La salida de la crisis es la continuación de la crisis en clave ideológica
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Los oportunistas de todo tipo, al despreciar el marxismo que entiende el mundo encadenado por causas y efectos, analizan metafísicamente la sociedad, es decir, lo hacen superficialmente, estudiando los fenómenos aislados. En el caso concreto de la crisis dan como fecha del comienzo de la misma entre 2006 y 2007; anteriormente, a juzgar por los estudios de aquellos y de los tecnócratas, el capitalismo gozaba de muy buena salud y lo evidenció el desarrollo del “Estado del bienestar” que permitió a la clase obrera disfrutar de sus “prebendas” -más bien migajas- pero con unos resultados ideológicos muy contundentes.
Se puede comprobar que esta opinión tan al uso, al referirse al periodo 1991-2006 es irreal, pues incluso ellos mismos coinciden en reconocer hoy, sea por puro interés, que se ha vivido por encima de las posibilidades. Es una explicación demasiado sucinta; no obstante, tiene la intención de culpar al pueblo de su desdicha por despilfarrador y por tanto ahora debe pagar su inconsciencia. El argumento “vivir por encima de las posibilidades” oculta el verdadero origen de la crisis, que nuestro partido desveló ya tras los sucesos que derivaron en la integración de una pequeña parte de la militancia en el PCPE y que recogió posteriormente en el programa salido del XIV Congreso.
Inmediatamente después de la desaparición de La URSS el capitalismo entró en una crisis de graves consecuencias, que se manifiesta brutalmente en Japón. El 70% de las empresas presentaron quiebra, lo cual tuvo, naturalmente, una gran resonancia internacional y sus efectos corrosivos se cristalizaron especialmente en EEUU y Europa. Por primera vez, EEUU se convierte en un país endeudado a lo que se unía que sus reservas energéticas estaban muy mermadas. El proyecto europeo de aprovechar la precaria situación nipona para desplazarla en el mercado internacional resultó fallido. La banca francesa y la banca alemana, principales inversoras en el proyecto, se desplomaron. El paro subió escandalosamente. El capitalismo buscó la salida a la “inversa” de como lo hace hoy, aparentemente.
Entregado en cuerpo y alma en una propaganda feroz contra el socialismo recién fallecido, atacar a la vez a lo que el imperialismo considera el Estado del bienestar, para frenar el desarrollo de una crisis que se presagió dura y duradera, no era aconsejable. Se trataba de demostrar lo contrario eligiendo el camino más fácil, pero presuntamente más rentable política e ideológicamente a corto y medio plazo. La burguesía era consciente de su situación: apostar por el sector inmobiliario, facilitar créditos hipotecarios para todo fue una salida única e imprescindible. Las políticas hipotecarias tenían una doble misión que cumplir: rellenar rápidamente el agujero que se iba ensanchando y a la par encadenar a las clases trabajadoras durante una o dos generaciones, al objeto de impedir que se revolviesen contra el sistema, que en definitiva era lo que estaba en juego.
Inmerso en la dinámica de consumo con falsos salarios conformados por los préstamos hipotecarios, el capitalismo avanzaba inexorablemente hacia la hecatombe sin poder frenar. La burguesía y sus expertos eran conocedores por pura lógica de que un día muy cercano todo estallaría. Las deudas familiares, producto del desequilibro préstamo-salario eran insostenibles, en tanto su consumo se canalizaba en una variedad de productos muy limitada (coches, viviendas…) Todos los sectores, especialmente el metalúrgico y el siderometalúrgico, arrastraban crisis sobreviviendo tan sólo las partes dependientes del sector inmobiliario. Entre el año 2000 y 2005 las acerías se colocaron al borde del desplome. China hacía estragos en el mercado mundial; sin embargo, el capitalismo occidental parecía no resentirse, cuando la realidad era lo contrario, el sistema se estaba agotando y dependía de las migajas que pudiera recibir del sector inmobiliario. La burbuja se inflaba sin freno e indudablemente un día tenía que estallar.
Pero para ese día la gran burguesía internacional lo tenía ya todo preparado: sindicatos corruptos cuyas subvenciones se habían multiplicado durante ese periodo, el pueblo despolitizado y atado al carro de un consumismo abrasador que superaba sus ingresos, hijos que heredaban las deudas contraídas por sus padres con salarios bajos, partidos políticos comprados por la banca, un Movimiento Comunista Internacional dividido e influenciado negativamente por la desaparición del socialismo y que se enamoró ideológicamente del falso “Estado del bienestar” y finalmente, la culminación de la etapa transitoria del socialismo al capitalismo del antiguo campo socialista.
La nueva crisis dentro de la crisis anterior sería ya incontenible, porque se descubriría que el Estado del bienestar estaba construido sobre bases frágiles, porque la industria tanto extractiva como productiva caminaba desde la anterior crisis por derroteros quebradizos, toda la sociedad se asomaba a una pendiente hacia abajo muy peligrosa. La denominada “burbuja inmobiliaria” tenía que llegar -lo veía hasta el más ignorante en economía que se preguntaba cómo era posible vivir como se vivía con salarios mileuristas-. Puede considerarse que desde 1991 hasta nuestros días, como bien expuso el informe de nuestro Secretario General presentado al VI Pleno del Comité Central, el capitalismo ha sufrido una sola e irrefrenable crisis de sobreproducción entendida como exceso de productos para consumidores con escasas posibilidades de compra, pues el pueblo no compraba con salario real sino hipotecando su vida laboral que poco a poco abarcaba a la de sus herederos.
Así pues, la fase actual de la crisis no debía tener la misma salida de falso crecimiento, entre otras cosas porque quienes podían auspiciar una tal solución, los bancos, entraban en picado en quiebra. Aún resuenan las palabras del estadista alemán que en el 2006 -cuando la nueva fase de la crisis a niveles oficiales aún no era reconocida y además se propagaba la idea de ser evitable- se aventuró a vaticinar que a partir de ahí el mundo ya no sería el mismo, a la par que afirmaba que el poder de EEUU y Europa ya no sería incontestable. Es evidente que la gran burguesía internacional conocía lo que se avecinaba como lo atestigua el hecho de que inmediatamente después del vaticinio alemán lanzó la consigna “¡HAY QUE REFUNDAR EL CAPITALISMO!”. Es decir, los enemigos de la clase obrera habían llegado a la conclusión de que la crisis iba a ser de tal calibre que no había más remedio que empezar de nuevo o existía el riesgo real de que el sistema desapareciese favoreciendo revoluciones socialistas, cuando momentos antes habían dado por muerto el marxismo y con él la posibilidad de cualquier revolución comunista. Empezar de nuevo consistía en retrotraer a la clase obrera a los principios del capitalismo, sin ningún derecho y por supuesto con salarios míseros, única forma de “perpetuar” la agonía del sistema.
La historia no está finiquitada porque al estar agotado el capitalismo sus soluciones sólo pueden perpetuar el sistema hasta tanto la correlación de fuerzas en el movimiento político y sindical se deslice a favor de los revolucionarios, lo cual es cuestión de tiempo.
La salida a la crisis consiste en crear una nueva crisis mucho más grave, pues si antes la concesión indiscriminada de préstamos cubría sus gravísimos efectos, sin restañar heridas y menos aún atacar a sus raíces, hoy, la política de expansión monetaria ilimitada desempeña el mismo papel, el de cubrir de manera engañosa los efectos de la crisis más profunda del capitalismo.
El hecho de fabricar dinero sin relación alguna con la actividad económica real de los países -tal ocurre en EE.UU y Europa- estimula sólo una recuperación ficticia de la bolsa y el alza de la inflación, naturalmente. Poco a poco presenciaremos el crecimiento voluminoso de la burbuja bursátil pero además financiera, pues la minoración de las inversiones industriales es una realidad tangible. Y por si fuera poco, las inyecciones monetarias a los bancos y empresas de países que su PIB no avanza con la misma celeridad y volumen son una condena inapelable a un nuevo ciclo de crisis dentro de la crisis, sobretodo porque los lugares que últimamente eran objeto de inversiones -China, India, etc., fundamentalmente-, presentan indicios de contracción de su producción o de sus índices industriales.
Una vez más en la historia de nuestro país, cuando el capitalismo se halla en un callejón sin salida, movimientos reformistas y nacionalismos burgueses comienzan a actuar de pantallas que no permiten ver el verdadero problema de clases y tratan de distraer la atención con problemas que circunscriben su solución dentro del capitalismo. Pero sólo es cuestión de tiempo. Las cosas ya no serán, nunca más, iguales a las de ahora.
Se puede comprobar que esta opinión tan al uso, al referirse al periodo 1991-2006 es irreal, pues incluso ellos mismos coinciden en reconocer hoy, sea por puro interés, que se ha vivido por encima de las posibilidades. Es una explicación demasiado sucinta; no obstante, tiene la intención de culpar al pueblo de su desdicha por despilfarrador y por tanto ahora debe pagar su inconsciencia. El argumento “vivir por encima de las posibilidades” oculta el verdadero origen de la crisis, que nuestro partido desveló ya tras los sucesos que derivaron en la integración de una pequeña parte de la militancia en el PCPE y que recogió posteriormente en el programa salido del XIV Congreso.
Inmediatamente después de la desaparición de La URSS el capitalismo entró en una crisis de graves consecuencias, que se manifiesta brutalmente en Japón. El 70% de las empresas presentaron quiebra, lo cual tuvo, naturalmente, una gran resonancia internacional y sus efectos corrosivos se cristalizaron especialmente en EEUU y Europa. Por primera vez, EEUU se convierte en un país endeudado a lo que se unía que sus reservas energéticas estaban muy mermadas. El proyecto europeo de aprovechar la precaria situación nipona para desplazarla en el mercado internacional resultó fallido. La banca francesa y la banca alemana, principales inversoras en el proyecto, se desplomaron. El paro subió escandalosamente. El capitalismo buscó la salida a la “inversa” de como lo hace hoy, aparentemente.
Entregado en cuerpo y alma en una propaganda feroz contra el socialismo recién fallecido, atacar a la vez a lo que el imperialismo considera el Estado del bienestar, para frenar el desarrollo de una crisis que se presagió dura y duradera, no era aconsejable. Se trataba de demostrar lo contrario eligiendo el camino más fácil, pero presuntamente más rentable política e ideológicamente a corto y medio plazo. La burguesía era consciente de su situación: apostar por el sector inmobiliario, facilitar créditos hipotecarios para todo fue una salida única e imprescindible. Las políticas hipotecarias tenían una doble misión que cumplir: rellenar rápidamente el agujero que se iba ensanchando y a la par encadenar a las clases trabajadoras durante una o dos generaciones, al objeto de impedir que se revolviesen contra el sistema, que en definitiva era lo que estaba en juego.
Inmerso en la dinámica de consumo con falsos salarios conformados por los préstamos hipotecarios, el capitalismo avanzaba inexorablemente hacia la hecatombe sin poder frenar. La burguesía y sus expertos eran conocedores por pura lógica de que un día muy cercano todo estallaría. Las deudas familiares, producto del desequilibro préstamo-salario eran insostenibles, en tanto su consumo se canalizaba en una variedad de productos muy limitada (coches, viviendas…) Todos los sectores, especialmente el metalúrgico y el siderometalúrgico, arrastraban crisis sobreviviendo tan sólo las partes dependientes del sector inmobiliario. Entre el año 2000 y 2005 las acerías se colocaron al borde del desplome. China hacía estragos en el mercado mundial; sin embargo, el capitalismo occidental parecía no resentirse, cuando la realidad era lo contrario, el sistema se estaba agotando y dependía de las migajas que pudiera recibir del sector inmobiliario. La burbuja se inflaba sin freno e indudablemente un día tenía que estallar.
Pero para ese día la gran burguesía internacional lo tenía ya todo preparado: sindicatos corruptos cuyas subvenciones se habían multiplicado durante ese periodo, el pueblo despolitizado y atado al carro de un consumismo abrasador que superaba sus ingresos, hijos que heredaban las deudas contraídas por sus padres con salarios bajos, partidos políticos comprados por la banca, un Movimiento Comunista Internacional dividido e influenciado negativamente por la desaparición del socialismo y que se enamoró ideológicamente del falso “Estado del bienestar” y finalmente, la culminación de la etapa transitoria del socialismo al capitalismo del antiguo campo socialista.
La nueva crisis dentro de la crisis anterior sería ya incontenible, porque se descubriría que el Estado del bienestar estaba construido sobre bases frágiles, porque la industria tanto extractiva como productiva caminaba desde la anterior crisis por derroteros quebradizos, toda la sociedad se asomaba a una pendiente hacia abajo muy peligrosa. La denominada “burbuja inmobiliaria” tenía que llegar -lo veía hasta el más ignorante en economía que se preguntaba cómo era posible vivir como se vivía con salarios mileuristas-. Puede considerarse que desde 1991 hasta nuestros días, como bien expuso el informe de nuestro Secretario General presentado al VI Pleno del Comité Central, el capitalismo ha sufrido una sola e irrefrenable crisis de sobreproducción entendida como exceso de productos para consumidores con escasas posibilidades de compra, pues el pueblo no compraba con salario real sino hipotecando su vida laboral que poco a poco abarcaba a la de sus herederos.
Así pues, la fase actual de la crisis no debía tener la misma salida de falso crecimiento, entre otras cosas porque quienes podían auspiciar una tal solución, los bancos, entraban en picado en quiebra. Aún resuenan las palabras del estadista alemán que en el 2006 -cuando la nueva fase de la crisis a niveles oficiales aún no era reconocida y además se propagaba la idea de ser evitable- se aventuró a vaticinar que a partir de ahí el mundo ya no sería el mismo, a la par que afirmaba que el poder de EEUU y Europa ya no sería incontestable. Es evidente que la gran burguesía internacional conocía lo que se avecinaba como lo atestigua el hecho de que inmediatamente después del vaticinio alemán lanzó la consigna “¡HAY QUE REFUNDAR EL CAPITALISMO!”. Es decir, los enemigos de la clase obrera habían llegado a la conclusión de que la crisis iba a ser de tal calibre que no había más remedio que empezar de nuevo o existía el riesgo real de que el sistema desapareciese favoreciendo revoluciones socialistas, cuando momentos antes habían dado por muerto el marxismo y con él la posibilidad de cualquier revolución comunista. Empezar de nuevo consistía en retrotraer a la clase obrera a los principios del capitalismo, sin ningún derecho y por supuesto con salarios míseros, única forma de “perpetuar” la agonía del sistema.
La historia no está finiquitada porque al estar agotado el capitalismo sus soluciones sólo pueden perpetuar el sistema hasta tanto la correlación de fuerzas en el movimiento político y sindical se deslice a favor de los revolucionarios, lo cual es cuestión de tiempo.
La salida a la crisis consiste en crear una nueva crisis mucho más grave, pues si antes la concesión indiscriminada de préstamos cubría sus gravísimos efectos, sin restañar heridas y menos aún atacar a sus raíces, hoy, la política de expansión monetaria ilimitada desempeña el mismo papel, el de cubrir de manera engañosa los efectos de la crisis más profunda del capitalismo.
El hecho de fabricar dinero sin relación alguna con la actividad económica real de los países -tal ocurre en EE.UU y Europa- estimula sólo una recuperación ficticia de la bolsa y el alza de la inflación, naturalmente. Poco a poco presenciaremos el crecimiento voluminoso de la burbuja bursátil pero además financiera, pues la minoración de las inversiones industriales es una realidad tangible. Y por si fuera poco, las inyecciones monetarias a los bancos y empresas de países que su PIB no avanza con la misma celeridad y volumen son una condena inapelable a un nuevo ciclo de crisis dentro de la crisis, sobretodo porque los lugares que últimamente eran objeto de inversiones -China, India, etc., fundamentalmente-, presentan indicios de contracción de su producción o de sus índices industriales.
Una vez más en la historia de nuestro país, cuando el capitalismo se halla en un callejón sin salida, movimientos reformistas y nacionalismos burgueses comienzan a actuar de pantallas que no permiten ver el verdadero problema de clases y tratan de distraer la atención con problemas que circunscriben su solución dentro del capitalismo. Pero sólo es cuestión de tiempo. Las cosas ya no serán, nunca más, iguales a las de ahora.
COMISIÓN IDEOLÓGICA DEL PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL
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