El marxismo y el fin de la filosofía clásica
texto de Mauricio Lucio
publicado en 2009 en La Paz, Bolivia
El marxismo (entiéndase la concepción dialéctica y realista de la historia y del mundo) es la superación de toda filosofía precedente, de toda epistemología científica y técnica, y cualquier sistema mental de razonamiento, no precisamente por que sea una concepción que, de una u otra forma, reconozca el movimiento objetivo del mundo circundante o por que su “sistema” de categorías de análisis sea contrapuesto a la lógica formal (“metafísica”); el marxismo operó una revolución en el mismo terreno de la filosofía y en la propia forma de concebirla, otorgándole, en adelante, la posibilidad permanente y congruente de comunicación, no solamente con los problemas del conocimiento objetivo del mundo y la historia, sino – lo que verdaderamente lo distingue y fundamenta – con las formas de conciencia social de la época contemporánea, en forma inmanente con la propia realidad.
Por eso el marxismo no es una filosofía junta o contrapuesta a las otras, porque es la ruptura de toda la precedente (clásica) concepción sobre la propia filosofía y su significado; el marxismo es la indicación perentoria de la necesidad de reestructuración de todo el modo de ser del saber filosófico, es la crítica y expulsión de todas las categorías que constituyeron su fundamento. Por ello puede denominarse a una: filosofía clásica, y a otra: filosofía de la praxis social.
Marx explicita la orientación de la nueva concepción dialéctica – realista de la historia y del mundo cuando afirma que: “los filósofos se han limitado a interpretar de diversas formas el mundo, de lo que se trata es transformarlo”[1]
El fundamento para comprender esta conquista revolucionaria del pensamiento humano, se basa en la concepción superada que representa el marxismo, de toda dicotomía de la relación entre el ser y el pensar,[2] que el pensamiento clásico (y el actual posmoderno y estructuralista) se planteaba (como se plantea hoy) como verdaderos problemas del conocimiento y de la vida, sobre los cuales siempre se terminaba (como se termina hoy) tomando partido y posición, siempre sobre la base de uno de los “componentes” de esa división tradicional.
Con el marxismo, la filosofía abandona aquella función clásica de construcción de sistemas coherentes de pensamiento respecto del mundo en general, del ser en general, del deber ser en general, etc., para situarse en el campo vivo, cotidiano, contemporáneo y concreto de la transformación constante de la realidad social, como consecuencia de luchas permanentes entre fuerzas históricas dentro de la misma sociedad, de tendencias opuestas (económicas, políticas y culturales) dentro de un determinado e ininterrumpido devenir concreto de la historia.
Despojado de ésta concepción revolucionaria, el marxismo rápidamente se convierte en una sociología más o menos amplia, en una “ciencia” que explica la variación de las condiciones históricas por la variación de las condiciones económicas[3] sin la mínima posibilidad de sostener, en forma efectiva, una serie de confrontaciones reales que giren alrededor de la hegemonía de una cultura, de una concepción del mundo, de la transformación concreta de la realidad, de la sociedad en su conjunto.
Para el método dialéctico el problema central es la transformación de la realidad. Ignorar esta centralidad convierte al método dialéctico en un ornamento más de la “sociología”, “economía” y “ciencia” marxista. El sociólogo puede, o no, “utilizar” el método dialéctico, según la necesidad “científica”, sin que se altere en nada su actitud respecto de la realidad. La realidad se prefigura entonces como impenetrable, fatal e inmutable. Este es el elemento fundamental sobre el cual se basa la crítica de la ciencia burguesa iniciada por Marx y Engels.
Por ejemplo, si nos referimos a aquella superstición del economicismo y el voluntarismo que separan “científicamente” en los análisis de la sociedad la estructura y la superestructura como estrictos modelos teóricos, no se podría comprender en forma correcta la aparición concreta de fuerzas históricas que transforman en forma permanente la propia sociedad. La sociología burguesa y toda esa laya de intelectuales del “sentido común” explican las causas del movimiento histórico y los fenómenos sociales a través de una serie de razonamientos “lógicos”: las predestinaciones celestiales, los destinos nacionales, de la raza, o como resultado efectivo de cálculos de tal o cual élite, partido político o caudillo del momento, no puede considerar, por sus propias limitaciones alienizantes, a las fuerzas históricas como partes integrantes, no separables, de un único proceso social, en el cual está inserta hasta su propia conducta.
La historia es el conjunto de circunstancias (económicas, políticas y culturales) que los hombres plasman a partir de sus relaciones sociales de producción, y su devenir, son las luchas concretas que se desprenden de la contradictoriedad de tales relaciones. Una vez dijo Marx que “la sociedad, solo se plantea objetivos cuyas condiciones de solución se encuentran desarrolladas o en vías de desarrollo”, de ello se puede extraer que los grandes objetivos avivados por las fuerzas históricas concretas, que mueven las voluntades de los individuos y del conjunto de la sociedad, responden a determinaciones de la propia formación social, “la realidad tiende al pensamiento” y no al revés, por eso el mismo Marx dijo también que si se observa bien “se vera que el mundo posee desde hace mucho tiempo el sueño de una cosa, de la que basta con tener conciencia, para poseerla realmente”. La relación de la conciencia con la realidad, la conciencia de las “condiciones de solución” de aquellos objetivos que se traza el propio desarrollo histórico - social, rompe las murallas “infranqueables” de la realidad, entonces la idea se funde con ésta y da cuenta de su devenir concreto. Dicho sea de paso, este hecho es la medida de toda ética y moral de la inteligencia humana.
Entonces el paso a la conciencia de esas condiciones se convierte en el paso decisivo que el proceso histórico tiene que dar para cumplir su “objetivo”. La teoría tiene una verdadera función histórica cuando se da una situación real, en la cual el correcto conocimiento de la sociedad es menester de la autoafirmación de una tendencia objetiva del devenir social expresada en una determinada condición, dentro de determinadas relaciones sociales de producción y distribución, ósea de una determinada clase social unida contradictoriamente (en lucha) a la totalidad, entonces esa clase se convierte en sujeto y objeto del conocer. La teoría interviene en forma inmediata y adecuada en el proceso de transformación de la realidad, en la revolución. La concepción dialéctica – realista de la historia y del mundo (marxismo) no trata de enlazarse en forma casual con la revolución, mas bien, es la expresión intelectual del mismo proceso revolucionario.
“[…] cada estadio de ese proceso se fija en ella para conseguir generalidad y comunicabilidad, para poder ser aprovechado y continuado. Al no ser esa teoría mas que la fijación y la conciencia de un paso necesario, se convierte al mismo tiempo en presupuesto necesario del paso siguiente inmediato.”[4]
Por último, se debe advertir que al ignorar – como lo hacen por un lado los “críticos” y por otro los seguidores positivistas del marxismo - estas precisiones en cuanto al rol mismo del marxismo como filosofía de la praxis social, como filosofía de la revolución, los “críticos”, por un lado, critican una construcción caricaturizada que realiza la ciencia oficial sobre el marxismo y, por otro, los custodios del marxismo “científico” - que recrean la clásica dicotomía del análisis social – aunque se logren tamizar dentro de las filas del socialismo a través de altisonantes adscripciones públicas al “leninismo”, “troskismo”, “guevarismo”, etc., no son mas que los representantes viciados del idealismo histórico y el materialismo vulgar respectivamente, ambos superados hace mucho tiempo.[5] El trabajo de voluntaristas por un lado y sociologistas por otro, en la práctica concreta, puede expresarse en dos palabras: oportunismo extremo.
Notas:
[1] K. Marx, Tesis sobre Feüerbach.
[2] El marxismo representa la concepción de la unidad dialéctica - realista entre práctica y teoría, entre estructura y superestructura, entre economía y política, entre contenido y forma, entre historia e individuo, entre estrategia y táctica, y demás “separaciones analíticas”.
[3] En esta línea se encuentran todos los “marxistas” dogmáticos y los manuales de popularización del marxismo, pero es necesario remarcar también que quienes parten de realizar una crítica a esa “sociología marxista” por el hecho de no encontrar en la misma la relevancia suficiente sobre la voluntad individual y la subjetivad histórica, (la idea, uno de los componentes de la mentada dicotomía) no salen del mismo circulo cerrado que el marxismo superó. En esta segunda línea, mas amplia y generalizada en la actualidad que la de los dogmáticos, se encuentran los politólogos burgueses, los comentaristas mediáticos, y todos sus “cientistas” que pueden agruparse en individualistas, liberales y racionalistas.
[4] G. Lukacs, Historia y conciencia de clase.
[5] Podríamos establecer algunos ejemplos de tales conductas en el entorno de la intelectualidad y la política nacional, sin embargo, eso extendería innecesariamente el alcance de estos apuntes, en todo caso cada uno podrá sacar las conclusiones que se derivan de las anteriores aclaraciones.
texto de Mauricio Lucio
publicado en 2009 en La Paz, Bolivia
El marxismo (entiéndase la concepción dialéctica y realista de la historia y del mundo) es la superación de toda filosofía precedente, de toda epistemología científica y técnica, y cualquier sistema mental de razonamiento, no precisamente por que sea una concepción que, de una u otra forma, reconozca el movimiento objetivo del mundo circundante o por que su “sistema” de categorías de análisis sea contrapuesto a la lógica formal (“metafísica”); el marxismo operó una revolución en el mismo terreno de la filosofía y en la propia forma de concebirla, otorgándole, en adelante, la posibilidad permanente y congruente de comunicación, no solamente con los problemas del conocimiento objetivo del mundo y la historia, sino – lo que verdaderamente lo distingue y fundamenta – con las formas de conciencia social de la época contemporánea, en forma inmanente con la propia realidad.
Por eso el marxismo no es una filosofía junta o contrapuesta a las otras, porque es la ruptura de toda la precedente (clásica) concepción sobre la propia filosofía y su significado; el marxismo es la indicación perentoria de la necesidad de reestructuración de todo el modo de ser del saber filosófico, es la crítica y expulsión de todas las categorías que constituyeron su fundamento. Por ello puede denominarse a una: filosofía clásica, y a otra: filosofía de la praxis social.
Marx explicita la orientación de la nueva concepción dialéctica – realista de la historia y del mundo cuando afirma que: “los filósofos se han limitado a interpretar de diversas formas el mundo, de lo que se trata es transformarlo”[1]
El fundamento para comprender esta conquista revolucionaria del pensamiento humano, se basa en la concepción superada que representa el marxismo, de toda dicotomía de la relación entre el ser y el pensar,[2] que el pensamiento clásico (y el actual posmoderno y estructuralista) se planteaba (como se plantea hoy) como verdaderos problemas del conocimiento y de la vida, sobre los cuales siempre se terminaba (como se termina hoy) tomando partido y posición, siempre sobre la base de uno de los “componentes” de esa división tradicional.
Con el marxismo, la filosofía abandona aquella función clásica de construcción de sistemas coherentes de pensamiento respecto del mundo en general, del ser en general, del deber ser en general, etc., para situarse en el campo vivo, cotidiano, contemporáneo y concreto de la transformación constante de la realidad social, como consecuencia de luchas permanentes entre fuerzas históricas dentro de la misma sociedad, de tendencias opuestas (económicas, políticas y culturales) dentro de un determinado e ininterrumpido devenir concreto de la historia.
Despojado de ésta concepción revolucionaria, el marxismo rápidamente se convierte en una sociología más o menos amplia, en una “ciencia” que explica la variación de las condiciones históricas por la variación de las condiciones económicas[3] sin la mínima posibilidad de sostener, en forma efectiva, una serie de confrontaciones reales que giren alrededor de la hegemonía de una cultura, de una concepción del mundo, de la transformación concreta de la realidad, de la sociedad en su conjunto.
Para el método dialéctico el problema central es la transformación de la realidad. Ignorar esta centralidad convierte al método dialéctico en un ornamento más de la “sociología”, “economía” y “ciencia” marxista. El sociólogo puede, o no, “utilizar” el método dialéctico, según la necesidad “científica”, sin que se altere en nada su actitud respecto de la realidad. La realidad se prefigura entonces como impenetrable, fatal e inmutable. Este es el elemento fundamental sobre el cual se basa la crítica de la ciencia burguesa iniciada por Marx y Engels.
Por ejemplo, si nos referimos a aquella superstición del economicismo y el voluntarismo que separan “científicamente” en los análisis de la sociedad la estructura y la superestructura como estrictos modelos teóricos, no se podría comprender en forma correcta la aparición concreta de fuerzas históricas que transforman en forma permanente la propia sociedad. La sociología burguesa y toda esa laya de intelectuales del “sentido común” explican las causas del movimiento histórico y los fenómenos sociales a través de una serie de razonamientos “lógicos”: las predestinaciones celestiales, los destinos nacionales, de la raza, o como resultado efectivo de cálculos de tal o cual élite, partido político o caudillo del momento, no puede considerar, por sus propias limitaciones alienizantes, a las fuerzas históricas como partes integrantes, no separables, de un único proceso social, en el cual está inserta hasta su propia conducta.
La historia es el conjunto de circunstancias (económicas, políticas y culturales) que los hombres plasman a partir de sus relaciones sociales de producción, y su devenir, son las luchas concretas que se desprenden de la contradictoriedad de tales relaciones. Una vez dijo Marx que “la sociedad, solo se plantea objetivos cuyas condiciones de solución se encuentran desarrolladas o en vías de desarrollo”, de ello se puede extraer que los grandes objetivos avivados por las fuerzas históricas concretas, que mueven las voluntades de los individuos y del conjunto de la sociedad, responden a determinaciones de la propia formación social, “la realidad tiende al pensamiento” y no al revés, por eso el mismo Marx dijo también que si se observa bien “se vera que el mundo posee desde hace mucho tiempo el sueño de una cosa, de la que basta con tener conciencia, para poseerla realmente”. La relación de la conciencia con la realidad, la conciencia de las “condiciones de solución” de aquellos objetivos que se traza el propio desarrollo histórico - social, rompe las murallas “infranqueables” de la realidad, entonces la idea se funde con ésta y da cuenta de su devenir concreto. Dicho sea de paso, este hecho es la medida de toda ética y moral de la inteligencia humana.
Entonces el paso a la conciencia de esas condiciones se convierte en el paso decisivo que el proceso histórico tiene que dar para cumplir su “objetivo”. La teoría tiene una verdadera función histórica cuando se da una situación real, en la cual el correcto conocimiento de la sociedad es menester de la autoafirmación de una tendencia objetiva del devenir social expresada en una determinada condición, dentro de determinadas relaciones sociales de producción y distribución, ósea de una determinada clase social unida contradictoriamente (en lucha) a la totalidad, entonces esa clase se convierte en sujeto y objeto del conocer. La teoría interviene en forma inmediata y adecuada en el proceso de transformación de la realidad, en la revolución. La concepción dialéctica – realista de la historia y del mundo (marxismo) no trata de enlazarse en forma casual con la revolución, mas bien, es la expresión intelectual del mismo proceso revolucionario.
“[…] cada estadio de ese proceso se fija en ella para conseguir generalidad y comunicabilidad, para poder ser aprovechado y continuado. Al no ser esa teoría mas que la fijación y la conciencia de un paso necesario, se convierte al mismo tiempo en presupuesto necesario del paso siguiente inmediato.”[4]
Por último, se debe advertir que al ignorar – como lo hacen por un lado los “críticos” y por otro los seguidores positivistas del marxismo - estas precisiones en cuanto al rol mismo del marxismo como filosofía de la praxis social, como filosofía de la revolución, los “críticos”, por un lado, critican una construcción caricaturizada que realiza la ciencia oficial sobre el marxismo y, por otro, los custodios del marxismo “científico” - que recrean la clásica dicotomía del análisis social – aunque se logren tamizar dentro de las filas del socialismo a través de altisonantes adscripciones públicas al “leninismo”, “troskismo”, “guevarismo”, etc., no son mas que los representantes viciados del idealismo histórico y el materialismo vulgar respectivamente, ambos superados hace mucho tiempo.[5] El trabajo de voluntaristas por un lado y sociologistas por otro, en la práctica concreta, puede expresarse en dos palabras: oportunismo extremo.
Notas:
[1] K. Marx, Tesis sobre Feüerbach.
[2] El marxismo representa la concepción de la unidad dialéctica - realista entre práctica y teoría, entre estructura y superestructura, entre economía y política, entre contenido y forma, entre historia e individuo, entre estrategia y táctica, y demás “separaciones analíticas”.
[3] En esta línea se encuentran todos los “marxistas” dogmáticos y los manuales de popularización del marxismo, pero es necesario remarcar también que quienes parten de realizar una crítica a esa “sociología marxista” por el hecho de no encontrar en la misma la relevancia suficiente sobre la voluntad individual y la subjetivad histórica, (la idea, uno de los componentes de la mentada dicotomía) no salen del mismo circulo cerrado que el marxismo superó. En esta segunda línea, mas amplia y generalizada en la actualidad que la de los dogmáticos, se encuentran los politólogos burgueses, los comentaristas mediáticos, y todos sus “cientistas” que pueden agruparse en individualistas, liberales y racionalistas.
[4] G. Lukacs, Historia y conciencia de clase.
[5] Podríamos establecer algunos ejemplos de tales conductas en el entorno de la intelectualidad y la política nacional, sin embargo, eso extendería innecesariamente el alcance de estos apuntes, en todo caso cada uno podrá sacar las conclusiones que se derivan de las anteriores aclaraciones.