"MARX Y LA NEUE RHEINISCHE ZEITUNG (1848-1849)"
TEXTO ESCRITO POR ENGELS A MEDIADOS DE FEBRERO DE 1884 Y PUBLICADO EN DER SOZIALDEMOKRAT Nº 11 DEL 13 DE MARZO DE 1884 (1)
publicado en el Foro en dos mensajes
---mensaje nº 1---
Cuando estalló la revolución de febrero [2], el "Partido Comunista" Alemán, como lo llamábamos nosotros, se reducía a un pequeño núcleo, a la Liga de los Comunistas, organizada como sociedad secreta de propaganda. La Liga era secreta única y exclusivamente a causa de que por aquel entonces no existía en Alemania libertad de asociación ni de reunión. Aparte de las asociaciones obreras del extranjero, en las que reclutaba sus afiliados, la Liga tenía en la propia Alemania unas treinta comunidades o secciones, además de diversos afiliados sueltos en muchas localidades. Pero esta insignificante fuerza de combate tenía en Marx un jefe de primera categoría, al que todos se sometían de buen grado, y además, gracias a él, un programa de principios y de táctica que conserva todavía hoy su validez: el Manifiesto Comunista.
Aquí nos interesa, en primer lugar, la parte táctica del programa. Esta aparece formulada, en términos generales, así:
«Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado.
No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.
Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario».
En lo que respecta al partido alemán en particular:
«En Alemania, el Partido Comunista lucha al lado de la burguesía, en tanto que ésta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feudal y la pequeña burguesía reaccionaria.
Pero jamás, en ningún momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la más clara conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inmediato las condiciones sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo la dominación burguesa en otras tantas armas contra la burguesía, a fin de que, tan pronto sean derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience inmediatamente la lucha contra la misma burguesía.
Los comunistas fijan su principal atención en Alemania, porque Alemania se halla en vísperas de una revolución burguesa» etc. ("Manifiesto", IV) [*]
No ha habido nunca un programa táctico que haya mostrado su validez tan brillantemente como éste. Formulado en vísperas de una revolución, salió triunfante de la prueba a que dicha revolución lo sometió. Desde entonces, siempre que un partido obrero se ha desviado de él, ha pagado cara su desviación; y hoy, transcurridos casi cuarenta años, ese programa es el que marca la pauta a todos los partidos obreros resueltos y conscientes de Europa, desde Madrid hasta Petersburgo.
Los acontecimientos de Febrero en París precipitaron la revolución alemana que se avecinaba y modificaron con ello su carácter. La burguesía alemana, en lugar de vencer con sus propias fuerzas, triunfó a remolque de una revolución obrera [176] francesa. Antes de haber derrotado por completo a sus antiguos enemigos —la monarquía absoluta, la propiedad feudal del suelo, la burocracia y la cobarde pequeña burguesía—, tuvo que hacer frente a un nuevo enemigo: el proletariado. Pero, inmediatamente hiciéronse sentir los efectos de la situación económica del país, mucho más atrasada que la de Francia e Inglaterra, así como las consecuencias del consiguiente retraso en las relaciones de clase.
La burguesía alemana, que empezaba entonces a fundar su gran industria, no tenía la fuerza, ni la valentía precisa para conquistar la dominación absoluta dentro del Estado; tampoco se veía empujada a ello por una necesidad apremiante. El proletariado, tan poco desarrollado como ella, educado en una completa sumisión espiritual, no organizado y hasta incapaz todavía de adquirir una organización independiente, sólo presentía de un modo vago el profundo antagonismo de intereses que le separaba de la burguesía. Y así, aunque en el fondo fuese para ésta un adversario amenazador, seguía siendo, por otra parte, su apéndice político. La burguesía, asustada no por lo que el proletariado alemán era, sino por lo que amenazaba llegar a ser y por lo que era ya el proletariado francés, sólo vio su salvación en una transacción, aunque fuese la más cobarde, con la monarquía y la nobleza. El proletariado, inconsciente aún de su propio papel histórico, hubo de asumir por el momento, en su inmensa mayoría, el papel de ala propulsora, de extrema izquierda de la burguesía. Los obreros alemanes tenían que conquistar, ante todo, los derechos que les eran indispensables para organizarse de un modo independiente, como partido de clase: libertad de imprenta, de asociación y de reunión; derechos que la burguesía hubiera tenido que conquistar en interés de su propia dominación pero que ahora les disputaba, llevada por su miedo a los obreros. Los pocos y dispersos centenares de afiliados a la Liga de los Comunistas se perdieron en medio de aquella enorme masa puesta de pronto en movimiento. De esta suerte, el proletariado alemán aparece por primera vez en la escena política principalmente como un partido democrático de extrema izquierda.
Esto determinó el que nuestra bandera, al fundar en Alemania un gran periódico, no podía ser otra que la bandera de la democracia; pero de una democracia que destacaba siempre, en cada caso concreto, el carácter específicamente proletario, que aún no podía estampar de una vez para siempre en su estandarte. Si no hubiéramos procedido de este modo, si no hubiéramos querido adherirnos al movimiento, incorporándonos a aquella ala que ya existía, que era la más progresiva y que, en el fondo, era un ala proletaria, para impulsarlo así hacia adelante, no nos hubiera quedado más [177] remedio que ponernos a predicar el comunismo en alguna hojita lugareña y fundar, en vez de un gran partido de acción, una pequeña secta. Pero el papel de predicadores en el desierto no nos cuadraba; habíamos estudiado demasiado bien a los utopistas para caer en ello. No era para eso para lo que habíamos trazado nuestro programa.
Cuando llegamos a Colonia, los elementos democráticos, en parte comunistas, habían hecho ya los preparativos para fundar un gran periódico. La intención de los organizadores era dar al periódico un carácter puramente local y desterrarnos a Berlín. Pero, en 24 horas, y gracias principalmente a Marx, les ganamos el terreno y nos hicimos dueños del periódico, a cambio, hubimos de admitir en la redacción a Heinrich Bürgers. Este escribió un artículo (para el número 2), pero no llegó a escribir el segundo.
Adonde nosotros teníamos que ir era precisamente a Colonia y no a Berlín. En primer lugar, porque Colonia era el centro de la provincia del Rin, la provincia que había pasado por la revolución francesa, la que se había asimilado, con el Código de Napoleón [3], concepciones jurídicas modernas, la que había desarrollado en mayor grado la gran industria y la que era, en todos los aspectos, la región más avanzada de Alemania, en aquella época. Al Berlín de entonces lo conocíamos demasiado bien, por propia experiencia, con su burguesía acabada de nacer, con su pequeña burguesía, de lengua insolente, pero cobarde y rastrera en sus actos, con sus obreros aún faltos por completo de desarrollo, con sus infinitos burócratas y su chusma de nobles y cortesanos, con todo su carácter de mera "residencia". Pero el factor decisivo era que en Berlín imperaba el misérrimo derecho de la tierra de Prusia, y los procesos políticos se ventilaban ante jueces profesionales, mientras que en el Rin estaba en vigor el Código de Napoleón, que desconoce los procesos por delitos de prensa, porque da por supuesto el régimen de censura, y establece la competencia del jurado sólo para los hechos calificados como delitos políticos, y no como infracciones. En Berlín, después de la revolución, el joven Schlöffel fue condenado a un año de cárcel por una verdadera pequeñez; en cambio, en el Rin gozábamos de una libertad incondicional de prensa, y la aprovechamos hasta la última gota.
Así, el 1 de junio de 1848 dimos comienzo a la publicación de nuestro periódico, con un capital por acciones muy limitado, de ellas sólo unas pocas habían sido hechas efectivas y los accionistas eran más que inseguros. Tan pronto como se hubo publicado el primer número nos abandonó la mitad de ellos, y al final del mes no quedaba ya ninguno.
La constitución que regía en la redacción del periódico se reducía simplemente a la dictadura de Marx. Un gran periódico diario, que ha de salir a una hora fija, no puede defender consecuentemente sus puntos de vista con otro régimen que no sea éste. Pero además, en este caso, la dictadura de Marx era algo natural, que nadie discutía y que todos aceptábamos de buen grado. Gracias, sobre todo, a su clara visión y a su firme actitud, la "Neue Rheinische Zeitung" se convirtió en el periódico alemán más famoso de los años de la revolución.
El programa político de la "Neue Rheinische Zeitung" constaba de dos puntos fundamentales:
República alemana democrática, una e indivisible, y guerra con Rusia, que llevaba implícito el restablecimiento de Polonia.
La democracia pequeñoburguesa se dividía, por aquel entonces, en dos fracciones: la de la Alemania del Norte, que deseaba un emperador prusiano democrático, y la de la Alemania del Sur (entonces casi específicamente de Baden), que quería transformar a Alemania en una república federal a semejanza de Suiza. Nosotros teníamos que luchar contra ambas fracciones. El interés del proletariado se oponía igualmente a la prusianización de Alemania como a la perpetuación del fraccionamiento en Estados diminutos. Exigía imperiosamente la unificación de Alemania en una nación, única forma de limpiar de todos los mezquinos obstáculos heredados del pasado el palenque en que habían de medir sus fuerzas el proletariado y la burguesía. Pero el interés del proletariado se oponía también a que la unificación se realizase bajo la hegemonía de Prusia: el Estado prusiano, con todas sus instituciones, con sus tradiciones y su dinastía era precisamente el único enemigo interior serio que la revolución alemana tenía que derribar; además, Prusia sólo podía unificar a Alemania desgarrándola, dejando fuera la Austria alemana. Disolución del Estado prusiano, desmoronamiento del Estado austríaco, unificación real de Alemania como república: éste y sólo éste podía ser nuestro programa revolucionario inmediato. Y este programa se podía llevar a la práctica por medio de la guerra contra Rusia, y sólo por este medio. Sobre este punto, volveré más adelante.
Por lo demás, el tono del periódico no era, ni mucho menos, solemne, serio e inflamado. No teníamos más que adversarios despreciables, y a todos ellos los tratábamos con el mayor de los desprecios. La monarquía conspiradora, la camarilla, la nobleza, la "Kreuz-Zeitung", toda la "reacción" unificada sobre la que el filisteo volcaba su indignación moral, no encontraba en nosotros más que befa y burla. Y no tratábamos mejor a los nuevos ídolos encumbrados por la revolución: los ministros de Marzo [4], las [179] asambleas de Francfort y de Berlín [5] La Asamblea de Berlín fue convocada en Berlín en mayo de 1848 para elaborar la Constitución «de común acuerdo con la Corona». Al haber adoptado esa fórmula como base de su actividad, la Asamblea renunció con ello al principio de la soberanía del pueblo; en noviembre, a base de un decreto del rey fue trasladada a Brandeburgo; fue disuelta durante el golpe de Estado en Prusia en diciembre de 1848.- 179, 197, sin distinguir entre derechas e izquierdas. Ya el primer número empezó con un artículo que ridiculizaba la poquedad del parlamento de Francfort, la esterilidad de sus larguísimos discursos y la inutilidad de sus cobardes resoluciones ******[*]. Este artículo nos costó la mitad de los accionistas. El parlamento de Francfort ni siquiera era un club de debates; en él apenas se discutía; casi no se hacía más que recitar las disertaciones académicas que se llevaban preparadas y aprobar resoluciones destinadas a entusiasmar al filisteo alemán, pero de las que, por lo demás, nadie hacía caso.
TEXTO ESCRITO POR ENGELS A MEDIADOS DE FEBRERO DE 1884 Y PUBLICADO EN DER SOZIALDEMOKRAT Nº 11 DEL 13 DE MARZO DE 1884 (1)
publicado en el Foro en dos mensajes
---mensaje nº 1---
Cuando estalló la revolución de febrero [2], el "Partido Comunista" Alemán, como lo llamábamos nosotros, se reducía a un pequeño núcleo, a la Liga de los Comunistas, organizada como sociedad secreta de propaganda. La Liga era secreta única y exclusivamente a causa de que por aquel entonces no existía en Alemania libertad de asociación ni de reunión. Aparte de las asociaciones obreras del extranjero, en las que reclutaba sus afiliados, la Liga tenía en la propia Alemania unas treinta comunidades o secciones, además de diversos afiliados sueltos en muchas localidades. Pero esta insignificante fuerza de combate tenía en Marx un jefe de primera categoría, al que todos se sometían de buen grado, y además, gracias a él, un programa de principios y de táctica que conserva todavía hoy su validez: el Manifiesto Comunista.
Aquí nos interesa, en primer lugar, la parte táctica del programa. Esta aparece formulada, en términos generales, así:
«Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado.
No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.
Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario».
En lo que respecta al partido alemán en particular:
«En Alemania, el Partido Comunista lucha al lado de la burguesía, en tanto que ésta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feudal y la pequeña burguesía reaccionaria.
Pero jamás, en ningún momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la más clara conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inmediato las condiciones sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo la dominación burguesa en otras tantas armas contra la burguesía, a fin de que, tan pronto sean derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience inmediatamente la lucha contra la misma burguesía.
Los comunistas fijan su principal atención en Alemania, porque Alemania se halla en vísperas de una revolución burguesa» etc. ("Manifiesto", IV) [*]
No ha habido nunca un programa táctico que haya mostrado su validez tan brillantemente como éste. Formulado en vísperas de una revolución, salió triunfante de la prueba a que dicha revolución lo sometió. Desde entonces, siempre que un partido obrero se ha desviado de él, ha pagado cara su desviación; y hoy, transcurridos casi cuarenta años, ese programa es el que marca la pauta a todos los partidos obreros resueltos y conscientes de Europa, desde Madrid hasta Petersburgo.
Los acontecimientos de Febrero en París precipitaron la revolución alemana que se avecinaba y modificaron con ello su carácter. La burguesía alemana, en lugar de vencer con sus propias fuerzas, triunfó a remolque de una revolución obrera [176] francesa. Antes de haber derrotado por completo a sus antiguos enemigos —la monarquía absoluta, la propiedad feudal del suelo, la burocracia y la cobarde pequeña burguesía—, tuvo que hacer frente a un nuevo enemigo: el proletariado. Pero, inmediatamente hiciéronse sentir los efectos de la situación económica del país, mucho más atrasada que la de Francia e Inglaterra, así como las consecuencias del consiguiente retraso en las relaciones de clase.
La burguesía alemana, que empezaba entonces a fundar su gran industria, no tenía la fuerza, ni la valentía precisa para conquistar la dominación absoluta dentro del Estado; tampoco se veía empujada a ello por una necesidad apremiante. El proletariado, tan poco desarrollado como ella, educado en una completa sumisión espiritual, no organizado y hasta incapaz todavía de adquirir una organización independiente, sólo presentía de un modo vago el profundo antagonismo de intereses que le separaba de la burguesía. Y así, aunque en el fondo fuese para ésta un adversario amenazador, seguía siendo, por otra parte, su apéndice político. La burguesía, asustada no por lo que el proletariado alemán era, sino por lo que amenazaba llegar a ser y por lo que era ya el proletariado francés, sólo vio su salvación en una transacción, aunque fuese la más cobarde, con la monarquía y la nobleza. El proletariado, inconsciente aún de su propio papel histórico, hubo de asumir por el momento, en su inmensa mayoría, el papel de ala propulsora, de extrema izquierda de la burguesía. Los obreros alemanes tenían que conquistar, ante todo, los derechos que les eran indispensables para organizarse de un modo independiente, como partido de clase: libertad de imprenta, de asociación y de reunión; derechos que la burguesía hubiera tenido que conquistar en interés de su propia dominación pero que ahora les disputaba, llevada por su miedo a los obreros. Los pocos y dispersos centenares de afiliados a la Liga de los Comunistas se perdieron en medio de aquella enorme masa puesta de pronto en movimiento. De esta suerte, el proletariado alemán aparece por primera vez en la escena política principalmente como un partido democrático de extrema izquierda.
Esto determinó el que nuestra bandera, al fundar en Alemania un gran periódico, no podía ser otra que la bandera de la democracia; pero de una democracia que destacaba siempre, en cada caso concreto, el carácter específicamente proletario, que aún no podía estampar de una vez para siempre en su estandarte. Si no hubiéramos procedido de este modo, si no hubiéramos querido adherirnos al movimiento, incorporándonos a aquella ala que ya existía, que era la más progresiva y que, en el fondo, era un ala proletaria, para impulsarlo así hacia adelante, no nos hubiera quedado más [177] remedio que ponernos a predicar el comunismo en alguna hojita lugareña y fundar, en vez de un gran partido de acción, una pequeña secta. Pero el papel de predicadores en el desierto no nos cuadraba; habíamos estudiado demasiado bien a los utopistas para caer en ello. No era para eso para lo que habíamos trazado nuestro programa.
Cuando llegamos a Colonia, los elementos democráticos, en parte comunistas, habían hecho ya los preparativos para fundar un gran periódico. La intención de los organizadores era dar al periódico un carácter puramente local y desterrarnos a Berlín. Pero, en 24 horas, y gracias principalmente a Marx, les ganamos el terreno y nos hicimos dueños del periódico, a cambio, hubimos de admitir en la redacción a Heinrich Bürgers. Este escribió un artículo (para el número 2), pero no llegó a escribir el segundo.
Adonde nosotros teníamos que ir era precisamente a Colonia y no a Berlín. En primer lugar, porque Colonia era el centro de la provincia del Rin, la provincia que había pasado por la revolución francesa, la que se había asimilado, con el Código de Napoleón [3], concepciones jurídicas modernas, la que había desarrollado en mayor grado la gran industria y la que era, en todos los aspectos, la región más avanzada de Alemania, en aquella época. Al Berlín de entonces lo conocíamos demasiado bien, por propia experiencia, con su burguesía acabada de nacer, con su pequeña burguesía, de lengua insolente, pero cobarde y rastrera en sus actos, con sus obreros aún faltos por completo de desarrollo, con sus infinitos burócratas y su chusma de nobles y cortesanos, con todo su carácter de mera "residencia". Pero el factor decisivo era que en Berlín imperaba el misérrimo derecho de la tierra de Prusia, y los procesos políticos se ventilaban ante jueces profesionales, mientras que en el Rin estaba en vigor el Código de Napoleón, que desconoce los procesos por delitos de prensa, porque da por supuesto el régimen de censura, y establece la competencia del jurado sólo para los hechos calificados como delitos políticos, y no como infracciones. En Berlín, después de la revolución, el joven Schlöffel fue condenado a un año de cárcel por una verdadera pequeñez; en cambio, en el Rin gozábamos de una libertad incondicional de prensa, y la aprovechamos hasta la última gota.
Así, el 1 de junio de 1848 dimos comienzo a la publicación de nuestro periódico, con un capital por acciones muy limitado, de ellas sólo unas pocas habían sido hechas efectivas y los accionistas eran más que inseguros. Tan pronto como se hubo publicado el primer número nos abandonó la mitad de ellos, y al final del mes no quedaba ya ninguno.
La constitución que regía en la redacción del periódico se reducía simplemente a la dictadura de Marx. Un gran periódico diario, que ha de salir a una hora fija, no puede defender consecuentemente sus puntos de vista con otro régimen que no sea éste. Pero además, en este caso, la dictadura de Marx era algo natural, que nadie discutía y que todos aceptábamos de buen grado. Gracias, sobre todo, a su clara visión y a su firme actitud, la "Neue Rheinische Zeitung" se convirtió en el periódico alemán más famoso de los años de la revolución.
El programa político de la "Neue Rheinische Zeitung" constaba de dos puntos fundamentales:
República alemana democrática, una e indivisible, y guerra con Rusia, que llevaba implícito el restablecimiento de Polonia.
La democracia pequeñoburguesa se dividía, por aquel entonces, en dos fracciones: la de la Alemania del Norte, que deseaba un emperador prusiano democrático, y la de la Alemania del Sur (entonces casi específicamente de Baden), que quería transformar a Alemania en una república federal a semejanza de Suiza. Nosotros teníamos que luchar contra ambas fracciones. El interés del proletariado se oponía igualmente a la prusianización de Alemania como a la perpetuación del fraccionamiento en Estados diminutos. Exigía imperiosamente la unificación de Alemania en una nación, única forma de limpiar de todos los mezquinos obstáculos heredados del pasado el palenque en que habían de medir sus fuerzas el proletariado y la burguesía. Pero el interés del proletariado se oponía también a que la unificación se realizase bajo la hegemonía de Prusia: el Estado prusiano, con todas sus instituciones, con sus tradiciones y su dinastía era precisamente el único enemigo interior serio que la revolución alemana tenía que derribar; además, Prusia sólo podía unificar a Alemania desgarrándola, dejando fuera la Austria alemana. Disolución del Estado prusiano, desmoronamiento del Estado austríaco, unificación real de Alemania como república: éste y sólo éste podía ser nuestro programa revolucionario inmediato. Y este programa se podía llevar a la práctica por medio de la guerra contra Rusia, y sólo por este medio. Sobre este punto, volveré más adelante.
Por lo demás, el tono del periódico no era, ni mucho menos, solemne, serio e inflamado. No teníamos más que adversarios despreciables, y a todos ellos los tratábamos con el mayor de los desprecios. La monarquía conspiradora, la camarilla, la nobleza, la "Kreuz-Zeitung", toda la "reacción" unificada sobre la que el filisteo volcaba su indignación moral, no encontraba en nosotros más que befa y burla. Y no tratábamos mejor a los nuevos ídolos encumbrados por la revolución: los ministros de Marzo [4], las [179] asambleas de Francfort y de Berlín [5] La Asamblea de Berlín fue convocada en Berlín en mayo de 1848 para elaborar la Constitución «de común acuerdo con la Corona». Al haber adoptado esa fórmula como base de su actividad, la Asamblea renunció con ello al principio de la soberanía del pueblo; en noviembre, a base de un decreto del rey fue trasladada a Brandeburgo; fue disuelta durante el golpe de Estado en Prusia en diciembre de 1848.- 179, 197, sin distinguir entre derechas e izquierdas. Ya el primer número empezó con un artículo que ridiculizaba la poquedad del parlamento de Francfort, la esterilidad de sus larguísimos discursos y la inutilidad de sus cobardes resoluciones ******[*]. Este artículo nos costó la mitad de los accionistas. El parlamento de Francfort ni siquiera era un club de debates; en él apenas se discutía; casi no se hacía más que recitar las disertaciones académicas que se llevaban preparadas y aprobar resoluciones destinadas a entusiasmar al filisteo alemán, pero de las que, por lo demás, nadie hacía caso.
---fin del mensaje nº 1---
Última edición por pedrocasca el Sáb Sep 29, 2012 8:27 pm, editado 1 vez