A 81 AÑOS DEL PRIMER SOVIET DE AMERICA LATINA.
El 30 de marzo de 1930, inspirados por la revolución rusa, Abel Cuenca, Miguel Mármol, Modesto Ramírez, Agustín Farabundo Martí con un pequeño grupo de comunistas fundan el Partido Comunista de El Salvador. Dos años después una insurrección dirigida por comunistas haría ondear la bandera roja con la hoz y el martillo en el primer soviet de nativos y mestizos pobres de América latina.
Ya para las elecciones de 1931 los comunistas salvadoreños se habían puesto a la cabeza de las luchas obreras y campesinas que la crisis de 1929 había desatado. Sobre un pueblo pobre y humillado por el racismo, donde los pueblos nativos y los mestizos eran victimas de todas las vejaciones imaginables, la crisis capitalista había impuesto condiciones aun más duras. A medida que caía el precio del café, la burguesa intentaba recuperar sus pérdidas explotando más a los trabajadores y a los campesinos. En este contexto, las luchas sindicales se radicalizan, los campesinos adoptan el programa agrario de los comunistas, y los pobres de los barrios se suman a los mítines de los candidatos a alcaldes del Partido Comunista.
Ante la amenaza, la burguesía no puede sostener más su mascarada democrática. El 2 de diciembre de 1931, la burguesía desconoce sus propias leyes y con un golpe de Estado remplazan al presidente Arturo Araujo por el general Maximiliano Hernández Martínez, vicepresidente y ministro de guerra de Araujo. La represión no detiene al pueblo. La situación empeora. Se llega a imponer la pena de amputación de la mano a los que roban comida pero los conflictos no cesan. Los de abajo ya no quieren seguir viviendo igual y los de arriba ya no pueden seguir gobernando igual. La burguesía discute y ensaya una salida electoral. En enero de 1932, Hernández Martínez permite elecciones municipales. Pero los comunistas, a pesar de la persecución y el fraude, ganan en varios municipios. Ante estos resultados, la burguesía vuelve a buscar refugio en el partido del “sable y la sotana” y los militares anulan las elecciones. Esto provoca más descontento popular y los militares solo pueden responder con más represión. En las organizaciones del partido se pone sobre la mesa la necesidad de la insurrección. Las dudas y discusiones son inevitables y se pierde un tiempo valioso, el joven partido se está fogueando y aprende sobre la marcha. La burguesía no espera. El 18 de enero fueron capturados el la ciudad de San Salvador Agustín Farabundo Martí y los líderes estudiantiles Alfonso Luna Calderón y Mario Zapata, teniendo en su poder las directivas de la insurrección. Disturbios aislados comienzan en la ciudad y el general Hernández Martínez impone el estado de sitio. Para la noche del 20, los dirigentes que logran escapar a las detenciones y patrullas militares se reúnen y debaten si debe comenzar la insurrección con la dirección del partido aislada en la ciudad. Pero a estas alturas la última palabra la tiene el pueblo.
Antes de la medianoche del día 22, miles de campesinos se lanzan a la lucha, toman poblaciones y desconocen el gobierno burgués. Armados principalmente de machetes y escopetas asaltaron las haciendas de los grandes terratenientes y tomaron el control de algunas poblaciones como Juayúa, Nahuizalco, Izalco y Tacuba. Logrando atacar y cercar los cuarteles de Ahuachapán, Santa Tecla y Sonsonate. Francisco Sánchez libera Juayúa e impone el primer Soviet de América formado por indígenas y mestizos pobres. Los depósitos de los comerciantes son requisados y puesto al servicio del pueblo armado. Francisco Sánchez ordenó que le entregaran todos los títulos de propiedad del municipio para redistribuir las tierras entre los campesinos y tirar todo el alcohol. El indígena campesino Feliciano Ama, dirigente del partido comunista en Izalco, luego de tomar esta localidad y poner a los burgueses a fabricar tortillas para alimentar al ejército insurgente, logra cercar el cuartel de la ciudad Sonsonate a 62 km de la capital. Tacuba es liberada por unos 1500 campesinos comunistas que dirige el estudiante universitario Abel Cuenca. Otro dirigente comunista, Lino Argueta, intenta asaltar la ciudad más importante de la burguesía salvadoreña: Santa Tecla. Cayó en combate cuando dirigía una columna para cortar las líneas telefónicas que comunicaba la ciudad con la capital. El General Tomás Calderón, reconocería después: "Gracias a que los comunistas no cortaron la línea telefónica, pude comunicarme con San Salvador para tener refuerzos" no obstante, durante 4 días los campesinos y braceros dirigidos por los comunistas se enfrentaron al ejército burgués, causándoles numerosas bajas. También hubo levantamientos en Colón, Armenia, Nahuizalco, Ahuachapán, Salcoatitán, Sonzacate, Teotepeque y Tepecoyo. La lucha era cuerpo a cuerpo, muchas veces era el machete contra la ametralladora, pero aun así el pueblo hace vacilar al enemigo. La fuerza y decisión del pueblo logra dividir al ejército. Muchos soldados mueren combatiendo o fueron fusilados dentro de los mismos cuarteles por sumarse a la insurrección. La insurrección preocupa y los gobiernos de EEUU e Inglaterra envían marines para apoyar al gobierno burgués. El crucero estadounidense “Rochester” y los destructores británicos “Wickes”, “Philips”, “Vancouver” y “Skeena” se aproximan a las costas y comienzan los preparativos para el desembarco en el puerto de La Libertad a 34 km de San Salvador. Pero la burguesía salvadoreña con superioridad en armamento y movilizando a su propia clase, logra organizar guardias blancas para reforzar sus fuerzas. El desembarco de los marines se cancelaría solo ante el telegrama del mismo General Hernández Martínez que tranquiliza al almirante Smith y al Comandante Brandeur: “La paz está establecida en El Salvador. Ofensiva comunista desechada sus formidables núcleos dispersos. Hasta hoy cuarto día de operaciones están liquidados cuatro mil ochocientos comunistas".
Pero la masacre no terminaría ahí. El General José Tomás Calderón al mando de una fuerza expedicionaria realizaría incursiones punitivas sobre las poblaciones rebeldes. El Mayor Saturnino Cortez fue el encargado de recuperar Tacuba y el Coronel Salvador Ochoa logra evitar la toma de Santa Tecla. Las guardias blancas de hijos de burgueses y lúmenes reclutados en las ciudades, convirtieron las violaciones, torturas y asesinatos en ley. Las órdenes de los oficiales eran claras: asesinar a todo indígena mayor de 12 años.
Francisco Sánchez logró rechazar el primer asalto del ejército burgués contra Juayúa, pero luego sería derrotado, capturado y fusilado. El líder del movimiento insurreccional, Feliciano Ama, fue capturado en los huatales de Izalco, arrastrado por las calles del pueblo y colgado de un árbol en la plaza central frente a los ojos de su gente. Pocos días después, el 1 de febrero, el Gobierno fusila a Farabundo Martí, Alfonso Luna Calderón y Mario Zapata. Las matanzas continúan por días. Como para inscribirse en el padrón electoral había que declarar ante las autoridades la intención de voto, los comunistas registrados en los libros de votaciones son capturados en la ciudad de San Salvador y llevados a las márgenes del río Acelhuate, donde son fusilados y enterrados en fosas comunes.
El viernes 5 de febrero, el principal diario de El Salvador publicaba en tapa con asqueroso cinismo: "Los cadáveres sepultados a escasa profundidad son un peligro para la salud. Los cuervos, cerdos y gallinas los desentierran para luego devorarlos. Actualmente en el departamento de Sonsonate y en muchos lugares de Ahuachapán y algunos de Santa Ana la carne de cerdo ha llegado a desmerecerse de tal manera, que casi no tiene valor. Por el mismo camino va la de res y las aves de corral. Todo se debe a que los cerdos comen en grandes cantidades la carne de los cadáveres que en los montes han quedado. La gente, por intimación, se está negando también a comer la carne de res y aves de corral. Desde luego, ellos tienen razón; pero en cambio, esta industria está sufriendo fuertes golpes". Los cadáveres de niños, mujeres y hombres indígenas y mestizos solo eran noticia porque se veía afectado el negocio de la carne… pero este cinismo soberbio era solo posible ahora que la insurrección estaba aplastada. La prensa burguesa volvía a sus sucios negocios y su rastrero e inmoral oportunismo, pero apenas unos días antes eran presa del pánico y la histeria, pidiendo la intervención extranjera y acusando a los insurrectos de atroces barbaridades, pero como bien observa Engels, el burgués “se limita a imputar todas las atrocidades que él no deja de cometer nunca cuando vence”.
El 11 de julio de 1932, la burguesía salvadoreña se perdonaría así mismo por las masacres cometidas. El parlamento salvadoreño emitió el decreto 121 en cuyo artículo Nro. 2 dice: “se concede amplia e incondicional amnistía a favor de los funcionarios, autoridades, empleados, agentes de la autoridad, y cualquiera otra persona civil o militar, que de alguna manera aparezcan ser responsables de infracciones a las leyes, que puedan conceptuarse como delitos de cualquier naturaleza, al proceder en todo el país al restablecimiento del orden, represión, persecución, castigo y captura de los sindicados en el delito de rebelión del presente año”
Un manto de olvido caería luego sobre estos hechos. Pero el pueblo salvadoreño rescataría los nombres de Farabundo Martí y Feliciano Ama para identificar su lucha décadas después, como los comunistas latinoamericanos debemos hacerlo, ratificando una vez más el camino de partido, insurrección y socialismo.
El 30 de marzo de 1930, inspirados por la revolución rusa, Abel Cuenca, Miguel Mármol, Modesto Ramírez, Agustín Farabundo Martí con un pequeño grupo de comunistas fundan el Partido Comunista de El Salvador. Dos años después una insurrección dirigida por comunistas haría ondear la bandera roja con la hoz y el martillo en el primer soviet de nativos y mestizos pobres de América latina.
Ya para las elecciones de 1931 los comunistas salvadoreños se habían puesto a la cabeza de las luchas obreras y campesinas que la crisis de 1929 había desatado. Sobre un pueblo pobre y humillado por el racismo, donde los pueblos nativos y los mestizos eran victimas de todas las vejaciones imaginables, la crisis capitalista había impuesto condiciones aun más duras. A medida que caía el precio del café, la burguesa intentaba recuperar sus pérdidas explotando más a los trabajadores y a los campesinos. En este contexto, las luchas sindicales se radicalizan, los campesinos adoptan el programa agrario de los comunistas, y los pobres de los barrios se suman a los mítines de los candidatos a alcaldes del Partido Comunista.
Ante la amenaza, la burguesía no puede sostener más su mascarada democrática. El 2 de diciembre de 1931, la burguesía desconoce sus propias leyes y con un golpe de Estado remplazan al presidente Arturo Araujo por el general Maximiliano Hernández Martínez, vicepresidente y ministro de guerra de Araujo. La represión no detiene al pueblo. La situación empeora. Se llega a imponer la pena de amputación de la mano a los que roban comida pero los conflictos no cesan. Los de abajo ya no quieren seguir viviendo igual y los de arriba ya no pueden seguir gobernando igual. La burguesía discute y ensaya una salida electoral. En enero de 1932, Hernández Martínez permite elecciones municipales. Pero los comunistas, a pesar de la persecución y el fraude, ganan en varios municipios. Ante estos resultados, la burguesía vuelve a buscar refugio en el partido del “sable y la sotana” y los militares anulan las elecciones. Esto provoca más descontento popular y los militares solo pueden responder con más represión. En las organizaciones del partido se pone sobre la mesa la necesidad de la insurrección. Las dudas y discusiones son inevitables y se pierde un tiempo valioso, el joven partido se está fogueando y aprende sobre la marcha. La burguesía no espera. El 18 de enero fueron capturados el la ciudad de San Salvador Agustín Farabundo Martí y los líderes estudiantiles Alfonso Luna Calderón y Mario Zapata, teniendo en su poder las directivas de la insurrección. Disturbios aislados comienzan en la ciudad y el general Hernández Martínez impone el estado de sitio. Para la noche del 20, los dirigentes que logran escapar a las detenciones y patrullas militares se reúnen y debaten si debe comenzar la insurrección con la dirección del partido aislada en la ciudad. Pero a estas alturas la última palabra la tiene el pueblo.
Antes de la medianoche del día 22, miles de campesinos se lanzan a la lucha, toman poblaciones y desconocen el gobierno burgués. Armados principalmente de machetes y escopetas asaltaron las haciendas de los grandes terratenientes y tomaron el control de algunas poblaciones como Juayúa, Nahuizalco, Izalco y Tacuba. Logrando atacar y cercar los cuarteles de Ahuachapán, Santa Tecla y Sonsonate. Francisco Sánchez libera Juayúa e impone el primer Soviet de América formado por indígenas y mestizos pobres. Los depósitos de los comerciantes son requisados y puesto al servicio del pueblo armado. Francisco Sánchez ordenó que le entregaran todos los títulos de propiedad del municipio para redistribuir las tierras entre los campesinos y tirar todo el alcohol. El indígena campesino Feliciano Ama, dirigente del partido comunista en Izalco, luego de tomar esta localidad y poner a los burgueses a fabricar tortillas para alimentar al ejército insurgente, logra cercar el cuartel de la ciudad Sonsonate a 62 km de la capital. Tacuba es liberada por unos 1500 campesinos comunistas que dirige el estudiante universitario Abel Cuenca. Otro dirigente comunista, Lino Argueta, intenta asaltar la ciudad más importante de la burguesía salvadoreña: Santa Tecla. Cayó en combate cuando dirigía una columna para cortar las líneas telefónicas que comunicaba la ciudad con la capital. El General Tomás Calderón, reconocería después: "Gracias a que los comunistas no cortaron la línea telefónica, pude comunicarme con San Salvador para tener refuerzos" no obstante, durante 4 días los campesinos y braceros dirigidos por los comunistas se enfrentaron al ejército burgués, causándoles numerosas bajas. También hubo levantamientos en Colón, Armenia, Nahuizalco, Ahuachapán, Salcoatitán, Sonzacate, Teotepeque y Tepecoyo. La lucha era cuerpo a cuerpo, muchas veces era el machete contra la ametralladora, pero aun así el pueblo hace vacilar al enemigo. La fuerza y decisión del pueblo logra dividir al ejército. Muchos soldados mueren combatiendo o fueron fusilados dentro de los mismos cuarteles por sumarse a la insurrección. La insurrección preocupa y los gobiernos de EEUU e Inglaterra envían marines para apoyar al gobierno burgués. El crucero estadounidense “Rochester” y los destructores británicos “Wickes”, “Philips”, “Vancouver” y “Skeena” se aproximan a las costas y comienzan los preparativos para el desembarco en el puerto de La Libertad a 34 km de San Salvador. Pero la burguesía salvadoreña con superioridad en armamento y movilizando a su propia clase, logra organizar guardias blancas para reforzar sus fuerzas. El desembarco de los marines se cancelaría solo ante el telegrama del mismo General Hernández Martínez que tranquiliza al almirante Smith y al Comandante Brandeur: “La paz está establecida en El Salvador. Ofensiva comunista desechada sus formidables núcleos dispersos. Hasta hoy cuarto día de operaciones están liquidados cuatro mil ochocientos comunistas".
Pero la masacre no terminaría ahí. El General José Tomás Calderón al mando de una fuerza expedicionaria realizaría incursiones punitivas sobre las poblaciones rebeldes. El Mayor Saturnino Cortez fue el encargado de recuperar Tacuba y el Coronel Salvador Ochoa logra evitar la toma de Santa Tecla. Las guardias blancas de hijos de burgueses y lúmenes reclutados en las ciudades, convirtieron las violaciones, torturas y asesinatos en ley. Las órdenes de los oficiales eran claras: asesinar a todo indígena mayor de 12 años.
Francisco Sánchez logró rechazar el primer asalto del ejército burgués contra Juayúa, pero luego sería derrotado, capturado y fusilado. El líder del movimiento insurreccional, Feliciano Ama, fue capturado en los huatales de Izalco, arrastrado por las calles del pueblo y colgado de un árbol en la plaza central frente a los ojos de su gente. Pocos días después, el 1 de febrero, el Gobierno fusila a Farabundo Martí, Alfonso Luna Calderón y Mario Zapata. Las matanzas continúan por días. Como para inscribirse en el padrón electoral había que declarar ante las autoridades la intención de voto, los comunistas registrados en los libros de votaciones son capturados en la ciudad de San Salvador y llevados a las márgenes del río Acelhuate, donde son fusilados y enterrados en fosas comunes.
El viernes 5 de febrero, el principal diario de El Salvador publicaba en tapa con asqueroso cinismo: "Los cadáveres sepultados a escasa profundidad son un peligro para la salud. Los cuervos, cerdos y gallinas los desentierran para luego devorarlos. Actualmente en el departamento de Sonsonate y en muchos lugares de Ahuachapán y algunos de Santa Ana la carne de cerdo ha llegado a desmerecerse de tal manera, que casi no tiene valor. Por el mismo camino va la de res y las aves de corral. Todo se debe a que los cerdos comen en grandes cantidades la carne de los cadáveres que en los montes han quedado. La gente, por intimación, se está negando también a comer la carne de res y aves de corral. Desde luego, ellos tienen razón; pero en cambio, esta industria está sufriendo fuertes golpes". Los cadáveres de niños, mujeres y hombres indígenas y mestizos solo eran noticia porque se veía afectado el negocio de la carne… pero este cinismo soberbio era solo posible ahora que la insurrección estaba aplastada. La prensa burguesa volvía a sus sucios negocios y su rastrero e inmoral oportunismo, pero apenas unos días antes eran presa del pánico y la histeria, pidiendo la intervención extranjera y acusando a los insurrectos de atroces barbaridades, pero como bien observa Engels, el burgués “se limita a imputar todas las atrocidades que él no deja de cometer nunca cuando vence”.
El 11 de julio de 1932, la burguesía salvadoreña se perdonaría así mismo por las masacres cometidas. El parlamento salvadoreño emitió el decreto 121 en cuyo artículo Nro. 2 dice: “se concede amplia e incondicional amnistía a favor de los funcionarios, autoridades, empleados, agentes de la autoridad, y cualquiera otra persona civil o militar, que de alguna manera aparezcan ser responsables de infracciones a las leyes, que puedan conceptuarse como delitos de cualquier naturaleza, al proceder en todo el país al restablecimiento del orden, represión, persecución, castigo y captura de los sindicados en el delito de rebelión del presente año”
Un manto de olvido caería luego sobre estos hechos. Pero el pueblo salvadoreño rescataría los nombres de Farabundo Martí y Feliciano Ama para identificar su lucha décadas después, como los comunistas latinoamericanos debemos hacerlo, ratificando una vez más el camino de partido, insurrección y socialismo.