Reseña de un libro de Henri Alleg y comentario sobre este comunista argelino por parte del periodista mexicano Miguel Urbano Rodrigues. Publicado en 2005 por el Partido Comunista de México. Traducción de Pável Blanco Cabrera.
Conocí a Henri Alleg en 1986 durante un Congreso Internacional de Periodistas, en Sofía. Teníamos ambos rebasados los 60 años.
“Es muy raro –escuche de el recientemente en Serpa- que amistades tan fuertes como la nuestra se establezcan en edades avanzadas”. Recordé esas palabras al finalizar la lectura de Mémoire Algérienne su último libro (Henri Alleg, Mémoire Algérienne, 407 pags, Ed.Stock, Paris, Agosto de 2005).
Henri Alleg integra la galería de aquellos seres excepcionales que hicieron nacer en mí el sentimiento de amistad antes del primer intercambio de palabras. Eso aconteció cuando leí La Question, el más bello y terrible libelo contra la tortura, escrito en una prisión de Argelia hace casi medio siglo, después de resistir estoicamente a la barbarie de los paracaidistas de Massu.
Con excepción de la mirada y de la cabellera cobriza, nada en la apariencia de aquel hombre pequeño y de voz suave llama la atención. Hace recordar aquello que los italianos llaman el uomo qualunque. Imposible al verlo es poder imaginar su coraje espartano, la inteligencia fulgurante, la capacidad de soportar el sufrimiento hasta la ultima frontera y de enfrentar desafíos inesperados, la lucidez de la mundivivencia histórica, la firmeza ideológica, el talento del escritor, y la solidaridad con los explotados y oprimidos erigida en razón de existencia.
No hay revolucionarios perfectos. Más entre todos los que conocí personalmente a lo largo de una existencia que me llevo a correr por el mundo, Henri Alleg, es tal vez, en su modestia, aquel que más se aproxima a la imagen del comunista ideal, tal como lo concebí en la juventud a partir de clásicos de la literatura y del marxismo.
¿Por qué?
En primer lugar por el humanismo y la ausencia de contaminación. Lenin advirtió que la vida en cualquier sociedad es decisivamente marcada por la ideología de la clase dominante. Los que nos formamos en el mundo capitalista y luchamos por la destrucción del engranaje de sistema somos en mayor o menor grado condicionados por sus mecanismos, aunque no siempre esa realidad sube al nivel de la conciencia. En Henri Alleg identifico una inmunidad evidente al contagio en lo cotidiano por los virus que nos envuelven permanentemente. Me habitué a ver en el al revolucionario puro.
Al final del año pasado, cuando terminaba Mémoire Algérienne, me dijo por teléfono que no seria “un buen libro”.
Como siempre era sincero. Más, conocedor de la extraordinaria riqueza del tema, de su exigencia y de la modestia que lo acompaña no acredité.
El libro es una obra conmovedora, una lección de humanismo revolucionario. La vida de Henri, durante dos décadas, nos surge indisolublemente ligada a la historia de Argelia. De ahí el titulo.
En La guerre d’ Algérie, la obra monumental en tres tomos que concibió y dirigió, está ausente como personaje. Ahora, en un texto de memorias el evoca su participación en acontecimientos que emergen ya como capítulos de la historia de África, de Francia y de la humanidad.
El joven que en las vísperas de la segunda guerra mundial tuvo el primer contacto con Argelia y presintió en su amistad con un niño limpiabotas que descubría una realidad social mounstrosa y por tanto condenada a desaparecer no podía entonces imaginar que un gran ideal y la lucha por la libertad de un pueblo colonizado y humillado harían de el uno de los primeros franceses en ser torturado por el Ejército de su patria.
Fueron las exigencias de ese combate y la avidez de una autentica fraternidad lo que lo transformaron en periodista y en un comunista.
Que jornada la suya en tiempo de horrores en que dirigió Alger Republicain, el diario que en su breve existencia expresó el sentir y la esperanza de los oprimidos en la Argelia martirizada.
En colaboración con A. Benzine y B. Khalfa, compañeros de redacción y de ideal, Henri escribió muchos años después un libro maravilloso, La Grande Aventure d’Alger republicain. En esta época de perversión mediática, esa obra, hoy casi olvidada, debería ser estudiada en todas las facultades de periodismo. Es un documento conmovedor sobre el sueño utópico de un puñado de franceses y argelinos que creían en una Argelia de fraternidad entre todos los que en ella habían nacido, independientemente del origen racial o de la religión. El equipo de Alger republicain luchó por ese sueño con bravura y tenacidad hasta el fin. El compromiso con la verdad, sin miedos, ni concesiones, fue llevado tan lejos por el colectivo que no conozco precedente similar en la historia de la prensa mundial. De ahí la gran lección que la historia del pequeño- gigante diario argelino transmite a las sucesivas generaciones de periodistas.
La clandestinidad, seguida de la clausura del periódico, después la prisión, la tortura, y los años de cárcel, no abatieron el animo de Henri Alleg. Le reforzaron la combatividad y la fidelidad al ideal comunista. Un día un director de presidio le dijo que él nunca seria el mismo al recuperar la libertad. Enuncio una realidad. Más el portavoz de la represión no podía comprender que el sufrimiento y la solidaridad con los compañeros de las prisiones y campos de concentración argelinos habían transformado a Henri Alleg en un sentido opuesto al imaginado por sus carceleros. Los años en la prisión –como el subraya- “me hicieron mas atento y abierto a los otros, menos absoluto en mis juicios, aún más convicto de la necesidad de hacer tabula rasa de una sociedad de opresión y de desprecio para crear nuevas relaciones de fraternidad y de solidaridad entre los hombres y, con mayor firmeza que nunca, decidido a consagrar todas mis energías en esa esperanza”.
Fue atrás de las rejas que el director de Alger Republicain, burlando la vigilancia de los guardias, escribió La Question, la denuncia de la tortura que motivo la protesta solidaria de Jean Paul Sartre, Roger Martin du Gard y François Mauriac. La resonancia mundial del libro de Alleg contribuyo para apresurar el fin de la guerra de Argelia y coloco al autor en la galería de los mayores periodistas del siglo XX.
La simple noticia de la publicación del libro (luego confiscado) en Francia provoco desde luego en los presidios argelinos una explosión de alegría. Fue recibida como una victoria colectiva.
Por si mismas las páginas en que el militante revolucionario evoca la vida y la lucha en la prisión y su fuga del presidio de Rennes, en Francia, para donde fue transferido después de la campaña mundial por su liberación, constituyen un libro dentro del libro. Para que el lector se haga una idea del funcionamiento de los mecanismos represivos del Estado Francés en aquella época juzgo útil informar que L'Humanité y Liberación fueron confiscados cuando publicaron la carta dirigida por Alleg al Fiscal de la República, relatando las torturas a que fue sometido en el centro de terror de El Biar por los paracaidistas de la 10 División. Nada resulto además del interrogatorio instaurado. Ni uno solo de los torturadores fue castigado y algunos acumularon promociones y condecoraciones por servicios prestados a la Patria.
El objetivo del periodista secuestrado y torturado era otro. Pretendía y consiguió iluminar “el verdadero rostro de la guerra librada en Argelia y acusar públicamente a los verdugos y torturadores”.
En el capitulo dedicado a la evasión, que recuerda con pormenores emocionantes y el fino sentido del humor que le marca la personalidad, Henri Alleg coloca a los lectores frente a un cuadro de toques novelescos. Parecía imposible fugarse; más el lo consiguió, asombrando al director del presidio y a los guardias. La solidaridad del Partido Comunista Francés y la imaginación y dinamismo de su compañera, Gilberte, una revolucionaria de fibra, fueron decisivos para el éxito de un plan considerado al principio como inviable.
Los últimos capítulos de libro son ta lvez aquellos en que mejor se hace evidente la acumulación de cultura profunda de comunista que, por la senda del sufrimiento, amplió en la prisión su mundivivencia de revolucionario.
La Question, rápidamente editada en diez lenguas, catapultó a Henri Alleg para los pináculos de la fama. Fue recibido como un héroe en la URSS, en Checoslovaquia, en Cuba. Más el éxito fortaleció en l la modestia y el sentido de la responsabilidad.
Nuevos combates, muy diferentes del anterior, lo esperaban en el regreso a Argelia para retomar la publicación de Alger Republicain.
La nueva Argelia, que durante una lucha épica se anunciaba como revolucionaria y socialista comenzó después de la independencia a distanciarse del proyecto.
Henri acreditaba que el primer número seria recibido con tal cariño que seria imposible que poder alguno no tomara eso en cuenta al asumir públicamente la responsabilidad de una futura prohibición.
Pero tal esperanza no fue confirmada por la historia. El regreso del periódico fue saludado con entusiasmo por el pueblo y el se transformó en el primero y más querido diario del país. Por eso mismo su línea revolucionaria y humanista incomodó a personalidades prominentes en la estructura del poder que iba tomando forma, en un contexto de luchas fraticidas entre compañeros de la víspera.
En el editorial, al reaparecer, Alger Republicain definía así al país que debería emerger de la guerra de liberación: “Una Argelia que destruya las secuelas del colonialismo, que ofrezca a todos, cualquiera que sea su origen, los mismos deberes y derechos, que avance con audacia por la ruta de la democratización, justificando progreso. Una Argelia en la cual la tierra pertenezca a los campesinos, a los obreros agrícolas, en la cual las riquezas esenciales sean propiedad de todo el pueblo”.
No fue lo que ocurrió.
Los retornados franceses, al abandonar el país trataron de destruir o desmantelar lo que no pudieron llevar, desde infraestructuras básicas, al mobiliario de las casas, los automóviles y los servicios de interés público. Disipada la euforia de la independencia, el pueblo argelino comprendió que tendría que partir casi de cero, en lo que se refería a equipamientos, para construir el futuro.
Henri recuerda el espectáculo desolador que entonces ofrecían “dirigentes aún en la víspera tenidos por héroes y guías y que, luego que regresaron al país independiente, pero aún ensangrentado, con mil problemas dramáticos, pasaron a luchar por el poder, destruyendo con las propias manos el mito de un FLN inquebrantablemente solidario al servicio de los intereses y aspiraciones de una nueva Argelia”.
“Durante semanas –transcribo- el país, fustigado como navío sin timón y sin rumbo, donde la autoridad del ejecutivo provisional era nula, se quedo al borde la guerra civil y los choques armados resultantes de ese desorden hicieron centenas de muertos de los cuales no se habló”.
Un resplandor de esperanza reapareció, tímido, cuando la situación pareció estabilizarse bajo el gobierno de Ben Bella.
Alger Republicain saludó en un editorial, en un número especial el decreto que reglamento el destino de los llamados bienes vacantes (sin propietario), acentuando que de ahora en adelante no había más bienes sin propietario, más empresas y exploraciones de autogestión.
“La experiencia de algunos países –advirtió el periódico- de independencia reciente enseña que una capa social privilegiada puede tomar el poder para su exclusivo provecho. Actuando así, priva al pueblo del fruto de su lucha y se aparta de él para aliarse al imperialismo. En nombre de la unidad nacional, que explota con oportunismo, la burguesía pretende actuar para el bien del pueblo pidiéndole que la apoye”.
Tal lenguaje desagradó profundamente a elementos influyentes de la nueva burguesía en formación, instalados en puestos clave del FLN y del gobierno.
El Partido Comunista fue prohibido.
Alger republicain recibía y publicaba “muchas cartas de lectores que ponían en causa con pruebas, a los beneficiarios de las malversaciones y a los funcionarios responsables que las encubrían. Lejos de manifestar reconocimiento por ese trabajo de salud pública, los ministros reaccionaron con furia cuando aquellos que eran puestos en causa los tocaban de cerca”. Las criticas y amenazas de poderosos comenzaron a llover en la redacción.
El periódico defendía una prensa “al servicio del pueblo, al servicio de verdad”. Y eso era intolerable para gran parte de los detentadores del poder.
Después del golpe de estado que derribo a Ben Bella, quedo claro que los días de Alger republicain estaban contados. El diario revolucionario fue clausurado. Henri evoca con pormenores los últimos días del periódico.
¿Era el coronel Houari Boumedienne un conservador? No. Combatiente ejemplar en los años de lucha, muchos analistas identificaron inclusive en el un dirigente progresista. Nunca se declaro anticomunista y mantuvo el socialismo como objetivo en su proyecto de transformación de la sociedad argelina. Pero la referencia al socialismo no pasaba de ser un eufemismo.
Henri Alleg recuerda que «muchos ideólogos de izquierda, acompañando a Nikita Kruschev –que nunca fue una autoridad del marxismo- defendían la tesis según la cual los países liberados del yugo colonial –y la propia Argelia- optarían inevitablemente por romper con el capitalismo, como ya hiciera Cuba, porque ese era el sentido de la historia”. Fue no obstante fue la Historia, que desmintió esa tesis. Países del Tercer Mundo cuyos partidos en el poder se declaraban marxistas-leninistas no rompieron con el capitalismo. Eso aconteció en algunas de las colonias africanas de Portugal y también en Argelia donde los dirigentes del FLN nunca escondieron, además, su desconfianza de los comunistas.
Alleg recuerda que los nuevos gobernantes temían cualquier forma de contestación obrera. Ese rechazo de un “movimiento social real traducía el recelo de ver consolidada una organización obrera independiente del aparato partidario, que inevitablemente seria llevada a oponerse a los apetitos y ambiciones de la nueva burguesía”
Reflexionando sobre esa situación y sus orígenes, el escritor recuerda que en la desconfianza inspirada por los obreros a los dirigentes del FLN se identifica la influencia de Frantz Fanon. Este en una tesis de raíz maoísta, luego adaptada por muchos políticos progresistas, sustentaba que “en los territorios coloniales el proletariado es el núcleo del pueblo colonizado más privilegiado por el régimen colonial”, por lo que “solamente el campesinado es revolucionario”.
El desarrollo de la Historia no tardo en demostrar la falsedad de la tesis, pero fue muy alto el precio, marcadamente en África, repito, de la desconfianza que a dirigentes progresistas inspiraba el proletariado como clase revolucionaria, y obviamente, los partidos comunistas.
Sintiendo cerradas las puertas para luchar por el pueblo de Argelia, Henri Alleg no podía permanecer en el país como espectador. Volvió para Francia y prosiguió allí su combate.
Poco espacio dedica en el libro a esa fase de su vida, casi cuarenta años. Más en L’Humanité, como secretario de redacción, como escritor, como simple militante, su batallar de intelectual comunista fue permanente.
Al revisitar con antiguos compañeros, transcurridas décadas, las salas de la antigua redacción de Alger republicain, fue dominado por una gran emoción. Transcribo las palabras finales de Memoire Algerienne, inspiradas por ese momento de reencuentro con el pasado;
“...sabíamos que no podríamos nunca renunciar a aquello que fuera y continuaba siendo nuestra primera y luminosa razón de vivir: dar continuidad con millones de otros la lucha secular de los explotados, de los oprimidos, de los “condenados de la tierra”, para que pueda nacer, finalmente, otro mundo, un mundo de libertad, de verdadera fraternidad”.
En esas palabras esta la imagen de Henri Alleg, revolucionario comunista ejemplar.