Bueno, paso a dejar estos dos artículos que subieron desde La Izquierda Diario. Es extenso pero muy interesante. Para el que tenga tiempo y ganas de leer, adelante !!
La fuerza azul fue el brazo ejecutor directo de las políticas represivas y macartistas del General. Un derrotero que va desde las torturas a Cipriano Reyes a los masivos crímenes de la Triple A.
Juan Domingo Perón, Isabel y José López Rega (1973)
(PARTE I)
“Perón dijo... Cada día me siento más orgulloso de la Policía Federal” (pasacalle colgado en la Avenida del Libertador en un desfile de la fuerza, 1953).
Cuando en los debates sobre la historia política argentina se habla de “la derecha peronista” se suele referenciar, por excelencia, a personajes de la burocracia sindical o del aparato duro del PJ. Y también a José López Rega, el secretario privado de Perón y organizador de la Triple A, quien sin embargo no actuó ni solo ni “mal acompañado”.
Exceptuando estudios académicos o periodísticos puntuales, la referencia a los “cuadros” uniformados que entre las décadas del 40 y del 70 del siglo pasado trabajaron al servicio de Perón es poco conocida. Entre ellos los de la Policía Federal.
Perón, tras aparecer en la escena política en 1943 como uno de los militares que derrocaron al gobierno conservador de Ramón Castillo, se abocó a estrechar lazos con los sindicatos reformistas de aquellos años de origen socialista y sindicalista. Luego del 17 de octubre de 1945, donde una masiva movilización obligó al gobierno del General Farrell a liberarlo, se convirtió en el líder de un movimiento nacionalista burgués que logró la adhesión de la clase obrera vía la concesión de muchas conquistas sociales y políticas, además de ser ubicada por el General en el papel de “columna vertebral” de su movimiento.
Pero esos aspectos de su trayectoria como líder popular más de una vez opacaron y hasta ocultaron los aspectos reaccionarios y criminales que él mismo, como buen estratega burgués, diseñó y puso en práctica con el objetivo de impedir que levantaran cabeza los díscolos y rebeldes, tanto de su propio movimiento como de otras corrientes políticas.
Algunos videos y un libro
Un hecho en apariencia trivial viene sucediendo en los últimos meses. El archivo audiovisual Prisma, que maneja el Estado y publica registros históricos de Canal 7 y Radio Nacional, está subiendo a Youtube varios videos sobre la derecha peronista, que presentan bajo el título de “peronismo” a secas. Si bien el portal de archivos fue creado por el gobierno de Cristina Fernández, esta impronta derechista huele a línea editorial macrista. Parte de ese material muestra la estrecha relación entre el gobierno peronista y las bandas armadas de la Federal, algo que cae muy bien al paladar PRO.
Pero para quien haya leído el libro Sangre Azul. Historia criminal de la Policía Federal Argentina, del periodista Rolando Barbano (Planeta 2015), mirar esos videos puede resultar una experiencia escalofriante. El libro de Barbano bucea con minuciosidad el aspecto menos difundido de la mayor fuerza policial del Estado, desde mucho antes de 1810 hasta los años recientes, pasando obviamente por los gobiernos peronistas.
La escuela de Falcón
En su libro, Barbano reseña la vida de Ramón Lorenzo Falcón, el jefe de la Policía de la Capital (antecesora de la Federal) entre 1906 y 1909, cuando dejó el cargo de forma violenta. El 15 de noviembre de ese año moriría, sin piernas, tras explotar una bomba en el coche en el que viajaba, arrojada por el obrero anarquista Simón Radowitzky.
Que Simón Radowitzky sea considerado hasta nuestros días como un héroe popular y que Ramón L. Falcón se haya convertido en patriarca de la Escuela de Cadetes de la Policía Federal, que llevó su nombre entre 1928 y 2011, habla de la profundidad de aquellos acontecimientos de principios del Siglo XX.
Falcón había convertido a la Policía en un verdadero ejército de ocupación, dotándola de instrucción militar y un cambio de concepción orientado a desarrollar el mayor control social y la mayor represión al “populacho” para resguardar los intereses de las clases dominantes. Con él, esa esa fuerza se transformó en un arma represiva letal, con su Escuadrón de Seguridad como tropa de élite. Eran verdaderos cosacos al servicio de castigar a obreros en huelga y reprimir manifestaciones.
Falcón fue, claro, de los más entusiastas ejecutores de la xenófoba Ley de Residencia contra los extranjeros rebeldes. También organizó la feroz represión que dejó un saldo de entre diez y catorce personas muertas en la “semana roja” de 1909. Y con ínfulas de “estratega” creó las secciones de Seguridad Pública, Seguridad Personal, Identificación, Informaciones, Vigilancia General y Orden Social de la Policía de la Capital. Esta última sección era una verdadera “policía política”. Con ese arsenal el hombre se transformó en el represor más experimentado contra la clase trabajadora. La misma clase que por entonces luchaba por mejorar sus penosas condiciones de vida.
Tan clara era la misión inculcada por Falcón a su Policía que al otro día de su asesinato la fuerza reventó decenas de locales anarquistas y socialistas, destruyó la imprenta del periódico La Protestae incendió otras, quemó bibliotecas y clausuró gremios y hasta la propia FORA. Y, claro, encarceló a cientos de líderes obreros, deportando a varios de ellos.
Homenaje a Ramón Falcón, 1951
En 1951, cuatro décadas después de su muerte, el gobierno de Juan Domingo Perón le rindió a Falcón un sentido homenaje. Como lo refleja el Sucesos Argentinos en su edición 678 de diciembre de ese año, “al cumplirse 42 años de la muerte del exjefe de Policía coronel Ramón L. Falcón, la Policía Federal rinde homenaje a su memoria”.
Editorializando para despejar toda duda el locutor decía que “la benemérita institución recuerda al abnegado servidor que ofrendó su vida en aras del deber. Claro ejemplo de patriotismo que los actuales guardianes del orden recogen con verdadera unción y llevan como consigna en su diaria lucha contra el mal”.
Lombilla, alumno ejemplar
La Policía Federal se creó el 24 de diciembre de 1943, por decisión del gobierno militar de Pedro Ramírez quien decretó la ampliación nacional de la Policía de la Capital dándole una nueva estructura. A la que había que llenar de contenido, de funciones y de personal.
En 1946, ya con Perón como presidente, la Policía retomaría los más hondos principios y valores de Ramón Falcón. De hecho, la sección Orden Social creada en 1906 para perseguir obreros anarquistas y socialistas recobró fuerza y acaparó más poder, transformándose en la nefasta Sección Especial, con sede propia en el barrio de Balvanera y con personajes temibles a su frente. Como Cipriano Lombilla, que cumpliría al pie de la letra todas las órdenes del director de Informaciones Políticas de la Policía, Guillermo Solveyra Casares, quien tenía su despacho al lado del de Perón en la Casa Rosada.
Entre 1946 y 1955 la Policía Federal adquiriría un nivel de especialización represiva y sofisticación técnica como nunca antes. Se ve claramente en las políticas represivas (legales e ilegales), en las políticas de Inteligencia y en las políticas de legitimación simbólica desplegadas desde el Estado.
El caso emblemático fue el rol de esa fuerza para consumar la venganza contra Cipriano Reyes, uno de los protagonistas del 17 de Octubre que, al rechazar la subordinación total a Perón, fue poco menos que desterrado dentro del propio país. Reyes sufrió atentados personales de sicarios, los locales de su Partido Laborista fueron atacados e incluso terminaron armándole una causa penal en septiembre de 1948 que justificó su detención (y la de varios familiares y colaboradores) y el envío a las cuevas de tortura de la Federal.
Después de haber ayudado de forma inestimable al triunfo electoral de Perón, Cipriano Reyes fue picaneado hasta casi morir, en sesiones constantes de las que participaba Lombilla y otros jerarcas del fuerza "mimada" por el General. Con supuestas confesiones como pruebas, arrancadas con “la maquinita” y “la raviolera”, Reyes fue condenado a prisión y estaría varios años tras las rejas.
Además de perseguir a las corrientes del movimiento obrero el gobierno de Perón tenía de punto al movimiento estudiantil, y no solo al gorila de la clase media alta. Muchos estudiantes ligados al Partido Socialista y al Comunista fueron perseguidos, encarcelados y torturados en esos años. Para no hablar de la persecución a artistas y literatos que producían obras que cuestionaban, de una u otra manera, al poder de Perón. Entre otros, pasó por los calabozos de la Federal el propio Atahualpa Yupanki.
El caso del estudiante universitario Ernesto Mario Bravo, secuestrado y desaparecido durante un mes a mediados de 1951, fue también paradigmático. Militante comunista, Bravo fue sacado de su casa una noche por un grupo de tareas a las órdenes de Lombilla. Torturado hasta agonizar, si se salvó fue por el escándalo público que generó su desaparición. A él también le armaron una causa, por “atentado a la autoridad”, intentando instalar públicamente que el mismo día que apareció se había tiroteado con la Federal en un descampado de la Capital. La organización del secuestro y su posterior aparición (con causa penal incluida) fue obra de la Federal, descubierta poco después por la confesión del médico que asistía a las sesiones de tortura para resguardar que el joven estudiante no “se les fuera”.
En la segunda parte de este artículo se verá cómo las políticas represivas de Perón iban atadas a un intento de legitimación discursiva y simbólica. Vía los noticiarios que se transmitían diariamente en todos los cines del país y de otros recursos de propaganda el peronismo quiso hacer pasar a esa banda de criminales por servidores del pueblo.
Y se hablará, obviamente, del accionar de esos criminales 20 años después, cuando en una nueva presidencia de Perón los métodos de tormento, tortura y asesinato de oponentes políticos y sociales, sobre todo de izquierda, debían desplegarse mucho más que en el pasado.
Día de la Policía Federal Argentina
Festejo peronista del Día de la Policía Federal, año 1953.
Perón y la Federal, de la doctrina a los crímenes parapoliciales (PARTE ll)
Juan Domingo Perón y José López Rega (1973)
En la primera parte de esta investigación se dijo que cuando en los debates sobre la historia argentina se habla de “la derecha peronista” las referencias casi excluyentes son la burocracia sindical, el aparato duro del PJ y José López Rega como el símbolo de esa derecha actuando a vela desplegada.
En ese marco, es poco conocida la historia de la relación entre el General y los “cuadros” uniformados (sobre todo de la Policía Federal) que entre los años 40 y 70 del siglo XX le sirvieron para su proyecto político. De los cuales formó parte, justamente, “el Brujo” creador de la Triple A.
Se dijo también anteriormente que Perón, tras aparecer en la escena política en 1943 como uno de los militares que derrocaron al gobierno conservador de Ramón Castillo, se abocó a estrechar lazos con los sindicatos reformistas de aquellos años de origen socialista y sindicalista. Luego del 17 de octubre de 1945, donde una masiva movilización obligó al gobierno del General Farrell a liberarlo, se convirtió en el líder de un movimiento nacionalista burgués que logró la adhesión de la clase obrera vía la concesión de muchas conquistas sociales y políticas, además de ser ubicada por el General en el papel de “columna vertebral” de su movimiento.
En ese contexto, los aspectos reaccionarios y represivos de los gobiernos peronistas fueron siempre intencionalmente silenciados por los propagandistas del movimiento. Sin embargo fueron esenciales en la estrategia política del líder nacionalista burgués. Él mismo estuvo detrás del diseño y puesta en práctica de métodos y sistemas de represión política hacia personas y organizaciones díscolas con el “proyecto”.
Sucesos argentinos
Dos tareas fueron fundamentales para Perón: Por un lado garantizar la mayor impunidad para sus patoteros de la Policía Federal que, durante los años 40 y 50, perseguían, secuestraban y torturaban a parte de quienes se negaban a subordinarse al “movimiento”. Ya se habló de los casos de Cipriano Reyes, de Ernesto Mario Bravo y hasta de Atahualpa Yupanki, víctimas prototípicas de esa represión secreta a manos de los herederos de Ramón L. Falcón.
Y por otro lado Perón debía adoctrinar tanto a las tropas azules como a la sociedad respecto a la unión necesaria entre represores y reprimidos, en lo que sería una deformación natural de la estrategia de la alianza de clases entre explotadores y explotados que pregona la teoría peronista. Y esa legitimación de la necesidad de la fuerza represiva del Estado se daba a través de la propaganda pensada hasta en sus detalles más secundarios.
Mientras los casos de torturas en comisarías y cotidianos arrestos arbitrarios se daban de a montones, el gobierno de Perón se esmeraba en darle a la Federal un aura de “servicio abnegado” y “amor al pueblo”.
Sucesos Argentinos N° 495, 1948
En su emisión 495 de mayo de 1948, Sucesos Argentinos cubrió la “Fiesta de la Policía Federal”. Allí un locutor destaca la participación en la “fiesta de camaradería (…) del Presidente de la Nación, su esposa, miembros del Poder Ejecutivo y numerosa concurrencia”. El video refleja cómo “los celosos custodios de la vida y los bienes del ciudadano celebran, en estrecha comunión con el pueblo, su día de fiesta y de recordación”.
Cinco años después, la emisión 122 del Semanario Argentino celebraba “el Día de la Policía Federal Argentina”. Era 1953. La fuerza había ya dado sobradas muestras de sus brutalidades, su ilegalidad y capacidad de “servicio”. Por eso las palabras del noticiero estatal tienen una lectura precisa.
“En el Día de la Policía Federal Argentina, el presidente de la república, el General Juan Perón, acompañado por el ministro de Interior y Justicia y el jefe de Policía, revista a las fuerzas policiales que desfilarán poco después”. Así se presentaba la “noticia”.
Y proseguía con consideraciones tales como que el pueblo asistía a la fiesta para demostrar “su solidaridad y simpatía con los integrantes de la fuerza policial”; o que “en medio de la adhesión y le emoción popular, reciben sendos premios el oficial Manuel Antonio González (medalla de oro Presidente de la Nación Argentina General de Ejército Juan Perón) y el cabo Gaspar Minci (medalla de oro Eva Perón) por actos meritorios al servicio de la Patria y la sociedad”.
Pero quizás lo más notorio sea cómo se transmitía la voluntad de Perón de darle cada vez más poder a la fuerza represiva. “La sensación de poderío, organización y modernismo que el público aprecia y aplaude” no dejaría lugar a dudas de lo que se decía.
“La Policía Federal, cuyo material humano es inapreciable por su aptitud y espíritu de sacrificio muestra así mismo la calidad de su material técnico rodante. Una flota automor moderna y perfectamente equipada; un servicio de comunicaciones que permite por medios propios la intercomunicación de la Capital con cualquier punto del interior en contados segundos; y otros elementos incorporados recientemente por especial determinación del Presidente Perón, hacen de la policía argentina la mejor equipada del mundo”. Aparentemente nadie dudaba de esas apreciaciones.
Por último esa perla de la cinematografía peronista destacaba que “la celebración del Día de la Policía Federal Argentina encuentra unidos, indisolublemente, a pueblo y policía. La fuerza guardiana del orden del pueblo y para el pueblo recibe así una nueva muestra de afecto en presencia del Presidente Perón, quien preconiza la unidad de ideales e intereses del hombre del pueblo y del policía, orientados hacia los grandes fines de la nacionalidad como expresión de la fraterna solidaridad que impera en la nueva Argentina”.
Ese mismo año 1953 otro audiovisual del estilo del anterior daba publicidad a la ceremonia de juramento de “la 14° promoción del cuerpo de aspirantes de la Agrupación Escuela”. Y como para cerrar el círculo reaccionario, parte de la ceremonia era nada menos que “una solemne misa de campaña” en la que “se pide la protección del Altísimo”.
Desensillar hasta que aclare
El golpe militar, gorila y antipopular contra Perón de septiembre de 1955 le traspasaría la Federal completa a un nuevo gobierno. Sacando contadas excepciones el conjunto del personal hizo honor a la “lealtad”... al poder de turno.
Casi todos los agentes y comisarios siguieron su “carrera” sin problemas. Incluyendo a un oficial que trabajaba en la Comisaría 37° de la Capital, al que le gustaba el arte y las ciencias ocultas y quien dos décadas después estaría nuevamente al servicio de la tortura y la persecución política: José López Rega.
Durante los años de exilio de Perón en España la Federal siguió torturando, siguió persiguiendo y encarcelando a luchadores obreros, sindicalistas opositores a la burocracia y militantes políticos, sobre todo de la izquierda revolucionaria y de la resistencia peronista. Desde Frondizi hasta Lastiri, pasando por Illia, Onganía y Lanusse, no hubo presidente que no se esforzara por darle a la Federal la jerarquía y el rol histórico preciso de controlar de forma suprema a la población activa y movilizada.
Por eso cuando volvió Perón en 1973, y con él López Rega y un conjunto de políticas destinadas primero a contener y luego, ante su fracaso, reventar el proceso revolucionario que había surgido cinco años antes con el Cordobazo y no paraba, la Federal estaba más que presta para seguir “sirviendo a la comunidad”. El viejo General durante años había oscilado entre apoyarse sobre los sectores más radicalizados y los más ortodoxos, según el momento político que atravesaba. Pero como era previsible se terminó decidiendo por los segundos luego de su retorno a la presidencia.
Los jefes y caciques más conspicuos de la Federal habían tenido carreras irregulares dentro de la fuerza, sin embargo al momento de ser convocados por el tercer gobierno de Perón para brindar servicios, todos asumieron el pacto con la misma determinación con la que unos veinte años antes habían agresado de la Escuela de Cadetes Ramón L. Falcón.
El Somatén argentino
Su exilio en España a Perón le renovó algunas ideas. Tras largos años observando a la distancia la realidad argentina y tras múltiples charlas con líderes de la derecha peronista y con su secretario privado, el viejo General concluyó que había que trasladar a su país la experiencia del Somatén, el cuerpo parapolicial creado por el franquismo tras la Guerra Civil Española.
Y para eso se debía apelar a los más experimentados. A los fines de esta nota alcanza con nombrar a cuatro de ellos, tres de los cuales fueron las máximas figuras de la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A. Al frente del más sangriento grupo parapolicial conocido hasta entonces, que se había criado en las entrañas de aquella “policía peronista” de los 40 y 50, estaban el mismo López Rega, Juan Ramón Morales y Alberto Villar.
El cuarto hombre es Jorge Osinde, quien desde 1973 trabajaba para López Rega en el Ministerio de Bienestar Social. Este último sería fundamental para reclutar a la resaca de la Federal y armar una tropa de sicarios financiados y amparados desde el Estado. Los otros serían la neurona planificadora y el brazo ejecutor del plan de exterminio de activistas y militantes de izquierda.
Los cuatro habían nacido a la vida policial de la mano de la escuela Falcón y del gobierno de Juan Perón. Con diferentes rumbos en la década del 60 y principios de los 70 (por ejemplo López Rega dejó el uniforme de Policía en el 1962 y comenzó su periplo hasta terminar siendo el secretario privado de Perón; y Morales fue expulsado de la fuerza en el 69 por varios casos de contrabando, robos y corrupción), todos volvieron a juntarse en las postrimerías de la dictadura.
Incluso algunos lo harían con honores y todo. El mismo López Rega se volvió a calzar el uniforme de la Federal en mayo de 1974, cuando por decreto 1350 firmado por el presidente Perón, el cabo que había desertado doce años antes era ascendido a comisario general, subiendo doce grados en un solo día.
Último acto de servicio
López Rega, Villar, Morales y, sobre todo, Osinde cumplirían un rol destacado en la masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1973, cuando con motivo del regreso de Perón al país se organizó un evento de recibida. La derecha peronista, de la que la patota de “El Brujo” era un exponente oficial, tiroteó de forma brutal a la concurrencia, plagada de personas que habían ido a recibir a Perón, en su mayoría referenciados en Montoneros, dejando un saldo de casi un centenar de muertos.
Pero sin dudas fue desde el tercer subsuelo del Ministerio de Bienestar Social desde donde saldrían los planes criminales más audaces de la Triple A. Con células independientes que actuaban de forma itinerante y a las que solo podían centralizar López Rega y Villar, la organización asesinó entre noviembre de 1973 y marzo de 1976 (cuando se integran a los grupos de tareas de la dictadura) a más de dos mil luchadores y activistas obreros, estudiantiles y profesionales, tanto del peronismo como del clasismo y la izquierda revolucionaria.
No es un dato menor recordar que la Policía Federal, junto con el resto de las fuerzas provinciales, tuvo un rol central en la realización de los operativos clandestinos. Siempre los secuestros y asesinatos se realizaban en “zonas liberadas”, dándole vía libre a las bandas armadas.
Si bien su bunker central estaba en el edificio histórico de la Avenida 9 de Julio, la patota de elite solía pasar horas, entre atentado y atentado, en los jardines de la Quinta de Olivos, rodeando todos al viejo presidente.
Sin lugar para la teoría del “entorno”
La historia que pretendió “oficializar” gran parte del peronismo progresista es que al viejo líder le jugó una muy mala pasada “el entorno”, donde desde la misma Isabel y López Rega hasta los popes de la CGT serían algo así como los “condicionantes” del viejo General que tantos buenos pasares le había dado al pueblo trabajador.
Sin embargo, los hechos históricos muestran una faceta un poco menos digerible para el paladar Nac&Pop de las políticas “policiales” y represivas del peronismo en el poder.
Como documenta y desarrolla el periodista Rolando Barbano en Sangre Azul. Historia criminal de la Policía Federal Argentina (Planeta 2015) , la historia criminal de la Policía Federal se nutre de miles y miles de epidodios que exceden, ampliamente, a la expiencia que esa fuerza vivió durante los años en los que su jefe máximo fue Juan Domingo Perón. Pero tan cierto como eso es que el líder del movimiento justicialista se sirvió de esa historia criminal para darle a la Federal una orientación específica, sin despojarla de sus peores métodos y, por el contrario, dotándola de aún más poder de fuego.
Los criminales, de uniforme o de civil, que integraron las bandas de la Triple A se fundieron casi naturalmente en los grupos de tareas de la dictadura. Después se reconvirtieron, casi naturalmente, en agentes de la Policía “democrática” durante los 80, 90 y 2000. Algunos de ellos siguen cumpliendo servicio, cobran buenos sueldos y hasta consiguieron muchos ascensos en estas décadas. Y a casi ninguno de ellos la Justicia les pidió explicaciones por los hechos del pasado.
Mucho menos a sus antiguos superiores, algunos de los cuales siguen vivos y hasta formando parte de las estructuras políticas tradicionales. El Partido Justicialista, lógicamente, entre ellos.
http://www.laizquierdadiario.com/Peron-y-la-Federal-de-la-doctrina-a-los-crimenes-parapoliciales?utm_content=bufferc5d14&utm_medium=social&utm_source=facebook.com&utm_campaign=buffer
http://www.laizquierdadiario.com/Peron-y-la-Policia-Federal-un-largo-romance-criminal
La fuerza azul fue el brazo ejecutor directo de las políticas represivas y macartistas del General. Un derrotero que va desde las torturas a Cipriano Reyes a los masivos crímenes de la Triple A.
Juan Domingo Perón, Isabel y José López Rega (1973)
(PARTE I)
“Perón dijo... Cada día me siento más orgulloso de la Policía Federal” (pasacalle colgado en la Avenida del Libertador en un desfile de la fuerza, 1953).
Cuando en los debates sobre la historia política argentina se habla de “la derecha peronista” se suele referenciar, por excelencia, a personajes de la burocracia sindical o del aparato duro del PJ. Y también a José López Rega, el secretario privado de Perón y organizador de la Triple A, quien sin embargo no actuó ni solo ni “mal acompañado”.
Exceptuando estudios académicos o periodísticos puntuales, la referencia a los “cuadros” uniformados que entre las décadas del 40 y del 70 del siglo pasado trabajaron al servicio de Perón es poco conocida. Entre ellos los de la Policía Federal.
Perón, tras aparecer en la escena política en 1943 como uno de los militares que derrocaron al gobierno conservador de Ramón Castillo, se abocó a estrechar lazos con los sindicatos reformistas de aquellos años de origen socialista y sindicalista. Luego del 17 de octubre de 1945, donde una masiva movilización obligó al gobierno del General Farrell a liberarlo, se convirtió en el líder de un movimiento nacionalista burgués que logró la adhesión de la clase obrera vía la concesión de muchas conquistas sociales y políticas, además de ser ubicada por el General en el papel de “columna vertebral” de su movimiento.
Pero esos aspectos de su trayectoria como líder popular más de una vez opacaron y hasta ocultaron los aspectos reaccionarios y criminales que él mismo, como buen estratega burgués, diseñó y puso en práctica con el objetivo de impedir que levantaran cabeza los díscolos y rebeldes, tanto de su propio movimiento como de otras corrientes políticas.
Algunos videos y un libro
Un hecho en apariencia trivial viene sucediendo en los últimos meses. El archivo audiovisual Prisma, que maneja el Estado y publica registros históricos de Canal 7 y Radio Nacional, está subiendo a Youtube varios videos sobre la derecha peronista, que presentan bajo el título de “peronismo” a secas. Si bien el portal de archivos fue creado por el gobierno de Cristina Fernández, esta impronta derechista huele a línea editorial macrista. Parte de ese material muestra la estrecha relación entre el gobierno peronista y las bandas armadas de la Federal, algo que cae muy bien al paladar PRO.
Pero para quien haya leído el libro Sangre Azul. Historia criminal de la Policía Federal Argentina, del periodista Rolando Barbano (Planeta 2015), mirar esos videos puede resultar una experiencia escalofriante. El libro de Barbano bucea con minuciosidad el aspecto menos difundido de la mayor fuerza policial del Estado, desde mucho antes de 1810 hasta los años recientes, pasando obviamente por los gobiernos peronistas.
La escuela de Falcón
En su libro, Barbano reseña la vida de Ramón Lorenzo Falcón, el jefe de la Policía de la Capital (antecesora de la Federal) entre 1906 y 1909, cuando dejó el cargo de forma violenta. El 15 de noviembre de ese año moriría, sin piernas, tras explotar una bomba en el coche en el que viajaba, arrojada por el obrero anarquista Simón Radowitzky.
Que Simón Radowitzky sea considerado hasta nuestros días como un héroe popular y que Ramón L. Falcón se haya convertido en patriarca de la Escuela de Cadetes de la Policía Federal, que llevó su nombre entre 1928 y 2011, habla de la profundidad de aquellos acontecimientos de principios del Siglo XX.
Falcón había convertido a la Policía en un verdadero ejército de ocupación, dotándola de instrucción militar y un cambio de concepción orientado a desarrollar el mayor control social y la mayor represión al “populacho” para resguardar los intereses de las clases dominantes. Con él, esa esa fuerza se transformó en un arma represiva letal, con su Escuadrón de Seguridad como tropa de élite. Eran verdaderos cosacos al servicio de castigar a obreros en huelga y reprimir manifestaciones.
Falcón fue, claro, de los más entusiastas ejecutores de la xenófoba Ley de Residencia contra los extranjeros rebeldes. También organizó la feroz represión que dejó un saldo de entre diez y catorce personas muertas en la “semana roja” de 1909. Y con ínfulas de “estratega” creó las secciones de Seguridad Pública, Seguridad Personal, Identificación, Informaciones, Vigilancia General y Orden Social de la Policía de la Capital. Esta última sección era una verdadera “policía política”. Con ese arsenal el hombre se transformó en el represor más experimentado contra la clase trabajadora. La misma clase que por entonces luchaba por mejorar sus penosas condiciones de vida.
Tan clara era la misión inculcada por Falcón a su Policía que al otro día de su asesinato la fuerza reventó decenas de locales anarquistas y socialistas, destruyó la imprenta del periódico La Protestae incendió otras, quemó bibliotecas y clausuró gremios y hasta la propia FORA. Y, claro, encarceló a cientos de líderes obreros, deportando a varios de ellos.
Homenaje a Ramón Falcón, 1951
En 1951, cuatro décadas después de su muerte, el gobierno de Juan Domingo Perón le rindió a Falcón un sentido homenaje. Como lo refleja el Sucesos Argentinos en su edición 678 de diciembre de ese año, “al cumplirse 42 años de la muerte del exjefe de Policía coronel Ramón L. Falcón, la Policía Federal rinde homenaje a su memoria”.
Editorializando para despejar toda duda el locutor decía que “la benemérita institución recuerda al abnegado servidor que ofrendó su vida en aras del deber. Claro ejemplo de patriotismo que los actuales guardianes del orden recogen con verdadera unción y llevan como consigna en su diaria lucha contra el mal”.
Lombilla, alumno ejemplar
La Policía Federal se creó el 24 de diciembre de 1943, por decisión del gobierno militar de Pedro Ramírez quien decretó la ampliación nacional de la Policía de la Capital dándole una nueva estructura. A la que había que llenar de contenido, de funciones y de personal.
En 1946, ya con Perón como presidente, la Policía retomaría los más hondos principios y valores de Ramón Falcón. De hecho, la sección Orden Social creada en 1906 para perseguir obreros anarquistas y socialistas recobró fuerza y acaparó más poder, transformándose en la nefasta Sección Especial, con sede propia en el barrio de Balvanera y con personajes temibles a su frente. Como Cipriano Lombilla, que cumpliría al pie de la letra todas las órdenes del director de Informaciones Políticas de la Policía, Guillermo Solveyra Casares, quien tenía su despacho al lado del de Perón en la Casa Rosada.
Entre 1946 y 1955 la Policía Federal adquiriría un nivel de especialización represiva y sofisticación técnica como nunca antes. Se ve claramente en las políticas represivas (legales e ilegales), en las políticas de Inteligencia y en las políticas de legitimación simbólica desplegadas desde el Estado.
El caso emblemático fue el rol de esa fuerza para consumar la venganza contra Cipriano Reyes, uno de los protagonistas del 17 de Octubre que, al rechazar la subordinación total a Perón, fue poco menos que desterrado dentro del propio país. Reyes sufrió atentados personales de sicarios, los locales de su Partido Laborista fueron atacados e incluso terminaron armándole una causa penal en septiembre de 1948 que justificó su detención (y la de varios familiares y colaboradores) y el envío a las cuevas de tortura de la Federal.
Después de haber ayudado de forma inestimable al triunfo electoral de Perón, Cipriano Reyes fue picaneado hasta casi morir, en sesiones constantes de las que participaba Lombilla y otros jerarcas del fuerza "mimada" por el General. Con supuestas confesiones como pruebas, arrancadas con “la maquinita” y “la raviolera”, Reyes fue condenado a prisión y estaría varios años tras las rejas.
Además de perseguir a las corrientes del movimiento obrero el gobierno de Perón tenía de punto al movimiento estudiantil, y no solo al gorila de la clase media alta. Muchos estudiantes ligados al Partido Socialista y al Comunista fueron perseguidos, encarcelados y torturados en esos años. Para no hablar de la persecución a artistas y literatos que producían obras que cuestionaban, de una u otra manera, al poder de Perón. Entre otros, pasó por los calabozos de la Federal el propio Atahualpa Yupanki.
El caso del estudiante universitario Ernesto Mario Bravo, secuestrado y desaparecido durante un mes a mediados de 1951, fue también paradigmático. Militante comunista, Bravo fue sacado de su casa una noche por un grupo de tareas a las órdenes de Lombilla. Torturado hasta agonizar, si se salvó fue por el escándalo público que generó su desaparición. A él también le armaron una causa, por “atentado a la autoridad”, intentando instalar públicamente que el mismo día que apareció se había tiroteado con la Federal en un descampado de la Capital. La organización del secuestro y su posterior aparición (con causa penal incluida) fue obra de la Federal, descubierta poco después por la confesión del médico que asistía a las sesiones de tortura para resguardar que el joven estudiante no “se les fuera”.
En la segunda parte de este artículo se verá cómo las políticas represivas de Perón iban atadas a un intento de legitimación discursiva y simbólica. Vía los noticiarios que se transmitían diariamente en todos los cines del país y de otros recursos de propaganda el peronismo quiso hacer pasar a esa banda de criminales por servidores del pueblo.
Y se hablará, obviamente, del accionar de esos criminales 20 años después, cuando en una nueva presidencia de Perón los métodos de tormento, tortura y asesinato de oponentes políticos y sociales, sobre todo de izquierda, debían desplegarse mucho más que en el pasado.
Día de la Policía Federal Argentina
Festejo peronista del Día de la Policía Federal, año 1953.
Perón y la Federal, de la doctrina a los crímenes parapoliciales (PARTE ll)
Juan Domingo Perón y José López Rega (1973)
En la primera parte de esta investigación se dijo que cuando en los debates sobre la historia argentina se habla de “la derecha peronista” las referencias casi excluyentes son la burocracia sindical, el aparato duro del PJ y José López Rega como el símbolo de esa derecha actuando a vela desplegada.
En ese marco, es poco conocida la historia de la relación entre el General y los “cuadros” uniformados (sobre todo de la Policía Federal) que entre los años 40 y 70 del siglo XX le sirvieron para su proyecto político. De los cuales formó parte, justamente, “el Brujo” creador de la Triple A.
Se dijo también anteriormente que Perón, tras aparecer en la escena política en 1943 como uno de los militares que derrocaron al gobierno conservador de Ramón Castillo, se abocó a estrechar lazos con los sindicatos reformistas de aquellos años de origen socialista y sindicalista. Luego del 17 de octubre de 1945, donde una masiva movilización obligó al gobierno del General Farrell a liberarlo, se convirtió en el líder de un movimiento nacionalista burgués que logró la adhesión de la clase obrera vía la concesión de muchas conquistas sociales y políticas, además de ser ubicada por el General en el papel de “columna vertebral” de su movimiento.
En ese contexto, los aspectos reaccionarios y represivos de los gobiernos peronistas fueron siempre intencionalmente silenciados por los propagandistas del movimiento. Sin embargo fueron esenciales en la estrategia política del líder nacionalista burgués. Él mismo estuvo detrás del diseño y puesta en práctica de métodos y sistemas de represión política hacia personas y organizaciones díscolas con el “proyecto”.
Sucesos argentinos
Dos tareas fueron fundamentales para Perón: Por un lado garantizar la mayor impunidad para sus patoteros de la Policía Federal que, durante los años 40 y 50, perseguían, secuestraban y torturaban a parte de quienes se negaban a subordinarse al “movimiento”. Ya se habló de los casos de Cipriano Reyes, de Ernesto Mario Bravo y hasta de Atahualpa Yupanki, víctimas prototípicas de esa represión secreta a manos de los herederos de Ramón L. Falcón.
Y por otro lado Perón debía adoctrinar tanto a las tropas azules como a la sociedad respecto a la unión necesaria entre represores y reprimidos, en lo que sería una deformación natural de la estrategia de la alianza de clases entre explotadores y explotados que pregona la teoría peronista. Y esa legitimación de la necesidad de la fuerza represiva del Estado se daba a través de la propaganda pensada hasta en sus detalles más secundarios.
Mientras los casos de torturas en comisarías y cotidianos arrestos arbitrarios se daban de a montones, el gobierno de Perón se esmeraba en darle a la Federal un aura de “servicio abnegado” y “amor al pueblo”.
Sucesos Argentinos N° 495, 1948
En su emisión 495 de mayo de 1948, Sucesos Argentinos cubrió la “Fiesta de la Policía Federal”. Allí un locutor destaca la participación en la “fiesta de camaradería (…) del Presidente de la Nación, su esposa, miembros del Poder Ejecutivo y numerosa concurrencia”. El video refleja cómo “los celosos custodios de la vida y los bienes del ciudadano celebran, en estrecha comunión con el pueblo, su día de fiesta y de recordación”.
Cinco años después, la emisión 122 del Semanario Argentino celebraba “el Día de la Policía Federal Argentina”. Era 1953. La fuerza había ya dado sobradas muestras de sus brutalidades, su ilegalidad y capacidad de “servicio”. Por eso las palabras del noticiero estatal tienen una lectura precisa.
“En el Día de la Policía Federal Argentina, el presidente de la república, el General Juan Perón, acompañado por el ministro de Interior y Justicia y el jefe de Policía, revista a las fuerzas policiales que desfilarán poco después”. Así se presentaba la “noticia”.
Y proseguía con consideraciones tales como que el pueblo asistía a la fiesta para demostrar “su solidaridad y simpatía con los integrantes de la fuerza policial”; o que “en medio de la adhesión y le emoción popular, reciben sendos premios el oficial Manuel Antonio González (medalla de oro Presidente de la Nación Argentina General de Ejército Juan Perón) y el cabo Gaspar Minci (medalla de oro Eva Perón) por actos meritorios al servicio de la Patria y la sociedad”.
Pero quizás lo más notorio sea cómo se transmitía la voluntad de Perón de darle cada vez más poder a la fuerza represiva. “La sensación de poderío, organización y modernismo que el público aprecia y aplaude” no dejaría lugar a dudas de lo que se decía.
“La Policía Federal, cuyo material humano es inapreciable por su aptitud y espíritu de sacrificio muestra así mismo la calidad de su material técnico rodante. Una flota automor moderna y perfectamente equipada; un servicio de comunicaciones que permite por medios propios la intercomunicación de la Capital con cualquier punto del interior en contados segundos; y otros elementos incorporados recientemente por especial determinación del Presidente Perón, hacen de la policía argentina la mejor equipada del mundo”. Aparentemente nadie dudaba de esas apreciaciones.
Por último esa perla de la cinematografía peronista destacaba que “la celebración del Día de la Policía Federal Argentina encuentra unidos, indisolublemente, a pueblo y policía. La fuerza guardiana del orden del pueblo y para el pueblo recibe así una nueva muestra de afecto en presencia del Presidente Perón, quien preconiza la unidad de ideales e intereses del hombre del pueblo y del policía, orientados hacia los grandes fines de la nacionalidad como expresión de la fraterna solidaridad que impera en la nueva Argentina”.
Ese mismo año 1953 otro audiovisual del estilo del anterior daba publicidad a la ceremonia de juramento de “la 14° promoción del cuerpo de aspirantes de la Agrupación Escuela”. Y como para cerrar el círculo reaccionario, parte de la ceremonia era nada menos que “una solemne misa de campaña” en la que “se pide la protección del Altísimo”.
Desensillar hasta que aclare
El golpe militar, gorila y antipopular contra Perón de septiembre de 1955 le traspasaría la Federal completa a un nuevo gobierno. Sacando contadas excepciones el conjunto del personal hizo honor a la “lealtad”... al poder de turno.
Casi todos los agentes y comisarios siguieron su “carrera” sin problemas. Incluyendo a un oficial que trabajaba en la Comisaría 37° de la Capital, al que le gustaba el arte y las ciencias ocultas y quien dos décadas después estaría nuevamente al servicio de la tortura y la persecución política: José López Rega.
Durante los años de exilio de Perón en España la Federal siguió torturando, siguió persiguiendo y encarcelando a luchadores obreros, sindicalistas opositores a la burocracia y militantes políticos, sobre todo de la izquierda revolucionaria y de la resistencia peronista. Desde Frondizi hasta Lastiri, pasando por Illia, Onganía y Lanusse, no hubo presidente que no se esforzara por darle a la Federal la jerarquía y el rol histórico preciso de controlar de forma suprema a la población activa y movilizada.
Por eso cuando volvió Perón en 1973, y con él López Rega y un conjunto de políticas destinadas primero a contener y luego, ante su fracaso, reventar el proceso revolucionario que había surgido cinco años antes con el Cordobazo y no paraba, la Federal estaba más que presta para seguir “sirviendo a la comunidad”. El viejo General durante años había oscilado entre apoyarse sobre los sectores más radicalizados y los más ortodoxos, según el momento político que atravesaba. Pero como era previsible se terminó decidiendo por los segundos luego de su retorno a la presidencia.
Los jefes y caciques más conspicuos de la Federal habían tenido carreras irregulares dentro de la fuerza, sin embargo al momento de ser convocados por el tercer gobierno de Perón para brindar servicios, todos asumieron el pacto con la misma determinación con la que unos veinte años antes habían agresado de la Escuela de Cadetes Ramón L. Falcón.
El Somatén argentino
Su exilio en España a Perón le renovó algunas ideas. Tras largos años observando a la distancia la realidad argentina y tras múltiples charlas con líderes de la derecha peronista y con su secretario privado, el viejo General concluyó que había que trasladar a su país la experiencia del Somatén, el cuerpo parapolicial creado por el franquismo tras la Guerra Civil Española.
Y para eso se debía apelar a los más experimentados. A los fines de esta nota alcanza con nombrar a cuatro de ellos, tres de los cuales fueron las máximas figuras de la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A. Al frente del más sangriento grupo parapolicial conocido hasta entonces, que se había criado en las entrañas de aquella “policía peronista” de los 40 y 50, estaban el mismo López Rega, Juan Ramón Morales y Alberto Villar.
El cuarto hombre es Jorge Osinde, quien desde 1973 trabajaba para López Rega en el Ministerio de Bienestar Social. Este último sería fundamental para reclutar a la resaca de la Federal y armar una tropa de sicarios financiados y amparados desde el Estado. Los otros serían la neurona planificadora y el brazo ejecutor del plan de exterminio de activistas y militantes de izquierda.
Los cuatro habían nacido a la vida policial de la mano de la escuela Falcón y del gobierno de Juan Perón. Con diferentes rumbos en la década del 60 y principios de los 70 (por ejemplo López Rega dejó el uniforme de Policía en el 1962 y comenzó su periplo hasta terminar siendo el secretario privado de Perón; y Morales fue expulsado de la fuerza en el 69 por varios casos de contrabando, robos y corrupción), todos volvieron a juntarse en las postrimerías de la dictadura.
Incluso algunos lo harían con honores y todo. El mismo López Rega se volvió a calzar el uniforme de la Federal en mayo de 1974, cuando por decreto 1350 firmado por el presidente Perón, el cabo que había desertado doce años antes era ascendido a comisario general, subiendo doce grados en un solo día.
Último acto de servicio
López Rega, Villar, Morales y, sobre todo, Osinde cumplirían un rol destacado en la masacre de Ezeiza, el 20 de junio de 1973, cuando con motivo del regreso de Perón al país se organizó un evento de recibida. La derecha peronista, de la que la patota de “El Brujo” era un exponente oficial, tiroteó de forma brutal a la concurrencia, plagada de personas que habían ido a recibir a Perón, en su mayoría referenciados en Montoneros, dejando un saldo de casi un centenar de muertos.
Pero sin dudas fue desde el tercer subsuelo del Ministerio de Bienestar Social desde donde saldrían los planes criminales más audaces de la Triple A. Con células independientes que actuaban de forma itinerante y a las que solo podían centralizar López Rega y Villar, la organización asesinó entre noviembre de 1973 y marzo de 1976 (cuando se integran a los grupos de tareas de la dictadura) a más de dos mil luchadores y activistas obreros, estudiantiles y profesionales, tanto del peronismo como del clasismo y la izquierda revolucionaria.
No es un dato menor recordar que la Policía Federal, junto con el resto de las fuerzas provinciales, tuvo un rol central en la realización de los operativos clandestinos. Siempre los secuestros y asesinatos se realizaban en “zonas liberadas”, dándole vía libre a las bandas armadas.
Si bien su bunker central estaba en el edificio histórico de la Avenida 9 de Julio, la patota de elite solía pasar horas, entre atentado y atentado, en los jardines de la Quinta de Olivos, rodeando todos al viejo presidente.
Sin lugar para la teoría del “entorno”
La historia que pretendió “oficializar” gran parte del peronismo progresista es que al viejo líder le jugó una muy mala pasada “el entorno”, donde desde la misma Isabel y López Rega hasta los popes de la CGT serían algo así como los “condicionantes” del viejo General que tantos buenos pasares le había dado al pueblo trabajador.
Sin embargo, los hechos históricos muestran una faceta un poco menos digerible para el paladar Nac&Pop de las políticas “policiales” y represivas del peronismo en el poder.
Como documenta y desarrolla el periodista Rolando Barbano en Sangre Azul. Historia criminal de la Policía Federal Argentina (Planeta 2015) , la historia criminal de la Policía Federal se nutre de miles y miles de epidodios que exceden, ampliamente, a la expiencia que esa fuerza vivió durante los años en los que su jefe máximo fue Juan Domingo Perón. Pero tan cierto como eso es que el líder del movimiento justicialista se sirvió de esa historia criminal para darle a la Federal una orientación específica, sin despojarla de sus peores métodos y, por el contrario, dotándola de aún más poder de fuego.
Los criminales, de uniforme o de civil, que integraron las bandas de la Triple A se fundieron casi naturalmente en los grupos de tareas de la dictadura. Después se reconvirtieron, casi naturalmente, en agentes de la Policía “democrática” durante los 80, 90 y 2000. Algunos de ellos siguen cumpliendo servicio, cobran buenos sueldos y hasta consiguieron muchos ascensos en estas décadas. Y a casi ninguno de ellos la Justicia les pidió explicaciones por los hechos del pasado.
Mucho menos a sus antiguos superiores, algunos de los cuales siguen vivos y hasta formando parte de las estructuras políticas tradicionales. El Partido Justicialista, lógicamente, entre ellos.
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