Eduardo Sancho
Una guerra para conquistar la democracia
Fecha: Octubre de 1990.
Fuente: "Una guerra para conquistar la democracia. Ferman Cienfuegos, octubre 1990." Entrevista de Marta Harnecker publicada en Marta Harnecker, Ideas nuevas para tiempos nuevos. Entrevistas a los cinco miembros de la Comandancia General del FMLN: Schafik Jorge Handal, Fermán Cienfuegos, Roberto Roca, Leonel González y Joaquín Villalobos sobre la situación de dicha organización, las etapas de la guerra, el concepto de vanguardia y el proyecto socialista. Chile, Ediciones Biblioteca Popular, 1991. Tomado en esta ocasión de la edición digital de Marta Harnecker, Ideas nuevas para tiempos nuevos,
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] 25 de octubre de 2009, págs. 45-58.
Esta edición: Marxists Internet Archive, diciembre de 2010. Al citar o reproducir el documento, favor de citar a
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INTRODUCCIÓN
En esta entrevista el comandante Fermán Cienfuegos, máximo dirigente de la Resistencia Nacional (RN) se refiere, por una parte, al tema de la desmilitarización de la sociedad, propuesta levantada por el FMLN en 1990 y acogida calurosamente por la inmensa mayoría de la sociedad salvadoreña que ve interpretados en ella sus anhelos de paz y, por otra, a las características de la “revolución democrática” cuyas líneas gruesas aparecen en la Proclama a la Nación lanzada por el FMLN en octubre de 1990.
El dirigente salvadoreño demuestra a través de estas líneas que los diez años de la cruenta guerra que ha sufrido el pueblo salvadoreño no han sido en vano, porque sólo gracias a ella se va abriendo la posibilidad de conquistar la democracia. Todos los anteriores intentos, sea electorales o a través de grandes movilizaciones populares, fracasaron ante la resistencia opuesta por un ínfimo sector de salvadoreños que intenta seguir administrando el país en función de sus mezquinos intereses.
1.
LA GUERRA CREA CORRELACIÓN DE FUERZAS FAVORABLE A LOS CAMBIOS POR LA VÍA DEMOCRÁTICA
—Dentro de unos meses ustedes van a cumplir 10 años de guerra con grandes costos para el pueblo, para la economía y, sobre todo, para el movimiento revolucionario salvadoreño. Centenares de cuadros han sido asesinados durante todo este período, sin contar los miles de muertos que enlutan al pueblo. Hoy, sin embargo, ustedes están planteando la desmilitarización de la sociedad. Hay quienes se preguntan: ¿por qué tantos años de guerra, para llegar a esto? Otros sostienen que la propuesta de ustedes cae en el marco de la distensión mundial y corresponde al planteamiento de que ya ha caducado la vía armada para resolver los conflictos sociales. ¿Podrías explicarme en qué consiste esta propuesta? ¿Es propia de un movimiento revolucionario en ascenso, o de un movimiento revolucionario empantanado?
—Para que se entienda nuestro planteamiento de la desmilitarización creo que es importante comenzar por examinar cuáles son los resultados obtenidos con esta guerra que ya dura 20 años...
—¿De guerra o de lucha armada?
—Serían 10 años de lucha armada urbana y 9 años de guerra contra el ejército. Bueno, te decía que después de hacer un balance de los resultados políticos y estratégicos de esta guerra, conseguidos con una gran cuota de sacrificio social, gracias a la fuerza político-militar desarrollada por el FMLN, podemos decir que ella ha creado una nueva correlación de fuerzas en el país. Y gracias a esto hoy hemos logrado: primero, la apertura de espacios políticos hasta entonces inexistentes; segundo, la posibilidad de levantar un proyecto democrático que comience a modificar el sistema político tradicional de El Salvador; y, por último, un espacio a nivel internacional para poner como en vitrina y ante los ojos del mundo, no sólo la justeza de nuestra lucha, sino la posibilidad de que nuestro pueblo se pueda desarrollar en forma independiente y soberana.
En síntesis, el aporte que hace la guerra es que, al cambiar la correlación de fuerzas político-militar, abre una coyuntura donde se empieza a cuestionar el sistema dictatorial y aparece la posibilidad de crear un sistema democrático, es decir, de montar un nuevo sistema político y de ir reestructurando y reformando todos los aparatos de estado, para encontrar, por la vía democrática, o, por lo que llamamos la estrategia de la democracia, la posibilidad de realizar la revolución democrática. Para darse cuenta de lo que esto significa en nuestro país, hay que recordar que El Salvador tuvo que sostener durante 40 a 50 años un sistema dictatorial, con hegemonía del poder militar sobre el poder civil y sobre el resto del aparato del estado. A esto hay que agregar que la oligarquía, los empresarios, siempre se negaron a hacer reformas. Sólo Duarte, con el apoyo de la fuerza armada pudo comenzar a realizar una reforma agraria. Hasta ese momento la estructura de la propiedad agraria se mantenía intacta desde el siglo pasado. Todos los intentos reformistas anteriores habían fracasado y el de Duarte también fracasó, porque se dio en condiciones de guerra. Por eso es que, en el caso de El Salvador, iniciar un proceso de reformas lleva a la revolución, o sea, que las reformas no se oponen a la revolución. Ese es el cambio de concepción que nosotros consideramos que hay que desarrollar.
Dicho de otro modo, la acumulación de 20 años de guerra, de violencia, ha dado por resultado el cambio de correlación de fuerzas que permite que todos los objetivos puedan lograrse mediante medios políticos y no a través de medios militares.
—¿Por qué fue con la ofensiva de noviembre que ustedes lograron estos resultados y no antes?
—Por la inversión militar que hicimos esta vez con mucho mayores resultados en las ciudades. En un país tan pequeño, pero donde los medios de comunicación social y la guerra sicológica tienen un gran peso, este tipo de operaciones desempeña un papel muy importante. Porque tú puedes estar en el frente de Guazapa, muy cerca de San Salvador, y no incidir en nada en la ciudad si te bloquean la comunicación con el pueblo. La acumulación militar que está en la montaña no sirve en la ciudad, pero una cosa muy diferente ocurre si ya combates en plena ciudad, si la gente, especialmente la de los barrios burgueses, siente en su propia piel la guerra. Aunque El Salvador es un país mitad urbano, mitad rural, el peso político principal está en la ciudad y, especialmente, en determinadas ciudades... Yo puedo pasar 50 años combatiendo en las montañas salvadoreñas, es decir, montañas muy cercanas a la ciudad, algo muy diferente a las montañas colombianas, y no pasa nada, porque aun en un país con éstas características los medios de comunicación social logran aislarnos políticamente...
Apreciaciones como éstas fueron las que nos llevaron a buscar la traducción de nuestra acumulación militar de la montaña en la ciudad.
—Por lo que yo he sabido, no sólo los aíslan en las montañas, sino que también lograron en esta ofensiva aislarlos en plena ciudad, porque ustedes no tomaron en cuenta el factor de comunicación con las masas y dejaron que la televisión mostrase la visión oficial...
—Esa es otra demostración de que mientras tú no das la batalla política y en los medios de comunicación social, tú puedes hacer la demostración más grande de tu fuerza militar y poca gente lo percibe así. Mediante el uso de la televisión, la radio, el sistema de cadena nacional, el enemigo logra darte vueltas la situación...
Volviendo a nuestro tema. La última ofensiva llevó a todos los sectores nacionales a tomar conciencia del problema de la guerra; porque antes había sectores en las ciudades que consideraban que la guerra se daba sólo en el monte, y que ése era un problema del ejército. Ahora, como la guerra ya llegó hasta las ciudades, se ha transformado en un fenómeno nacional. El vuelco que se dio el 11 de noviembre es ése. Se demostró que la guerra es nacional y que toca tanto a las humildes familias como a los barrios altos.
Ahora hay conciencia nacional de la guerra; pero también hay conciencia nacional de la necesidad de la paz, aunque todavía no de la negociación. La gente quiere que se termine la guerra, por que esto ya se ha convertido en un fenómeno de sobrevivencia. Si la guerra continúa el país va a la destrucción total. Sólo en la capital la fuerza aérea destruyó 4 mil viviendas y dañó 30 mil, cifras sólo comparables proporcionalmente a los daños sufridos por Europa durante la II Guerra Mundial.
Imagínate que nosotros estamos en condiciones de destruir las presas hidroeléctricas que tiene el país, pero ¿qué sentido tiene una guerra que destruye doscientos años de cultura? A esos niveles se está llegando en El Salvador.
—No me imaginaba que fuese tan alto el costo de la guerra en El Salvador...
—Nosotros vemos que, como producto de la guerra, hay muchas fuerzas que están levantando un proyecto democrático-nacional desde distintas posiciones de derecha, de izquierda y de centro, pero todas en el sentido de un proyecto democrático nacional...
—Antes de detenernos en el proyecto quisiera que me aclararas una cosa. En el 86 decían que el factor que iba a determinar el cambio de correlación de fuerza era el desgaste del ejército. ¿Crees que ya se ha logrado el punto máximo de desgaste del ejército?
—Lo que ocurre es que el resultado de la correlación militar de fuerzas en nuestro caso debe tener en cuenta también el enfrentamiento que sostenemos en forma indirecta con los Estados Unidos. En nuestro país no se puede esperar una victoria militar similar a la de otros países, donde no está metido el ejército norteamericano.
En la ofensiva de noviembre de 1989 hubo intervención norteamericana. Por una parte, sustituyó los medios aéreos para realizar bombardeos nocturnos computarizados[1] y, por otra, tomó el mando de la guerra en San Salvador, dirigiendo a los cuadros intermedios y superiores de las fuerzas armadas. Estos factores, más la ayuda militar, lograron crear un cierto equilibrio de fuerzas.
—¿Cómo se expresa este equilibrio de fuerzas?
—Cuando hablamos de equilibrio en la correlación de fuerzas estamos pensando en que no se da la intervención norteamericana total, pero sí se da lo que llamamos contención antintervencionista, es decir, nuestra capacidad para impedir una intervención masiva, pero aún no suficiente como para impedir que Estados Unidos apoye al ejército salvadoreño, evitando su colapso. Estamos entonces en una situación de empate militar. Sin el apoyo de Estados Unidos el ejército salvadoreño habría perdido la guerra. En la medida en que nuestra fuerza siga creciendo, aumentará su poder disuasivo y su potencial ofensivo, y a Estados Unidos no le quedará otra alternativa que aceptar la coexistencia con un régimen nacido de una revolución democrática o intervenir directamente con tropas.
Algún tiempo atrás nos costaba aceptar que había un equilibrio militar. Ahora reconocemos que lo hay, pero aclaramos que ese equilibrio militar sólo lo da la intervención de Estados Unidos.
—¿Cuál es entonces el gran logro de la ofensiva del 11 de noviembre de 1989 en relación con los Estados Unidos?
—Que el gobierno norteamericano se ha visto obligado a tomar en cuenta al FMLN como una de las fuerzas nacionales sin cuya participación no se puede encontrar salida a la situación salvadoreña.
—¿A qué crees que se debe esto, a que ustedes se metieron en las ciudades...?
—En parte, pero también debido a que el Pentágono evaluó con cálculos más realistas nuestro avance militar, los peligros en que estuvo el ejército salvadoreño y los riesgos que puede significar una intervención directa. Hoy ya sabe que si quiere intervenir en El Salvador para impedir nuestro triunfo debe contar, según su estimación, con unos 100 mil hombres. Si ocupó 30 mil en Panamá, considera que en El Salvador necesita tres veces más. Como dato te puedo decir que las fuerzas armadas salvadoreñas cuentan con 42 mil efectivos, aunque declaran 60 mil para efectos del presupuesto.
2. UNA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA
—Si no me equivoco, es la primera vez que ustedes como FMLN hablan de revolución democrática y de un proyecto democrático-nacional, aunque conozco un texto tuyo: “La construcción de la república democrática en El Salvador" escrito en 1984, en el que ya usabas el término revolución democrática y te referías a los cambios que era posible llevar a cabo en el país producto de la acumulación de fuerzas lograda por la guerra. Ustedes antes hablaban de revolución socialista. ¿A qué se debe este cambio? Por otra parte, hablan de revolución democrática a secas, ya no mencionan la palabra antimperialista, ¿quiere decir que participan de la idea de algunos analistas en cuanto a la inviabilidad de las revoluciones antimperialistas en la nueva coyuntura mundial? A esto hay que agregar que caracterizan la revolución como democrático-nacional y no como democrático-popular... Como ves, son muchas las inquietudes que despierta el nuevo planteamiento de ustedes que significa, de hecho, una ruptura con todo el pensamiento anterior.
—En primer lugar, no hemos renunciado al sueño del socialismo, ni a la utopía del comunismo. Lo que ocurre es que hemos realizado una readecuación de la estrategia parcial tomando en cuenta el nuevo contexto mundial. Antes, la situación mundial estaba marcada por la existencia de dos campos muy definidos: el campo capitalista imperialista y el campo socialista y una tercera fuerza que influía en los desenlaces y el rumbo de la humanidad. Hoy, con la crisis del socialismo ya ha desaparecido la primera confrontación, y ésta se ha reducido a la confrontación norte-sur en las distintas regiones del sur. Por ello estimamos que el desarrollo económico de las futuras revoluciones del Tercer Mundo tendrá que hacerse con el esfuerzo propio. Ese es el reto del siglo XXI.
Por supuesto que nosotros no concebimos este esfuerzo en forma aislada, sino dentro del criterio de la integración centroamericana, que fue el sueño de Morazán, nuestro guía espiritual. Hoy más que nunca no se puede concebir el desarrollo de nuestro país sin una integración regional. Esto es algo evidente, no sólo para el movimiento revolucionario, sino también para la burguesía moderna de nuestro país.
Centroamérica fue considerada siempre como un territorio de gran importancia geopolítica para Estados Unidos, debido a las posibilidades de construcción de un canal interoceánico en esta región y en ella se ejerció el dominio norteamericano a través de la Doctrina Monroe. Esto determinó un constante enfrentamiento geopolítico, geoeconómico y geoideológico con cada una de nuestras naciones. Por eso, para nuestros países sólo existió la unipolaridad agresiva, despiadada e inhumana de Estados Unidos, quien nunca estuvo interesado en nuestro desarrollo económico.
Durante muchos años, Estados Unidos se enfrentó militarmente con todos los movimientos centroamericanos que luchaban por la autonomía y la independencia nacional. La mayoría fueron aplastados, pero a partir del triunfo de la revolución cubana, la revolución sandinista y la nuestra, que han podido sobrevivir, y luego de la derrota que sufrió en Vietnam, pasamos a la fase de contención antintervencionista, que por el marco mundial en el que se mueve Estados Unidos y nuestra propia capacidad de resistencia, permitió abrir espacios de entendimiento.
Supongo que te quedará claro que nosotros no hemos renunciado a la lucha por la soberanía nacional, que es una reivindicación histórica de todas las fuerzas patrióticas. Lo que ocurre es que, por una parte, hemos llegado a la conclusión de que es mejor describir la esencia de la lucha que usar un discurso consignero y desgastado, y, por otra, el contexto de la lucha ha cambiado.
Hasta hace muy poco la lucha se dio dentro del contexto de la confrontación este-oeste, pero una vez desaparecida ésta, estimamos que el aspecto militar de la confrontación va a ir perdiendo relevancia, adquiriendo mayor fuerza los aspectos políticos e ideológicos.
En el marco de la actual distensión mundial, la lucha por el dominio ideológico de Estados Unidos ocupa un lugar prioritario en su estrategia y está hoy centrado en imponer al mundo su esquema de democracia, que se plantea como el paradigma que todo lo resuelve. Desde el punto de vista económico, busca imponer sus intereses a través de los organismos internacionales que controla: el FMI y el Banco Mundial, implantando el plan Bush de integración latinoamericana, opuesto al plan de integración que hace años habían levantado los propios países de América Latina. Y desde el punto de vista político, trata de imponer sus intereses a través del Consejo de Seguridad de la ONU, como lo hizo en la actual crisis del Golfo Pérsico con la colaboración de la URSS, al que en nuestro caso se agregaría la ONUCA[2].
El dilema actual de la ONU es si es un gobierno mundial al servicio del sur para conciliar los conflictos con el norte o es un gobierno del norte para imponerle al sur sus intereses. El Tercer Mundo demanda que sea el gobierno de todos, es decir, que represente tanto los intereses del sur, como los del norte. Nosotros exigimos que Estados Unidos sea consecuente con su discurso en favor de la defensa de la democracia y aplique este principio a la propia Asamblea de las Naciones Unidas. Por otra parte estimamos que en la actual situación de distensión mundial el Consejo de Seguridad ha dejado de tener razón de ser. Nos parece inaceptable que unos cuantos países, con el pretexto de vigilar la seguridad mundial, decidan el destino de la humanidad.
De esta forma, la ONU dejaría de desempeñar un papel interventor, como lo propicia sutilmente Estados Unidos, y pasaría a desempeñar un papel mediador fundamental en la búsqueda de una salida negociada a los actuales conflictos.
Y respecto al porqué de la definición de nuestro proyecto como democrático-nacional, la explicación es muy sencilla: este proyecto engloba, como te decía, a distintas vertientes de derecha, de centro y de izquierda. La vertiente popular es sólo una de ellas.
Por otra parte, si hemos puesto énfasis en lo nacional es para superar errores del pasado de un movimiento revolucionario poco insertado en nuestras raíces y tradiciones nacionales. Quizá te extrañe saber que nosotros no cantábamos el himno nacional, ni reconocíamos el papel revolucionario que desempeñaron nuestros próceres de la independencia por el simple hecho de pertenecer a familias terratenientes; ni a Alberto Masferrer, el primer ideólogo socialdemócrata de nuestro país. Imagínate que llegamos al extremo de quemar una vez la bandera nacional junto con la bandera de Estados Unidos.
3. UNA LARGA HISTORIA DE DICTADURAS
—Creo que, aunque me extienda un poco es importante dar algunos antecedentes históricos que permitirán comprender mejor nuestro actual proyecto democrático.
El Salvador ha sufrido una larga dictadura desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando fueron derrotados los movimientos liberales que luchaban por la unidad de Centroamérica. En 1881 se inició un largo período de concentración de tierras, sobre todo de las más fértiles del país, en manos de un reducido número de familias terratenientes que lograron consolidar una estructura económica basada principalmente en el cultivo del café para la exportación. Ese grupo acaparó el poder económico y construyó paralelamente el correspondiente aparato estatal autoritario, que garantizaría su dominio sobre el conjunto de la sociedad salvadoreña. Se conformó así una dictadura que en la década de 1920 a 1930 se enfrentó a un incipiente movimiento popular que inició entonces luchas reformistas y revolucionarias, encabezadas las primeras por Alberto Masferrer, el ideólogo socialdemócrata que te acabo de mencionar, y las segundas, por Farabundo Martí, dirigente del Partido Comunista de El Salvador.
Al comenzar la década del 30, un proceso electoral de características democráticas dio paso al gobierno de Arturo Araujo, que presionado por los nuevos movimientos populares, inició un corto período de apertura de espacios políticos para los movimientos opositores. El grupo dominante recurrió entonces al golpe de estado, en diciembre de 1931, y ello provocó la insurrección popular iniciada en enero de 1932. Este movimiento social recogía y sintetizaba amplias aspiraciones reformistas de la época, en un programa de transformaciones económicas, sociales, políticas y militares, que planteaba la necesidad de que el poder soberano estuviera en manos de las clases trabajadoras.
El levantamiento insurreccional fue masacrado, terminó la apertura política y los ensayos de democracia, desaparecieron las reformas y se convirtió al ejército en un instrumento al servicio de los programas económicos de los grupos dominantes, a la par que adquirió las funciones de un centro de decisión política que sustituye de hecho al sistema democrático, republicano y representativo.
Después de la matanza de 1932, una vez instalada la dictadura del general Maximiliano Hernández, las clases en el poder se concentraron en la tarea de fortalecer sus instrumentos estatales de dominación, para garantizar su continuidad política y económica. Se construyó el sistema político-militar del poder local. El ejército se ocupaba de garantizar ante todo la continuidad del gobierno central. Sus funciones quedaron subordinadas al programa económico de las clases dominantes.
Una vez que el dictador Martínez fue derrocado en 1944, el aparato político estatal inició una nueva época. Para entonces, el control del poder local municipal permitía sin mayores problemas el control social general. El aparato productivo se encontraba en manos del reducido grupo que acumulaba en exclusividad la riqueza social sin presiones sociales de consideración. Las normas constitucionales no se cumplían, y los procesos electorales fueron desnaturalizados por el ejercicio permanente del fraude.
En 1960 se produjo una nueva reagrupación del movimiento urbano popular con apoyo de oficiales reformistas del ejército que se enfrentaron al proyecto dominante. Se produjo un momento de inestabilidad política resuelto luego con un nuevo golpe de estado militar en enero de 1961, que pronto modificó las políticas internas para ubicarlas dentro del marco de la Alianza para el Progreso, estrategia política diseñada por el gobierno de los Estados Unidos para contrarrestar la influencia de la naciente revolución cubana en América Latina.
En la década del 60, los sectores dominantes buscaron establecer instituciones políticas adecuadas para la modernización de la estructura económica del país. Se estaba imponiendo la necesidad de llevar a cabo reformas institucionales que aseguraran la continuidad del sistema en el país. Se impulsó entonces la creación del Mercado Común Centroamericano y, a nivel interno, la formación de un estado fuerte que garantizara la modernización capitalista de la sociedad. El ejército seguiría constituyendo el principal soporte del estado. A los partidos políticos oficiales se les asignó como función específica garantizar la continuidad de la dictadura militar mediante repetidos fraudes electorales y la imposición de candidatos militares para el ejercicio del poder político.
La constitución política del país se convirtió entonces en un simple instrumento para apoyar declaraciones propagandísticas, y una vez que quedó asegurado el control del Estado, por recomendación expresa de la embajada norteamericana, se promovió una aparente apertura política se permitió la oposición parlamentaria formal, aunque las libertades de expresión, de asociación, de libre tránsito, siguieron igualmente cerradas para los sectores populares.
Mientras tanto, la clase obrera iba adquiriendo mayor peso específico en el conjunto de la sociedad. Surgió un movimiento sindical revolucionario cuya consolidación preocupó cada vez más a los sectores de poder. Sobre todo cuando se produjeron con mayor frecuencia y combatividad, huelgas reivindicativas y políticas, que culminaron con una huelga general en 1967.
En la década del 70, la situación social del país se agravó en todos los órdenes, producto del cierre del Mercado Común Centroamericano. Ante el fracaso de los planes económicos de la década anterior, y ante el continuo deterioro de los niveles de productividad, el gobierno salvadoreño decidió impulsar una reforma agraria que abriera nuevas posibilidades para la modernización del país. Para entonces, los sectores derechistas más radicales defendían sus proyectos y repudiaban las reformas con una agresividad militante cada vez mayor. En esa época se constituyeron sus primeros organismos políticos y gremiales que radicalizaron sus posiciones conservadoras, como la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), y el Frente Agropecuario de la Regional Oriental (FARO). En 1976, este sector derrotó, después de un largo enfrentamiento político-ideológico, al reformismo estatal sintetizado en los proyectos de transformación agraria.
Las clases populares entendieron muy bien: los grupos económicos más poderosos se negaban terminantemente a aceptar medidas, que incluso pudieran beneficiarlos a la larga, si consideraban que de alguna manera también favorecerían a los trabaj adores. Adquirieron fuerza así las tesis de las organizaciones político-militares revolucionarias surgidas a partir de 1970. En la segunda mitad de la década, se desarrollaron poderosos frentes de masas que dieron sustanciales saltos cualitativos, tanto en sus aspectos orgánicos como en su pensamiento político. De tal manera que mientras los grupos dominantes se enredaban en contradicciones cada vez más agudas, debidas ante todo a su extremo radicalismo y a su desmedida voracidad, el movimiento democrático atravesaba un período de acelerado desarrollo.
En el año 1979 se dio una acumulación —producto de toda la lucha armada y de masas urbana desde el 1974 en adelante - que puso en peligro el sistema. En ese contexto se dio el golpe de estado de octubre de 1979, golpe de la oficialidad progresista que intentó poner fin a la dictadura y realizar las reformas que el país requería. Lo que ocurrió allí fue que la izquierda desaprovechó la oportunidad de compartir el gobierno con una fracción de las fuerzas armadas, la Democracia Cristiana y otros partidos que participaban en el Foro Popular, especie de asamblea de las fuerzas políticas y sociales creada en junio de 1979.
-¿Ustedes, en síntesis, no fueron capaces de determinar correctamente el enemigo inmediato?
—Así es. Las organizaciones político-militares no jugamos un papel activo para que las contradicciones entre sectores reformistas y reaccionarios dentro de la propia Junta de Gobierno se definieran hacia el polo progresista. Mientras presionaban desde afuera, los sectores reaccionarios fueron desplazando a los progresistas hasta que la situación se definió finalmente a favor de los primeros en diciembre de ese año.
Entonces, claro, se perdió la oportunidad por el sectarismo: sólo era considerado correcto lo que hacía la propia organización; por el ultrismo: si no se conseguía todo el poder para el proletariado, lo demás era estimado salida burguesa contrarrevolucionaria; por el hegemonismo... En esos momentos vivíamos el vértigo del hegemonismo. Porque por hegemonía se entiende a veces partido único, ejército único, control único de todos los medios, o sea, un control de toda la sociedad. Pero eso no es hegemonía, eso es hegemonismo.
Hoy, once años después del golpe del 79, se da nuevamente la oportunidad de compartir el gobierno con otras fuerzas y luchar por la vía democrática hacia la toma del poder. Para ello tenemos que consolidar y desarrollar la cuota de poder que ya hemos acumulado y que falta institucionalizar y legalizar dentro del sistema democrático y bipartidista que vamos a crear. Ahora, para que esto sea viable es necesario desmontar la guerra.
4. DESMONTAR LA GUERRA
—¿Qué significa desmontar la guerra?
—Debo aclararte que este no es un movimiento que está pensando en rendirse ni claudicar, sino en traducir en medidas políticas la correlación de fuerzas lograda a través de la guerra. Por eso no estamos planteando desarmarnos unilateralmente, sino que ponemos como condición la desmilitarización del país. Ello implicaría la desaparición de ambos ejércitos. Esto puede hacerse gradualmente según lo determinen los resultados de la negociación. Hay que recordar que la guerra no la iniciamos nosotros. La lucha armada en nuestro país surgió como respuesta a innumerables fraudes que impidieron la expresión de la voluntad popular y a la brutalidad con que los cuerpos represivos actuaron contra el movimiento de masas que luchaba por mejores condiciones de vida y por espacios democráticos. Los ideólogos burgueses sólo reconocen tres poderes del estado: legislativo, ejecutivo y judicial. Nosotros queremos que sean consecuentes con esto. Hasta ahora en El Salvador el verdadero poder ha sido el poder militar. Este tiene que desaparecer para que se dé una verdadera democracia.
El ejército fue pensado en sus inicios como un defensor de la soberanía nacional y del orden interno. Nosotros planteamos que si de soberanía se trata, la mejor defensa de la soberanía es la unidad nacional producto de una política de alianzas en la que confluyan todos los sectores patrióticos que estén dispuestos a reconstruir y salvar al país del caos que existe producto de la guerra. Y en cuanto al orden interno, consideramos que éste puede ser defendido por un cuerpo policial, que no se rija por la concepción y los métodos de una seguridad nacional contrainsurgente dictada por Estados Unidos, sino por un concepto de orden y seguridad pública que, en lugar de oprimir, defienda los intereses del pueblo y de la nación.
—¿Cuál ha sido la reacción del resto de las fuerzas políticas ante esta propuesta de desmilitarización del FMLN? ¿Ha sido bien acogida? ¿Cuál ha sido la reacción popular?
—Ha tenido un gran impacto nacional, despertando el sentimiento antimilitarista y antidictatorial acumulado durante tantos años. Las capas medias y, en general todos los partidos políticos, aun sectores de ARENA ven la necesidad de que desaparezca el ejército para que desaparezca el miedo, el temor y las inhibiciones políticas producto de la supremacía militar. Lo que sí muchos se preguntan es acerca de la viabilidad de este cambio radical en la vida nacional.
—¿Y qué piensan ustedes al respecto?
—Creo que es importante tener en cuenta que hay una tendencia objetiva a la desmilitarización en Centroamérica por causas económicas generales y muy especialmente por el cierre gradual de la ayuda militar norteamericana a Centroamérica. En el caso de El Salvador concretamente, desde hace dos años se nota una disminución de esta ayuda. De 185 millones de dólares en 1988, ha caído a 86 millones en la actualidad; igual cosa ha ocurrido en Honduras y Guatemala. Claro que nuestra ofensiva de fines del 89 los obligó a aumentar temporalmente el gasto militar en nuestro país, pero ésa no es la tendencia. Esta situación ha obligado a los gobiernos del área a reducir su presupuesto militar.
Por otra parte, existe una tendencia a que los conflictos fronterizos se resuelvan por negociación. La única excepción es el ejército salvadoreño que representa una amenaza militar real para el ejército de Honduras.
Nuestra propuesta ayuda a la distensión de la región y a la reconstrucción de la unidad regional y, por esto, es vista con simpatía por muchas fuerzas políticas de Centroamérica.
Además quiero aclararte que cuando hablamos de desmilitarización, nos estamos planteando esta cuestión como un proceso gradual que comienza con la depuración del ejército de los elementos implicados en crímenes contra la sociedad y en la disolución de los cuerpos represivos (Guardia Nacional, Policía Nacional, Policía de Hacienda) y la creación de una nueva policía destinada al orden público. Una vez logrado esto se establecería un cese al fuego con el compromiso de las dos partes de seguir desmantelando ambos aparatos hasta la disolución de los mismos en los tiempos que se haya acordado.
—¿Y cuál ha sido la reacción de los Estados Unidos?
—El temor de Estados Unidos es que se quede sin influencia en el país por la vía de la desmilitarización. El gobierno norteamericano está exigiendo que los grupos de oficiales que están comprometidos en las masacres se depuren para salvar la institución, pero el grupo de La Tandona no quiere aceptarlo. Lo que ellos quieren es conservar la institución armada sin necesidad de negociar. Eso camina en la dirección opuesta a lo que nosotros estamos planteando. En otras palabras, Estados Unidos piensa depurar las fuerzas armadas sin hacer pagar ningún precio a la institución; pero eso no se puede hacer en El Salvador.
—¿Y qué argumentos usa para oponerse?
—Que la existencia de la institución no es negociable, porque está en la constitución. A eso nosotros contrargumentamos diciendo que la institución es un instrumento, y que éste puede ser reformado para que de cabida a la desmilitarización que proponemos.
—¿Y suponiendo que lograsen desmilitarizar la sociedad qué tipo de cambios se proponen realizar?
—Nosotros nos estamos proponiendo una revolución democrática que realice los cambios estructurales que el país necesita hace ya mucho tiempo y que los sectores más conservadores de la oligarquía siempre han bloqueado.
—¿Cómo cuáles?
—Una reforma agraria, una reforma bancaria, una reforma del estado, una reforma de la constitución, y una reforma en el uso de los medios de comunicación social. Todas ellas son reformas que hace 10 años eran consideradas subversivas y que ahora ya no son consideradas de esa manera.
—Tú dices que Duarte se planteó realizar reformas que eran inviables, ¿qué hace que ahora lo sean?
—Lo que ocurre es que Duarte las quiso hacer en una situación de guerra y, precisamente, para quitarle al movimiento revolucionario las banderas de la reforma. Esto es tan así que quien diseñó el plan fue el asesor norteamericano Prostdam, que ya había intentado aplicarlas en Vietnam. Las reformas sólo pueden ser efectivas si se desmonta la guerra.
5. REFORMA DEL ESTADO
—Tú mencionas una reforma del estado, ¿estás pensando sólo en lo que ya mencionaste acerca de la desaparición del ejército y su reemplazo por una fuerza policial, o también en otras medidas? ¿Mantendrían ustedes el actual sistema representativo? ¿Qué diferencia existiría entre este sistema representativo y el anteriormente existente? ¿Cómo asegurar mediante él que los intereses populares mayoritarios tengan una real expresión?
—En el actual sistema la representatividad está restringida a los partidos legalmente inscritos, marginando a otras fuerzas políticas y sometiéndolas a la represión del estado. En el nuevo sistema que propiciamos, se tiene que ampliar la representatividad de todos los poderes del estado, y en concreto en el poder legislativo deben estar representadas todas las fuerzas políticas, tanto las mayoritarias, como las minoritarias, creándose una regulación del derecho de las minorías a no ser excluidas del sistema.
El actual poder municipal está subordinado al Ministerio del Interior y si no se alinea a su política, lo asfixia económicamente o lo reprime políticamente. En nuestro sistema, las alcaldías se transformarán en verdaderos poderes territoriales donde el pueblo a la vez que elige a sus delegados ejerza un poder permanente de fiscalización y control sobre el desempeño de sus funciones municipales. El instrumento para expresar sus demandas y pedir cuenta a sus delegados sería el sistema de cabildo abierto, que ya se usó en el período final de la colonia para luchar por la independencia.
En el sistema actual, gran parte de las organizaciones populares existen de hecho y son perseguidas y reprimidas por el estado. En nuestro proyecto de revolución democrática, por el contrario, estará protegido por la legislación. Existirá plena libertad para organizarse y expresarse. Justamente la fuerza de la vertiente popular del proyecto reposará sobre las masas organizadas dispuestas a defender sus intereses. Piensa que nosotros en medio de una dictadura, en enero de 1980, sacamos 200 mil hombres a la calle. Imagínate lo que podemos movilizar en un proceso de descompresión, ahora para propósitos concretos, uniéndonos en un proyecto con la DC, con otros partidos; formando este frente, este movimiento social amplio.
Lo que se está planteando, entonces, no es sólo tener acceso al gobierno, sino que de lo que se trata es de consolidar la democracia con un movimiento social amplio, representativo.
En este nuevo sistema, las elecciones periódicas permitirían una realimentación democrática que nosotros valoramos positivamente, porque es un mecanismo que permite, en una forma menos traumática, una renovación y cambio de los cuadros dirigentes del sistema pluralista, pluripartidista, participativo y autogestionario que caracteriza a nuestro proyecto democrático.
En un país donde hay democracia hay que convertir realmente el proceso electoral en un mecanismo que permita quitar y poner según la presión social.
El FMLN plantea también que para impulsar el proyecto económico-social de la nación se necesita una conducción compartida de todas las fuerzas que participen del proyecto.
—¿Y qué plantean ustedes en relación con lo que algunos han denominado el cuarto poder, es decir, la manipulación que las clases dominantes hacen de los medios de comunicación para crear estados de opinión y hacer propaganda a sus candidatos?, porque si esto no se modifica, difícilmente ustedes estarían en igualdad de condiciones para competir en la arena electoral.
—A eso precisamente se refiere la reforma en el uso de los medios de comunicación. Tiene que haber una relación directa entre el poder representativo y el uso de los medios de comunicación social. Estos deben dar cabida a todas las fuerzas participantes en igualdad de condiciones. Este aspecto, sumado al ejercicio de la democracia participativa, sería la clave del nuevo sistema democrático que hay que crear en El Salvador.
El desafío que tenemos por delante es el de convertirnos en un partido de masas, de mayorías, que nos permita lograr, tanto triunfos electorales, como conducir las grandes movilizaciones populares cuando haya cosas que consideremos incorrectas. Seríamos una vanguardia real, es decir, una vanguardia que tiene hegemonía.
—En el fondo, lo que tú estás diciendo es que es necesario ganar la hegemonía, lograr que el proyecto de ustedes logre un consenso social mayoritario de tal forma que éste pueda expresarse, sea electoralmente, sea movilizativamente, sea ideológicamente. ¿Te interpreto bien?
—Sí.
—¿Qué entiendes por democracia participativa?
—La democracia participativa implicaría la vigilancia del pueblo y el ejercicio de la soberanía del pueblo. La idea es tener organizado al pueblo para que participe, tanto en la reconstrucción económica, como en la acción política. No sólo en la época electoral, sino que en forma continua y diaria.
6. ESTRATEGIA ECONÓMICA
—Ahora, imagínate lo que puede ocurrir una vez lograda la paz y establecido este sistema democrático de nuevo tipo del que tú ha blas. El pueblo empieza a darse cuenta que vive sin casa, sin luz, entonces, ¿qué va a hacer ese pueblo en una democracia...?, porque normalmente si está organizado lo que hace es luchar por esas reivindicaciones... ¿Qué van a hacer ustedes como gobierno frente a ese pueblo?
—Primero quisiera contarte cuál es nuestra estrategia económica para resolver las necesidades más inmediatas de la población.
El primer problema que tenemos que resolver es la realización de la reforma agraria y la producción de granos básicos para la autosuficiencia. Ese es el punto nodal de la estrategia económica en un régimen de sobrevivencia. Otro aspecto de la estrategia económica es la autosuficiencia familiar; o sea, que cada familia pueda resolver por distintas vías la economía familiar. Eso se da generalmente por dos vías: la vía del “pobre dólar”, es decir, de la divisa popular que viene de Estados Unidos. Son casi 2 mil millones de dólares anuales, que equivale al presupuesto de la nación y representa una entrada en divisas mayor que la del café, nuestro primer rubro de exportación. La idea es que la fuerza que está trabajando en Estados Unidos se mantenga allí y se cree un banco nacional popular para canalizar la cuota que llamamos “divisa popular familiar”.
Otra vía para resolver la autosubsistencia es la economía informal que, dada la situación en la que se encuentra nuestro país, será una forma muy extendida de sobrevivencia. Ese es un mecanismo redistribuidor donde trabaja toda la familia.
Otro aspecto de la estrategia es la economía formal. Aquí podemos encontrar, además de los trabajadores del estado y de la empresa privada, los trabajadores de las empresas autogestionarias y de empresas de propiedad social. En nuestro país, las empresas cooperativas del campo y la ciudad serán uno de los ejes del desarrollo y reactivación de la economía, provistas de los créditos bancarios que hagan posible su rentabilidad.
Nuestra estrategia económica priorizaría, por supuesto, la seguridad social, educación, salud y vivienda, aunque esta última cuestión sólo podrá irse resolviendo paulatinamente.
Precisamente una revolución democrática como la que concebimos tiene que usar los medios de comunicación social para politizar a la población y explicarle al pueblo cómo se van a ir resolviendo los problemas y cómo, desde el sistema de democracia participativa el pueblo participa sugiriendo soluciones e implementa iniciativas sin esperar la solución del ministerio. Te doy un ejemplo: el pueblo en San Salvador actualmente ha comenzado a resolver parcialmente el problema de la salud, acogiendo a un médico en su barrio, que comienza sin clínica, sin instrumentos, sin medicinas, dando sólo consejos de medicina preventiva y, poco a poco, la misma comunidad va organizando la recolección de instrumentos, medicinas y su instalación en algún local existente o construido especialmente para eso. En el fondo es un médico de la familia que la misma comunidad mantiene sin depender del Ministerio de Salud.
—Por lo que veo, el modelo económico en el que ustedes están pensando no descansa básicamente en el estado...
—Efectivamente, nuestra idea es que el gobierno no centralice la maquinaria productiva, porque una parte va a seguir en manos de la empresa privada y otra parte en manos de la propiedad social y comunal. En manos de la gran empresa privada quedaría la producción industrial; el artesanado y producción campesina podrían darse bajo formas de propiedad individual o cooperativa.
Hay también que entender que las medidas que pensamos tomar están basadas en la realidad de un país destruido por la guerra. No podemos ser demagogos como lo son los dirigentes burgueses, no podemos ofrecer el paraíso...
El problema fundamental de una economía de posguerra es que es una economía, no de producción, sino de servicios. Nuestra gran tarea será entonces pasar de la economía de servicios a una economía productiva, Sólo así podremos lograr patrones de consumo superiores a los actuales, sin caer en el consumismo capitalista de vitrina.
Como ves no estamos planteando un futuro dorado, sino muy sacrificado. Este es el precio de la paz, pero estamos convencidos de que un pueblo que ha conocido la guerra, la represión, las masacres, estaría dispuesto a sacrificarse por la reconstrucción de nuestro país.
O sea, no se vería un auge económico a corto plazo, esto sólo lo verían las próximas generaciones, pero sí se consolidarían las bases mínimas de los avances económico-sociales que sólo pueden abrirse paso mediante una revolución democrática.
Entonces realmente existiría como un factor mágico en esta revolución democrática la reconocida laboriosidad de nuestro pueblo, estimulada a fondo por la tan deseada conquista de la paz.
Si todos los sectores están de acuerdo en un propósito, consideramos que esto en pocos años se traduciría en una mejoría generalizada.
Además será necesario hacer un ajuste de salarios por empresas, respetando los salarios mínimos, porque ésa es una conquista social de la clase obrera salvadoreña. Por otra parte, debemos buscar la rentabilidad de las empresas y una mejor redistribución de sus ganancias.
La gran política del proyecto nacional es convencer a una parte de la empresa privada, la más avanzada, la más progresista para que esté dispuesta a realizar una “inversión social”, es decir, inversiones que produzcan beneficio a los trabajadores y no sólo a los bolsillos de los empresarios.
Ellos tienen conciencia de que por sus mismos intereses como clase deben hacer ese tipo de inversión. Ya un sector de nuestra burguesía en la época dorada del Mercado Común, encabezada por Francisco de Sola, fue capaz de entender que la modernización de la sociedad iba a favor de sus propios intereses. Él hablaba de la propiedad privada en función social y eso fue considerado por la mayor parte de los empresarios como comunismo.
—¿Inversión social de qué tipo?
—Este grupo de empresarios visionarios emplearon parte de sus ganancias para construir, por ejemplo, un sistema educativo de alfabetización y capacitación por medio del sistema televisivo —canales 8 y 10 — que llegó hasta los municipios rurales. Igualmente un sistema telefónico nacional con discado directo aun en apartados caseríos rurales. Además, se diversificó la educación primaria, secundaria y universitaria, lo que significó grandes inversiones sociales.
El desarrollo capitalista en El Salvador siempre tuvo y mantiene en su seno un grupo económico conocido en el mundo por su carácter progresista, dinámico.
Para que un proyecto sea viable en nuestro país es necesario que se integren a él una serie de empresarios dispuestos a incorporarse a un proyecto social más a fondo, es decir, debemos lograr que una fracción de la clase dominante vea que tiene cabida en el proyecto de la revolución democrática, no sólo para sobrevivir como empresa, sino realmente convencida de corazón y conciencia que puede seguir siendo capitalista y, al mismo tiempo, participar en la solución de los problemas sociales del pueblo.
Hay que reconocer que los sectores burgueses modernizantes son excelentes administradores de empresas... El Salvador, a pesar de ser un país tan pequeño, llegó a ser una potencia económica. Era un peligro para el resto de la burguesía de Centroamérica. Era el Japón de la región.
Si nosotros logramos ampliar la fuerza de la revolución y llevar adelante una política correcta, quizá podríamos lograr que el capital entienda que si gana cien, con 20 vive lujosamente, como millonario, y puede destinar el resto al desarrollo económico-social.
Es cierto que, aunque hagamos toda la propaganda que hagamos, no cabe duda que se va a plantear objetivamente la contradicción entre el modelo de economía mixta y las presiones del movimiento popular por resolver sus intereses. Y para resolver esta contradicción habrá que buscar soluciones coyunturales y establecer las salidas a largo plazo.
7. LA INDEPENDENCIA ECONÓMICA: UNA UTOPÍA
—¿Cómo van a resolver el problema de la dependencia económica?
—Mira, sería utópico pensar que una revolución democrática pueda eliminar la dependencia económica en un pequeño país como el nuestro. Debemos tratar de explotar al máximo la situación de multipolaridad económica del mundo actual, pero aun en este caso no podemos hablar de interdependencia, porque eso es falso. La interdependencia puede darse entre países altamente desarrollados como los países europeos, es decir, entre los países del norte. En los países del Tercer Mundo seguirá existiendo la dependencia.
Yo te puedo decir que ya en el año 1978 nosotros habíamos descubierto la multipolaridad en el terreno práctico. Ya entonces nosotros considerábamos que el imperialismo, como grupo, se había dividido. Fue algo que aprendimos al hacer las capturas económicas, porque en ese momento se negoció con los europeos, pero sabíamos que con Estados Unidos no se podía negociar. Estados Unidos nunca ha negociado, los europeos sí, los japoneses sí... Luego, en nuestros análisis económicos veíamos que ya estaba naciendo la multipolaridad. Es una lástima que no tenga aquí los escritos, pero ya en el año 78 ésa era la conclusión. Y por eso es que nos abrimos a las relaciones: internacionales. Por esa razón y por otra, porque el mundo socialista no nos daba cabida...
En la década del 80, nosotros teníamos expectativas en cuanto a la contradicción entre Europa y Estados Unidos. Pensábamos que a Europa le interesaría meterse en nuestro mercado. Hoy esta posibilidad se aleja. El mercado lógico de Europa desarrollada es, sin duda, alguna el de los países de Europa del Este. Y Japón, el sol de oriente, ya no mira hacia la costa salvadoreña. Necesariamente debemos entonces depender de los Estados Unidos.
Nosotros consideramos que la revolución democrática puede aspirar a ser independiente en el terreno político, pero en el terreno económico va a ser dependiente. ¿Cómo no va a serlo si El Salvador necesita 5 mil millones de dólares para reconstruirse en un plazo de cinco años, sin intereses, y otros 5 mil para el desarrollo...? ¡Es un sueño el desarrollo económico de El Salvador, en esta década!
Por eso es que, como te decía anteriormente, en El Salvador, tenemos que pensar en una economía de autosuficiencia y de sobrevivencia primero. Lograr el desarrollo sólo puede ser una aspiración que podrá realizarse en un futuro no cercano.
—¿Cómo se puede hablar de autosuficiencia si el país no produce los alimentos necesarios?
—Esto se debe a la guerra...
—¿Podría producirlos si no hubiera guerra?
—La capacidad organizativa y productiva que hay en el país podría permitir alcanzar los niveles mínimos de autosuficiencia alimentaria. Hay frijol, ajonjolí, soya..., es decir, lo esencial para una canasta básica.
8. UN PROFUNDO FILO HUMANISTA
Todo esto tiene un profundo filo humanista. Durante un tiempo no valorábamos este ángulo del problema debido al ideologismo que habíamos heredado de los europeos, como si el movimiento revolucionario marxista no fuera también humano; daba pena decir que el marxismo era humanista.
Consideramos que tenemos que atender mucho el aspecto humano de la revolución; no sólo la cara ideológica y consignera...
Nuestra revolución debe establecer una correlación equilibrada entre los intereses individuales y los de la colectividad. Ni el colectivismo debe anular la individualidad, ni el desarrollo individual debe pasar despegado de los intereses del colectivo. Por ello es fundamental educar a las nuevas generaciones en valores morales tales como la solidaridad humana, la sensibilización personal ante la situación de los demás, que para un cristiano es fe, esperanza y caridad, valores históricamente revolucionarios que hemos acumulado en el seno del pueblo durante la guerra.
La desviación colectivista que niega el aspecto individual a lo que te conduce es a la falta de creatividad, imaginación, sensibilidad, que se traduce, a su vez, en pasividad, conservadurismo, falta de combatividad. Y esta negación de la individualidad es explosiva como lo estamos viendo en los países de Europa del Este.
9. DISCURSO HACIA LAS MASAS
—Pasando a otra cuestión muy diferente. El FMLN viene de una tradición marxista-leninista y entiendo que su discurso fue durante mucho tiempo bastante clásico, es decir, bastante estereotipado ¿o me equivoco? Me gustaría un poco que hablaras sobre esa experiencia de comunicación con las masas ¿cómo se logra?, ¿qué errores han cometido?, ¿cómo superarlos? Leí un trabajo tuyo al respecto que me pareció muy interesante...
—Lo que ha ocurrido es que durante un tiempo estuvimos viviendo la época prehistórica de nuestro pensamiento, para luego salir ya a la historia, a lo real político, no sé cómo podría catalogarlo. Estuvimos en la letanía y la religión del marxismo y hoy estamos comenzando ya más que todo a aplicar el marxismo-leninismo a la realidad nacional...
Hubo también bloqueo interno en el desarrollo de nuestro pensamiento por temor a acusaciones de índole ideológica como revisionismo y reformismo. Pero eso terminó, hoy uno puede expresarse tal como uno piensa, esté equivocado o no, esté planteando las cosas mal o no... Esto está permitiendo desarrollar más el pensamiento.
En el FMLN, existía tanto un bloqueo en el desarrollo del pensamiento como en su expresión en el discurso.
Estamos ahora abocados a los cambios del discurso y por eso yo quise explorar un poco el terreno de propaganda y la relación entre propaganda, revolución y democracia, porque el instrumento de propaganda es un instrumento fundamental de la democracia.
En la democracia realmente las corrientes de opinión se mueven a partir del flujo de la información y el debate. El verdadero desarrollo del discurso revolucionario sólo se puede generar a través del debate entre las tendencias de la revolución y con las fuerzas progresistas y multipartidarias y pluralistas.
Vos podés tener una verdad y si no sabés traducirla y explicarla en los términos y el lenguaje que el pueblo y el movimiento social entienden, te la rechazan. Hay términos que han sido desgastados por el enemigo y la guerra sicológica que lleva adelante. Defenderlos trae mucho costo político. Si lo mismo puede ser expresado en otros términos es mejor emplear términos nuevos y más comprensibles.
Hay que tirarle duro al estereotipo, a la consignería barata y a aquellos lenguajes enlatados. Cuando todos los discursos y los mensajes vienen hechos de la misma tela y se trasmiten de la misma forma y con las mismas palabras, pronunciadas en el mismo tono y por el mismo megáfono, cuando pasan los años y la pinta y la consigna no cambian, la palabra se devalúa. Es moneda que ya no compra la imaginación de nadie.
Esto ha pasado en buena medida con la propaganda revolucionaria. La gente se aburre de los textos de manual, en los cuales los conceptos se aplican mecánicamente y la realidad parece no cambiar. Nada es más idealista que esto, nada tan falto de materialismo como este inmovilismo teórico, abstracto, este hueso sin carne. ¿Cómo es posible leer un libro de hace 20 años y encontrar que dice lo mismo que nuestro mensaje de hoy? ¿Cómo es posible que nuestro discurso no cambie? ¿Es que no existen problemas nuevos en la revolución? ¿Cómo es posible que no seamos capaces de crear nuevas consignas? A veces tenemos síntomas de arterioesclerosis ideológica.
Debemos evitar toda forma de adoctrinamiento que simplifique la verdad, convirtiéndola en simples consignas o escondiéndola o manipulándola. Es un camino más largo y difícil, pero es el camino. A veces hemos caído en esta engañosa trocha del adoctrinamiento por comodidad, por ganar tiempo, por impaciencia. Quien impone y adoctrina no vence. Se vence sólo cuando se convence.
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[1] Bombardeos que se realizan mediante cálculos computarizados del territorio de tal modo que se pueden efectuar en forma muy exacta contra los objetivos planificados, aunque no exista visibilidad. De esta manera lograron realizar bombardeos nocturnos sobre los lugares donde se encontraban las fuerzas del FMLN.
[2] Tropas ONU de intervención en Centroamérica.