Relación Vanguardia-Masa en la Teoría del Partido Revolucionario
texto de Diana Blanco y Norberto Bacher
publicado en revista socio-política latinoamericana Amauta
en el Foro en dos mensajes
---mensaje nº 1---
El tema de la construcción del partido ha generado con el devenir histórico encendidas polémicas, confrontaciones y también acentuados reduccionismos, instalándose como el gran desafío para los revolucionarios a lo largo de todo el planeta. La batalla de Carlos Marx contra las visiones conspirativas de la lucha social, que prevalecían en los grupos radicalizados de mediados del siglo pasado, cobró cuerpo teórico en la elaboración del Manifiesto Comunista en 1848 conjuntamente con Federico Engels. En ese sentido, la comprensión de la revolución como un proceso de masas es una de sus conclusiones fundamentales. Si bien en la concepción de Marx el partido debía asumir las banderas históricas, no solo las inmediatas de la clase trabajadora, V. I. Lenin avanzó en la teoría y llevó a la práctica un partido capaz de conducir la lucha por el poder y llevar al seno de la clase obrera la conciencia política revolucionaria; dos objetivos que requieren para su conquista, la entrega y disciplina que sólo se puede pedir a hombres de vanguardia, por eso Lenin elaboró y plasmó una organización de vanguardia del proletariado. Pero sería un equívoco y una simplificación considerar, como ha ocurrido de manera reiterada a partir de entonces, el concepto de vanguardia como algo estático y permanente. Nada más ajeno a una perspectiva materialista y dialéctica del análisis de la realidad y su transformación. La relación dialéctica masas-vanguardia se cimenta y construye en un proceso colectivo nutrido en las raíces sociales, históricas, culturales de cada pueblo e inscriptas en cada etapa concreta del desarrollo de las relaciones de fuerzas entre las clases a nivel mundial. La revolución rusa de 1917 motorizó la constitución de Partidos Comunistas en el mundo que giraron, tanto en su línea política como en su acción en el movimiento de masas, alrededor de la órbita soviética a la que tenían como su punto de referencia. Así fue como se encolumnaron detrás del stalinismo una vez que éste consolidara su hegemonía en la década del 30, luego de haber volcado a su favor la conclusión de la feroz lucha interna desatada al interior del Partido Comunista de la Unión Soviética y que significara el asesinato de los máximos dirigentes de la revolución de octubre. El proceso de stalinización implicó la formación, en cada partido, de un aparato dirigente jerarquizado, burocrático y autoritario, vinculado férreamente en el plano orgánico, político e ideológico, a la dirección soviética, que adoptaría fielmente todos los virajes de su orientación internacional.
Los países del Tercer Mundo por su parte alumbraron con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial numerosos movimientos revolucionarios que alentaron la idea de que era posible consumar revoluciones sin una clara dirección de clase. Desde la perspectiva latinoamericana se conformaron direcciones revolucionarias que condujeron procesos de transformación social atípicos (de acuerdo al esquema de los Partidos comunistas existentes). El carácter de la revolución, la necesaria unidad de los revolucionarios irrumpieron así como los nuevos debates y demandas gestados al calor de la vida y experiencia concreta de los pueblos del continente. Al triunfo de los cubanos en 1959 innumerables manifestaciones de lucha atravesaron todos los países de América Latina. Nicaragua, El Salvador, la más reciente creación del Partido de los Trabajadores en Brasil, diseñaron diferentes procesos de enfrentamiento al poder del imperialismo. Pero también vigorizaron a partir del análisis del curso seguido por cada situación en particular, el debate acerca de la construcción del partido hoy en nuestras sociedades. La crisis de los países del Este, la caída del muro de Berlín, la desagregación de la Unión Soviética, socavaron los últimos cimientos de la burocratización stalinista, pero también sembraron el escepticismo y la confusión entre los trabajadores y el pueblo, innumerables cuadros y dirigentes políticos. Las corrientes de pensamiento presentadas como expresión cabal de los nuevos tiempos hablan entonces del fin de una era, de la pérdida de legitimidad de quienes aún adhieren a la estrategia leninista de la toma del poder, la desactualización del modelo de partido vigente durante casi un siglo. Estos nuevos tiempos parecen asumir con pragmatismo y certidumbre que el capital y el imperialismo son imbatibles. Este artículo plantea la polémica a estas diversas vertientes de pensamiento y asume claramente una posición: la defensa del marxismo-leninismo, la afirmación de la idea del socialismo, edificada por los revolucionarios del siglo pasado, plasmada en las luchas y experiencias que recorrieron el siglo XX, que hoy, a los umbrales del nuevo, sigue amasada en los millones de trabajadores y pueblos que perseveran en la tarea inconclusa: el acceso a la libertad, igualdad, solidaridad. Más allá del desarme moral y las confusiones no son los discursos sino la lucha social la que dirime el curso de la historia, el combate contra el hambre y el sufrimiento para conquistar el derecho a la vida y la alegría. Por eso nuestra decisión de confrontar las armas melladas del capitalismo en todos los terrenos se expresa en este caso en el de la lucha teórica, una instancia y un desafío que en este momento crucial de la historia del mundo adquiere particular envergadura. La Concepción Bolchevique del Partido Revolucionario La gran referencia histórica de un partido que condujo una revolución socialista fue el Partido Bolchevique dirigente de la revolución rusa y del esfuerzo de la III Internacional en sus cinco primeros años para construir partidos comunistas revolucionarios de masas. (1) Desde esta perspectiva teórica, un partido debe tener una amplia influencia sobre las masas para ser capaz de conducir el proceso de transformación social que significa la irrupción de las masas organizadas en la escena política. Un partido no es revolucionario solo por adoptar un programa que rompa con el sistema económico social imperante, sino por su capacidad de recoger las iniciativas de las masas y promover en las mismas otras iniciativas que tengan plena incidencia en la lucha de clases (campañas, movilizaciones, enfrentamientos en general). La existencia de un partido revolucionario de masas es así un pre-requisito para que la resolución de las crisis sociales cuando las clases dominantes ya no pueden resolverlas, las resuelvan a su favor los explotados. Es así como su carácter de masas surge entonces como una necesidad previa al de la crisis revolucionaria. Pero la fuerza capaz de conducir una revolución socialista cuando la cuestión del poder irrumpe y se coloca como prioridad del momento, debe ser parte y haber probado su capacidad para encabezar las luchas del movimiento de masas que la anteceden, en tal sentido no se conforma por el movimiento espontáneo de la clase, sino que exige un esfuerzo consciente y constante en esa dirección. En ese sentido se constituye como un partido de vanguardia que reúne al conjunto más avanzado de la clase obrera y otros sectores explotados, que asume en su práctica el esfuerzo por terminar con la dispersión política de todos los oprimidos, afirma el irrestricto respeto por la democracia interna y la pluralidad y garantiza la unidad de acción política contra la burguesía y el imperialismo. Su Programa expresará el carácter internacionalista del Partido, resultado de su comprensión del carácter mundial de la lucha de clases y la consiguiente inviabilidad de la construcción del socialismo en un solo país. Esta idea de construcción del partido revolucionario enraizada en la visión marxista-leninista ha sido objeto de múltiples reduccionismos, deformaciones y ataques desde distintas vertientes del mismo campo de la izquierda. Intentaremos desmistificar algunas falsas polarizaciones como aquéllas que contraponen partido de masas-partido de cuadros como procesos básicamente antitéticos. (2)
La situación mundial actual, diferente a la de principios de siglo por la aceleración de los desequilibrios, su extrema complejidad y la profundidad de su crisis, que es la crisis del capitalismo, plantea que a las puertas del siglo XXI el debate acerca del carácter y la naturaleza del partido revolucionario requiere un esfuerzo de la memoria y revisar algunos hechos históricos esenciales. Sobre las organizaciones políticas de masas del movimiento obrero: Algunos datos históricos La reciente experiencia del Partido de los Trabajadores brasileño es una punta de lanza en la trayectoria de reagrupamiento y confluencia de la masa trabajadora y las fuerzas revolucionarias. Las características de su conformación más allá de los rasgos específicos de la sociedad que lo engendró, comparte elementos comunes a innumerables intentos de organización política de los trabajadores en todo el mundo. Hay antecedentes en la trayectoria histórica del proletariado. Ya la corriente orientada por Carlos Marx y Federico Engels en Inglaterra, Fraternal Democrats, declarada comunista e internacionalista, ingresó y participó de manera destacada en la primera organización política de masas del proletariado inglés, el Partido Cartista. Los fundadores de la teoría científica del socialismo, con una visión materialista de la organización revolucionaria, marcaron siempre con trazo grueso el peligro de la degeneración sectaria y utopista que ahoga invariablemente a los pequeños grupos aislados de la acción de masas de los trabajadores. A la Liga Comunista de Alemania, Marx le envió la siguiente circular: «Procuren establecer al lado de los demócratas oficiales una organización independiente del partido obrero, al mismo tiempo legal y secreta, y hacer de cada comunidad el centro y el núcleo de sociedades obreras, en las cuales la actitud y los intereses del proletariado pueden ser discutidos con independencia de las influencias burguesas. Es preciso, decía Marx, adoptar lo antes posible una posición de partido independiente, (evitando ser disuadidos por las bellas e hipócritas palabras de la pequeño burguesía democrática), de la organización independiente del proletariado». Son innumerables los ejemplos de esta conducta arraigada en el meollo teórico del marxismo. En una carta a Sorge, Engels sostiene en 1886 que, «el primer paso a dar en todos los países que recientemente hayan entrado en movimiento es la constitución de los proletarios en partido obrero independiente, sin importar cómo, a condición de que sea un partido obrero diferenciado de la burguesía. (..) Que el primer programa de este partido sea confuso e incompleto es un inconveniente inevitable, pero pasajero. Las masas deben tener tiempo y oportunidad para desarrollarse; y esta oportunidad la tendrán en el momento en que posean un movimiento propio, donde serán impulsadas por sus propios errores...» Desde esta línea de pensamiento, que no fue ocasional, Marx y Engels alentaron enfáticamente en 1869, la formación del partido obrero social-demócrata alemán, constituido a partir de la unión de dos grupos, la Asociación General de Obreros Alemanes, originalmente liderada por Fernando Lassalle y el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania (llamado de Eisenach por haberse fundado en esa ciudad, en 1869) encabezado por Augusto Bebel y Guillermo Liebnecht. Lo defendieron, aún discrepando profundamente con muchos aspectos del programa adoptado. (3) Durante todo el período de la I Internacional Marx estimuló que en cada país el proletariado se organizara independientemente de la burguesía. En sus últimos años de vida, hacia 1893, Engels apoyó con entusiasmo la formación del Partido Laborista independiente en Inglaterra.
La II Internacional, formada a fines del siglo pasado, representó la primera experiencia de partidos de masa con una orientación, por lo menos en general, marxista y revolucionaria. Hasta el año 1914 los reunió casi en su totalidad como así también en gran amplitud al movimiento obrero organizado. Era indiscutiblemente un partido de la clase obrera, pero no fue capaz de mantener el carácter revolucionario. Durante décadas (1870-1914) los países imperialistas vivieron una situación de prosperidad del sistema capitalista y en ese cuadro global, sus partidos se habituaron a obtener progresivamente conquistas económicas y políticas para los trabajadores. Fue así como gran parte de sus direcciones y aparatos fueron integrados paulatinamente a los Estados burgueses. Con el inicio de la primera guerra Mundial en 1914 la mayoría de los partidos y organizaciones integrantes de la II Internacional mudaron su naturaleza revolucionaria hacia una definición reformista. Cada partido socialdemócrata (como se llamaban entonces) se alió a la burguesía de su propio país y traicionó los lazos del internacionalismo proletario. Fue esa la razón por la cual Lenin (junto a otros dirigentes) proclamó la muerte de la II Internacional como expresión revolucionaria, denunció su falencia política e inició un trabajo de reagrupamiento de los marxistas que habían mantenido firmes las posiciones internacionalistas y revolucionarias. Este camino condujo (después de la victoria de 1917) a la conformación de la III Internacional, la cual gestada después del triunfo soviético reunió a la izquierda de los antiguos partidos de la II Internacional, pero al nacer sustentada sobre todo en el prestigio y la esperanza abierta por la conquista de los bolcheviques, su suerte estaría estrechamente ligada al propio curso de la gesta de octubre. De ahí que el proceso de degeneración burocrática de los años de Stalin precipitó su destrucción: su muerte como partido quedó corroborada en 1933, cuando facilitó, sin lucha y ninguna reflexión crítica posterior, el ascenso de Hitler al poder en Alemania, país que poseía el movimiento obrero más poderoso del mundo. (4) Después de la emergencia de estos dos fenómenos, (burocratización de la II y de la III Internacional) se consolidaron dos corrientes reformistas hacia el interior del movimiento obrero; la social-democracia (de la II) y el stalinismo (de la III burocratizada). Ambas instituyeron prácticas de colaboración de clases y conciliación en el movimiento obrero y con estilos diferentes y en distintos grados se opusieron a la revolución proletaria mundial. Estas dos corrientes contribuyeron también a un gran número de derrotas de la clase trabajadora, incluso la más sangrienta y terrible, el ascenso del nazismo. Estas pérdidas (de las cuales es preciso subrayar la de mayor importancia histórica: la expropiación política del proletariado soviético por la burocracia con la consolidación del stalinismo) tuvieron un efecto devastador sobre el nivel de conciencia de las masas, en especial en su confianza en el futuro del socialismo. La opresión vivida por los trabajadores en la Unión Soviética a partir de la década del 30, motorizó el salto al vacío de las dudas, recelos y descreimientos. Constatamos así que por todo un período histórico no han existido partidos revolucionarios de masas en la gran mayoría de los países. Si tomamos en cuenta los movimientos de liberación nacional y social victoriosos, desde la experiencia China a la nicaragüense, sus propios procesos de constitución y desarrollo contrariaron la orientación, análisis teórico y línea política implementada por las direcciones burocratizadas y oportunistas, pero no pudieron a pesar de ello, solucionar la crisis histórica de dirección del movimiento obrero en el mundo. En diversos países de América Latina -entre ellos Argentina- tuvieron una importancia fundamental corrientes burguesas populistas con base y arraigo de masas como el caso del peronismo. La fuerza de esta ideología tuvo una consecuencia clara: la mayoría de la clase obrera se encontró desprovista de un partido propio y sin la conciencia de su necesidad.
Algunas confusiones en torno a la experiencia Leninista Gran parte de la vanguardia marxista formada bajo la influencia del stalinismo, y paradojalmente también los grupos trotskystas que nacieron para oponerse a la degeneración stalinista y en la mayoría de los casos evolucionaron hacia el sectarismo extremo, adquirieron una visión estrecha del leninismo y a partir de ahí, de la construcción de un partido revolucionario. Esta visión puede ser resumida en la idea de que un pequeño núcleo de vanguardia puede llegar a construir un partido capaz de dirigir un proceso revolucionario si es capaz de tener un programa correcto, y de ir sumando uno a uno sus nuevos militantes. Pero en verdad esta idea no está de acuerdo con el proceso constitutivo de ningún partido revolucionario significativo y mucho menos con el proceso de formación del propio partido Bolchevique. Ya el grupo de Plejanov Emancipación del Trabajo, pionero en la introducción del marxismo en Rusia, encontró a lo largo de todo el país decenas de iniciativas semi-espontáneas en lo que hace a la construcción de un partido obrero. La instancia de construcción del Partido Obrero Social-demócrata Ruso, el primer partido marxista de aquel país, fue en gran parte un proceso de centralización de grupos pre-existentes. La lucha interna por la hegemonía política culminó en la división entre mencheviques y bolcheviques. Cuando se consumó la escisión definitiva (1912-14) en dos partidos, Lenin dio la lucha para recomponer su unidad. Así, el partido Bolchevique se formó a partir de una fracción dentro del POSDR, a través de un esfuerzo de centralización y clarificación programática.
texto de Diana Blanco y Norberto Bacher
publicado en revista socio-política latinoamericana Amauta
en el Foro en dos mensajes
---mensaje nº 1---
El tema de la construcción del partido ha generado con el devenir histórico encendidas polémicas, confrontaciones y también acentuados reduccionismos, instalándose como el gran desafío para los revolucionarios a lo largo de todo el planeta. La batalla de Carlos Marx contra las visiones conspirativas de la lucha social, que prevalecían en los grupos radicalizados de mediados del siglo pasado, cobró cuerpo teórico en la elaboración del Manifiesto Comunista en 1848 conjuntamente con Federico Engels. En ese sentido, la comprensión de la revolución como un proceso de masas es una de sus conclusiones fundamentales. Si bien en la concepción de Marx el partido debía asumir las banderas históricas, no solo las inmediatas de la clase trabajadora, V. I. Lenin avanzó en la teoría y llevó a la práctica un partido capaz de conducir la lucha por el poder y llevar al seno de la clase obrera la conciencia política revolucionaria; dos objetivos que requieren para su conquista, la entrega y disciplina que sólo se puede pedir a hombres de vanguardia, por eso Lenin elaboró y plasmó una organización de vanguardia del proletariado. Pero sería un equívoco y una simplificación considerar, como ha ocurrido de manera reiterada a partir de entonces, el concepto de vanguardia como algo estático y permanente. Nada más ajeno a una perspectiva materialista y dialéctica del análisis de la realidad y su transformación. La relación dialéctica masas-vanguardia se cimenta y construye en un proceso colectivo nutrido en las raíces sociales, históricas, culturales de cada pueblo e inscriptas en cada etapa concreta del desarrollo de las relaciones de fuerzas entre las clases a nivel mundial. La revolución rusa de 1917 motorizó la constitución de Partidos Comunistas en el mundo que giraron, tanto en su línea política como en su acción en el movimiento de masas, alrededor de la órbita soviética a la que tenían como su punto de referencia. Así fue como se encolumnaron detrás del stalinismo una vez que éste consolidara su hegemonía en la década del 30, luego de haber volcado a su favor la conclusión de la feroz lucha interna desatada al interior del Partido Comunista de la Unión Soviética y que significara el asesinato de los máximos dirigentes de la revolución de octubre. El proceso de stalinización implicó la formación, en cada partido, de un aparato dirigente jerarquizado, burocrático y autoritario, vinculado férreamente en el plano orgánico, político e ideológico, a la dirección soviética, que adoptaría fielmente todos los virajes de su orientación internacional.
Los países del Tercer Mundo por su parte alumbraron con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial numerosos movimientos revolucionarios que alentaron la idea de que era posible consumar revoluciones sin una clara dirección de clase. Desde la perspectiva latinoamericana se conformaron direcciones revolucionarias que condujeron procesos de transformación social atípicos (de acuerdo al esquema de los Partidos comunistas existentes). El carácter de la revolución, la necesaria unidad de los revolucionarios irrumpieron así como los nuevos debates y demandas gestados al calor de la vida y experiencia concreta de los pueblos del continente. Al triunfo de los cubanos en 1959 innumerables manifestaciones de lucha atravesaron todos los países de América Latina. Nicaragua, El Salvador, la más reciente creación del Partido de los Trabajadores en Brasil, diseñaron diferentes procesos de enfrentamiento al poder del imperialismo. Pero también vigorizaron a partir del análisis del curso seguido por cada situación en particular, el debate acerca de la construcción del partido hoy en nuestras sociedades. La crisis de los países del Este, la caída del muro de Berlín, la desagregación de la Unión Soviética, socavaron los últimos cimientos de la burocratización stalinista, pero también sembraron el escepticismo y la confusión entre los trabajadores y el pueblo, innumerables cuadros y dirigentes políticos. Las corrientes de pensamiento presentadas como expresión cabal de los nuevos tiempos hablan entonces del fin de una era, de la pérdida de legitimidad de quienes aún adhieren a la estrategia leninista de la toma del poder, la desactualización del modelo de partido vigente durante casi un siglo. Estos nuevos tiempos parecen asumir con pragmatismo y certidumbre que el capital y el imperialismo son imbatibles. Este artículo plantea la polémica a estas diversas vertientes de pensamiento y asume claramente una posición: la defensa del marxismo-leninismo, la afirmación de la idea del socialismo, edificada por los revolucionarios del siglo pasado, plasmada en las luchas y experiencias que recorrieron el siglo XX, que hoy, a los umbrales del nuevo, sigue amasada en los millones de trabajadores y pueblos que perseveran en la tarea inconclusa: el acceso a la libertad, igualdad, solidaridad. Más allá del desarme moral y las confusiones no son los discursos sino la lucha social la que dirime el curso de la historia, el combate contra el hambre y el sufrimiento para conquistar el derecho a la vida y la alegría. Por eso nuestra decisión de confrontar las armas melladas del capitalismo en todos los terrenos se expresa en este caso en el de la lucha teórica, una instancia y un desafío que en este momento crucial de la historia del mundo adquiere particular envergadura. La Concepción Bolchevique del Partido Revolucionario La gran referencia histórica de un partido que condujo una revolución socialista fue el Partido Bolchevique dirigente de la revolución rusa y del esfuerzo de la III Internacional en sus cinco primeros años para construir partidos comunistas revolucionarios de masas. (1) Desde esta perspectiva teórica, un partido debe tener una amplia influencia sobre las masas para ser capaz de conducir el proceso de transformación social que significa la irrupción de las masas organizadas en la escena política. Un partido no es revolucionario solo por adoptar un programa que rompa con el sistema económico social imperante, sino por su capacidad de recoger las iniciativas de las masas y promover en las mismas otras iniciativas que tengan plena incidencia en la lucha de clases (campañas, movilizaciones, enfrentamientos en general). La existencia de un partido revolucionario de masas es así un pre-requisito para que la resolución de las crisis sociales cuando las clases dominantes ya no pueden resolverlas, las resuelvan a su favor los explotados. Es así como su carácter de masas surge entonces como una necesidad previa al de la crisis revolucionaria. Pero la fuerza capaz de conducir una revolución socialista cuando la cuestión del poder irrumpe y se coloca como prioridad del momento, debe ser parte y haber probado su capacidad para encabezar las luchas del movimiento de masas que la anteceden, en tal sentido no se conforma por el movimiento espontáneo de la clase, sino que exige un esfuerzo consciente y constante en esa dirección. En ese sentido se constituye como un partido de vanguardia que reúne al conjunto más avanzado de la clase obrera y otros sectores explotados, que asume en su práctica el esfuerzo por terminar con la dispersión política de todos los oprimidos, afirma el irrestricto respeto por la democracia interna y la pluralidad y garantiza la unidad de acción política contra la burguesía y el imperialismo. Su Programa expresará el carácter internacionalista del Partido, resultado de su comprensión del carácter mundial de la lucha de clases y la consiguiente inviabilidad de la construcción del socialismo en un solo país. Esta idea de construcción del partido revolucionario enraizada en la visión marxista-leninista ha sido objeto de múltiples reduccionismos, deformaciones y ataques desde distintas vertientes del mismo campo de la izquierda. Intentaremos desmistificar algunas falsas polarizaciones como aquéllas que contraponen partido de masas-partido de cuadros como procesos básicamente antitéticos. (2)
La situación mundial actual, diferente a la de principios de siglo por la aceleración de los desequilibrios, su extrema complejidad y la profundidad de su crisis, que es la crisis del capitalismo, plantea que a las puertas del siglo XXI el debate acerca del carácter y la naturaleza del partido revolucionario requiere un esfuerzo de la memoria y revisar algunos hechos históricos esenciales. Sobre las organizaciones políticas de masas del movimiento obrero: Algunos datos históricos La reciente experiencia del Partido de los Trabajadores brasileño es una punta de lanza en la trayectoria de reagrupamiento y confluencia de la masa trabajadora y las fuerzas revolucionarias. Las características de su conformación más allá de los rasgos específicos de la sociedad que lo engendró, comparte elementos comunes a innumerables intentos de organización política de los trabajadores en todo el mundo. Hay antecedentes en la trayectoria histórica del proletariado. Ya la corriente orientada por Carlos Marx y Federico Engels en Inglaterra, Fraternal Democrats, declarada comunista e internacionalista, ingresó y participó de manera destacada en la primera organización política de masas del proletariado inglés, el Partido Cartista. Los fundadores de la teoría científica del socialismo, con una visión materialista de la organización revolucionaria, marcaron siempre con trazo grueso el peligro de la degeneración sectaria y utopista que ahoga invariablemente a los pequeños grupos aislados de la acción de masas de los trabajadores. A la Liga Comunista de Alemania, Marx le envió la siguiente circular: «Procuren establecer al lado de los demócratas oficiales una organización independiente del partido obrero, al mismo tiempo legal y secreta, y hacer de cada comunidad el centro y el núcleo de sociedades obreras, en las cuales la actitud y los intereses del proletariado pueden ser discutidos con independencia de las influencias burguesas. Es preciso, decía Marx, adoptar lo antes posible una posición de partido independiente, (evitando ser disuadidos por las bellas e hipócritas palabras de la pequeño burguesía democrática), de la organización independiente del proletariado». Son innumerables los ejemplos de esta conducta arraigada en el meollo teórico del marxismo. En una carta a Sorge, Engels sostiene en 1886 que, «el primer paso a dar en todos los países que recientemente hayan entrado en movimiento es la constitución de los proletarios en partido obrero independiente, sin importar cómo, a condición de que sea un partido obrero diferenciado de la burguesía. (..) Que el primer programa de este partido sea confuso e incompleto es un inconveniente inevitable, pero pasajero. Las masas deben tener tiempo y oportunidad para desarrollarse; y esta oportunidad la tendrán en el momento en que posean un movimiento propio, donde serán impulsadas por sus propios errores...» Desde esta línea de pensamiento, que no fue ocasional, Marx y Engels alentaron enfáticamente en 1869, la formación del partido obrero social-demócrata alemán, constituido a partir de la unión de dos grupos, la Asociación General de Obreros Alemanes, originalmente liderada por Fernando Lassalle y el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania (llamado de Eisenach por haberse fundado en esa ciudad, en 1869) encabezado por Augusto Bebel y Guillermo Liebnecht. Lo defendieron, aún discrepando profundamente con muchos aspectos del programa adoptado. (3) Durante todo el período de la I Internacional Marx estimuló que en cada país el proletariado se organizara independientemente de la burguesía. En sus últimos años de vida, hacia 1893, Engels apoyó con entusiasmo la formación del Partido Laborista independiente en Inglaterra.
La II Internacional, formada a fines del siglo pasado, representó la primera experiencia de partidos de masa con una orientación, por lo menos en general, marxista y revolucionaria. Hasta el año 1914 los reunió casi en su totalidad como así también en gran amplitud al movimiento obrero organizado. Era indiscutiblemente un partido de la clase obrera, pero no fue capaz de mantener el carácter revolucionario. Durante décadas (1870-1914) los países imperialistas vivieron una situación de prosperidad del sistema capitalista y en ese cuadro global, sus partidos se habituaron a obtener progresivamente conquistas económicas y políticas para los trabajadores. Fue así como gran parte de sus direcciones y aparatos fueron integrados paulatinamente a los Estados burgueses. Con el inicio de la primera guerra Mundial en 1914 la mayoría de los partidos y organizaciones integrantes de la II Internacional mudaron su naturaleza revolucionaria hacia una definición reformista. Cada partido socialdemócrata (como se llamaban entonces) se alió a la burguesía de su propio país y traicionó los lazos del internacionalismo proletario. Fue esa la razón por la cual Lenin (junto a otros dirigentes) proclamó la muerte de la II Internacional como expresión revolucionaria, denunció su falencia política e inició un trabajo de reagrupamiento de los marxistas que habían mantenido firmes las posiciones internacionalistas y revolucionarias. Este camino condujo (después de la victoria de 1917) a la conformación de la III Internacional, la cual gestada después del triunfo soviético reunió a la izquierda de los antiguos partidos de la II Internacional, pero al nacer sustentada sobre todo en el prestigio y la esperanza abierta por la conquista de los bolcheviques, su suerte estaría estrechamente ligada al propio curso de la gesta de octubre. De ahí que el proceso de degeneración burocrática de los años de Stalin precipitó su destrucción: su muerte como partido quedó corroborada en 1933, cuando facilitó, sin lucha y ninguna reflexión crítica posterior, el ascenso de Hitler al poder en Alemania, país que poseía el movimiento obrero más poderoso del mundo. (4) Después de la emergencia de estos dos fenómenos, (burocratización de la II y de la III Internacional) se consolidaron dos corrientes reformistas hacia el interior del movimiento obrero; la social-democracia (de la II) y el stalinismo (de la III burocratizada). Ambas instituyeron prácticas de colaboración de clases y conciliación en el movimiento obrero y con estilos diferentes y en distintos grados se opusieron a la revolución proletaria mundial. Estas dos corrientes contribuyeron también a un gran número de derrotas de la clase trabajadora, incluso la más sangrienta y terrible, el ascenso del nazismo. Estas pérdidas (de las cuales es preciso subrayar la de mayor importancia histórica: la expropiación política del proletariado soviético por la burocracia con la consolidación del stalinismo) tuvieron un efecto devastador sobre el nivel de conciencia de las masas, en especial en su confianza en el futuro del socialismo. La opresión vivida por los trabajadores en la Unión Soviética a partir de la década del 30, motorizó el salto al vacío de las dudas, recelos y descreimientos. Constatamos así que por todo un período histórico no han existido partidos revolucionarios de masas en la gran mayoría de los países. Si tomamos en cuenta los movimientos de liberación nacional y social victoriosos, desde la experiencia China a la nicaragüense, sus propios procesos de constitución y desarrollo contrariaron la orientación, análisis teórico y línea política implementada por las direcciones burocratizadas y oportunistas, pero no pudieron a pesar de ello, solucionar la crisis histórica de dirección del movimiento obrero en el mundo. En diversos países de América Latina -entre ellos Argentina- tuvieron una importancia fundamental corrientes burguesas populistas con base y arraigo de masas como el caso del peronismo. La fuerza de esta ideología tuvo una consecuencia clara: la mayoría de la clase obrera se encontró desprovista de un partido propio y sin la conciencia de su necesidad.
Algunas confusiones en torno a la experiencia Leninista Gran parte de la vanguardia marxista formada bajo la influencia del stalinismo, y paradojalmente también los grupos trotskystas que nacieron para oponerse a la degeneración stalinista y en la mayoría de los casos evolucionaron hacia el sectarismo extremo, adquirieron una visión estrecha del leninismo y a partir de ahí, de la construcción de un partido revolucionario. Esta visión puede ser resumida en la idea de que un pequeño núcleo de vanguardia puede llegar a construir un partido capaz de dirigir un proceso revolucionario si es capaz de tener un programa correcto, y de ir sumando uno a uno sus nuevos militantes. Pero en verdad esta idea no está de acuerdo con el proceso constitutivo de ningún partido revolucionario significativo y mucho menos con el proceso de formación del propio partido Bolchevique. Ya el grupo de Plejanov Emancipación del Trabajo, pionero en la introducción del marxismo en Rusia, encontró a lo largo de todo el país decenas de iniciativas semi-espontáneas en lo que hace a la construcción de un partido obrero. La instancia de construcción del Partido Obrero Social-demócrata Ruso, el primer partido marxista de aquel país, fue en gran parte un proceso de centralización de grupos pre-existentes. La lucha interna por la hegemonía política culminó en la división entre mencheviques y bolcheviques. Cuando se consumó la escisión definitiva (1912-14) en dos partidos, Lenin dio la lucha para recomponer su unidad. Así, el partido Bolchevique se formó a partir de una fracción dentro del POSDR, a través de un esfuerzo de centralización y clarificación programática.
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Última edición por pedrocasca el Jue Oct 04, 2012 8:26 pm, editado 1 vez