Análisis de las situaciones. Relaciones de fuerzas
Antonio Gramsci (1932-1934)
tomado el blog Pañuelos en rebeldía en abril de 2013
se publica en dos mensajes en el Foro
El estudio de cómo hay que analizar las “situaciones” o sea, cómo hay que establecer los diversos grados de relaciones de fuerzas, puede prestarse a una exposición elemental de ciencia y arte políticos, entendida como un conjunto de cánones prácticos de investigación y de observaciones particulares útiles para despertar el interés por la realidad de hecho, y para suscitar intuiciones política más rigurosas y vigorosas. Al mismo tiempo hay que exponer lo que se debe entender en política por estrategia y por táctica, por “plan” estratégico, por propaganda y por agitación, por orgánica, o ciencia de la organización y de la administración en política.
Los elementos de observación empírica que comúnmente se exponen en confusión en los tratados de ciencia política (se puede tomar como ejemplar la obra de G. Mosca, Elementi di scienza política), tendrían que situarse, en la medida en que no sean cuestiones abstractas o en el aire, en los varios grados de relaciones de fuerzas, empezando por las relaciones de fuerzas internacionales (en esta sección habría que colocar las notas escritas acerca de lo que es una gran potencia, las agrupaciones de estados en sistemas hegemónicos y, por tanto, acerca del concepto de independencia y de soberanía por lo que hace a las potencias pequeñas y medias), para pasar a las relaciones objetivas sociales, o sea, al grado de desarrollo de las fuerzas productivas, a las relaciones de fuerza política y de partido (sistemas hegemónicos en el interior de los estados) y a las relaciones políticas inmediatadas (es decir, potencialmente militares).
Las relaciones internacionales, ¿son (lógicamente) anteriores o posteriores a las relaciones sociales fundamentales? Posteriores, sin duda. Toda innovación orgánica en la estructura modifica orgánicamente las relaciones absolutas y relativas en el campo internacional, a través de sus experiones técnico-militarse. También la posición geográfica de un estado nacional es posterior y no anterior (lógicamente) a las innovaciones estructurales, aunque reaccione sobre ellas en cierta medida (precisamente en la medida en la cual las sobrestructuras reaccionan sobre la estructura, la política sobre la economía, etc.). Por otra parte, las relaciones internacionales reaccionan pasiva y activamente sobre las relaciones políticas (de hegemonía de los partidos). Cuanto más subordinada está la vida económica inmediata de una nación a las relaciones internacionales, tanto más representa un partido esa situación y la aprovecha para impedir la llegada de los partidos adversarios al poder (recuérdese el famoso discurso de Nitti sobre la revolución italiana técnicamente imposible). Desde esa serie de hechos se puede llegar a la conclusión de que a menudo el llamado “partido del extranjero” no es precisamente el que se indica como tal, sino el partido más nacionalista, el cual, en realidad, más que representar las fuerzas vitales del país, representa la subordinación y sometimiento económico a las naciones o a un grupo de naciones hegemónicas. (Una alusión a este elemento internacional “represivo” de las energías internas se encuentra en los artículos publicados por G. Volpe en el Corriere della Sera del 22 y el 23 de marzo de 1932).
El problema de las relaciones entre la estructura y las superestructuras es el que hay que plantear y resolver exactamente para llegar a un análisis acertado de las fuerzas que operan en la historia de un cierto período, y para determinar su correlación. Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el que ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes, o no estén, al menos, en vías de aparición o desarrollo; 2) el de que ninguna sociedad se disuelve ni puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones (controlar la exacta enunciación de estos principios).
(Una formación social no perece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas para las cuales es aún suficiente y nuevas y más altas relaciones de producción hayan ocupado su lugar, ni antes de que las condiciones materiales de existencia de estas últimas hayan germinado en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad se plantea siempre y sólo las tareas que puede resolver; si se observan las cosas atentamente, se hallará siempre que la tarea misma no surge sino donde las condiciones materiales de su solución existen ya o se encuentran al menos en proceso de formación).” (Marx, Introducción a la Crítica de la economía política).
De la reflexión sobre esos dos cánones se puede llegar al desarrollo de toda una serie de otros principios de metodología histórica. Por de pronto, en el estudio de una estructura hay que distinguir entre los movimientos orgánicos (relativamente permanentes) y los movimientos que pueden llamarse “de coyuntura” (y que se presentan como ocasionales, inmediatos, casi accidentales). Los fenómenos de coyuntura dependen también, por supuesto, de movimientos orgánicos, pero su significación no tiene gran alcance histórico; producen una crítica política minuta, al día, que afecta a pequeños grupos dirigentes y a las personalidades inmediatamente responsables del poder. Los fenómenos orgánicos producen una crítica histórico-social que afecta a las grandes agrupaciones, más allá de las personas inmediatamente responsables y más allá del personal dirigente. Al estudiar un período histórico se presenta la gran importancia de esta distinción. Se tiene, por ejemplo, una crisis que a veces se prolonga durante decenios. Esa excepcional duración significa que se han revelado en la estructura contradicciones insanables (las cuales han llegado a madurar), y que las fuerzas políticas que actúan positivamente para la preservación y la defensa de la estructura misma se esfuerzan por sanarlas y superarlas dentro de ciertos límites.
Esos esfuerzos interesantes y perseverantes (puesto que ninguna forma social confesará nunca que está superada) constituyen el terreno de lo “ocasional”, en el cual se organizan las fuerzas antagónicas, que tienden a demostrar (demostración que, en último análisis, sólo se consigue y es “verdadera” si se convierte en nueva realidad, si las fuerzas antagónicas triunfan, pero que en lo inmediato se desarrolla a través de una serie de polémicas ideológicas, religiosas, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., cuya concreción puede estimarse por la medida en la que se consiguen ser convincentes y alteran la disposición preexistente de las fuerzas sociales) que existen ya las condiciones necesarias y suficientes para que puedan, y por tanto deban, resolver históricamente determinados problemas (“deban”, porque todo incumplimiento del deber histórico aumenta el desorden existente, y prepara catástrofes más graves).
El error en que a menudo se cae en los análisis histórico-políticos consiste en no saber hallar una relación justa entre lo que es orgánico y lo que es ocasional: así se llega a exponer como inmediatamente activas, causas que son, en cambio, mediatamente, o a afirmar que las causas inmediatas son las causas eficientes ùnicas; en el primer caso se tiene el exceso de “economismo” o de doctrinarismo pedante; en otro, el exceso de “ideologismo”; en un caso se sobrestiman las causas mecánicas, en el otro se exalta el elemento individualista e individual. La distinción entre “movimientos” y hechos orgánicos y movimientos y hechos “coyunturales” u ocasionales tiene que aplicarse a todos los tipos de situación, no sólo a aquellos en los cuales ocurre un desarrollo regresivo o de crisis aguda, sino también a aquellos otros en los cuales ocurre un desarrollo progresivo y de prosperidad, así como de estancamiento de las fuerzas productivas.
Difícilmente se establecerá de un modo exacto el nexo dialéctico entre los dos órdenes de movimiento y, por tanto, de investigación; y si el error es ya grave en la historiografía, lo será aun más en el arte político, cuando no se trata de reconstruir la historia pasada, sino de construir la presente y la futura; los propios deseos y las propias pasiones inferiores son la causa del error, porque sustituyen el análisis objetivo e imparcial, y eso ocurre no como “medio” consciente para estimular la acción, sino como autoengaño. También en este caso muerde la víbora al charlatán; es decir, el demagogo es la primera víctima de su demagogia.
(El no haber considerado el momento inmediato de las “relaciones” de fuerza está relacionado con los residuos de la concepción liberal vulgar, de la cual es una manifestación el sindicalismo que creía ser más adelantado mientras estaba dando un paso atrás. La concepción liberal vulgar, en efecto, al dar importancia a la relación de las fuerzas políticas organizadas en las varias formas de partidos (lectores de periódicos, elecciones parlamentarias y locales, organizaciones de masa de los partidos y de los sindicatos en sentido estricto), estaba más adelantada que el sindicalismo, el cual concedía importancia primordial a la relación fundamental económico-social y sólo a ella. La concepción liberal vulgar tenía en cuenta implícitamente también esa relación (como se manifiesta en tantos indicios), pero insistía más en la relación de las fuerzas políticas, que era expresión de la otra, y en realidad la contenía. Estos residuos de la concepción liberal vulgar se pueden identificar en toda una serie de estudios que se consideran dependientes de la filosofía de la praxis y han producido formas infantiles de optimismo y de estupidez.)
Estos criterios metodológicos pueden cobrar visible y didácticamente toda su significación, cuando se aplican al examen de hechos históricos concretos. Podría hacerse útilmente el examen de acontecimientos ocurridos en Francia entre 1789 y 1870. Me parece que, para mayor claridad de la exposición, es necesario abarcar todo ese período. Pues, efectivamente, sólo en 1870-1871, con el intento de la Comuna, se agotan históricamente todos los gérmenes nacidos en 1789, o sea, no sólo que la nueva clase que lucha por el poder derrota a los representantes de la vieja sociedad que no quiere confesarse decididamente superada, sino que además derrota a los grupos novísimos que consideran ya superada la nueva estructura nacida de la transformación iniciada en 1789, y así prueba que es vital frente a lo viejo y frente a lo novísimo. Además, en 1870-1871 pierde eficacia el conjunto de principios de estrategia y táctica política nacidos prácticamente en 1789 y desarrollados ideológicamente en torno al 1848 (los que se resumen en la fórmula de la “revolución permanente”; sería interesante estudiar qué parte de esa fórmula pasó a la estrategia de Mazzini –por ejemplo, por lo que hace a la insurrección de Milán de 1853-, y si ello ocurrió conscientemente o no). Un elemento que muestra el acierto de este punto de vista es el hecho de que los historiadores no están nada concordes ( y es imposible que lo estén), al fijar los límites del grupo de acontecimientos que constituye la revolución francesa. Para algunos (Salvemini, por ejemplo), la revolución se consuma en Valmy: Francia ha creado el nuevo estado y ha sabido organizar la fuerza político militar que afirma y defiende la soberanía territoral del mismo. Para otros, la revolución continúa hasta Termidor, y hasta hablan de varias revoluciones (el 10 de agosto sería una revolución independiente, etc.) (cf. La Révolution francaise, de A. Mathiez, en la colección de A. Colin). El modo de interpretar Terminador y la obra de Napoleón ofrece las contradicciones más ásperas: ¿se trata de revolución o de contrarrevolución? Para otros, la historia de la revolución continúa hasta 1830, 1848, 1870, e incluso hasta la guerra mundial de 1914. Hay una parte de verdad en cada uno de esos modos de ver las cosas. Realmente las contradicciones internas de las estructura social francesa que se desarrollan a partir de 1789 no encuentran una composición relativa hasta la tercera república, y entonces Francia tiene sesenta años de vida política más larga: 1789, 1794, 1799, 1804, 1815, 1830, 1848, 1870. Precisamente el estudio de esas “ondas” de diversa oscilación permite reconstruir las relaciones entre la estructura y las superestructura, por una parte, y por otra, entre el desarrollo del movimiento orgánico y el movimiento coyuntural de la estructura. Puede decirse, por de pronto, que la mediación dialéctica entre los dos principios metodológicos enunciados al comienzo de este apunte se puede descubrir en la fórmula política-histórica de la revolución permanente.
La cuestión que suele llamarse de las relaciones de fuerza, es un aspecto del mismo problema. A menudo se lee, en las narraciones históricas, la expresión genérica “relaciones de fuerza favorables, desfavorables, o tal o cual tendencia”. Así, abstractamente, esta formulación no explica nada, o casi nada, porque se limita a repetir el hecho que hay que explicar, presentándolo una vez como hecho y otra como ley abstracta y como explicación. El error teórico consiste, pues, en dar un canon de investigación y de interpretación como si él fuera la “causa histórica”.
En la “relación de fuerzas” hay que distinguir, por de pronto varios momentos o grados, que son fundamentalmente éstos:
1) Una relación de fuerzas sociales estrechamente ligada a las estructura, objetiva, independiente de la voluntad de los hombres, y que puede medirse con los sistemas de las ciencias exactas o físicas. Sobre la base del desarrollo de las fuerzas materiales de producción se tienen las agrupaciones sociales, cada una de las cuales representa una función y ocupa un aposición dada en la producción misma. Esta relación es, y nada más: es una realidad rebelde; nadie puede modificar el número de las empresas o de sus empleados, el número de las ciudades con la correspondiente población urbana, etc. Esta división estratégica fundamental permite estudiar su en la sociedad existen las condiciones necesarias y suficientes para una transformación, es decir, permite controlar el grado de realismo y de operatividad de las diversas ideologías nacidas en su mismo terreno, en el terreno de las contradicciones que la división ha engendrado durante su desarrollo.
Antonio Gramsci (1932-1934)
tomado el blog Pañuelos en rebeldía en abril de 2013
se publica en dos mensajes en el Foro
El estudio de cómo hay que analizar las “situaciones” o sea, cómo hay que establecer los diversos grados de relaciones de fuerzas, puede prestarse a una exposición elemental de ciencia y arte políticos, entendida como un conjunto de cánones prácticos de investigación y de observaciones particulares útiles para despertar el interés por la realidad de hecho, y para suscitar intuiciones política más rigurosas y vigorosas. Al mismo tiempo hay que exponer lo que se debe entender en política por estrategia y por táctica, por “plan” estratégico, por propaganda y por agitación, por orgánica, o ciencia de la organización y de la administración en política.
Los elementos de observación empírica que comúnmente se exponen en confusión en los tratados de ciencia política (se puede tomar como ejemplar la obra de G. Mosca, Elementi di scienza política), tendrían que situarse, en la medida en que no sean cuestiones abstractas o en el aire, en los varios grados de relaciones de fuerzas, empezando por las relaciones de fuerzas internacionales (en esta sección habría que colocar las notas escritas acerca de lo que es una gran potencia, las agrupaciones de estados en sistemas hegemónicos y, por tanto, acerca del concepto de independencia y de soberanía por lo que hace a las potencias pequeñas y medias), para pasar a las relaciones objetivas sociales, o sea, al grado de desarrollo de las fuerzas productivas, a las relaciones de fuerza política y de partido (sistemas hegemónicos en el interior de los estados) y a las relaciones políticas inmediatadas (es decir, potencialmente militares).
Las relaciones internacionales, ¿son (lógicamente) anteriores o posteriores a las relaciones sociales fundamentales? Posteriores, sin duda. Toda innovación orgánica en la estructura modifica orgánicamente las relaciones absolutas y relativas en el campo internacional, a través de sus experiones técnico-militarse. También la posición geográfica de un estado nacional es posterior y no anterior (lógicamente) a las innovaciones estructurales, aunque reaccione sobre ellas en cierta medida (precisamente en la medida en la cual las sobrestructuras reaccionan sobre la estructura, la política sobre la economía, etc.). Por otra parte, las relaciones internacionales reaccionan pasiva y activamente sobre las relaciones políticas (de hegemonía de los partidos). Cuanto más subordinada está la vida económica inmediata de una nación a las relaciones internacionales, tanto más representa un partido esa situación y la aprovecha para impedir la llegada de los partidos adversarios al poder (recuérdese el famoso discurso de Nitti sobre la revolución italiana técnicamente imposible). Desde esa serie de hechos se puede llegar a la conclusión de que a menudo el llamado “partido del extranjero” no es precisamente el que se indica como tal, sino el partido más nacionalista, el cual, en realidad, más que representar las fuerzas vitales del país, representa la subordinación y sometimiento económico a las naciones o a un grupo de naciones hegemónicas. (Una alusión a este elemento internacional “represivo” de las energías internas se encuentra en los artículos publicados por G. Volpe en el Corriere della Sera del 22 y el 23 de marzo de 1932).
El problema de las relaciones entre la estructura y las superestructuras es el que hay que plantear y resolver exactamente para llegar a un análisis acertado de las fuerzas que operan en la historia de un cierto período, y para determinar su correlación. Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el que ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes, o no estén, al menos, en vías de aparición o desarrollo; 2) el de que ninguna sociedad se disuelve ni puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones (controlar la exacta enunciación de estos principios).
(Una formación social no perece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas para las cuales es aún suficiente y nuevas y más altas relaciones de producción hayan ocupado su lugar, ni antes de que las condiciones materiales de existencia de estas últimas hayan germinado en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad se plantea siempre y sólo las tareas que puede resolver; si se observan las cosas atentamente, se hallará siempre que la tarea misma no surge sino donde las condiciones materiales de su solución existen ya o se encuentran al menos en proceso de formación).” (Marx, Introducción a la Crítica de la economía política).
De la reflexión sobre esos dos cánones se puede llegar al desarrollo de toda una serie de otros principios de metodología histórica. Por de pronto, en el estudio de una estructura hay que distinguir entre los movimientos orgánicos (relativamente permanentes) y los movimientos que pueden llamarse “de coyuntura” (y que se presentan como ocasionales, inmediatos, casi accidentales). Los fenómenos de coyuntura dependen también, por supuesto, de movimientos orgánicos, pero su significación no tiene gran alcance histórico; producen una crítica política minuta, al día, que afecta a pequeños grupos dirigentes y a las personalidades inmediatamente responsables del poder. Los fenómenos orgánicos producen una crítica histórico-social que afecta a las grandes agrupaciones, más allá de las personas inmediatamente responsables y más allá del personal dirigente. Al estudiar un período histórico se presenta la gran importancia de esta distinción. Se tiene, por ejemplo, una crisis que a veces se prolonga durante decenios. Esa excepcional duración significa que se han revelado en la estructura contradicciones insanables (las cuales han llegado a madurar), y que las fuerzas políticas que actúan positivamente para la preservación y la defensa de la estructura misma se esfuerzan por sanarlas y superarlas dentro de ciertos límites.
Esos esfuerzos interesantes y perseverantes (puesto que ninguna forma social confesará nunca que está superada) constituyen el terreno de lo “ocasional”, en el cual se organizan las fuerzas antagónicas, que tienden a demostrar (demostración que, en último análisis, sólo se consigue y es “verdadera” si se convierte en nueva realidad, si las fuerzas antagónicas triunfan, pero que en lo inmediato se desarrolla a través de una serie de polémicas ideológicas, religiosas, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., cuya concreción puede estimarse por la medida en la que se consiguen ser convincentes y alteran la disposición preexistente de las fuerzas sociales) que existen ya las condiciones necesarias y suficientes para que puedan, y por tanto deban, resolver históricamente determinados problemas (“deban”, porque todo incumplimiento del deber histórico aumenta el desorden existente, y prepara catástrofes más graves).
El error en que a menudo se cae en los análisis histórico-políticos consiste en no saber hallar una relación justa entre lo que es orgánico y lo que es ocasional: así se llega a exponer como inmediatamente activas, causas que son, en cambio, mediatamente, o a afirmar que las causas inmediatas son las causas eficientes ùnicas; en el primer caso se tiene el exceso de “economismo” o de doctrinarismo pedante; en otro, el exceso de “ideologismo”; en un caso se sobrestiman las causas mecánicas, en el otro se exalta el elemento individualista e individual. La distinción entre “movimientos” y hechos orgánicos y movimientos y hechos “coyunturales” u ocasionales tiene que aplicarse a todos los tipos de situación, no sólo a aquellos en los cuales ocurre un desarrollo regresivo o de crisis aguda, sino también a aquellos otros en los cuales ocurre un desarrollo progresivo y de prosperidad, así como de estancamiento de las fuerzas productivas.
Difícilmente se establecerá de un modo exacto el nexo dialéctico entre los dos órdenes de movimiento y, por tanto, de investigación; y si el error es ya grave en la historiografía, lo será aun más en el arte político, cuando no se trata de reconstruir la historia pasada, sino de construir la presente y la futura; los propios deseos y las propias pasiones inferiores son la causa del error, porque sustituyen el análisis objetivo e imparcial, y eso ocurre no como “medio” consciente para estimular la acción, sino como autoengaño. También en este caso muerde la víbora al charlatán; es decir, el demagogo es la primera víctima de su demagogia.
(El no haber considerado el momento inmediato de las “relaciones” de fuerza está relacionado con los residuos de la concepción liberal vulgar, de la cual es una manifestación el sindicalismo que creía ser más adelantado mientras estaba dando un paso atrás. La concepción liberal vulgar, en efecto, al dar importancia a la relación de las fuerzas políticas organizadas en las varias formas de partidos (lectores de periódicos, elecciones parlamentarias y locales, organizaciones de masa de los partidos y de los sindicatos en sentido estricto), estaba más adelantada que el sindicalismo, el cual concedía importancia primordial a la relación fundamental económico-social y sólo a ella. La concepción liberal vulgar tenía en cuenta implícitamente también esa relación (como se manifiesta en tantos indicios), pero insistía más en la relación de las fuerzas políticas, que era expresión de la otra, y en realidad la contenía. Estos residuos de la concepción liberal vulgar se pueden identificar en toda una serie de estudios que se consideran dependientes de la filosofía de la praxis y han producido formas infantiles de optimismo y de estupidez.)
Estos criterios metodológicos pueden cobrar visible y didácticamente toda su significación, cuando se aplican al examen de hechos históricos concretos. Podría hacerse útilmente el examen de acontecimientos ocurridos en Francia entre 1789 y 1870. Me parece que, para mayor claridad de la exposición, es necesario abarcar todo ese período. Pues, efectivamente, sólo en 1870-1871, con el intento de la Comuna, se agotan históricamente todos los gérmenes nacidos en 1789, o sea, no sólo que la nueva clase que lucha por el poder derrota a los representantes de la vieja sociedad que no quiere confesarse decididamente superada, sino que además derrota a los grupos novísimos que consideran ya superada la nueva estructura nacida de la transformación iniciada en 1789, y así prueba que es vital frente a lo viejo y frente a lo novísimo. Además, en 1870-1871 pierde eficacia el conjunto de principios de estrategia y táctica política nacidos prácticamente en 1789 y desarrollados ideológicamente en torno al 1848 (los que se resumen en la fórmula de la “revolución permanente”; sería interesante estudiar qué parte de esa fórmula pasó a la estrategia de Mazzini –por ejemplo, por lo que hace a la insurrección de Milán de 1853-, y si ello ocurrió conscientemente o no). Un elemento que muestra el acierto de este punto de vista es el hecho de que los historiadores no están nada concordes ( y es imposible que lo estén), al fijar los límites del grupo de acontecimientos que constituye la revolución francesa. Para algunos (Salvemini, por ejemplo), la revolución se consuma en Valmy: Francia ha creado el nuevo estado y ha sabido organizar la fuerza político militar que afirma y defiende la soberanía territoral del mismo. Para otros, la revolución continúa hasta Termidor, y hasta hablan de varias revoluciones (el 10 de agosto sería una revolución independiente, etc.) (cf. La Révolution francaise, de A. Mathiez, en la colección de A. Colin). El modo de interpretar Terminador y la obra de Napoleón ofrece las contradicciones más ásperas: ¿se trata de revolución o de contrarrevolución? Para otros, la historia de la revolución continúa hasta 1830, 1848, 1870, e incluso hasta la guerra mundial de 1914. Hay una parte de verdad en cada uno de esos modos de ver las cosas. Realmente las contradicciones internas de las estructura social francesa que se desarrollan a partir de 1789 no encuentran una composición relativa hasta la tercera república, y entonces Francia tiene sesenta años de vida política más larga: 1789, 1794, 1799, 1804, 1815, 1830, 1848, 1870. Precisamente el estudio de esas “ondas” de diversa oscilación permite reconstruir las relaciones entre la estructura y las superestructura, por una parte, y por otra, entre el desarrollo del movimiento orgánico y el movimiento coyuntural de la estructura. Puede decirse, por de pronto, que la mediación dialéctica entre los dos principios metodológicos enunciados al comienzo de este apunte se puede descubrir en la fórmula política-histórica de la revolución permanente.
La cuestión que suele llamarse de las relaciones de fuerza, es un aspecto del mismo problema. A menudo se lee, en las narraciones históricas, la expresión genérica “relaciones de fuerza favorables, desfavorables, o tal o cual tendencia”. Así, abstractamente, esta formulación no explica nada, o casi nada, porque se limita a repetir el hecho que hay que explicar, presentándolo una vez como hecho y otra como ley abstracta y como explicación. El error teórico consiste, pues, en dar un canon de investigación y de interpretación como si él fuera la “causa histórica”.
En la “relación de fuerzas” hay que distinguir, por de pronto varios momentos o grados, que son fundamentalmente éstos:
1) Una relación de fuerzas sociales estrechamente ligada a las estructura, objetiva, independiente de la voluntad de los hombres, y que puede medirse con los sistemas de las ciencias exactas o físicas. Sobre la base del desarrollo de las fuerzas materiales de producción se tienen las agrupaciones sociales, cada una de las cuales representa una función y ocupa un aposición dada en la producción misma. Esta relación es, y nada más: es una realidad rebelde; nadie puede modificar el número de las empresas o de sus empleados, el número de las ciudades con la correspondiente población urbana, etc. Esta división estratégica fundamental permite estudiar su en la sociedad existen las condiciones necesarias y suficientes para una transformación, es decir, permite controlar el grado de realismo y de operatividad de las diversas ideologías nacidas en su mismo terreno, en el terreno de las contradicciones que la división ha engendrado durante su desarrollo.
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