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    "La Constitución Española de 1978, última ley fundamental del franquismo" - publicado en el blog Cuestionatelotodo por Jose Luis Forneo - 6 de diciembre de 2012 - Interesante

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Vie Dic 07, 2012 12:39 pm

    La Constitución Española de 1978, última ley fundamental del franquismo

    publicado en el blog Cuestionatelotodo por Jose Luis Forneo

    6 de diciembre de 2012

    Mientras la oligarquia celebra el aniversario del Día de la Constitución de 1978, la ley que aseguró la continuidad del franquismo y los privilegios de sus prohombres adoptando un formato de apariencia democrática, la mayoría sigue sufriendo las consecuencias de un régimen en el que unos pocos siguen viviendo a costa del trabajo de la mayoría a la vez que tienen total impunidad para delinquir.

    En realidad, como ya escribió hace un año José Manuel Lechado en un excelente artículo que podréis leer más abajo, la Constitución fue la última ley fundamental del Movimiento Nacional Franquista, y "fue redactada por un equipo de ponentes que no eligió el pueblo, sino que fue designado a dedo por un gobierno de viejos franquistas", mientra el referéndum convocado para su aprobación por el pueblo fue planteado como una carta otorgada, "como las famosas lentejas: esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas".

    De aquellas aguas estas tormentas actuales. Quizás lo que sí que ha conseguido la Constitucioó Española es transformar a los ojos del pueblo la dictadura franquista en una aparente democracia, donde son los mismos los que tienen impunidad para robar y delinquir y la mayoría esta sometida a los caprichos de una economía y una justicia organizadas para beneficiar siempre a los mismos.

    Y es que como decía el genial Dostoiesvky: la mejor manera de que un preso nunca escape de la prisión es hacerle pensar que es libre.

    El artículo de Jose Manuel Lechado fue escrito hace un año tras la reforma express de la Constitución pactada por PSOE y PP, para poner un límite al endeudamiento del Estado por orden de la U.E. (al contrario, en tantas otras ocasiones ambos partidos se niegan a cualquier reforma considerándola intocable).

    Lo cierto es que esta Constitución, última ley fundamental del franquismo, con la que se hizo realidad la famosa frase del criminal Francisco Franco de dejar todo atado y bien atado, sigue siendo un texto para la oligarquía, la misma que lo diseño, lo redactó y siempre decidió, y sigue haciéndolo, importándole un bledo los intereses de los ciudadanos, en teoría, pero sólo en teoría, soberanos según esa misma la misma Constitución, cuando les conviene una reforma y cuando no.


    "La Constitución de 1978, última ley fundamental del franquismo"

    La reciente reforma por vía de urgencia del artículo 135 de la Constitución de 1978 ha sacado este texto legal del limbo en el que suele habitar la mayor parte del tiempo. El debate se ha centrado en la necesidad o no de esta reforma impuesta por los todopoderosos mercados y defendida por los dos partidos turnistas (PP y PSOE) frente a la exigencia popular (en el buen sentido de la palabra) de un referéndum para que los españoles aprobaran o no el cambio en esta ley fundamental.

    El primer aspecto, la necesidad o su ausencia, ha quedado soslayado por esa ley del embudo que con tanto gusto aplican los políticos profesionales. Así, este nuevo recorte de derechos sociales —en un país que de por sí tiene un Estado del Bienestar raquítico— se combina con una representatividad ciudadana y un grado de democracia cada vez más enclenques. Los poderosos en España tienen un miedo atroz a los pronunciamientos del pueblo, mientras que los políticos a sueldo no sienten vergüenza a la hora de obedecer a sus amos.

    La reforma constitucional se ha ejecutado, pues, siguiendo la costumbre: sin consultar a los afectados. Es un motivo de justa indignación ciudadana y, sin embargo, no es esta miseria democrática lo más grave, puesto que el proceso en sí ha sido por completo legal. El detalle preocupante, aunque apenas se ha tratado en el debate público, es la propia Constitución de 1978. Es decir, el texto en sí mismo, al completo, que no es otra cosa que la última Ley Fundamental de la dictadura franquista.

    Las Leyes Fundamentales fueron un conjunto de normas promulgadas por la dictadura entre 1938 (Fuero del Trabajo) y 1977 (Ley para la Reforma Política). Las otras seis leyes fueron: Ley de Cortes (1942), Fuero de los Españoles (1945), Ley de Referéndum (1945), Ley de Sucesión (1947), Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958) y Ley Orgánica del Estado (1967). Esta diarrea legislativa del franquismo denuncia dos de las características más notables de este gobierno usurpador: por un lado el convencimiento íntimo de su propia ilegitimidad, que trataba de disimular emitiendo leyes sin parar; por otro, el temor a promulgar un auténtico texto constitucional. El resultado: un batiburrillo de normas, algunas francamente ridículas como los Principios (una colección de chorradas fascistas) y otras que apenas se aplicaron, como la Ley de Referéndum.

    Aunque a los franquistas les escocerá el detalle, lo cierto es que el conjunto de esas ocho leyes fundamentales era de hecho una constitución. Perversa, de pacotilla, mal redactada, falsaria, confusa y a veces contradictoria, pero constitución. De todos sus rasgos, que requerirían un análisis más largo que el que podemos hacer aquí, cabe destacar dos: la ambigüedad y el blindaje. Dos aspectos que comparte, por cierto, con la Constitución de 1978, redactada, recordémoslo, por un equipo de burócratas franquistas.

    Las Leyes Fundamentales pretendían ser eternas. Así quedaba claro en su articulado, que incluía disposiciones absurdas y ajenas a Derecho, asegurando no ya la inviolabilidad de las normas, sino su carácter imperecedero, de derogación imposible nada menos. Esto, que es un disparate desde el punto de vista legal y político, se cumplió no obstante gracias a la promulgación en 1978 de una constitución que resumía los contenidos de las Leyes Fundamentales y heredaba de paso su inmensa ambigüedad. En este sentido, la Disposición Derogatoria que figura al final de la Constitución de 1978 no es sino una declaración de que las Leyes Fundamentales quedan refundidas y ordenadas en el nuevo texto que las sustituye y que muchos, de forma no muy correcta, citan como «Carta Magna».La Constitución de 1978, ambigua como pocas y casi intocable en sus aspectos esenciales (ordenamiento del Estado), representa una consolidación del statu quo tardofranquista. Es una norma que complementada con la Ley de Amnistía de 1977 implica sobre todo un vasto decreto de punto final (o más bien de punto y seguido) para asegurar que la clase dominante durante la dictadura conservaría todos sus privilegios y poder y nunca sería sometida a juicio alguno por sus responsabilidades criminales o su complicidad con el sanguinario régimen fascista. La «modélica transición», concretada en el opúsculo constitucional, maquilló el rostro de un sistema obsoleto sin variar en nada sus estructuras de fondo, injustas, arbitrarias y basadas en el gran latrocinio iniciado el 17 de julio de 1936 por una coalición de millonarios, obispos, aristócratas, fascistas y militares traidores.

    El heredero del dictador, Juan Carlos Borbón, se consolidó como cabeza de un régimen oligárquico que, pese a su nueva apariencia parlamentaria y constitucional, seguía funcionando igual que en vida del vetusto dictador ferrolano. Hoy, treinta y cuatro años después, la riqueza, el poder y los altos cargos siguen en manos de los mismos, apoyados en la cómoda alternancia del sistema parlamentario turnista bendecido por la Constitución de 1978 y que tanto recuerda a la Restauración canovista en el siglo XIX.

    La democracia de 1978 es endeble, anémica y muy poco representativa. La participación ciudadana es mínima. Entre otras cosas porque la oligarquía nacional ha heredado del franquismo un inmenso temor —comprensible por otra parte— al pueblo de España y por eso lo mantiene apartado de la vida pública en el mayor grado posible. La pantomima de las legislativas cada cuatro años, con resultados «asegurados» por un procedimiento electoral extraordinariamente injusto, es todo lo que se ha concedido al pueblo español en ese texto constitucional que «nos hemos dado».

    Aunque, ¿de verdad «nos hemos dado» algo?. La Constitución de 1978 fue redactada por un equipo de ponentes que no eligió el pueblo, sino que fue designado a dedo por un gobierno de viejos franquistas. Y el referéndum se planteó como las famosas lentejas: esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas. No se ofreció alternativa alguna, porque volver a lo anterior era tan inviable como ofrecer una democracia auténtica. Esto, en términos políticos, da al texto de 1978 cierto carácter de carta otorgada, bastante alejado de lo que es una constitución de verdad, y fortalece el carácter de Ley Fundamental de esta reliquia jurídica. Por otra parte la constitución vigente fue aprobada en 1978 por 15.706.078 votos afirmativos. En la actualidad viven en España unos 45 millones de personas, lo que implica que, en el mejor de los casos (suponiendo que todos los que votaron en 1978 siguieran vivos), 30 millones de españoles —al menos— ven sus vidas y haciendas gobernadas por una ley que ni siquiera tuvieron oportunidad de votar.

    Teniendo en cuenta todo lo dicho, que se someta o no a voto una reforma parcial es casi irrelevante, puesto que lo que la ciudadanía debería exigir a estas alturas no son parches ni reformas parciales, sino la completa derogación de la Constitución de 1978 y su sustitución por un texto nuevo, apropiado a los tiempos que corren y que asegure la instauración de un sistema democrático de verdad, justo, equilibrado y encaminado al buen reparto de la riqueza y los recursos. Una medida higiénica que podría ser el primer paso para convertir a España, quizá por primera vez en su historia, en un país soberano. O simplemente en un país, que no sería poco.

    En resumen, la exigencia ciudadana no debería limitarse a parchear un sistema podrido, sino que debería llamar a una refundación nacional que, sin duda, gustará muy poco a la oligarquía «nacional», esa casta cortijera enamorada de tricornios y mantillas que teme —y tiene razones para hacerlo— la voluntad del pueblo español.

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    El escudo franquista preside el texto constitucional

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    Los escribanos del franquismo que redactaron la Constitución

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    Mensaje por Joven Guardia Vie Dic 07, 2012 4:38 pm

    Otro artículo sobre aniversarios;

    Apuntes sobre el 6 de diciembre, la República Socialista y la lucha de la juventud comunista a la luz de la historia
    JUEVES, 06 DE DICIEMBRE DE 2012 22:56 TINTA ROJA
    Ramón Fernández

    Hoy, 6 de diciembre de 2012, hace 34 años que se aprobó la Constitución, que representa la continuidad de la dominación de la oligarquía española.

    Retrocedamos un poco en el tiempo para tener un mejor angular.

    14 de Abril de 1936, se proclama la II República y con ella una nueva forma de gobierno, que si bien no era ni mucho menos la instauración de la dictadura del proletariado, si era un marco donde la clase obrera y las capas más progresistas podrían realizar importantes avances. Las conquistas sociales chocaron rápidamente con la resistencia de los sectores más reaccionarios, que no dudaron en arremeter contra los gobiernos populares hasta el punto de que acabaron con la vida de la joven república a sangre y fuego: primero con un intento de golpe de Estado que precipitó la Guerra Nacional-revolucionaria y posteriormente con más de 36 años de dictadura fascista encabezada por Francisco Franco.

    Y esa misma oligarquía, la que había alzado su mano contra la República, la que impuso el fascismo, la que derramó tantas veces la sangre de la clase obrera, es la misma oligarquía que se puso un nuevo traje hecho a medida para presentarse ante sus socios europeos. Eso representa la constitución vigente. La democracia formal burguesa, la monarquía parlamentaria, la tenemos que entender no como el resultado democratizador de la lucha antifranquista sino como la necesidad de la burguesía de homologar sus formas de dominación para entrar en las estructuras imperialistas de la OTAN y la Unión Europea.

    En ese sentido, el carrillismo tiene su lugar en la historia de la infamia, no sólo por carcomer la sigla histórica del PCE hasta los cimientos sino por dar continuidad y falsa legitimidad a aquellos que acabaron con las esperanzas de los pueblos de España, poniendo bajo la bota del fascismo durante tantos años a la clase obrera. Incluso el carrillismo le limpió al pincel la caspa, el lodo y la sangre para que nuestros verdugos afrontaran con mayor comodidad los nuevos retos que les esperaban.

    Ante esto ¿qué postura debemos tener la juventud comunista, los CJC ante una fecha que no es más que el remiendo de nuestro enemigo de clase?

    Hoy para seguir el legado, ese legado de Trifón Medrano, de las JSU, del PCE de José Diaz y de los luchadores y luchadoras antifranquistas es hacer algo muy diferente a lo que hicieron ellos. Hoy la tarea no está en defender una Tercera República como vuelta más o menos repetitiva de la Segunda. Hoy para seguir su tradición revolucionaria, para ser continuadores de los mejores ejemplos de lucha de la clase obrera, se ha de visualizar nuestro proyecto histórico a la luz de la historia y de las tareas que nos tocan llevar a cabo.

    Si ayer tocaba resistir la arremetida del fascismo, si ayer tocaba resistir con la bandera bien alta mientras los cascotes de la Unión Soviética nos caían sobre la cabeza, hoy, en el marco de la crisis capitalista más profunda que la historia haya visto, la juventud comunista ha de guiar a las hijas e hijos de la clase obrera y las capas populares para organizarse y tomar conciencia en torno a las tareas históricas que tienen que afrontar. Tareas históricas que nada tienen que ver con lubricar el cambio de una u otra forma de dominación de nuestro enemigo de clase.

    Hoy a la clase obrera y las capas populares objetivamente no pueden contentarse con una república que en otros países garantiza por igual la explotación de los trabajadores. Una república que haría perpetuar de igual manera las negras lógicas del capitalismo y del interés ruin de nuestro enemigo de clase. Hoy la tarea histórica viene dada por el contexto objetivo donde nos encontramos y tal tarea no es otra que construir las bases del que será el poder obrero y popular que acabará con el dominio del capitalismo e instaurará el socialismo donde todo se hará bajo el control y los intereses de la clase obrera y las grandes mayorías.

    Hoy la tarea es articular una juventud firmemente asentada en la cultura marxista-leninista de análisis, discusión y trabajo. Una juventud que sea una escuela de comunistas cuyas enseñanzas no sólo se extraigan de los libros sino del fuego del frente de batalla codo con codo con nuestro Partido y la clase obrera.

    Esas son nuestras tareas para hacer posible el socialismo-comunismo. Esa es nuestra digna lucha en el marco que nos encontramos y a la luz de nuestra heroica historia.

    Sólo teniendo claro esta tarea estaremos rindiendo justo homenaje a todos los héroes que nos precedieron y estaremos abriendo la única salida que tiene la clase obrera y las capas populares si no quiere seguir languideciendo en la barbarie capitalista. Y con esta convicción estamos seguros que escribiremos algunas (¡sólo algunas!) de las más alentadoras páginas de la historia del movimiento comunista español.
    http://tintaroja.es/

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