El capitalismo se quita la máscara
Hace pocos años atrás, en los llamados años de bonanza económica, nadie se atrevía a cuestionar la viabilidad del sistema capitalista ni la 'relativa justeza' con que éste se desarrollaba, al menos en el llamado primer mundo. A pesar de que la clase obrera seguía siendo clase obrera, de que seguía siendo quien producía toda la riqueza que nos rodea, que los beneficios de esta riqueza se lo quedaban otros, y que, por otra parte, producía los bienes de consumo que ella misma consumía masivamente, dándole vida al propio sistema que les tenía condenados a seguir siendo siempre la clase oprimida, eran muy pocos los que osaban a denunciar el carácter explotador del capitalismo, que éste se basa en la opresión de una minoría sobre la gran mayoría y que, efectivamente, esto es una lucha de clases en la que nosotros, las clases productoras, veníamos siendo la clase desfavorecida, la que íbamos, y vamos, perdiendo por goleada.
La realidad era que, a pesar de nunca haber dejado de ser la clase explotada, las tasas de desempleo eran apenas del 10%, y en todas las familias había al menos un salario que permitía subsistir de una manera medianamente 'digna', y aunque ni de lejos los salarios se correspondieran con la productividad, el pueblo estaba servido de pan y circo suficiente como para no plantearse siquiera el cómo podía sostenerse la proyección del sistema, la cual estaba representada por una única línea ascendente e infinita. Cualquier hijo de vecino, con mayor o menor dificultad, podía permitirse realizar estudios superiores, y, aunque probablemente no fuera a trabajar de lo que había estudiado, seguro que con su título de ingeniería podía colocarse en la caja de cualquier supermercado, en las terrazas de verano, bandeja en mano, o de peón en la obra de cualquier esquina. Si no era de una cosa sería de otra, y si no era con contrato sería de forma ilegal, eso daba igual. Los capitalistas habían diseñado la forma de inflarse los bolsillos de manera incalculable y de explotarnos sobremanera sin que nadie protestara ni vigilara sus triquiñuelas. El plan era sencillo, tan sólo tenían que llenarnos la nevera de comida y el resto de la casa de teles de plasma. A cambio, nosotros produciríamos más riqueza que nunca en todos los sentidos, y la donaríamos placenteramente a cambio de unos 600, 1000 o 2000 euritos, los cuales serían bien empleados en pagar la hipoteca, las letras del coche, comprar comida y otra serie de gastos básicos como luz, aguas, gas, gasolina, ropa, etc., y lo que nos sobrara, si es que sobraba algo, lo usaríamos en ocio y disfrute, ir al cine, unas cervezas, o quizás las entradas de un partidito de fútbol, después de todo ¡no va a ser todo trabajar!
En España, concretamente, gracias a la ingeniosa Ley Del Suelo de Aznar, se inventaron aquello de urbanizar desde los montes hasta las playas, de que los propios bancos promovieran construir viviendas como rosquillas, inflándoles el precio a un 1000% y dejando así como única alternativa para acceder a un techo, el pedirles a esos mismos que sobrevaloraban las casas, el dinero para comprarlas, y endeudarse entonces hasta la muerte. Ahora vienen diciéndonos que vivíamos por encima de nuestra posibilidades, pero ¿existía o existe otra manera de acceder a una vivienda?, ¿pretendían acaso que ahorráramos 250.000€ cobrando una media de 1000€?
El crecimiento era desenfrenado, el ritmo de vida y consumo habían aumentado exponencialmente en comparación a épocas anteriores, y aunque en todos los sectores se podía escuchar de la boca de cualquier trabajador 'aprovechémonos de la racha mientras dure', admitiendo así que todo aquello no era más que un engaño, una ilusión que tenía los días contados, se prefería hacer oídos sordos, nadie quería hacer un análisis realista de la situación, pues se topaban rápidamente con que en pocos años estaríamos hundidos en las más inmunda miseria y que, además de no tener nada, estaríamos endeudados hasta el cuello, y eso no le gustaba a nadie.
Aquellos pocos que sí alzaban la voz y sostenían que el sistema era cruel, explotador, manipulador, enfermizo y que nos estaban haciendo creer que esto era la panacea cuando en realidad se ocultaba un verdadero orden de esclavismo, se les señalaba como a locos, rancios comunistas que estaban estancados en el pasado, pidiendo a gritos una revolución propia de los tiempos de hambre, pero que ya no encajaba en la realidad actual. Los sectores más 'progresistas' se agarraban a las teorías keynesianistas, para ganarse la simpatía de aquellos orgullosos izquierdistas, que no es que renegaran del capitalismo, ni mucho menos, sólo que planteaban una gestión diferente del mismo a fin de suavizar las brechas entre lo que ellos llaman 'agentes sociales', pues al igual que nadie cuestionaba la socio-economía capitalista, nadie cuestionaba tampoco la forma de gobierno adoptada por éste: la monarquía parlamentaria, una de las múltiples formas de las que se viste la democracia burguesa. Así, entre elecciones y elecciones, no existía entre las masas otra concepción de política más que la del voto, y en absoluto podían caber ideas dentro del circo democrático que pusieran al capitalismo como enemigo a combatir, eso quedaba totalmente desfasado, y si había que salir a la calle a manifestarse de alguna manera, sería siempre bajo la tutela de los diferentes partidos burgueses o como táctica para callar bocas por parte de los sindicatos traidores y vendidos al capital. En definitiva, todo era un conjunto de actos teatrales para distraer a las masas populares y así dejar el camino libre al desarrollo de la globalización imperialista en todos los rincones del mundo.
Hablar de Revolución, Socialismo, lucha obrera, clases sociales, explotación, opresores y oprimidos, ricos y pobres, sonaba a descatalogado. Hoy, tan sólo 4 o 5 años después, el capitalismo se quita la máscara, nos sumergimos en otras de las famosas crisis que el capitalismo trae de fábrica, y el futuro lleno de miserias que sabíamos que llegaría y que queríamos ignorar, ha llegado y, además, antes de lo que se esperaba. Por eso vemos como ya es algo común hablar de Revolución, de tumbar el sistema, de anticapitalismo, de construir una nueva moral, de la crisis de valores, etc., ya es algo razonable, ya no son análisis pertenecientes a épocas pasadas sino que son de la más absoluta actualidad, e incluso se reconoce que en los 'años de bonanza' nos tenían engañados. Es decir, que la conciencia de las masas 'ha despertado' en cierta medida, y se corrobora de manera indiscutible la máxima marxista de que 'no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia'. Con lo que observamos fácilmente como el nivel de conciencia de los individuos y de las masas viene siendo mayor o menor según las condiciones económicas en la que éstos se encuentren, es decir, según las condiciones materiales que les rodeen. Así, se descubre que el nivel de conciencia nulo o tergiversado que encontrábamos años atrás, en esos 'años de bonanza', en la mayoría de los trabajadores, no correspondían a la condición de clase obrera a la cual pertenecían, sino que era fruto de una alienación provocada y escrupulosamente estudiada por parte de las oligarquías capitalistas.
Ahora, en un repunte de conciencia de clase, fruto de la frustración que acompaña a la crisis, la cual esta pisoteando uno por uno los derechos de los trabajadores y que se está riendo de la historia y los logros del movimiento obrero, y que pone a cada uno en su lugar, dejando en clara evidencia quien pertenece a una clase y quien pertenece a otra, las calles se abarrotan de movilizaciones a diario por todo el país protestando por todas las reformas, todos los recortes y todas las decisiones y gestiones del gobierno que, no sólo no nos hacen salir de la crisis, sino que empeoran las circunstancias de vida de manera aterradora y que precariza las condiciones laborales retrocediendo hasta más de 50 años. Unos intentan diseñar alternativas al sistema actual, formando pequeños partidos políticos y elaborando programas que en ningún modo tratan de modificar las estructuras del sistema capitalista ni su modo de producción, y además sus tesis siguen intoxicadas por la ideología burguesa, por lo que sus medicinas no son efectivas para el cáncer capital. Además, como podemos imaginar, no tienen ningún futuro en la batalla electoral, pues no sólo no disponen de los medios necesarios como para plantar cara a los grandes partidos burgueses, sino que el desencanto general hacia la política hace que ni siquiera estas agrupaciones se lleguen a conocer. Otros, tildándose de 'antisistemas', ya no creen en esta 'democracia' y prefieren colgarse el sambenito de 'indignados' y dejarse llevar por la marabunta de gente que ahora se moviliza, gente a la que le ha bajado drásticamente su ritmo y nivel de vida y por eso les ha cambiado su percepción sobre la realidad, pues si recuperaran la calidad de vida que llevaban hace unos años, probablemente se les quitaran las ganas de gritar, por eso en sus consignas tampoco plantean un cambio elemental del orden capitalista, por mucho que adornen sus manifiestos con terminología revolucionaria.
Éstos últimos no basan sus reflexiones en un análisis científico de la realidad, sino que nacen de quedárseles los bolsillos vacíos, se basan estrictamente en el actual reparto arbitrario de los beneficios, como si la explotación de una clase sobre la otra fuera cosa reciente, como si esto de la opresión fuera un fenómeno que ha aparecido con la crisis... parece que para ellos, en los 'años de bonanza' no había motivos por los que salir a la calle. Pero además, son incapaces de reconocer que no han descubierto nada nuevo, que hay organizaciones históricas que vienen LUCHANDO por todo lo que ellos vienen ahora PIDIENDO y que, además, van mucho más allá, planteando de manera científica la superación del sistema.
Crisis capitalista y juventud.
Ahora, el desencanto generalizado hacia la llamada 'clase política' y el fiasco que se han llevado las clases populares con los partidos de la izquierda parlamentaria, junto con la ignorancia y la manipulación que sufre el pueblo, han dado como resultado, a través de los mecanismos electorales que adrede están diseñados como lo están, otorgarle el poder político a la derecha más reaccionaria que tenemos en el Estado español. Ahora, además de las embestidas de la crisis capitalista, recibimos también los golpetazos que nos propinan a diario los fascistas del PP, empeñados en que la crisis tenemos que pagarla los trabajadores de manera desmedida, renegando de todos los derechos que habíamos conseguido a lo largo de la historia y robándonos descaradamente todo aquello que nos pertenece, por producirlo nosotros, para entregárselo a las grandes oligarquías financieras. En definitiva, en seguir cediendo ante nuestra clase antagónica.
Hemos visto, y vemos a diario, como la crisis azota a las clases laboriosas sin mesura, pero, como ya resaltamos en textos anteriores, la crisis se ensaña más ferozmente con la juventud:
Sabemos que son los jóvenes los principales afectados por la crisis, y lo avalan las cifras del paro, que desvelan que más de un 50% de los jóvenes españoles se encuentran en situación de desempleo.
En el mejor de los casos, los jóvenes que tienen la suerte de contar con un puesto de trabajo, trabajan en condiciones terroríficas. No sólo son víctimas del entramado sistema de salarios y contratos que hace que los jóvenes, simplemente por edad, cobren sustanciosamente menos que otros compañeros más veteranos, aún cumpliendo con el mismo trabajo o incluso siendo más eficiente, sino que, además, por motivos de antigüedad, son los primeros en quedarse en la calle en época de crisis, ya que son los despidos más baratos. Nos encontramos también con las irregularidades de siempre, seguro de media jornada y trabajar jornada completa, apenas cotizando y a veces sin derecho a prestación por desempleo... y para colmo, con los últimos cambios en los tipos de contrato, entre unas y otras trampas empresariales, se les puede ir haciendo contratos de formación y de prácticas hasta los 30 años de edad, dándole a la explotación ya un carácter casi macabro, pues se está condenando legalmente a trabajar por una limosna y destruyendo los sueños de cualquier joven que pretenda independizarse económicamente de sus padres o buscarse un techo para formar una familia.
Esto lo encontramos en el mejor de los casos, pues por otro lado nos encontramos con la economía sumergida, la cual hasta hace poco se consideraba un fraude, pero que ya es algo tan cotidiano y arraigado en nuestra sociedad, que se cuentan por miles los jóvenes que trabajan 10-12 horas diarias, con un día o sin día de descanso, sin vacaciones y sin contrato ni seguro. De hecho muchos jóvenes hasta sueñan con encontrar algo así, pues es eso o nada.
La crisis ha acabado también con miles de familias jóvenes que acababan de emprender una vida, pues son miles los jóvenes que han pasado de tener un trabajo y sueldo fijos a estar en el paro de la noche a la mañana, y les ha pillado hipotecados a cuarenta años vista, con lo que no ha quedado más opción que volver a casa de los padres, dejando la deuda en el banco y, por ende, arruinado de por vida. Otros jóvenes, sencillamente, no llegaron a independizarse, contaban con un puesto de trabajo más o menos estable y con aspiraciones de futuro a corto plazo, pero se encontraron con que de pronto ya no había trabajo y de cabeza a las filas del INEM. Muchos de éstos últimos navegan como pueden en la economía sumergida, compitiendo con otros de su gremio y cobrando por horas, euro arriba, euro abajo, cumpliendo años y sin cotizar ni un día para la jubilación. Otros han retomado los estudios por donde lo dejaron, pues en vista de que no hay donde colocarse, mejor estudiar, formarse y rellenar currículum que no hacer nada, pero aquí nos topamos con otro azote para la juventud, la enseñanza:
Las últimas reformas en el ámbito de la enseñanza se fundan básicamente en recortar las asignaciones para la educación pública, dificultar el acceso a ésta a los hijos de los obreros y degradar de manera tajante la calidad de la enseñanza pública frente a la privada, dejando el panorama estudiantil bastante complicado para cualquier joven que quiera culminar cualquier tipo de estudios, ya sea en la adolescencia o en edad más adulta.
Las medidas son contundentes:
Además de todos los cambios que introdujeron en su día con el Plan Bolonia y lo que nos espera con la Estrategia Universidad 2015, ahora se elevan el coste de las matriculas y el resto de tasas para los estudiantes de todos los niveles, en el caso de las universidades hasta en un 50%.
El compendio de todas las medidas que Bolonia y la Universidad 2015, junto a la bestial subida de los costes de la enseñanza pública, supone que cualquier joven de clase media no podrá cursar sus estudios porque no se lo podrá permitir, a no ser que lo compagine con un trabajo (si es que consigue un trabajo), y evidentemente esto supone bajar las calificaciones e incluso suspender algunas asignaturas por año. Pero el gobierno ya nos ha avisado de que aquél que venga suspendiendo se le elevarán más desorbitadamente loscostes de las tasas de las asignaturas que tenga que repetir, y además que se vaya olvidando definitivamente de las becas, para que así se le quite de la cabeza el estudiar, eso ya es cosa de ricos o muy ricos (pero estos últimos se matricularán en colegios privados, para no mezclarse con la plebe).
Por otra parte, se aumenta el número de horas lectivas para los profesores (reduciéndole además los salarios) y se aumenta el número de alumnos por clase, con lo que, además de dejar en la calle a miles de profesores, porque matemáticamente sobran, la calidad de la enseñanza se degenera bruscamente, pues volveremos a tener esas aulas masificadas, con más de 40 alumnos, al más puro estilo franquista, que hacen prácticamente imposible avanzar en el contenido de las materias y resolver las dudas de todos y cada uno de los alumnos, además de dificultar más aún la capacidad de atención del alumnado.
En definitiva, todo indica que se está diseñando un aparato educativo que sólo dejará estudiar a aquellos que puedan permitírselo, y se acabará eso de educación pública gratuita y de calidad al alcance de todos. Esto supone un cambio drástico de las estructuras sociales del pueblo trabajador español: actualmente tenemos a diplomados, licenciados y doctorados en el paro o trabajando de algo que no les corresponde; generaciones que han dedicado años de esfuerzo, dedicación y dinero en una formación ejemplar, profesionales que se rifan en otros países y, sin embargo, en España no tenemos infraestructuras que soporten a tanto titulado y les asegure un puesto de trabajo digno y que corresponda con sus aptitudes. En ese caso, en vez de pensar en invertir en infraestructuras que generen empleo y que aumenten la calidad de vida y desarrollo de nuestro país, el gobierno prefiere apostar por ir reduciendo abruptamente el número de titulados en el país, disminuyendo así cada vez más el número de profesionales y trabajadores cualificados, y llenando las filas del paro de trabajadores con escasa o nula formación, condenándolos de por vida a competir de manera absurda con otros de su misma condición por un puesto de esclavo en el mercado laboral.
La realidad es que la crisis capitalista está dejando a su paso generaciones enteras perdidas. La mayoría de los jóvenes no pueden tener esperanzas de futuro porque no las hay: muchos de los que culminaron sus estudios les ha servido de poco o nada, y están igual que el chaval de 16 años que abandona el instituto sin titularse ni en la ESO, pues los dos están sin nada y peleando por un puesto de trabajo precario en cualquier sector sin distinción. Las posibilidades de mantener una vida digna cada vez son más escasas, e incluso la vida que nuestros padres consiguieron obtener, a pesar del esfuerzo que realizaron, y que simplemente consiste en formar una familia bajo un techo y tener un trabajo que nos permita vivir en condiciones mínimamente dignas, hoy se nos presenta como la más lejana ilusión a la que queremos aspirar, pero que no sabemos si se darán las condiciones para ello.
La respuesta organizada.
A tenor de todo este panorama, la juventud, como no podía ser de otra manera, está continuamente movilizándose y manifestándose de uno u otro modo, a veces por aspectos generales y por aspectos más concretos en otras ocasiones, pero, evidentemente, son acciones espontáneas que surgen de la frustración personal de cada cual y que se funde con la de sus semejantes, descubriendo así una frustración colectiva. Pero estas continuas revueltas que estamos viviendo en los últimos meses no son el reflejo de un alto nivel de conciencia de clase que anida en nuestros jóvenes, ni mucho menos, sino que, por el contrario, y a la inversa, estas revueltas que surgen de manera espontánea y arrastra a multitud de jóvenes, está motivando a los jóvenes y 'animando' sus conciencias.
¿Qué podemos concluir de esto? Pues que no son suficientes las pataletas que hacen ruido en un momento determinado y que hace que otros niños se contagien del llanto. No. Es imposible que a golpe de sobresaltos puntuales se consigan eliminar todos los problemas que atestan a la juventud. Primero porque hay que dejar de PEDIR cambios y, por el contrario, REALIZAR los cambios, es decir, hay que asumir el papel protagonista, hay que tomar el poder y cambiarlo todo. En definitiva, ser quien realiza la acción, ser el Sujeto Revolucionario. En segundo lugar, hay que analizar seriamente, y de manera realista, todos y cada uno de los problemas de la juventud, ya sea la precariedad laboral, la explotación desmedida, la pérdida de derechos, la desigualdad de sexos, el paro, el problema del acceso a la vivienda, del acceso a la enseñanza y un interminable etcétera. Si hacemos un estudio de fondo, atendiendo a las raíces de estos problemas, concluiremos que todos comparten un principio, que tienen factor común y que la causa principal que sustenta la existencia de todos ellos es el desarrollo del sistema capitalista. Esto es algo de lo que hay que convencerse a nivel interno: los problemas que hoy día sufrimos la juventud en España y el resto de países, ya sean Europeos o de otros continentes, son insolubles en el capitalismo. Esto es una realidad indiscutible, y partiendo de esta base, hay que empezar a desprenderse de los prejuicios que nos ha inculcado la moral burguesa de que ser anticapitalista, ser antisistema, es ser radical, atribuyendo al término radical un concepto prácticamente sinónimo de terrorista.
Hay que concienciarse de que no existen luchas concretas, que todas las pequeñas luchas son parte de la gran y única lucha real, que es la lucha de clases, en la que las clases populares, entre ellas los jóvenes obreros y estudiantes, no pueden marcarse otro objetivo que no sea el de aplastar el capitalismo, derribarlo para construir sobre sus ruinas una nueva sociedad, una sociedad socialista en la que de verdad el pueblo albergue todos los poderes. Sólo de esta manera se irán salvando los problemas concretos que hoy sufren los jóvenes.
Evidentemente, no basta con concienciarse de que el enemigo es el capitalismo y ahora plagar nuestras movilizaciones de pancartas antisistema y en contra del capital. Es necesario entender que la lucha de clases es algo vigente, constante e incesante, en la que nosotros, el pueblo llano y sus hijos, la juventud, tenemos que organizarnos como clase, tenemos que unificar todos nuestros frentes de lucha en uno solo capaz de plantarle cara a nuestra clase antagónica, la clase burguesa, las oligarquías capitalistas y las aristocracias históricas, las cuales, al contrario que nosotros, sí que están muy bien organizadas y tienen clarísimo que su clase enemiga somos nosotros, y de hecho no muestran reparo alguno a la hora de azotarnos día a día a fuerza de recortes, reformas en las que siempre salimos perdiendo y retrocesos históricos de nuestro nivel y calidad de vida, con lo que es evidente que somos su enemigo y nos tratan como a tal.
A este propósito de organizarnos como clase, la juventud juega un papel importantísimo, pues la lucha juvenil viene siendo siempre la más dinámica, la más enérgica y la más contundente, pero, como ya sabemos, la lucha juvenil no llega a ningún sitio si no decide luchar contra el capital en vez de quedarse en los problemas concretos, y la lucha juvenil contra el capital no tiene nada que hacer contra el sistema si no une sus fuerzas a otras capas populares, concretamente a la capa más amplia de toda la sociedad: la clase obrera. La juventud ha de conocer cuáles son los puntos que tienen en común con la clase obrera, reconocerla como semejante y deducir necesariamente que el objetivo es común, uniendo así la lucha juvenil a la lucha obrera, y uniéndose éstos a su vez a otras capas populares también castigadas por la violencia capital, conformando así el Frente Único del Pueblo (FUP).
Está claro, y es lógico, que los jóvenes mantengan como objetivo prioritario salvar sus problemas más inmediatos, y para ello es necesario emprender una lucha organizada, comenzando por constituir órganos de acción, frentes de lucha independientes de los que el Estado clasista ofrece, pues es ridículo pensar que el propio sistema nos vaya a proporcionar herramientas que ayuden a su derrocamiento. Ejemplo de éstos órganos de acción son las Asambleas de Estudiantes, las cuales nacen directamente de los alumnos del centro educativo (ya sea universitario o de secundaria). Las Asambleas de Estudiantes, además de ser una herramienta útil a la hora de ejercer actos de lucha organizada, está a la vez dotando a los jóvenes de la conciencia de ser protagonistas, les está mostrando la necesidad de estar unidos y de ser, en este caso, partícipes directos en la lucha estudiantil, ejemplo que pronto podrán extrapolar a otros terrenos, como en el ámbito laboral. Pero las Asambleas de Estudiantes, u otros órganos de poder popular, no ultiman su papel si no mantienen un contenido de clase, es decir, si no se marca como meta el aunarse a otros frentes con el fin de combatir el capitalismo. Así, al igual que diferentes asambleas de estudiantes se pueden hermanar entre sí para formar Bloques de Lucha Estudiantil organizada, estos bloques han de unirse con otros frentes populares, han de formar parte del Frente Único del Pueblo, donde ya sí se mantiene el claro objetivo de acabar con el sistema capitalista, cáncer culpable de todas nuestras desgracias, y donde ya sí se está a una altura infinita y más que suficiente como para plantarle cara al capitalismo. La juventud ha de entender que el fin de sus problemas viene con la superación del sistema, y que dicha superación es imposible si no aunamos todos los frentes de lucha.
La vanguardia juvenil.
A fin de combatir por completo el culto a la espontaneidad, hay que destacar en la lucha juvenil el papel imprescindible de la Organización Juvenil Comunista.
Como ya hemos estudiado, el movimiento espontáneo incentiva a las masas y despierta sus conciencias, con lo que la espontaneidad no es más que el principio del movimiento consciente, y además el surgimiento de este tipo de movimientos es sólo una posibilidad.
Estos jóvenes conscientes están siempre a la vanguardia de la lucha juvenil, lo están por naturaleza, y de hecho, cuando no es así y aparecen movimientos de lucha espontánea, éstos duran un corto periodo de tiempo o son diluidos por las fuerzas del capital o se desvían en su trayectoria, víctimas del oportunismo que surge a la vez entre sus filas... y terminan siendo una anécdota.
Ya sabemos, y además es una evidencia, que los jóvenes han de emprender, cada uno en su ámbito, de acuerdo a sus circunstancias y de manera realista, una lucha organizada, bien sea a partir de asambleas estudiantiles, bien sea a partir asambleas de parados, bien sea a partir de asambleas de trabajadores o bien sea a partir de asambleas populares o vecinales. Lo que ha de quedar también claro, y eso hay que empezar a asumirlo desde ya, es la necesidad de entroncar la lucha juvenil en el Frente Único del Pueblo con el fin manifiesto de superar el capitalismo, pues de lo contrario estaremos desarrollando una lucha que sólo atiende a la superficie de los problemas, sin preocuparse de la razón existencial de éstos.
Hace pocos años atrás, en los llamados años de bonanza económica, nadie se atrevía a cuestionar la viabilidad del sistema capitalista ni la 'relativa justeza' con que éste se desarrollaba, al menos en el llamado primer mundo. A pesar de que la clase obrera seguía siendo clase obrera, de que seguía siendo quien producía toda la riqueza que nos rodea, que los beneficios de esta riqueza se lo quedaban otros, y que, por otra parte, producía los bienes de consumo que ella misma consumía masivamente, dándole vida al propio sistema que les tenía condenados a seguir siendo siempre la clase oprimida, eran muy pocos los que osaban a denunciar el carácter explotador del capitalismo, que éste se basa en la opresión de una minoría sobre la gran mayoría y que, efectivamente, esto es una lucha de clases en la que nosotros, las clases productoras, veníamos siendo la clase desfavorecida, la que íbamos, y vamos, perdiendo por goleada.
La realidad era que, a pesar de nunca haber dejado de ser la clase explotada, las tasas de desempleo eran apenas del 10%, y en todas las familias había al menos un salario que permitía subsistir de una manera medianamente 'digna', y aunque ni de lejos los salarios se correspondieran con la productividad, el pueblo estaba servido de pan y circo suficiente como para no plantearse siquiera el cómo podía sostenerse la proyección del sistema, la cual estaba representada por una única línea ascendente e infinita. Cualquier hijo de vecino, con mayor o menor dificultad, podía permitirse realizar estudios superiores, y, aunque probablemente no fuera a trabajar de lo que había estudiado, seguro que con su título de ingeniería podía colocarse en la caja de cualquier supermercado, en las terrazas de verano, bandeja en mano, o de peón en la obra de cualquier esquina. Si no era de una cosa sería de otra, y si no era con contrato sería de forma ilegal, eso daba igual. Los capitalistas habían diseñado la forma de inflarse los bolsillos de manera incalculable y de explotarnos sobremanera sin que nadie protestara ni vigilara sus triquiñuelas. El plan era sencillo, tan sólo tenían que llenarnos la nevera de comida y el resto de la casa de teles de plasma. A cambio, nosotros produciríamos más riqueza que nunca en todos los sentidos, y la donaríamos placenteramente a cambio de unos 600, 1000 o 2000 euritos, los cuales serían bien empleados en pagar la hipoteca, las letras del coche, comprar comida y otra serie de gastos básicos como luz, aguas, gas, gasolina, ropa, etc., y lo que nos sobrara, si es que sobraba algo, lo usaríamos en ocio y disfrute, ir al cine, unas cervezas, o quizás las entradas de un partidito de fútbol, después de todo ¡no va a ser todo trabajar!
En España, concretamente, gracias a la ingeniosa Ley Del Suelo de Aznar, se inventaron aquello de urbanizar desde los montes hasta las playas, de que los propios bancos promovieran construir viviendas como rosquillas, inflándoles el precio a un 1000% y dejando así como única alternativa para acceder a un techo, el pedirles a esos mismos que sobrevaloraban las casas, el dinero para comprarlas, y endeudarse entonces hasta la muerte. Ahora vienen diciéndonos que vivíamos por encima de nuestra posibilidades, pero ¿existía o existe otra manera de acceder a una vivienda?, ¿pretendían acaso que ahorráramos 250.000€ cobrando una media de 1000€?
El crecimiento era desenfrenado, el ritmo de vida y consumo habían aumentado exponencialmente en comparación a épocas anteriores, y aunque en todos los sectores se podía escuchar de la boca de cualquier trabajador 'aprovechémonos de la racha mientras dure', admitiendo así que todo aquello no era más que un engaño, una ilusión que tenía los días contados, se prefería hacer oídos sordos, nadie quería hacer un análisis realista de la situación, pues se topaban rápidamente con que en pocos años estaríamos hundidos en las más inmunda miseria y que, además de no tener nada, estaríamos endeudados hasta el cuello, y eso no le gustaba a nadie.
Aquellos pocos que sí alzaban la voz y sostenían que el sistema era cruel, explotador, manipulador, enfermizo y que nos estaban haciendo creer que esto era la panacea cuando en realidad se ocultaba un verdadero orden de esclavismo, se les señalaba como a locos, rancios comunistas que estaban estancados en el pasado, pidiendo a gritos una revolución propia de los tiempos de hambre, pero que ya no encajaba en la realidad actual. Los sectores más 'progresistas' se agarraban a las teorías keynesianistas, para ganarse la simpatía de aquellos orgullosos izquierdistas, que no es que renegaran del capitalismo, ni mucho menos, sólo que planteaban una gestión diferente del mismo a fin de suavizar las brechas entre lo que ellos llaman 'agentes sociales', pues al igual que nadie cuestionaba la socio-economía capitalista, nadie cuestionaba tampoco la forma de gobierno adoptada por éste: la monarquía parlamentaria, una de las múltiples formas de las que se viste la democracia burguesa. Así, entre elecciones y elecciones, no existía entre las masas otra concepción de política más que la del voto, y en absoluto podían caber ideas dentro del circo democrático que pusieran al capitalismo como enemigo a combatir, eso quedaba totalmente desfasado, y si había que salir a la calle a manifestarse de alguna manera, sería siempre bajo la tutela de los diferentes partidos burgueses o como táctica para callar bocas por parte de los sindicatos traidores y vendidos al capital. En definitiva, todo era un conjunto de actos teatrales para distraer a las masas populares y así dejar el camino libre al desarrollo de la globalización imperialista en todos los rincones del mundo.
Hablar de Revolución, Socialismo, lucha obrera, clases sociales, explotación, opresores y oprimidos, ricos y pobres, sonaba a descatalogado. Hoy, tan sólo 4 o 5 años después, el capitalismo se quita la máscara, nos sumergimos en otras de las famosas crisis que el capitalismo trae de fábrica, y el futuro lleno de miserias que sabíamos que llegaría y que queríamos ignorar, ha llegado y, además, antes de lo que se esperaba. Por eso vemos como ya es algo común hablar de Revolución, de tumbar el sistema, de anticapitalismo, de construir una nueva moral, de la crisis de valores, etc., ya es algo razonable, ya no son análisis pertenecientes a épocas pasadas sino que son de la más absoluta actualidad, e incluso se reconoce que en los 'años de bonanza' nos tenían engañados. Es decir, que la conciencia de las masas 'ha despertado' en cierta medida, y se corrobora de manera indiscutible la máxima marxista de que 'no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia'. Con lo que observamos fácilmente como el nivel de conciencia de los individuos y de las masas viene siendo mayor o menor según las condiciones económicas en la que éstos se encuentren, es decir, según las condiciones materiales que les rodeen. Así, se descubre que el nivel de conciencia nulo o tergiversado que encontrábamos años atrás, en esos 'años de bonanza', en la mayoría de los trabajadores, no correspondían a la condición de clase obrera a la cual pertenecían, sino que era fruto de una alienación provocada y escrupulosamente estudiada por parte de las oligarquías capitalistas.
Ahora, en un repunte de conciencia de clase, fruto de la frustración que acompaña a la crisis, la cual esta pisoteando uno por uno los derechos de los trabajadores y que se está riendo de la historia y los logros del movimiento obrero, y que pone a cada uno en su lugar, dejando en clara evidencia quien pertenece a una clase y quien pertenece a otra, las calles se abarrotan de movilizaciones a diario por todo el país protestando por todas las reformas, todos los recortes y todas las decisiones y gestiones del gobierno que, no sólo no nos hacen salir de la crisis, sino que empeoran las circunstancias de vida de manera aterradora y que precariza las condiciones laborales retrocediendo hasta más de 50 años. Unos intentan diseñar alternativas al sistema actual, formando pequeños partidos políticos y elaborando programas que en ningún modo tratan de modificar las estructuras del sistema capitalista ni su modo de producción, y además sus tesis siguen intoxicadas por la ideología burguesa, por lo que sus medicinas no son efectivas para el cáncer capital. Además, como podemos imaginar, no tienen ningún futuro en la batalla electoral, pues no sólo no disponen de los medios necesarios como para plantar cara a los grandes partidos burgueses, sino que el desencanto general hacia la política hace que ni siquiera estas agrupaciones se lleguen a conocer. Otros, tildándose de 'antisistemas', ya no creen en esta 'democracia' y prefieren colgarse el sambenito de 'indignados' y dejarse llevar por la marabunta de gente que ahora se moviliza, gente a la que le ha bajado drásticamente su ritmo y nivel de vida y por eso les ha cambiado su percepción sobre la realidad, pues si recuperaran la calidad de vida que llevaban hace unos años, probablemente se les quitaran las ganas de gritar, por eso en sus consignas tampoco plantean un cambio elemental del orden capitalista, por mucho que adornen sus manifiestos con terminología revolucionaria.
Éstos últimos no basan sus reflexiones en un análisis científico de la realidad, sino que nacen de quedárseles los bolsillos vacíos, se basan estrictamente en el actual reparto arbitrario de los beneficios, como si la explotación de una clase sobre la otra fuera cosa reciente, como si esto de la opresión fuera un fenómeno que ha aparecido con la crisis... parece que para ellos, en los 'años de bonanza' no había motivos por los que salir a la calle. Pero además, son incapaces de reconocer que no han descubierto nada nuevo, que hay organizaciones históricas que vienen LUCHANDO por todo lo que ellos vienen ahora PIDIENDO y que, además, van mucho más allá, planteando de manera científica la superación del sistema.
Crisis capitalista y juventud.
Ahora, el desencanto generalizado hacia la llamada 'clase política' y el fiasco que se han llevado las clases populares con los partidos de la izquierda parlamentaria, junto con la ignorancia y la manipulación que sufre el pueblo, han dado como resultado, a través de los mecanismos electorales que adrede están diseñados como lo están, otorgarle el poder político a la derecha más reaccionaria que tenemos en el Estado español. Ahora, además de las embestidas de la crisis capitalista, recibimos también los golpetazos que nos propinan a diario los fascistas del PP, empeñados en que la crisis tenemos que pagarla los trabajadores de manera desmedida, renegando de todos los derechos que habíamos conseguido a lo largo de la historia y robándonos descaradamente todo aquello que nos pertenece, por producirlo nosotros, para entregárselo a las grandes oligarquías financieras. En definitiva, en seguir cediendo ante nuestra clase antagónica.
Hemos visto, y vemos a diario, como la crisis azota a las clases laboriosas sin mesura, pero, como ya resaltamos en textos anteriores, la crisis se ensaña más ferozmente con la juventud:
Sabemos que son los jóvenes los principales afectados por la crisis, y lo avalan las cifras del paro, que desvelan que más de un 50% de los jóvenes españoles se encuentran en situación de desempleo.
En el mejor de los casos, los jóvenes que tienen la suerte de contar con un puesto de trabajo, trabajan en condiciones terroríficas. No sólo son víctimas del entramado sistema de salarios y contratos que hace que los jóvenes, simplemente por edad, cobren sustanciosamente menos que otros compañeros más veteranos, aún cumpliendo con el mismo trabajo o incluso siendo más eficiente, sino que, además, por motivos de antigüedad, son los primeros en quedarse en la calle en época de crisis, ya que son los despidos más baratos. Nos encontramos también con las irregularidades de siempre, seguro de media jornada y trabajar jornada completa, apenas cotizando y a veces sin derecho a prestación por desempleo... y para colmo, con los últimos cambios en los tipos de contrato, entre unas y otras trampas empresariales, se les puede ir haciendo contratos de formación y de prácticas hasta los 30 años de edad, dándole a la explotación ya un carácter casi macabro, pues se está condenando legalmente a trabajar por una limosna y destruyendo los sueños de cualquier joven que pretenda independizarse económicamente de sus padres o buscarse un techo para formar una familia.
Esto lo encontramos en el mejor de los casos, pues por otro lado nos encontramos con la economía sumergida, la cual hasta hace poco se consideraba un fraude, pero que ya es algo tan cotidiano y arraigado en nuestra sociedad, que se cuentan por miles los jóvenes que trabajan 10-12 horas diarias, con un día o sin día de descanso, sin vacaciones y sin contrato ni seguro. De hecho muchos jóvenes hasta sueñan con encontrar algo así, pues es eso o nada.
La crisis ha acabado también con miles de familias jóvenes que acababan de emprender una vida, pues son miles los jóvenes que han pasado de tener un trabajo y sueldo fijos a estar en el paro de la noche a la mañana, y les ha pillado hipotecados a cuarenta años vista, con lo que no ha quedado más opción que volver a casa de los padres, dejando la deuda en el banco y, por ende, arruinado de por vida. Otros jóvenes, sencillamente, no llegaron a independizarse, contaban con un puesto de trabajo más o menos estable y con aspiraciones de futuro a corto plazo, pero se encontraron con que de pronto ya no había trabajo y de cabeza a las filas del INEM. Muchos de éstos últimos navegan como pueden en la economía sumergida, compitiendo con otros de su gremio y cobrando por horas, euro arriba, euro abajo, cumpliendo años y sin cotizar ni un día para la jubilación. Otros han retomado los estudios por donde lo dejaron, pues en vista de que no hay donde colocarse, mejor estudiar, formarse y rellenar currículum que no hacer nada, pero aquí nos topamos con otro azote para la juventud, la enseñanza:
Las últimas reformas en el ámbito de la enseñanza se fundan básicamente en recortar las asignaciones para la educación pública, dificultar el acceso a ésta a los hijos de los obreros y degradar de manera tajante la calidad de la enseñanza pública frente a la privada, dejando el panorama estudiantil bastante complicado para cualquier joven que quiera culminar cualquier tipo de estudios, ya sea en la adolescencia o en edad más adulta.
Las medidas son contundentes:
Además de todos los cambios que introdujeron en su día con el Plan Bolonia y lo que nos espera con la Estrategia Universidad 2015, ahora se elevan el coste de las matriculas y el resto de tasas para los estudiantes de todos los niveles, en el caso de las universidades hasta en un 50%.
El compendio de todas las medidas que Bolonia y la Universidad 2015, junto a la bestial subida de los costes de la enseñanza pública, supone que cualquier joven de clase media no podrá cursar sus estudios porque no se lo podrá permitir, a no ser que lo compagine con un trabajo (si es que consigue un trabajo), y evidentemente esto supone bajar las calificaciones e incluso suspender algunas asignaturas por año. Pero el gobierno ya nos ha avisado de que aquél que venga suspendiendo se le elevarán más desorbitadamente loscostes de las tasas de las asignaturas que tenga que repetir, y además que se vaya olvidando definitivamente de las becas, para que así se le quite de la cabeza el estudiar, eso ya es cosa de ricos o muy ricos (pero estos últimos se matricularán en colegios privados, para no mezclarse con la plebe).
Por otra parte, se aumenta el número de horas lectivas para los profesores (reduciéndole además los salarios) y se aumenta el número de alumnos por clase, con lo que, además de dejar en la calle a miles de profesores, porque matemáticamente sobran, la calidad de la enseñanza se degenera bruscamente, pues volveremos a tener esas aulas masificadas, con más de 40 alumnos, al más puro estilo franquista, que hacen prácticamente imposible avanzar en el contenido de las materias y resolver las dudas de todos y cada uno de los alumnos, además de dificultar más aún la capacidad de atención del alumnado.
En definitiva, todo indica que se está diseñando un aparato educativo que sólo dejará estudiar a aquellos que puedan permitírselo, y se acabará eso de educación pública gratuita y de calidad al alcance de todos. Esto supone un cambio drástico de las estructuras sociales del pueblo trabajador español: actualmente tenemos a diplomados, licenciados y doctorados en el paro o trabajando de algo que no les corresponde; generaciones que han dedicado años de esfuerzo, dedicación y dinero en una formación ejemplar, profesionales que se rifan en otros países y, sin embargo, en España no tenemos infraestructuras que soporten a tanto titulado y les asegure un puesto de trabajo digno y que corresponda con sus aptitudes. En ese caso, en vez de pensar en invertir en infraestructuras que generen empleo y que aumenten la calidad de vida y desarrollo de nuestro país, el gobierno prefiere apostar por ir reduciendo abruptamente el número de titulados en el país, disminuyendo así cada vez más el número de profesionales y trabajadores cualificados, y llenando las filas del paro de trabajadores con escasa o nula formación, condenándolos de por vida a competir de manera absurda con otros de su misma condición por un puesto de esclavo en el mercado laboral.
La realidad es que la crisis capitalista está dejando a su paso generaciones enteras perdidas. La mayoría de los jóvenes no pueden tener esperanzas de futuro porque no las hay: muchos de los que culminaron sus estudios les ha servido de poco o nada, y están igual que el chaval de 16 años que abandona el instituto sin titularse ni en la ESO, pues los dos están sin nada y peleando por un puesto de trabajo precario en cualquier sector sin distinción. Las posibilidades de mantener una vida digna cada vez son más escasas, e incluso la vida que nuestros padres consiguieron obtener, a pesar del esfuerzo que realizaron, y que simplemente consiste en formar una familia bajo un techo y tener un trabajo que nos permita vivir en condiciones mínimamente dignas, hoy se nos presenta como la más lejana ilusión a la que queremos aspirar, pero que no sabemos si se darán las condiciones para ello.
La respuesta organizada.
A tenor de todo este panorama, la juventud, como no podía ser de otra manera, está continuamente movilizándose y manifestándose de uno u otro modo, a veces por aspectos generales y por aspectos más concretos en otras ocasiones, pero, evidentemente, son acciones espontáneas que surgen de la frustración personal de cada cual y que se funde con la de sus semejantes, descubriendo así una frustración colectiva. Pero estas continuas revueltas que estamos viviendo en los últimos meses no son el reflejo de un alto nivel de conciencia de clase que anida en nuestros jóvenes, ni mucho menos, sino que, por el contrario, y a la inversa, estas revueltas que surgen de manera espontánea y arrastra a multitud de jóvenes, está motivando a los jóvenes y 'animando' sus conciencias.
¿Qué podemos concluir de esto? Pues que no son suficientes las pataletas que hacen ruido en un momento determinado y que hace que otros niños se contagien del llanto. No. Es imposible que a golpe de sobresaltos puntuales se consigan eliminar todos los problemas que atestan a la juventud. Primero porque hay que dejar de PEDIR cambios y, por el contrario, REALIZAR los cambios, es decir, hay que asumir el papel protagonista, hay que tomar el poder y cambiarlo todo. En definitiva, ser quien realiza la acción, ser el Sujeto Revolucionario. En segundo lugar, hay que analizar seriamente, y de manera realista, todos y cada uno de los problemas de la juventud, ya sea la precariedad laboral, la explotación desmedida, la pérdida de derechos, la desigualdad de sexos, el paro, el problema del acceso a la vivienda, del acceso a la enseñanza y un interminable etcétera. Si hacemos un estudio de fondo, atendiendo a las raíces de estos problemas, concluiremos que todos comparten un principio, que tienen factor común y que la causa principal que sustenta la existencia de todos ellos es el desarrollo del sistema capitalista. Esto es algo de lo que hay que convencerse a nivel interno: los problemas que hoy día sufrimos la juventud en España y el resto de países, ya sean Europeos o de otros continentes, son insolubles en el capitalismo. Esto es una realidad indiscutible, y partiendo de esta base, hay que empezar a desprenderse de los prejuicios que nos ha inculcado la moral burguesa de que ser anticapitalista, ser antisistema, es ser radical, atribuyendo al término radical un concepto prácticamente sinónimo de terrorista.
Hay que concienciarse de que no existen luchas concretas, que todas las pequeñas luchas son parte de la gran y única lucha real, que es la lucha de clases, en la que las clases populares, entre ellas los jóvenes obreros y estudiantes, no pueden marcarse otro objetivo que no sea el de aplastar el capitalismo, derribarlo para construir sobre sus ruinas una nueva sociedad, una sociedad socialista en la que de verdad el pueblo albergue todos los poderes. Sólo de esta manera se irán salvando los problemas concretos que hoy sufren los jóvenes.
Evidentemente, no basta con concienciarse de que el enemigo es el capitalismo y ahora plagar nuestras movilizaciones de pancartas antisistema y en contra del capital. Es necesario entender que la lucha de clases es algo vigente, constante e incesante, en la que nosotros, el pueblo llano y sus hijos, la juventud, tenemos que organizarnos como clase, tenemos que unificar todos nuestros frentes de lucha en uno solo capaz de plantarle cara a nuestra clase antagónica, la clase burguesa, las oligarquías capitalistas y las aristocracias históricas, las cuales, al contrario que nosotros, sí que están muy bien organizadas y tienen clarísimo que su clase enemiga somos nosotros, y de hecho no muestran reparo alguno a la hora de azotarnos día a día a fuerza de recortes, reformas en las que siempre salimos perdiendo y retrocesos históricos de nuestro nivel y calidad de vida, con lo que es evidente que somos su enemigo y nos tratan como a tal.
A este propósito de organizarnos como clase, la juventud juega un papel importantísimo, pues la lucha juvenil viene siendo siempre la más dinámica, la más enérgica y la más contundente, pero, como ya sabemos, la lucha juvenil no llega a ningún sitio si no decide luchar contra el capital en vez de quedarse en los problemas concretos, y la lucha juvenil contra el capital no tiene nada que hacer contra el sistema si no une sus fuerzas a otras capas populares, concretamente a la capa más amplia de toda la sociedad: la clase obrera. La juventud ha de conocer cuáles son los puntos que tienen en común con la clase obrera, reconocerla como semejante y deducir necesariamente que el objetivo es común, uniendo así la lucha juvenil a la lucha obrera, y uniéndose éstos a su vez a otras capas populares también castigadas por la violencia capital, conformando así el Frente Único del Pueblo (FUP).
Está claro, y es lógico, que los jóvenes mantengan como objetivo prioritario salvar sus problemas más inmediatos, y para ello es necesario emprender una lucha organizada, comenzando por constituir órganos de acción, frentes de lucha independientes de los que el Estado clasista ofrece, pues es ridículo pensar que el propio sistema nos vaya a proporcionar herramientas que ayuden a su derrocamiento. Ejemplo de éstos órganos de acción son las Asambleas de Estudiantes, las cuales nacen directamente de los alumnos del centro educativo (ya sea universitario o de secundaria). Las Asambleas de Estudiantes, además de ser una herramienta útil a la hora de ejercer actos de lucha organizada, está a la vez dotando a los jóvenes de la conciencia de ser protagonistas, les está mostrando la necesidad de estar unidos y de ser, en este caso, partícipes directos en la lucha estudiantil, ejemplo que pronto podrán extrapolar a otros terrenos, como en el ámbito laboral. Pero las Asambleas de Estudiantes, u otros órganos de poder popular, no ultiman su papel si no mantienen un contenido de clase, es decir, si no se marca como meta el aunarse a otros frentes con el fin de combatir el capitalismo. Así, al igual que diferentes asambleas de estudiantes se pueden hermanar entre sí para formar Bloques de Lucha Estudiantil organizada, estos bloques han de unirse con otros frentes populares, han de formar parte del Frente Único del Pueblo, donde ya sí se mantiene el claro objetivo de acabar con el sistema capitalista, cáncer culpable de todas nuestras desgracias, y donde ya sí se está a una altura infinita y más que suficiente como para plantarle cara al capitalismo. La juventud ha de entender que el fin de sus problemas viene con la superación del sistema, y que dicha superación es imposible si no aunamos todos los frentes de lucha.
La vanguardia juvenil.
A fin de combatir por completo el culto a la espontaneidad, hay que destacar en la lucha juvenil el papel imprescindible de la Organización Juvenil Comunista.
Como ya hemos estudiado, el movimiento espontáneo incentiva a las masas y despierta sus conciencias, con lo que la espontaneidad no es más que el principio del movimiento consciente, y además el surgimiento de este tipo de movimientos es sólo una posibilidad.
Estos jóvenes conscientes están siempre a la vanguardia de la lucha juvenil, lo están por naturaleza, y de hecho, cuando no es así y aparecen movimientos de lucha espontánea, éstos duran un corto periodo de tiempo o son diluidos por las fuerzas del capital o se desvían en su trayectoria, víctimas del oportunismo que surge a la vez entre sus filas... y terminan siendo una anécdota.
Ya sabemos, y además es una evidencia, que los jóvenes han de emprender, cada uno en su ámbito, de acuerdo a sus circunstancias y de manera realista, una lucha organizada, bien sea a partir de asambleas estudiantiles, bien sea a partir asambleas de parados, bien sea a partir de asambleas de trabajadores o bien sea a partir de asambleas populares o vecinales. Lo que ha de quedar también claro, y eso hay que empezar a asumirlo desde ya, es la necesidad de entroncar la lucha juvenil en el Frente Único del Pueblo con el fin manifiesto de superar el capitalismo, pues de lo contrario estaremos desarrollando una lucha que sólo atiende a la superficie de los problemas, sin preocuparse de la razón existencial de éstos.
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