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    "Bloque histórico, intelectuales y partido en Antonio Gramsci" - texto de la venezolana Orietta Caponi

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    pedrocasca
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    Mensaje por pedrocasca Mar Mayo 07, 2013 1:26 pm

    Bloque histórico, intelectuales y partido en Antonio Gramsci

    texto de la venezolana Orietta Caponi (de la Universidad UBV)

    La cultura y los intelectuales

    En cada momento histórico, la clase dominante, que posee el poder económico a nivel estructural, asegura su primado a nivel superestructural gracias a la difusión de sus ideas y sus principios, asentando de este modo su hegemonía sobre el conjunto del bloque social. Gramsci desarrolla el concepto de bloque histórico como el complejo social, determinado por una situación histórica dada, constituido por la unidad orgánica entre la estructura, que es la base real de la sociedad, la cual incluye las fuerzas de producción y las relaciones sociales de producción, y la superestructura, es decir, el dominio ideológico cultural, constituido por las instituciones, sistemas de ideas, doctrinas y creencias de una sociedad. Ambos elementos se hallan en una relación de reciprocidad e interdependencia.

    El poder de las clases dominantes sobre todas las otras clases, en el sistema capitalista, no está dado simplemente a través del control de los aparatos represivos del Estado, sino que dicho poder está dado fundamentalmente por la “hegemonía” cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A través de ellos, las clases dominantes “educan” a los dominados, difundiendo una visión política, una cultura y un sistema de ideologías que impiden que los intereses contrapuestos exploten, creando una falsa ilusión de consenso.

    Según la teoría gramsciana, un grupo establece su hegemonía (domina y dirige) en la sociedad no sólo con el ejercicio del poder económico y estatal sino también a través del control intelectual y moral sobre las instituciones educacionales, culturales, religiosas, comunicacionales y administrativas de la sociedad civil. Tener poder político hace que un grupo sea dominante, pero para ser dirigente es necesario también que posea el poder cultural, es decir, el poder social e ideológico. Por esta razón, una revolución no puede ser sólo la toma del aparato estatal y transformación de las condiciones económicas, sino que también necesariamente debe producir cambios culturales y morales.

    Como ya lo señalábamos, la clase dominante ejerce el poder no sólo a través de la coacción sino difundiendo, gracias a sus intelectuales, su visión del mundo, su filosofía, su moral y sus costumbres entre los grupos dominados que terminan, de manera conformista, aceptando el sentido común de sus dominadores. Gramsci afirma que toda revolución tiene que estar necesariamente acompañada por un movimiento cultural que implica la adquisición de nuevas ideas y la crítica a las condiciones existentes. Si los grupos que han sido históricamente dominados logran llegar al poder, es necesario que construyan una cultura alternativa liberadora que les permita gobernar a través del consenso legítimo, por lo tanto, toda revolución debe necesariamente ser un hecho cultural.

    La crisis de hegemonía se manifiesta cuando, aún manteniendo el poder, la clase social políticamente dominante ya no logra ser dirigente en cuanto no es capaz de resolver los problemas de toda la colectividad y de imponer a toda la sociedad su propia concepción del mundo. En esta situación de crisis, si una de las clases sociales subalternas logra presentar soluciones concretas a los problemas dejados irresueltos y logra posicionar su visión del mundo entre otros grupos sociales, se vuelve dirigente impulsando la creación de un nuevo bloque histórico.

    La hegemonía es, por lo tanto, el ejercicio del dominio político junto a las funciones de dirección intelectual y moral. El problema, según Gramsci, está en analizar cómo puede el proletariado o en general una clase subalterna, volverse clase hegemónica. Las clases —subproletariado, proletariado urbano, rural y también la pequeña burguesía cuando están en situación subalterna viven una ilusión de unidad, en cuanto pueden estar realmente unificadas sólo cuando logran dirigir el Estado, de otra forma su unión es continuamente despedazada por los grupos dominantes, a través de las instituciones educativas, religiosas y comunicacionales de la sociedad civil que difunden la cosmovisión de estos grupos.

    Gramsci advierte que debido a que el pueblo ha estado sometido diariamente a la ideología de la oligarquía, es imposible pensar que una nueva cultura, una nueva visión del mundo, surja de manera espontánea. Se necesita un arduo trabajo de organización y esto sólo es posible a través de una nueva relación entre intelectuales y pueblo. Al llegar al poder un nuevo grupo político debe crear sus propios intelectuales orgánicos, para no sólo ser dominante sino también dirigente, es decir hegemónico.

    Gramsci analiza en profundidad la función organizacional y conectiva que cumplen los intelectuales entre la base económica material y el sustrato ideológico, que son los elementos fundamentales de un determinado bloque histórico, en cuyo seno se desarrolla y establece la hegemonía del grupo dominante. Para Gramsci “Los intelectuales son los ‘empleados’ del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político.”[1]

    Cada grupo social tiene sus propios intelectuales orgánicos que son los que le dan unidad y conciencia de su función en el campo económico, social y político. En la batalla ideológica que los grupos subalternos deben librar para la instalación de un nuevo sentido común, de una nueva cultura nacional-popular, el papel principal es para aquellos cuadros (intelectuales orgánicos) capaces de surgir de lo profundo del pueblo y permanecer en contacto permanente con él.

    Los intelectuales orgánicos tienen la tarea de homogeneizar la concepción del mundo del grupo social al que están orgánicamente ligados, es decir, lograr la correspondencia entre la función social objetiva de esa clase, en una determinada situación histórica y su concepción del mundo, expurgando de ella toda ideología que deforma su conciencia y que más bien corresponde a otros grupos sociales. La función de los intelectuales orgánicos es precisamente preservar, frente al ataque de ideas e intereses de la clase dominante, la unidad ideológica del grupo social al cual están ligados.

    La oligarquía capitalista ha venido afirmando su hegemonía, es decir ha logrado la gobernabilidad por medio de sus intelectuales que han organizado y difundido sus valores en la sociedad civil, logrando el consenso aún de aquellos grupos cuyos intereses económicos, sociales y culturales no son compatibles con los intereses de la oligarquía.

    Los nuevos grupos sociales que tienen como meta la construcción de una sociedad socialista deben desarrollar su propio grupo de intelectuales orgánicos que permita la creación de un nuevo bloque intelectual-moral que haga políticamente posible el progreso intelectual de las bases y no sólo de pequeños grupos elitescos.

    Según Gramsci, el nuevo intelectual revolucionario debe emerger del pueblo y junto al pueblo elaborar la nueva concepción socialista como parte de la lucha concreta por superar el sistema capitalista. Los intelectuales orgánicos de la revolución deben sentir las pasiones y necesidades del pueblo y compartir sus aspiraciones. La falta de esta conexión “sentimental” entre intelectuales y pueblo llevaría al establecimiento de una nueva “casta” de intelectuales que tendría sólo una relación formal y burocrática con el pueblo.

    La tarea del intelectual revolucionario es ayudar al pueblo a liberarse de la cultura y de los valores impuestos por la oligarquía y tomar conciencia de su función en la sociedad y de su potencial revolucionario, ya que una “masa humana… no se independiza en su sentido más amplio, sin organizarse; y no hay organización sin intelectuales…” Precisamente por su función organizativa, los intelectuales deben ser miembros activos del Partido Revolucionario, que es el organismo que permite crear una nueva voluntad colectiva. El Partido es, según la teoría política gramsciana, el lugar fundamental para la formación de los intelectuales orgánicos revolucionarios y, por lo tanto, para la difusión de la nueva hegemonía, es decir, de la nueva cultura, de los nuevos valores, de la nueva ideología. El Partido es la institución fundamental que tienen los revolucionarios para lograr el control hegemónico de la sociedad civil.

    El establecimiento de esta “hegemonía civil” es esencial para el éxito y la sobrevivencia de la clase revolucionaria como nueva clase dirigente y, por tanto, la tarea del Partido es desarrollar y consolidar esta hegemonía, para que los diferentes grupos de la sociedad acepten la visión social, la política y los valores morales de la clase revolucionaria. En el proceso de conquista de la hegemonía, que es un proceso largo y lento, el papel de los intelectuales como miembros activos del Partido Revolucionario es prioritario, ya que la conquista y mantenimiento de la hegemonía civil es fundamentalmente un problema educacional. El éxito de este proceso educativo estará definido por la formación de una nueva voluntad colectiva nacional.

    En este momento en que los revolucionarios venezolanos estamos construyendo un nuevo partido unitario, es sumamente importante analizar la concepción gramsciana de partido como “Intelectual colectivo”, es decir, como educador. Para construir la nueva sociedad socialista, que es el establecimiento de la democracia efectiva basada en la justicia social, es indispensable que el partido que coadyuve a esta construcción sea un partido profundamente democrático.

    Según Gramsci, en el Partido la democracia debe ser concreta e incluyente, basada en un proceso de debates y discusiones que asegure la elevación continua del nivel intelectual, moral y político de sus miembros, sólo así la organización no se limitará a ser una estructura de distribución de poder y adquirirá su verdadera función educacional y emancipatoria. Esta idea está directamente ligada a la definición gramsciana de disciplina como relación permanente entre gobernantes y gobernados para el establecimiento de una voluntad colectiva. Según Gramsci, “Disciplina no puede ser aceptación pasiva y servil de órdenes… ejecución mecánica de un comando… sino… comprensión consciente y lúcida del fin a realizar”[2]

    Dentro de la concepción gramsciana, la disciplina es un elemento necesario del orden democrático que no va en contra de la personalidad ni de la libertad individual, siempre y cuando el origen de esta disciplina sea un liderazgo basado en el reconocimiento de la mayor habilidad, competencia y conocimientos de las personas que ejercen la autoridad. De esta forma la disciplina se transforma en disciplina consciente y responsable que es la única que puede generar libertad universal, es decir, expresión individual de la libertad colectiva. Al mismo tiempo, las personas que circunstancialmente ejercen la autoridad no deben cristalizarse en el cargo sino cumplir una amplia función educacional que permita preparar una constante generación de relevo. Para prevenir la burocratización es necesario un proceso educativo constante que promueva nuevos cuadros dirigentes. El Partido debe ser “parte” del pueblo no un elemento externo y su tarea es elevar el nivel ideológico y político del pueblo desde adentro.

    En el Partido Revolucionario debe existir una participación activa y directa de los miembros. Estos no deben obedecer mecánicamente órdenes de una cúpula, sino intervenir activamente en discusiones y aplicar estrategias y tácticas que comprenden perfectamente porque han participado en su formulación. De esta forma todos los miembros del Partido son realmente directivos y agentes y no ejecutores pasivos de órdenes.

    La administración del Partido debe ser flexible, democrática y desinteresada. Los diferentes niveles del Partido deben responder a razones funcionales, a división de labores y no a estáticos privilegios. Según Gramsci, la organización deber basarse en la aceptación de que “la relación entre maestro y alumno es activa y recíproca, por lo tanto, todo maestro es siempre un alumno y todo alumno un maestro” Como vemos, para Gramsci, la función histórica del Partido Revolucionario es precisamente desarrollar la nueva voluntad colectiva a través de una reforma intelectual y moral que determine el establecimiento de la nueva hegemonía en la sociedad civil y permita la creación de la nueva sociedad socialista.

    Los elementos de la teoría política de Antonio Gramsci aquí analizados nos parecen importantes para la consolidación de nuestro proceso bolivariano. Esta tarea tiene como arma fundamental la cultura y como soldados a los “intelectuales orgánicos”, es decir, aquellos cuadros que emergen del corazón mismo del pueblo para rescatar, recrear y construir un proyecto socialista nacional, basado en la visión independentista, liberadora y soberana de nuestro pueblo.
    NOTAS:

    [1] Gramsci, A., Los intelectuales y la organización de la cultura, Juan Pablos Editor, México, 1975

    [2] GRAMSCI, A., Passato e Presente, Editori Riuniti, Roma 1979, p. 82

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    Última edición por pedrocasca el Mar Mayo 07, 2013 2:43 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por pedrocasca Mar Mayo 07, 2013 1:28 pm

    Este artículo ha sido tomado en mayo de 2013 del blog Marx desde Cero, del que hay bastantes textos publicados en el Foro, que se localizan con facilidad gracias al uso del buen Buscador del Foro o con el conocido Google.

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