Foro Comunista

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    COMO LOGRAR QUE LOS ESCLAVOS PENSEMOS COMO NUESTROS AMOS

    carlos
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    Mensaje por carlos Sáb Mar 13, 2010 4:04 pm

    recopilacion de articulos sobre la guerra psicológica contra el movimiento revolucionario

    «Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o dicho de otro modo, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material, dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de la relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas»
    (Marx y Engels, La ideología alemana)


    LA INTERNACIONAL ANTICOMUNISTA


    Durante la II Guerra Mundial se disuelve la Internacional Comunista e inmediatamente después, a imitación suya, durante la guerra fría, se crea una internacional anticomunista. Se devuelve el golpe, se imita un modelo. En esta nueva internacional, Estados Unidos, además de exportar capitales y armas nucleares, exporta ideología: libros, revistas, películas, música, pintura, etc. Esta exportación cultural recupera muchas de las iniciativas (y de las personas) que el Pacto Anti-komintern ya había experimentado; los nazis, los fascistas y los vichystas son reciclados para la defensa del mundo libre. Junto a ellos están los trotskistas, que son los que iniciaron la soez campaña ideológica contra la URSS y la II República española, verdaderos nudos centrales de esta ofensiva cultural.
    Para contrarrestar la influencia soviética en Europa, Estados Unidos impulsó a finales de la II Guerra Mundial una vasta red de intoxicación propagandística especialmente dirigida contra la URSS, pero también contra la II República española. La CIA creó el Congreso para la Libertad de la Cultura, en el que participaron numerosos intelectuales europeos, entre los que destacaron Salvador de Madariaga, Julián Gorkin, Víctor Alba y George Orwell. Durante la guerra fría los imperialistas encargaron a estos -y otros- escritores a sueldo elaborar una ideología aceptable en Europa, tanto para la reacción pura y simple como para la izquierda anticomunista.

    La idea esencial de esa propaganda era definida por la CIA como aquella en la que el sujeto se mueve en la dirección que uno desea por razones que cree son propias. Hay que lograr que el lector piense que lo que lee no se lo dicta otro sino que se le ha ocurrido a él mismo y que, además, es capaz de argumentarlo y razonarlo.

    Los dos campos a intoxicar más importantes eran la Unión Soviética y la guerra civil española, los dos acontecimientos que en la primera mitad del siglo XX levantaron más entusiasmo en todo el mundo. Creo que todos se habrán dado ya cuenta: la URSS (=Stalin=gulag) y la II República española son ya un género literario en sí mismos cuyo parecido más próximo es la novela negra. Hay bibliotecas enteras sobre ambas cuestiones; son el género preferido de ese tipo de historiadores que no hacen ciencia sino éxitos de ventas. ¿A alguien se le ha ocurrido pensar por qué un libro sobre la desamortización no se vende y otro sobre las checas se agota en las librerías?

    Europa era el centro entonces de la guerra fría y no son otros sino los imperialistas norteamericanos los que crean el europeísmo, el primer esbozo de la Unión Europea que entonces se llamaba Europa occidental o, en palabras de la diplomacia estadounidense, los países Marshall.

    Arruinada por la II Guerra Mundial, Europa sólo se sostenía en 1945 gracias a Estados Unidos. Para frenar el avance de los partidos comunistas los gobiernos estadounidenses aplican una política intervencionista apoyada en la CIA. Su campo de acción no es sólo el espionaje político, ni la OTAN, ni el Plan Marshall sino también la cultura. En la posguerra es la CIA quien reescribe la historia, la filosofía y casi podría decirse que hasta las partituras de música llegan de los despachos de Langley. Washington necesitaba apoyarse en los mejores expertos anticomunistas de las décadas anteriores. Recluta intelectuales, escritores, periodistas, artistas para elaborar un programa científico cuyo objetivo es la derrota ideológica del marxismo. Los supuestamente prestigiosos periódicos anticomunistas hubieran desaparecido rápidamente si no llega a ser por los subsidios de la CIA, que compraba miles de ejemplares para luego distribuirlos gratuitamente. Gracias al largo brazo del espionaje estadounidense, los intelectuales reaccionarios, los arrepentidos de izquierda, los renegados, los trotskistas y los anticomunistas en general obtuvieron a partir de 1945 los mayores éxitos editoriales: revistas, seminarios, programas de investigación, becas universitarias e intercambios académicos. Todo ello permitió que el espionaje estadounidense ejerciera un impacto de choque en los medios universitarios, culturales, periodísticos y artísticos. Muchos prestigiosos escritores, poetas, artistas y músicos proclamaban su independencia de la política, la neutralidad de la ciencia y defendían el arte por el arte (en realidad querían decir el arte por el dinero). A difrencia de la URSS, donde los intelectuales estaban sometidos al Partido Comunista, en el mundo libre los artistas y escritores debían permanecer al margen del compromiso -de cualquier compromiso- político.

    En lugar de hablar de guerra sicológica, como Arthur Koestler, otro de los escribanos de la CIA en aquellos felices años, había gente más fina que prefería hablar de burbuja literaria para aludir a toda aquella sobredosis cultural. Jamás nunca nadie en la historia se había preocupado tanto por la cultura, por lograr que la gente leyera. Nunca se expusieron más revistas en los kioskos que entonces; se perseguía la captación de suscriptores y se vendían libros casa por casa: Enciclopedias, Selecciones del Reader's Digest, Círculo de Lectores... Fue realmente asombroso, la revolución cultural del imperialismo. La CIA promocionaba orquestas sinfónicas, exposiciones de arte, ballet, grupos de teatro y conocidos intérpretes de jazz y ópera para neutralizar el sentimiento antimperialista en Europa y generar aprecio por la cultura y por Estados Unidos. A la CIA le gustaba especialmente enviar artistas negros a Europa, sobre todo cantantes, escritores y músicos -como Louis Armstrong- para diluir la hostilidad europea hacia las políticas racistas de Washington.

    Había que reescribir la historia para vaciar la memoria revolucionaria del proletariado. Esto se llevó a cabo de muy diversas formas pero aquí nos interesa una de ellas: la intoxicación desde posiciones supuestamente revolucionarias. La peor cuña es la de la propia madera, dice el refrán. ¿Quién mejor para combatir a los comunistas que los antiguos comunistas? La vieja derecha reaccionaria estaba comprometida (y desacreditada) por sus relaciones con los fascistas. En Washington comprendieron que, para demoler a los sindicatos, los partidos comunistas y a los intelectuales opuestos a la OTAN, debían encontrar (o inventar) una izquierda democrática. Era indispensable utilizar el socialismo democrático como antídoto ante la radicalización de los pueblos surgida de la guerra y la crisis subsiguiente. En Europa había que impulsar una Non Communist Left Policy (política de izquierdas no comunista) y por eso recurrieron a los tránsfugas del comunismo.

    Esto produjo una asombrosa paradoja: no se trataba de un rechazo de la revolución, de una crítica contrarrevolucionaria, sino todo lo contrario. Resultaba que en realidad los comunistas no somos revolucionarios sino contrarrevolucionarios. Los verdaderos revolucionarios son otros. La táctica de la CIA consistió en reclutar a los tránsfugas invirtiendo una parte de los fondos secretos en salvar revistas trotskistas, como Partisan Review y New Leader, de la quiebra. Esta fue una de la líneas de ataque del imperialismo en su estrategia de guerra sicológica a partir de 1945, fecha a partir de la cual dirigió y financió todo un movimiento intelectual de apariencia izquierdista para demostrar que en la Unión Soviética y en España la revolución había sido traicionada por los comunistas (precisamente).

    Por ejemplo, el 20 de junio de 2003 el suplemento de libros de El País, Babelia, reseñaba la obra del chivato Orwell Homenaje a Cataluña diciendo que se trata de una obra sobre la traición, o lo que es lo mismo, sobre cómo los comunistas traicionamos a la revolución. Por supuesto, ellos, o sea, Orwell y El País, defienden la revolución...



    No obstante, los historiadores de la guerra fría olvidaron que, cuando transcurre el tiempo, ellos mismos se convierten en historia; ahora ellos son las cobayas y toca estudiar quién y cómo falsificó la historia. Aunque muy resumida, ésta es la historia de la falsificación de la historia.
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    Mensaje por carlos Sáb Mar 13, 2010 4:07 pm

    RAYMOND ARON : EL TRANSÁTLANTICO DE LA IDEOLOGÍA

    Raymond Aron (1905-1983) nace en una familia alsaciana burguesa y judía, estudia en la Escuela Normal Superior en 1924 y en 1928 es profesor agregado. En vísperas de la II Guerra Mundial estudia filosofía. No logra entrar a la universidad de la Sorbona y se ve obligado a aceptar cargos poco prestigiosos en escuelas gubernamentales.
    Entonces era un intelectual socialista que no logró trepar en la política, así que se convirtió en un reaccionario. En 1933 entró en el Centro de Documentación Social donde sucedió a Marcel Déat, a quien ya hemos presentado. El Centro lo financiaba la Fundación Rockefeller y bajo su techo Aron se relaciona con Robert Marjolin, un economista formado en Estados Unidos gracias a una beca de la Fundación Rockefeller.

    El ascenso llega. En 1945 es director de gabinete del ministro de Información, André Malraux, en el gobierno de De Gaulle y, a partir de ahí, asume posiciones importantes en el periodismo: editorialista de Le Figaro de 1947 a 1977 y columnista en L'Express hasta su muerte.

    Le Figaro lo dirige Pierre Brisson, antiguo colaborador de Lucien Romier, muerto este último durante la ocupación después de haber sido ministro vichysta en 1943. Su línea política es abiertamente proestadounidense, anticomunista y partidaria de la OTAN. Las columnas periodísticas de Aron durante Mayo de 1968 (el terrorismo del poder estudiantil) no tienen desperdicio. Todo buen anticomunista debe leerlas y tomar notas.

    Es amigo y colaborador del espía Michael Josselsson, el intermediario entre la CIA y los intelectuales, que le nombra dirigente del Congreso para la Libertad de la Cultura, donde se convierte rápidamente en una de las personalidades más influyentes desde su creación en Berlín en 1950 hasta el escándalo de 1967. Es uno de los importadores de las tesis de los intelectuales trotskistas de Nueva York. En 1947 encarga la traducción de The Managerial Revolution (L'ère des organisateurs) de su amigo Burnham, del que el socialfascista Léon Blum redacta el prólogo de la primera edición. Los libros de Aron El hombre contra los tiranos (1946) y El gran cisma (1948), se convierten en verdaderos manifiestos de los reaccionarios franceses y de la internacional anticomunista.

    En 1955, en la conferencia internacional de Milán del Congreso para la Libertad de la Cultura, es uno de los cinco oradores que intervienen en la sesión de apertura conjuntamente con Hugh Gaitskell, Michael Polanyi, Sidney Hook y Friedrich von Hayek. Otra vez los trotskistas (Sidney Hook) de la mano de los neoliberales (Von Hayek)...

    Ese mismo año publica El opio de los intelectuales, texto inspirado en Burnham, donde denuncia la neutralidad de los intelectuales de la izquierda no comunista. En 1957, redacta el prefacio de La revolución húngara. Historia de la sublevación, de Melvin Lasky y François Bondy.

    A pesar de ser judío, nunca condenó al gobierno colaboracionista de Vichy, sino todo lo contrario: se erigió varias veces en defensor de los partidarios de Petain. El 17 de octubre de 1983 acudió a declarar como testigo a favor de su amigo, el filósofo Bertrand de Jouvenel, acusado de nazismo durante la ocupación de Francia. Durante los años 30 Jouvenel se enroló en el Partido Popular Francés de Doriot, el trotskista renegado. Reclutado por los servicios de inteligencia, el filósofo Jouvenel se convirtió en espía de su viejo amigo Otto Abetz. En la época de la Liberación, fundó con Rueff y Hayek la ultraliberal Sociedad Mont Pelerin y participó intensamente en las actividades del Congreso por la Libertad de la Cultura. A pesar de lo que decía en sus escritos, Aron no era un teórico sino un militante comprometido con el imperialismo: murió cuando salía del tribunal de defender a su camarada nazi Jouvenel.

    Amigo y consejero de Kissinger, quien lo consideraba su guía, y de George Kennan, el padrino de la contención, Aron representó el mejor apoyo de los servicios culturales estadounidenses en Francia. Supuesto experto en sociología política, fue uno de los que desde el otro lado del atlántico importó a Europa las tesis imperialistas acerca de las diferencias los regímenes democráticos, autoritarios y totalitarios, tres palabras mágicas que desde la guerra fría están en la boca de todos los políticos y periodistas como conceptos firmes y establecidos de una vez y para siempre. Por ejemplo, esto puede leerse en su libro Democracia y totalitarismo (Seix Barral, Barcelona, 1968), un verdadero engendro lleno de todos esos tópicos.

    Otra idea feliz de Aron: el marxismo no es política sino religión, algo que después hemos oido millones de veces. Stalin era seminarista y los comunistas somos como los curas, con nuestros dogmas, nuestra liturgia, nuestros pontífices, nuestros santos... y nuestras procesiones.

    Una de las tareas primordiales de estos escritores es imponernos su lenguaje, sus expresiones. Por ejemplo, siguiendo a su amigo Burnham, Aron es quien empieza la cantinela de la sociedad industrial. Ya no hay capitalismo ni imperialismo, palabras que suenan muy mal y deben ser sustituidas por otras más neutras.

    Pero que no se trataba más que de un experto en manipulación ideológica lo demuestran algunos de sus otros títulos, cuya simple mención lo dice todo: Los marxismos imaginarios. De Sartre a Althusser (Monte Avila Editores, Caracas, 1969), ¿Marx superado? (con otros autores, entre ellos Theodor W.Adorno, Buenos Aires, 1974). Lo escribió él mismo en sus Memorias: el Congreso para la Libertad de la Cultura cumplió su misión únicamente gracias al enmascaramiento o incluso, si se quiere, a la mentira y la omisión. Está claro (siempre lo estuvo, pero en fin).

    Aron es un autor introducido en España a través del grupo Prisa-Polanco-El País y sus antecedentes, es decir, la Revista de Occidente que dirigía José Ortega Spottorno, quien en mayo de 1964 le publica el artículo Reflexiones sobre la idea socialista. Otra de sus primeras obras traducidas y distribuidas en España es La lucha de clases (Editorial Seix Barral, Barcelona, 1966, publicada antes en catalán).

    Uno de sus libros más divulgados lo fue a través de Alianza Editorial, también del grupo Prisa-Polanco-El País: el Ensayo sobre las libertades (Madrid, 1969). Nosotros cuando leemos este maravilloso libro sobre la libertad, nos volvemos a acordar -entre otras cosas- de la CIA, del golpe de Estado de Pinochet y de los bombardeos sobre Vietnam con napalm. No lo podemos evitar.

    El 27 de enero de 2004 la fundación FAES (la de Aznar) rinde homenaje a Raymond Aron en el Hotel Miguel Ángel de Madrid. Habla Jean-François Revel sobre Raymond Aron y el vínculo transatlántico (Revel fue uno de los directores del Instituto de Historia Social).
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    Mensaje por pedrocasca Miér Jun 05, 2013 12:32 pm

    El texto completo de este artículo se puede descargar en 16 páginas de buen formato pdf desde el blog del mexicano Frente Popular Revolucionario de Oaxaca, en el link:

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