"Julio Cortázar, compañero de prisión y libertad"
texto de Tomás Borge (del libro colectivo Queremos tanto a Julio. 20 autores para Cortázar. Editorial Nueva Nicaragua, 1984)
1. Clandestinidad, cárceles y libros
Mientras haya revolución en la tierra habrá cronopios, porque la revolución es lucha por la libertad y conquista de ella; procura el amor y su realización plena; y los cronopios quieren expresar y encarnar estos avatares precisamente. En medio de la lucha por la liberación de Nicaragua, de la búsqueda de esta libertad y del amor, un día de tantos, desde ese mundo compartimentado y tenso de la clandestinidad, miré pasar a Julio Cortázar, como a un venado corriendo a través de la pampa. Cortázar, pues, aparece en mi vida durante la clandestinidad: allí fue nuestro encuentro inicial. Algo que sospecho que él desconoce. Y fue cuando mi compañera, Josefina, quien todavía no era mi compañera, y en uno de esos intercambios inevitables que hay entre quienes alguna vez van a ser pareja, me puso en las manos Los premios, su primera novela: visión interesante, aunque fugaz.
Pero yo realmente llego a conocer a Cortázar, o mejor dicho, donde lo reconozco es en mi última cárcel del somocismo, desde principios de 1976 hasta el mes de agosto de 1978; porque él estuvo preso conmigo y esto quizá tampoco lo sabe. También fue Josefina la que metió en aquella prisión a Cortázar, o sea, la que me introducía las obras suyas: Libro de Manuel, Rayuela y otros títulos. La ignorancia del bestiario compuesto por los censores militares, que desconocían probablemente la existencia de Cortázar, y cuyo nombre les habrá sonado al de un autor de mitologías griegas, permitió su presencia. A mí casi no me dejaban entrar libros.
Los nombres de los impresos eran determinantes: si ofrecían duda iban a parar al fuego, si no, tal vez se salvaban y se quedaban en la cárcel. En una oportunidad me llevaron una obra de un autor norteamericano y desconocido: Energía mental, de Orison Swett Marden. Los inquisidores, por supuesto, impidieron su paso, porque aquella "energía mental" podría seguramente proporcionarme las armas secretas y suficientes para escapar. Inesperadamente dejaron pasar los Elementos de filosofía, de Georges Politzer, porque se trataba de filosofía, lo cual juzgaron intrascendente, inofensivo. Si hubiera llegado El tambor de hojalata, de Günter Grass, lo hubieran prohibido tan sólo por la palabra tambor, aunque tal vez lo hubieran permitido por la palabra hojalata. Lo inverosímil de esta proscripción y circulación de libros era la afortunada ignorancia de los censores, quienes dispensaron que me llegaran los libros de Cortázar. Su torpeza me permitió leer y releer a Cortázar. Y allí sí lo conocí y reconocí. Además, él mismo entraba y salía de la prisión solo, por rendijas invisibles, inimaginadas. Se deslizaba clandestina, silenciosamente y conversábamos con frecuencia. Era un asiduo visitante; cosa que él no se daba cuenta. Y empecé a tener una amistad con Cortázar que se prolonga hasta el día de hoy.
A pesar de tanta intimidad, Cortázar nunca me propuso, curiosamente, algún plan de fuga. Así que nunca me fugué en ningún sentido; siempre estuve consciente de la situación que estaba viviendo y de mi modesto aporte al proceso revolucionario desde la cárcel. La soledad también me torturaba. Gioconda Belli, en una oportunidad, me envió una nota como un reclamo, que decía: "Tomás, no estás solo". Cortázar, igualmente, me acompañaba. Su imaginación, su ficción, su permanente construcción y reconstrucción de mundos, su 62/modelo para armar. Todos los fuegos el fuego eran para mí compañía, un estímulo moral y en alguna forma hasta un aliento literario: porque un poco antes o poco después, en ese mismo tiempo, escribí el único libro que he escrito, el pequeño grupo de páginas tituladas Carlos, el amanecer ya no es una tentación. El cuento de Cortázar sobre el Che Guevara, titulado "Reunión", me impactó mucho. Bajo su impresión escribí, tomándolo como parámetro y refiriéndolo, una carta a Rene Núñez, carta que entre los traslados y las prisas, entre los buzones y las casas de seguridad, entre la clandestinidad y el triunfo, desapareció. En ella yo hacía un relato sobre Carlos Fonseca, que, a mi juicio, desde el punto de vista literario era afortunado. Nunca he podido reconstruirlo, y si lo intentara hoy quizá carecería del impulso y de la espontaneidad de cuando lo redacté. Asimismo el Libro de Manuel constituyó un estímulo político y literario. Y por supuesto las enormes incógnitas que existen en Rayuela; incógnitas que no me he atrevido, aprovechando mi posterior relación personal con Cortázar, a despejar, a descifrar. Prefiero que esos enigmas se mantengan intactos. Leí Rayuela de manera lineal, y ésa es una de las posibles lecturas que, en su preliminar "Tablero de dirección" propone Cortázar. También la leí de atrás para adelante y de adelante para atrás. Obra múltiple, dos, tres, cuatro mundos, novelas distintas y una verdadera literatura, donde los lectores concluimos siendo autores. La literatura de Cortázar, tanto fuera como dentro de la cárcel, es un llamado a la imaginación; pero nunca, en ningún caso fue para mí fuga, evasión de mi deber y de mi conciencia. Nada más excitante para la imaginación que un próximo proyecto revolucionario. La imaginación, la ficción, apenas vislumbran, apenas esbozan la realidad que concreta una revolución.
Además el estilo de Cortázar a mí me deslumbró. Maneja una ironía casi llena de ternura, pero que al mismo tiempo no oculta su identidad de ironía. Supongo que esa ironía nace en el Río de la Plata, pero que Cortázar la sintetiza y la lleva a dimensiones universales y novedosas. Es audaz con el lenguaje; la lengua hablada de todos los días y todos los caminos de esta América nuestra, la lengua con la que habla el pueblo, nuestro hermano y vecino tomó por asalto a la literatura con él y resultó la nueva literatura latinoamericana. La audacia suya no pierde sus asideros de realidad, no se vacía de contenido y se lanza a crear símbolos y personajes apreciables e inteligibles: los cronopios, la Maga o su músico de jazz. Cortázar me ha influenciado en mis intervenciones públicas, porque yo hablo mucho y escribo poco. Trato de utilizar la ironía y ciertos giros que han calumniado de poéticos; pero nuestra literatura es oral y tiene que fijarse en escritura para otros fines, y su literatura es escrita y sólo puede y debe oírse con los ojos y los sentidos. Esa es la diferencia. Procedimientos distintos, pero iguales. Pero yo sólo conocía a Cortázar por las letras; su fisonomía a la luz de las lámparas de la cárcel y de la poca luz solar que se filtraba en el día era únicamente de letras, tipografía de sus obras.
2. Un cronopio acertado: Una carta que nunca escribí y la respuesta que recibimos
Cuando Cortázar se iba y yo me quedaba preso nos comunicábamos de alguna manera. Tal vez a control remoto; quizá con un cronopio directo muy acertado y nítido en sus transmisiones. Por esos días Cortázar estaba en París escribiendo; en México o en Roma con el Tribunal Russell; o en San José de Costa Rica; yo, aislado, protestón y flaco en la Cárcel Modelo de Tipitapa. Un día de tantos tuve las intenciones de escribirle una carta, pero me quedé con el deseo de hacerla. Yo tenía la certeza previa de que él iba a responderme; estaba completamente seguro de que me iba a contestar; pero nunca escribí la carta. Sin embargo, Cortázar respondió. Desde siempre ha respondido a los intereses del pueblo nicaragüense. La prueba está en que para esos años y horas, Cortázar suscribió un mensaje solidarizándose e identificándose con la lucha de nuestro pueblo, vanguardizada por el FSLN. Esa fue su contestación a la carta que nunca redacté ni envié. Aquella carta que recorrió gacetas Sandinistas, revistas y periódicos solidarios de América y Europa hasta hace poco la leí y dice así:
Aunque de sobra conocida en todo el mundo, la trágica situación política y social que vive el pueblo de Nicaragua se aprecia más de cerca y con mayor claridad cuando se pisa el suelo de un país vecino, como es el caso de Costa Rica, pues los testimonios sobre esa situación se multiplican a medida que se conoce a los exiliados, y a los familiares de incontables víctimas y prisioneros del régimen de Somoza.
Es por eso que no quiero partir de San José sin dejar constancia de mi repudio por tantas y reiteradas violaciones a los derechos humanos y a las leyes más elementales de una sociedad democrática. Muchas veces en el seno del Tribunal Bertrand Russell, del que fui miembro del jurado, se expresó una condenación enérgica del régimen imperante en Nicaragua, a la que se asociaron las personalidades más eminentes de nuestro tiempo. Creo que esa condenación debe ser incansablemente repetida por todos los que creen en la democracia y en la libertad; creo que debe de exigirse al gobierno de Nicaragua el respeto de las leyes y de los derechos del hombre. Mi protesta no es meramente personal; sé que abarca la de millones de hombres de América Latina y de todo el mundo que jamás aceptarán regímenes basados en el odio, la opresión y el desprecio por los valores humanos.
3. Cortázar es un hombre más alto de lo que es
Poco después de la victoria revolucionaria, a mediados de octubre de 1979, el general Omar Torrijos me llamó telefónicamente desde Panamá para ofrecernos la oportunidad de invitar a traer a Cortázar a Nicaragua, ya que se encontraba tan cerca y se oía el rumor y se sentía la euforia nacional desparramándose por el istmo. Julio, por supuesto, ya había decidido venir a Nicaragua. Torrijos y nosotros nos limitamos a facilitar su reingreso inevitable. De inmediato se le envió el "19 de Julio"; pero resulta que en esos días o el día antes de que llegara nuestra nave, Cortázar había sido asaltado, despojado de su pasaporte y de su dinero. Por su parte, Torrijos, para propiciar o facilitar el viaje, le puso a sus órdenes también otro avión. De modo que Cortázar se halló sin documentos y sin un centavo, pero con dos aviones en plena disponibilidad de transportarlo y se dio al vuelo. Esta fue la segunda vez que vino a Nicaragua —ya había estado antes, clandestino, con su larga figura anticlandestina, en Solentiname, con Ernesto Cardenal, la comunidad y Sergio Ramírez—, pero era la primera vez que arribaba a la Nicaragua libre y revolucionaria. En tal ocasión fui al aeropuerto a encontrarlo como se recibe a un escritor respetable y eminentemente honesto, y allí tuve la fortuna de conocer personalmente al viejo amigo y visitante de la cárcel, inofensivo a los ojos ciegos de los censores y burlador del aparato de seguridad militar montado en torno a los incomunicados reos sandinistas; y como yo lo admiraba mucho, lo llevé a mi casa a él y a Carol, su compañera.
Desde entonces Cortázar y Carol radican en Nicaragua; se han ido y vuelto y siempre paran y viven y retornan a nuestras casas. Cortázar le da la vuelta al día en ochenta mundos y se detiene, baja, hace escala en Nicaragua, y sigue hacia su Buenos Aires querido. Aunque tiene dirección y apartado postal en París, Cortázar es un latinoamericano y nunca ha dejado de serlo; o sea, de gozarlo y de padecerlo: exilios y luchas, dolores y esperanzas. Quizá sus venidas a Nicaragua le han refrescado sus raíces y lo han hecho arraigarse más en este otro pedazo de tierra libre, que preludia ya el continente.
Carol y Josefina se han hecho muy amigas, nuestra casa es su casa, compartimos mi hogar y muchas horas de conversación. Cuando Cortázar está aquí, cada vez que puedo hago un paréntesis, me acerco a él y él está invariablemente escribiendo, leyendo, interesado en las demás personas. No le niega una llamada telefónica a nadie, ni le niega una entrevista a nadie.
Cortázar descubre a Nicaragua cada vez que viene. Quiere verlo todo. Va de aquí para allá: la gente, los volcanes, los ríos, la Costa Atlántica, las cooperativas, la alfabetización, a la que llamó tierna y fantásticamente "la batalla de los lápices", la acción cultural. En fin, no conoce fatigas, porque continúa apoyando al Museo de Arte Latinoamericano, Solidaridad con Nicaragua, dando declaraciones, desmintiendo en Europa a las transnacionales proimperialistas de la información, planeando documentos, pidiendo firmas y suscribiendo comunicados en favor de Nicaragua, de Guatemala, de El Salvador, de Cuba y de su Argentina natal. Y viene y va clandestino, como cuando se deslizaba por los barrotes del somocismo y entra a la Argentina y busca su infancia para evocar el “Coloquio de los centauros” (no se puede tener raíces argentinas y latinoamericanas sin tener en cuenta a Rubén Darío); y da lecturas en el patio de la "Casa Fernando Gordillo", de la ASTC, inaugura los "Martes de Poesía" del Ministerio de Cultura, y bebe con los amigos tragos de ron Flor de Caña y hace vigilia en la frontera norte con intelectuales progresistas de los Estados Unidos y recibe la "Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío" y defiende nuestra amenazada y agredida Revolución Popular Sandinista.
Recientemente Cortázar tuvo una tragedia personal y yo temía por su regreso a casa. Vendría seguramente ya sin Carol, y la casa, mi compañera, el ambiente familiar, el paisaje del país, acaso le podían resultar ingratos, lastimar su sensibilidad. Pero reapareció, y yo vi al mismo Cortázar de siempre, ascendiendo de su dolor y trascendiéndolo. La explicación que nos hemos dado es que su mismo amor lo consuela. Cuando se ha sabido amar no hay complejo de culpa. Quien es capaz de amar, aunque parezca una contradicción, sufre menos la pérdida del ser amado que aquél que no fue capaz de dar ni demostrar suficiente amor. El dolor a veces se acompaña del remordimiento. La pérdida de un ser humano golpea en gran medida por los complejos de culpa, que no existen cuando un hombre, como en este caso Cortázar, fue capaz de amar de un modo tan integral a su compañera; lo que a su vez refleja la capacidad de entrega que posee Cortázar para con las otras personas. De modo que, en tales situaciones, los hombres como él son menos vulnerables que aquéllos que no dan nada de lo que tienen. Hombres así sienten menos el impacto del dolor. El amor nos alivia del dolor y nos defiende de la muerte.
Carol me llamó una noche para hablar a solas. Tenía fuertes dolores en los huesos; con manos llenas de misterio y ojos dulces me comunicó el secreto de que le quedaban pocos meses de vida.
Lo que me conmovió y me conmovió más, cuando aquel secreto fue develado por el drama, fueron sus palabras: "Quisiera que Julio muriera primero que yo para evitarle el dolor de mi muerte".
Cuando Claribel Alegría me comunicó la noticia de que Carol había muerto, adquirí conciencia de la magnitud de aquel gran amor.
Quizá la síntesis de toda nuestra relación —y quizá la síntesis de Cortázar— es que cada vez que ha venido y se ha marchado y yo he ido a despedirlo al aeropuerto, he ido perdiendo idea de que él es el célebre autor de Rayuela, Libro de Manuel, "Reunión" o Los premios. Aquel famoso escritor ha ido desapareciendo frente a mis ojos, se ha ido borrando para integrar y transformarse en un hermoso ser humano. Incluso lo veo menos alto desde el punto de vista físico comparado con su estatura humana, moral. Cortázar es tan grande, tan alto como persona, tan profundo humanamente, que logra empequeñecerse y reducir su fama para andar por la vida, por las calles, de la misma estatura que la gente común y corriente. Cortázar es del tamaño del hombre, o sea, es un hombre más alto de lo alto que es. De tal manera que yo no me siento chaparro a su lado ni me siento ese simple lector suyo y de la literatura que he sido, para sentirme junto a él como en compañía de mi hermano. Es una criatura en la que conviven la sencillez, la ternura y la modestia, naturales e inocultables. Sin embargo, yo creo que él ignora que es sencillo, ignora que es modesto y debe de tener alguna noción de su ternura. Todos los que lo conocemos estamos plenamente conscientes de esas dimensiones: la estatura de Cortázar va más allá de su altura y se extiende más allá de su literatura. Yo he advertido una serie de virtudes en Cortázar que me han servido para cultivar, en la medida de lo posible, las mías, si es que las tengo. Yo quisiera ser como Cortázar, pero no en cuanto al escritor, sino en cuanto a lo humano. Yo quisiera crecer como hombre, aunque no pueda convertirme en artista. Y en este caso, si bien es verdad que yo no podría aspirar jamás a ser un escritor como Cortázar, sí tengo el derecho y la obligación de aspirar a ser un hombre como Julio.
texto de Tomás Borge (del libro colectivo Queremos tanto a Julio. 20 autores para Cortázar. Editorial Nueva Nicaragua, 1984)
1. Clandestinidad, cárceles y libros
Mientras haya revolución en la tierra habrá cronopios, porque la revolución es lucha por la libertad y conquista de ella; procura el amor y su realización plena; y los cronopios quieren expresar y encarnar estos avatares precisamente. En medio de la lucha por la liberación de Nicaragua, de la búsqueda de esta libertad y del amor, un día de tantos, desde ese mundo compartimentado y tenso de la clandestinidad, miré pasar a Julio Cortázar, como a un venado corriendo a través de la pampa. Cortázar, pues, aparece en mi vida durante la clandestinidad: allí fue nuestro encuentro inicial. Algo que sospecho que él desconoce. Y fue cuando mi compañera, Josefina, quien todavía no era mi compañera, y en uno de esos intercambios inevitables que hay entre quienes alguna vez van a ser pareja, me puso en las manos Los premios, su primera novela: visión interesante, aunque fugaz.
Pero yo realmente llego a conocer a Cortázar, o mejor dicho, donde lo reconozco es en mi última cárcel del somocismo, desde principios de 1976 hasta el mes de agosto de 1978; porque él estuvo preso conmigo y esto quizá tampoco lo sabe. También fue Josefina la que metió en aquella prisión a Cortázar, o sea, la que me introducía las obras suyas: Libro de Manuel, Rayuela y otros títulos. La ignorancia del bestiario compuesto por los censores militares, que desconocían probablemente la existencia de Cortázar, y cuyo nombre les habrá sonado al de un autor de mitologías griegas, permitió su presencia. A mí casi no me dejaban entrar libros.
Los nombres de los impresos eran determinantes: si ofrecían duda iban a parar al fuego, si no, tal vez se salvaban y se quedaban en la cárcel. En una oportunidad me llevaron una obra de un autor norteamericano y desconocido: Energía mental, de Orison Swett Marden. Los inquisidores, por supuesto, impidieron su paso, porque aquella "energía mental" podría seguramente proporcionarme las armas secretas y suficientes para escapar. Inesperadamente dejaron pasar los Elementos de filosofía, de Georges Politzer, porque se trataba de filosofía, lo cual juzgaron intrascendente, inofensivo. Si hubiera llegado El tambor de hojalata, de Günter Grass, lo hubieran prohibido tan sólo por la palabra tambor, aunque tal vez lo hubieran permitido por la palabra hojalata. Lo inverosímil de esta proscripción y circulación de libros era la afortunada ignorancia de los censores, quienes dispensaron que me llegaran los libros de Cortázar. Su torpeza me permitió leer y releer a Cortázar. Y allí sí lo conocí y reconocí. Además, él mismo entraba y salía de la prisión solo, por rendijas invisibles, inimaginadas. Se deslizaba clandestina, silenciosamente y conversábamos con frecuencia. Era un asiduo visitante; cosa que él no se daba cuenta. Y empecé a tener una amistad con Cortázar que se prolonga hasta el día de hoy.
A pesar de tanta intimidad, Cortázar nunca me propuso, curiosamente, algún plan de fuga. Así que nunca me fugué en ningún sentido; siempre estuve consciente de la situación que estaba viviendo y de mi modesto aporte al proceso revolucionario desde la cárcel. La soledad también me torturaba. Gioconda Belli, en una oportunidad, me envió una nota como un reclamo, que decía: "Tomás, no estás solo". Cortázar, igualmente, me acompañaba. Su imaginación, su ficción, su permanente construcción y reconstrucción de mundos, su 62/modelo para armar. Todos los fuegos el fuego eran para mí compañía, un estímulo moral y en alguna forma hasta un aliento literario: porque un poco antes o poco después, en ese mismo tiempo, escribí el único libro que he escrito, el pequeño grupo de páginas tituladas Carlos, el amanecer ya no es una tentación. El cuento de Cortázar sobre el Che Guevara, titulado "Reunión", me impactó mucho. Bajo su impresión escribí, tomándolo como parámetro y refiriéndolo, una carta a Rene Núñez, carta que entre los traslados y las prisas, entre los buzones y las casas de seguridad, entre la clandestinidad y el triunfo, desapareció. En ella yo hacía un relato sobre Carlos Fonseca, que, a mi juicio, desde el punto de vista literario era afortunado. Nunca he podido reconstruirlo, y si lo intentara hoy quizá carecería del impulso y de la espontaneidad de cuando lo redacté. Asimismo el Libro de Manuel constituyó un estímulo político y literario. Y por supuesto las enormes incógnitas que existen en Rayuela; incógnitas que no me he atrevido, aprovechando mi posterior relación personal con Cortázar, a despejar, a descifrar. Prefiero que esos enigmas se mantengan intactos. Leí Rayuela de manera lineal, y ésa es una de las posibles lecturas que, en su preliminar "Tablero de dirección" propone Cortázar. También la leí de atrás para adelante y de adelante para atrás. Obra múltiple, dos, tres, cuatro mundos, novelas distintas y una verdadera literatura, donde los lectores concluimos siendo autores. La literatura de Cortázar, tanto fuera como dentro de la cárcel, es un llamado a la imaginación; pero nunca, en ningún caso fue para mí fuga, evasión de mi deber y de mi conciencia. Nada más excitante para la imaginación que un próximo proyecto revolucionario. La imaginación, la ficción, apenas vislumbran, apenas esbozan la realidad que concreta una revolución.
Además el estilo de Cortázar a mí me deslumbró. Maneja una ironía casi llena de ternura, pero que al mismo tiempo no oculta su identidad de ironía. Supongo que esa ironía nace en el Río de la Plata, pero que Cortázar la sintetiza y la lleva a dimensiones universales y novedosas. Es audaz con el lenguaje; la lengua hablada de todos los días y todos los caminos de esta América nuestra, la lengua con la que habla el pueblo, nuestro hermano y vecino tomó por asalto a la literatura con él y resultó la nueva literatura latinoamericana. La audacia suya no pierde sus asideros de realidad, no se vacía de contenido y se lanza a crear símbolos y personajes apreciables e inteligibles: los cronopios, la Maga o su músico de jazz. Cortázar me ha influenciado en mis intervenciones públicas, porque yo hablo mucho y escribo poco. Trato de utilizar la ironía y ciertos giros que han calumniado de poéticos; pero nuestra literatura es oral y tiene que fijarse en escritura para otros fines, y su literatura es escrita y sólo puede y debe oírse con los ojos y los sentidos. Esa es la diferencia. Procedimientos distintos, pero iguales. Pero yo sólo conocía a Cortázar por las letras; su fisonomía a la luz de las lámparas de la cárcel y de la poca luz solar que se filtraba en el día era únicamente de letras, tipografía de sus obras.
2. Un cronopio acertado: Una carta que nunca escribí y la respuesta que recibimos
Cuando Cortázar se iba y yo me quedaba preso nos comunicábamos de alguna manera. Tal vez a control remoto; quizá con un cronopio directo muy acertado y nítido en sus transmisiones. Por esos días Cortázar estaba en París escribiendo; en México o en Roma con el Tribunal Russell; o en San José de Costa Rica; yo, aislado, protestón y flaco en la Cárcel Modelo de Tipitapa. Un día de tantos tuve las intenciones de escribirle una carta, pero me quedé con el deseo de hacerla. Yo tenía la certeza previa de que él iba a responderme; estaba completamente seguro de que me iba a contestar; pero nunca escribí la carta. Sin embargo, Cortázar respondió. Desde siempre ha respondido a los intereses del pueblo nicaragüense. La prueba está en que para esos años y horas, Cortázar suscribió un mensaje solidarizándose e identificándose con la lucha de nuestro pueblo, vanguardizada por el FSLN. Esa fue su contestación a la carta que nunca redacté ni envié. Aquella carta que recorrió gacetas Sandinistas, revistas y periódicos solidarios de América y Europa hasta hace poco la leí y dice así:
Aunque de sobra conocida en todo el mundo, la trágica situación política y social que vive el pueblo de Nicaragua se aprecia más de cerca y con mayor claridad cuando se pisa el suelo de un país vecino, como es el caso de Costa Rica, pues los testimonios sobre esa situación se multiplican a medida que se conoce a los exiliados, y a los familiares de incontables víctimas y prisioneros del régimen de Somoza.
Es por eso que no quiero partir de San José sin dejar constancia de mi repudio por tantas y reiteradas violaciones a los derechos humanos y a las leyes más elementales de una sociedad democrática. Muchas veces en el seno del Tribunal Bertrand Russell, del que fui miembro del jurado, se expresó una condenación enérgica del régimen imperante en Nicaragua, a la que se asociaron las personalidades más eminentes de nuestro tiempo. Creo que esa condenación debe ser incansablemente repetida por todos los que creen en la democracia y en la libertad; creo que debe de exigirse al gobierno de Nicaragua el respeto de las leyes y de los derechos del hombre. Mi protesta no es meramente personal; sé que abarca la de millones de hombres de América Latina y de todo el mundo que jamás aceptarán regímenes basados en el odio, la opresión y el desprecio por los valores humanos.
3. Cortázar es un hombre más alto de lo que es
Poco después de la victoria revolucionaria, a mediados de octubre de 1979, el general Omar Torrijos me llamó telefónicamente desde Panamá para ofrecernos la oportunidad de invitar a traer a Cortázar a Nicaragua, ya que se encontraba tan cerca y se oía el rumor y se sentía la euforia nacional desparramándose por el istmo. Julio, por supuesto, ya había decidido venir a Nicaragua. Torrijos y nosotros nos limitamos a facilitar su reingreso inevitable. De inmediato se le envió el "19 de Julio"; pero resulta que en esos días o el día antes de que llegara nuestra nave, Cortázar había sido asaltado, despojado de su pasaporte y de su dinero. Por su parte, Torrijos, para propiciar o facilitar el viaje, le puso a sus órdenes también otro avión. De modo que Cortázar se halló sin documentos y sin un centavo, pero con dos aviones en plena disponibilidad de transportarlo y se dio al vuelo. Esta fue la segunda vez que vino a Nicaragua —ya había estado antes, clandestino, con su larga figura anticlandestina, en Solentiname, con Ernesto Cardenal, la comunidad y Sergio Ramírez—, pero era la primera vez que arribaba a la Nicaragua libre y revolucionaria. En tal ocasión fui al aeropuerto a encontrarlo como se recibe a un escritor respetable y eminentemente honesto, y allí tuve la fortuna de conocer personalmente al viejo amigo y visitante de la cárcel, inofensivo a los ojos ciegos de los censores y burlador del aparato de seguridad militar montado en torno a los incomunicados reos sandinistas; y como yo lo admiraba mucho, lo llevé a mi casa a él y a Carol, su compañera.
Desde entonces Cortázar y Carol radican en Nicaragua; se han ido y vuelto y siempre paran y viven y retornan a nuestras casas. Cortázar le da la vuelta al día en ochenta mundos y se detiene, baja, hace escala en Nicaragua, y sigue hacia su Buenos Aires querido. Aunque tiene dirección y apartado postal en París, Cortázar es un latinoamericano y nunca ha dejado de serlo; o sea, de gozarlo y de padecerlo: exilios y luchas, dolores y esperanzas. Quizá sus venidas a Nicaragua le han refrescado sus raíces y lo han hecho arraigarse más en este otro pedazo de tierra libre, que preludia ya el continente.
Carol y Josefina se han hecho muy amigas, nuestra casa es su casa, compartimos mi hogar y muchas horas de conversación. Cuando Cortázar está aquí, cada vez que puedo hago un paréntesis, me acerco a él y él está invariablemente escribiendo, leyendo, interesado en las demás personas. No le niega una llamada telefónica a nadie, ni le niega una entrevista a nadie.
Cortázar descubre a Nicaragua cada vez que viene. Quiere verlo todo. Va de aquí para allá: la gente, los volcanes, los ríos, la Costa Atlántica, las cooperativas, la alfabetización, a la que llamó tierna y fantásticamente "la batalla de los lápices", la acción cultural. En fin, no conoce fatigas, porque continúa apoyando al Museo de Arte Latinoamericano, Solidaridad con Nicaragua, dando declaraciones, desmintiendo en Europa a las transnacionales proimperialistas de la información, planeando documentos, pidiendo firmas y suscribiendo comunicados en favor de Nicaragua, de Guatemala, de El Salvador, de Cuba y de su Argentina natal. Y viene y va clandestino, como cuando se deslizaba por los barrotes del somocismo y entra a la Argentina y busca su infancia para evocar el “Coloquio de los centauros” (no se puede tener raíces argentinas y latinoamericanas sin tener en cuenta a Rubén Darío); y da lecturas en el patio de la "Casa Fernando Gordillo", de la ASTC, inaugura los "Martes de Poesía" del Ministerio de Cultura, y bebe con los amigos tragos de ron Flor de Caña y hace vigilia en la frontera norte con intelectuales progresistas de los Estados Unidos y recibe la "Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío" y defiende nuestra amenazada y agredida Revolución Popular Sandinista.
Recientemente Cortázar tuvo una tragedia personal y yo temía por su regreso a casa. Vendría seguramente ya sin Carol, y la casa, mi compañera, el ambiente familiar, el paisaje del país, acaso le podían resultar ingratos, lastimar su sensibilidad. Pero reapareció, y yo vi al mismo Cortázar de siempre, ascendiendo de su dolor y trascendiéndolo. La explicación que nos hemos dado es que su mismo amor lo consuela. Cuando se ha sabido amar no hay complejo de culpa. Quien es capaz de amar, aunque parezca una contradicción, sufre menos la pérdida del ser amado que aquél que no fue capaz de dar ni demostrar suficiente amor. El dolor a veces se acompaña del remordimiento. La pérdida de un ser humano golpea en gran medida por los complejos de culpa, que no existen cuando un hombre, como en este caso Cortázar, fue capaz de amar de un modo tan integral a su compañera; lo que a su vez refleja la capacidad de entrega que posee Cortázar para con las otras personas. De modo que, en tales situaciones, los hombres como él son menos vulnerables que aquéllos que no dan nada de lo que tienen. Hombres así sienten menos el impacto del dolor. El amor nos alivia del dolor y nos defiende de la muerte.
Carol me llamó una noche para hablar a solas. Tenía fuertes dolores en los huesos; con manos llenas de misterio y ojos dulces me comunicó el secreto de que le quedaban pocos meses de vida.
Lo que me conmovió y me conmovió más, cuando aquel secreto fue develado por el drama, fueron sus palabras: "Quisiera que Julio muriera primero que yo para evitarle el dolor de mi muerte".
Cuando Claribel Alegría me comunicó la noticia de que Carol había muerto, adquirí conciencia de la magnitud de aquel gran amor.
Quizá la síntesis de toda nuestra relación —y quizá la síntesis de Cortázar— es que cada vez que ha venido y se ha marchado y yo he ido a despedirlo al aeropuerto, he ido perdiendo idea de que él es el célebre autor de Rayuela, Libro de Manuel, "Reunión" o Los premios. Aquel famoso escritor ha ido desapareciendo frente a mis ojos, se ha ido borrando para integrar y transformarse en un hermoso ser humano. Incluso lo veo menos alto desde el punto de vista físico comparado con su estatura humana, moral. Cortázar es tan grande, tan alto como persona, tan profundo humanamente, que logra empequeñecerse y reducir su fama para andar por la vida, por las calles, de la misma estatura que la gente común y corriente. Cortázar es del tamaño del hombre, o sea, es un hombre más alto de lo alto que es. De tal manera que yo no me siento chaparro a su lado ni me siento ese simple lector suyo y de la literatura que he sido, para sentirme junto a él como en compañía de mi hermano. Es una criatura en la que conviven la sencillez, la ternura y la modestia, naturales e inocultables. Sin embargo, yo creo que él ignora que es sencillo, ignora que es modesto y debe de tener alguna noción de su ternura. Todos los que lo conocemos estamos plenamente conscientes de esas dimensiones: la estatura de Cortázar va más allá de su altura y se extiende más allá de su literatura. Yo he advertido una serie de virtudes en Cortázar que me han servido para cultivar, en la medida de lo posible, las mías, si es que las tengo. Yo quisiera ser como Cortázar, pero no en cuanto al escritor, sino en cuanto a lo humano. Yo quisiera crecer como hombre, aunque no pueda convertirme en artista. Y en este caso, si bien es verdad que yo no podría aspirar jamás a ser un escritor como Cortázar, sí tengo el derecho y la obligación de aspirar a ser un hombre como Julio.
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Tomás Borge
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