El fascismo, la guerra civil española y las Brigadas Internacionales
Texto de Albert Escusa
La guerra civil española no fue sólo un producto específico de las contradicciones que sufría la sociedad española de los años treinta, sino que fue al mismo tiempo el resultado de las graves tensiones internas e internacionales que estaba provocando una fractura interna en el mundo capitalista desde el fin de la I Guerra mundial. Las tensiones económicas y políticas se agudizaron y aparecieron regímenes políticos nuevos, el fascismo italiano y el socialismo soviético que, desde naturalezas ideológicas opuestas, decían querer superar el capitalismo liberal. Pero con el ascenso de Hitler al poder y otros regímenes fascistas percibidos como mucho más peligrosos que las democracias burguesas, la política exterior soviética se fue decantando hacia una coexistencia pacífica temporal con éstas, propugnando una tercera vía, los Frentes Populares. Éstos fueron concebidos como alianzas de partidos progresistas que debían servir para frenar el fascismo en las democracias liberales y al mismo tiempo posibilitar la realización de reformas democráticas y sociales en beneficio de las mayorías. España fue uno de estos casos.
Por ello, la guerra civil española tuvo un fuerte componente internacional desde el primer momento: no sólo fue una guerra de unos militares reaccionarios contra el gobierno legítimo del Frente Popular y el régimen republicano. También, desde el primer instante, los ejércitos fascistas de Hitler y Mussolini acudieron masivamente en apoyo del bando rebelde; esto provocó una gran corriente de solidaridad internacional con la República española, una de cuyas expresiones fueron los voluntarios internacionales que acudieron a combatir con las armas en la mano al fascismo, y que se integraron en su gran mayoría en las Brigadas Internacionales.
Las ideologías enfrentadas en la guerra española representaban fielmente a las ideologías que poco después se enfrentarían en la segunda guerra mundial: por una parte la ideología representada por los fascismos italiano y alemán, y por otra parte las ideologías representadas por una coalición de fuerzas de la democracia burguesa –conservadores, liberales, radicales y socialdemócratas– y los socialistas de izquierda y los comunistas. Por estas razones, la guerra civil española ha sido considerada por los historiadores progresistas como la primera batalla de la II Guerra Mundial en Europa.
Sin conocer la naturaleza del fascismo y el contexto mundial de los años treinta, no es posible comprender cómo miles y miles de hombres, de más de cincuenta países diferentes y un gran número de nacionalidades, decidieron que era un crimen permanecer pasivamente ante los bombardeos fascistas de las ciudades republicanas y el asesinato en masa de republicanos y civiles inocentes que las hordas fascistas perpetraban incansablemente en el territorio rebelde. Veamos pues el contexto mundial del que surgieron las ideologías enfrentadas en la guerra civil española y el por qué de las Brigadas Internacionales.
La revolución rusa y la crisis capitalista de 1929
En 1917 triunfó la revolución rusa, que pretendía construir un sistema socioeconómico antagónico al imperialista, el socialismo. Inmediatamente este acontecimiento se convirtió en un factor de desestabilización del sistema político mundial, puesto que millones de obreros de todos los países y el mundo colonizado –que albergaba a la mayoría de la población mundial salvajemente oprimida por las potencias imperialistas–, vieron en la naciente República soviética de Rusia el ejemplo a seguir.
La crisis socioeconómica que azotó al capitalismo tras el fin de la I Guerra Mundial y la existencia de la Unión Soviética (URSS) como faro de la revolución mundial con la creación de la III Internacional –la Internacional Comunista o Comintern– aceleró el desarrollo de las tendencias conservadoras, reaccionarias y militaristas en los países imperialistas ante el “peligro rojo” y la agitación obrera. La primeva consecuencia fue el establecimiento de un agresivo “cordón sanitario” económico y militar en tomo a la URSS, provocando en este país el triunfo de políticas aislacionistas y semi-autárquicas –el “socialismo en un solo país”– como opción para la supervivencia y el desarrollo de la revolución en un entorno internacional muy agresivo, inestable y conflictivo agudizado tras la derrota de otros movimientos revolucionarios efímeros en Alemania, Hungría y más tarde en China. La segunda consecuencia fue el establecimiento de regímenes o dictaduras fascistas y semi-fascistas en una gran parte de Europa y en Japón. El primero fue Italia, donde Mussolini conquistó el poder en 1922 con el apoyo de los grandes industriales, financieros, terratenientes y la monarquía, espantados ante el movimiento obrero del norte del país y la toma de fábricas. Los fascistas suprimieron el sistema parlamentario liberal-burgués, y desencadenaron una violenta represión contra el movimiento obrero, los sindicatos y los partidos socialistas y comunistas, guión que siguieron más tarde, con mayor o menor radicalidad, los diferentes regímenes fascistas y semi-fascistas.
La crisis capitalista de 1929 aceleró el auge del fascismo, al provocar el hundimiento de las economías capitalistas y una agitación social y obrera importante. Las clases dominantes y los grandes propietarios industriales, financieros y terratenientes estrecharon lazos con los organismos del Estado, una parte de las jerarquías eclesiásticas y las organizaciones políticas de extrema derecha para contener al movimiento obrero y prevenir un estallido revolucionario. El estancamiento económico, el descrédito del régimen parlamentario burgués –que era impotente para resolver la profunda crisis económica y social– y la división de las fuerzas obreras y progresistas, favoreció el ascenso del fascismo en Europa central y oriental. El fascismo llegó incluso a ser influyente en países como Francia, de amplia tradición democrática, donde potentes corrientes extremistas de derechas y fascistas, vinculadas con sectores militares y la oligarquía económica y financiera, socavaban un régimen democrático reputado como de los más sólidos a nivel mundial, hasta el punto de que en 1934 estuvo a punto de materializarse un golpe de extrema derecha.
La naturaleza del fascismo y su poder de atracción
El fascismo fue un movimiento muy novedoso y de características completamente diferentes a cualquier otra forma política precedente. El fascismo se nutría de elementos de la vieja sociedad, y por este lado no había grandes novedades respecto a otros regímenes reaccionarios. Estos elementos solían ser el cristianismo fundamentalista (en Alemania, en cambio, fue el paganismo y el anticristianismo), la sociedad aristocrática y el corporativismo social, el mítico imperio perdido, la estructura social arcaica del campo con su paternalismo idealizado, etc. Pero lo que era realmente novedoso es que mientras el fascismo exaltaba las viejas tradiciones y el viejo orden social pre-burgués –que defendía con uñas y dientes frente al “peligro marxista”–, aparecía al mismo tiempo como un movimiento que miraba hacia el futuro incorporando elementos considerados de actualidad y de progreso: impulsaba la creación de una economía industrial moderna, centralizada y potente, exaltaba el futurismo –movimiento cultural muy ligado al fascismo– y empleaba técnicas de comunicación de masas muy avanzadas como la propaganda, el cine, la radio, las escenificaciones teatrales del Gran Líder dirigiéndose a un público organizado en escuadras militares, perfectamente alineadas y uniformadas. Todo ello estaba impregnado de un culto exaltado a la violencia gratuita y al militarismo reaccionario y revanchista.
Es evidente que el fascismo era una forma de dominio de la gran burguesía de naturaleza muy diferente a las formas empleadas en las democracias burguesas, donde la clase obrera y otros sectores populares disponían de determinados derechos y libertades políticas que el fascismo pretendía suprimir radicalmente. Al llevar en su seno elementos del pasado y del futuro, el fascismo tuvo un enorme poder de atracción entre variados sectores sociales: militares, aristócratas, burgueses y alto clero, pero también dirigentes e intelectuales procedentes del anarco sindicalismo y del sindicalismo revolucionario empapados del irracionalismo filosófico y de Nietszche, algunos socialistas como el propio Mussolini –sin olvidar que no fue por casualidad que Hitler nombrara a su partido “nacional-socialista”–, la pequeña burguesía y amplios sectores populares tradicionalistas como los pequeños campesinos golpeados por la guerra y la crisis, además de algunos sectores obreros que se beneficiaron de los programas industriales, del desarrollo de la industria militar y obras públicas. La propagación de los mitos de la raza superior y la pureza racial, y la exaltación de la “grandeza nacional” y el corporativismo social –las clases “desaparecen” y todos son productores indispensables a la nación– cuyos intereses estaban simbolizados en el Estado y el partido fascistas, fueron otros símbolos poderosos de atracción de amplios sectores pequeño burgueses, campesinos tradicionalistas e incluso obreros hacia el ideario fascista. La ideología ultranacionalista que forma parte de la naturaleza de todos los fascismos, llevaba a sus gobiernos a promover políticas exteriores expansionistas y de esclavización de otras naciones: en Italia, por ejemplo, el resurgimiento de la ideología imperial de la antigua Roma del pasado imperial justificó la invasión de Abisinia (Etiopía, el único país africano independiente) y la masacre de sus habitantes por el ejército fascista, hecho bendecido por los obispos del Vaticano. La ambiciones de Hitler hacia Ucrania y otros territorios como reivindicación del “espacio vital” para la “raza aria” eran públicamente conocidas y toleradas para empujar a los nazis a atacar a la Unión Soviética. La invasión de China por parte del Japón que se inició en 1931 y donde los invasores exterminaron a millones de ciudadanos chinos, fue tolerada por los mismos motivos.
El surgimiento del antifascismo
Durante los años de auge del fascismo, el movimiento obrero y las izquierdas estaban todavía profundamente divididos en dos grandes corrientes: los que apoyaban a la Internacional Socialista, la II Internacional, cuyas principales organizaciones dominantes eran de carácter reformista y no deseaban transformar el sistema político y social democrático-burgués –aunque contaban con sectores revolucionarios constituidos por socialistas de izquierdas–, y los organizados en la Internacional Comunista, que promovían cambios revolucionarios para alcanzar el socialismo. Estas dos grandes corrientes, que englobaban a la mayor parte del movimiento obrero y sindical, se hallaban en un estado de enfrentamiento radical incluso desde antes del triunfo de la Revolución de Octubre: mientras la Internacional Socialista consideraba a los comunistas como una amenaza a la democracia burguesa –marco político que consideraba imprescindible para realizar una política de reformas sociales–, la Internacional Comunista consideraba a los partidos de la II Internacional cómplices de la burguesía y del fascismo. Fuera de estas dos corrientes existían sólo algunos movimientos anarquistas localmente importantes, como en España, y organizaciones trotskistas o semi-trotskistas muy reducidas o minúsculas, enfrentadas a ambas Internacionales o oscilando entre ellas.
A partir del año 1934 los acontecimientos se precipitaron en Europa: se consolidó la dictadura de Hitler en Alemania, la dictadura fascista de Dolfuss en Austria aplastó la insurrección obrera y socialista de Viena, y la Revolución de Asturias fue derrotada y reprimida sangrientamente. Estos trágicos acontecimientos y la conciencia de la inminencia de un grave peligro a escala mundial, provocaron un cambio de mentalidades en la Internacional Comunista y en sectores de la Internacional Socialista, que percibieron al fascismo como una amenaza mucho más peligrosa que las democracias burguesas. Jorge Dimitrov, en nombre de la Internacional Comunista y de la Unión Soviética, proclamó en el VII Congreso de la Internacional, celebrado en 1935, que el principal peligro era el fascismo y por ello había que cambiar de táctica y superar la división histórica del movimiento obrero. A partir de entonces, la Internacional Comunista propone la creación de Frentes Populares –alianzas de socialistas, comunistas y otros sectores de izquierdas, progresistas y democráticos– y la fusión de partidos comunistas y partidos socialistas radicalizados, no sólo para frenar al fascismo y proteger a los sistemas democráticos como se ha dicho en tantas variantes simplificadas, sino también para promover profundos cambios sociales y económicos en el marco del Estado y reprimir a los sectores más reaccionarios.
Evidentemente, esta política también estaba relacionada con la política exterior soviética denominada de “seguridad colectiva”, que buscaba crear alianzas defensivas –principalmente con Francia y Gran Bretaña– para frenar al fascismo.
El golpe fascista en España, la solidaridad internacional y la creación de las Brigadas Internacionales
La solidaridad internacional con la República española fue en gran medida una prolongación del movimiento contra la guerra y el fascismo que a principios de los años treinta impulsó la Internacional Comunista ante el grave deterioro de la situación internacional. Asimismo tuvo un componente espontáneo entre sectores de la opinión pública progresista en el mundo, que tomaron conciencia de la existencia de una dura lucha por una parte entre la democracia y los valores de progreso y, por otra, entre el fascismo –percibido como una amenaza expansionista– y los valores ultrarreaccionarios; un combate en el que estaban implicados las clases sociales que defendían un orden social más justo –ya fuera de tipo reformista o revolucionario– y los que defendían la supresión de toda conquista social y democrática conseguida a lo largo de la historia; los que defendían mejoras sustanciales para la clase obrera, y los que optaban por la vía de la violencia reaccionaria y la “mano dura” para mantener los privilegios de la clase dominante, teniendo en mente la conquista de territorios vecinos.
Por ello, el golpe fascista del 18 de julio y el posterior estallido de la guerra en España no fueron vistos tan sólo como un aspecto más de esta lucha ideológica mundial, sino como un gravísimo punto de inflexión, debido a la invasión descarada por parte de las potencias fascistas de un país democrático gobernado por una coalición de centro izquierda que defendía un programa de reformas sociales y democráticas. Por este motivo, a pesar de la oposición de las potencias imperialistas como Gran Bretaña y Francia –que instituyeron un Comité de No Intervención que en la práctica sólo sirvió para estrangular gravemente los esfuerzos de guerra de la República y la ayuda a la población–, la corriente mundial de solidaridad con el pueblo español fue creciendo de forma imparable. De esta manera, desafiando la desconfianza, la oposición o la represión de los gobiernos capitalistas europeos, en muchos países surgieron espontáneamente comités de ayuda para la España republicana, formados por entidades ideológicamente muy plurales: partidos socialdemócratas, comunistas, sindicatos obreros, la Liga de los Derechos del Hombre, varias iglesias protestantes y católicas, además de un gran número de intelectuales, científicos de renombre y artistas, que participaron en esta corriente mundial de solidaridad con la República española. Rápidamente, en agosto de 1936, a pocas semanas de iniciada la guerra, se reunió en París la primera Conferencia Europea en Defensa de la República española de la que surgió una comisión internacional para coordinar la ayuda a España. Así es como se popularizó entre la opinión pública occidental la necesidad de ayudar a un país agredido por el fascismo.
Desde entonces, cada día cientos de voluntarios empezaron a afluir espontáneamente por sus propios medios hacia España, hasta que se decidió la creación oficial de las Brigadas Internacionales y la canalización de esta corriente mundial. Algunos de ellos fueron aventureros en busca de fortuna, también hubo intelectuales y escritores de izquierdas que acudieron con espíritu de turistas revolucionarios –portando sus propias ideas preconcebidas e idealizadas de la igualdad social, y creyendo ver en los anárquicos movimientos proletarios emergidos tras la derrota de la insurrección fascista su ideal supremo de revolución–, pero la inmensa mayoría procedían de los medios obreros y trabajadores, influenciados por organizaciones comunistas o socialistas.
Ellos acudieron con la convicción de que en España se estaba decidiendo una batalla de importancia mundial entre el fascismo y la libertad, entre la esclavitud y la esperanza de que la victoria abriera las puertas a un mundo mejor. Las Brigadas Internacionales se crearon por iniciativa de la Internacional Comunista y de Stalin en septiembre de 1936, tras recibir la autorización correspondiente por parte del gobierno republicano, con el objetivo de canalizar y potenciar esta corriente mundial de solidaridad.
Entre los trabajadores e intelectuales progresistas de todo el mundo –a pesar de las desavenencias a posteriori– cristalizó la conciencia de que después de España el fascismo amenazaba al mundo entero. Frente a la inhibición de las potencias imperialistas que dejaron agonizar y morir a un país democrático, ellos dieron un paso al frente, abandonando sus empleos, sus familias, sus mujeres y sus hijos. Sin esperar nada a cambio, llegaron a España –muchas veces de forma clandestina– donde dieron todos sus esfuerzos en la lucha por la libertad, derramando su sangre en ayuda de un pueblo extranjero, desconocido y lejano. Miles de ellos cayeron mortalmente en combate y otros muchos sufrieron graves heridas. Tras la guerra, muchos de ellos fueron víctimas de persecuciones y represiones, encerrados en campos de concentración o ejecutados. Se intentó distorsionar y manipular su imagen, mostrándolos como agentes de una potencia extranjera –la Unión Soviética¬– tanto por sus enemigos entre la derecha, como entre la extrema izquierda. Lo cierto, es que a pesar de todas las difamaciones que sufrieron, los combatientes de las Brigadas Internacionales permanecerán en la historia de las luchas por la libertad, la justicia y los derechos sociales como el exponente más avanzado de la solidaridad entre los pueblos. Su ejemplo muestra en la práctica que cuando se lucha por los ideales de solidaridad y de progreso social, los trabajadores y los pueblos son capaces de unirse sobre las diferencias de nacionalidad, religión y particularidades políticas y conquistar un futuro mucho más justo y equitativo para las mayorías tradicionalmente explotadas.
El internacionalismo socialista: legado y continuación de las Brigadas Internacionales:
En el mundo y la España de los años treinta maduró una forma extremadamente violenta de lucha de clases, expresada como la lucha del fascismo y el antifascismo. Nadie permaneció al margen: de una forma o de otra todos tomaron partido. Incluso los que intentaron dar una apariencia de neutralidad en la guerra de España, como los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, sabían que saboteando los esfuerzos de guerra de la República española mediante el Comité de No Intervención, estaban ayudando al bando fascista. Para ellos, incluso sabiendo que podrían verse involucrados en el futuro en una guerra contra el fascismo, estaba clara su opción: antes Franco que una República peligrosamente alineada a la izquierda. Antes Hitler que la perspectiva de pactar con Stalin. Y para ello se toleró –y hasta se favoreció– una brutal guerra de agresión contra la República española y el pueblo.
Hoy han cambiado las formas de opresión, se han modificado las formas que adoptan las guerras de agresión en el mundo, pero no ha variado en absoluto la determinación de los pueblos de luchar por su libertad. Desde el fin de la Segunda Guerra mundial, con la derrota de las potencias fascistas, los pueblos colonizados se agitaron masivamente en demanda de independencia, libertad y justicia social. Fueron muchos los ejemplos de solidaridad internacionalista, muchas veces con las armas en la mano, para ayudar a los pueblos en la lucha por la libertad y el progreso social: en China, decenas de miles de coreanos lucharon al lado de la guerrilla comunista dirigida por Mao Zedong –que contó además con la ayuda militar soviética– triunfando en 1949 sobre el ejército reaccionario del Kuo Min Tang. En Corea, entre 1950 y 1953 el ejército chino envió a decenas de miles de combatientes, que frenaron en seco al ejército estadounidense y protegieron al régimen socialista de Corea Popular.
En Vietnam, a partir de la década de 1950 decenas de miles de voluntarios chinos ayudaron al pueblo vietnamita a conquistar su independencia de Francia y posteriormente a resistir la brutal agresión militar estadounidense. En 1961, miles de soviéticos en Cuba estuvieron dispuestos a luchar en una guerra contra la inminente agresión norteamericana a este país. Precisamente, desde el triunfo de la Revolución cubana en 1959, decenas de miles de cubanos participaron en diversas misiones internacionalistas, civiles y militares, por el continente africano: su participación fue importante para consolidar la independencia de Argelia –agredida militarmente por Marruecos–, para Guinea Bissau y Cabo Verde, y fue decisiva para garantizar la integridad territorial de Etiopía y de Angola, para la independencia de Namibia, y para la destrucción del régimen racista del “apartheid” sudafricano. Todo ello, gracias también a la participación de miles de voluntarios soviéticos y al imprescindible aporte logístico y de armas, petróleo, medicinas y equipos industriales que la Unión Soviética y otros países socialistas enviaron a Cuba y a los países africanos en gran cantidad, de forma tan significativa que a la larga desangró sus economías.
También se debe mencionar la participación del ejército voluntario soviético en Afganistán, apoyando a un régimen laico que realizó una reforma agraria, nacionalizó la economía, escolarizó a la población, dio la igualdad a la mujer por primera vez en la historia de este país, y combatió a las fuerzas oscurantistas y reaccionarias de los integristas islámicos dirigidos por la CIA estadounidense. Como recordarían algunos de los protagonistas soviéticos de la guerra de Afganistán, miles de ellos se enrolaron voluntariamente porque creían sinceramente que seguían el ejemplo de las Brigadas Internacionales en España, ayudando a un país agredido por las fuerzas extranjeras.
Hoy la situación mundial ha cambiado radicalmente: tras la desaparición de la Unión Soviética y la hegemonía mundial del imperialismo, la lucha armada por la libertad se hace mucho más difícil. La solidaridad internacionalista en la que se basaba las Brigadas Internacionales ha tenido que variar forzosamente. La lucha contra el imperialismo y por la libertad hoy adopta otras formas. Por ejemplo, desde los años noventa, Cuba ha enviado decenas de miles de médicos y otros profesionales a desarrollar la salud pública en los países que carecían de ella, como en África y América Latina: tan sólo en Bolivia los médicos internacionalistas cubanos han realizado más de 600.000 operaciones en la vista a personas sin recursos; tras la constitución del ALBA por Venezuela, Ecuador, Cuba, Nicaragua y otros países, se ha establecido un mecanismo de solidaridad entre ellos para fomentar el desarrollo económico y social libre de los mecanismos de explotación y de colonización que practica el imperialismo.
Además, la voz de los países del ALBA resuena hoy –como antaño lo hiciera la voz de la Unión Soviética en la Sociedad de Naciones–, denunciando las guerras de agresión y las matanzas que los invasores fascistas de nuestro tiempo –las potencias de la OTAN–, perpetran contra los pueblos que luchan por su libertad, como el pueblo de Libia recientemente.
Todas estas variadas y generosas expresiones de solidaridad internacionalista hacia los pueblos oprimidos y agredidos por el imperialismo tienen sus raíces en la epopeya de las Brigadas Internacionales, en el esfuerzo y la generosidad que miles y miles de combatientes anónimos procedentes de todo el mundo aportaron a un país lejano y desconocido, sabiendo que en España se jugaba en ese momento el futuro de la humanidad.
La sangre de los Voluntarios de la Libertad derramada en España no fue en vano: desde entonces, el ejemplo de sacrificio internacionalista ha perdurado en la historia y su memoria alimenta a todos aquellos pueblos que luchan por la justicia, la libertad y el progreso social.
Bibliografía consultada:
-VV.AA.: Voluntarios de la libertad. Las Brigadas Internacionales. Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales y Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Getafe (Madrid), 1999.
-VV.AA.: La solidaridad de los pueblos con la República española 1936-1939. Editorial Progreso, Moscú, 1974.
Texto de Albert Escusa
La guerra civil española no fue sólo un producto específico de las contradicciones que sufría la sociedad española de los años treinta, sino que fue al mismo tiempo el resultado de las graves tensiones internas e internacionales que estaba provocando una fractura interna en el mundo capitalista desde el fin de la I Guerra mundial. Las tensiones económicas y políticas se agudizaron y aparecieron regímenes políticos nuevos, el fascismo italiano y el socialismo soviético que, desde naturalezas ideológicas opuestas, decían querer superar el capitalismo liberal. Pero con el ascenso de Hitler al poder y otros regímenes fascistas percibidos como mucho más peligrosos que las democracias burguesas, la política exterior soviética se fue decantando hacia una coexistencia pacífica temporal con éstas, propugnando una tercera vía, los Frentes Populares. Éstos fueron concebidos como alianzas de partidos progresistas que debían servir para frenar el fascismo en las democracias liberales y al mismo tiempo posibilitar la realización de reformas democráticas y sociales en beneficio de las mayorías. España fue uno de estos casos.
Por ello, la guerra civil española tuvo un fuerte componente internacional desde el primer momento: no sólo fue una guerra de unos militares reaccionarios contra el gobierno legítimo del Frente Popular y el régimen republicano. También, desde el primer instante, los ejércitos fascistas de Hitler y Mussolini acudieron masivamente en apoyo del bando rebelde; esto provocó una gran corriente de solidaridad internacional con la República española, una de cuyas expresiones fueron los voluntarios internacionales que acudieron a combatir con las armas en la mano al fascismo, y que se integraron en su gran mayoría en las Brigadas Internacionales.
Las ideologías enfrentadas en la guerra española representaban fielmente a las ideologías que poco después se enfrentarían en la segunda guerra mundial: por una parte la ideología representada por los fascismos italiano y alemán, y por otra parte las ideologías representadas por una coalición de fuerzas de la democracia burguesa –conservadores, liberales, radicales y socialdemócratas– y los socialistas de izquierda y los comunistas. Por estas razones, la guerra civil española ha sido considerada por los historiadores progresistas como la primera batalla de la II Guerra Mundial en Europa.
Sin conocer la naturaleza del fascismo y el contexto mundial de los años treinta, no es posible comprender cómo miles y miles de hombres, de más de cincuenta países diferentes y un gran número de nacionalidades, decidieron que era un crimen permanecer pasivamente ante los bombardeos fascistas de las ciudades republicanas y el asesinato en masa de republicanos y civiles inocentes que las hordas fascistas perpetraban incansablemente en el territorio rebelde. Veamos pues el contexto mundial del que surgieron las ideologías enfrentadas en la guerra civil española y el por qué de las Brigadas Internacionales.
La revolución rusa y la crisis capitalista de 1929
En 1917 triunfó la revolución rusa, que pretendía construir un sistema socioeconómico antagónico al imperialista, el socialismo. Inmediatamente este acontecimiento se convirtió en un factor de desestabilización del sistema político mundial, puesto que millones de obreros de todos los países y el mundo colonizado –que albergaba a la mayoría de la población mundial salvajemente oprimida por las potencias imperialistas–, vieron en la naciente República soviética de Rusia el ejemplo a seguir.
La crisis socioeconómica que azotó al capitalismo tras el fin de la I Guerra Mundial y la existencia de la Unión Soviética (URSS) como faro de la revolución mundial con la creación de la III Internacional –la Internacional Comunista o Comintern– aceleró el desarrollo de las tendencias conservadoras, reaccionarias y militaristas en los países imperialistas ante el “peligro rojo” y la agitación obrera. La primeva consecuencia fue el establecimiento de un agresivo “cordón sanitario” económico y militar en tomo a la URSS, provocando en este país el triunfo de políticas aislacionistas y semi-autárquicas –el “socialismo en un solo país”– como opción para la supervivencia y el desarrollo de la revolución en un entorno internacional muy agresivo, inestable y conflictivo agudizado tras la derrota de otros movimientos revolucionarios efímeros en Alemania, Hungría y más tarde en China. La segunda consecuencia fue el establecimiento de regímenes o dictaduras fascistas y semi-fascistas en una gran parte de Europa y en Japón. El primero fue Italia, donde Mussolini conquistó el poder en 1922 con el apoyo de los grandes industriales, financieros, terratenientes y la monarquía, espantados ante el movimiento obrero del norte del país y la toma de fábricas. Los fascistas suprimieron el sistema parlamentario liberal-burgués, y desencadenaron una violenta represión contra el movimiento obrero, los sindicatos y los partidos socialistas y comunistas, guión que siguieron más tarde, con mayor o menor radicalidad, los diferentes regímenes fascistas y semi-fascistas.
La crisis capitalista de 1929 aceleró el auge del fascismo, al provocar el hundimiento de las economías capitalistas y una agitación social y obrera importante. Las clases dominantes y los grandes propietarios industriales, financieros y terratenientes estrecharon lazos con los organismos del Estado, una parte de las jerarquías eclesiásticas y las organizaciones políticas de extrema derecha para contener al movimiento obrero y prevenir un estallido revolucionario. El estancamiento económico, el descrédito del régimen parlamentario burgués –que era impotente para resolver la profunda crisis económica y social– y la división de las fuerzas obreras y progresistas, favoreció el ascenso del fascismo en Europa central y oriental. El fascismo llegó incluso a ser influyente en países como Francia, de amplia tradición democrática, donde potentes corrientes extremistas de derechas y fascistas, vinculadas con sectores militares y la oligarquía económica y financiera, socavaban un régimen democrático reputado como de los más sólidos a nivel mundial, hasta el punto de que en 1934 estuvo a punto de materializarse un golpe de extrema derecha.
La naturaleza del fascismo y su poder de atracción
El fascismo fue un movimiento muy novedoso y de características completamente diferentes a cualquier otra forma política precedente. El fascismo se nutría de elementos de la vieja sociedad, y por este lado no había grandes novedades respecto a otros regímenes reaccionarios. Estos elementos solían ser el cristianismo fundamentalista (en Alemania, en cambio, fue el paganismo y el anticristianismo), la sociedad aristocrática y el corporativismo social, el mítico imperio perdido, la estructura social arcaica del campo con su paternalismo idealizado, etc. Pero lo que era realmente novedoso es que mientras el fascismo exaltaba las viejas tradiciones y el viejo orden social pre-burgués –que defendía con uñas y dientes frente al “peligro marxista”–, aparecía al mismo tiempo como un movimiento que miraba hacia el futuro incorporando elementos considerados de actualidad y de progreso: impulsaba la creación de una economía industrial moderna, centralizada y potente, exaltaba el futurismo –movimiento cultural muy ligado al fascismo– y empleaba técnicas de comunicación de masas muy avanzadas como la propaganda, el cine, la radio, las escenificaciones teatrales del Gran Líder dirigiéndose a un público organizado en escuadras militares, perfectamente alineadas y uniformadas. Todo ello estaba impregnado de un culto exaltado a la violencia gratuita y al militarismo reaccionario y revanchista.
Es evidente que el fascismo era una forma de dominio de la gran burguesía de naturaleza muy diferente a las formas empleadas en las democracias burguesas, donde la clase obrera y otros sectores populares disponían de determinados derechos y libertades políticas que el fascismo pretendía suprimir radicalmente. Al llevar en su seno elementos del pasado y del futuro, el fascismo tuvo un enorme poder de atracción entre variados sectores sociales: militares, aristócratas, burgueses y alto clero, pero también dirigentes e intelectuales procedentes del anarco sindicalismo y del sindicalismo revolucionario empapados del irracionalismo filosófico y de Nietszche, algunos socialistas como el propio Mussolini –sin olvidar que no fue por casualidad que Hitler nombrara a su partido “nacional-socialista”–, la pequeña burguesía y amplios sectores populares tradicionalistas como los pequeños campesinos golpeados por la guerra y la crisis, además de algunos sectores obreros que se beneficiaron de los programas industriales, del desarrollo de la industria militar y obras públicas. La propagación de los mitos de la raza superior y la pureza racial, y la exaltación de la “grandeza nacional” y el corporativismo social –las clases “desaparecen” y todos son productores indispensables a la nación– cuyos intereses estaban simbolizados en el Estado y el partido fascistas, fueron otros símbolos poderosos de atracción de amplios sectores pequeño burgueses, campesinos tradicionalistas e incluso obreros hacia el ideario fascista. La ideología ultranacionalista que forma parte de la naturaleza de todos los fascismos, llevaba a sus gobiernos a promover políticas exteriores expansionistas y de esclavización de otras naciones: en Italia, por ejemplo, el resurgimiento de la ideología imperial de la antigua Roma del pasado imperial justificó la invasión de Abisinia (Etiopía, el único país africano independiente) y la masacre de sus habitantes por el ejército fascista, hecho bendecido por los obispos del Vaticano. La ambiciones de Hitler hacia Ucrania y otros territorios como reivindicación del “espacio vital” para la “raza aria” eran públicamente conocidas y toleradas para empujar a los nazis a atacar a la Unión Soviética. La invasión de China por parte del Japón que se inició en 1931 y donde los invasores exterminaron a millones de ciudadanos chinos, fue tolerada por los mismos motivos.
El surgimiento del antifascismo
Durante los años de auge del fascismo, el movimiento obrero y las izquierdas estaban todavía profundamente divididos en dos grandes corrientes: los que apoyaban a la Internacional Socialista, la II Internacional, cuyas principales organizaciones dominantes eran de carácter reformista y no deseaban transformar el sistema político y social democrático-burgués –aunque contaban con sectores revolucionarios constituidos por socialistas de izquierdas–, y los organizados en la Internacional Comunista, que promovían cambios revolucionarios para alcanzar el socialismo. Estas dos grandes corrientes, que englobaban a la mayor parte del movimiento obrero y sindical, se hallaban en un estado de enfrentamiento radical incluso desde antes del triunfo de la Revolución de Octubre: mientras la Internacional Socialista consideraba a los comunistas como una amenaza a la democracia burguesa –marco político que consideraba imprescindible para realizar una política de reformas sociales–, la Internacional Comunista consideraba a los partidos de la II Internacional cómplices de la burguesía y del fascismo. Fuera de estas dos corrientes existían sólo algunos movimientos anarquistas localmente importantes, como en España, y organizaciones trotskistas o semi-trotskistas muy reducidas o minúsculas, enfrentadas a ambas Internacionales o oscilando entre ellas.
A partir del año 1934 los acontecimientos se precipitaron en Europa: se consolidó la dictadura de Hitler en Alemania, la dictadura fascista de Dolfuss en Austria aplastó la insurrección obrera y socialista de Viena, y la Revolución de Asturias fue derrotada y reprimida sangrientamente. Estos trágicos acontecimientos y la conciencia de la inminencia de un grave peligro a escala mundial, provocaron un cambio de mentalidades en la Internacional Comunista y en sectores de la Internacional Socialista, que percibieron al fascismo como una amenaza mucho más peligrosa que las democracias burguesas. Jorge Dimitrov, en nombre de la Internacional Comunista y de la Unión Soviética, proclamó en el VII Congreso de la Internacional, celebrado en 1935, que el principal peligro era el fascismo y por ello había que cambiar de táctica y superar la división histórica del movimiento obrero. A partir de entonces, la Internacional Comunista propone la creación de Frentes Populares –alianzas de socialistas, comunistas y otros sectores de izquierdas, progresistas y democráticos– y la fusión de partidos comunistas y partidos socialistas radicalizados, no sólo para frenar al fascismo y proteger a los sistemas democráticos como se ha dicho en tantas variantes simplificadas, sino también para promover profundos cambios sociales y económicos en el marco del Estado y reprimir a los sectores más reaccionarios.
Evidentemente, esta política también estaba relacionada con la política exterior soviética denominada de “seguridad colectiva”, que buscaba crear alianzas defensivas –principalmente con Francia y Gran Bretaña– para frenar al fascismo.
El golpe fascista en España, la solidaridad internacional y la creación de las Brigadas Internacionales
La solidaridad internacional con la República española fue en gran medida una prolongación del movimiento contra la guerra y el fascismo que a principios de los años treinta impulsó la Internacional Comunista ante el grave deterioro de la situación internacional. Asimismo tuvo un componente espontáneo entre sectores de la opinión pública progresista en el mundo, que tomaron conciencia de la existencia de una dura lucha por una parte entre la democracia y los valores de progreso y, por otra, entre el fascismo –percibido como una amenaza expansionista– y los valores ultrarreaccionarios; un combate en el que estaban implicados las clases sociales que defendían un orden social más justo –ya fuera de tipo reformista o revolucionario– y los que defendían la supresión de toda conquista social y democrática conseguida a lo largo de la historia; los que defendían mejoras sustanciales para la clase obrera, y los que optaban por la vía de la violencia reaccionaria y la “mano dura” para mantener los privilegios de la clase dominante, teniendo en mente la conquista de territorios vecinos.
Por ello, el golpe fascista del 18 de julio y el posterior estallido de la guerra en España no fueron vistos tan sólo como un aspecto más de esta lucha ideológica mundial, sino como un gravísimo punto de inflexión, debido a la invasión descarada por parte de las potencias fascistas de un país democrático gobernado por una coalición de centro izquierda que defendía un programa de reformas sociales y democráticas. Por este motivo, a pesar de la oposición de las potencias imperialistas como Gran Bretaña y Francia –que instituyeron un Comité de No Intervención que en la práctica sólo sirvió para estrangular gravemente los esfuerzos de guerra de la República y la ayuda a la población–, la corriente mundial de solidaridad con el pueblo español fue creciendo de forma imparable. De esta manera, desafiando la desconfianza, la oposición o la represión de los gobiernos capitalistas europeos, en muchos países surgieron espontáneamente comités de ayuda para la España republicana, formados por entidades ideológicamente muy plurales: partidos socialdemócratas, comunistas, sindicatos obreros, la Liga de los Derechos del Hombre, varias iglesias protestantes y católicas, además de un gran número de intelectuales, científicos de renombre y artistas, que participaron en esta corriente mundial de solidaridad con la República española. Rápidamente, en agosto de 1936, a pocas semanas de iniciada la guerra, se reunió en París la primera Conferencia Europea en Defensa de la República española de la que surgió una comisión internacional para coordinar la ayuda a España. Así es como se popularizó entre la opinión pública occidental la necesidad de ayudar a un país agredido por el fascismo.
Desde entonces, cada día cientos de voluntarios empezaron a afluir espontáneamente por sus propios medios hacia España, hasta que se decidió la creación oficial de las Brigadas Internacionales y la canalización de esta corriente mundial. Algunos de ellos fueron aventureros en busca de fortuna, también hubo intelectuales y escritores de izquierdas que acudieron con espíritu de turistas revolucionarios –portando sus propias ideas preconcebidas e idealizadas de la igualdad social, y creyendo ver en los anárquicos movimientos proletarios emergidos tras la derrota de la insurrección fascista su ideal supremo de revolución–, pero la inmensa mayoría procedían de los medios obreros y trabajadores, influenciados por organizaciones comunistas o socialistas.
Ellos acudieron con la convicción de que en España se estaba decidiendo una batalla de importancia mundial entre el fascismo y la libertad, entre la esclavitud y la esperanza de que la victoria abriera las puertas a un mundo mejor. Las Brigadas Internacionales se crearon por iniciativa de la Internacional Comunista y de Stalin en septiembre de 1936, tras recibir la autorización correspondiente por parte del gobierno republicano, con el objetivo de canalizar y potenciar esta corriente mundial de solidaridad.
Entre los trabajadores e intelectuales progresistas de todo el mundo –a pesar de las desavenencias a posteriori– cristalizó la conciencia de que después de España el fascismo amenazaba al mundo entero. Frente a la inhibición de las potencias imperialistas que dejaron agonizar y morir a un país democrático, ellos dieron un paso al frente, abandonando sus empleos, sus familias, sus mujeres y sus hijos. Sin esperar nada a cambio, llegaron a España –muchas veces de forma clandestina– donde dieron todos sus esfuerzos en la lucha por la libertad, derramando su sangre en ayuda de un pueblo extranjero, desconocido y lejano. Miles de ellos cayeron mortalmente en combate y otros muchos sufrieron graves heridas. Tras la guerra, muchos de ellos fueron víctimas de persecuciones y represiones, encerrados en campos de concentración o ejecutados. Se intentó distorsionar y manipular su imagen, mostrándolos como agentes de una potencia extranjera –la Unión Soviética¬– tanto por sus enemigos entre la derecha, como entre la extrema izquierda. Lo cierto, es que a pesar de todas las difamaciones que sufrieron, los combatientes de las Brigadas Internacionales permanecerán en la historia de las luchas por la libertad, la justicia y los derechos sociales como el exponente más avanzado de la solidaridad entre los pueblos. Su ejemplo muestra en la práctica que cuando se lucha por los ideales de solidaridad y de progreso social, los trabajadores y los pueblos son capaces de unirse sobre las diferencias de nacionalidad, religión y particularidades políticas y conquistar un futuro mucho más justo y equitativo para las mayorías tradicionalmente explotadas.
El internacionalismo socialista: legado y continuación de las Brigadas Internacionales:
En el mundo y la España de los años treinta maduró una forma extremadamente violenta de lucha de clases, expresada como la lucha del fascismo y el antifascismo. Nadie permaneció al margen: de una forma o de otra todos tomaron partido. Incluso los que intentaron dar una apariencia de neutralidad en la guerra de España, como los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, sabían que saboteando los esfuerzos de guerra de la República española mediante el Comité de No Intervención, estaban ayudando al bando fascista. Para ellos, incluso sabiendo que podrían verse involucrados en el futuro en una guerra contra el fascismo, estaba clara su opción: antes Franco que una República peligrosamente alineada a la izquierda. Antes Hitler que la perspectiva de pactar con Stalin. Y para ello se toleró –y hasta se favoreció– una brutal guerra de agresión contra la República española y el pueblo.
Hoy han cambiado las formas de opresión, se han modificado las formas que adoptan las guerras de agresión en el mundo, pero no ha variado en absoluto la determinación de los pueblos de luchar por su libertad. Desde el fin de la Segunda Guerra mundial, con la derrota de las potencias fascistas, los pueblos colonizados se agitaron masivamente en demanda de independencia, libertad y justicia social. Fueron muchos los ejemplos de solidaridad internacionalista, muchas veces con las armas en la mano, para ayudar a los pueblos en la lucha por la libertad y el progreso social: en China, decenas de miles de coreanos lucharon al lado de la guerrilla comunista dirigida por Mao Zedong –que contó además con la ayuda militar soviética– triunfando en 1949 sobre el ejército reaccionario del Kuo Min Tang. En Corea, entre 1950 y 1953 el ejército chino envió a decenas de miles de combatientes, que frenaron en seco al ejército estadounidense y protegieron al régimen socialista de Corea Popular.
En Vietnam, a partir de la década de 1950 decenas de miles de voluntarios chinos ayudaron al pueblo vietnamita a conquistar su independencia de Francia y posteriormente a resistir la brutal agresión militar estadounidense. En 1961, miles de soviéticos en Cuba estuvieron dispuestos a luchar en una guerra contra la inminente agresión norteamericana a este país. Precisamente, desde el triunfo de la Revolución cubana en 1959, decenas de miles de cubanos participaron en diversas misiones internacionalistas, civiles y militares, por el continente africano: su participación fue importante para consolidar la independencia de Argelia –agredida militarmente por Marruecos–, para Guinea Bissau y Cabo Verde, y fue decisiva para garantizar la integridad territorial de Etiopía y de Angola, para la independencia de Namibia, y para la destrucción del régimen racista del “apartheid” sudafricano. Todo ello, gracias también a la participación de miles de voluntarios soviéticos y al imprescindible aporte logístico y de armas, petróleo, medicinas y equipos industriales que la Unión Soviética y otros países socialistas enviaron a Cuba y a los países africanos en gran cantidad, de forma tan significativa que a la larga desangró sus economías.
También se debe mencionar la participación del ejército voluntario soviético en Afganistán, apoyando a un régimen laico que realizó una reforma agraria, nacionalizó la economía, escolarizó a la población, dio la igualdad a la mujer por primera vez en la historia de este país, y combatió a las fuerzas oscurantistas y reaccionarias de los integristas islámicos dirigidos por la CIA estadounidense. Como recordarían algunos de los protagonistas soviéticos de la guerra de Afganistán, miles de ellos se enrolaron voluntariamente porque creían sinceramente que seguían el ejemplo de las Brigadas Internacionales en España, ayudando a un país agredido por las fuerzas extranjeras.
Hoy la situación mundial ha cambiado radicalmente: tras la desaparición de la Unión Soviética y la hegemonía mundial del imperialismo, la lucha armada por la libertad se hace mucho más difícil. La solidaridad internacionalista en la que se basaba las Brigadas Internacionales ha tenido que variar forzosamente. La lucha contra el imperialismo y por la libertad hoy adopta otras formas. Por ejemplo, desde los años noventa, Cuba ha enviado decenas de miles de médicos y otros profesionales a desarrollar la salud pública en los países que carecían de ella, como en África y América Latina: tan sólo en Bolivia los médicos internacionalistas cubanos han realizado más de 600.000 operaciones en la vista a personas sin recursos; tras la constitución del ALBA por Venezuela, Ecuador, Cuba, Nicaragua y otros países, se ha establecido un mecanismo de solidaridad entre ellos para fomentar el desarrollo económico y social libre de los mecanismos de explotación y de colonización que practica el imperialismo.
Además, la voz de los países del ALBA resuena hoy –como antaño lo hiciera la voz de la Unión Soviética en la Sociedad de Naciones–, denunciando las guerras de agresión y las matanzas que los invasores fascistas de nuestro tiempo –las potencias de la OTAN–, perpetran contra los pueblos que luchan por su libertad, como el pueblo de Libia recientemente.
Todas estas variadas y generosas expresiones de solidaridad internacionalista hacia los pueblos oprimidos y agredidos por el imperialismo tienen sus raíces en la epopeya de las Brigadas Internacionales, en el esfuerzo y la generosidad que miles y miles de combatientes anónimos procedentes de todo el mundo aportaron a un país lejano y desconocido, sabiendo que en España se jugaba en ese momento el futuro de la humanidad.
La sangre de los Voluntarios de la Libertad derramada en España no fue en vano: desde entonces, el ejemplo de sacrificio internacionalista ha perdurado en la historia y su memoria alimenta a todos aquellos pueblos que luchan por la justicia, la libertad y el progreso social.
Bibliografía consultada:
-VV.AA.: Voluntarios de la libertad. Las Brigadas Internacionales. Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales y Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Getafe (Madrid), 1999.
-VV.AA.: La solidaridad de los pueblos con la República española 1936-1939. Editorial Progreso, Moscú, 1974.