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    Artículo del blog România prin perdea: El golpe del 23 de agosto y el Partido Comunista de Rumania

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    Mensaje por NG Dom Abr 07, 2013 12:38 pm

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    El golpe del 23 de agosto y el Partido Comunista de Rumania

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    El rey Mihai I anunciando el cese de Ion Antonescu como Primer Ministro y el paso de Rumania al bando aliado en la II Guerra Mundial.

    El golpe de Estado del 23 de agosto de 1944 fue el punto de inicio del cambio radical acaecido en Rumania desde el final de la II Guerra Mundial hasta el comienzo de la Guerra Fría, en que el país pasó rápidamente de aliado del fascismo a ser una república popular tras el Telón de Acero. Pese a que en esencia fue una palaciega toma del poder dirigida por el rey Mihai I, que apartó de sus funciones de Primer Ministro al Mariscal Ion Antonescu e impuso un cambio de alianzas en la guerra mundial, el desarrollo de los acontecimientos lo convirtió en fecha clave de la simbología comunista, hasta el punto que el 23 de agosto fue el Día Nacional de la Rumania socialista hasta 1989, como Día de la Liberación del Yugo Fascista. El objetivo de esta entrada es explicar sucintamente, en el contexto del golpe del 23 de agosto, el papel del Partido Comunista de Rumania -como se verá en futuras entradas, el partido cambió de nombre en diversas ocasiones- y su rápido paso a una posición hegemónica en el panorama político rumano de la época. Estos acontecimientos no pueden separarse de la dinámica general de la II Guerra Mundial en el Frente Oriental, y están íntimamente ligados a la retirada progresiva de los ocupantes nazis en los Balcanes Orientales. De hecho, el golpe del 23 de agosto tuvo una réplica casi exacta el 9 de septiembre en Bulgaria.

    En los tiempos anteriores al golpe de Estado, el PCdR estaba instalado no sólo en una cruel clandestinidad, iniciada en 1924 merced a la Ley Mârzescu y exacerbada por la naturaleza fascista del régimen de Antonescu, sino también en una intestina guerra interfaccional ante la cual Moscú ejercía de espectador buscadamente indiferente. Más allá del hecho que el partido se había convertido en una minúscula fracción entre la perseguida oposición a Antonescu –un millar de militantes, apenas ochenta en Bucarest-, la dirección del PCdR estaba dividida en tres centros que pugnaban por la hegemonía dentro del partido. El primero de esos centros de poder era el que poseía el control del aparato del partido: la facción clandestina interior. Poseía la mayoría en el Comité Central y tenía a Ştefan Foriş como Secretario General del partido desde 1940. Foriş se había rodeado de un círculo de activistas entre los que destacaban Remus Kofler, el fundador del partido Constantin Pârvulescu, el abogado Ion-Gheorghe Maurer y, a excepción de su breve encarcelamiento entre 1940 y 1941, el intelectual y ex-diputado Lucreţiu Pătrăşcanu. El antiguo agente de la NKVD Emil Bodnăraş formaba también parte de su cohorte, pero hay que reseñar que ninguno de los anteriormente citados, con excepción de Kofler, acabaría siendo leal a Foriş en el momento de la verdad. El segundo actor en escena era la facción formada por el grupo de comunistas que languidecía en los presidios y campos de concentración del régimen. Era probablemente la más numerosa y estaba dirigida por Gheorghe Gheorghiu-Dej, preso desde 1933 a resultas de la famosa huelga ferroviaria de los talleres Griviţa. Teohari Georgescu era uno de sus principales lugartenientes, con unos jóvenes Gheorghe Apostol y Nicolae Ceauşescu, que cumplía condena desde 1940, acercándose al núcleo dirigente. Por último existía la exigua facción moscovita, que contrarrestaba su menor peso numérico con la ventaja de encontrarse exiliada en Moscú y tener acceso directo a Stalin y a los órganos de la Komintern y del Departamento Internacional del PCUS. Ana Pauker y Vasile Luca eran sus principales nombres, orbitando a su alrededor Leonte Răutu, Iosif Chişinevschi y Valter Roman, entre otros. Pauker había conseguido erigirse como líder de la facción, y sus apasionados discursos radiofónicos le habían granjeado el nombre de Pasionaria de los Balcanes.

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    De izquierda a derecha: Vasile Luca, Constantin Pârvulescu, Lucreţiu Pătrăşcanu, Ana Pauker y Teohari Georgescu, en la Conferencia Nacional del PCdR de octubre de 1945. Foto extraída de "Fototeca online a comunismului românesc", Cota: 2/1945

    La posición de Foriş era altamente vulnerable desde finales de 1942. Al parecer, tal y como estaba sucediendo con otros partidos comunistas, las líneas de comunicación con Moscú fueron cortadas unilateralmente por Stalin. En la lógica estalinista en la que habitaba la élite comunista rumana esto producía confusión e incertidumbre. Era el preludio de un cambio de jefatura en el partido, y ello solo podía ocurrir con el padrinazgo de Stalin. Foriş, de ascendente húngaro, no era el hombre adecuado para el futuro del partido en Rumania. Se creó un triunvirato clandestino anti Foriş formado por Pârvulescu, Bodnăraş y Iosif Rangheţ, que inició contactos con la facción de las prisiones para derrocar al Secretario General. Gheorghiu-Dej llevaba tiempo acusando a Foriş y a Kofler de pasividad y actitud capitulacionista, al no haber querido organizar grupos de partisanos que lucharan contra el nazismo en tierra rumana, por lo que la defenestración de Foriş era a sus ojos necesaria. La conspiración recibió el beneplácito de Moscú, y Ştefan Foriş fue detenido por sus propios camaradas en abril de 1944, y confinado en la misma casa que después serviría de temporal presidio para el Mariscal Antonescu. Para el Partido Comunista de Rumania, pues, el golpe de Estado de agosto venía precedido por un golpe interno en su propio liderazgo. El resultado fue que la Secretaría General del partido pasó a ser compartida de forma colegiada entre Pârvulescu, Bodnăraş y Rangheţ. Bodnăraş, tal y como había querido Dej, comenzó a organizar grupos paramilitares de partisanos que saboteaban líneas férreas y convoyes militares en la línea Iaşi-Chişinău. Ante los hechos, y conocedora del beneplácito de Stalin, la facción moscovita también se sumó al nuevo orden partidario y comenzó a prepararse para su regreso a Rumania a medida que las tropas soviéticas se acercaban a la frontera.

    Políticamente, Antonescu se encontraba en una posición extremadamente débil. La derrota del nazismo en el Frente Oriental era solamente cuestión de tiempo, y la entrada del Ejército Rojo en Rumania podía suponer una debacle de proporciones inauditas para su régimen, responsable de centenares de miles de asesinatos entre las comunidades judías y gitanas de Rumania y Moldavia. El rey Mihai I era plenamente consciente de ello. Llegado al trono el 6 de septiembre de 1940 tras la abdicación forzada por Hitler de su padre Carol II, Mihai había aceptado con pasividad cómplice la breve pero violenta instauración del Estado Nacional-Legionario comandado por la Guardia de Hierro entre septiembre de 1940 y enero de 1941, y la subsiguiente toma del poder absoluto por parte de Antonescu con la connivencia del III Reich. Pero, pese a sus apenas veintidós años de edad y su habitual indiferencia por los asuntos políticos, el rey decidió actuar a espaldas de Antonescu y apadrinar una alianza entre el ejército y las fuerzas políticas de oposición para derrocar a Antonescu y llevar a Rumania al bando aliado antes de que fuera demasiado tarde. Iuliu Maniu, líder del Partido Nacional Campesino –Partidul Naţional Ţărănesc, PNŢ- fue el encargado de iniciar conversaciones con la Unión Soviética sobre un eventual golpe de Estado previo a la entrada del Ejército Rojo en el país, algo que Stalin aceptó a condición de que el PCdR estuviera presente en el futuro gobierno post-Antonescu. De este modo Lucreţiu Pătrăşcanu, respetado entre los partidos derechistas por su talla de intelectual y sus modales burgueses, se unió como representante del PCdR a las negociaciones con el PNŢ, el Partido Nacional Liberal y el Partido Socialdémocrata. El general Constantin Sănătescu, por su parte, se convirtió en el mejor aliado del rey entre las fuerzas armadas. El plan consistía en que el rey se reuniera con Antonescu el 26 de agosto y le plantease un ultimátum para que Rumania se retirara de la guerra y firmara un armisticio con la URSS. En caso de que el Primer Ministro se negara, sería detenido por las fuerzas de Sănătescu. El avance del Ejército Rojo motivó que la reunión se adelantara al día 23. Ello determinó que el único representante de los partidos de oposición que llegó a tiempo al Palacio Real fuera Pătrăşcanu, quien acudió a la cita acompañado de Bodnăraş y de algunos militantes armados que superaban en número a los soldados de Sănătescu. Antonescu aludió a la “palabra de oficial” dada a Hitler para negarse a la capitulación, por lo que fue cesado y arrestado. En la confusión, Antonescu fue aprehendido por las fuerzas de Bodnăraş y llevado a una casa segura del PCdR, hasta que fue entregado a las autoridades soviéticas el 31 de agosto. Mihai I encomendó a Sănătescu la formación de un nuevo gobierno con todas las fuerzas de oposición, mientras el ejército aceptaba la situación y mantenía su lealtad al rey. La reacción de Alemania, en cambio, no fue tan dócil. Desde el aeropuerto de Otopeni despegaron algunos aviones militares de la Luftwaffe, que bombardearon Bucarest obligando al rey a esconderse repentinamente en su palacio de Dobriţa. En cualquier caso los alemanes ya se estaban preparando para abandonar el país: los soviéticos habían cruzado la frontera y el 31 de agosto entraban triunfantes en Bucarest.

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    Miembros de la División Tudor Vladimirescu del Ejército Rojo, formada con voluntarios rumanos unos meses antes, entrando en Bucarest el 31 de agosto de 1944. Foto extraída de "Fototeca online a comunismului românesc", Cota: 71/1944

    Para los diferentes centros de poder que compartían en inestable alianza el liderazgo del PCdR, la entrada de las tropas soviéticas significaba el pistoletazo de salida en la carrera para alcanzar la hegemonía. En el desorden provocado por el golpe del 23 de agosto, los líderes de la facción presidiaria habían conseguido escaparse de los campos de Târgu-Jiu y Caransebeş. Gheorghiu-Dej, tras dejar a sus espaldas once años de encarcelamiento, estaba decidido a reclamar para sí la tan ansiada silla de Secretario General, rodeado de jóvenes militantes ávidos de recompensas por su sacrificio carcelario. Por su parte, la troika formada por Pârvulescu, Bodnăraş y Rangheţ sabía que ocupaba una posición provisional, escasa en legitimidad, y estaba dispuesta a buscar nuevas alianzas. A lomos de los T-34 que atravesaban las praderas moldavas, Pauker y su facción moscovita trataban de alcanzar Bucarest cuanto antes, seguros de representar a los ojos de Stalin el futuro liderazgo del PCdR. La solución impuesta por éste, no por lógica dejó satisfechas a las diferentes facciones. Stalin deseaba un liderazgo comunista unido, que no obstaculizara el reforzamiento del partido, en tanto que herramienta de los intereses de la URSS en Rumania. De ese modo el PCdR siguió estando dirigido de forma colegiada, y las luchas de poder fueron pospuestas para el futuro. Gheorghiu-Dej, el único líder faccional con ascendente puramente rumano, fue elevado a la Secretaría General del partido en octubre de 1945, sustituyendo a la troika Pârvulescu-Bodnăraş-Rangheţ, cuyos miembros mantendrían posiciones de gran influencia. Ana Pauker y Vasile Luca también fueron integrados en el nuevo Secretariado del partido, que trataba de ser representativo de todas las facciones mientras se priorizaba el crecimiento numérico del PCdR y el reforzamiento de su influencia en el gobierno rumano.

    El gobierno de Sănătescu declaró pronto la guerra a la Alemania nazi, por lo que las tropas rumanas, que habían luchado mano a mano con la Wehrmacht en lugares tan emblemáticos como Stalingrado, pasaron a engrosar las fuerzas soviéticas, liberando primero Transilvania Norte –que Hitler había ordenado ceder a Hungría-, entrando en Budapest en febrero de 1945 y prosiguiendo su avance hacia Checoslovaquia. En este primer gabinete post-Antonescu, Pătrăşcanu se convirtió en ministro de Estado, pero el 4 de noviembre de 1944, bajo presiones del nuevo embajador soviético en Bucarest -el antiguo fiscal de los juicios de Moscú Andrey Vyshinskiy-, Sănătescu elevó a Pătrăşcanu a ministro de Justicia, mientras Dej se convertía en ministro de Transportes y Comunicaciones, y Teohari Georgescu accedía a la Subsecretaría de Estado del Ministerio del Interior. A medida que el frente de guerra se alejaba de Rumania, las presiones soviéticas para que aumentara la influencia del PCdR en el gobierno se intensificaron notablemente. Un mes después de la remodelación ministerial Sănătescu se veía forzado a dimitir, siendo sustituido por Nicolae Rădescu, Jefe del Alto Estado Mayor del Ejército, y menos aprensivo en inicio a los intereses soviéticos. El 6 de marzo de 1945, no obstante, ante la presión múltiple proveniente tanto de Vyshinskiy como de Ivan Z. Susaikov, el comandante militar de las tropas soviéticas en Rumania, y las continuas manifestaciones callejeras organizadas por un reforzado PCdR –que había superado los 40.000 militantes- Rădescu también dimitió y dejó su puesto a Petru Groza, líder del Frente de Labradores, el aliado más cercano de los comunistas. Pătrăşcanu y Dej mantuvieron sus carteras, mientras Georgescu accedía a la cartera clave de Interior y Petre Constantinescu-Iaşi se hacía cargo del nuevo Ministerio de Propaganda. Varias Subsecretarías de Estado pasaban también a ser comandadas por miembros del partido, mientras Bodnăraş asumía el control del Servicio Especial de Información, dependiente del jefe de Gobierno. Con el gabinete Groza se completaba una primera fase histórica que se había iniciado el 23 de agosto de 1944. Daba comienzo una nueva y decisiva etapa en la escalonada toma del poder por parte de los comunistas rumanos.

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    Primera reunión del gobierno Groza. De izquierda a derecha: Gheorghe Gheorghiu-Dej, Petru Groza y Lucreţiu Pătrăşcanu. Foto extraída de "Fototeca online a comunismului românesc", Cota: 89/1945

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