegar a semejante construcción? Y como encontré en la expresión de este pensamiento, líneas teóricas fundamentales, las cité. Fue una sencilla manifestación de honradez intelectual.
Muy recientemente, acabo de leer un librito, de lo más superficial sobre el tema catalán, que se atreve a escribir:
“El bolchevique georgiano no había hecho en 1913 sino una poco brillante abstracción de los elementos comunes de las grandes naciones-Estados europeos, formadas en los siglos XVIII y XIX bajo hegemonía burguesa”.
Es exactamente como si el autor de un manual de tercera fila para principiantes en Física, se permitiera escribir que Newton, o Einstein, no habían hecho sino una “poco brillante abstracción” de los conocimientos en Física de su tiempo. Además, la afirmación de que Stalin ha considerado únicamente la nación burguesa no es exacta, pues Stalin, analizando, en 1904, la cuestión georgiana, dice que hubo una “cuestión nacional” de los feudales, una “cuestión nacional” del clero, una “cuestión nacional” de los burgueses y de los pequeño-burgueses del “Sakartvelo”, periódico con el cual polemizaba, añadiendo que se podía prever, en el porvenir, una “cuestión nacional” de los proletarios, y, por acabar, la frase fundamental:
“La cuestión nacional, en las diversas épocas, sirve intereses distintos, adquiere matices distintos, en función de la clase que la plantea, y del momento en que la plantea”.
Repito que una frase de contenido tan denso, es de la categoría, en el campo del análisis histórico, de las ecuaciones fundamentales en el campo de la Física. Si no se tiene presente en todo momento, no se entiende nada ni de la cuestión nacional, ni siquiera de toda la historia del siglo XX, siglo de las liberaciones nacionales, de la descolonización.
Se suelen olvidar en muchas obras de gran pobreza intelectual, y que se creen “brillantes”, los hechos más enormes de la historia. Yo recuerdo siempre, y cito en varias ocasiones, una serie de la Televisión Francesa en que Bernard Henry Levi, “joven filósofo” pasado de un maoísmo descabellado a un reaccionarismo de lo más negro, tomaba esa actitud de superioridad, de desprecio, de condescendencia hacia el pensamiento bolchevique de la primera mitad del siglo XX. Alejandro Sanguinetti, diputado gaullista, pero buen historiador y formado en la resistencia de los años 40, se levantó y dijo: Joven esta gente ha hecho una revolución, y no una pequeña; ha ganado una guerra, y no una pequeña, y se ha guardado su imperio colonial, que es lo que no se les perdona. Ahora bien –yo añado– si se han guardado este imperio colonial, es que han dejado de considerarlo como tal. Es que han tenido una política de las nacionalidades. Después de los primeros choques determinados por los elementos burgueses o feudales de los confines euro-asiáticos, han establecido un nuevo tipo de relación entre los pueblos y poderes revolucionarios, y asegurado un nivel de desarrollo completamente distinto del que los imperialismos burgueses permitían a los territorios de sus colonias. Si las cosas fueron así, es el pensamiento de Stalin en este dominio lo que lo permitió. Y si han podido producirse cambios, fue después de su muerte. Toda la historia del siglo está ligada al conocimiento de sus tesis. No se trata pues, ni de “moda” ni de “brillantez”.
Pero es precisamente porque el georgiano Stalin fue el especialista reconocido de la cuestión nacional en el pensamiento leninista y bolchevique, que la historiografía especializada, allí, en el antibolchevismo, le quiere quitar importancia y no duda, para hacerlo, en deformar la realidad.
Es así como el doctor Pipes, considerado en Estados Unidos como gran experto en sovietología (por eso es consejero del presidente Reagan, y eso no deja de inquietarme), ha afirmado, en un libro muy conocido, de 1954, con toda tranquilidad, que si Stalin, en 1913, estuvo encargado por Lenin de redactar un artículo sobre la cuestión nacional, fue “por casualidad”, porque el georgiano especialista, Shamian, no estaba disponible: que Stalin no había publicado nada sobre el tema, y que era un perfecto desconocido, de Lenin en particular. Y esto cuando, en las primeras páginas de todas las obras completas de Stalin, figura el artículo de 1904, del cual he citado las fórmulas fundamentales sobre la cuestión nacional. Además, Stalin había encontrado a Lenin en Tammerfors en 1905, en Estocolmo en 1906, en Londres en 1907. Y se sabe que, en 1912, en una carta a Gorki, Lenin habla del “maravilloso georgiano” que está redactando el artículo sobre nacionalidades. Es verdad que, según me ha contado Garaudy cuando era encargado de la edición francesa de las obras de Lenin, las autoridades jruschovistas habían suprimido esta carta de la edición rusa, y querían impedir que figurase en la francesa. Así se escribe la historia.
En cuanto al artículo de 1913, el antiestalinismo suele contradecirse. Trotski, demasiado inteligente para encontrarlo “malo”, dice que el mismo Lenin lo había corregido, casi redactado, línea por línea. Pero más corriente, hoy en día, es afirmar que a Lenin el artículo no le gustaba. Será por eso, probablemente, que ha escogido a Stalin como “Comisario para las Nacionalidades”.
En cuanto al fondo del artículo, suele escribirse que la definición de la nación es vulgar, pedagógica, empírica, etc. Lo que no se dice es que no es una definición sino un programa de investigación para cada caso concreto.
La nación es una comunidad (genlimehafl, no gesellshaft) humana, estable, históricamente constituible: es un problema de la conciencia de grupo, en la larga duración –una de las dimensiones del tiempo histórico–: además es un producto de la historia, –no de la divinidad, ni de la naturaleza– no es nada “transhistórica” como pretendía Poulanzas.
Idioma, territorio, vida económica, formación psíquica y cultural: todos los elementos han de ser reconstituidos y estudiados, con varios matices en los casos concretos. Pero si este hecho de larga duración, y psicológicamente eficaz, puede ser utilizado sucesivamente por clases distintas, es porque existe. Pero Luxemburg, que consideraba también el hecho nacional como un instrumento de clase, había escrito que era un “estuche vacío” en el cual cada clase ponía sus propias visiones.
Stalin, –como Lenin– no cree que se puedan utilizar estuches vacíos. El hecho nacional es históricamente utilizable porque existe. Todo el siglo XX verifica la visión estaliniana de la nación.
Y hay que leer seriamente los textos enteros. En el artículo de 1913, unos fabricantes de “obras selectas” suprimen generalmente el mejor estudio sintético del hecho nacional en el siglo XIX que nunca haya sido escrito. Es verdad que en Occidente, fuera de las naciones-Estados de tipo francés, o alemán, Stalin ignora, en 1913, el caso español. Trabajó sobre los casos de Europa Central. Pero establece perfectamente la jerarquía de los factores y de los actores.
Se dice muy a menudo que Stalin reduce la cuestión nacional a la del mercado. Pero leamos el texto y veremos si es “dogmático” y unilateral.
Para cada problema hay que leer a Stalin, obra que se consulta, como la de Marx. No se trata de leerlo de un tirón. Se trata de buscar, cada vez que uno se sienta cuestionado por la realidad, lo que Stalin, confrontado con una realidad del mismo tipo, ha escrito sobre ella. Es evidente que no se sacarán de la lectura conclusiones mecánicas. Se dice a menudo que Stalin imponía su artículo de 1913 como un catecismo. Pero, en una controversia sobre el hecho nacional, él mismo reprochó a un interlocutor haber tomado en 1925 el artículo de 1913 como referencia. Es fácil acusar sin haber leído.
Un último punto: el último mensaje de Stalin, “Los Problemas Económicos del Socialismo en la URSS”. Una obra fundamental: jóvenes tecnócratas empezaban a afirmar que todos los problemas de la URSS se resolverían por el progreso técnico. Stalin, que era un entusiasta del progreso técnico, ponía su país en guardia contra la idea de que las fuerzas productivas son el único factor de la transformación de una sociedad. Si las relaciones de producción, las estructuras sociales y la psicología colectiva, no cambian resueltamente, el progreso técnico se estancará. Y explicaba que el comunismo exigía todavía muchos cambios, particularmente el acercamiento del trabajo del campo y del trabajo industrial, del trabajo físico con el intelectual. Aconsejaba la educación politécnica y dibujaba un porvenir donde todos los hombres podrían tener numerosas posibilidades, cambiar de oficio para disfrutar de varios tipos de trabajo, y volver, con más tiempo, liberado por la técnica, a hacer del trabajo un gusto, como lo anunciaba Marx.
Última edición por pedrocasca el Vie Ago 31, 2012 2:46 pm, editado 1 vez