LA EDAD DEL DESPILFARRO. PARO Y NECESIDADES SOCIALES
texto de GIORGIO LUNGHINI que figura en el libro colectivo El libro de las 35, que fue editado por El Viejo Topo, cuando la propuesta de “las 35 horas por ley” estuvo de moda (después, las más de las seiscientas mil firmas pidiendo una ILP sobre el tema, durmieron el sueño eterno).
en el Foro se publica en dos mensajes
---mensaje nº 1---
Cada nuevo invierno se vuelve a plantear el problema: ¿Qué vamos a hacer con los que están en paro?
El número de parados aumenta de año en año, pero no hay nadie que pueda responder a ese problema - F. Engels
I. INTRODUCCIÓN
En una conferencia sobre “Perspectivas económicas para nuestros nietos” pronunciada en Madrid en 1930, en los años de la ansiedad, John Maynard Keynes afirmaba que, en el curso de esa misma generación, quedaría demostrado que eran erróneos los dos pesimismos contrapuestos: el pesimismo de los revolucionarios, que piensan que las cosas van tan mal que nada podrá salvarnos a no ser que se opere un cambio radical y violento, y el pesimismo de los reaccionarios, que mantienen que el equilibrio de nuestra vida económica y social es demasiado frágil para permitirnos correr el riesgo de hacer nuevos experimentos. Opinaba Keynes que la enfermedad del paro tecnológico no sería más que una fase de desequilibrio transitorio y que, en un arco de cien años, la humanidad habría resuelto su problema económico. Según esa profecía, antes de treinta y cinco años, y por primera vez en la historia, el hombre debería enfrentarse a su verdadero y permanente problema: cómo emplear su liberación de las preocupaciones económicas inmediatas, cómo emplear el tiempo libre ganado gracias a la ciencia y al interés compuesto, para vivir bien, de forma agradable y con sensatez.
En los sesenta y cinco años que han transcurrido desde entonces, la humanidad no se ha movido en una dirección que le permita quedar libre de lo perentorio, liberarse de la necesidad de venderse a cambio de obtener medios de vida. De la edad de la ansiedad de la que Keynes nos ha intentado liberar hemos pasado a la edad del despilfarro, no a la de la libertad y la sobriedad. La atroz anomalía del paro en un mundo plagado de necesidades es mucho más grave hoy de lo que fue entonces. Pese al constante avance de los conocimientos científicos y técnicos y de la acumulación del capital, y puede que precisamente a causa de tales avances, en los países más ricos del mundo, sin tener en cuenta los otros, hay hoy más de treinta y millones de hombres y mujeres sin trabajo, en su mayoría jóvenes, pero no porque se hayan liberado del trabajo, sino porque carecen de él. La desmedida proliferación de bienes y el aumento del paro se dan junto con viejas y nuevas pobrezas, guerras entre pobres y un generalizado estado de barbarie en las relaciones materiales de la existencia. La teoría económica y el arte de gobernar no saben explicar ni quieren resolver el problema económico-político más grave: demasiados bienes, poco trabajo.
I. UN “HECHO ESCUETO”
En estos últimos años he sostenido en varios trabajos la siguiente tesis: en la esfera capitalista de la economía, entre actividades productivas de excedente vendible en el mercado y empleo de mano de obra se ha establecido, y se va consolidando, una relación de tal suerte que a las variaciones positivas de las primeras no corresponden variaciones positivas en lo segundo, con lo cual el paro constituye un proceso tendencialmente irreversible.
Cuando la producción disminuye también disminuye el empleo; pero no sucede lo contrario: que si la producción se recupera se recupere también el empleo. El paro se cristaliza mediante reestructuraciones tecnológicas y organizativas y se hace tendencialmente irreversible (tendencialmente: a menos que intervengan nuevos factores de estabilidad o causas contrarias a la tendencia). Mientras la economía crece de forma estable, apenas se advierten las consecuencias de las reestructuraciones tecnológicas y organizativas. Cuando la producción disminuye, cada empresario reduce el empleo por su cuenta. Cuando la producción se recupera, pero no se espera que haya nuevos ciclos largos y positivos, cualquier empresario con iniciativa pensará que le conviene aprovecharse de los cambios técnicos y organizativos que le han permitido ahorrar trabajadores para no contratar a nadie más. Éste es el aspecto estructural de la flexibilidad capitalista del empleo: la mano de obra es un bien, y la cantidad que se demanda de tal bien es flexible, pero sólo hacia abajo.
Este “hecho escueto”, que en un primer momento parecía aleatorio, se ve respaldado por la econometría y se ha convertido ya en un tópico periodístico.
II. EL “PARO CAPITALISTA”: TRES POSTURAS
Las tesis que más se barajan sobre las causas y posibles remedios del paro pueden quedar reducidas a tres, una ortodoxa y dos heréticas. Primera tesis: el paro es un problema, pero se puede solucionar con los métodos tradicionales. Segunda tesis: el paro no es un problema sino, por el contrario, una liberación. La tercera tesis, la que aquí se mantiene, es que el paro es un problema y que no se puede solucionar con los métodos tradicionales.
La primera tesis, ortodoxa, optimista y formulada de diversas formas, no niega que el paro sea un problema, pero da por hecho que es un problema que se puede solucionar con mayor o menor facilidad. Para algunos se trata de un fenómeno puramente cíclico, que se ajusta por sí mismo. Otros llegan a sostener que un eventual aumento del empleo en las fases de expansión del ciclo económico debe ser contrarrestado, pues temen más a la inflación que al paro. Hay quienes mantienen, los de formación neoclásica, que si hay paro éste es voluntario o, si es involuntario, se debe a que hay un tipo de salario real superior al de equilibrio, o a la rigidez del mercado de trabajo. Razonando como si el paro y el salario real se formaran en el mercado de trabajo en vez de en la esfera de la producción y en el mercado de bienes, se indican como medidas necesarias y suficientes los recortes salariales y la mayor flexibilidad del mercado de trabajo. La tesis keynesiana niega que tales medidas basten para reducir el paro, puesto que, por el contrario, el paro involuntario se produciría al ser la demanda real inferior a la que podría satisfacer la capacidad productiva. Si con las adecuadas inversiones privadas o públicas se consiguiera un aumento de la demanda, éste permitiría llegar al pleno empleo gracias a su papel multiplicador. Hay otros, por último, que achacan a las condiciones técnicas de la producción la causa principal del paro. Al paro tecnológico, sin embargo, se le podría poner remedio con mecanismos endógenos de compensación. El mercado se ocuparía, mediante ajustes de los precios impuestos por la perfecta competencia, de provocar un aumento de la producción y, por tanto, de reabsorber a los trabajadores que hubieran quedado de más con el cambio técnico; o bien éstos encontrarán trabajo fabricando los robots que los habían sustituido. Pero, por desgracia para los parados, el mercado no es tan eficiente y, como ya se ha dicho en alguna ocasión, los caballos que han dejado de utilizarse no se van a emplear en la producción de tranvías de tracción eléctrica.
La segunda tesis, herética y optimista, parte de un hecho evidente e importante: el trabajo socialmente necesario para la producción de bienes está disminuyendo progresivamente. Ahora bien, no considera sus regresivas consecuencias económicas, sociales y políticas, leyéndolo como signo de una ya inveterada liberación del trabajo. Se razona como si ya se hubieran cumplido las “Perspectivas económicas para nuestros nietos” de John Maynard Keynes (y ya antes de Paul Lafargue): gracias a la ciencia y al interés compuesto, “a la vuelta de poquísimos años -escribe Keynes en 1930- podremos estar en condiciones de llevar a cabo todas las operaciones de los sectores agrícola, minero y fabril con la cuarta parte de la energía humana que acostumbrábamos a reservarles [ ... ]. Tres horas de trabajo diarias son más que suficientes para satisfacer al viejo Adán que llevamos dentro”. Ahora bien, sólo podría ser así si los bienes producidos en forma de mercancías pudieran cubrir todas las necesidades de los individuos y de la sociedad, y si no hubiera necesidades sociales que quedaran sin cubrir.
En la configuración actual del proceso capitalista de producción y reproducción se da una paradoja muy peligrosa políticamente: una mezcla de superproducción de bienes, de falso bienestar, de paro laboral y de necesidades sociales no cubiertas en los campos de la educación y de la cultura, del cuidado de los individuos y el tejido social, de la conservación del medioambiente y de la naturaleza. El paro, que ya alcanza niveles elevadísimos, tiende a crecer. Por otra parte, el bienestar material es relativamente alto y llega a muchas personas, pero incluso en los países ricos aumentan las bolsas de pobreza. Por esta razón, hay muchos que, dejándose engañar por el hecho de que todos consumimos bienes, niegan que el paro sea un problema serio y grave y argumentan que, si no es preciso que todos trabajen para que todos puedan comprar los bienes que ofrece el mercado, esto es señal de la eficiencia productiva del capitalismo y no de que ha llegado a su límite.
Pese a lo que es evidente, se sigue razonando según viejos esquemas y proponiendo viejos remedios, puramente ideológicos. Se sigue razonando como si el aumento de la producción de bienes supusiera el aumento del empleo, confiando así en providenciales shocks exógenos o en la eficacia de compaginar políticas neoclásicas de reducción del salario real y políticas pseudokeynesianas de expansión de la demanda efectiva. Estas políticas también pueden ser dolorosamente útiles para mantener el actual nivel de empleo en el sector mercantil de la economía (siempre a condición de que persigan antes la regularidad de la tendencia prevista que la intensidad de las fases de recuperación). No harían, sin embargo, que disminuyera el paro y dejarían sin cubrir las necesidades que no satisface el mercado. La economía capitalista es irracional (según Max Weber) porque no cubre las necesidades en cuanto tales, sino sólo las necesidades dotadas de capacidad adquisitiva. Es curioso que todos los ortodoxos, marxistas y no marxistas, piensen que el problema incumbe sólo a los trabajadores. Si se adaptan al mercado, estarán salvados, predican los ortodoxos neoclásicos. No se puede hacer nada por los trabajadores, predican los marxistas ortodoxos: a menos que haya una superación del modo de producción capitalista, están condenados.
Ahora bien, si dinámica de la producción de bienes y dinámica del empleo son asimétricas, las políticas pensadas para favorecer la acumulación capitalista podrán como máximo mantener el empleo existente (a condición de que reduzcan las desviaciones del ciclo económico de la línea de tendencia prevista). Por sí mismas no generarán un aumento del número de personas empleadas. Un nivel relativamente alto de empleo no es ya rentable. Han cambiado los términos de la relación entre capital y trabajo asalariado, sea ésta de conflicto o de compromiso, y han cambiado los términos del pacto entre capital y clase política nacional en lo que respecta a la configuración del Estado social. Cabría decir, empleando una ambigua expresión de los años treinta, que se trata de una forma de “racionalización errónea”, una racionalización que a la vez que hace bajar los costes de producción de una empresa concreta eleva los costes de producción social, “enriqueciendo así al individuo y empobreciendo a la sociedad”. Los costes económicos y sociales del paro de masa son, a largo plazo, mayores que los de una inflación moderada. Sin embargo, al acortarse los horizontes temporales del capital, de la política y hasta del buen padre de familia, las perspectivas a largo plazo pasan a ser irrelevantes. Es en este aspecto en el que la cuestión económica se manifiesta como cuestión social y política. El ejército industrial de reserva cada vez asume más las funciones de ejército político de reserva, que es la forma de coerción más funcional en esta fase. Mediante el ejército industrial de reserva el capital controla a la sociedad en el mercado de trabajo,- mediante el ejército político de reserva la controla en el mercado político. Si se teme la salida que da la derecha al paro de masa y el fordismo es irrepetible, será preciso buscar otras soluciones.
IV. LA SEPARACION ENTRE CAPITALY TRABAJO: TRES PROBLEMAS
Los problemas derivados de la separación entre capital y trabajo, del hecho de que sus suertes se hayan disociado, son como mínimo tres:
¿Cuáles son las causas de este hecho?
¿Cómo se puede mantener el nivel de empleo existente?
¿Qué se puede hacer con los que no encuentran trabajo?
V. ¿CUALES SON LAS CAUSAS DE ESTE HECHO?
Respecto al primer problema, cabe decir que los cambios operados en la esfera de la producción, la distribución y la acumulación marcan el fin del paradigma fordista-keynesiano.
Este régimen de crecimiento, que caracterizó la dinámica de las economías industriales desde la postguerra hasta mediados de los años sesenta, tenía como rasgos distintivos:
a) producción masiva de bienes de consumo duraderos estandarizados;
b) proceso de acumulación del capital de tipo extensivo;
c) compromiso social sobre el reparto del aumento de productividad entre capitalistas y trabajadores;
d) políticas de estabilización de la demanda agregada y del orden social.
Ninguna de estas condiciones, ni, mucho menos, todas ellas juntas, se puede repetir o reproducir. El cambio operado en la relación entre producción de bienes y empleo coincide con la consumación del modelo taylorista-fordista-keynesiano y con la afirmación de nuevos modelos de producción, consumo y control de la sociedad, en un ámbito siempre dominado por el unívoco objetivo de conseguir beneficios. El mercado de bienes de consumo duraderos se ha ido saturando progresivamente, es más importante la innovación de proceso que la innovación de producto, se han acortado los horizontes temporales de las decisiones de inversión y los geográficos se han ampliado. La introducción de las nuevas tecnologías en los procesos productivos no se traduce en grandes proyectos de inversión capaces de generar efectos multiplicadores que compensen, al menos en parte, el ahorro de mano de obra, sino, por el contrario, en una disminución generalizada de los coeficientes técnicos. El tiempo de recuperación de las nuevas inversiones es menor que el de las tradicionales. En una situación de incertidumbre creciente, esto hace que no se contrate regularmente mano de obra estable y que sea beneficioso para los capitalistas que la fábrica, el mercado de trabajo y la sociedad en su conjunto se configuren de forma “flexible”. Esto significa que hoy no cabe sostener ninguna teoría de la compensación y que el paro capitalista es tendencial y amenazadoramente irreversible. En vez de contratar a nuevos trabajadores, se prefiere intensificar y prolongar los tiempos de trabajo y las horas de trabajo extraordinarias en la fábrica, y descentralizar en la sociedad los gastos generales. En la fábrica, la flexibilidad viene dada por nuevos modelos organizativos de las relaciones entre los trabajadores y entre trabajadores y máquinas, nuevos modelos organizativos que incorporan la coerción en forma de autoimposición y autocontrol, por parte de los trabajadores, de los ritmos de trabajo. En la sociedad, la flexibilidad se introduce mediante el uso ideológico del principio de eficiencia y mediante el uso político del paro. El capital, por otra parte, suele preferir las inversiones especulativas a las inversiones productivas de excedente. La renta obstaculiza, en sentido ricardianokeynesiano, la acumulación de capital productivo, y se opone a ella políticamente, con eficacia, al preferir el paro a la inflación de costes. El mercado de bienes no tiene límites y no tiene límites la demanda de trabajo. El capital no tiene patria y busca la mano de obra donde sea más barata, pero la oferta de trabajo sigue quedando básicamente dentro de los límites del mercado nacional. El salarlo se contabiliza sólo como coste de producción.
VI. ¿CÓMO SE PUEDE MANTENER EL EMPLEO EXISTENTE?
El segundo problema va estrechamente unido al de la vitalidad de la industria nacional y de las actividades relacionadas con ella. Hoy, una política de trabajo y empleo debe ser, ante todo, una política industrial real y debe proponerse objetivos que consideren más importante la estabilización del ciclo económico que la intensidad de las fases de recuperación (lo que está implícito en la dinámica del “hecho escueto”). Una política industrial real es justo lo opuesto a una política de devaluación “competitiva”. Los comercios importantes no hacen rebajas después de las fiestas. En una economía abierta a las exportaciones y a las importaciones, el problema del empleo es automáticamente un problema de competitividad en los mercados internacionales. El aumento de la competitividad no pasa por una disminución del coste del trabajo.
Planificar un modelo competitivo significa planificar al mismo tiempo un modelo de desarrollo y un modelo de orden social que sean coherentes entre sí. Definir un modelo de desarrollo significa decidir cuál debe ser el salario de los trabajadores directa o indirectamente productivos, cuál debe ser el excedente, cuál el peso y la estructura de los consumos y cuál la imposición fiscal. Definir el orden social significa definir los gastos asignados al cuidado de las personas y de la naturaleza, sobre todo los de educación e investigación: el futuro de un país es el de sus centros de enseñanza. Esto quiere decir fijar qué parte de nuestra renta destinamos a nuestros hijos y nietos, quiere decir establecer hasta qué punto los débiles pagan por su debilidad y los fuertes disfrutan las ventajas que les proporciona su prepotencia.
La capacidad de producir excedente es esencial, tanto para conservar el empleo existente en el sector que produce bienes vendibles como para proveer a cuantos no están ocupados en él y para cubrir las necesidades que el mercado no puede satisfacer. Tal capacidad, a su vez, depende enteramente de la voluntad de construir una sociedad en la cual no falte el conflicto, pero en la que existan reglas democráticas para gobernarlo, y de la habilidad para hacerlo así.
VII. ¿QUÉ SE PUEDE HACER CON LAS PERSONAS QUE NO ENCUENTRAN TRABAJO?
El hecho escueto mencionado al principio implica que la producción de un excedente que se pueda vender es condición necesaria, aunque no suficiente; para reducir el paro. Incluso ante una enérgica recuperación de la producción de bienes, quedaría este tercer problema sin resolver. Se podría argumentar que un excedente elevado haría tolerable el paro, dado que se podría transferir a los parados el poder adquisitivo que necesitan para cubrir su demanda de bienes.
La argumentación es correcta desde el punto de vista contable, pero le falta visión desde el económico-político. No tiene en cuenta el hecho de que la otra cara del paro masivo es la masa de las necesidades sociales no cubiertas, aquellas necesidades que el mercado no cubre ni puede cubrir.
Las dos soluciones que hoy se discuten con más frecuencia, entre los que no creen en la panacea ortodoxa (recortes salariales y relanzamiento de la demanda), son la reducción de la jornada laboral con carácter general y una especie de renta de ciudadanía o de existencia.
VII. “TRABAJAR TODOS, TRABAJAR MENOS”
La idea de la reducción del tiempo de trabajo para todos tiene, a su vez, dos significados que se confunden a menudo. Ambos parten de la observación de que el trabajo socialmente necesario para producir una determinada cantidad de bienes ha disminuido y continúa disminuyendo: así lo prueba el aumento del paro. Partiendo de esto, se plantean dos posibilidades. La primera consiste en explotar la tecnología disponible para ahorrar trabajo en lugar de trabajadores, en explotar el desarrollo de las fuerzas productivas en lugar de ser explotados por él, en invertir la relación entre máquinas y trabajo vivo. La segunda consiste en redistribuir el tiempo de trabajo con el fin de reabsorber el paro. Estas dos posibilidades no podrían coincidir ni siquiera a pleno funcionamiento, es decir, al acabar el largo período de transición que ambas precisarían, y, por consiguiente, vamos a considerarlas por separado.
Respecto a la primera posibilidad (que es la de Lafargue y Keynes) baste con observar aquí que sin duda éste es el camino que deben seguir sin vacilar todos los que se preocupan por la propia libertad y por la ajena. Ahora bien, es un camino largo y difícil por muchas razones, algunas de las cuales fueron ya apuntadas por Keynes. Tendrá que haber una tasa elevada de acumulación de capital. No se podrán producir conflictos civiles, guerras ni incrementos demográficos de carácter excepcional. No deben aumentar de forma desmesurada las necesidades relativas, aquellas necesidades que sólo existen en la medida en que su satisfacción nos hace sentir superiores a nuestros semejantes. Hay que saber cantar y querer participar en el canto, desear hacer cosas distintas a las que suelen hacer los ricos de hoy, estar dispuestos a compartir el pan, considerar despreciable el amor por el dinero. En otras palabras, se debe esperar a que se haya resuelto ya el “problema económico”.
La segunda forma de contemplar la reducción de la jornada laboral ve en la disminución de la cuota de trabajo asalariado y en el mismo paro una ya inveterada, aunque parcial, liberación del trabajo; y en la reducción del horario una solución del paro en sí. “Trabajar todos, trabajar menos” es, sin duda, una posibilidad a contemplar incluso de forma inmediata, pero tiene sus limitaciones, y hay impedimentos que deben ser tenidos en cuenta si se quiere que esta solución sirva de algo y no se oponga a la solución a largo plazo. Una política de reducción de la jornada laboral (manteniendo el salario) provoca hoy la obvia, y posiblemente insuperable, oposición de los capitalistas, pero, ante todo, da por hecho que los bienes pueden cubrir todas las necesidades. La reducción de la jornada laboral para todos debe, por el contrario, servir para reducir el trabajo que se dedica a la producción de bienes, no para aumentar el número de trabajadores empleados en ello.
En la actual situación mundial, la redistribución del trabajo es una posibilidad que hay que plantearse decididamente, pero es extremadamente difícil que se pueda llevar a cabo únicamente en un país, entre otros motivos por los vínculos de competitividad establecidos en el sector que produce excedente. En las condiciones actuales, la reducción de la jornada laboral (y del salario) corre el riesgo de ser una forma de respetable compromiso empresarial entre capital y trabajadores en activo que, sin embargo, no haga disminuir el paro y que siga confinado a la lógica de la producción de bienes. (Es lo que ocurre en la Volkswagen.) Las políticas de reducción de la jornada laboral (manteniendo el salario) se justifican con la idea del reparto de las mejoras de productividad entre empresas y trabajadores, en términos, para estos últimos, de menor tiempo de trabajo en lugar de mayor salario. Supone, por tanto, que los salarios de partida sean relativamente altos y que la situación económica y social sea próspera, con tendencia al pleno empleo, justo lo contrario de lo que está ocurriendo ahora. De no ser así, habría que acudir a los despidos parciales, aceptados a cambio de expectativas de estabilidad en el puesto de trabajo, con la posterior división entre personas con trabajo o sin él, y con una mayor *flexibilidad dentro de la fábrica y en el mercado de trabajo. Convendría ahora, en primer lugar, hacer una puntualización sobre la reducción de los horarios de hecho.
La reducción de la jornada laboral implica una reorganización radical del proceso productivo con el fin de hacerlo compatible con un proceso distinto de reproducción social y, por tanto, implica un control social del cambio técnico, lo que, hoy por hoy, no se puede poner en práctica únicamente en un país o sólo en una región capitalista. La reducción de la jornada laboral igual para todos implica que haya pleno empleo, no es una forma de conseguirlo.
texto de GIORGIO LUNGHINI que figura en el libro colectivo El libro de las 35, que fue editado por El Viejo Topo, cuando la propuesta de “las 35 horas por ley” estuvo de moda (después, las más de las seiscientas mil firmas pidiendo una ILP sobre el tema, durmieron el sueño eterno).
en el Foro se publica en dos mensajes
---mensaje nº 1---
Cada nuevo invierno se vuelve a plantear el problema: ¿Qué vamos a hacer con los que están en paro?
El número de parados aumenta de año en año, pero no hay nadie que pueda responder a ese problema - F. Engels
I. INTRODUCCIÓN
En una conferencia sobre “Perspectivas económicas para nuestros nietos” pronunciada en Madrid en 1930, en los años de la ansiedad, John Maynard Keynes afirmaba que, en el curso de esa misma generación, quedaría demostrado que eran erróneos los dos pesimismos contrapuestos: el pesimismo de los revolucionarios, que piensan que las cosas van tan mal que nada podrá salvarnos a no ser que se opere un cambio radical y violento, y el pesimismo de los reaccionarios, que mantienen que el equilibrio de nuestra vida económica y social es demasiado frágil para permitirnos correr el riesgo de hacer nuevos experimentos. Opinaba Keynes que la enfermedad del paro tecnológico no sería más que una fase de desequilibrio transitorio y que, en un arco de cien años, la humanidad habría resuelto su problema económico. Según esa profecía, antes de treinta y cinco años, y por primera vez en la historia, el hombre debería enfrentarse a su verdadero y permanente problema: cómo emplear su liberación de las preocupaciones económicas inmediatas, cómo emplear el tiempo libre ganado gracias a la ciencia y al interés compuesto, para vivir bien, de forma agradable y con sensatez.
En los sesenta y cinco años que han transcurrido desde entonces, la humanidad no se ha movido en una dirección que le permita quedar libre de lo perentorio, liberarse de la necesidad de venderse a cambio de obtener medios de vida. De la edad de la ansiedad de la que Keynes nos ha intentado liberar hemos pasado a la edad del despilfarro, no a la de la libertad y la sobriedad. La atroz anomalía del paro en un mundo plagado de necesidades es mucho más grave hoy de lo que fue entonces. Pese al constante avance de los conocimientos científicos y técnicos y de la acumulación del capital, y puede que precisamente a causa de tales avances, en los países más ricos del mundo, sin tener en cuenta los otros, hay hoy más de treinta y millones de hombres y mujeres sin trabajo, en su mayoría jóvenes, pero no porque se hayan liberado del trabajo, sino porque carecen de él. La desmedida proliferación de bienes y el aumento del paro se dan junto con viejas y nuevas pobrezas, guerras entre pobres y un generalizado estado de barbarie en las relaciones materiales de la existencia. La teoría económica y el arte de gobernar no saben explicar ni quieren resolver el problema económico-político más grave: demasiados bienes, poco trabajo.
I. UN “HECHO ESCUETO”
En estos últimos años he sostenido en varios trabajos la siguiente tesis: en la esfera capitalista de la economía, entre actividades productivas de excedente vendible en el mercado y empleo de mano de obra se ha establecido, y se va consolidando, una relación de tal suerte que a las variaciones positivas de las primeras no corresponden variaciones positivas en lo segundo, con lo cual el paro constituye un proceso tendencialmente irreversible.
Cuando la producción disminuye también disminuye el empleo; pero no sucede lo contrario: que si la producción se recupera se recupere también el empleo. El paro se cristaliza mediante reestructuraciones tecnológicas y organizativas y se hace tendencialmente irreversible (tendencialmente: a menos que intervengan nuevos factores de estabilidad o causas contrarias a la tendencia). Mientras la economía crece de forma estable, apenas se advierten las consecuencias de las reestructuraciones tecnológicas y organizativas. Cuando la producción disminuye, cada empresario reduce el empleo por su cuenta. Cuando la producción se recupera, pero no se espera que haya nuevos ciclos largos y positivos, cualquier empresario con iniciativa pensará que le conviene aprovecharse de los cambios técnicos y organizativos que le han permitido ahorrar trabajadores para no contratar a nadie más. Éste es el aspecto estructural de la flexibilidad capitalista del empleo: la mano de obra es un bien, y la cantidad que se demanda de tal bien es flexible, pero sólo hacia abajo.
Este “hecho escueto”, que en un primer momento parecía aleatorio, se ve respaldado por la econometría y se ha convertido ya en un tópico periodístico.
II. EL “PARO CAPITALISTA”: TRES POSTURAS
Las tesis que más se barajan sobre las causas y posibles remedios del paro pueden quedar reducidas a tres, una ortodoxa y dos heréticas. Primera tesis: el paro es un problema, pero se puede solucionar con los métodos tradicionales. Segunda tesis: el paro no es un problema sino, por el contrario, una liberación. La tercera tesis, la que aquí se mantiene, es que el paro es un problema y que no se puede solucionar con los métodos tradicionales.
La primera tesis, ortodoxa, optimista y formulada de diversas formas, no niega que el paro sea un problema, pero da por hecho que es un problema que se puede solucionar con mayor o menor facilidad. Para algunos se trata de un fenómeno puramente cíclico, que se ajusta por sí mismo. Otros llegan a sostener que un eventual aumento del empleo en las fases de expansión del ciclo económico debe ser contrarrestado, pues temen más a la inflación que al paro. Hay quienes mantienen, los de formación neoclásica, que si hay paro éste es voluntario o, si es involuntario, se debe a que hay un tipo de salario real superior al de equilibrio, o a la rigidez del mercado de trabajo. Razonando como si el paro y el salario real se formaran en el mercado de trabajo en vez de en la esfera de la producción y en el mercado de bienes, se indican como medidas necesarias y suficientes los recortes salariales y la mayor flexibilidad del mercado de trabajo. La tesis keynesiana niega que tales medidas basten para reducir el paro, puesto que, por el contrario, el paro involuntario se produciría al ser la demanda real inferior a la que podría satisfacer la capacidad productiva. Si con las adecuadas inversiones privadas o públicas se consiguiera un aumento de la demanda, éste permitiría llegar al pleno empleo gracias a su papel multiplicador. Hay otros, por último, que achacan a las condiciones técnicas de la producción la causa principal del paro. Al paro tecnológico, sin embargo, se le podría poner remedio con mecanismos endógenos de compensación. El mercado se ocuparía, mediante ajustes de los precios impuestos por la perfecta competencia, de provocar un aumento de la producción y, por tanto, de reabsorber a los trabajadores que hubieran quedado de más con el cambio técnico; o bien éstos encontrarán trabajo fabricando los robots que los habían sustituido. Pero, por desgracia para los parados, el mercado no es tan eficiente y, como ya se ha dicho en alguna ocasión, los caballos que han dejado de utilizarse no se van a emplear en la producción de tranvías de tracción eléctrica.
La segunda tesis, herética y optimista, parte de un hecho evidente e importante: el trabajo socialmente necesario para la producción de bienes está disminuyendo progresivamente. Ahora bien, no considera sus regresivas consecuencias económicas, sociales y políticas, leyéndolo como signo de una ya inveterada liberación del trabajo. Se razona como si ya se hubieran cumplido las “Perspectivas económicas para nuestros nietos” de John Maynard Keynes (y ya antes de Paul Lafargue): gracias a la ciencia y al interés compuesto, “a la vuelta de poquísimos años -escribe Keynes en 1930- podremos estar en condiciones de llevar a cabo todas las operaciones de los sectores agrícola, minero y fabril con la cuarta parte de la energía humana que acostumbrábamos a reservarles [ ... ]. Tres horas de trabajo diarias son más que suficientes para satisfacer al viejo Adán que llevamos dentro”. Ahora bien, sólo podría ser así si los bienes producidos en forma de mercancías pudieran cubrir todas las necesidades de los individuos y de la sociedad, y si no hubiera necesidades sociales que quedaran sin cubrir.
En la configuración actual del proceso capitalista de producción y reproducción se da una paradoja muy peligrosa políticamente: una mezcla de superproducción de bienes, de falso bienestar, de paro laboral y de necesidades sociales no cubiertas en los campos de la educación y de la cultura, del cuidado de los individuos y el tejido social, de la conservación del medioambiente y de la naturaleza. El paro, que ya alcanza niveles elevadísimos, tiende a crecer. Por otra parte, el bienestar material es relativamente alto y llega a muchas personas, pero incluso en los países ricos aumentan las bolsas de pobreza. Por esta razón, hay muchos que, dejándose engañar por el hecho de que todos consumimos bienes, niegan que el paro sea un problema serio y grave y argumentan que, si no es preciso que todos trabajen para que todos puedan comprar los bienes que ofrece el mercado, esto es señal de la eficiencia productiva del capitalismo y no de que ha llegado a su límite.
Pese a lo que es evidente, se sigue razonando según viejos esquemas y proponiendo viejos remedios, puramente ideológicos. Se sigue razonando como si el aumento de la producción de bienes supusiera el aumento del empleo, confiando así en providenciales shocks exógenos o en la eficacia de compaginar políticas neoclásicas de reducción del salario real y políticas pseudokeynesianas de expansión de la demanda efectiva. Estas políticas también pueden ser dolorosamente útiles para mantener el actual nivel de empleo en el sector mercantil de la economía (siempre a condición de que persigan antes la regularidad de la tendencia prevista que la intensidad de las fases de recuperación). No harían, sin embargo, que disminuyera el paro y dejarían sin cubrir las necesidades que no satisface el mercado. La economía capitalista es irracional (según Max Weber) porque no cubre las necesidades en cuanto tales, sino sólo las necesidades dotadas de capacidad adquisitiva. Es curioso que todos los ortodoxos, marxistas y no marxistas, piensen que el problema incumbe sólo a los trabajadores. Si se adaptan al mercado, estarán salvados, predican los ortodoxos neoclásicos. No se puede hacer nada por los trabajadores, predican los marxistas ortodoxos: a menos que haya una superación del modo de producción capitalista, están condenados.
Ahora bien, si dinámica de la producción de bienes y dinámica del empleo son asimétricas, las políticas pensadas para favorecer la acumulación capitalista podrán como máximo mantener el empleo existente (a condición de que reduzcan las desviaciones del ciclo económico de la línea de tendencia prevista). Por sí mismas no generarán un aumento del número de personas empleadas. Un nivel relativamente alto de empleo no es ya rentable. Han cambiado los términos de la relación entre capital y trabajo asalariado, sea ésta de conflicto o de compromiso, y han cambiado los términos del pacto entre capital y clase política nacional en lo que respecta a la configuración del Estado social. Cabría decir, empleando una ambigua expresión de los años treinta, que se trata de una forma de “racionalización errónea”, una racionalización que a la vez que hace bajar los costes de producción de una empresa concreta eleva los costes de producción social, “enriqueciendo así al individuo y empobreciendo a la sociedad”. Los costes económicos y sociales del paro de masa son, a largo plazo, mayores que los de una inflación moderada. Sin embargo, al acortarse los horizontes temporales del capital, de la política y hasta del buen padre de familia, las perspectivas a largo plazo pasan a ser irrelevantes. Es en este aspecto en el que la cuestión económica se manifiesta como cuestión social y política. El ejército industrial de reserva cada vez asume más las funciones de ejército político de reserva, que es la forma de coerción más funcional en esta fase. Mediante el ejército industrial de reserva el capital controla a la sociedad en el mercado de trabajo,- mediante el ejército político de reserva la controla en el mercado político. Si se teme la salida que da la derecha al paro de masa y el fordismo es irrepetible, será preciso buscar otras soluciones.
IV. LA SEPARACION ENTRE CAPITALY TRABAJO: TRES PROBLEMAS
Los problemas derivados de la separación entre capital y trabajo, del hecho de que sus suertes se hayan disociado, son como mínimo tres:
¿Cuáles son las causas de este hecho?
¿Cómo se puede mantener el nivel de empleo existente?
¿Qué se puede hacer con los que no encuentran trabajo?
V. ¿CUALES SON LAS CAUSAS DE ESTE HECHO?
Respecto al primer problema, cabe decir que los cambios operados en la esfera de la producción, la distribución y la acumulación marcan el fin del paradigma fordista-keynesiano.
Este régimen de crecimiento, que caracterizó la dinámica de las economías industriales desde la postguerra hasta mediados de los años sesenta, tenía como rasgos distintivos:
a) producción masiva de bienes de consumo duraderos estandarizados;
b) proceso de acumulación del capital de tipo extensivo;
c) compromiso social sobre el reparto del aumento de productividad entre capitalistas y trabajadores;
d) políticas de estabilización de la demanda agregada y del orden social.
Ninguna de estas condiciones, ni, mucho menos, todas ellas juntas, se puede repetir o reproducir. El cambio operado en la relación entre producción de bienes y empleo coincide con la consumación del modelo taylorista-fordista-keynesiano y con la afirmación de nuevos modelos de producción, consumo y control de la sociedad, en un ámbito siempre dominado por el unívoco objetivo de conseguir beneficios. El mercado de bienes de consumo duraderos se ha ido saturando progresivamente, es más importante la innovación de proceso que la innovación de producto, se han acortado los horizontes temporales de las decisiones de inversión y los geográficos se han ampliado. La introducción de las nuevas tecnologías en los procesos productivos no se traduce en grandes proyectos de inversión capaces de generar efectos multiplicadores que compensen, al menos en parte, el ahorro de mano de obra, sino, por el contrario, en una disminución generalizada de los coeficientes técnicos. El tiempo de recuperación de las nuevas inversiones es menor que el de las tradicionales. En una situación de incertidumbre creciente, esto hace que no se contrate regularmente mano de obra estable y que sea beneficioso para los capitalistas que la fábrica, el mercado de trabajo y la sociedad en su conjunto se configuren de forma “flexible”. Esto significa que hoy no cabe sostener ninguna teoría de la compensación y que el paro capitalista es tendencial y amenazadoramente irreversible. En vez de contratar a nuevos trabajadores, se prefiere intensificar y prolongar los tiempos de trabajo y las horas de trabajo extraordinarias en la fábrica, y descentralizar en la sociedad los gastos generales. En la fábrica, la flexibilidad viene dada por nuevos modelos organizativos de las relaciones entre los trabajadores y entre trabajadores y máquinas, nuevos modelos organizativos que incorporan la coerción en forma de autoimposición y autocontrol, por parte de los trabajadores, de los ritmos de trabajo. En la sociedad, la flexibilidad se introduce mediante el uso ideológico del principio de eficiencia y mediante el uso político del paro. El capital, por otra parte, suele preferir las inversiones especulativas a las inversiones productivas de excedente. La renta obstaculiza, en sentido ricardianokeynesiano, la acumulación de capital productivo, y se opone a ella políticamente, con eficacia, al preferir el paro a la inflación de costes. El mercado de bienes no tiene límites y no tiene límites la demanda de trabajo. El capital no tiene patria y busca la mano de obra donde sea más barata, pero la oferta de trabajo sigue quedando básicamente dentro de los límites del mercado nacional. El salarlo se contabiliza sólo como coste de producción.
VI. ¿CÓMO SE PUEDE MANTENER EL EMPLEO EXISTENTE?
El segundo problema va estrechamente unido al de la vitalidad de la industria nacional y de las actividades relacionadas con ella. Hoy, una política de trabajo y empleo debe ser, ante todo, una política industrial real y debe proponerse objetivos que consideren más importante la estabilización del ciclo económico que la intensidad de las fases de recuperación (lo que está implícito en la dinámica del “hecho escueto”). Una política industrial real es justo lo opuesto a una política de devaluación “competitiva”. Los comercios importantes no hacen rebajas después de las fiestas. En una economía abierta a las exportaciones y a las importaciones, el problema del empleo es automáticamente un problema de competitividad en los mercados internacionales. El aumento de la competitividad no pasa por una disminución del coste del trabajo.
Planificar un modelo competitivo significa planificar al mismo tiempo un modelo de desarrollo y un modelo de orden social que sean coherentes entre sí. Definir un modelo de desarrollo significa decidir cuál debe ser el salario de los trabajadores directa o indirectamente productivos, cuál debe ser el excedente, cuál el peso y la estructura de los consumos y cuál la imposición fiscal. Definir el orden social significa definir los gastos asignados al cuidado de las personas y de la naturaleza, sobre todo los de educación e investigación: el futuro de un país es el de sus centros de enseñanza. Esto quiere decir fijar qué parte de nuestra renta destinamos a nuestros hijos y nietos, quiere decir establecer hasta qué punto los débiles pagan por su debilidad y los fuertes disfrutan las ventajas que les proporciona su prepotencia.
La capacidad de producir excedente es esencial, tanto para conservar el empleo existente en el sector que produce bienes vendibles como para proveer a cuantos no están ocupados en él y para cubrir las necesidades que el mercado no puede satisfacer. Tal capacidad, a su vez, depende enteramente de la voluntad de construir una sociedad en la cual no falte el conflicto, pero en la que existan reglas democráticas para gobernarlo, y de la habilidad para hacerlo así.
VII. ¿QUÉ SE PUEDE HACER CON LAS PERSONAS QUE NO ENCUENTRAN TRABAJO?
El hecho escueto mencionado al principio implica que la producción de un excedente que se pueda vender es condición necesaria, aunque no suficiente; para reducir el paro. Incluso ante una enérgica recuperación de la producción de bienes, quedaría este tercer problema sin resolver. Se podría argumentar que un excedente elevado haría tolerable el paro, dado que se podría transferir a los parados el poder adquisitivo que necesitan para cubrir su demanda de bienes.
La argumentación es correcta desde el punto de vista contable, pero le falta visión desde el económico-político. No tiene en cuenta el hecho de que la otra cara del paro masivo es la masa de las necesidades sociales no cubiertas, aquellas necesidades que el mercado no cubre ni puede cubrir.
Las dos soluciones que hoy se discuten con más frecuencia, entre los que no creen en la panacea ortodoxa (recortes salariales y relanzamiento de la demanda), son la reducción de la jornada laboral con carácter general y una especie de renta de ciudadanía o de existencia.
VII. “TRABAJAR TODOS, TRABAJAR MENOS”
La idea de la reducción del tiempo de trabajo para todos tiene, a su vez, dos significados que se confunden a menudo. Ambos parten de la observación de que el trabajo socialmente necesario para producir una determinada cantidad de bienes ha disminuido y continúa disminuyendo: así lo prueba el aumento del paro. Partiendo de esto, se plantean dos posibilidades. La primera consiste en explotar la tecnología disponible para ahorrar trabajo en lugar de trabajadores, en explotar el desarrollo de las fuerzas productivas en lugar de ser explotados por él, en invertir la relación entre máquinas y trabajo vivo. La segunda consiste en redistribuir el tiempo de trabajo con el fin de reabsorber el paro. Estas dos posibilidades no podrían coincidir ni siquiera a pleno funcionamiento, es decir, al acabar el largo período de transición que ambas precisarían, y, por consiguiente, vamos a considerarlas por separado.
Respecto a la primera posibilidad (que es la de Lafargue y Keynes) baste con observar aquí que sin duda éste es el camino que deben seguir sin vacilar todos los que se preocupan por la propia libertad y por la ajena. Ahora bien, es un camino largo y difícil por muchas razones, algunas de las cuales fueron ya apuntadas por Keynes. Tendrá que haber una tasa elevada de acumulación de capital. No se podrán producir conflictos civiles, guerras ni incrementos demográficos de carácter excepcional. No deben aumentar de forma desmesurada las necesidades relativas, aquellas necesidades que sólo existen en la medida en que su satisfacción nos hace sentir superiores a nuestros semejantes. Hay que saber cantar y querer participar en el canto, desear hacer cosas distintas a las que suelen hacer los ricos de hoy, estar dispuestos a compartir el pan, considerar despreciable el amor por el dinero. En otras palabras, se debe esperar a que se haya resuelto ya el “problema económico”.
La segunda forma de contemplar la reducción de la jornada laboral ve en la disminución de la cuota de trabajo asalariado y en el mismo paro una ya inveterada, aunque parcial, liberación del trabajo; y en la reducción del horario una solución del paro en sí. “Trabajar todos, trabajar menos” es, sin duda, una posibilidad a contemplar incluso de forma inmediata, pero tiene sus limitaciones, y hay impedimentos que deben ser tenidos en cuenta si se quiere que esta solución sirva de algo y no se oponga a la solución a largo plazo. Una política de reducción de la jornada laboral (manteniendo el salario) provoca hoy la obvia, y posiblemente insuperable, oposición de los capitalistas, pero, ante todo, da por hecho que los bienes pueden cubrir todas las necesidades. La reducción de la jornada laboral para todos debe, por el contrario, servir para reducir el trabajo que se dedica a la producción de bienes, no para aumentar el número de trabajadores empleados en ello.
En la actual situación mundial, la redistribución del trabajo es una posibilidad que hay que plantearse decididamente, pero es extremadamente difícil que se pueda llevar a cabo únicamente en un país, entre otros motivos por los vínculos de competitividad establecidos en el sector que produce excedente. En las condiciones actuales, la reducción de la jornada laboral (y del salario) corre el riesgo de ser una forma de respetable compromiso empresarial entre capital y trabajadores en activo que, sin embargo, no haga disminuir el paro y que siga confinado a la lógica de la producción de bienes. (Es lo que ocurre en la Volkswagen.) Las políticas de reducción de la jornada laboral (manteniendo el salario) se justifican con la idea del reparto de las mejoras de productividad entre empresas y trabajadores, en términos, para estos últimos, de menor tiempo de trabajo en lugar de mayor salario. Supone, por tanto, que los salarios de partida sean relativamente altos y que la situación económica y social sea próspera, con tendencia al pleno empleo, justo lo contrario de lo que está ocurriendo ahora. De no ser así, habría que acudir a los despidos parciales, aceptados a cambio de expectativas de estabilidad en el puesto de trabajo, con la posterior división entre personas con trabajo o sin él, y con una mayor *flexibilidad dentro de la fábrica y en el mercado de trabajo. Convendría ahora, en primer lugar, hacer una puntualización sobre la reducción de los horarios de hecho.
La reducción de la jornada laboral implica una reorganización radical del proceso productivo con el fin de hacerlo compatible con un proceso distinto de reproducción social y, por tanto, implica un control social del cambio técnico, lo que, hoy por hoy, no se puede poner en práctica únicamente en un país o sólo en una región capitalista. La reducción de la jornada laboral igual para todos implica que haya pleno empleo, no es una forma de conseguirlo.
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