UN CRIMINAL DE GUERRA EN LA CORTE DEL GENERAL
Un personaje clave en los últimos años de vida de Perón fue el croata Milosz de Bogetich. Apareció repentinamente en Puerta de Hierro a principios de la década del 70, se incorporó al círculo de amistades del general, asumió la jefatura de su custodia, y hasta el día de hoy escolta y consuela a Isabel Martínez. Alto, elegante, siempre bien vestido, Bogetich hablaba poco en público pero —cuando lo hacía— era para repetir la misma frase: “Yo siempre le digo al general que hay que eliminar a los bolcheviques...”
En 1972 viajó con Perón de Madrid a Buenos Aires y se alojó en la residencia de la calle Gaspar Campos. Permaneció siempre en un ángulo oscuro, detrás de Perón, a un costado de Isabel. Era un enigma: un curioso desconocido del que nadie sabía nada a ciencia cierta, ni siquiera los dirigentes que más frecuentaban Puerta de Hierro.
Algunas publicaciones de la época señalaron que Bogetich era un coronel croata, “un emigrado refugiado en España”. Un militar español comentó que era “un aventurero con muchos amigos en la embajada de los Estados Unidos”. Eran datos insignificantes, pero se convirtieron en la punta del ovillo: la madeja cedió con el tiempo y una minuciosa investigación me llevó de Madrid a Belgrado, de allí a Zagreb y por último a Asunción del Paraguay. Penetramos al mundo clandestino del terrorismo ustacha, una red internacional secreta que cobija a los croatas que colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
En Yugoslavia, el profesor Andjelko Maslic, un experto en asuntos de Defensa Nacional, me introdujo en viejos archivos guardados en una computadora. Comenzamos: el verdadero nombre es Mile Ravlic, y de Bogetich es el apellido falso con que deambula por el mundo desde 1945. (29) Maslic me presentó a otro experto: “El señor Jurjevic —dijo— se dedica al estudio de la emigración fascista y el movimiento terrorista ustacha”. Muy pronto empezamos a armar el rompecabezas.
Mile Ravlic, alias Milosz de Bogetich, nació el 15 de abril de 1919 en la pequeña localidad de Glavinja- Donja, en la región de Mostar. Sus padres lo enviaron a la escuela primaria de Imotski y a la secundaria de Sinj. En 1938 ingresó a la facultad de Agronomía de la Universidad de Zagreb, y se afilió al Partido Campesino Croata (cuyas siglas en croata son HSS), una organización de extrema derecha.
Cuando los ejércitos de Hitler invadieron Yugoslavia en abril de 1941, dividieron el país, crearon el “Estado Independiente Croata” e instalaron el gobierno colaboracionista dirigido por Ante Pavelic (30). Fue un momento crucial para los croatas: unos pasaron a la clandestinidad y se incorporaron a la resistencia encabezada por Josip Broz Tito, otros se convirtieron en funcionarios y agentes del fuhrer local (el poglavnik Pavelic). Mile Ravlic dejó sus estudios y comenzó a trabajar en el Ministerio del Interior, a las órdenes del criminal de guerra Andrija Artukovic (extraditado en 1986 de los Estados Unidos después de un largo proceso, bajo la acusación de genocidio contra 700 mil civiles).
Ravlic fue asignado al Servicio Secreto ustacha y en dos años obtuvo el grado de capitán (el de coronel lo adquirió por su cuenta junto con el apellido de Bogetich). Se destacó como oficial del Departamento de “Inspección” (UNS) que guiaba a las tropas de la SS alemana y la Gestapo en la persecución de los patriotas.
A los 23 años de edad, Ravlic era un brillante oficial al servicio de la ocupación militar de su propio país. Se proclamaba, como todos los ustachas (palabra croata que significa “insurgente”) soldado del nacionalismo católico. Extraño nacionalismo que proclamó rey de la Croacia “independiente” al duque italiano de Spoleto, y que para subsistir necesitó del apoyo de 22 divisiones del Ejército alemán y 15 divisiones italianas.
Ravlic colaboró con el general ustacha Luburic, responsable de todos los campos de concentración en Croacia, y participó en las matanzas perpetradas en la misma ciudad de Sinj en donde cursó la secundaria. También participó en la ejecución de rehenes, en la época en que los ustachas decidieron fusilar cien personas por cada uno de sus miembros ultimados por la resistencia.
Para tener una idea del grado de barbarie desplegado por las fuerzas colaboracionistas ustachas, basta señalar que el mariscal de campo alemán von Weiss —jefe máximo
de los ejércitos de ocupación—, ordenó la disolución del grupo denominado Legión Negra, comandado por Jure Francetic, “porque las atrocidades que cometen contra la población nos ponen a todo el pueblo en contra y son altamente contraproducentes...” Juicio muy esclarecedor por provenir de uno de los responsables de la muerte de un millón 700 mil yugoslavos, o sea el 11.2 por ciento de la población total.
Pero sigamos con Ravlic que comulgaba piadosamente en la catedral de Zagreb a los pies del arzobispo Alois Stepinac, según una foto de la época. Derrotados los nazis por el Ejército de Liberación Nacional Yugoslavo (ELNY) huyó a Austria en 1945 y enseguida pasó a Italia. En Trieste se presentó a las autoridades de ocupación norteamericanas, demostró ser “un anticomunista de confianza” y fue designado traductor de la Policía Militar del Ejército de los Estados Unidos.
Al amparo de la Comisión Pontificia de Asistencia, un organismo del Vaticano que protegía y reubicaba a los refugiados y emigrados de postguerra, Ravlic consiguió una nueva identidad, un pasaporte y una visa para la Argentina. En ese entonces, el diplomático argentino que actuaba como enlace con la Comisión Pontificia era José Antonio Güemes, que por su labor fue designado Caballero de la Orden de Malta, y que en 1973 reaparece como funcionario del gobierno peronista.
Ravlic viajó de Trieste a Buenos Aires en la misma época en que llegaban a la Argentina los más prominentes jefes de la emigración ustacha, entre ellos el poglavnik Ante Pavelic. Y Buenos Aires se convirtió en la sede del gobierno en el exilio del “Estado Independiente de Croacia”. Algunos de los más destacados criminales de guerra croatas encontraron refugio en la Argentina. No sólo Pavelic. “presidente” en el exilio, sino ocho de los once miembros de su “gabinete”: el conde Petar Pejacevic (“canciller”), Vjekoslav Vrancic (“vicepresidente”), Jozo Dumandzic (“ministro de Correos y Telégrafos”), Ivica Frkovic (“ministro de Bosques y Minas”) y otros peligrosos nostálgicos como Himlija Beslagic y Jozo Turina. Y sobre todo Stjepan Hefer, que con el tiempo reemplazaría a Pavelic en la jefatura de la internacional secreta croata.
Ese “gobierno en el exilio”, que sólo fue reconocido por el rey Hussein de Jordania y el general Chiang Kai Shek de Taiwán, nunca llegó a administrar ni los telégrafos
ni los bosques de Yugoslavia, pero lanzó cientos de acciones terroristas contra el pueblo yugoslavo, ordenó el asesinato de diplomáticos yugoslavos en varias partes del mundo, el secuestro de aviones y un sinfín de ataques similares, que costaron cientos de víctimas durante 30 años.
En Buenos Aires, Ravlic trabajó activamente en la organización secreta y participó en la fundación del Hogar Croata que funcionó durante mucho tiempo en su sede de Salta 2148. También colaboró con los frailes ustachas franciscanos Lino Pedisic, Marijan Zlovecera y Cecelja, en la apertura del Centro Croata Espiritual y de una escuela de la comunidad de Morón. Intervino en la fundación del Partido Forjador del Estado Croata y en el Movimiento de Liberación Croata (HÜP) en 1956.
Ivo Rojnica, un emigrado radicado en Olivos, al que las autoridades de Zagreb vinculan con la desaparición de las reservas de oro de la ciudad, se convirtió en un poderoso empresario de la industria textil y mecenas de los prófugos ustachas. “Probablemente —afirmó Jurjevic— es el administrador de los fondos de las organizaciones
clandestinas.”
La red secreta se tejió cuidadosamente, sobre la base de 250 mil emigrados que se establecieron en la Argentina, Alemania Federal, Australia, Canadá, Chile, España,
Estados Unidos, Paraguay, Suiza y otros países. Cerca de un centenar de comités en otras tantas ciudades. Exactamente 3.764 prófugos condenados en ausencia por crímenes de guerra, según el Ministerio de Justicia de Yugoslavia.
Muchos de ellos envejecieron planeando fantásticas restauraciones del poder perdido, y celebrando todos los 10 de Abril la fundación de su “Estado”. En algunos casos, como en California cuando era gobernador Ronald Reagan, con el aliciente de una resolución del Parlamento local reconociendo formalmente la fecha.
Sin embargo, Pavelic y Hefer, desde Buenos Aires, no sólo no se dieron por vencidos, sino que fueron incorporando a una nueva generación (“los hijos de los veteranos”) a la lucha, y los lanzaron a acciones terroristas en Europa e incluso contra territorio yugoslavo.
Pavelic emigró a España en 1957, después de un atentado que sufrió en Buenos Aires cuando un desconocido le acertó varios tiros. Murió en el Hospital Alemán de Madrid, con la bendición papal de Juan XXIII en 1959. Dejó una vacante.
Ravlic fue uno de los aspirantes a cubrir esa vacante dentro de la organización secreta. Había residido en los Estados Unidos y obtenido la ciudadanía norteamericana y era el enlace entre los grupos de los distintos países. Pero gastaba más de lo que sus seguidores le proporcionaban, y fue entonces cuando encontró una extraña fórmula para resolver sus problemas económicos: se puso a las órdenes del general Trujillo, y comenzó a reclutar emigrados croatas para la custodia del dictador dominicano.
Contaba con el respaldo de la CIA y pudo establecer una oficina en Alemania Federal, designando como su representante a Vinko Secen. El negocio dominicano funcionó bastante bien, hasta que la CIA decidió liquidar a Trujillo. Entonces se inicia una segunda época, en que Ravlic envía mercenarios croatas al Congo, a Biafra y finalmente a Vietnam. La “empresa” adquiría el rango de una transnacional, y su sede se estableció en Madrid. Junto al ex capitán ustacha apareció otro criminal de guerra, Ante Ciliga.
En la capital de la España franquista, Ravlic permaneció durante varios años y coordinó la red secreta mientras hacía buenos negocios como “asesor de seguridad” de diversas dictaduras. Mantenía buenas relaciones con la Embajada de los Estados Unidos y la CIA. Son sus amigos norteamericanos quienes lo ponen en contacto con José López Rega. Así aparece en Puerta de Hierro el “coronel de Bogetich”, por entonces un distinguido empresario de 50 años de edad, de modales refinados y tan cosmopolita como sus andanzas lo permiten. Un hombre que ha vivido en Argentina (en donde dejó una esposa e hijos) y se interesa por la lucha del “mundo libre” contra el comunismo.
¿Amigos comunes?... ¡Muchos! El general Alfredo Stroessner del Paraguay, en donde su socio Dinko Sakic administra una “Granja Croata” que sirve de aguantadero para los veteranos, y en donde se ocultan los terroristas que actúan en Europa. Además, entre sus clientes figura el Ministerio de Defensa paraguayo, al que ha provisto de “expertos” durante años. Buenos amigos como Humberto Barchini, el propietario del Hotel Guaraní de Asunción, que le presta su residencia en Punta del Este, Uruguay.
Y los amigos de Hafer, como el sacerdote Julio Meinvielle, con el que el sucesor de Pavelic viajó en 1972 a México para participar en el Congreso de la Liga Anticomunista
Mundial. El círculo se torna cada vez más estrecho: mercenarios, agentes secretos, anticomunistas profesionales, sacerdotes integristas, terroristas de derecha...
Reencuentros en España: Vjekoslav Maks Luburic, el ex jefe de los campos de concentración de Croacia, del que Ravlic fue asistente en 1942. El mundo es mucho más pequeño de lo que mucha gente supone.
Hefer, ya anciano, se jubila. Le sucede un hombre más activo: Vjekoslav Vrancic, líder del “ala reformada” del HOP. Pone a prueba una vez más a los “muchachos”, y asesinan al cónsul yugoslavo en Frankfurt, Edvin Zdovc. Huyen, se refugian en la “Granja Croata” en Paraguay.
De vez en cuando Ravlic se refiere a “mis hombres en la Argentina”, y asegura que “ya tienen instrucciones precisas para actuar”. Y cuando en 1973 regresa a Buenos Aires con Perón, “sus hombres” lo están esperando:
Zdravko Beño, Kouac, Brajkovic y Barisic le cuentan cómo “combatieron” en Ezeiza el 20 de junio. El premio —se jactaría Beño en Asunción— fueron mil dólares para cada uno y “una breve entrevista con el general”.
Ravlic, alias Milosz de Bogetich, revive en Buenos Aires su agencia asesora en “asuntos de seguridad”. Recomendado por la Presidencia consigue muchos clientes, en particular algunas embajadas de Europa occidental.
Según confidencias de “el negro” Anzorena: “Nos dieron ropa impecable, unos fierros bárbaros, nos llevaron a tirar a un polígono en La Tablada y nos pusieron a estudiar inglés; me tocó escoltar funcionarios ingleses”.
Otro negocio: tráfico de armas. Llegan a Buenos Aires algunos embarques con pistolas y metralletas, adquiridas sin la autorización ni la franquicia reglamentaria, pero con el visto bueno de Presidencia.
Pero Ravlic Bogetich tiene problemas: se enfrenta con López Rega, al que considera un “bufón”, y compite con él por los favores de Perón e Isabel Martínez. Plantea que es “un payaso irresponsable” que no puede “conducir la lucha contra los enemigos del general”. Llega a insultar a López Rega delante del general.
Algunos testigos de estos enfrentamientos aseguran que “el croata era un nazi con pretensiones de señor feudal, que no soportaba las pequeñas miserias y el servilismo afeminado del brujo”. A su vez, López Rega obviaba los insultos del “nazi” porque sabía que “Perón le tenía un enorme afecto y escuchaba atentamente sus consejos”.
La muerte de Perón resolvió los problemas de López Rega con su contrincante croata: Ravlic se fue de la Argentina el mismo día de los funerales. Bogetich reaparece en España como “secretario privado” de Isabel Martínez, y en años recientes viaja muy seguido al Paraguay para reunirse con los dirigentes del peronismo “verticalista”. Su influencia se traslada del general a su viuda; una influencia siniestra, inconclusa.
(29) Todos los datos de este capítulo fueron suministrados al autor por el Departamento de Seguimiento de la Migración Ustacha, del Ministerio de Defensa de Yugoslavia.
(30) Sobre el tema, González Janzen, Ignacio, “Yugoslavia: Guerra de Liberación”, Instituto de Estudios Sociales de la Universidad de Guadalajara, México, 1978.
IGNACIO GONZALEZ JANZEN
LA TRIPLE-A
Editorial Contrapunto Bs. As. 1986
Páginas 77 a 85