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    Revolución o barbarie: "Estado burgués, luchas contra privatizaciones y Revolución Proletaria (Parte 1 y 2)"

    Dietzgen
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    Mensaje por Dietzgen Jue Ene 03, 2013 5:28 pm

    Parte 1

    El trabajo que a continuación os presentamos tiene por objeto el análisis, desde el punto de vista de la reconstitución del comunismo y de la lucha revolucionaria de la clase explotada, de las protestas que en torno a las privatizaciones han emprendido amplios sectores de la población asalariada (incluyendo estratos que forman parte de la base social de la aristocracia obrera), sobre todo en el sector de la sanidad. Conscientes de la necesidad de articular un discurso y un armazón ideológicos que vuelvan a erigir al comunismo como teoría de vanguardia en el seno de la clase obrera más avanzada, desde Revolución o barbarie entendemos que es imprescindible realizar una crítica revolucionaria a cuantas realidades y fenómenos sociales, políticos y económicos afecten de lleno a nuestra clase y sean parte fundamental del sustrato material que los comunistas debemos entender para poder transformar la sociedad. En la época actual, en el Estado español las tareas ideológicas son de una importancia determinante para el movimiento comunista, y en este sentido es tan vital el análisis del agotado Ciclo de Octubre y la crítica materialista a las diferentes experiencias socialistas como la radiografía de todos aquellos aspectos que en nuestra época afectan al curso a seguir del movimiento revolucionario.

    Este documento está dividido en dos partes. La primera de ellas analizará la cuestión de la privatización de la sanidad “pública” en Madrid, explicando el contexto en que surge y sus verdaderas causas. Por otro lado, esbozaremos la que, a nuestro juicio, debe ser la postura a seguir por los comunistas en esta cuestión. En lo que respecta a la segunda parte, trataremos de desmitificar esa construcción socio-política de los países imperialistas europeos llamada “Estado del bienestar” como producto de una época agotada (denunciando al mismo tiempo esa falacia de lo “público” como representativo de la mayoría de la sociedad), además de insistir sobre la necesidad de unificar a la vanguardia ideológica en los principios del marxismo-leninismo como paso imprescindible y previo para la revolucionarización eficaz de las luchas de masas de nuestra clase.

    La batalla contra la privatización de la sanidad en Madrid en el marco de la actual lucha de clases

    Si bien las luchas contra las privatizaciones de los “servicios públicos” se han desarrollado con gran resonancia en varios sectores de la economía estatal (como la educación, la administración de “justicia” o la sanidad), es en este último sector donde en los últimos meses, sobre todo en Madrid, la pelea por mantener esa construcción reaccionaria del “Estado del bienestar” se ha cristalizado con más fuerza y visibilidad. Es este el motivo por el cual basaremos nuestro trabajo crítico sobre estas luchas y su necesaria contextualización en el sistema social capitalista en el ámbito de la sanidad “pública”, sobre todo de la madrileña.

    Al igual que la Generalitat de Cataluña, el Gobierno de la Comunidad de Madrid se ha situado a la vanguardia de la burguesía monopolista del Estado al acometer el plan más profundo de privatización de la gestión de hospitales y centros de salud de la llamada “red pública” de salud madrileña. Si bien hacía más de una década que el Gobierno español había iniciado el desguace de la sanidad de titularidad y gestión estatales y autonómicas (un desguace que fue posible gracias al cambio regulatorio de la ley 15/97, aprobada con los votos favorables de PP, PSOE, CiU, PNV y Coalición Canaria, los grandes partidos de la burguesía española), ha sido a partir de 2012 cuando el gran capital, representado ahora a nivel estatal con el Gobierno del PP, ha aterrizado en el goloso sector sanitario “público” de la Comunidad de Madrid para adueñarse de la gestión de seis hospitales y 27 centros de salud (en total, más de un millón de madrileños serán atendidos por este nuevo modelo de gestión de la sanidad).


    Esto supondrá que, a partir de ahora, el gran capital de las empresas médicas y las constructoras (estas últimas ya acostumbradas a gestionar otros hospitales en Madrid y en otros lugares del Estado) se introducirán en un mercado potencial que muchos expertos valoran en 400 millones de euros anuales. Empresas como Capio Sanidad, Sanitas, Ribera Salud o DKV harán el agosto con el nuevo melón abierto por el Gobierno madrileño, el gran órgano de gestión del capital en Madrid. Todo este paquete privatizador supondrá un empeoramiento creciente de la calidad asistencial y una proletarización y precarización profundas del personal sanitario de esos hospitales y centros de salud, que desde ahora tendrán que generar plusvalor directo a las compañías que gestionen los servicios de salud.

    El aspecto del empeoramiento brutal de la calidad asistencial se verá reflejado en un progresivo desmantelamiento del llamado “Sistema Nacional de Salud”, con una cartera de servicios cada vez más privativa por el famoso “copago” y con menor y peor equipamiento médico. Un ejemplo muy ilustrativo de lo que comenzará a suceder en cada vez más hospitales es el del tratamiento de los pacientes atendidos en las unidades de Urgencias, que a partir de ahora no serán diferenciados por el color (rojo, naranja, verde, etc.) en función de la gravedad que revistan sus dolencias, sino del coste que supongan para la empresa que gestiona el hospital.

    El otro gran elemento que se impondrá en el Sistema Nacional de Salud, el de la proletarización y precarización profundas del personal sanitario de hospitales y centros de salud de titularidad estatal, confirma el proceso que ya adelantó Marx hace casi 150 años en relación a la proletarización progresiva de amplias capas de población pequeñoburguesa y de capas de asalariados provenientes de la aristocracia obrera. De ahora en adelante, el médico o el enfermero del hospital “público” pasarán a ser un proletario más sensu stricto, estando obligados a generar la mayor plusvalía posible para sus explotadores a costa, por supuesto, de la salud de todos los usuarios (que serán, cada vez más, las masas hondas y profundas del proletariado, esas para las que la posibilidad de contratar un seguro médico privado es una quimera); el médico trabajará en centros de salud y hospitales de tal forma que su función será exactamente la misma que en las clínicas privadas: maximizar ganancias reduciendo al mínimo los costes. A largo plazo, este proceso facilitará la integración de estos colectivos de proletarios en el movimiento obrero de resistencia (situación que difícilmente podía darse de forma masiva en colectivos que formaban parte de la base de la aristocracia obrera), pues implicará un empeoramiento considerable de sus condiciones de trabajo en forma de menores salarios o días de descanso, además de presiones muy fuertes en forma de “incentivos” por reducir costes lo máximo posible. Como en la mayor potencia imperialista del globo, el médico que más cobrará será aquel que atienda pacientes menos costosos, que menos derive a especialistas y cirujanos y que aconseje menos pruebas diagnósticas.

    Antes de pasar a analizar las perspectivas y la naturaleza de estas luchas contra la privatización de la sanidad madrileña, es necesario contextualizar brevemente el periodo en que esta nueva embestida del gran capital se desarrolla. Nos encontramos inmersos en la peor crisis de la historia del capitalismo (si atendemos, no solo a las evidencias empíricas y a los datos abundantes que dan idea de la magnitud colosal de esta nueva crisis de sobreproducción del capital, sino sobre todo a ese aserto del genio de Karl Marx según el cual las crisis, en el sistema de producción capitalista, son cada vez más profundas y duraderas por la masa considerablemente mayor de capital acumulado, por una tendencia a la disminución de la tasa de ganancia como consecuencia de un crecimiento de la composición orgánica de capital y por un ejército de reserva que alcanza cotas históricas, factores que hacen que el nuevo ciclo de acumulación sea cada vez más dificultoso), y la burguesía, consciente de que debe sacrificar lo que haga falta y a quien haga falta con tal de reflotar su sistema de explotación, necesita de forma acuciante reducir el Estado a la mínima expresión en materia de administración y gestión de los diferentes servicios (como la educación o la sanidad), y ello por tres factores muy claros:

    1) Porque la burguesía necesita eliminar vallas en aquellos campos donde antes solo había entrado de forma indirecta (como en la sanidad “pública”, que ya era anteriormente un negocio en cuanto a la provisión de ciertos servicios y en materia de venta de instrumentales, equipos médicos y fármacos de la Farmafia, pero cuya gestión era coto reservado para ese gran “capitalista colectivo” que es el Estado burgués), consiguiendo así un nuevo “nicho de mercado” fundamental para que los vampiros del capital extraigan plusvalor de forma masiva y directa.

    2) Porque en la era del imperialismo, concretamente en esta etapa de máxima decadencia agudizada por una crisis internacional muy profunda, la burguesía monopolista española tiene también necesidad de debilitar considerablemente esa alianza histórica que fraguó ese modelo de Estado “social”, desalojando de ámbitos importantes de la sanidad y la educación a todos esos aparatos sindicales y políticos que habían crecido gracias a esa alianza entre diferentes fracciones de la clase dominante.

    3) Porque el déficit y la deuda estatales (alimentados por el mismo gran capital cuyo Estado se trocea y vende en bonos, obligaciones y letras del Tesoro), que manifiestan hoy el poderío brutal del capital financiero sobre el conjunto de la sociedad, provocan que los mermados presupuestos “públicos” deban destinarse al pago de intereses usureros (al mismo capital que recibe de su Estado al 1% para prestarlo al 6%), al salvamento de grandes bancos (cuyo rescate provocó un incremento exponencial de la deuda estatal) y al aumento sin precedentes de los aparatos militares de los Estados imperialistas, los cuales -conscientes de que la guerra es, además de un gran negocio, una de las maneras fundamentales en que el capital sortea temporalmente sus crisis- se arman hasta los dientes y hacen aumentar aún más la deuda del Estado.

    Al contrario de lo que sostienen las diferentes versiones del revisionismo (que siguen a coro los cantos de sirena de la aristocracia obrera y de sus órganos políticos y sindicales del Estado español), la intención del capital de privatizar la gestión de servicios estatales forma parte de la inexorable ley del valor capitalista, la cual empuja a la destrucción del “Estado del bienestar” (que luego, en el segundo y último punto, nos encargaremos de analizar en términos históricos y de clase). No es, por tanto, una cuestión de “ideología” o de “partido”, sino que es la misma burguesía la que necesitaba hincarle el diente a este jugoso pastel.


    Sobre las luchas contra la privatización del sector de la sanidad en Madrid, hay que decir que estas han alcanzado un grado de desarrollo muy elevado, un desarrollo poco habitual en los últimos años entre estos asalariados (situación muy lógica teniendo en cuenta que es ahora cuando la burguesía reestructura su Estado soltando lo que considera lastre social). Mientras escribimos esto, tras más de dos meses en huelga indefinida, manifestaciones masivas y ocupaciones de centros de salud y hospitales, la Asociación de Facultativos Especialistas de Madrid (Afem), desligada de la Mesa Sectorial de Sanidad de la que forman parte sindicatos como Stase, CCOO, Amyts, USAE y UGT, ha anunciado la desconvocatoria de la huelga indefinida, al tiempo que, junto con dicha Mesa Sectorial, va a acudir a litigar en los tribunales de la burguesía por las concesiones a empresas en la gestión de la salud “pública”. El Gobierno de esta región, por supuesto, sigue adelante con sus planes y el plan privatizador ya ha sido aprobado por la Asamblea de Madrid. Nuevo gol, por tanto, que se anota el Consejo de Administración de la burguesía monopolista por el dominio absoluto del Estado.

    Quienes constituimos este espacio de lucha ideológica y clarificación por la reconstitución teórica y política del comunismo en el Estado español, pensamos que es fundamental extraer las conclusiones más importantes de este tipo de luchas, pues ello contribuirá a un mejor conocimiento de la realidad de nuestra clase y a la futura fusión del movimiento comunista con la clase proletaria más combativa, hecho que solo podrá producirse cuando la vanguardia comunista se encuentre cualitativa y cuantitativamente en un estadio superior al actual, en el que el revisionismo impregna los poros de todo el cuerpo comunista.

    En primer lugar, vuelve a confirmarse que el capital financiero, consciente de que no tiene a corto plazo ningún enemigo potencial que amenace su orden (pues el movimiento revolucionario en el Estado español no ha comenzado aún siquiera a gatear), no va a ceder ni lo más mínimo por mucho que determinados grupos peleen de la forma más resuelta y contundente en las calles. Lo hemos podido ver este verano con los mineros: al final, las políticas estatales de la burguesía monopolista se impusieron a pesar de que estos hermanos de clase protagonizaron una de las luchas obreras más potentes de la última década en el Estado español. En el caso de la sanidad, ha habido varias manifestaciones con miles y miles de personas, varios hospitales y centros de salud han sido permanentemente ocupados en Madrid y la huelga se ha prolongado durante más de dos meses. ¿Resultado a nivel práctico? Huelga desconvocada, anuncio de protestas por la vía legal e imposición del plan privatizador. Este hecho demuestra a todas luces que la burguesía solo cede cuando, por la existencia de un movimiento revolucionario, prefiere hacer determinadas concesiones antes que contribuir a exacerbar aún más antagonismos sociales.

    En segundo y último lugar, es imprescindible perfilar una posición claramente proletaria y revolucionaria en esta batalla por algo esencial como es la asistencia médica:

    -Por un lado, estas protestas han estado dirigidas por la aristocracia obrera en su pugna contra la burguesía monopolista por no perder la posición de privilegio que ha tenido en las estructuras política, sindical y administrativa del Estado español. Este encuadramiento ha determinado que los discursos y las prácticas de la totalidad de los colectivos de médicos o enfermeros no salieran de reivindicaciones de mantenimiento de un modelo de sanidad estatal que el capital está resuelto desde hace tiempo a liquidar, además de haber llevado a la inmensa mayoría de estos trabajadores a secundar ese discurso de los aparatos sindicales de la idealización de lo “público” y de la defensa de esa concepción del Estado como “Estado de todas las clases” (“Lo público nos iguala a todos”, hemos podido escuchar a personal médico en las manifestaciones de Madrid, como exponente claro de esa idealización del Estado “social” burgués).

    -Por otro lado, también es innegable que los sectores del proletariado más combativos a nivel de luchas de resistencia no pueden quedarse con los brazos cruzados mientras algo tan esencial como la sanidad y una atención que, si bien era una forma de explotación indirecta (la mayoría de economistas suele hablar de salarios diferidos para referirse a aquellos servicios sociales que el Estado proveía en materia de pensiones, prestaciones por desempleo, gasto en sanidad o educación), pues no olvidemos que este sistema era sostenido en base a la explotación de gran parte de la fuerza de trabajo más precarizada y sobreexplotada, al menos permitía que muchos proletarios pobres pudieran tener acceso a servicios básicos para los que a partir de ahora cada vez serán más excluidos. Antes, el proletariado, con su explotación (“con su esfuerzo”, dirían los plumíferos socialdemócratas), sostenía un sistema de salud que al menos le permitía tener una cobertura relativamente buena en materia sanitaria. Ahora, es el mismo proletariado el que financiará el sistema, con la enorme diferencia de que el presupuesto de las Comunidades Autónomas irá directo a empresas que lo gestionarán maximizando ganancias, reduciendo considerablemente para ello todos los gastos que consideren oportunos.

    Ante la pregunta: “¿Deben, entonces, los comunistas y proletarios combativos oponerse a estos planes privatizadores?”. La respuesta, por lo dicho en el punto anterior, no puede ser otra que sí. Pero con una condición ineludible si no queremos ir a rebufo de la aristocracia obrera: debemos denunciar de manera implacable a la aristocracia obrera como una fracción más de la clase dominante, que trata de utilizar al proletariado como carne de cañón en sus batallas con el capital monopolista; debemos, además, ser muy claros a la hora de combatir esa construcción reaccionaria del “Estado del bienestar”, dejando muy claro que solo es posible un sistema sanitario de calidad y realmente universal en una sociedad socialista.

    Parte 2

    Sobre el “Estado del bienestar”, el empeoramiento sistemático de las condiciones de vida del proletariado y la lucha por el comunismo

    “Pero las fuerzas productivas no pierden su condición de capital al convertirse en propiedad de las sociedades anónimas y de los trusts o en propiedad del Estado. Por lo que a las sociedades anónimas y a los trusts se refiere, es palpablemente claro. Por su parte, el Estado moderno no es tampoco más que una organización creada por la sociedad burguesa para defender las condiciones exteriores generales del modo capitalista de producción contra los atentados, tanto de los obreros como de los capitalistas individuales. El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas asuma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza, llega al extremo, a la cúspide. Mas, al llegar a la cúspide, se derrumba. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a la solución.”

    Del socialismo utópico al socialismo científico, Friedrich Engels.

    En la actualidad, los cantos de sirena que el oportunismo esbozó a finales del siglo XIX -para terminar de completar a lo largo del siglo XX- sobre la cuestión del Estado, siguen embaucando a la inmensa mayoría de los proletarios y, lo que es peor, a la práctica totalidad del movimiento comunista a nivel internacional. Marx y Engels dejaron, ya en pleno siglo XIX, meridianamente clara la cuestión del Estado, de su origen y naturaleza. El Estado era siempre un órgano de opresión de una clase sobre otra. El movimiento proletario revolucionario, destrozando el aparato estatal levantado por la burguesía y construyendo su “Estado-Comuna”, sería el primero en establecer las condiciones materiales para la extinción del Estado proletario y de toda forma de división clasista y opresión.

    Sin embargo, el revisionismo, fiel a los intereses que material e ideológicamente representaba desde su inicio (completamente ajenos a los del proletariado y las masas oprimidas de todo el planeta), siempre entendió el Estado como el órgano político “neutral”, “de todas las clases”, o bien como ese aparato que podía ser reformado desde dentro y utilizado para satisfacer los intereses inmediatos de la clase obrera y para avanzar hacia la construcción del socialismo.

    Esta concepción del Estado, completamente ajena a la ideología revolucionaria del proletariado, el marxismo-leninismo, tuvo su corolario lógico en la nueva realidad socio-política creada en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial imperialista, esa que la burguesía bautizó pomposamente como “Estado del bienestar”. Este modelo de Estado surgió en un momento histórico en que la oleada revolucionaria inaugurada por la Revolución de Octubre (que provocó una onda expansiva por toda Europa gracias a la cual la Revolución socialista estuvo al alcance de la mano en países como Alemania o Hungría, emergiendo también importantes movimientos proletarios de simpatía por la República Soviética en países como Francia, Gran Bretaña, Italia o España, creándose también una importante corriente de simpatías entre las masas oprimidas de los países coloniales y semicoloniales), tomaba un nuevo impulso con la Revolución proletaria y campesina en China, y en el que, además, las burguesías de la Europa imperialista temían que, como consecuencia de las brutales condiciones de vida posbélicas de las masas explotadas, reapareciera de nuevo el “fantasma del comunismo” como un desafío serio al orden explotador y genocida de la burguesía internacional.

    Desde el punto de vista de clase, el “Estado del bienestar” fue posible gracias a la división internacional del trabajo, por un lado, y al mayor periodo de expansionismo y crecimiento registrado por el capitalismo en toda su historia. En cuanto a la división internacional del trabajo, el modelo de asistencia social diseñado por el Estado burgués europeo posbélico -que se manifestó en un programa planificado de protección social en lo relativo a educación, sanidad, pensiones o distintos tipos de prestaciones por invalidez, desempleo, etc.- pudo materializarse gracias a la posición imperialista de las potencias europeas, que tuvieron la posibilidad de transferir salarios diferidos a una fracción importante de los asalariados de estos países. Este andamiaje social y económico se pudo levantar gracias al sojuzgamiento imperialista de los países oprimidos y a la sobreexplotación de una fracción del proletariado de los países opresores, fracción que ni de lejos tenía la posibilidad de engrosar las filas de la base social de la aristocracia obrera. Esto último ha podido demostrarse empíricamente en el Estado español en los años del boom económico de 1995-2007, donde, a pesar del desarrollo considerable del “Estado del bienestar” español, una porción cuantitativamente importante de la clase explotada apenas pudo beneficiarse de esos beneficios del “capitalismo popular” (gran parte del proletariado migrante, joven y femenino). Ya que hablamos de la sanidad en el anterior punto de este trabajo, es conveniente recordar que, antes de que comenzara esta política criminal de recortes, ya había un porcentaje de proletarios nada desdeñable en el Estado español que, salvo que figurara en la tarjeta sanitaria de algún pariente “activo”, no tenía derecho a cobertura sanitaria en atención primaria.

    El otro factor que posibilitó el crecimiento del “Estado social” en Europa, el del periodo de formidable expansión posterior a la Segunda Guerra Mundial imperialista, también estuvo estrechamente imbricado con el desarrollo de la aristocracia obrera como clase burguesa dentro del proletariado, la cual estableció una alianza histórica con el capital monopolista para ahuyentar el fantasma de la Revolución socialista. La gran burguesía permitía un nuevo modelo de Estado que implantaba la Seguridad Social, la educación “pública” y “gratuita”, etc., y que en nada contravenía los intereses del capital, mientras que la aristocracia obrera, a cambio de gestionar conjuntamente ese Estado y de pasar directamente a controlar algunas empresas importantes, subyugaba al proletariado y le vendía la moto sobre las bondades del “nuevo” capitalismo (que, por supuesto, duraría ya hasta el fin de los tiempos).


    Como explicamos en el punto anterior, este modelo de Estado (imperialista) “del bienestar”, que comienza a cuestionarse desde la misma clase dominante a principios de los 70 (dándose el primer experimento de desmontaje de este modelo estatal en el Chile fascista de Pinochet), empieza a ser finalmente desguazado cuando se produce la desintegración de la URSS y este proceso se profundiza cuando sobreviene la peor crisis de la historia del capitalismo, la que comienza en 2007. Es en este momento cuando la alianza histórica entre aristocracia obrera y capital monopolista comienza a resquebrajarse, pasando a protagonizar la primera fracción de la clase dominante una serie de pugnas en las que intenta seguir formando parte de un Estado en el que el capital financiero tiene aún más preponderancia que anteriormente.

    Esto es vital entenderlo, ya que es este el contexto sistémico en el que todas las luchas parciales contra las privatizaciones se encuadran en el Estado español y en cualquier país imperialista. Evidentemente, todas estas privatizaciones (tanto de la sanidad como de la educación) tienen un impacto brutal sobre las condiciones de vida de nuestra clase, que está provocando ya que la base social de la aristocracia obrera se quede en los huesos y que gran parte de los explotados sobrevivan en peores condiciones aún. Pero, así como esta política criminal de la burguesía es irreversible en el marco del actual sistema de explotación, los comunistas hemos de denunciar de forma resuelta a todos aquellos elementos oportunistas que, tratando de situar a los proletarios en un campo ajeno a sus intereses de clase, defienden de manera reaccionaria la vuelta a ese modelo de Estado “social”, demostrando a las claras cuál es su concepción contrarrevolucionaria del Estado cómo cuerpo político-militar de defensa de los intereses de una clase social.


    De nuevo, los comunistas volvemos a encontrarnos en ese callejón sin salida en que el revisionismo nos ha colocado desde que el Ciclo de Octubre se agotó. La vanguardia comunista sigue a la deriva en lo ideológico y dispersa en lo político, yendo al final inevitablemente a remolque de la aristocracia obrera y del oportunismo en las luchas espontáneas, sin capacidad alguna para ganarse a sectores sociales que, dentro de la sanidad y la educación, podrían formar parte del Partido Comunista, es decir, de la máxima expresión y síntesis de praxis revolucionaria, de ideología y práctica, de teoría y movimiento político que tienda a superar el estado de cosas actual.

    Sin una unificación ideológica sobre bases marxistas-leninistas con vistas a la posterior unificación política, la vanguardia comunista será incapaz de articular ante el proletariado y los estratos más combativos de una aristocracia obrera en proceso de proletarización brutal el discurso sobre la necesidad del comunismo, que es y será la única alternativa para barrer de la faz de la Tierra el siniestro orden que la burguesía nos impone desde hace ya demasiado tiempo. Por eso es imprescindible que los comunistas conozcamos, como si fuéramos científicos sociales, todo lo que atañe al desarrollo revolucionario de nuestra clase, sobre todo en lo relativo a la denuncia implacable de toda forma de revisionismo y al deslindamiento ideológico en todas aquellas realidades que se desarrollan en la actual etapa de lucha de clases. Abandonar la línea sindicalista que hoy asola al Movimiento Comunista del Estado español es la primera tarea para que, más pronto que tarde, todas las luchas parciales contra el capital puedan ser expresión lógica de la línea revolucionaria traducida en programa para la toma del poder, la Guerra Popular y la construcción de la sociedad sin clases.

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