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La teoría marxista-leninista sobre el capitalismo de Estado y la construcción del Estado soviético
Introducción
Para el movimiento comunista, la Historia no es un mero pasatiempo cultural ni un ejercicio intelectual que, desprovisto de todo análisis materialista y científico, sirve al analista para recabar datos inconexos y abstraídos de la realidad material. Bien al contrario, el materialismo histórico -que es la ciencia social revolucionaria aplicada al desarrollo de los diferentes modos de producción material y espiritual de la sociedad humana- nos sirve a los comunistas para dotarnos de las herramientas fundamentales con las que construir y perfeccionar la teoría revolucionaria, la que servirá de soporte para que la práctica pueda converger hacia la superación de toda sociedad clasista.
Uno de los objetivos prioritarios que nos hemos marcado desde este espacio de lucha y confrontación ideológicas -que busca contribuir a la conformación de una vanguardia marxista-leninista sólida que esté en condiciones de fusionarse con el movimiento proletario en esa unidad dialéctica y superior que es el Partido Comunista-, no es otro que el de elaborar análisis colectivos que tengan como leitmotiv realizar el imprescindible balance del Ciclo de Octubre, un balance que debe acometer la crítica revolucionaria tanto de las experiencias socialistas como de las distintas fases por las que ha pasado el Movimiento Comunista Internacional hasta la fecha.
En este sentido se enmarca nuestro primer documento de la serie de textos que elaboraremos sobre el balance de la construcción del socialismo y el Movimiento Comunista Internacional. Dicho documento está centrado en la visión marxista-leninista sobre el capitalismo de Estado y la construcción del Estado soviético. En él tratamos de fundamentar de forma breve y sencilla las bases políticas, sociales y económicas sobre las que tuvo que constituirse la primera República proletaria de la Historia. Pensamos que el mayor interés de este análisis radica, sobre todo, en que puede ofrecernos el sustrato material sobre el que luego se levantaría el Estado soviético, que tuvo que erigirse en medio de inconmensurables dificultades políticas y económicas y que, a la sazón, contribuyó a reforzar la línea errada determinista y economicista (sobre la que profundizaremos en este texto) que, finalmente, terminó por derrotar a la línea socialista en el seno del propio Estado, desalojando al proletariado del poder y restaurando el capitalismo en la URSS con el ascenso de la burguesía burocrática.
La visión marxista-leninista sobre el imperialismo y el capitalismo monopolista de Estado
Cuando Lenin escribió su famoso libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, uno de los objetivos principales del gran maestro revolucionario fue desenmascarar al revisionismo como expresión ideológica, política y social de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía de los países imperialistas. El mismo Lenin, en su prólogo a las ediciones francesa y alemana del libro sobre el imperialismo, aseveró en el punto IV:
«Hemos prestado en este libro una atención especial a la crítica del “kautskismo”, esa corriente ideológica internacional representada en todos los países del mundo por los “teóricos más eminentes”, por los jefes de la II Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay MacDonald y otros en Ingíaterra, Albert Thomas en Francia, etc., etc.) y por un número infinito de socialistas, de reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos.
Esa corriente ideológica, de una parte, es el producto de la descomposición, de la putrefacción de la II Internacional y, de otra parte, es el fruto inevitable de la ideología de los pequeños burgueses, a quienes todo el ambiente los hace prisioneros de los prejuicios burgueses y democráticos».
El análisis de Lenin -que, como él mismo explica en el prólogo, se basó en diferentes materiales recogidos sobre el desarrollo económico del capitalismo en los países más desarrollados, además de en los análisis de economistas como Hilferding (antiguo «marxista», al decir de Lenin, y autor del libro El capital financiero, anterior a la obra del revolucionario ruso)- fue absolutamente revolucionario y sentó las bases teóricas para la comprensión de la nueva y última fase en que había entrado el capitalismo.
Para entender la relación entre el imperialismo y el capitalismo monopolista de Estado tal y como los caracterizara Lenin, antes es necesario entender el desarrollo económico capitalista que se produjo a finales del siglo XIX. Desde que el sistema capitalista se implantó en gran parte de Europa, América del norte y otras regiones del globo, el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzó un grado de desarrollo nunca antes visto. La aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción y la sobreexplotación del proletariado y los países coloniales fueron las fuerzas motrices que llevaron al capitalismo decimonónico, de libre concurrencia y con unidades productivas aún poco desarrolladas y concentradas, al modelo de capitalismo monopolista de Estado.
Como consecuencia de la concentración y la centralización de los medios de producción (producto, a su vez, del formidable desarrollo de las fuerzas productivas bajo el modo de producción capitalista), los capitales que, en el siglo XIX, pugnaban de forma más o menos libre, pasaron a conformar gigantescas organizaciones empresariales en forma de trusts o cárteles. Gracias a las necesidades crecientes de financiación de las grandes unidades productivas, la banca alcanzó también cotas de desarrollo no imaginadas hasta la fecha. Lenin afirmó que «El incremento enorme de la industria y el proceso notablemente rápido de concentración de la producción en empresas cada vez más grandes constituyen una de las particularidades más características del capitalismo». Efectivamente, ese desarrollo formidable de la industria determinó la lógica concentración y centralización de capitales, que en ese momento comenzaron a fusionarse y a elevarse a la categoría de auténticos monopolios. Fue en ese momento cuando el capitalismo monopolista irrumpía en la escena histórica para enterrar, de una vez y para siempre, al capitalismo de libre concurrencia que se había desarrollado tiempo atrás. Las sociedades anónimas, los trusts y la alianza entre la gran industria y la banca conformaron esa nueva realidad que ya Hilferding denominó «capital financiero». La oligarquía financiera, hija del capitalismo más desarrollado, era la genuina expresión de los intereses fusionados de las grandes empresas industriales y los bancos y grupos de inversión que, cada con mayor intensidad y con mejor organización, comenzaron a determinar el curso de toda la economía mundial y de los diferentes países a nivel social y político.
Pero Lenin, como el mejor exponente en su época del marxismo revolucionario y en constante lucha ideológica y política contra el revisionismo, entendió que ese capitalismo monopolista no podía funcionar sin el manto y la dirección de su Estado. Así, el capitalismo monopolista de Estado era el producto lógico del grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Era, además de «la antesala del socialismo», el poder de los monopolios financieros protegidos por el Estado burgués, que en ese momento pasaba a ser fundamentalmente el Estado del capital financiero en comandita con otras fracciones de la clase dominante (como la aristocracia obrera o la burguesía no monopolista). La máquina estatal pasaba ahora a gestionar y defender los intereses de la oligarquía financiera, una oligarquía que solo pudo levantarse por el saqueo y «el reparto del mundo por las grandes potencias». La construcción del capitalismo monopolista de Estado fue posible gracias a la conquista y el dominio brutal de un puñado de potencias imperialistas sobre el conjunto de los países sojuzgados del planeta. Pero, en realidad, este proceso de internacionalización del capital no fue creado por el sistema capitalista en su fase imperialista, sino que, en plena época de colonización durante los siglos XV, XVI y XVII, fue inaugurado por lo que Marx denominó «la acumulación originaria de capital», basada en la conquista, el expolio colonial y la esclavitud.
La principal novedad que introdujo el imperialismo con respecto al capitalismo en su fase colonial primigenia fue la exportación de capitales. Es decir, ahora las colonias no solo servían como fuentes de extracción de materias primas para las metrópolis, sino que los países dominantes utilizaban a los países oprimidos para que estos importaran capitales provenientes de la oligarquía financiera de los países imperialistas.
«El imperialismo es la fase monopolista del capitalismo», decía Lenin. Pero el revolucionario ruso también dejó bien claro que lo característico del imperialismo, con respecto al colonialismo del primer capitalismo, era el carácter definitivo del reparto del globo por las grandes potencias carroñeras. Este carácter fue luego combatido y distorsionado por revisionistas de la talla de Kautsky o Hilferding, quienes adujeron que el imperialismo cambiaba constantemente los actores dominantes y dominados. Lenin, haciendo uso de su gran capacidad para deslindar lo verdadero de lo falso, respondió que ese reparto era definitivo por cuanto que, si bien los territorios y sus recursos podían cambiar de amos imperialistas, ya no quedaba ningún lugar del planeta en ser integrado al circuito mundial del imperialismo.
El imperialismo, que Lenin definió a la perfección en su gran obra, fue denominada la última fase del capitalismo. ¿Por qué la última? Porque ciertamente era el último peldaño que el desarrollo capitalista podía alcanzar hasta que se construyera el socialismo. Ya no había vuelta atrás, el capital monopolista era el nuevo amo y señor absoluto de los países más desarrollados.
En definitiva, fue Lenin quien sistematizó por primera vez una visión científica y revolucionaria sobre la última y más desarrollada fase del capitalismo, la del capitalismo monopolista de Estado y su fase imperialista. A partir de entonces, el comunismo sentó las bases teóricas y políticas para determinar de forma científica que la era del imperialismo implicaba, independientemente de los periodos económicos, políticos o sociales, la era de la Revolución proletaria. El propio sistema capitalista, gracias a la división internacional del trabajo y a su formidable desarrollo mundial de las fuerzas productivas, había sentado las bases objetivas para la necesidad y la inevitabilidad de la Revolución socialista.
Caracterización socio-económica marxista-leninista de la Rusia zarista
En base a los datos extraídos del censo zarista de 1897 y del Comité Central de Estadística de Rusia de 1907, Lenin llegó a elaborar un sistemático estudio de la composición clasista de la sociedad y del desarrollo económico de la Rusia zarista. Centrándose en el análisis de la composición social del Imperio ruso a finales del siglo XIX y principios del XX, Lenin estableció la siguiente distribución social por clases sociales:
En primer lugar, el estudio cuantificaba a la gran burguesía rusa en 3 millones de individuos (es decir, un 2,39% del total de la población). Esta gran burguesía estaba formada por aquellos capitalistas que vivían exclusivamente de la reproducción ampliada del capital, incluyendo a la burguesía campesina que empleaba a más de tres proletarios, a los terratenientes o a los altos cargos civiles y militares del Estado zarista.
En segundo lugar, Lenin contabilizaba en 23.100.000 (un 18,39%) a los miembros de la burguesía media. Este sector de la burguesía estaba compuesto, en su mayor parte, por propietarios acomodados del campo que explotaban a entre 1 y 3 obreros. Además, la burguesía media incluía a cargos medios del aparato estatal zarista y a la intelectualidad burguesa.
En tercer lugar, estaba la pequeña burguesía, que en el Imperio ruso agrupaba a alrededor de 35.800.000 personas (esto es, un 28,50% del total de la población). La pequeña burguesía rusa estaba constituida por campesinos pobres que cultivaban parcelas entre 5,4625 y 16,3875 hectáreas, además de por comerciantes de las grandes ciudades.
En cuarto lugar, Lenin determinó en 41.700.000 (33,20%) el número de elementos semiproletarios. Este sector social agrupaba a aquellos braceros y jornaleros que simultaneaban y/o alternaban el trabajo asalariado con el cultivo de su propia y minúscula parcela.
En quinto y último lugar, se encontraba la clase estrictamente proletaria. Los proletarios sumaban en ese momento un total de 22 millones de personas (un 17,52% del total de la sociedad). Estaban constituidos por todos aquellos individuos que dependían para sobrevivir de la venta de su fuerza de trabajo, incluyendo tanto a proletarios fabriles como a obreros rurales. También se calculaba en aproximadamente 500 mil el número de lúmpenes en todo el territorio ruso. Según determinó E. E. Kruze en La situación de la clase obrera de Rusia en 1900-194, el número total de obreros fabriles, ferroviarios y mineros apenas sobrepasaba los 3 millones, lo que da una idea del carácter predominante del proletariado agrícola y de las zonas rurales.
Haciendo una interpretación de los datos apuntados más arriba, podemos decir que, en la Rusia de principios del siglo XX, el grupo social más importante lo formaban los semiproletarios, esos elementos a caballo entre la pequeña burguesía y el proletariado. En segundo lugar por orden de importancia numérica, había que contar a la pequeña burguesía. Posteriormente, la mediana burguesía era la siguiente capa social más importante cuantitativamente. En penúltimo lugar venía el proletariado que, por sí mismo, no llegaba ni al 20% del total de la población. Por último, la gran burguesía apenas si constituía un 3% de la sociedad rusa.
Estos datos, que Lenin supo sintetizar e interpretar magistralmente para su propósito de analizar el desarrollo capitalista de Rusia y combatir el corpus teórico del populismo, son fundamentales a la hora de analizar la composición de clases de la sociedad rusa de la época. Primeramente, estos datos demostraban la abrumadora importancia del campo frente a la ciudad en una Rusia, ya plenamente capitalista, pero aún con estructuras semifeudales. Además, dejaba clara cuál era la posición numérica del proletariado, en franca minoría con respecto al campesinado pobre, a la pequeña burguesía urbana y a los elementos semiproletarios. Esta estructura social, como bien supo ver Lenin, determinaba un proceso revolucionario de acumulación de fuerzas diferente al de los países con un capitalismo más desarrollado, como Gran Bretaña, Alemania o Francia. A partir del análisis de la composición de la sociedad rusa, Lenin supo ver que, en el Estado ruso, la dictadura del proletariado no podía forjarse si no contaba con la gigantesca masa del campesinado pobre. La comprensión de esta fenómeno tuvo una importancia capital para Lenin. Tanto es así, que sus primeros escritos, que se centraron en las disputas que mantuvo con los naródniks, defendieron con ímpetu la tesis sobre la necesidad del desarrollo capitalista en Rusia.
En relación a la caracterización económica que Lenin hizo de la Rusia zarista, en primer lugar este se esforzó por desmontar cada uno de los lugares comunes de los economistas populistas en distintas cuestiones: la división social del trabajo, el crecimiento de la población industrial a expensas de la población agrícola o la ruina de los pequeños productores rurales. Efectivamente, el revolucionario ruso pudo, en función del análisis marxista de la realidad concreta, demostrar que en Rusia estaba acentuándose el proceso de la formación de un mercado interior para la gran industria.
Además, otro de los rasgos que estaban perfilándose con cada vez mayor vigor en la estructura socio-económica de la Rusia zarista, fue el de la diferenciación del campesinado. En base a los datos que Lenin recogió sobre los zemstvos de provincias como Samara, Sarátov, Orel o Vorónezh, quedó sobradamente demostrado que los terratenientes, por un lado, evolucionaban de la economía de la «prestación personal» a la economía capitalista; por otro lado, una masa de campesinos comenzaba su proceso de declive, hasta el punto de que muchos de ellos pasaban a engrosar las listas de los proletarios del campo.
En El desarrollo del capitalismo en Rusia, Lenin llegó a demostrar que la Rusia zarista, a pesar de mantener un atraso social y económico importante con respecto a las potencias capitalistas de la Europa occidental, ya había desarrollado a principios del siglo XX la infraestructura capitalista necesaria para posibilitar un proceso de acumulación de capital propio. Como consecuencia de esto, en Rusia convivieron distintas formas económicas existentes que formaban un conglomerado extremadamente complejo. Así, Lenin estableció las distintas formas económicas que iban a convivir inevitablemente en la Rusia revolucionaria: economía campesina patriarcal natural, pequeña producción agrícola mercantil, capitalismo privado, capitalismo de Estado y, finalmente, socialismo. De estas cincas formas económicas, obviamente, la única que no podía desarrollarse en la época zarista era la socialista, que se configuró plenamente cuando la NEP fue superada y el Estado soviético pudo encaminarse a la construcción del socialismo en la URSS.
Bases económicas de la construcción del socialismo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
La forma en que penetró y se difundió la teoría revolucionaria en Rusia estuvo condicionada por las peculiares condiciones de atraso social y económico de la Rusia zarista.
Centrándonos en primer lugar en la agricultura, hay que comenzar la exposición con un principio básico de la economía de la Rusia de la época -que condicionaría el desarrollo económico y la construcción política del nuevo Estado soviético-, que no es otro que el de la primacía y el atraso de la agricultura rusa. Ya hemos visto que la población campesina era absolutamente mayoritaria en la Rusia autocrática. Por sectores económicos, la agricultura era con diferencia la actividad productiva que más peso ejercía sobre el conjunto del PIB del Imperio ruso. Por otro lado, a pesar de que en 1861 se había abolido formalmente la servidumbre en el campo, las relaciones semifeudales siguieron teniendo una importancia considerable en las zonas rurales del vasto Imperio ruso. Es más, incluso con el desarrollo del capitalismo rural que Lenin analizó en sus primeros escritos, las relaciones semifeudales entre terratenientes y campesinos siguieron siendo la forma económica mayoritaria en el campo ruso. En el aspecto técnico, la agricultura aún adolecía de serias carencias y atrasos, sobre todo en relación a un insuficiente desarrollo de la productividad por falta de maquinaria y por una mano de obra poco cualificada y sobreexplotada.
Este atraso de la agricultura condicionó en gran medida el desarrollo del proyecto político revolucionario de los bolcheviques. Desde que el proletariado y su Partido de nuevo tipo tomaran el poder en Rusia, muy pronto comenzó a asomar la cabeza el problema fundamental de una Revolución proletaria inserta en una economía mayoritariamente campesina. Así, Lenin ya dejó sentadas, al iniciarse la construcción del Estado soviético, las tareas elementales de un proletariado revolucionario comprometido con una realidad social de mayoría campesina:
«Nosotros los bolcheviques ayudaremos al campesinado a superar las consignas pequeño-burguesas, a realizar la transición a los lemas socialistas lo más rápida y fácilmente posible» (Obras completas, vol. 33, p. 398).
Superando el discurso eserita, según el cual el «programa agrario» podía llevarse a cabo sin necesidad de derrocar el sistema capitalista, el Partido bolchevique fue capaz de sellar la imprescindible alianza obrero-campesina (una alianza que Trotsky jamás entendió ni asumió) al tiempo que levantaba el primer Estado obrero de la historia. El 18-31 de enero de 1918, el tercer Congreso de Soviets de toda Rusia estableció en la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado los dos grandes vectores de la política agraria bolchevique: por un lado, el Congreso declaró que «queda abolida la propiedad privada de la tierra»; por otro lado, se determinó que «las fincas y las explotaciones agrícolas modelo se declaran de propiedad nacional».
Ahora bien, este proceso de expropiación de la tierra no estuvo exento de dificultades y contradicciones. Hoy sabemos que el proceso de incautación de la tierra fue mucho más ordenado en las provincias más cercanas a Moscú y Petrogrado. En los distritos más distantes, sin embargo, las expropiaciones fueron en gran medida caóticas y carentes de organización. El «comunismo de guerra» (que a Lenin le gustaba mucho entrecomillar) fue la expresión lógica y desorganizada de estas incautaciones de tierras. Esta política fue luego corregida por la NEP, que, si bien supuso un retroceso temporal con concesiones al capital, fue el escalón indispensable para hacer posible la construcción del socialismo. La NEP fue esencial para frenar la «rebeldía del campo contra la ciudad», en una situación en la que había escasez de mercancías que los campesinos necesitaban comprar y en el que, además, los elementos del campesinado rico tenían suficientes reservas de dinero, por lo que no se veían forzados a vender sus mercancías.
En lo que respecta a la industria que el Partido bolchevique se encontró con la conformación del poder obrero y pequeño-campesino, hay que decir que, a pesar de que Rusia era un país eminentemente campesino, ya a principios del siglo XX presentaba una industria pesada de considerable importancia a nivel europeo. El tejido industrial ruso fue conformado gracias a las inversiones del capital europeo (fundamentalmente del francés y el alemán), contando para ello con el apoyo directo del Estado zarista. Los sectores industriales que más destacaban eran la industria sidero-metalúrgica, la textil, la petrolera y la azucarera.
Cinco fueron las medidas que Lenin propuso instaurar para asegurar el control obrero: la nacionalización de los trusts industriales y comerciales más importantes; el establecimiento de monopolios estatales; la abolición del secreto comercial; la unificación obligatoria de las pequeñas empresas; y, por último, la «regulación del consumo» a través del sistema de racionamiento equitativo y eficaz. En cuanto a las dificultades de ese control obrero, muy pronto se iba a manifestar un problema crucial para la construcción del socialismo: el de la dirección del control obrero por parte del Congreso Central de los Soviets y de su comité ejecutivo, o por parte de los soviets de las fábricas y los comités de talleres. Si el primer elemento tenía un peso desproporcionado, aparecía el peligro de restar participación directa a los obreros en el proceso productivo. Pero, si eran los soviets de fábricas o los comités de talleres los encargados de dirigir el control obrero, este podía entrar en conflicto con la planificación estatal y con cualquier política proletaria destinada a suprimir el carácter capitalista de la producción. No es extraño que Lozovski, portavoz de los sindicatos, declarara durante el debate en el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia que «es necesario establecer una reserva, de un modo absolutamente claro y categórico, para que los obreros de cada empresa no saquen la impresión de que esta les pertenece». Al final, esta dualidad pudo resolverse con la planificación democrática de la producción con la construcción del socialismo.
En el caso de la industria, la Revolución bolchevique decretó, aludiendo al control obrero, el 5-18 de diciembre la «regulación planificada de la economía nacional». Para ello, se constituyó el Consejo Superior de Economía Nacional, cuyo propósito era «la organización de la actividad económica de la nación y de los recursos financieros del gobierno».
En el folleto «¿Conservarán los bolcheviques el poder del Estado?», Lenin había declarado que «la dificultad principal de la revolución proletaria estriba en la realización a escala nacional de la contabilidad más escrupulosa y el control más preciso, del control obrero, sobre la producción y distribución de los productos». Dejando a un lado ahora el aspecto marcadamente economicista del planteamiento de Lenin (que luego pasaremos por el rodillo de la crítica en el último epígrafe), el análisis del líder revolucionario refleja a la perfección el problema de contar con equipos de técnicos y contables que supiesen organizar y planificar la producción. Teniendo en cuenta el atraso del proletariado ruso, esta carencia fue uno de los factores que propició el aumento de la importancia de antiguos técnicos y gerentes vinculados al aparato zarista y a los antiguos propietarios de fábricas. En este sentido, tras el breve periodo de «comunismo de guerra» en la industria (que, obviamente, fue menos intenso que en el campo), la NEP propició que muchos antiguos patronos y gerentes continuaran haciendo funcionar sus empresas bajo el control del Estado proletario.
Así, tras la producción industrial desorganizada del «comunismo de guerra», el poder soviético colaboró con algunos patronos que tenían la intención de tomar una producción metódica y ordenada. Según recoge la Gran Enciclopedia Soviética, tanto en el Comité Económico del Soviet de Moscú como en el primer Consejo de la Economía Nacional de Jarkov, hubo representantes directos de los patronos. De hecho, V. P. Miliutin declaró que el 70% de las nacionalizaciones de este periodo se debieron a que los patronos rechazaban el control obrero o declaraban directamente lock-outs patronales. En todo caso, nuevamente el atraso de la economía rusa coadyuvó en la necesidad temporal de contar con elementos capitalistas fiscalizados por el Estado proletario.
Sobre el comercio y la distribución, hay que decir que en la Rusia zarista estos sectores estaban aún poco desarrollados, al menos en comparación con los países de Europa occidental. Una de las primeras medidas económicas que tomó el poder proletario fue decretar el monopolio sobre el comercio exterior. Así, el Consejo Supremo de Economía Nacional estableció, el 5-18 de diciembre de 1917, los principios de controles de exportación e importación. Más adelante (a finales de diciembre de 1918), el Consejo de Comisarios del Pueblo prohibió la posibilidad de exportar o importar sin contar con licencias. Pero, si bien el comercio exterior fue completamente nacionalizado, teniendo en cuenta que una buena parte de la producción y la distribución de mercancías dependía aún del capital privado, el Estado soviético necesitaba contar todavía con las cooperativas y empresas privadas, que operaban a base de comisiones.
El primer gran debate sobre la naturaleza del comercio en la Rusia soviética se produjo en el primer Congreso de Consejos de Economía Nacional de toda Rusia, en mayo de 1918. En este congreso se plantearon dos dificultades esenciales sobre el comercio y el cambio entre la ciudad y el campo. Por un lado, existía el problema de la quiebra del aparato de distribución originada por la desaparición de algunos de los encargados que habían administrado el comercio de la Rusia autocrática. Por otro lado, había una evidente dificultad monetaria, según la cual los precios oficiales determinados por el Estado para productos como el grano quedaban desenfocados por una inflación provocada por la emisión creciente de papel moneda.
El factor determinante que propició el cambio de rumbo abierto por la NEP, en el campo del comercio y la distribución, fue la compleja e ineficaz organización de la primera distribución por parte del poder soviético. El Estado se encontró muy pronto con que apenas tenía existencias disponibles de los productos básicos que quería administrar y controlar, por lo que estos pronto comenzaron a escasear de forma muy preocupante en las ciudades. Lenin comprendió desde el principio que, ya que el mercado controlado por capitalistas privados era el único realmente desarrollado, el Estado tenía que activar de nuevo el flujo de mercancías para abastecer a las ciudades. El instrumento fundamental para llevar a cabo este propósito fue el de las cooperativas de consumo, que se transformaron en herramientas fundamentales de la política soviética de distribución.
Por último, sobre las finanzas cabe decir que la Rusia autocrática ya contaba con una banca suficientemente desarrollada, en gran medida animada por las inversiones de capitales franco-alemanas y fortalecida por el apoyo del Estado. Básicamente, los comunistas del Estado ruso basaron su política financiera con anterioridad a la Revolución de Octubre en la nacionalización de la banca y la anulación de las deudas del viejo Estado.
La importancia económica que la banca tenía para Lenin se demuestra en el análisis que el mismo hizo sobre las causas de la derrota de la Comuna de París. Según el líder bolchevique, uno de los factores que precipitaron el fracaso de la primera experiencia de poder proletario tuvo que ver con el hecho de que los revolucionarios no se apoderaran de los grandes bancos. El mismo Lenin declaró:
«Sin los grandes bancos el socialismo sería irrealizable. Los grandes bancos son «el aparato estatal» que nos es necesario para la realización del socialismo y que tomamos del capitalismo ya hecho… Un único banco estatal (lo mayor posible) con una rama en cada distrito, en cada fábrica, constituye ya las nueve décimas partes de una organización socialista». Obras completas, tomo 21, p. 260.
Si bien fueron considerables los problemas a los que tuvo que hacer frente el recién creado Estado soviético en materia financiera, la política financiera planteó menos problemas futuros para la construcción del socialismo que la relativa a la agricultura o la industria. En cualquier caso, pronto el nuevo poder soviético aprendió, en base a su corta pero compleja experiencia económica, a administrar de forma discrecional el nivel de oferta monetaria y la política a seguir para reactivar la economía de toda la Unión.