La ópera y la música se cubrieron de luto ayer con la muerte de Hans Werner Henze (Gütersloh, 1926), un genial compositor tenido por el 'Einstein rojo' de la ópera contemporánea que dedicó piezas al Che Guevara, Víctor Jara o Ho Chi Minh. Con una respetadísima carrera y en plena producción hasta hace poco, el compositor falleció en Dresde a los 86 años. Fue uno de los más singulares, influyentes y aplaudidos compositores de la segunda mitad del siglo, que unió la belleza atemporal y el compromiso contemporáneo.
Italiano de adopción, la música de Werner Henze es de una radical singularidad, alejada de cualquier escuela o moda. Pasó casi cinco décadas aislado en el campo y sin escuchar las músicas de los demás. «Gracias a ese aislamiento tengo un lenguaje y una filosofía propias que he desarrollado en los últimos decenios. Soy un compositor solitario; jamás pertenecí a un grupo con ideales estéticos. Observando con interés el trabajo de mis contemporáneos, he comprendido cómo está hecha mi propia música y he hallado mi propio camino».
Hijo de un maestro
Pacifista y antifascista convencido, comprometido con la izquierda marxista y homosexual, denunció desde su actividad personal y su producción musical todo tipo de violencia. Hijo de un maestro de escuela de la república de Weimar muerto en la guerra, Henze condenó con fuerza el nazismo y defendió con igual pasión el comunismo. Con el ascenso de nazismo siguió sus estudios en el conservatorio mientras tocaba en una orquesta de cámara de una familia con sangre judía.
Movilizado en 1944 y prisionero en un campo británico, creía que la música es un instrumento para la paz y que debería por tanto «ser obligatoria en las escuelas, como las matemáticas o la gramática». «La música es lo opuesto al pecado: es la redención, la tierra prometida», decía.
Involucrado en el Mayo del 68 y con la revolución cubana, tradujo su compromiso en piezas como 'Vamos al río' (1974-1976). También compuso un réquiem sobre el derrumbe del comunismo.
Su solitaria apuesta musical y su compromiso político le distanciaron de la escena alemana. En 1953 fijó su residencia en Italia, allí se afilió al Partido Comunista Italiano, donde permaneció hasta poco antes de su muerte. En 1976 fundó la Cantiere d'Arte en Montepulciano y en 1988 la Bienal de Múnich, de las que fue director artístico hasta 1994.
Italiano de adopción, la música de Werner Henze es de una radical singularidad, alejada de cualquier escuela o moda. Pasó casi cinco décadas aislado en el campo y sin escuchar las músicas de los demás. «Gracias a ese aislamiento tengo un lenguaje y una filosofía propias que he desarrollado en los últimos decenios. Soy un compositor solitario; jamás pertenecí a un grupo con ideales estéticos. Observando con interés el trabajo de mis contemporáneos, he comprendido cómo está hecha mi propia música y he hallado mi propio camino».
Hijo de un maestro
Pacifista y antifascista convencido, comprometido con la izquierda marxista y homosexual, denunció desde su actividad personal y su producción musical todo tipo de violencia. Hijo de un maestro de escuela de la república de Weimar muerto en la guerra, Henze condenó con fuerza el nazismo y defendió con igual pasión el comunismo. Con el ascenso de nazismo siguió sus estudios en el conservatorio mientras tocaba en una orquesta de cámara de una familia con sangre judía.
Movilizado en 1944 y prisionero en un campo británico, creía que la música es un instrumento para la paz y que debería por tanto «ser obligatoria en las escuelas, como las matemáticas o la gramática». «La música es lo opuesto al pecado: es la redención, la tierra prometida», decía.
Involucrado en el Mayo del 68 y con la revolución cubana, tradujo su compromiso en piezas como 'Vamos al río' (1974-1976). También compuso un réquiem sobre el derrumbe del comunismo.
Su solitaria apuesta musical y su compromiso político le distanciaron de la escena alemana. En 1953 fijó su residencia en Italia, allí se afilió al Partido Comunista Italiano, donde permaneció hasta poco antes de su muerte. En 1976 fundó la Cantiere d'Arte en Montepulciano y en 1988 la Bienal de Múnich, de las que fue director artístico hasta 1994.