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    [Revolución Proletaria] El fascismo y el Estado Burgués

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    Mensaje por mestizo Mar Dic 04, 2012 3:52 pm

    La extensión de la crisis económica y política que viven los regímenes burgueses en Europa está facilitando que asome la cabeza el discurso social del fascismo. Tal es así que allí donde se encuentra el ojo del huracán, en Grecia, la formación fascista Chryssi Avghi (Amanecer Dorado) pasó en menos de un año de no aparecer en las encuestas a tener más de 400.000 votantes, que representan a un 7% de aquellos que todavía acuden a votar1.
    El avance de este “fascismo clásico” (racista, ultra nacionalista, que se moviliza en las calles implantando el terror parapolicial y autoproclamado, sin complejos, heredero de los Hitler, Metaxas…) no puede entenderse sin la fricción que está generando la crisis en las fuerzas políticas griegas (LAOS, anterior receptor del voto ultra participó en los gobiernos de la Troika junto a PASOK y ND) y que está llevando a sectores de la burguesía hacia el discurso nacional (Amanecer Dorado busca la salida de la UE) que garantice el orden y la propiedad (las labores parapoliciales de los fascistas griegos se circunscriben al ámbito de la defensa de la propiedad privada, la colaboración con la policía en manifestaciones, el acoso a los obreros más débiles, los inmigrantes, apaleándolos y dando algunos medios “asistenciales” a los obreros nativos con el fin de fomentar la fractura en la clase obrera). Mas el fascismo, como movimiento político, tampoco puede reducirse a estos tiempos de crisis: mientras el imperialismo europeo disfrutaba de su fiesta de expansión, aparecía con total tranquilidad Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales francesas de 2002; crecía pujante el voto nacional en Austria; el revisionismo histórico se hacía un hueco en el Báltico marchando en honor a las tropas de la Wehrmacht; o iba conformándose el neofascismo magiar que entrelaza a los paramilitares de la Guardia Húngara con el partido Jobbik y a su vez con numerosos grupúsculos nazis y fascistas que actualmente encuentran no pocas simpatías en el gobierno conservador de Orban.
    Pero el fascismo es más que un movimiento político. Es un modo de dominación política de la burguesía, que reviste unas características que lo sustantivizan con respecto a las formas parlamentarias en que el capital ejecuta su dictadura de clase. Y es por ello que adquiere importancia realizar un análisis, aunque sea breve, sobre su carácter de clase para no caer en las elucubraciones del oportunismo y el revisionismo con respecto a esta cuestión.
    El fascismo es un producto histórico de una determinada época. El rápido crecimiento del capitalismo, el surgimiento de los monopolios y, tras éstos, el monopolismo de Estado. La carrera internacional por controlar mercados, por garantizar las exportaciones de capitales, puso en pie, desde finales del s. XIX, las fuerzas de todas las potencias mundiales. Éstas, entre otras cosas, no hacían más que exacerbar el nacionalismo y con él, el discurso de la supremacía racial se convertía en sustento ideológico que nutría a cada patria de la consciencia necesaria para luchar por ser la luminaria de la Humanidad2. Estalló la I Guerra Mundial. Y acabó. En las trincheras quedaron decenas de millones de trabajadores mandados como carne de cañón con el objeto de lograr un buen botín para sus burguesías. La II Internacional secundó la carnicería. La guerra permitió el reparto de unas cuantas colonias de los derrotados entre los vencidos y el desmembramiento de los viejos imperios alemán, austro-húngaro y otomano. Pero la necesidad de expansión del imperialismo seguía intacta. Todas las potencias huían, aun sin saberlo, de la gran crisis económica que llamaba a las puertas del sistema imperialista mundial, que estallaría en 1929. Y a esta se unía otra crisis que el imperialismo si conocía, una mucho más grave, que amenazante se acercaba desde el este: la crisis política que el ascenso incontestable de la Revolución Proletaria Mundial imponía a los dueños del Mundo. Si el viejo y tosco imperio ruso había sucumbido al Poder revolucionario de los Soviets, el eco de esta gesta estaba haciendo temblar a todos los poderes de la refinada y burguesa Europa: en Alemania, en Hungría… pero también en el sur, en Italia, e incluso España3. Las democracias parlamentarias mostraban su desgaste. El proletariado, como clase independiente, ya no jugaba a la farsa del parlamento sustentando a esta o aquella fracción de la clase dominante. Por el contrario, se lanzaba a romper aquel estadio político de dominación del capital. El liberalismo, como ideología de la clase dominante y como sistema estatal que se había asentado en la época del capitalismo concurrencial, estaba en quiebra: el imperialismo ponía en tensión a todas las fuerzas sociales, generando tales contradicciones en el mismo marco nacional, que bajo el Estado liberal, comprendido como aquel que reconoce a las distintas facciones de la burguesía la capacidad de representar sus propios intereses (cuestión cubierta formalmente con la división de poderes) como base política de la dictadura del capital, no podían solventarse democráticamente los conflictos que sacudían a las clases dominantes (entre los distintos grupos monopolistas, entre las distintas industrias, entre el capital financiero y la pequeña burguesía, etc.)
    Así quedan sentadas las bases para que opere desde la cúspide del Estado capitalista el fascismo, como forma concreta que toma la dictadura de la burguesía, en el momento en que la democracia se limita a tan sólo algunas fracciones de la burguesía y en dónde éstas ponen todo el peso del Poder en la ejecución de sus designios económicos y políticos. Es decir, cuando el poder se centraliza, cuando se estrecha la democracia burguesa, implantando el corporativismo para reducir al máximo las colusiones entre las fracciones del capital. Reducir las colusiones en el único sentido que puede hacerlo el capital, arrancando a una parte de esas clases los medios de gestión del Estado (parlamento, etc.), situándolas, políticamente, en la misma situación en que se encuentra el proletariado y las masas explotadas cuando el capital marcha bajo su normalidad democrática. Decimos “políticamente” porque aquellas facciones expulsadas del marco de gestión de la dictadura burguesa siguen manteniendo su posición de privilegio como poseedores de medios productivos: en 1950, aunque un proletario madrileño y un empresario vasco podían ser aliados tácticos en la lucha contra el fascismo (y tan sólo en el supuesto de que el proletariado tuviese garantizada su independencia política a través de su partido de nuevo tipo, cosa que no ocurría ya en el Estado español4) no podían ir por mucho tiempo de la mano, más allá de acabar con el fascismo, dado que los intereses de uno estarán por la destrucción de toda forma de propiedad privada (dictadura del proletariado) mientras que los del segundo estarán en afianzar, potenciar y desarrollar su capital (democracia burguesa).
    El fascismo, tal y cómo lo retrató en su momento la Internacional Comunista, no es más que un arma al servicio de la clase capitalista5, y más en concreto, del capital monopolista (o del grupo capitalista que sea el pilar de la alianza estatal, pues el fascismo se ha dado en países dependientes). Los objetivos del fascismo son los de defender los intereses de clase de una facción concreta del capital. Es ésta la razón que impronta a todas las formas nacionales que ha adoptado el fascismo y que permiten realizar de éste una radiografía universal:

    “(…)la unidad orgánica de la burguesía en el fascismo no se realiza inmediatamente después de la conquista del poder. Fuera del fascismo quedan los centros de una oposición burguesa al régimen. Por una parte, no queda absorbido el grupo que tiene fe en la solución giolittiana6 del Estado. Este grupo se vincula a una sección de la burguesía industrial y, con un programa de reformismo "laborista", ejerce influencia sobre estratos obreros y de pequeña burguesía. Por otra parte, el programa de fundar el Estado sobre una democracia rural del Sur y sobre la parte "sana" de la industria septentrional tiende a convertirse en programa de una organización política de oposición al fascismo con base de masas en el Mediodía (Unión Nacional)” Tesis de Lyon, III Congreso del Partido Comunista de Italia, 1926.

    Lo que adelanta correctamente el Partido Comunista de Italia en los años 20 es que el fascismo es una forma de poder de la burguesía, pero no de ésta en su conjunto si no que es producto del grado de agudización a que llegan las contradicciones entre esta clase.
    Cuando el nacional-socialismo toma el poder en Alemania, esta no deja de ser una potencia de primer orden: los objetivos del capital monopolista alemán están por un lado en deshacerse del peligro de la Revolución Socialista, el cual ha estado sobrevolando a la sociedad alemana desde el fin de la Gran Guerra (sobretodo entre 1918-19, con el Spartakusaufstand, hasta el derrocamiento de los gobiernos soviéticos en 1923) y que se mantiene vivo a través del KPD, la mayor organización comunista de Europa, tras el comunismo soviético. De otra parte los monopolios alemanes necesitan superar las trabas internacionales, económicas, políticas y militares, a que están sometidos tras la derrota bélica. Por esto en la Alemania fascista el Estado monopolista realiza la planificación económica, tomando en sus manos, las decisiones económicas de la nación (es decir, unifica la producción capitalista conforme a las aspiraciones de los grandes monopolios alemanes de la guerra). Realiza el capitalismo de Estado para mantener la propiedad de los terratenientes, para sacar de la crisis a los capitales del país: dota de fuertes inversiones a la industria pesada y la organiza a través de los planes cuatrienales. Garantiza la expansión del mercado alemán a través de la ocupación militar siguiendo los pasos de toda potencia económica. Corporativiza al conjunto de la sociedad alemana a través del NSDAP (el partido nazi). Despoja a las capas inferiores de la burguesía de sus organismos de representación y de su capacidad para decidir libremente en sus asuntos mercantiles (esto último es una tendencia inherente al imperialismo, que al reunir elementos de planificación impone cuotas de mercado a los propietarios particulares. La diferencia es que bajo el fascismo esta circunstancia se impone de forma ejecutiva, mientras que bajo condiciones parlamentarias, la burguesía se permite negociar estos asuntos).
    Cuatro décadas más tarde es en Chile donde la principal facción de la burguesía se agarra al fascismo para resolver sus contradicciones e imponer sus intereses de clase. Si el capital monopolista alemán utilizó al fascismo para que la burguesía monopolista integrase a toda la economía bajo su dominio, la burguesía chilena realiza la operación contraria: los sectores estratégicos del capital nacional son desmantelados y puestos a disposición de capitales extranjeros siguiendo la particular consigna de “economía social de mercado”. El Ejército hace las veces de partido “orgánico” en torno al que se une el gran capital chileno para realizar estas políticas, seguidas minuciosamente por el capital norteamericano. Una burguesía dependiente en el plano internacional es la explicación material de esta determinada política “neoliberal” que para la socialdemocracia7 significaría algo así como “desmantelar el Estado” cuando en el Chile fascista lo que el Estado hizo fue convertirse en máquina ejecutoria de los designios del capital nacional en unión al capital extranjero, llevándose por delante a decenas de miles de militantes obreros.
    De aquí cabe reseñar algo sobre la cuestión del Estado que, como hemos dicho, es lo que caracteriza al fascismo con respecto a la forma democrática de la dictadura burguesa. Para el fascismo el Estado (nacional) significa la armonía entre las clases sociales mientras que para el marxismo la existencia de éste es la prueba material de la existencia de la lucha de clases. Consecuente con esto, el fascismo niega la lucha de clases y comprende al Estado (aparte de para garantizar los intereses nacionales) como sujeto que representa la patria y dota a sus componentes de bienestar, sean proletarios o patrones. Esto permite la “corporativización” de las clases sociales, su representación única a través del Estado (capitalista), la unidad de todas las clases como “clase dominante”. Así es el marco teórico del fascismo. Si al frente colocamos los postulados del revisionismo es harto sencillo comprender el epíteto de “socialfascistas” que acuñó la Internacional Comunista para referirse a los exégetas del marxismo: Los socialdemócratas, al negar la dictadura revolucionaria del proletariado, proponían (y así lo sigue marcando el revisionismo “moderno”) que la clase obrera entre a gestionar el Estado burgués, es decir, que la clase trabajadora acceda al poder como clase reaccionaria (así ha pasado hasta hoy en los Estados imperialistas occidentales) generando el reparto de cuotas de poder entre las distintas facciones del capital, lo que supone una tendencia hacia la corporativización de los Estados burgueses la cual se desarrolla, con altibajos, desde que el capitalismo entró en su fase superior (con este “Estado para todos” que corporativiza a los sujetos políticos y niega la lucha de clases podemos comprender porqué se puede denominar socialfascismo a los Estados revisionistas, caso actual de China). Si a esto le añadimos el papel de la socialdemocracia en la primera guerra imperialista (ningún pudor al posicionarse por las glorias nacionales y contra la clase obrera) y su labor protagónica al abortar procesos revolucionarios, con el caso de la Revolución Alemana de 1918-19 en donde la socialdemocracia se situó a la vanguardia de la matanza uniéndose a las fuerzas embrionarias del fascismo, los freikorps; tenemos ya un escenario en que denominar socialfascistas a los revisionistas no es más que referirse a lo testarudo de los hechos.
    En la crisis de los años 30, con la exacerbación de las contradicciones sociales la burguesía monopolista tenderá a deshacerse de sus aliados “democráticos” y la socialdemocracia, representante de la aristocracia obrera (eslabón más débil de la alianza de dominación), será la primera en caer en las filas de los perseguidos por el fascismo.
    Sobre esta cuestión volvemos sobre la caracterización que la Comintern hizo del fascismo, que si bien era justa en cuanto a señalarlo como producto defensivo de la burguesía, erraba a nuestro a entender, en determinar que era la “dictadura abierta y terrorista” de los elementos más reaccionarios del capital. Cierto es que los elementos de represión sistemática de los que se dotó el fascismo significaban una “mejora” frente a lo visto con anterioridad (aunque, verdaderamente, las decenas de miles de communards asesinados puedan decir lo contrario). Y cierto es igualmente que el fascismo, como ideología y como movimiento, sacudía a los elementos más reaccionarios de la sociedad pues era un asalto contra los propios valores políticos emanados de la revolución burguesa (liberalismo, democracia parlamentaria, división de poderes…). Pero el racismo, el nacionalismo, las formas imperiales que el fascismo acercaba eran la cosecha de la siembra que el imperialismo había realizado en su época de expansionismo. El acento en el “terror” (represión), unido al viraje político de la asunción del frente interclasista con socialdemócratas y partidos burgueses y a la tesis sobre estados intermedios entre la dictadura burguesa y la del proletariado, estaban sellando la separación teórica y política de dos formas de ejecución de la dictadura del capital (que tan sólo los liberales podrían defender): de un lado el fascismo que reprime, de otro lado la “democracia” (en abstracto) capaz de permitir la libertad de acción política a todas las clases sociales. Confusión grave que se ha mantenido de tal modo, no sólo entre la vanguardia, sino entre las masas sin organizar que cualquier acto represivo de las fuerzas del capital se identifica como “fascismo” y la respuesta popular que encuentra es la de “depurar” y “democratizar” a esos cuerpos armados al servicio de la democracia burguesa:

    “El hecho de que los detenidos, es decir, gente que el poder del Estado ha tomado bajo su custodia, hayan podido ser asesinados impunemente por oficiales y capitalistas, gobernando el país los socialpatriotas, evidencia que la república democrática en que ha sido posible tal cosa es una dictadura de la burguesía. La gente que expresa su indignación ante el asesinato de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo, pero no comprende esta verdad, pone de manifiesto o bien tis pocas luces o bien su hipocresía. La libertad en una de las repúblicas mas libres y adelantadas del mundo en la república alemana, es la libertad de asesinar impunemente a los jefes del proletariado detenidos. Y no puede ser de otro modo mientras se mantenga el capitalismo pues el desarrollo de la democracia no embota, sino que agudiza la lucha de clases, que en virtud de todos los resultados e influjos de la guerra y de sus consecuencias ha alcanzado el punto de ebullición.” Tesis e Informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, V.I. Lenin, 1919.

    Efectivamente, para que la burguesía desate toda su fuerza represiva no es necesario que su Estado esté organizado bajo los postulados del fascismo: ya hemos hecho referencia a la Comuna. La incipiente República de Weimar, sentada sobre el asesinato de los espartaquistas, era una república democrática, de hecho una de las más avanzadas de todo el s. XX. Para que el KPD fuese, por segunda vez, ilegalizado no fue necesario que la Constitución de Bonn cambiase su base liberal. Algo similar ocurrió en EEUU, la persecución de militantes obreros desde inicios del s. XX era una lógica de la democracia burguesa, como lo era el régimen de segregación racial que hasta bien entrado el siglo pasado se mantuvo en ese país. Para asesinar a los jornaleros de Casas Viejas o a los insurrectos de Asturias, la II República tuvo los mismos reparos que ha mostrado la monarquía constitucional para encarcelar, torturar y asesinar a militantes vascos y antifascistas. Podríamos decir algo parecido de la Francia republicana, que vistió a su Marianne con el uniforme de los paracaidistas para, vuelta de Indochina, verter la sangre del pueblo argelino en África y en el centro de París. Mismas fuerzas, pero con vestimenta británica, que aun someten hoy a una parte de Irlanda. Y podríamos seguir recitando los crímenes de todos los regímenes democrático-burgueses (es decir, democracia para los explotadores, dictadura para los explotados) sin tener que hacer una sola referencia al fascismo. Porque ahogar en sangre a los proletarios conscientes, someter a través del terror a los pueblos, es la única ley que respeta la democracia burguesa.


    La Comintern

    En cuanto al frente interclasista, el Frente Popular, el problema reviste la siguiente forma: Sólo cuando el proletariado está constituido en Partido Comunista puede permitirse hablar de alianzas, sean tácticas o estratégicas. Podemos partir de la premisa de que las secciones nacionales de la I.C. eran partidos de nuevo tipo, sino por sí mismos, por la existencia de la propia I.C. como partido mundial (aunque la consigna de “bolchevización” de los partidos comunistas lanzada por la I.C. en 1924 invita a reconocer los límites de tal premisa). En este caso un Partido Comunista puede y debe tener en cuenta el estado de la lucha de clases en el marco en que se desenvuelve, la correlación de fuerzas existentes y los objetivos por los que lucha cada clase social, incluidos los intereses concretos por donde navegue la Revolución. Un P.C. puede y debe manejar su táctica teniendo presente las contradicciones de la clase dominante y donde puede abrir la brecha, en un momento determinado, para debilitar la unidad del campo de la burguesía. Todo esto es válido y está en la esencia de toda organización revolucionaria. Pero todo esto parte de la premisa de existencia del Partido, esto es, la incorporación del proletariado a la política como sujeto revolucionario, como sujeto independiente. La actividad del Partido Comunista (bolchevique) es un gran ejemplo. Los bolcheviques no tuvieron mayor problema en aliarse con sectores del campesinado y la pequeña burguesía (adopción del programa agrario eserista) para llevar a cabo la Revolución de Octubre. Esta alianza (con los eseristas de izquierda) no significaba que los bolcheviques renunciasen a implantar el socialismo en el campo de la mano de la dictadura revolucionaria de la clase obrera, es más, esta alianza tenía por objeto sentar las bases de tal socialización al permitir el derrocamiento del Poder burgués y el sometimiento de las clases poseedores al Poder de los Soviets, ganados para la Revolución Socialista gracias a la labor bolchevique. Si nos seguimos desplazando al Este encontramos un caso distinto en cuanto a los sectores a que aliarse. El Partido Comunista de China se forjó tras duras derrotas a que lo sometió la burguesía nacional china unida en el Kuomintang (en el cual estuvo el propio PCCh y del que se fue, en desoyendo los consejos de la IC). El Partido, en medio de la guerra civil tuvo que enfrentarse a un nuevo reto: la invasión del imperialismo japonés. ¿qué hicieron los comunistas chinos? Sellar una alianza anti-imperialista con el Kuomintang, eso ¿significaba esto bajar las bandera rojas y declinar ante un régimen burgués? Todo lo contrario, supuso mantener enfrentadas a dos fuerzas contrarrevolucionarias (el Kuomintang chino y el imperio japonés) permitiendo al Partido mantener intacta su independencia política y desarrollando, más y mejor, su trabajo independiente en el terreno militar implantando en las zonas donde se fusionaba con las masas el Nuevo Poder, la democracia de los obreros y el campesinado. En el caso ruso y chino se manejan las alianzas de tal modo que el proletariado revolucionario no queda atado a programas que le son ajenos, por el contrario, queda liberado para desarrollar su línea revolucionaria.
    ¿qué es lo que hace la Comintern cuando propone y desarrolla los Frentes Populares?
    La unidad inminente (en frentes únicos o en partidos únicos proletarios) con la socialdemocracia de la II Internacional. Las tesis del frente popular no entierran directamente la cuestión de la independencia política de los comunistas:
    “Naturalmente, los comunistas no pueden, ni deben renunciar, ni por un solo minuto, a su labor propia e independiente de educación comunista, de organización y movilización de las masas. Sin embargo, para asegurar a los obreros el camino hacia la unidad de acción, hay que conseguir sellar al mismo tiempo acuerdos a corto y a largo plazo sobre acciones comunes con los partidos socialdemócratas, los sindicatos reformistas y las demás organizaciones de los trabajadores contra los enemigos de clase del proletariado.”
    Pero todo el trabajo de los P.C en los frentes populares se circunscribe al ámbito de la organización de las luchas de resistencia de las masas, a que los comunistas sean los que mejor organizan la lucha sindical, la lucha por la defensa de los derechos democrático-burgueses, etc. Y la ofensiva, una vez se hallan “acumulado” las fuerzas necesarias (en la unidad de acción con la socialdemocracia) se lanzará en forma de huelga política, la táctica proletaria de la época previa a la existencia de los partidos de nuevo tipo:
    “Debemos preparar sin descanso a la clase obrera para los cambios rápidos de formas de lucha, al variar las circunstancias. A medida que crezca el movimiento y se fortalezca la unidad de la clase obrera, tendremos que ir más lejos y preparar el paso de la defensiva a la ofensiva contra el capital, poniendo proa a la organización de la huelga política de masas. Condición obligada de una huelga semejante es que los sindicatos fundamentales de cada país sean enrolados en ella.”
    Ocurre con la cuestión del Poder algo similar. En las tesis del VII Congreso, la IC no reniega del poder soviético:
    “(…) los comunistas somos partidarios del poder soviético, único poder capaz de emancipar a los obreros del yugo del capital. Pero, ¿queréis un gobierno laborista? Perfectamente. Nosotros hemos luchado y luchamos mano a mano con vosotros por derrotar al "gobierno nacional". Estamos dispuestos a apoyar vuestra lucha por la formación de un nuevo gobierno laborista, a pesar de que los dos gobiernos laboristas anteriores no han cumplido las promesas hechas por el Partido Laborista a la clase obrera. No esperamos de este gobierno que se realicen medidas socialistas. Pero, en nombre de millones de obreros, le formulamos la exigencia de que defienda los intereses económicos y políticos más apremiantes de la clase obrera y de todos los trabajadores. (…)”
    Pero sin embargo propone el apoyo a un gobierno progresista con la esperanza de que este frene las medidas reaccionarias que está imponiendo la burguesía o en todo caso, si así no lo hiciese, las masas obreras que arrastraba el laborismo cayesen tranquilamente en el colchón de los comunistas. Así se situaba la acción comunista totalmente subordinada a los intereses de otras clases sociales que por defecto darían a los comunistas la dirección de las masas. Pero el problema cardinal aquí es que los comunistas no sobrepasaban la labor de organizar las luchas por reformas junto a otras clases (la socialdemocracia ya hemos dicho, encuentra su base material en la aristocracia obrera) y no está construyendo paralelamente ninguna base política ni de Poder independiente de la burguesía y en los casos que lo hace (el Quinto Regimiento en España) pronto lo diluye en las formas de acción de otra clase (Ejército republicano). Y se espera de todo esto que las masas, por la justeza de las consignas, caigan en brazos de los comunistas.

    El problema de la IC no proviene de orquestar la alianza táctica con sectores de la burguesía (incluidos los socialdemócratas) en la lucha contra el fascismo, sino en elevar esta alianza a bloque poder atando así las manos de la vanguardia revolucionaria y obligándola a cumplir con los programas de otras clases deshaciéndose de sus propios objetivos (contrario a la experiencia pretérita rusa y a la coetánea china). En vez de ser una alianza en la perspectiva de crear Poder Revolucionario se convierte en la alianza hacia un poder en el que se mantiene dicha alianza: dicho de otro modo; la alianza no se concibe como modo de permitir la ejecución de la dictadura revolucionaria del proletariado (independencia política de la clase obrera) sino para garantizar la pervivencia de una forma de dictadura de la burguesía (adjetivada de “nuevo tipo”Cool.


    «La vida -escribía Lenin- seguirá su curso. Ya puede la burguesía arrebatarse, enfurecerse hasta el paroxismo, excederse, cometer tonterías, vengarse por anticipado de los bolcheviques y tratar de exterminar (en India, en Hungría, en Alemania, etc.) a centenares de miles de bolcheviques del mañana o del ayer; al proceder así, la burguesía procede como todas las clases condenadas por la historia al hundimiento. Los comunistas deben saber que, sea lo que fuere, el porvenir les pertenece. Por esto, podemos y debemos combinar en la gran lucha revolucionaria el mayor apasionamiento con la más serena y sobria apreciación de las convulsiones de la burguesía».


    1 En las generales de 2009, los fascistas griegos apenas consiguieron el 0,3 % de los votos. En mayo de 2012 llegaron al 7% (21 escaños) y en junio se mantuvieron en el 6,9% (18 escaños).
    2 Los imperialistas británicos a lo largo del siglo XIX defendían que la raza “anglosajona” por su superioridad estaba llamada a ser la raza civilizadora de los bárbaros. Tras la II GM Churchill mantendría esa lógica discursiva en la que los pueblos “de habla inglesa” debían extender su dominio global para frenar al bolchevismo. Los fascistas alemanes no hicieron más que acogerse a esta “tradición” y ponerla a funcionar bajo sus particulares intereses.
    3 Entre la Revolución de Octubre y el año 1923 se suceden gobiernos revolucionarios en varias regiones de Alemania, en Bulgaria, Hungría, Finlandia. En Italia este período se conoce como el Bienio Rosso, surge el movimiento de ocupación de fábricas y se produce la rebelión de Bersaglieri. En España los tres primeros años de la década del 20 se conocen como “trienio bolchevique” por la elevada y continuada capacidad de combate que mostró el proletariado del campo y la ciudad, todo esto precedido por los choques revolucionarios de la Huelga General de 1919.
    4 En un artículo anterior “A vueltas con Carrillo: El PCE y el revisionismo en el MCI” (Octubre 2012) realizábamos un análisis sobre la línea política del PCE tras la guerra civil, cuando el Partido asume todos los elementos “tácticos” y “estratégicos” del revisionismo: reniega de la dictadura del proletariado y de la lucha de clases para postularse como fuerza de orden para gestionar el desarrollo del capitalismo español.
    5 “Bajo las condiciones de la profunda crisis económica desencadenada, de la violenta agudización de la crisis general del capitalismo, de la revolucionarización de las masas trabajadoras, el fascismo ha pasado a una amplia ofensiva. La burguesía dominante busca cada vez más su salvación en el fascismo para llevar a cabo medidas excepcionales de expoliación contra los trabajadores, para preparar una guerra imperialista de rapiña, el asalto contra la Unión Soviética, para preparar la esclavización y el reparto de China e impedir, por medio de todo esto, la revolución.” G. Dimitrov, Informe ante en VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935
    6 La solución giolittiana, se refiere a la época de principios del siglo XX en la que Giovanni Giolitti gobernó intermitentemente el país. Político liberal, su gestión se centraba en conciliar los intereses de la burguesía con los sectores organizados de clase obrera para suprimir las aspiraciones del proletariado revolucionario. Llegó a proponer a Palmiro Togliatti una cartera ministerial a la que renunció. No dudó en defender la acción fascista contra las organizaciones revolucionarias. (Nota de REVOLUCIÓN PROLETARIA)
    7 En la actualidad la política de reestructuración que lleva a cabo la burguesía ante su crisis se define como “desmantelamiento” del Estado, ya que se ve a éste como un dispensador de servicios públicos y no como un instrumento al servicio de la clase dominante. En esto se dan la mano revisionistas y socialliberales, siempre pendientes de la defensa de “lo público”.
    8 “Ese régimen, por el establecimiento y desarrollo del cual luchó el Partido Comunista era la República Democrática que en el transcurso de la guerra fue convirtiéndose, en virtud de las transformaciones realizadas, en una República de nuevo tipo: no era la del 14 de abril, pero no era tampoco una República Socialista.” Historia del PCE, Editons Sociales, 1960

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