LA INSURRECCIÓN ARMADA Y NUESTRA TÁCTICA
El movimiento revolucionario «en el momento actual ha conducido ya a la necesidad de la insurrección armada»: esta idea, expresada por el III Congreso de nuestro Partido, se confirma más y más cada día. Las llamas de la revolución se propagan con fuerza creciente, originando aquí y allá insurrecciones locales. Los tres días de barricadas y de combates de calle en Lodz, la huelga de decenas y decenas de millares de obreros en Ivánovo-Vosnesensk, acompañada de las inevitables colisiones sangrientas con las tropas, la insurrección en Odesa, el «motín» en la flota del Mar Negro y entre la tripulación de la flota anclada en Libava, la «semana» de Tiflís, todos ellos son presagios de que la tempestad se aproxima. La tempestad se acerca, se acerca inconteniblemente y de un día para otro se desencadenará sobre Rusia y barrerá, como poderoso torrente purificador, todo lo caduco, lo podrido, librará al pueblo ruso de su secular ignominia llamada autocracia. Los últimos esfuerzos convulsivos del zarismo – recrudecimiento de represiones de todo género, declaración del estado de guerra en medio país, multiplicación de las horcas y, junto con esto, discursos seductores dirigidos a los liberales y mentirosas promesas de reformas– no lo salvarán de su destino histórico. Los días de la autocracia están contados, la tempestad es ineludible. Surgen ya los gérmenes de un nuevo régimen, aclamado por todo el pueblo, que espera de él la renovación y el renacimiento.
¿Cuáles son, pues, los nuevos problemas que plantea ante nuestro Partido la tempestad que se avecina? ¿Cómo debemos adaptar nuestra organización y nuestra táctica a las nuevas exigencias de la vida, para participar de una forma más activa y organizada en la insurrección, el único comienzo imprescindible de la revolución? Para dirigir la insurrección, ¿debemos nosotros –destacamento avanzado de la clase que no sólo es la vanguardia, sino también la principal fuerza activa de la revolución– crear aparatos especiales, o basta para ello el mecanismo ya existente del Partido?
Hace ya unos cuantos meses que estos problemas se alzan ante el Partido, reclamando una solución inaplazable. Para las gentes que se inclinan ante la «espontaneidad», que rebajan los objetivos del Partido, estimando que éste debe seguir pura y simplemente el curso de la vida, que se arrastran a la zaga en lugar de marchar a la cabeza, como corresponde al destacamento consciente de vanguardia, tales problemas no existen. La insurrección es espontánea, dicen esas gentes, y es imposible organizarla y prepararla; todo plan de acción estructurado de antemano es una utopía (¡están en contra de todo «plan», ya que plan quiere decir «conciencia» y no «fenómeno espontáneo»!), un gasto inútil de fuerzas; la vida social tiene sus caminos inescrutables y echará por tierra todos nuestros proyectos. Por eso, dicen, debemos circunscribirnos a la propaganda y a la agitación en favor de la idea de la insurrección, en favor de la idea de que las masas deben «armarse por sus propios medios», debemos ejercer sólo la «dirección política» y que al pueblo sublevado lo dirija «técnicamente» quien quiera.
¡Pero si hasta ahora hemos ejercido siempre tal dirección!, objetan los adversarios de la «política seguidista». Es comprensible que una amplia agitación y propaganda y la dirección política del proletariado son absolutamente necesarias. Pero limitarse a semejantes tareas generales significa que nosotros, o eludimos la solución de un problema planteado de un modo rotundo por la realidad, o demostramos completa incapacidad de adaptar nuestra táctica a las necesidades de la lucha revolucionaria, que crece impetuosamente. Claro está, debemos decuplicar ahora la agitación política, debemos tratar de someter a nuestra influencia no sólo al proletariado, sino también a las numerosas capas del «pueblo», que se adhieren poco a poco a la revolución; debemos tratar de popularizar entre todas las clases de la población la idea de la necesidad de la insurrección. ¡Pero no podemos limitarnos a ello! Para que el proletariado pueda utilizar la revolución inminente a los fines de su lucha de clase, para que pueda establecer un régimen democrático que le asegure en la mayor medida la lucha posterior por el socialismo, es necesario que el proletariado, en torno al cual se agrupa la oposición, no sólo figure en el centro de la lucha, sino que se convierta en el jefe y dirigente de la insurrección. Precisamente la dirección técnica y la preparación orgánica de la insurrección en toda Rusia constituyen la nueva tarea planteada por la realidad ante el proletariado. Y si nuestro Partido quiere ser el verdadero dirigente político de la clase obrera, no puede ni debe renunciar al cumplimiento de estas nuevas tareas.
Así, pues, ¿qué debemos hacer para alcanzar este objetivo? ¿Cuáles deben ser nuestros primeros pasos?
Muchas de nuestras organizaciones han resuelto ya prácticamente esta cuestión, dedicando parte de sus fuerzas y recursos al armamento del proletariado. Nuestra lucha contra la autocracia ha entrado ahora en un período en que todos reconocen la necesidad de armarse. Pero, por sí sola, la conciencia de la necesidad de armarse es insuficiente: hay que plantear expresa y claramente ante el Partido la tarea práctica. Por eso nuestros Comités deben ahora mismo, inmediatamente, comenzar a armar al pueblo en plano local, formar grupos especiales para resolver este asunto, organizar grupos de distrito para conseguir armas, organizar talleres para la fabricación de diferentes materias explosivas, trazar el plan de conquista de arsenales y de depósitos de armas del Estado y particulares. No sólo debemos armar al pueblo del «ardiente anhelo de armarse, por sus propios medios», como nos aconseja la nueva «Iskra», sino que debemos, además, «tomar las medidas más enérgicas para armar al proletariado» en la práctica, como nos lo ha impuesto el III Congreso del Partido. En la solución de este problema nos es más fácil que en cualquier otro llegar a un entendimiento tanto con el sector del Partido que se ha separado (si, en efecto piensa seriamente en el armamento y no se limita a disquisiciones «sobre el ardiente anhelo de armarse por sus propios medios»), como con las organizaciones socialdemócratas de las nacionalidades, por ejemplo, con los federalistas armenios y otros, que se plantean estos mismos objetivos. Se ha hecho ya tal intento en Bakú, donde después de la matanza de febrero nuestro Comité, el grupo «Balajani–Bibi-Eibat» y el Comité de los «gnchakistas»[ 1 ] han destacado de su seno una comisión de organización para el armamento. Es absolutamente necesario que esta empresa difícil y de gran responsabilidad sea organizada mediante esfuerzos comunes, y nosotros consideramos que los litigios fraccionales no deben impedir en manera alguna la unificación sobre este terreno de todas las fuerzas socialdemócratas.
Simultáneamente con el aumento de las reservas de armas y al mismo tiempo que se organiza su adquisición y fabricación, es necesario atender del modo más serio la tarea de constituir destacamentos de combate de toda clase para emplear las armas conseguidas. No hay que permitir de ninguna manera la distribución de armas directamente a las masas. Como tenemos pocos recursos y es muy difícil ocultar las armas a la vigilancia de la policía, no conseguiríamos armar a capas considerables de la población, y nuestros esfuerzos resultarían estériles. Otra cosa muy distinta será cuando creemos una organización especial de combate. Nuestros destacamentos de combate se instruirán en el buen manejo de las armas y durante la insurrección –ya comience espontáneamente o sea preparada de antemano– actuarán en calidad de destacamentos principales y de vanguardia, en torno a ellos se agrupará el pueblo insurreccionado y bajo su dirección irá al combate. La experiencia y la organización de dichos destacamentos, así como la suficiente cantidad de armas permitirán utilizar todas las fuerzas del pueblo insurreccionado y alcanzar así el objetivo inmediato: el armamento de todo el pueblo y el cumplimiento del plan de acción preparado de antemano. Los destacamentos se apoderarán rápidamente de los distintos depósitos de armas, de las instituciones gubernamentales y públicas, de correos, de teléfonos, etc. , lo cual será necesario para el desarrollo de la revolución.
Pero estos destacamentos no son necesarios únicamente cuando la insurrección revolucionaria se ha extendido ya a toda la ciudad; su papel es no menos importante también en vísperas de la insurrección. En los últimos seis meses nos hemos persuadido claramente de que la autocracia, desacreditada ante todas las clases de la población, ha dirigido por entero sus energías a movilizar las fuerzas oscuras del país –bien sean matones de oficio o elementos tártaros poco conscientes y fanatizados– para luchar contra los revolucionarios. Armados por la policía y bajo su amparo, aterrorizan a la población y crean una atmósfera difícil para el movimiento liberador. Nuestras organizaciones de combate deben estar siempre preparadas para dar la réplica debida a todos los intentos de estas fuerzas oscuras y tratar de convertir en un movimiento antigubernamental la indignación y la réplica provocadas por los actos de dichas fuerzas. Los destacamentos de combate armados, dispuestos en cada momento a salir a la calle y a ponerse al frente de las masas populares, pueden alcanzar fácilmente el objetivo planteado por el III Congreso: «organizar la réplica armada a las intentonas de las centurias negras y de todos los elementos reaccionarios en general, dirigidos por el gobierno» («Resolución acerca de la actitud hacia la táctica del gobierno en vísperas de la revolución» – v. «Comunicado»)[ 2 ].
Una de las tareas principales de nuestros destacamentos de combate y en general de la organización técnica militar debe ser preparar el plan de la insurrección para su zona y coordinarlo con el plan trazado por el Centro del Partido para toda Rusia. Llegar a saber cuáles son los puntos más flacos del adversario, determinar los lugares desde donde hay que emprender el ataque contra él, distribuir todas las fuerzas en la zona, estudiar bien la topografía de la ciudad: todo esto debe ser hecho con anticipación, para que ninguna circunstancia pueda sorprendernos. Aquí está completamente fuera de lugar el análisis detallado de este aspecto de la actividad de nuestras organizaciones. El secreto riguroso al elaborar el plan de acción debe ir acompañado de una difusión lo más amplia posible entre el proletariado de los conocimientos técnicos militares absolutamente necesarios para llevar a cabo la lucha de calle. A este fin debemos recurrir a los militares con que cuenta la organización. Para ello también podemos emplear a otros muchos camaradas, que por sus dotes naturales y sus aficiones serán muy útiles en esta empresa.
Sólo esta preparación en todos los aspectos de la insurrección puede asegurar el papel dirigente de la socialdemocracia en los combates inminentes entre el pueblo y la autocracia.
Únicamente la preparación completa para la lucha permitirá al proletariado transformar las colisiones aisladas con la policía y las tropas en una insurrección del pueblo entero, a fin de formar en sustitución del gobierno zarista un gobierno provisional revolucionario.
El proletariado organizado, a despecho de los adeptos de la «política seguidista», dedicará todos sus esfuerzos a concentrar en sus manos tanto la dirección técnica como la dirección política de la insurrección. Esta dirección es la premisa indispensable merced a la cual podremos utilizar la revolución inminente en interés de nuestra lucha de clase.
Notas:
[ 1 ] «Gnchakistas»: miembros del partido pequeñoburgués armenio «Gnchak», fundado en 1887 en Ginebra por iniciativa de los estudiantes armenios. En la Transcaucasia, el partido «Gnchak», habiendo adoptado la denominación de Partido Socialdemócrata Armenio, promovió una política escisionista en el movimiento obrero. Después de la revolución de los años 1905-1907, el partido «Gnchak» degeneró en un grupo reaccionario nacionalista.
[ 2 ] Véase: «El P.C.(b) de la U.R.S.S. en las resoluciones y acuerdos de los Congresos, Conferencias y Plenos del C.C.», parte I, pág. 45, 6ª ed. en ruso, 1940.
El movimiento revolucionario «en el momento actual ha conducido ya a la necesidad de la insurrección armada»: esta idea, expresada por el III Congreso de nuestro Partido, se confirma más y más cada día. Las llamas de la revolución se propagan con fuerza creciente, originando aquí y allá insurrecciones locales. Los tres días de barricadas y de combates de calle en Lodz, la huelga de decenas y decenas de millares de obreros en Ivánovo-Vosnesensk, acompañada de las inevitables colisiones sangrientas con las tropas, la insurrección en Odesa, el «motín» en la flota del Mar Negro y entre la tripulación de la flota anclada en Libava, la «semana» de Tiflís, todos ellos son presagios de que la tempestad se aproxima. La tempestad se acerca, se acerca inconteniblemente y de un día para otro se desencadenará sobre Rusia y barrerá, como poderoso torrente purificador, todo lo caduco, lo podrido, librará al pueblo ruso de su secular ignominia llamada autocracia. Los últimos esfuerzos convulsivos del zarismo – recrudecimiento de represiones de todo género, declaración del estado de guerra en medio país, multiplicación de las horcas y, junto con esto, discursos seductores dirigidos a los liberales y mentirosas promesas de reformas– no lo salvarán de su destino histórico. Los días de la autocracia están contados, la tempestad es ineludible. Surgen ya los gérmenes de un nuevo régimen, aclamado por todo el pueblo, que espera de él la renovación y el renacimiento.
¿Cuáles son, pues, los nuevos problemas que plantea ante nuestro Partido la tempestad que se avecina? ¿Cómo debemos adaptar nuestra organización y nuestra táctica a las nuevas exigencias de la vida, para participar de una forma más activa y organizada en la insurrección, el único comienzo imprescindible de la revolución? Para dirigir la insurrección, ¿debemos nosotros –destacamento avanzado de la clase que no sólo es la vanguardia, sino también la principal fuerza activa de la revolución– crear aparatos especiales, o basta para ello el mecanismo ya existente del Partido?
Hace ya unos cuantos meses que estos problemas se alzan ante el Partido, reclamando una solución inaplazable. Para las gentes que se inclinan ante la «espontaneidad», que rebajan los objetivos del Partido, estimando que éste debe seguir pura y simplemente el curso de la vida, que se arrastran a la zaga en lugar de marchar a la cabeza, como corresponde al destacamento consciente de vanguardia, tales problemas no existen. La insurrección es espontánea, dicen esas gentes, y es imposible organizarla y prepararla; todo plan de acción estructurado de antemano es una utopía (¡están en contra de todo «plan», ya que plan quiere decir «conciencia» y no «fenómeno espontáneo»!), un gasto inútil de fuerzas; la vida social tiene sus caminos inescrutables y echará por tierra todos nuestros proyectos. Por eso, dicen, debemos circunscribirnos a la propaganda y a la agitación en favor de la idea de la insurrección, en favor de la idea de que las masas deben «armarse por sus propios medios», debemos ejercer sólo la «dirección política» y que al pueblo sublevado lo dirija «técnicamente» quien quiera.
¡Pero si hasta ahora hemos ejercido siempre tal dirección!, objetan los adversarios de la «política seguidista». Es comprensible que una amplia agitación y propaganda y la dirección política del proletariado son absolutamente necesarias. Pero limitarse a semejantes tareas generales significa que nosotros, o eludimos la solución de un problema planteado de un modo rotundo por la realidad, o demostramos completa incapacidad de adaptar nuestra táctica a las necesidades de la lucha revolucionaria, que crece impetuosamente. Claro está, debemos decuplicar ahora la agitación política, debemos tratar de someter a nuestra influencia no sólo al proletariado, sino también a las numerosas capas del «pueblo», que se adhieren poco a poco a la revolución; debemos tratar de popularizar entre todas las clases de la población la idea de la necesidad de la insurrección. ¡Pero no podemos limitarnos a ello! Para que el proletariado pueda utilizar la revolución inminente a los fines de su lucha de clase, para que pueda establecer un régimen democrático que le asegure en la mayor medida la lucha posterior por el socialismo, es necesario que el proletariado, en torno al cual se agrupa la oposición, no sólo figure en el centro de la lucha, sino que se convierta en el jefe y dirigente de la insurrección. Precisamente la dirección técnica y la preparación orgánica de la insurrección en toda Rusia constituyen la nueva tarea planteada por la realidad ante el proletariado. Y si nuestro Partido quiere ser el verdadero dirigente político de la clase obrera, no puede ni debe renunciar al cumplimiento de estas nuevas tareas.
Así, pues, ¿qué debemos hacer para alcanzar este objetivo? ¿Cuáles deben ser nuestros primeros pasos?
Muchas de nuestras organizaciones han resuelto ya prácticamente esta cuestión, dedicando parte de sus fuerzas y recursos al armamento del proletariado. Nuestra lucha contra la autocracia ha entrado ahora en un período en que todos reconocen la necesidad de armarse. Pero, por sí sola, la conciencia de la necesidad de armarse es insuficiente: hay que plantear expresa y claramente ante el Partido la tarea práctica. Por eso nuestros Comités deben ahora mismo, inmediatamente, comenzar a armar al pueblo en plano local, formar grupos especiales para resolver este asunto, organizar grupos de distrito para conseguir armas, organizar talleres para la fabricación de diferentes materias explosivas, trazar el plan de conquista de arsenales y de depósitos de armas del Estado y particulares. No sólo debemos armar al pueblo del «ardiente anhelo de armarse, por sus propios medios», como nos aconseja la nueva «Iskra», sino que debemos, además, «tomar las medidas más enérgicas para armar al proletariado» en la práctica, como nos lo ha impuesto el III Congreso del Partido. En la solución de este problema nos es más fácil que en cualquier otro llegar a un entendimiento tanto con el sector del Partido que se ha separado (si, en efecto piensa seriamente en el armamento y no se limita a disquisiciones «sobre el ardiente anhelo de armarse por sus propios medios»), como con las organizaciones socialdemócratas de las nacionalidades, por ejemplo, con los federalistas armenios y otros, que se plantean estos mismos objetivos. Se ha hecho ya tal intento en Bakú, donde después de la matanza de febrero nuestro Comité, el grupo «Balajani–Bibi-Eibat» y el Comité de los «gnchakistas»[ 1 ] han destacado de su seno una comisión de organización para el armamento. Es absolutamente necesario que esta empresa difícil y de gran responsabilidad sea organizada mediante esfuerzos comunes, y nosotros consideramos que los litigios fraccionales no deben impedir en manera alguna la unificación sobre este terreno de todas las fuerzas socialdemócratas.
Simultáneamente con el aumento de las reservas de armas y al mismo tiempo que se organiza su adquisición y fabricación, es necesario atender del modo más serio la tarea de constituir destacamentos de combate de toda clase para emplear las armas conseguidas. No hay que permitir de ninguna manera la distribución de armas directamente a las masas. Como tenemos pocos recursos y es muy difícil ocultar las armas a la vigilancia de la policía, no conseguiríamos armar a capas considerables de la población, y nuestros esfuerzos resultarían estériles. Otra cosa muy distinta será cuando creemos una organización especial de combate. Nuestros destacamentos de combate se instruirán en el buen manejo de las armas y durante la insurrección –ya comience espontáneamente o sea preparada de antemano– actuarán en calidad de destacamentos principales y de vanguardia, en torno a ellos se agrupará el pueblo insurreccionado y bajo su dirección irá al combate. La experiencia y la organización de dichos destacamentos, así como la suficiente cantidad de armas permitirán utilizar todas las fuerzas del pueblo insurreccionado y alcanzar así el objetivo inmediato: el armamento de todo el pueblo y el cumplimiento del plan de acción preparado de antemano. Los destacamentos se apoderarán rápidamente de los distintos depósitos de armas, de las instituciones gubernamentales y públicas, de correos, de teléfonos, etc. , lo cual será necesario para el desarrollo de la revolución.
Pero estos destacamentos no son necesarios únicamente cuando la insurrección revolucionaria se ha extendido ya a toda la ciudad; su papel es no menos importante también en vísperas de la insurrección. En los últimos seis meses nos hemos persuadido claramente de que la autocracia, desacreditada ante todas las clases de la población, ha dirigido por entero sus energías a movilizar las fuerzas oscuras del país –bien sean matones de oficio o elementos tártaros poco conscientes y fanatizados– para luchar contra los revolucionarios. Armados por la policía y bajo su amparo, aterrorizan a la población y crean una atmósfera difícil para el movimiento liberador. Nuestras organizaciones de combate deben estar siempre preparadas para dar la réplica debida a todos los intentos de estas fuerzas oscuras y tratar de convertir en un movimiento antigubernamental la indignación y la réplica provocadas por los actos de dichas fuerzas. Los destacamentos de combate armados, dispuestos en cada momento a salir a la calle y a ponerse al frente de las masas populares, pueden alcanzar fácilmente el objetivo planteado por el III Congreso: «organizar la réplica armada a las intentonas de las centurias negras y de todos los elementos reaccionarios en general, dirigidos por el gobierno» («Resolución acerca de la actitud hacia la táctica del gobierno en vísperas de la revolución» – v. «Comunicado»)[ 2 ].
Una de las tareas principales de nuestros destacamentos de combate y en general de la organización técnica militar debe ser preparar el plan de la insurrección para su zona y coordinarlo con el plan trazado por el Centro del Partido para toda Rusia. Llegar a saber cuáles son los puntos más flacos del adversario, determinar los lugares desde donde hay que emprender el ataque contra él, distribuir todas las fuerzas en la zona, estudiar bien la topografía de la ciudad: todo esto debe ser hecho con anticipación, para que ninguna circunstancia pueda sorprendernos. Aquí está completamente fuera de lugar el análisis detallado de este aspecto de la actividad de nuestras organizaciones. El secreto riguroso al elaborar el plan de acción debe ir acompañado de una difusión lo más amplia posible entre el proletariado de los conocimientos técnicos militares absolutamente necesarios para llevar a cabo la lucha de calle. A este fin debemos recurrir a los militares con que cuenta la organización. Para ello también podemos emplear a otros muchos camaradas, que por sus dotes naturales y sus aficiones serán muy útiles en esta empresa.
Sólo esta preparación en todos los aspectos de la insurrección puede asegurar el papel dirigente de la socialdemocracia en los combates inminentes entre el pueblo y la autocracia.
Únicamente la preparación completa para la lucha permitirá al proletariado transformar las colisiones aisladas con la policía y las tropas en una insurrección del pueblo entero, a fin de formar en sustitución del gobierno zarista un gobierno provisional revolucionario.
El proletariado organizado, a despecho de los adeptos de la «política seguidista», dedicará todos sus esfuerzos a concentrar en sus manos tanto la dirección técnica como la dirección política de la insurrección. Esta dirección es la premisa indispensable merced a la cual podremos utilizar la revolución inminente en interés de nuestra lucha de clase.
Publicado sin firma el 15 de julio
de 1905 en el núm. 10 del periódico
«Proletariatis Brdzola».
Traducido del georgiano.
de 1905 en el núm. 10 del periódico
«Proletariatis Brdzola».
Traducido del georgiano.
Notas:
[ 1 ] «Gnchakistas»: miembros del partido pequeñoburgués armenio «Gnchak», fundado en 1887 en Ginebra por iniciativa de los estudiantes armenios. En la Transcaucasia, el partido «Gnchak», habiendo adoptado la denominación de Partido Socialdemócrata Armenio, promovió una política escisionista en el movimiento obrero. Después de la revolución de los años 1905-1907, el partido «Gnchak» degeneró en un grupo reaccionario nacionalista.
[ 2 ] Véase: «El P.C.(b) de la U.R.S.S. en las resoluciones y acuerdos de los Congresos, Conferencias y Plenos del C.C.», parte I, pág. 45, 6ª ed. en ruso, 1940.