"¿ES FASCISTA EL ESTADO ESPAÑOL?", DOCUMENTO APROBADO POR EL VII PLENO DEL COMITÉ CENTRAL DEL P.C.O.E.
1ª PARTE
Llegamos a este Pleno del Comité Central en un momento de crisis muy profunda del Capitalismo Monopolista de Estado. El cierre en falso que supuso la Transición a los problemas que azotan al estado español, y que la burguesía se ha mostrado incapaz de resolver, con la agudización de la crisis económica, con la bancarrota económica del Estado, ha extendido la crisis a todas las esferas de la vida, no sólo económica, sino social, política y al Estado mismo.
El grado de represión aplicado tanto por el Gobierno de Zapatero como por el periodo de Gobierno de Mariano Rajoy, que ha dado varios giros de tuerca en la dirección de extrema reacción del Estado - con apoyo implacable del PSOE y C’s, y con la anuencia del traidor oportunismo que formalmente impugna con levedad pero que defiende el Estado burgués cuya adhesión es tan inquebrantable como la de los fascistas – que se refleja en la ilegalización y el encarcelamiento de las ideas, en la liquidación práctica del derecho a la Huelga, la negociación colectiva, la aplicación de un conjunto de leyes represivas que ilegalizan en la práctica a la clase obrera y su lucha, los ataques inmisericordes a la libertad de expresión y a la libertad política llegando a los acontecimientos acaecidos en Cataluña llevan a nuestra militancia, y una parte importante del Movimiento Comunista Español, a la discusión sobre si nos encontramos en el fascismo, si el Estado es fascista.
Así, pues, desarrollaremos un análisis dialéctico estudiando qué es el fascismo, bajo qué condiciones se desarrolla, cuales son los rasgos propios del fascismo, como se manifiesta y analizaremos el desarrollo del Estado español para determinar si éste es o no fascista para, finalmente, alcanzar las conclusiones pertinentes.
¿Qué es el fascismo? Una primera aproximación.
La mayoría de los camaradas, cuando se les pregunta ¿qué es el fascismo?, no suelen dudar en dar una respuesta similar a esta: “es la dictadura terrorista, sangrienta, de las fuerzas más reaccionarias de la burguesía originada por la crisis general del capitalismo”.
Partiendo de esta definición, nos muestra que el fascismo es una forma de dictadura de la burguesía, más concretamente de sus fuerzas más reaccionarias, y nos señala la causa: La Crisis General del Capitalismo, que se inicia con el triunfo de la Gloriosa Revolución Bolchevique de Octubre.
En “el siglo XX señala el punto de viraje del viejo capitalismo al nuevo, de la dominación del capital en general a la dominación del capital financiero.” [1]. Este cambio de base económica, del capitalismo de ‘libre competencia’ al monopolista, conlleva, forzosamente, una transformación de la superestructura, como consecuencia del cambio operado en la estructura de tal modo que, según Lenin, “en el aspecto político el imperialismo es, en general, una tendencia a la violencia y a la reacción”[2]. Ello implica que el capitalismo putrefacto genere “‘nuevos’ métodos y formas de gobierno (por ejemplo, el sistema de gabinetes poco numerosos, la creación de grupos oligárquicos que actúan tras cortina, la degeneración y la falsificación de la funciones de la ‘representación nacional’, la limitación y la supresión de las ‘libertades democráticas’, etcétera).” [3].
El imperialismo pues, en el aspecto político, tiende a la violencia y a la reacción y, consecuentemente, a la conformación de una superestructura diferente, por ejemplo, en los “nuevos’ métodos y formas de gobierno”. Sin embargo, el fascismo es una forma de cómo se concretiza la reacción política de la burguesía bajo unas condiciones históricas determinadas. “Este proceso de ofensiva de la reacción burguesa-imperialista adopta, en condiciones históricas determinadas, la forma del fascismo. Dichas condiciones son: la inestabilidad de las relaciones capitalistas; la existencia de un gran número de elementos sociales desplazados; la pauperación de grandes sectores de la pequeña burguesía urbana y de los intelectuales; el descontento de la pequeña burguesía agraria y finalmente, la amenaza constante de acciones de masa proletarias. Con objeto de asegurarse un poder más estable, más firme y más duradero, la burguesía se ve obligada cada día más a pasar del sistema parlamentario al método fascista, que no se halla sujeto a las relaciones y combinaciones entre partidos. Este método es el de la dictadura directa, cuya verdadera faz se halla ideológicamente cubierta por medio de ‘ideales nacionales’, representaciones ‘profesionales’ (es decir, grupos diversos de las clases dominantes), y el método de utilización del descontento de la pequeña burguesía y de los intelectuales mediante una demagogia social particular (antisemitismo, ataques parciales al capital usurario, indignación ante el charlatanismo parlamenterio) y la corrupción bajo la forma de creación en la milicia fascista, en el aparato del partido y entre los funcionarios de una jerarquía cohesionada y bien retribuida. Al mismo tiempo, el fascismo hace esfuerzos para introducirse en los medios obreros, reclutando a los elementos más atrasados, explotando su descontento y la pasividad de la socialdemocracia, etcétera. El objetivo principal del fascismo consiste en la devastación de la vanguardia obrera revolucionaria, es decir, el sector comunista del proletariado y, particularmente, sus militantes más activos. La combinación de la demagogia social, de la corrupción y del terror blanco, al lado de una agresividad imperialista extrema en la esfera de la política exterior, constituyen los rasgos más salientes del fascismo. Después de haber sido utilizada la fraseología anticapitalista en los periodos particularmente críticos para la burguesía, el fascismo, sintiéndose firme en el poder, ha ido perdiendo por el camino sus oropeles anticapitalistas, para manifestarse cada vez más como la dictadura terrorista del gran capital.”[4]
Tenemos, pues, que la libre competencia y el capitalismo mercantil fenecieron siendo enterrados por el capitalismo monopolista, por el capital financiero, por el imperialismo que con su desarrollo conlleva una transformación de la superestructura, concretamente la tendencia política a la violencia y la reacción, que iniciado el periodo de Crisis General del Capitalismo (periodo que se inicia con el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917, iniciándose el derrumbamiento revolucionario del capitalismo y el desgajamiento de este, y en el que rige a nivel mundial la contradicción fundamental entre socialismo – aspiración máxima del proletariado – el imperialismo – aspiración máxima de los monopolios) y bajo sus condiciones históricas ejerce su dominación violenta y reaccionaria bajo las formas y métodos del fascismo.
“El fascismo no es una forma de Poder estatal que esté, como se pretende, ‘por encima de ambas clases, del proletariado y de la burguesía’, como ha afirmado por ejemplo Otto Bauer. No es ‘la pequeña burguesía insurreccionada que se ha apoderado del aparato del Estado’, como declara el socialista inglés Brailsford. No. El fascismo no es un poder situado por encima de las clases, ni el poder de la pequeña burguesía o del lumpenproletariado sobre el capital financiero. El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y la parte revolucionaria de los campesinos y de los intelectuales. El fascismo en política exterior es el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás pueblos.”[5].
La ideología del fascismo.
Sin embargo, el fascismo no sólo son las formas y los métodos que el capital financiero, bajo unas condiciones históricas determinadas, emplea para hacer perpetuo su dominio, para ejercer su dictadura. Este fin, el cual, como todas las doctrinas económicas y políticas, tiene que estar armado por una justificación, un análisis crítico del pasado y del presente efectuado bajo el prisma de una ideología que le dota de un programa político. En consecuencia, el fascismo no sólo se queda en la forma o en los métodos de la aplicación de la dictadura criminal de los monopolios, del capital financiero, sino que es su doctrina ideológica y política que es criminal y demencial.
Hemos visto que el VI Congreso del Komintern nos indicaba que el objetivo principal del fascismo consiste en la liquidación de la vanguardia obrera revolucionaria, del sector comunista del proletariado. De hecho, una vez el proletariado ha sido capaz de tomar el Poder Político en Rusia, cuando el Bolchevismo emergió triunfante en la Gloriosa Revolución de Octubre de 1917 y se da inicio al periodo de Crisis General del Capitalismo, se engendra la condición fundamental del nacimiento del fascismo.
En este sentido, es característico de la ideología fascista el anticomunismo, que es la expresión de los intereses del capitalismo monopolista en su cruzada contra las fuerzas del socialismo, del progreso social y contra el movimiento obrero, contra las fuerzas del comunismo, el Movimiento Comunista Internacional y contra los pueblos que defienden su emancipación o liberación nacional. El anticomunismo exacerbado forma parte esencial del corpus ideológico del fascismo, sin embargo, el anticomunismo no es exclusivo del fascismo sino que es común a toda la reacción, de los defensores del imperialismo, y de aquéllos que se denominan demócratas – burgueses, por supuesto – desde las filas del oportunismo, de la socialdemocracia, siendo la base ideológica de la reacción política del imperialismo, así como la ideología oficial de los Estados imperialistas.
La oligarquía financiera sabe, perfectamente, que el imperialismo únicamente puede sostenerse mediante la reacción. Y también sabe que la única alternativa que existe atiende a la consigna ¡Socialismo o barbarie!, siendo el imperialismo la barbarie. “La burguesía dominante busca cada vez más su salvación en el fascismo (…) Intentan atajar el crecimiento de las fuerzas de la revolución mediante la destrucción del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos (…). Para esto necesitan el fascismo” [6]
Otro rasgo característico ideológico del fascismo es el repudio y el desprecio máximo al Humanismo. El fascismo de hecho es antagonista del Humanismo, despojando al ser humano de su dignidad, de su derecho al libre desarrollo, reprimiendo y anulando su libertad, sus derechos naturales como ser humano, deshumanizándolo y convirtiéndolo en un utensilio al servicio de la oligarquía y de su instrumento de sometimiento, el Estado. El fascismo es la negación del hombre, “es una concepción histórica, según la cual el hombre no es lo que es sino en función del proceso espiritual a que contribuye, en el grupo de la familia y de la sociedad, en la nación y en la Historia, a la que todas las naciones colaboran.” [7]. El fascismo es idealismo, chovinismo en política exterior, nacionalismo burgués exacerbado, racismo, niega la lucha de clases como motor de la historia abogando, falsamente, por la conciliación y colaboración entre clases cuando, en realidad es la respuesta de clase dada por el capital financiero, por la burguesía monopolista, al proceso de descomposición del imperialismo que se desarrolla en el período de crisis general del capitalismo, de tal modo que el fascismo bajo todo este manto ideológico burgués, de auténtica escoria ideológica, arriba a su principio político fundamental: el Estado lo es todo, todos y todo debe quedar subordinado al Estado, nada fuera del Estado y nada contra el Estado; eso sí, el sistema económico que sostiene el Estado fascista es el capitalismo estando el mismo en manos de la burguesía. Un Estado que es instrumento del capital financiero para someter y saquear a otros pueblos del mundo al fin de salvaguardar e incrementar sus tasas de ganancias y ensanchar su dominio económico, mediante una política exterior de guerra, y que impone en el interior una dictadura terrorista que liquida los derechos del proletariado, las clases populares e incluso de capas de la burguesía imponiendo el sometimiento de éstos a los intereses del Estado, o lo que es lo mismo, a los intereses de la oligarquía. Un Estado que persigue perpetuarse para conseguir la perduración, por los siglos de los siglos, del imperialismo o capitalismo putrefacto.
El fascismo es revisionismo histórico que utiliza con habilidad todo tipo de engaño y demagogia, de tal modo que “los fascistas revuelven con el hocico la historia de cada pueblo para presentarse como herederos y continuadores de todo lo que hay de elevado y heroico en su pasado, y explotan todo lo que humilla y ofende a los sentimientos nacionales del pueblo como arma contra los enemigos del fascismo”[8], y actuando con un oportunismo ilimitado, de tal modo que “el fascismo logra atraerse a las masas porque apela en forma demagógica a sus necesidades y exigencias más candentes (…) no sólo azuza los prejuicios hondamente arraigados en las masas, sino que especula también con los mejores sentimientos de estas, con su sentimiento de justicia, y a veces incluso con sus tradiciones revolucionarias(…) el fascismo adapta su demagogia a las particularidades nacionales de cada país e incluso a las particularidades de las diferentes capas sociales dentro de un mismo país”[9] con el objetivo de arrastrarlos al sometimiento a los intereses de la burguesía monopolista y al mantenimiento de la base económica capitalista. “La economía corporativa respeta el principio de la propiedad privada. La propiedad privada completa la personalidad humana: es un derecho, y si es un derecho, es también un deber (…) la economía corporativa respeta la iniciativa privada. En la Carta del Trabajo está dicho claramente que el Estado interviene sólo cuando la economía individual es deficiente, inexistente o insuficiente (…) Los principios corporativos establecen el orden inclusive en la economía.” [10]
“Uno de los aspectos más flojos de la lucha antifascista de nuestros Partidos consiste en que no reaccionan suficientemente, ni a su debido tiempo, contra la demagogia del fascismo y en que todavía hoy siguen tratando despectivamente los problemas de la lucha contra la ideología fascista. Muchos camaradas no creían que una variedad tan reaccionaria de la ideología burguesa, como la ideología del fascismo que en su absurdo llega con harta frecuencia hasta el desvarío, fuese en general capaz de conquistar influencia sobre las masas. Esto fue un gran error. La avanzadísima putrefacción del capitalismo cala hasta la médula de su ideología y su cultura, y situación desesperada de las extensas masas del pueblo, predispone a ciertos sectores al contagio con los detritus ideológicos de este proceso de putrefacción. (…) No debemos menospreciar, en modo alguno, esta fuerza de contagio ideológico del fascismo”[11].
“El fascismo es el poder del propio capital financiero”[12], por tanto, como una de las formas que puede revestir la dictadura de la burguesía en el imperialismo, tiene no sólo un carácter de clase, sino también un ámbito mundial. El fascismo nació como reacción contra el Poder Bolchevique, el internacionalismo proletariado impulsado por la Revolución bolchevique triunfante en Rusia, para “atajar el crecimiento de las fuerzas de la revolución mediante la destrucción del movimiento obrero revolucionario de los obreros y campesinos”[13] pero también, para que los monopolios, el capital financiero, resolviera “el problema de los mercados mediante la esclavización de los pueblos débiles, mediante el aumento de la opresión colonial y un nuevo reparto del mundo por la vía de la guerra”[14]. El fascismo fue, y sigue siendo, la tabla de salvación de la oligarquía financiera para salvar al imperialismo.
El desarrollo y la subida al poder del fascismo.
“El desarrollo del fascismo y la propia dictadura fascista revisten en los distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y económicas, las particularidades nacionales y la posición internacional de cada país. En unos países, principalmente allí donde el fascismo no cuenta con una amplia base de masas, y donde la lucha entre los distintos grupos en el campo de la propia burguesía fascista es bastante dura, el fascismo no se decide inmediatamente a acabar con el parlamento y permite a los demás partidos burgueses, así como a la socialdemocracia, cierta legalidad. En otros países donde la burguesía dominante teme el próximo estallido de la revolución, el fascismo establece su monopolio político ilimitado, bien de golpe y porrazo, bien intensificando cada vez más el terror y el ajuste de cuentas con todos los partidos y agrupaciones rivales, lo cual no excluye que el fascismo, en el momento en que se agudice de un modo especial su situación, intente extender su base para combinar – sin alterar su carácter de clase – la dictadura terrorista abierta con una burda falsificación del parlamentarismo.”[15]
“Con objeto de adaptarse a las modificaciones de la coyuntura política, la burguesía utiliza alternativamente los métodos fascistas y los métodos de coalición con la socialdemocracia, dándose el caso de que, a menudo, esta última desempeña un papel altamente fascista. En el curso de los acontecimientos manifiesta tendencias fascistas, lo cual no le impide, en otras circunstancias políticas, agitarse contra el gobierno burgués en calidad de partido de oposición. El método fascista y el de coalición con la socialdemocracia son habituales para el capitalismo ‘normal’ y constituyen un signo de la crisis capitalista general, son utilizados por la burguesía para retrasar la marcha progresiva de la revolución”[16].
“La subida del fascismo al poder no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de la burguesía – la democracia burguesa – por otra, por la dictadura terrorista abierta. Pasar por alto esta diferencia sería un error grave, que impediría al proletariado revolucionario movilizar a las amplísimas capas de los trabajadores de la ciudad y del campo para luchar contra la amenaza de la toma del poder por los fascistas, así como aprovechar las contradicciones existentes en el campo de la propia burguesía. Sin embargo, no menos grave y peligroso es el error de no apreciar suficientemente el significado que tienen para la instauración de la dictadura fascista las medidas reaccionarias de la burguesía que se intensifican actualmente en los países de la democracia burguesa, medidas que reprimen las libertades democráticas de los trabajadores, restringen y falsean los derechos del parlamento y agravan las medidas de represión contra el movimiento revolucionario.”[17].
“No hay que representarse la subida del fascismo al poder de una forma tan simplista y llana como si un comité cualquiera del capital financiero tomase el acuerdo de implantar en tal o cual día la dictadura fascista. En realidad el fascismo llega generalmente al poder en lucha recíproca, a veces enconada, con los viejos partidos burgueses o con determinada parte de éstos, en lucha incluso en el seno del propio campo fascista, que muchas veces conduce a choques armados, como hemos visto en Alemania, Austria y otros países. Todo esto, sin embargo, no disminuye la significación del hecho de que antes de la instauración de la dictadura fascista los gobiernos burgueses atraviesan habitualmente por una serie de etapas preparatorias y realizan una serie de medidas reaccionarias, que facilitan directamente el acceso del fascismo al poder. Todo el que no luche en estas etapas preparatorias contra las medidas reaccionarias de la burguesía y contra el creciente fascismo, no está en condiciones de impedir la victoria del fascismo sino que, por el contrario, la facilitará.”[18].
“Característico de la victoria del fascismo, es precisamente la circunstancia de que esta victoria atestigua por una parte la debilidad del proletariado, desorganizado y paralizado por la política escisionista socialdemócrata de colaboración de clase con la burguesía. Pero, por otra parte, revela la debilidad de la propia burguesía que tiene miedo a que se realice la unidad de la lucha de la clase obrera, que teme a la revolución y no está ya en condiciones de mantener su dictadura sobre las masas con los viejos métodos de la democracia burguesa y el parlamentarismo.”[19]
España y el fascismo.
El imperialismo, el choque entre las potencias imperialistas por conquistar un mundo ya repartido y conquistado, desencadenó en 1914 la Primera Guerra Mundial. Tras esta gran Guerra, ya el mundo nunca más volvió a ser como fue antes de la misma. Esta conflagración mundial dio lugar a un mundo donde en el país más extenso del mundo había triunfado la Revolución del Proletariado y éste tomaba en sus manos el poder económico y político de Rusia. Ante un mundo negro de la corrupción, la muerte y del cieno imperialista se erigía un amanecer rojo que irradiaba la posibilidad real de la construcción de un mundo nuevo, donde los explotados y los parias del mundo pudieran emanciparse y romper las cadenas de la ignominia secular a la que habían sido sometidos a lo largo de los siglos como consecuencia de la propiedad privada sobre los medios de producción y la existencia de una sociedad dividida en clases antagónicas.
Como dijimos anteriormente, el triunfo de la Gloriosa Revolución de Octubre de 1917, abre el periodo de Crisis General del Capitalismo y hace que la contradicción que rija en el mundo, en ese mundo que se abría y que todavía perdura, sea la contradicción entre el Socialismo – máxima aspiración que en este momento puede alcanzar el proletariado – y el imperialismo – la única aspiración de los monopolios, del capital financiero. Hemos visto que, en este nuevo mundo que se abre tras la I Guerra Mundial y el triunfo del bolchevismo, los imperialistas no sólo están condenados a la reacción, sino que se engendran las condiciones históricas determinadas que dan lugar al fascismo; la única vía que tiene la oligarquía financiera, los imperialistas, para sostener su moribundo mundo y su criminal sistema.
España en la Primera Guerra Mundial mantuvo un estatus de neutralidad. Este periodo significó un gran negocio para burgueses y terratenientes, a la par que los trabajadores sufrieron en sus carnes la explotación, la miseria e incluso la guerra rifeña al entrar la década de los 20. “A las pocas semanas del inicio de la guerra se desató una febril actividad comercial que se volcó hacia el exterior como nunca lo había hecho. España se convirtió en un exportador neto – las exportaciones se incrementaron un 20%, provocando un superávit en la balanza comercial, algo histórico – y tanto agricultores, como industriales, financieros, aventureros o emprendedores comenzaron a beneficiarse de los ingentes beneficios que iban obteniendo. Cualquier sector que analicemos vivirá un momento de esplendor. A título de ejemplo se puede decir como entre 1917 y 1919 se crearon 59 empresas marítimas y el número de entidades financieras se duplicó entre 1916 y 1920. La producción del carbón se incrementó notablemente, pero también, algo destacado recientemente, la de wolframio que tuvo un crecimiento espectacular hasta 1918, al considerarse un mineral básico para la industria militar”[20]. Las reservas del Banco de España pasaron de 567 millones de pesetas, en 1914 a 2.233 millones en 1918. Esta situación económica, como hemos dicho, no tenía reflejo alguno en las condiciones de vida del proletariado tanto industrial como rural, y es que la voracidad crematística de la burguesía española destinó la inmensa mayoría de la producción a la exportación, generándose en el estado español una situación de desabastecimiento para el pueblo, que provocó el incremento de la inflación, de tal modo que el enriquecimiento de la burguesía contrastaba con la mayor depauperación del proletariado. De tal modo que, si bien durante la primera mitad de la década de los 10s del siglo XX en España hubo un movimiento obrero creciente, en el año 1917 la lucha obrera y campesina se desborda para, una vez triunfante la Revolución Bolchevique de Octubre, intensificarse en el período comprendido entre 1917 y el Golpe de Estado dado por la reacción del militar Miguel Primo de Rivera. Es un período donde a la depauperación de las condiciones de vida del proletariado, a la crisis económica, se añade la crisis política, el desprestigio de la monarquía parlamentaria, el final del turnismo, de crecimiento del malestar en el seno del Ejército como consecuencia del agravio en el trato de los mandos destinados a Marruecos con los presentes en la Península, imposición de leyes que censuraban la libertad de prensa y los derechos políticos, la cuestión de la España Plurinacional y la cuestión de la tierra, y donde los sindicatos de clase se desarrollan y en los partidos obreros cala la influencia de la Revolución de Octubre y, consecuentemente del marxismo-leninismo, produciéndose la Huelga General de agosto del 1917- apoyada fundamentalmente en las zonas industriales (Barcelona y Vizcaya), las zonas mineras de Andalucía y Asturias y las ciudades de Valencia y Madrid pero no apoyada por el agro; el trienio Bolchevique, la Huelga de la Canadiense, etcétera que hicieron que los trabajadores obtuvieran conquistas y avances, como por ejemplo fue la jornada de trabajo de 8 horas.
La burguesía, fundamentalmente la burguesía catalana temerosa del desarrollo del movimiento obrero en Cataluña, ante este escenario de crisis económica, política, social y militar; no dudó en apoyar el golpe militar de Miguel Primo de Rivera, ensayo del fascismo italiano. Mussolini y el Estado Corporativo eran la referencia, al objeto de establecer el orden burgués ante el desprestigio y el agotamiento del Estado “regeneracionista” nacido tras la pérdida de las colonias españolas en 1898. Para Miguel Primo de Rivera “el fascismo italiano era un credo, una doctrina de redención que logró inmediatamente en el mundo entero admiradores y seguidores”[21]. “Uno de los elementos más destacados del régimen de Primo de Rivera fue el ensayo del corporativismo político-social, definido como un marco Integrador que pretendía solucionar los problemas sociales, a través de la intervención del Estado en la vida económica y social, mediante las llamadas agrupaciones intermedias, es decir, las agrupaciones profesionales sindicales y patronales. El objetivo de la intervención del Estado era conseguir la eliminación de los conflictos sociales propiciando la ‘armonización de los intereses contrapuestos’, por medio de organismos permanentes de conciliación y arbitraje, integrados paritariamente por patronos y obreros, presididos por un representante del Estado, que da la fuerza de ley a los acuerdos entre partes.”[22], es decir, la liquidación de la lucha de clases y el sometimiento del proletariado a la burguesía; de hecho el sistema es idéntico al existente en la actualidad.
No es objetivo de este estudio profundizar en la dictadura de Primo de Rivera, sin embargo hay que reseñar que en ella se crean los argumentos doctrinales de la reacción autoritaria durante los años 30: exaltación del mito del Jefe, estructuración jerárquica de la Unión Patriótica, desarrollo de teorías organicistas políticas y sociales, negación del parlamentarismo, defensa de la autarquía, etcétera, de tal modo que, el propio Franco reconoció, en su discurso de 18 de abril de 1938, que “el Movimiento arrancaba del gesto sedicioso de Primo de Rivera, ‘puente entre el pronunciamiento a lo siglo XIX y la concepción orgánica de esos movimientos que se han llamado fascistas o nacionalistas’, a través de los cuales José Antonio pudo continuar y culminar ‘el noble esfuerzo de su padre’ (Franco, 1938, pp 12-13). Como dijo uno de los arquitectos de la teoría política del Nuevo Estado, la vinculación con la Dictadura fue una constante del pensamiento y la acción de Franco, que siempre tuvo in mente los logros y los fracasos del régimen de Primo a la hora de articular su propio sistema de poder (Beneyto, 1979, p. 57). Instauró su primer gobierno regular el aniversario de la caída de Primo, y tres figuras civiles (Guadalhorce, Aunós y Amado) dos militares (Martínez Anido y Gómez-Jordana) de la Dictadura llegaron a ser ministros con Franco, lo que supone un 7,5% del total de los titulares de cartera hasta 1962”[23].
Por tanto, el fascismo fue empleado por la burguesía española ya en la década de los 20s, siendo la Dictadura de Primo de Rivera - cuyo espejo era el fascismo italiano - para contener la crisis en la que se encontraba el régimen, el capitalismo en el estado español. Así mismo, el propio Franco, se encarga de señalar que dicho periodo significó el arranque de su Movimiento, siendo su labor fascista una continuación, con un grado de desarrollo mayor, del inicio sembrado por la Dictadura de Primo de Rivera. Por lo tanto, hay una línea de continuidad no sólo en el seno del Estado español, sino que engarza al estado español con la situación mundial, como no puede ser de otra manera, y demuestra que el fascismo, al contrario de lo que alegan los burgueses de mostrarlo como un extremo vicioso que se toca con el comunismo o que fuera una reacción ante la humillación de los Tratados de Versalles, en realidad es la doctrina ideológica, política y social de los imperialistas una vez el mundo imperialista entra en la Crisis General del capitalismo, el fascismo es la respuesta clasista del Capital Financiero para salvaguardar su régimen criminal y putrefacto.
Esta primera experiencia fascista en España, que como hemos visto sienta las bases de lo que vendría – y está viniendo aún - después, se hacía para salvaguardar el poder de la burguesía, el régimen emanado de la pérdida de las colonias en el 1898, la monarquía y para acabar con la contestación de la clase obrera que pedía mejorar sus condiciones de vida y empezaban a contemplar que la toma del poder podía ser una realidad próxima, de los jornaleros y de los campesinos pobres que pedían la tierra, de los regionalistas catalanes que demandaban un estatus diferente y pedían una redefinición del estado, del Ejército donde existían discordancias entre los mandos, etcétera. Sin embargo, la Dictadura de Primo de Rivera significó un sostén temporal de 7 años de una situación en el que el capitalismo español continuó erosionándose y descomponiéndose, acelerándose el proceso por la crisis mundial del 1929, de tal modo que en abril de 1931 deviene la II República Española con la agudización de las cuestiones que la Dictadura de Primo de Rivera debería haber frenado. Y es que esta experiencia histórica es un gran ejemplo de cómo “el fascismo, que pretende superar las divergencias y las contradicciones existentes en el campo de la burguesía, viene a agudizar todavía más estas contradicciones”[24].
“La proclamación de la República fue un acto progresivo que abría la posibilidad de destruir los obstáculos que entorpecían el avance social y político y retrasaban el florecer económico de España. Pero bien pronto se dejaron sentir las consecuencias del oportunismo del Partido Socialista; de la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera pasó a desempeñar en los gobiernos el papel de auxiliar de los partidos burgueses dejando la dirección del Estado en manos de la burguesía, de una burguesía que demostró en seguida su falta de voluntad para llevar a cabo las transformaciones democráticas que el pueblo exigía y España precisaba. (…) con la proclamación de la República, el bloque de la aristocracia latifundista y de la alta burguesía, que bajo la hegemonía política de la primera había gobernado el país desde la restauración monárquica de 1875, fue desplazado del Poder y sustituido por un bloque de fuerzas que representaba al conjunto de la burguesía, a excepción de algunos sectores del capital monopolista.”[25]
“En los primeros gobiernos republicanos (…) burlando la voluntad y las aspiraciones de las masas, realizaron una política de tolerancia para con las castas a las que el pueblo había desplazado del Poder. Su resistencia a poner fin rápidamente a la herencia de injusticias y privilegios legada por la Monarquía, facilitó el reagrupamiento de la contrarrevolución e hizo inevitable la agudización de las contradicciones de clase”[26].
“No era la primera vez que la pequeña burguesía gobernaba el país. El precedente estaba en la República del 73. Y tanto la Primera como la Segunda República confirmaron la incapacidad de la pequeña burguesía para llevar la revolución democrática hasta el fin.
Intercalada social y políticamente entre un proletariado y unas masas de campesinos pobres fuertemente radicalizados, de un lado, y una aristocracia y una burguesía contrarrevolucionarias, de otro, la pequeña burguesía realizaría forzosamente una política contradictoria y vacilante. Y lo que es más grave, dentro de ese curso oscilatorio prevalecería en la obra de los gobiernos Azaña la inclinación claudicante a granjearse la benevolencia de los de arriba y a reprimir, en cambio, brutalmente los impulsos de justicia social de los de abajo, olvidando que eran los obreros y campesinos, las masas trabajadoras en general, quienes constituían el primer sostén de una auténtica democracia republicana, frente a las fuerzas tradicionales de la reacción española.
Con semejante conducta su fracaso político era inevitable; pues en España, y en aquella situación histórica concreta, se trataba de efectuar y dirigir transformaciones democráticas de hondo contenido social, cuya realización no era posible sin arremeter con denuedo contra los privilegios de las clases superiores y singularmente contra los de la nobleza absentista. Mas, por desdicha, cuando en el país subía la marejada popular en demanda de urgentes reformas, en las Cortes Constituyentes la nave republicana encallaba en el escollo religioso, dejando pendientes los problemas fundamentales de la revolución democrática: Problema agrario, estatutos autonómicos, legislación obrera, democratización del aparato del Estado...
Al Partido Socialista le incumbió una gran responsabilidad en la trayectoria antipopular de los gobiernos pequeñoburgueses. Sus líderes explicaban entonces desde las columnas de «El Socialista» en qué consistía la esencia y la médula de su colaboración gubernamental, de la forma siguiente:
«La colaboración leal de nuestros ministros en el gobierno republicano burgués, implica un sacrificio de todas las horas de cada uno de nuestros principios y de muchas de las conveniencias de los proletarios. Los ministros socialistas ponen su inteligencia y su actividad en estos momentos al servicio de la causa burguesa...» («El Socialista», 27-3-1932).”[27]
“La política de los partidos republicanos pequeño-burgueses y del Partido Socialista Obrero Español no sirvió para consolidar la República, sino para defraudar las esperanzas de las masas y dar a la reacción la posibilidad de rehacer sus posiciones”[28].
“¿Tenía que triunfar inevitablemente la burguesía y la nobleza en España, país donde las fuerzas de la insurrección proletaria se combinan tan ventajosamente con la guerra campesina? (…) Los socialdemócratas españoles estuvieron representados en el gobierno desde los primeros días de la revolución ¿Establecieron acaso un contacto de lucha entre las organizaciones obreras de todas las tendencias políticas incluyendo comunistas y anarquistas? ¿Fundieron a la clase obrera en una sola organización sindical? ¿Exigieron acaso la confiscación de todas las tierras de los terratenientes, de las iglesias y los conventos a favor de los campesinos para conquistar a éstos para la revolución? ¿Intentaron luchar por la autodeterminación nacional de los catalanes, de los vascos, por la liberación de Marruecos? ¿Limpiaron al ejército de elementos monárquicos y fascistas, preparando el paso de las tropas al lado de los obreros y de los campesinos? ¿Disolvieron a la guardia civil, verdugo de todos los movimientos populares, tan odiada por el pueblo? ¿Asestaron algún golpe contra el partido fascista de Gil Robles, contra el poderío del clero católico? No, no hicieron nada de esto. Rechazaron las reiteradas proposiciones de los comunistas sobre la unidad de acción contra la ofensiva de la reacción de los burgueses y de los terratenientes y del fascismo. Promulgaron una ley electoral que permitió a la reacción conquistar la mayoría en las Cortes y una serie de leyes que decretaban duras penas contra los movimientos populares, leyes que sirven ahora para juzgar a los heroicos mineros de Asturias. Fusilaron por mano de la guardia civil a los campesinos que luchaban por la tierra, etc. (…) Así desbrozó la socialdemocracia el camino al poder del fascismo, lo mismo en Alemania que en Austria y que en España, desorganizando y llevando la escisión a las filas de la clase obrera.”[29]
“Tras la derrota del pueblo en marzo de 1939, se instauró en España una dictadura fascista encabezada por el general Franco (…) ¿Cuál era el carácter de ese régimen? ¿Qué intereses servía? (…) Era el poder del capital financiero y de la aristocracia terrateniente, la dictadura terrorista y sangrienta de los grupos más reaccionarios de la gran burguesía y de los latifundistas, que para ejercer su dominación se apoyaban en el Ejército, la Iglesia y en la Falange, fuerza política esta última predominante en el llamado ‘Movimiento Nacional’, donde se fundían, en una abigarrada amalgama, todos los sectores de la reacción española. Utilizando el aparato estatal como un instrumento a su servicio, la oligarquía se sirvió de los fondos del tesoro público para sus negocios y desarrolló en grandes proporciones el capitalismo monopolista de Estado”[30]
La base económica durante el franquismo fue sufriendo transformaciones que, como no puede ser de otro modo, tuvieron su reflejo en la superestructura que, también, fue evolucionando.
Durante la primera fase de la dictadura franquista, la llamada política autárquica que se extiende hasta finales de la década de los 50s, la burguesía acumuló intensivamente capital gracias a un proceso de arrasar el campo y de las formas más brutales de explotación humana, como lo acredita el Canal del Bajo Guadalquivir. En esta fase la dictadura creó en 1941 el Instituto Nacional de Industria (INI) que fue el principal instrumento para acrecentar la producción industrial y, progresivamente, fue conformando los monopolios y edificando el capitalismo monopolista de estado.
Ante la victoria de la URSS en la II Guerra Mundial y su exigencia de acabar con los últimos reductos del fascismo en Europa, EEUU como mayor potencia imperialista inició un camino para romper el aislamiento del franquismo – como consecuencia de que sus aliados fascistas, Hitler y Mussolini, perdieron la guerra – con objeto de mantener a Franco en el poder como garantía para mantener a España en el campo del bloque capitalista. En este sentido los Pactos de Madrid de 1953 rehabilitaron al franquismo internacionalmente y los planes de Estabilización, hacen que la España franquista entre en las instituciones de Bretton Woods, Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, en septiembre de 1958 y, justo antes, la llegada de los tecnócratas al gobierno. Es en este momento donde se conforma el Capitalismo Monopolista de Estado en España. Este hecho implica modificaciones en la superestructura política del estado franquista, la rehabilitación internacional del franquismo y la ruptura de su aislamiento aceleran las transacciones económicas con el exterior, tanto para favorecer las exportaciones como las importaciones y el comercio con las potencias imperialistas, y con ella se desarrolla el capital financiero, los bancos. A lo largo de la década de los 60s y los 70s la industrialización acelerada provocó flujos migratorios de mano de obra del campo a las ciudades, se impulsó el establecimiento de nuevas fábricas y se ampliaron las ya existentes, aterrizaron los monopolios extranjeros y se abrió paso la tecnología, gracias a la introducción de España en la esfera imperialista, a la par que el capital financiero se iba ensanchando cada vez más.
Estas transformaciones de la base económica fueron teniendo su reflejo en la superestructura, como atestigua la progresiva conformación de las Siete leyes Fundamentales, o principios, del Franquismo desde la Carta del Trabajo de 1938 – influencia de la Carta di Lavoro fascista italiana de 1927 -, a la Ley de Cortes de 1942, pasando por la Ley de los Principios del Movimiento Nacional de 1958, o la Ley Orgánica del Estado de 1967.
La Transición y su producto.
La dictadura fascista de Franco implicó no sólo la muerte de muchos de los mejores hijos de este país, sino que significó una represión brutal, que llevó a centenares de miles de obreros a las cárceles, a los trabajos forzados, al exilio, de tal modo que, durante la primera década de la dictadura la clase obrera y su forma roja, su vanguardia revolucionaria, el Partido Comunista se vieron muy diezmados blancos de una represión asfixiante, sin embargo, en ningún momento fueron ni derrotados ni dejaron de actuar y de luchar. “Frente a la acción del Partido por reagrupar a las fuerzas democráticas para la lucha contra la dictadura fascista, la mayoría de los dirigentes socialistas, cenetistas, republicanos y nacionalistas vascos y catalanes pensaban que bajo la dictadura fascista no era posible luchar; en consecuencia, preconizaban la pasividad y la espera, diciendo: ‘Tenemos fascismo para cien años‘. El daño causado al pueblo español por esas actitudes de pasividad ha sido muy grande.”[31]
Tras la derrota de las Potencias del Eje fascista en la II Guerra Mundial, entre los años 1946-1947 se da un estallido de huelgas contra la Dictadura que se iniciaría y adquiriría un mayor grado de fuerza desde el principio de la década de los 50s - sobre todo en Cataluña, pero también en menor grado en País Vasco, Madrid y Valencia - y con un movimiento obrero en una gran parte remozado, la clase obrera en las provincias con mayor desarrollo industrial, donde la clase obrera estaba más desarrollada y era más numerosa, iniciaba un camino de plantes, huelgas, y lucha obrera que fue ampliándose a lo largo de las siguientes dos décadas.
A partir de la década de los 60s, al calor del desarrollo del capitalismo monopolista y de la penetración del capital extranjero, unido a la situación internacional hace que el proletariado se robustezca todavía más y que se sucedan sus luchas económicas y políticas. Los cambios que se operaban en la base económica contrastaban con un Régimen que permanecía impasible y que emprendió un proceso de institucionalización que se coronó con la Ley Orgánica del Estado a principio de 1967. Esta institucionalización del franquismo exacerbó y sacó a la palestra con virulencia la cuestión nacional, fundamentalmente en Cataluña y en el País Vasco, donde la actividad de ETA significaba una erosión muy importante para al Régimen. Así mismo, dicha contradicción conllevó, también, que el movimiento huelguístico se extendiera y no quedase en las fábricas, altos hornos, etcétera, sino que prendiese también entre los estudiantes universitarios, maestros, médicos incluso científicos en las provincias más importantes del país. De hecho, la proliferación de las huelgas, y la cada vez mayor intensidad y fortaleza de las mismas, empujó a la Dictadura franquista a decretar en varias ocasiones el estado de excepción.
Esta crisis social y política se agudizó, todavía más, con el estallido de la crisis del petróleo de 1973, a la movilización de la clase obrera, así como las acciones de organizaciones militares como ETA, que en diciembre de 1973 atentó de manera exitosa contra la vida del Almirante, y primer ministro, Luis Carrero Blanco, llevó al Régimen a agudizar, todavía más, la represión, asesinando con garrote vil a Puig Antich en 1974, y fusilando a dos miembros de ETA y 3 del FRAP en septiembre de 1975.
Una vez muerto el tirano, en noviembre del 75, que no su obra; los franquistas plenamente apoyados por los monopolios, iniciaron un proceso para sostener el Poder. Sin embargo, la clase obrera y las demás clases populares tenían una correlación de fuerza favorable para que hubiera habido una ruptura democrática con el fascismo, ruptura que no se dio.
“La más clara ilustración del convulso ambiente social que impregnó la primera parte de 1976 fueron los sucesos acaecidos en Vitoria en el mes de marzo. Allí, la muerte de cinco trabajadores víctimas de la represión policial fue el origen de una serie de altercados tan graves que, según fuentes inglesas, ‘ni el gobierno ni su programa sobrevivirían a un grado de violencia y movilización mucho mayor en escala al desatado en las calles de Vitoria’. Además, como apuntó un antiguo embajador español en Londres, las enardecidas jornadas vividas en la capital alavesa ‘no fueron un ejemplo aislado’ de la agitación existente en algunas partes del país, sino simplemente ‘un ejemplo particularmente malo’ de una situación de convulsión generalizada que amenazaba el orden sociopolítico”[32]
“En efecto, la desaparición del dictador abrió nuevas oportunidades para la protesta y desbordó las expectativas que influyeron decisivamente en la crecida de un vigoroso torrente de protestas”[33]
Y mientras la clase obrera y las clases populares en la calle se jugaban la vida y mostraban una correlación de fuerzas favorable para una ruptura democrática en España, los fascistas y los oportunistas pergeñaron un pacto político por el que se decidió habilitar al Estado franquista, con una mera Reforma por la que se acataban los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional fascista, permaneciendo el poder en manos de los monopolios, del capital financiero.
Y es que la Constitución de 1978 es el resultado de la traición del oportunismo al proletariado español, donde los oportunistas – con un papel activo del PCE – no dudaron en consensuar junto con los herederos de Franco este marco normativo por el que la burguesía aseguró plenamente sus objetivos – consagrar explícitamente el capitalismo en su artículo 38, integrarse en los organismos y mecanismos imperialistas (OTAN, UE), mantenimiento de la simbología fascista (bandera, Corona y Unidad de España), conservar intacta la maquinaria del poder del estado franquista ya sea en el Ejército, en la Judicatura, etcétera -, por el contrario, dicha Constitución significó un auténtico fraude para la solución de los problemas que afectan al Pueblo de tal modo que la banca privada continuó siendo el núcleo fundamental del poder económico junto con las sociedades industriales que conforman las oligarquías; no solventándose la cuestión nacional, negándoseles a los pueblos el derecho a la autodeterminación; negándose las posibles vías de participación directa de los ciudadanos en las instituciones; perpetuando la desigualdad territorial y tampoco se resolvió la cuestión de la tierra, no poniéndose en práctica la Reforma Agraria que reclama las necesidades democráticas del campo, etcétera.
Ese proceso de Transición otorgó todo a la oligarquía, a los franquistas que de la noche a la mañana se tornaron “demócratas” mientras se le negó absolutamente todo al Pueblo. Todo ello en un momento histórico donde, como hemos dicho anteriormente, la correlación de fuerzas sí eran favorables para un proceso de ruptura democrática y de avance del proletariado y los pueblos que componen el estado español, a pesar de que esta realidad sea negada por los oportunistas de hoy, herederos del Carrillismo traidor. Hace un par de años, la prensa burguesa española descubría una entrevista de hace 21 años donde el franquista Adolfo Suárez le reconocía a Victoria Prego que tras la muerte del asesino Franco “blindó la monarquía”, que obviamente los traidores oportunistas tragaron, porque si en dicho período se hubiera hecho en España un referéndum entre monarquía o república, la república se hubiera impuesto. A pesar de las traiciones, la fuerza de la lucha de la clase obrera y las clases populares en dicho periodo consiguió arrancar algunas conquistas.
Para comprobar que la Transición y su resultado fue una absoluta traición a las clases laboriosas del estado español basta leer a destacados fascistas como Martín Villa, participe en los asesinatos de Vitoria en 1976 y protegido por la Justicia Española, señalaba en 1985 que “la Transición fue obra, sobre todo, de reformistas del franquismo, quiénes disfrutaron de un amplio margen de maniobra para ejecutar el proyecto de reforma política del Rey”[34]; por no hablar de lo que señalaba el fascista Albert Rivera en el Parlamento el pasado 2 de marzo de 2016 donde loaba la traición del PCE de Carrillo en dicho momento histórico, en la Transición, de la siguiente manera “aquéllos hombres y mujeres trajeron libertad, igualdad, amnistía, autonomía y se dieron la mano bajo una misma bandera y una misma constitución y hubieron muchas renuncias de aquél Partido Comunista (PCE) pero demostraron tener sentido de Estado. Yo quiero hoy homenajear a aquéllos hombres y mujeres que independientemente de su ideología eran capaces de participar ¿Cuántos ministerios y secretarías de estado pedían desde el PCE? Ninguna, sólo pedían libertad”.
Una vez salvaguardado el Estado franquista con la Constitución de 1978, y su periodo de ‘Transición’, se han ido sucediendo gobiernos de los fascistas y de la socialdemocracia cumpliéndose exactamente lo que señalaba el Komintern en su VI Congreso en lo concerniente a “la crisis del capitalismo y el fascismo”, “con objeto de adaptarse a las modificaciones de la coyuntura política, la burguesía utiliza alternativamente los métodos fascistas y los métodos de coalición con la socialdemocracia, dándose el caso de que, a menudo, esta última desempeña un papel altamente fascista. En el curso de los acontecimientos manifiesta tendencias fascistas, lo cual no le impide, en otras circunstancias políticas, agitarse contra el gobierno burgués en calidad de partido de oposición. El método fascista y el de coalición con la socialdemocracia son habituales para el capitalismo ‘normal’ y constituyen un signo de la crisis capitalista general, son utilizados por la burguesía para retrasar la marcha progresiva de la revolución”[35]. Esto lo vemos nítidamente en España, donde en estos 40 últimos años se han repartido el gobierno 20 años el PSOE y otros 20 años los franquistas – ya sea mediante la UCD o el PP. No nos equivocamos afirmando que ambos son iguales de fascistas. En este sentido hay que recordar la “reconversión industrial” desarrollada por el PSOE – con personajes fascistas como Solchaga, Almunia, Felipe González o el propio Corcuera que era dirigente de la UGT - que destruyó prácticamente 3 millones de puestos de trabajo. Este hecho, aparte de la destrucción de puestos de trabajo decentes, significó un auténtico genocidio en la organización sindical de la clase obrera, acostumbrada a los métodos de lucha contra el fascismo y curtida en la lucha de clases. Con una clase obrera decapitada de la parte más numerosa y aguerrida sindicalmente, y bajo la acción del oportunismo, el fascismo ya penetraba, sin miramientos y con una menor resistencia, en los centros de trabajo. El PSOE siempre fiel a su papel a lo largo de la historia de España, el de allanar el camino al capitalismo monopolista, y al fascismo.
Cuarenta años de “democracia” ha servido para que los monopolios sigan detentando el Poder, el capitalismo sea el sistema económico, el capitalismo monopolista de Estado español se haya integrado en las estructuras políticas y económicas imperialistas – CEE, UE -, así como en las militares – OTAN -, que el aparato del Estado siga estando en manos de los fascistas – Judicatura, Ejército, etcétera – y que los derechos políticos y democráticos de las naciones que componen el Estado, así como de la clase obrera, sean ferozmente reprimidos y negados. Tienen motivos los fascistas en estar contentos y en defender la Transición y el teatrillo democrático resultante, donde predomina la represión, la impunidad, la explotación y la corrupción.
Una democracia donde el Estado ha practicado el Terrorismo de Estado de manera abierta, donde se ha robado al pueblo inmisericordemente, donde los fascistas impunemente, y sin vergüenza, dan lecciones de democracia a la par que se ilegaliza a la clase obrera y a toda ideología que cuestione a las Siete Leyes Fundamentales del Movimiento, de las que emanan la Constitución Española. Una democracia que pisotea el derecho al trabajo y la dignidad de la clase obrera, que la lanza a la miseria y a la muerte, que hace guerras imperialistas, con presos políticos, con secuestros de publicaciones y periódicos, con represión política y sindical feroz, con exiliados políticos, con partidos políticos ilegalizados, ferozmente anticomunista y donde todas las estructuras del Estado, absolutamente todas, están totalmente podridas.
En la prensa burguesa, en 2014, se hacía una radiografía política y sociológica de la situación del estado español, donde podía leerse que “la legitimidad del orden político está al albur de una oligarquía que controla los mecanismos institucionales de mediación. El capitalismo puede prescindir de la democracia, pero no de la corrupción. El grado de putrefacción de las instituciones, horadado por la plutocracia en el poder, afecta al conjunto de la estructura social. (…) como están implicados unos y otros – partidos, sindicatos o empresarios -, la corrupción pública se considera una acción sin ideología. Todos pueden vender su alma al dinero. Así se encubre el carácter de clase de la corrupción bajo los tópicos de la manzana podrida, la oveja negra, etc. (…) En España, los comportamientos inherentes a prácticas corruptos, incluida la política, son imputables a una cultura antidemocrática proveniente del franquismo sociológico aún vigente (…) Es el tiempo de salvar a la patria de los políticos y la política. Ni de derechas ni de izquierdas, ni ideologías ni clases sociales. Así se oculta la corrupción social, más peligrosa, que impide la emergencia de una sociedad democrática. La corrupción en España se da en todos los ámbitos de la vida pública y privada, crea y favorece el advenimiento de una moral corrupta, de la cual los partidos políticos son la punta del iceberg. Pensar que solo afecta al orden político, a los partidos hegemónicos, regionales y nacionalistas es no entender su origen: una cultura antidemocrática y oligárquica enquistada en la vida cotidiana”[36]. La prensa ‘crítica’ se queda corta, la cultura forma parte de la superestructura y, por tanto, es un reflejo de la estructura económica. Lo que describe de la supuesta democracia española postfranco, es la consecuencia de la base económica, del capitalismo monopolista y corrompido, es el reflejo de la putrefacción económica reflejada en la superestructura.
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1ª PARTE
Llegamos a este Pleno del Comité Central en un momento de crisis muy profunda del Capitalismo Monopolista de Estado. El cierre en falso que supuso la Transición a los problemas que azotan al estado español, y que la burguesía se ha mostrado incapaz de resolver, con la agudización de la crisis económica, con la bancarrota económica del Estado, ha extendido la crisis a todas las esferas de la vida, no sólo económica, sino social, política y al Estado mismo.
El grado de represión aplicado tanto por el Gobierno de Zapatero como por el periodo de Gobierno de Mariano Rajoy, que ha dado varios giros de tuerca en la dirección de extrema reacción del Estado - con apoyo implacable del PSOE y C’s, y con la anuencia del traidor oportunismo que formalmente impugna con levedad pero que defiende el Estado burgués cuya adhesión es tan inquebrantable como la de los fascistas – que se refleja en la ilegalización y el encarcelamiento de las ideas, en la liquidación práctica del derecho a la Huelga, la negociación colectiva, la aplicación de un conjunto de leyes represivas que ilegalizan en la práctica a la clase obrera y su lucha, los ataques inmisericordes a la libertad de expresión y a la libertad política llegando a los acontecimientos acaecidos en Cataluña llevan a nuestra militancia, y una parte importante del Movimiento Comunista Español, a la discusión sobre si nos encontramos en el fascismo, si el Estado es fascista.
Así, pues, desarrollaremos un análisis dialéctico estudiando qué es el fascismo, bajo qué condiciones se desarrolla, cuales son los rasgos propios del fascismo, como se manifiesta y analizaremos el desarrollo del Estado español para determinar si éste es o no fascista para, finalmente, alcanzar las conclusiones pertinentes.
¿Qué es el fascismo? Una primera aproximación.
La mayoría de los camaradas, cuando se les pregunta ¿qué es el fascismo?, no suelen dudar en dar una respuesta similar a esta: “es la dictadura terrorista, sangrienta, de las fuerzas más reaccionarias de la burguesía originada por la crisis general del capitalismo”.
Partiendo de esta definición, nos muestra que el fascismo es una forma de dictadura de la burguesía, más concretamente de sus fuerzas más reaccionarias, y nos señala la causa: La Crisis General del Capitalismo, que se inicia con el triunfo de la Gloriosa Revolución Bolchevique de Octubre.
En “el siglo XX señala el punto de viraje del viejo capitalismo al nuevo, de la dominación del capital en general a la dominación del capital financiero.” [1]. Este cambio de base económica, del capitalismo de ‘libre competencia’ al monopolista, conlleva, forzosamente, una transformación de la superestructura, como consecuencia del cambio operado en la estructura de tal modo que, según Lenin, “en el aspecto político el imperialismo es, en general, una tendencia a la violencia y a la reacción”[2]. Ello implica que el capitalismo putrefacto genere “‘nuevos’ métodos y formas de gobierno (por ejemplo, el sistema de gabinetes poco numerosos, la creación de grupos oligárquicos que actúan tras cortina, la degeneración y la falsificación de la funciones de la ‘representación nacional’, la limitación y la supresión de las ‘libertades democráticas’, etcétera).” [3].
El imperialismo pues, en el aspecto político, tiende a la violencia y a la reacción y, consecuentemente, a la conformación de una superestructura diferente, por ejemplo, en los “nuevos’ métodos y formas de gobierno”. Sin embargo, el fascismo es una forma de cómo se concretiza la reacción política de la burguesía bajo unas condiciones históricas determinadas. “Este proceso de ofensiva de la reacción burguesa-imperialista adopta, en condiciones históricas determinadas, la forma del fascismo. Dichas condiciones son: la inestabilidad de las relaciones capitalistas; la existencia de un gran número de elementos sociales desplazados; la pauperación de grandes sectores de la pequeña burguesía urbana y de los intelectuales; el descontento de la pequeña burguesía agraria y finalmente, la amenaza constante de acciones de masa proletarias. Con objeto de asegurarse un poder más estable, más firme y más duradero, la burguesía se ve obligada cada día más a pasar del sistema parlamentario al método fascista, que no se halla sujeto a las relaciones y combinaciones entre partidos. Este método es el de la dictadura directa, cuya verdadera faz se halla ideológicamente cubierta por medio de ‘ideales nacionales’, representaciones ‘profesionales’ (es decir, grupos diversos de las clases dominantes), y el método de utilización del descontento de la pequeña burguesía y de los intelectuales mediante una demagogia social particular (antisemitismo, ataques parciales al capital usurario, indignación ante el charlatanismo parlamenterio) y la corrupción bajo la forma de creación en la milicia fascista, en el aparato del partido y entre los funcionarios de una jerarquía cohesionada y bien retribuida. Al mismo tiempo, el fascismo hace esfuerzos para introducirse en los medios obreros, reclutando a los elementos más atrasados, explotando su descontento y la pasividad de la socialdemocracia, etcétera. El objetivo principal del fascismo consiste en la devastación de la vanguardia obrera revolucionaria, es decir, el sector comunista del proletariado y, particularmente, sus militantes más activos. La combinación de la demagogia social, de la corrupción y del terror blanco, al lado de una agresividad imperialista extrema en la esfera de la política exterior, constituyen los rasgos más salientes del fascismo. Después de haber sido utilizada la fraseología anticapitalista en los periodos particularmente críticos para la burguesía, el fascismo, sintiéndose firme en el poder, ha ido perdiendo por el camino sus oropeles anticapitalistas, para manifestarse cada vez más como la dictadura terrorista del gran capital.”[4]
Tenemos, pues, que la libre competencia y el capitalismo mercantil fenecieron siendo enterrados por el capitalismo monopolista, por el capital financiero, por el imperialismo que con su desarrollo conlleva una transformación de la superestructura, concretamente la tendencia política a la violencia y la reacción, que iniciado el periodo de Crisis General del Capitalismo (periodo que se inicia con el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917, iniciándose el derrumbamiento revolucionario del capitalismo y el desgajamiento de este, y en el que rige a nivel mundial la contradicción fundamental entre socialismo – aspiración máxima del proletariado – el imperialismo – aspiración máxima de los monopolios) y bajo sus condiciones históricas ejerce su dominación violenta y reaccionaria bajo las formas y métodos del fascismo.
“El fascismo no es una forma de Poder estatal que esté, como se pretende, ‘por encima de ambas clases, del proletariado y de la burguesía’, como ha afirmado por ejemplo Otto Bauer. No es ‘la pequeña burguesía insurreccionada que se ha apoderado del aparato del Estado’, como declara el socialista inglés Brailsford. No. El fascismo no es un poder situado por encima de las clases, ni el poder de la pequeña burguesía o del lumpenproletariado sobre el capital financiero. El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y la parte revolucionaria de los campesinos y de los intelectuales. El fascismo en política exterior es el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás pueblos.”[5].
La ideología del fascismo.
Sin embargo, el fascismo no sólo son las formas y los métodos que el capital financiero, bajo unas condiciones históricas determinadas, emplea para hacer perpetuo su dominio, para ejercer su dictadura. Este fin, el cual, como todas las doctrinas económicas y políticas, tiene que estar armado por una justificación, un análisis crítico del pasado y del presente efectuado bajo el prisma de una ideología que le dota de un programa político. En consecuencia, el fascismo no sólo se queda en la forma o en los métodos de la aplicación de la dictadura criminal de los monopolios, del capital financiero, sino que es su doctrina ideológica y política que es criminal y demencial.
Hemos visto que el VI Congreso del Komintern nos indicaba que el objetivo principal del fascismo consiste en la liquidación de la vanguardia obrera revolucionaria, del sector comunista del proletariado. De hecho, una vez el proletariado ha sido capaz de tomar el Poder Político en Rusia, cuando el Bolchevismo emergió triunfante en la Gloriosa Revolución de Octubre de 1917 y se da inicio al periodo de Crisis General del Capitalismo, se engendra la condición fundamental del nacimiento del fascismo.
En este sentido, es característico de la ideología fascista el anticomunismo, que es la expresión de los intereses del capitalismo monopolista en su cruzada contra las fuerzas del socialismo, del progreso social y contra el movimiento obrero, contra las fuerzas del comunismo, el Movimiento Comunista Internacional y contra los pueblos que defienden su emancipación o liberación nacional. El anticomunismo exacerbado forma parte esencial del corpus ideológico del fascismo, sin embargo, el anticomunismo no es exclusivo del fascismo sino que es común a toda la reacción, de los defensores del imperialismo, y de aquéllos que se denominan demócratas – burgueses, por supuesto – desde las filas del oportunismo, de la socialdemocracia, siendo la base ideológica de la reacción política del imperialismo, así como la ideología oficial de los Estados imperialistas.
La oligarquía financiera sabe, perfectamente, que el imperialismo únicamente puede sostenerse mediante la reacción. Y también sabe que la única alternativa que existe atiende a la consigna ¡Socialismo o barbarie!, siendo el imperialismo la barbarie. “La burguesía dominante busca cada vez más su salvación en el fascismo (…) Intentan atajar el crecimiento de las fuerzas de la revolución mediante la destrucción del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos (…). Para esto necesitan el fascismo” [6]
Otro rasgo característico ideológico del fascismo es el repudio y el desprecio máximo al Humanismo. El fascismo de hecho es antagonista del Humanismo, despojando al ser humano de su dignidad, de su derecho al libre desarrollo, reprimiendo y anulando su libertad, sus derechos naturales como ser humano, deshumanizándolo y convirtiéndolo en un utensilio al servicio de la oligarquía y de su instrumento de sometimiento, el Estado. El fascismo es la negación del hombre, “es una concepción histórica, según la cual el hombre no es lo que es sino en función del proceso espiritual a que contribuye, en el grupo de la familia y de la sociedad, en la nación y en la Historia, a la que todas las naciones colaboran.” [7]. El fascismo es idealismo, chovinismo en política exterior, nacionalismo burgués exacerbado, racismo, niega la lucha de clases como motor de la historia abogando, falsamente, por la conciliación y colaboración entre clases cuando, en realidad es la respuesta de clase dada por el capital financiero, por la burguesía monopolista, al proceso de descomposición del imperialismo que se desarrolla en el período de crisis general del capitalismo, de tal modo que el fascismo bajo todo este manto ideológico burgués, de auténtica escoria ideológica, arriba a su principio político fundamental: el Estado lo es todo, todos y todo debe quedar subordinado al Estado, nada fuera del Estado y nada contra el Estado; eso sí, el sistema económico que sostiene el Estado fascista es el capitalismo estando el mismo en manos de la burguesía. Un Estado que es instrumento del capital financiero para someter y saquear a otros pueblos del mundo al fin de salvaguardar e incrementar sus tasas de ganancias y ensanchar su dominio económico, mediante una política exterior de guerra, y que impone en el interior una dictadura terrorista que liquida los derechos del proletariado, las clases populares e incluso de capas de la burguesía imponiendo el sometimiento de éstos a los intereses del Estado, o lo que es lo mismo, a los intereses de la oligarquía. Un Estado que persigue perpetuarse para conseguir la perduración, por los siglos de los siglos, del imperialismo o capitalismo putrefacto.
El fascismo es revisionismo histórico que utiliza con habilidad todo tipo de engaño y demagogia, de tal modo que “los fascistas revuelven con el hocico la historia de cada pueblo para presentarse como herederos y continuadores de todo lo que hay de elevado y heroico en su pasado, y explotan todo lo que humilla y ofende a los sentimientos nacionales del pueblo como arma contra los enemigos del fascismo”[8], y actuando con un oportunismo ilimitado, de tal modo que “el fascismo logra atraerse a las masas porque apela en forma demagógica a sus necesidades y exigencias más candentes (…) no sólo azuza los prejuicios hondamente arraigados en las masas, sino que especula también con los mejores sentimientos de estas, con su sentimiento de justicia, y a veces incluso con sus tradiciones revolucionarias(…) el fascismo adapta su demagogia a las particularidades nacionales de cada país e incluso a las particularidades de las diferentes capas sociales dentro de un mismo país”[9] con el objetivo de arrastrarlos al sometimiento a los intereses de la burguesía monopolista y al mantenimiento de la base económica capitalista. “La economía corporativa respeta el principio de la propiedad privada. La propiedad privada completa la personalidad humana: es un derecho, y si es un derecho, es también un deber (…) la economía corporativa respeta la iniciativa privada. En la Carta del Trabajo está dicho claramente que el Estado interviene sólo cuando la economía individual es deficiente, inexistente o insuficiente (…) Los principios corporativos establecen el orden inclusive en la economía.” [10]
“Uno de los aspectos más flojos de la lucha antifascista de nuestros Partidos consiste en que no reaccionan suficientemente, ni a su debido tiempo, contra la demagogia del fascismo y en que todavía hoy siguen tratando despectivamente los problemas de la lucha contra la ideología fascista. Muchos camaradas no creían que una variedad tan reaccionaria de la ideología burguesa, como la ideología del fascismo que en su absurdo llega con harta frecuencia hasta el desvarío, fuese en general capaz de conquistar influencia sobre las masas. Esto fue un gran error. La avanzadísima putrefacción del capitalismo cala hasta la médula de su ideología y su cultura, y situación desesperada de las extensas masas del pueblo, predispone a ciertos sectores al contagio con los detritus ideológicos de este proceso de putrefacción. (…) No debemos menospreciar, en modo alguno, esta fuerza de contagio ideológico del fascismo”[11].
“El fascismo es el poder del propio capital financiero”[12], por tanto, como una de las formas que puede revestir la dictadura de la burguesía en el imperialismo, tiene no sólo un carácter de clase, sino también un ámbito mundial. El fascismo nació como reacción contra el Poder Bolchevique, el internacionalismo proletariado impulsado por la Revolución bolchevique triunfante en Rusia, para “atajar el crecimiento de las fuerzas de la revolución mediante la destrucción del movimiento obrero revolucionario de los obreros y campesinos”[13] pero también, para que los monopolios, el capital financiero, resolviera “el problema de los mercados mediante la esclavización de los pueblos débiles, mediante el aumento de la opresión colonial y un nuevo reparto del mundo por la vía de la guerra”[14]. El fascismo fue, y sigue siendo, la tabla de salvación de la oligarquía financiera para salvar al imperialismo.
El desarrollo y la subida al poder del fascismo.
“El desarrollo del fascismo y la propia dictadura fascista revisten en los distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y económicas, las particularidades nacionales y la posición internacional de cada país. En unos países, principalmente allí donde el fascismo no cuenta con una amplia base de masas, y donde la lucha entre los distintos grupos en el campo de la propia burguesía fascista es bastante dura, el fascismo no se decide inmediatamente a acabar con el parlamento y permite a los demás partidos burgueses, así como a la socialdemocracia, cierta legalidad. En otros países donde la burguesía dominante teme el próximo estallido de la revolución, el fascismo establece su monopolio político ilimitado, bien de golpe y porrazo, bien intensificando cada vez más el terror y el ajuste de cuentas con todos los partidos y agrupaciones rivales, lo cual no excluye que el fascismo, en el momento en que se agudice de un modo especial su situación, intente extender su base para combinar – sin alterar su carácter de clase – la dictadura terrorista abierta con una burda falsificación del parlamentarismo.”[15]
“Con objeto de adaptarse a las modificaciones de la coyuntura política, la burguesía utiliza alternativamente los métodos fascistas y los métodos de coalición con la socialdemocracia, dándose el caso de que, a menudo, esta última desempeña un papel altamente fascista. En el curso de los acontecimientos manifiesta tendencias fascistas, lo cual no le impide, en otras circunstancias políticas, agitarse contra el gobierno burgués en calidad de partido de oposición. El método fascista y el de coalición con la socialdemocracia son habituales para el capitalismo ‘normal’ y constituyen un signo de la crisis capitalista general, son utilizados por la burguesía para retrasar la marcha progresiva de la revolución”[16].
“La subida del fascismo al poder no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de la burguesía – la democracia burguesa – por otra, por la dictadura terrorista abierta. Pasar por alto esta diferencia sería un error grave, que impediría al proletariado revolucionario movilizar a las amplísimas capas de los trabajadores de la ciudad y del campo para luchar contra la amenaza de la toma del poder por los fascistas, así como aprovechar las contradicciones existentes en el campo de la propia burguesía. Sin embargo, no menos grave y peligroso es el error de no apreciar suficientemente el significado que tienen para la instauración de la dictadura fascista las medidas reaccionarias de la burguesía que se intensifican actualmente en los países de la democracia burguesa, medidas que reprimen las libertades democráticas de los trabajadores, restringen y falsean los derechos del parlamento y agravan las medidas de represión contra el movimiento revolucionario.”[17].
“No hay que representarse la subida del fascismo al poder de una forma tan simplista y llana como si un comité cualquiera del capital financiero tomase el acuerdo de implantar en tal o cual día la dictadura fascista. En realidad el fascismo llega generalmente al poder en lucha recíproca, a veces enconada, con los viejos partidos burgueses o con determinada parte de éstos, en lucha incluso en el seno del propio campo fascista, que muchas veces conduce a choques armados, como hemos visto en Alemania, Austria y otros países. Todo esto, sin embargo, no disminuye la significación del hecho de que antes de la instauración de la dictadura fascista los gobiernos burgueses atraviesan habitualmente por una serie de etapas preparatorias y realizan una serie de medidas reaccionarias, que facilitan directamente el acceso del fascismo al poder. Todo el que no luche en estas etapas preparatorias contra las medidas reaccionarias de la burguesía y contra el creciente fascismo, no está en condiciones de impedir la victoria del fascismo sino que, por el contrario, la facilitará.”[18].
“Característico de la victoria del fascismo, es precisamente la circunstancia de que esta victoria atestigua por una parte la debilidad del proletariado, desorganizado y paralizado por la política escisionista socialdemócrata de colaboración de clase con la burguesía. Pero, por otra parte, revela la debilidad de la propia burguesía que tiene miedo a que se realice la unidad de la lucha de la clase obrera, que teme a la revolución y no está ya en condiciones de mantener su dictadura sobre las masas con los viejos métodos de la democracia burguesa y el parlamentarismo.”[19]
España y el fascismo.
El imperialismo, el choque entre las potencias imperialistas por conquistar un mundo ya repartido y conquistado, desencadenó en 1914 la Primera Guerra Mundial. Tras esta gran Guerra, ya el mundo nunca más volvió a ser como fue antes de la misma. Esta conflagración mundial dio lugar a un mundo donde en el país más extenso del mundo había triunfado la Revolución del Proletariado y éste tomaba en sus manos el poder económico y político de Rusia. Ante un mundo negro de la corrupción, la muerte y del cieno imperialista se erigía un amanecer rojo que irradiaba la posibilidad real de la construcción de un mundo nuevo, donde los explotados y los parias del mundo pudieran emanciparse y romper las cadenas de la ignominia secular a la que habían sido sometidos a lo largo de los siglos como consecuencia de la propiedad privada sobre los medios de producción y la existencia de una sociedad dividida en clases antagónicas.
Como dijimos anteriormente, el triunfo de la Gloriosa Revolución de Octubre de 1917, abre el periodo de Crisis General del Capitalismo y hace que la contradicción que rija en el mundo, en ese mundo que se abría y que todavía perdura, sea la contradicción entre el Socialismo – máxima aspiración que en este momento puede alcanzar el proletariado – y el imperialismo – la única aspiración de los monopolios, del capital financiero. Hemos visto que, en este nuevo mundo que se abre tras la I Guerra Mundial y el triunfo del bolchevismo, los imperialistas no sólo están condenados a la reacción, sino que se engendran las condiciones históricas determinadas que dan lugar al fascismo; la única vía que tiene la oligarquía financiera, los imperialistas, para sostener su moribundo mundo y su criminal sistema.
España en la Primera Guerra Mundial mantuvo un estatus de neutralidad. Este periodo significó un gran negocio para burgueses y terratenientes, a la par que los trabajadores sufrieron en sus carnes la explotación, la miseria e incluso la guerra rifeña al entrar la década de los 20. “A las pocas semanas del inicio de la guerra se desató una febril actividad comercial que se volcó hacia el exterior como nunca lo había hecho. España se convirtió en un exportador neto – las exportaciones se incrementaron un 20%, provocando un superávit en la balanza comercial, algo histórico – y tanto agricultores, como industriales, financieros, aventureros o emprendedores comenzaron a beneficiarse de los ingentes beneficios que iban obteniendo. Cualquier sector que analicemos vivirá un momento de esplendor. A título de ejemplo se puede decir como entre 1917 y 1919 se crearon 59 empresas marítimas y el número de entidades financieras se duplicó entre 1916 y 1920. La producción del carbón se incrementó notablemente, pero también, algo destacado recientemente, la de wolframio que tuvo un crecimiento espectacular hasta 1918, al considerarse un mineral básico para la industria militar”[20]. Las reservas del Banco de España pasaron de 567 millones de pesetas, en 1914 a 2.233 millones en 1918. Esta situación económica, como hemos dicho, no tenía reflejo alguno en las condiciones de vida del proletariado tanto industrial como rural, y es que la voracidad crematística de la burguesía española destinó la inmensa mayoría de la producción a la exportación, generándose en el estado español una situación de desabastecimiento para el pueblo, que provocó el incremento de la inflación, de tal modo que el enriquecimiento de la burguesía contrastaba con la mayor depauperación del proletariado. De tal modo que, si bien durante la primera mitad de la década de los 10s del siglo XX en España hubo un movimiento obrero creciente, en el año 1917 la lucha obrera y campesina se desborda para, una vez triunfante la Revolución Bolchevique de Octubre, intensificarse en el período comprendido entre 1917 y el Golpe de Estado dado por la reacción del militar Miguel Primo de Rivera. Es un período donde a la depauperación de las condiciones de vida del proletariado, a la crisis económica, se añade la crisis política, el desprestigio de la monarquía parlamentaria, el final del turnismo, de crecimiento del malestar en el seno del Ejército como consecuencia del agravio en el trato de los mandos destinados a Marruecos con los presentes en la Península, imposición de leyes que censuraban la libertad de prensa y los derechos políticos, la cuestión de la España Plurinacional y la cuestión de la tierra, y donde los sindicatos de clase se desarrollan y en los partidos obreros cala la influencia de la Revolución de Octubre y, consecuentemente del marxismo-leninismo, produciéndose la Huelga General de agosto del 1917- apoyada fundamentalmente en las zonas industriales (Barcelona y Vizcaya), las zonas mineras de Andalucía y Asturias y las ciudades de Valencia y Madrid pero no apoyada por el agro; el trienio Bolchevique, la Huelga de la Canadiense, etcétera que hicieron que los trabajadores obtuvieran conquistas y avances, como por ejemplo fue la jornada de trabajo de 8 horas.
La burguesía, fundamentalmente la burguesía catalana temerosa del desarrollo del movimiento obrero en Cataluña, ante este escenario de crisis económica, política, social y militar; no dudó en apoyar el golpe militar de Miguel Primo de Rivera, ensayo del fascismo italiano. Mussolini y el Estado Corporativo eran la referencia, al objeto de establecer el orden burgués ante el desprestigio y el agotamiento del Estado “regeneracionista” nacido tras la pérdida de las colonias españolas en 1898. Para Miguel Primo de Rivera “el fascismo italiano era un credo, una doctrina de redención que logró inmediatamente en el mundo entero admiradores y seguidores”[21]. “Uno de los elementos más destacados del régimen de Primo de Rivera fue el ensayo del corporativismo político-social, definido como un marco Integrador que pretendía solucionar los problemas sociales, a través de la intervención del Estado en la vida económica y social, mediante las llamadas agrupaciones intermedias, es decir, las agrupaciones profesionales sindicales y patronales. El objetivo de la intervención del Estado era conseguir la eliminación de los conflictos sociales propiciando la ‘armonización de los intereses contrapuestos’, por medio de organismos permanentes de conciliación y arbitraje, integrados paritariamente por patronos y obreros, presididos por un representante del Estado, que da la fuerza de ley a los acuerdos entre partes.”[22], es decir, la liquidación de la lucha de clases y el sometimiento del proletariado a la burguesía; de hecho el sistema es idéntico al existente en la actualidad.
No es objetivo de este estudio profundizar en la dictadura de Primo de Rivera, sin embargo hay que reseñar que en ella se crean los argumentos doctrinales de la reacción autoritaria durante los años 30: exaltación del mito del Jefe, estructuración jerárquica de la Unión Patriótica, desarrollo de teorías organicistas políticas y sociales, negación del parlamentarismo, defensa de la autarquía, etcétera, de tal modo que, el propio Franco reconoció, en su discurso de 18 de abril de 1938, que “el Movimiento arrancaba del gesto sedicioso de Primo de Rivera, ‘puente entre el pronunciamiento a lo siglo XIX y la concepción orgánica de esos movimientos que se han llamado fascistas o nacionalistas’, a través de los cuales José Antonio pudo continuar y culminar ‘el noble esfuerzo de su padre’ (Franco, 1938, pp 12-13). Como dijo uno de los arquitectos de la teoría política del Nuevo Estado, la vinculación con la Dictadura fue una constante del pensamiento y la acción de Franco, que siempre tuvo in mente los logros y los fracasos del régimen de Primo a la hora de articular su propio sistema de poder (Beneyto, 1979, p. 57). Instauró su primer gobierno regular el aniversario de la caída de Primo, y tres figuras civiles (Guadalhorce, Aunós y Amado) dos militares (Martínez Anido y Gómez-Jordana) de la Dictadura llegaron a ser ministros con Franco, lo que supone un 7,5% del total de los titulares de cartera hasta 1962”[23].
Por tanto, el fascismo fue empleado por la burguesía española ya en la década de los 20s, siendo la Dictadura de Primo de Rivera - cuyo espejo era el fascismo italiano - para contener la crisis en la que se encontraba el régimen, el capitalismo en el estado español. Así mismo, el propio Franco, se encarga de señalar que dicho periodo significó el arranque de su Movimiento, siendo su labor fascista una continuación, con un grado de desarrollo mayor, del inicio sembrado por la Dictadura de Primo de Rivera. Por lo tanto, hay una línea de continuidad no sólo en el seno del Estado español, sino que engarza al estado español con la situación mundial, como no puede ser de otra manera, y demuestra que el fascismo, al contrario de lo que alegan los burgueses de mostrarlo como un extremo vicioso que se toca con el comunismo o que fuera una reacción ante la humillación de los Tratados de Versalles, en realidad es la doctrina ideológica, política y social de los imperialistas una vez el mundo imperialista entra en la Crisis General del capitalismo, el fascismo es la respuesta clasista del Capital Financiero para salvaguardar su régimen criminal y putrefacto.
Esta primera experiencia fascista en España, que como hemos visto sienta las bases de lo que vendría – y está viniendo aún - después, se hacía para salvaguardar el poder de la burguesía, el régimen emanado de la pérdida de las colonias en el 1898, la monarquía y para acabar con la contestación de la clase obrera que pedía mejorar sus condiciones de vida y empezaban a contemplar que la toma del poder podía ser una realidad próxima, de los jornaleros y de los campesinos pobres que pedían la tierra, de los regionalistas catalanes que demandaban un estatus diferente y pedían una redefinición del estado, del Ejército donde existían discordancias entre los mandos, etcétera. Sin embargo, la Dictadura de Primo de Rivera significó un sostén temporal de 7 años de una situación en el que el capitalismo español continuó erosionándose y descomponiéndose, acelerándose el proceso por la crisis mundial del 1929, de tal modo que en abril de 1931 deviene la II República Española con la agudización de las cuestiones que la Dictadura de Primo de Rivera debería haber frenado. Y es que esta experiencia histórica es un gran ejemplo de cómo “el fascismo, que pretende superar las divergencias y las contradicciones existentes en el campo de la burguesía, viene a agudizar todavía más estas contradicciones”[24].
“La proclamación de la República fue un acto progresivo que abría la posibilidad de destruir los obstáculos que entorpecían el avance social y político y retrasaban el florecer económico de España. Pero bien pronto se dejaron sentir las consecuencias del oportunismo del Partido Socialista; de la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera pasó a desempeñar en los gobiernos el papel de auxiliar de los partidos burgueses dejando la dirección del Estado en manos de la burguesía, de una burguesía que demostró en seguida su falta de voluntad para llevar a cabo las transformaciones democráticas que el pueblo exigía y España precisaba. (…) con la proclamación de la República, el bloque de la aristocracia latifundista y de la alta burguesía, que bajo la hegemonía política de la primera había gobernado el país desde la restauración monárquica de 1875, fue desplazado del Poder y sustituido por un bloque de fuerzas que representaba al conjunto de la burguesía, a excepción de algunos sectores del capital monopolista.”[25]
“En los primeros gobiernos republicanos (…) burlando la voluntad y las aspiraciones de las masas, realizaron una política de tolerancia para con las castas a las que el pueblo había desplazado del Poder. Su resistencia a poner fin rápidamente a la herencia de injusticias y privilegios legada por la Monarquía, facilitó el reagrupamiento de la contrarrevolución e hizo inevitable la agudización de las contradicciones de clase”[26].
“No era la primera vez que la pequeña burguesía gobernaba el país. El precedente estaba en la República del 73. Y tanto la Primera como la Segunda República confirmaron la incapacidad de la pequeña burguesía para llevar la revolución democrática hasta el fin.
Intercalada social y políticamente entre un proletariado y unas masas de campesinos pobres fuertemente radicalizados, de un lado, y una aristocracia y una burguesía contrarrevolucionarias, de otro, la pequeña burguesía realizaría forzosamente una política contradictoria y vacilante. Y lo que es más grave, dentro de ese curso oscilatorio prevalecería en la obra de los gobiernos Azaña la inclinación claudicante a granjearse la benevolencia de los de arriba y a reprimir, en cambio, brutalmente los impulsos de justicia social de los de abajo, olvidando que eran los obreros y campesinos, las masas trabajadoras en general, quienes constituían el primer sostén de una auténtica democracia republicana, frente a las fuerzas tradicionales de la reacción española.
Con semejante conducta su fracaso político era inevitable; pues en España, y en aquella situación histórica concreta, se trataba de efectuar y dirigir transformaciones democráticas de hondo contenido social, cuya realización no era posible sin arremeter con denuedo contra los privilegios de las clases superiores y singularmente contra los de la nobleza absentista. Mas, por desdicha, cuando en el país subía la marejada popular en demanda de urgentes reformas, en las Cortes Constituyentes la nave republicana encallaba en el escollo religioso, dejando pendientes los problemas fundamentales de la revolución democrática: Problema agrario, estatutos autonómicos, legislación obrera, democratización del aparato del Estado...
Al Partido Socialista le incumbió una gran responsabilidad en la trayectoria antipopular de los gobiernos pequeñoburgueses. Sus líderes explicaban entonces desde las columnas de «El Socialista» en qué consistía la esencia y la médula de su colaboración gubernamental, de la forma siguiente:
«La colaboración leal de nuestros ministros en el gobierno republicano burgués, implica un sacrificio de todas las horas de cada uno de nuestros principios y de muchas de las conveniencias de los proletarios. Los ministros socialistas ponen su inteligencia y su actividad en estos momentos al servicio de la causa burguesa...» («El Socialista», 27-3-1932).”[27]
“La política de los partidos republicanos pequeño-burgueses y del Partido Socialista Obrero Español no sirvió para consolidar la República, sino para defraudar las esperanzas de las masas y dar a la reacción la posibilidad de rehacer sus posiciones”[28].
“¿Tenía que triunfar inevitablemente la burguesía y la nobleza en España, país donde las fuerzas de la insurrección proletaria se combinan tan ventajosamente con la guerra campesina? (…) Los socialdemócratas españoles estuvieron representados en el gobierno desde los primeros días de la revolución ¿Establecieron acaso un contacto de lucha entre las organizaciones obreras de todas las tendencias políticas incluyendo comunistas y anarquistas? ¿Fundieron a la clase obrera en una sola organización sindical? ¿Exigieron acaso la confiscación de todas las tierras de los terratenientes, de las iglesias y los conventos a favor de los campesinos para conquistar a éstos para la revolución? ¿Intentaron luchar por la autodeterminación nacional de los catalanes, de los vascos, por la liberación de Marruecos? ¿Limpiaron al ejército de elementos monárquicos y fascistas, preparando el paso de las tropas al lado de los obreros y de los campesinos? ¿Disolvieron a la guardia civil, verdugo de todos los movimientos populares, tan odiada por el pueblo? ¿Asestaron algún golpe contra el partido fascista de Gil Robles, contra el poderío del clero católico? No, no hicieron nada de esto. Rechazaron las reiteradas proposiciones de los comunistas sobre la unidad de acción contra la ofensiva de la reacción de los burgueses y de los terratenientes y del fascismo. Promulgaron una ley electoral que permitió a la reacción conquistar la mayoría en las Cortes y una serie de leyes que decretaban duras penas contra los movimientos populares, leyes que sirven ahora para juzgar a los heroicos mineros de Asturias. Fusilaron por mano de la guardia civil a los campesinos que luchaban por la tierra, etc. (…) Así desbrozó la socialdemocracia el camino al poder del fascismo, lo mismo en Alemania que en Austria y que en España, desorganizando y llevando la escisión a las filas de la clase obrera.”[29]
“Tras la derrota del pueblo en marzo de 1939, se instauró en España una dictadura fascista encabezada por el general Franco (…) ¿Cuál era el carácter de ese régimen? ¿Qué intereses servía? (…) Era el poder del capital financiero y de la aristocracia terrateniente, la dictadura terrorista y sangrienta de los grupos más reaccionarios de la gran burguesía y de los latifundistas, que para ejercer su dominación se apoyaban en el Ejército, la Iglesia y en la Falange, fuerza política esta última predominante en el llamado ‘Movimiento Nacional’, donde se fundían, en una abigarrada amalgama, todos los sectores de la reacción española. Utilizando el aparato estatal como un instrumento a su servicio, la oligarquía se sirvió de los fondos del tesoro público para sus negocios y desarrolló en grandes proporciones el capitalismo monopolista de Estado”[30]
La base económica durante el franquismo fue sufriendo transformaciones que, como no puede ser de otro modo, tuvieron su reflejo en la superestructura que, también, fue evolucionando.
Durante la primera fase de la dictadura franquista, la llamada política autárquica que se extiende hasta finales de la década de los 50s, la burguesía acumuló intensivamente capital gracias a un proceso de arrasar el campo y de las formas más brutales de explotación humana, como lo acredita el Canal del Bajo Guadalquivir. En esta fase la dictadura creó en 1941 el Instituto Nacional de Industria (INI) que fue el principal instrumento para acrecentar la producción industrial y, progresivamente, fue conformando los monopolios y edificando el capitalismo monopolista de estado.
Ante la victoria de la URSS en la II Guerra Mundial y su exigencia de acabar con los últimos reductos del fascismo en Europa, EEUU como mayor potencia imperialista inició un camino para romper el aislamiento del franquismo – como consecuencia de que sus aliados fascistas, Hitler y Mussolini, perdieron la guerra – con objeto de mantener a Franco en el poder como garantía para mantener a España en el campo del bloque capitalista. En este sentido los Pactos de Madrid de 1953 rehabilitaron al franquismo internacionalmente y los planes de Estabilización, hacen que la España franquista entre en las instituciones de Bretton Woods, Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, en septiembre de 1958 y, justo antes, la llegada de los tecnócratas al gobierno. Es en este momento donde se conforma el Capitalismo Monopolista de Estado en España. Este hecho implica modificaciones en la superestructura política del estado franquista, la rehabilitación internacional del franquismo y la ruptura de su aislamiento aceleran las transacciones económicas con el exterior, tanto para favorecer las exportaciones como las importaciones y el comercio con las potencias imperialistas, y con ella se desarrolla el capital financiero, los bancos. A lo largo de la década de los 60s y los 70s la industrialización acelerada provocó flujos migratorios de mano de obra del campo a las ciudades, se impulsó el establecimiento de nuevas fábricas y se ampliaron las ya existentes, aterrizaron los monopolios extranjeros y se abrió paso la tecnología, gracias a la introducción de España en la esfera imperialista, a la par que el capital financiero se iba ensanchando cada vez más.
Estas transformaciones de la base económica fueron teniendo su reflejo en la superestructura, como atestigua la progresiva conformación de las Siete leyes Fundamentales, o principios, del Franquismo desde la Carta del Trabajo de 1938 – influencia de la Carta di Lavoro fascista italiana de 1927 -, a la Ley de Cortes de 1942, pasando por la Ley de los Principios del Movimiento Nacional de 1958, o la Ley Orgánica del Estado de 1967.
La Transición y su producto.
La dictadura fascista de Franco implicó no sólo la muerte de muchos de los mejores hijos de este país, sino que significó una represión brutal, que llevó a centenares de miles de obreros a las cárceles, a los trabajos forzados, al exilio, de tal modo que, durante la primera década de la dictadura la clase obrera y su forma roja, su vanguardia revolucionaria, el Partido Comunista se vieron muy diezmados blancos de una represión asfixiante, sin embargo, en ningún momento fueron ni derrotados ni dejaron de actuar y de luchar. “Frente a la acción del Partido por reagrupar a las fuerzas democráticas para la lucha contra la dictadura fascista, la mayoría de los dirigentes socialistas, cenetistas, republicanos y nacionalistas vascos y catalanes pensaban que bajo la dictadura fascista no era posible luchar; en consecuencia, preconizaban la pasividad y la espera, diciendo: ‘Tenemos fascismo para cien años‘. El daño causado al pueblo español por esas actitudes de pasividad ha sido muy grande.”[31]
Tras la derrota de las Potencias del Eje fascista en la II Guerra Mundial, entre los años 1946-1947 se da un estallido de huelgas contra la Dictadura que se iniciaría y adquiriría un mayor grado de fuerza desde el principio de la década de los 50s - sobre todo en Cataluña, pero también en menor grado en País Vasco, Madrid y Valencia - y con un movimiento obrero en una gran parte remozado, la clase obrera en las provincias con mayor desarrollo industrial, donde la clase obrera estaba más desarrollada y era más numerosa, iniciaba un camino de plantes, huelgas, y lucha obrera que fue ampliándose a lo largo de las siguientes dos décadas.
A partir de la década de los 60s, al calor del desarrollo del capitalismo monopolista y de la penetración del capital extranjero, unido a la situación internacional hace que el proletariado se robustezca todavía más y que se sucedan sus luchas económicas y políticas. Los cambios que se operaban en la base económica contrastaban con un Régimen que permanecía impasible y que emprendió un proceso de institucionalización que se coronó con la Ley Orgánica del Estado a principio de 1967. Esta institucionalización del franquismo exacerbó y sacó a la palestra con virulencia la cuestión nacional, fundamentalmente en Cataluña y en el País Vasco, donde la actividad de ETA significaba una erosión muy importante para al Régimen. Así mismo, dicha contradicción conllevó, también, que el movimiento huelguístico se extendiera y no quedase en las fábricas, altos hornos, etcétera, sino que prendiese también entre los estudiantes universitarios, maestros, médicos incluso científicos en las provincias más importantes del país. De hecho, la proliferación de las huelgas, y la cada vez mayor intensidad y fortaleza de las mismas, empujó a la Dictadura franquista a decretar en varias ocasiones el estado de excepción.
Esta crisis social y política se agudizó, todavía más, con el estallido de la crisis del petróleo de 1973, a la movilización de la clase obrera, así como las acciones de organizaciones militares como ETA, que en diciembre de 1973 atentó de manera exitosa contra la vida del Almirante, y primer ministro, Luis Carrero Blanco, llevó al Régimen a agudizar, todavía más, la represión, asesinando con garrote vil a Puig Antich en 1974, y fusilando a dos miembros de ETA y 3 del FRAP en septiembre de 1975.
Una vez muerto el tirano, en noviembre del 75, que no su obra; los franquistas plenamente apoyados por los monopolios, iniciaron un proceso para sostener el Poder. Sin embargo, la clase obrera y las demás clases populares tenían una correlación de fuerza favorable para que hubiera habido una ruptura democrática con el fascismo, ruptura que no se dio.
“La más clara ilustración del convulso ambiente social que impregnó la primera parte de 1976 fueron los sucesos acaecidos en Vitoria en el mes de marzo. Allí, la muerte de cinco trabajadores víctimas de la represión policial fue el origen de una serie de altercados tan graves que, según fuentes inglesas, ‘ni el gobierno ni su programa sobrevivirían a un grado de violencia y movilización mucho mayor en escala al desatado en las calles de Vitoria’. Además, como apuntó un antiguo embajador español en Londres, las enardecidas jornadas vividas en la capital alavesa ‘no fueron un ejemplo aislado’ de la agitación existente en algunas partes del país, sino simplemente ‘un ejemplo particularmente malo’ de una situación de convulsión generalizada que amenazaba el orden sociopolítico”[32]
“En efecto, la desaparición del dictador abrió nuevas oportunidades para la protesta y desbordó las expectativas que influyeron decisivamente en la crecida de un vigoroso torrente de protestas”[33]
Y mientras la clase obrera y las clases populares en la calle se jugaban la vida y mostraban una correlación de fuerzas favorable para una ruptura democrática en España, los fascistas y los oportunistas pergeñaron un pacto político por el que se decidió habilitar al Estado franquista, con una mera Reforma por la que se acataban los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional fascista, permaneciendo el poder en manos de los monopolios, del capital financiero.
Y es que la Constitución de 1978 es el resultado de la traición del oportunismo al proletariado español, donde los oportunistas – con un papel activo del PCE – no dudaron en consensuar junto con los herederos de Franco este marco normativo por el que la burguesía aseguró plenamente sus objetivos – consagrar explícitamente el capitalismo en su artículo 38, integrarse en los organismos y mecanismos imperialistas (OTAN, UE), mantenimiento de la simbología fascista (bandera, Corona y Unidad de España), conservar intacta la maquinaria del poder del estado franquista ya sea en el Ejército, en la Judicatura, etcétera -, por el contrario, dicha Constitución significó un auténtico fraude para la solución de los problemas que afectan al Pueblo de tal modo que la banca privada continuó siendo el núcleo fundamental del poder económico junto con las sociedades industriales que conforman las oligarquías; no solventándose la cuestión nacional, negándoseles a los pueblos el derecho a la autodeterminación; negándose las posibles vías de participación directa de los ciudadanos en las instituciones; perpetuando la desigualdad territorial y tampoco se resolvió la cuestión de la tierra, no poniéndose en práctica la Reforma Agraria que reclama las necesidades democráticas del campo, etcétera.
Ese proceso de Transición otorgó todo a la oligarquía, a los franquistas que de la noche a la mañana se tornaron “demócratas” mientras se le negó absolutamente todo al Pueblo. Todo ello en un momento histórico donde, como hemos dicho anteriormente, la correlación de fuerzas sí eran favorables para un proceso de ruptura democrática y de avance del proletariado y los pueblos que componen el estado español, a pesar de que esta realidad sea negada por los oportunistas de hoy, herederos del Carrillismo traidor. Hace un par de años, la prensa burguesa española descubría una entrevista de hace 21 años donde el franquista Adolfo Suárez le reconocía a Victoria Prego que tras la muerte del asesino Franco “blindó la monarquía”, que obviamente los traidores oportunistas tragaron, porque si en dicho período se hubiera hecho en España un referéndum entre monarquía o república, la república se hubiera impuesto. A pesar de las traiciones, la fuerza de la lucha de la clase obrera y las clases populares en dicho periodo consiguió arrancar algunas conquistas.
Para comprobar que la Transición y su resultado fue una absoluta traición a las clases laboriosas del estado español basta leer a destacados fascistas como Martín Villa, participe en los asesinatos de Vitoria en 1976 y protegido por la Justicia Española, señalaba en 1985 que “la Transición fue obra, sobre todo, de reformistas del franquismo, quiénes disfrutaron de un amplio margen de maniobra para ejecutar el proyecto de reforma política del Rey”[34]; por no hablar de lo que señalaba el fascista Albert Rivera en el Parlamento el pasado 2 de marzo de 2016 donde loaba la traición del PCE de Carrillo en dicho momento histórico, en la Transición, de la siguiente manera “aquéllos hombres y mujeres trajeron libertad, igualdad, amnistía, autonomía y se dieron la mano bajo una misma bandera y una misma constitución y hubieron muchas renuncias de aquél Partido Comunista (PCE) pero demostraron tener sentido de Estado. Yo quiero hoy homenajear a aquéllos hombres y mujeres que independientemente de su ideología eran capaces de participar ¿Cuántos ministerios y secretarías de estado pedían desde el PCE? Ninguna, sólo pedían libertad”.
Una vez salvaguardado el Estado franquista con la Constitución de 1978, y su periodo de ‘Transición’, se han ido sucediendo gobiernos de los fascistas y de la socialdemocracia cumpliéndose exactamente lo que señalaba el Komintern en su VI Congreso en lo concerniente a “la crisis del capitalismo y el fascismo”, “con objeto de adaptarse a las modificaciones de la coyuntura política, la burguesía utiliza alternativamente los métodos fascistas y los métodos de coalición con la socialdemocracia, dándose el caso de que, a menudo, esta última desempeña un papel altamente fascista. En el curso de los acontecimientos manifiesta tendencias fascistas, lo cual no le impide, en otras circunstancias políticas, agitarse contra el gobierno burgués en calidad de partido de oposición. El método fascista y el de coalición con la socialdemocracia son habituales para el capitalismo ‘normal’ y constituyen un signo de la crisis capitalista general, son utilizados por la burguesía para retrasar la marcha progresiva de la revolución”[35]. Esto lo vemos nítidamente en España, donde en estos 40 últimos años se han repartido el gobierno 20 años el PSOE y otros 20 años los franquistas – ya sea mediante la UCD o el PP. No nos equivocamos afirmando que ambos son iguales de fascistas. En este sentido hay que recordar la “reconversión industrial” desarrollada por el PSOE – con personajes fascistas como Solchaga, Almunia, Felipe González o el propio Corcuera que era dirigente de la UGT - que destruyó prácticamente 3 millones de puestos de trabajo. Este hecho, aparte de la destrucción de puestos de trabajo decentes, significó un auténtico genocidio en la organización sindical de la clase obrera, acostumbrada a los métodos de lucha contra el fascismo y curtida en la lucha de clases. Con una clase obrera decapitada de la parte más numerosa y aguerrida sindicalmente, y bajo la acción del oportunismo, el fascismo ya penetraba, sin miramientos y con una menor resistencia, en los centros de trabajo. El PSOE siempre fiel a su papel a lo largo de la historia de España, el de allanar el camino al capitalismo monopolista, y al fascismo.
Cuarenta años de “democracia” ha servido para que los monopolios sigan detentando el Poder, el capitalismo sea el sistema económico, el capitalismo monopolista de Estado español se haya integrado en las estructuras políticas y económicas imperialistas – CEE, UE -, así como en las militares – OTAN -, que el aparato del Estado siga estando en manos de los fascistas – Judicatura, Ejército, etcétera – y que los derechos políticos y democráticos de las naciones que componen el Estado, así como de la clase obrera, sean ferozmente reprimidos y negados. Tienen motivos los fascistas en estar contentos y en defender la Transición y el teatrillo democrático resultante, donde predomina la represión, la impunidad, la explotación y la corrupción.
Una democracia donde el Estado ha practicado el Terrorismo de Estado de manera abierta, donde se ha robado al pueblo inmisericordemente, donde los fascistas impunemente, y sin vergüenza, dan lecciones de democracia a la par que se ilegaliza a la clase obrera y a toda ideología que cuestione a las Siete Leyes Fundamentales del Movimiento, de las que emanan la Constitución Española. Una democracia que pisotea el derecho al trabajo y la dignidad de la clase obrera, que la lanza a la miseria y a la muerte, que hace guerras imperialistas, con presos políticos, con secuestros de publicaciones y periódicos, con represión política y sindical feroz, con exiliados políticos, con partidos políticos ilegalizados, ferozmente anticomunista y donde todas las estructuras del Estado, absolutamente todas, están totalmente podridas.
En la prensa burguesa, en 2014, se hacía una radiografía política y sociológica de la situación del estado español, donde podía leerse que “la legitimidad del orden político está al albur de una oligarquía que controla los mecanismos institucionales de mediación. El capitalismo puede prescindir de la democracia, pero no de la corrupción. El grado de putrefacción de las instituciones, horadado por la plutocracia en el poder, afecta al conjunto de la estructura social. (…) como están implicados unos y otros – partidos, sindicatos o empresarios -, la corrupción pública se considera una acción sin ideología. Todos pueden vender su alma al dinero. Así se encubre el carácter de clase de la corrupción bajo los tópicos de la manzana podrida, la oveja negra, etc. (…) En España, los comportamientos inherentes a prácticas corruptos, incluida la política, son imputables a una cultura antidemocrática proveniente del franquismo sociológico aún vigente (…) Es el tiempo de salvar a la patria de los políticos y la política. Ni de derechas ni de izquierdas, ni ideologías ni clases sociales. Así se oculta la corrupción social, más peligrosa, que impide la emergencia de una sociedad democrática. La corrupción en España se da en todos los ámbitos de la vida pública y privada, crea y favorece el advenimiento de una moral corrupta, de la cual los partidos políticos son la punta del iceberg. Pensar que solo afecta al orden político, a los partidos hegemónicos, regionales y nacionalistas es no entender su origen: una cultura antidemocrática y oligárquica enquistada en la vida cotidiana”[36]. La prensa ‘crítica’ se queda corta, la cultura forma parte de la superestructura y, por tanto, es un reflejo de la estructura económica. Lo que describe de la supuesta democracia española postfranco, es la consecuencia de la base económica, del capitalismo monopolista y corrompido, es el reflejo de la putrefacción económica reflejada en la superestructura.
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Última edición por GagarinCCCP el Jue Mayo 10, 2018 7:41 pm, editado 1 vez