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Para entender la necesidad de desarrollar, dentro del movimiento obrero-sindical, los llamados CUO, hay que ir más allá del fracaso de los sindicatos mayoritarios en la defensa de los intereses de la clase obrera frente al capitalismo durante el periodo democrático.
Si tales sindicatos acertaron o se equivocaron en determinadas luchas o reivindicaciones, si les faltó firmeza o energía, o rapidez, en ciertas ocasiones, o incluso si sus puestos directivos han sido ocupados por personas inadecuadas, son cuestiones irrelevantes ahora. De hecho, incluso si las personas más honestas y capaces hubiesen ocupado su lugar, y se hubiesen desarrollado correctamente las luchas y las reivindicaciones, ha habido, desde la raiz misma de la lucha obrera, un elemento que la ha torcido y que la ha condenado al fracaso en terminos generales durante este periodo.
La cuestión ni es nueva ni es misteriosa, y está perfectamente puesta en claro por Marx, cuando distingue dos ámbitos: la circulación de mercancías y la producción de mercancías:
"La órbita de la circulación o del cambio de mercancías, dentro de cuyas fronteras se desarrolla la
compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, el verdadero paraíso de los derechos del
hombre. Dentro de estos linderos, sólo reinan la libertad, la igualdad, la propiedad, y Bentham. La
libertad, pues el comprador y el vendedor de una mercancía, v. gr. de la fuerza de trabajo, no obedecen
a más ley que la de su libre voluntad. Contratan como hombres libres e iguales ante la ley. El contrato
es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. La igualdad, pues
compradores y vendedores sólo contratan como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por
equivalente. La propiedad, pues cada cual dispone y solamente puede disponer de lo que es suyo. Y
Bentham, pues a cuantos intervienen en estos actos sólo los mueve su interés. La única fuerza que los
une y los pone en relación es la fuerza de su egoísmo, de su provecho personal, de su interés privado.
Precisamente por eso, porque cada cual cuida solamente de si y ninguno vela por los demás,
contribuyen todos ellos, gracias a una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una
providencia omniastuta, a realizar la obra de su provecho mutuo, de su conveniencia colectiva, de su
interés social.
Al abandonar esta órbita de la circulación simple o cambio de mercancías, adonde el librecambista
vulgaris va a buscar las ideas, los conceptos y los criterios para enjuiciar la sociedad del capital y del
trabajo asalariado, parece como si cambiase algo la fisonomía de los personajes de nuestro drama. El
antiguo poseedor de dinero abre la marcha convertido en capitalista, y tras él viene el poseedor de la
fuerza de trabajo, transformado en obrero suyo; aquél, pisando recio y sonriendo desdeñoso, todo
ajetreado; éste, tímido y receloso, de mala gana, como quien va a vender su propia pelleja y sabe la
suerte que le aguarda: que se la curtan."
(El Capital, Tomo 1, Sección 2, Cap 4, 3.Compraventa de la fuerza de trabajo)
La descripción no podría ser más exacta, y si Marx a veces escribe con estilo difícil, la experiencia cotidiana de todos nosotros se encarga de aclarar cualquier punto oscuro.
Por un lado tenemos una órbita de la circulación, donde reina la seguridad jurídica: libertad, igualdad, propiedad, y beneficio. Esto es el mercado, y los consumidores sabemos el alto grado en que, como tales, la sociedad nos protege. Los derechos de los consumidores, las organizaciones de consumidores, los institutos de defensa de consumidores y usuarios, la implacabilidad de la justicia ante las violaciones de estos derechos, forman un vivo entramado que hace sentirse poderoso y protegido incluso al más humilde consumidor. Si descubriéramos que en el restaurante en el que acabamos de comer, nos han servido un flan caducado -aunque sea por horas- lo menos grave que podríamos hacer sería abroncar a los camareros y marcharnos sin pagar.
Nótese que en tal situación, la fecha de caducidad estampada en el envoltorio del flan se convierte en un título jurídico de primera categoría, que da al consumidor la capacidad de hacer que se tambalee cualquier manifestación del poderoso capitalismo.
Por desgracia la mayoría de los consumidores son también trabajadores, alternativamente. Consumidores fuera de la jornada laboral. Trabajadores durante la jornada laboral. Trabajadores de 9 a 17. Consumidores el resto del tiempo, mientras el cuerpo aguante y quede dinero. Trabajadores en la fábrica, consumidores en cualquier otro sitio.
Y en la fábrica -en la órbita, no de la circulación, si no de la producción- las cosas cambian. Ahí ya no entramos como consumidores, sino como trabajadores. Entramos como mano de obra, para ser nosotros mismos consumidos por quien paga y manda, el empresario. El sí sigue siendo ahí dentro un consumidor pleno de derechos, con lo que ello implica. Nosotros sabemos que cuando estamos dentro de la fábrica haremos todo lo que él nos ordene. Sea cual sea nuestra categoría profesional (si es que nuestra legislación laboral aún distingue categorías), soldaremos si se nos manda soldar, fregaremos si se nos manda fregar, empaquetaremos si se nos manda empaquetar, y traeremos cafés si al jefe le apetece. Y si nos manda quedarnos hasta más tarde de nuestra hora de salida, nos quedaremos, y si no respeta nuestros descansos, nos callaremos, y si se salta las medidas de seguridad o de formación, da igual, no protestaremos. Ni se nos ocurre esgrimir, en esas circunstancias, nuestro contrato de trabajo, diga lo que diga. Si nuestra hora de salida debió ser hace 45 minutos, nos aguantamos. Aquí no hay hora, ni fecha de caducidad que valga. Esto no es un flan caducado, es un simple trabajador cansado. No hay organización de usuarios, ni legislación que nos proteja, y todo lo que podemos hacer es dar gracias por tener un trabajo y no perderlo.
La situación en su conjunto, vista con ojos proletarios, es curiosa. Tenemos una especie de doble estatuto jurídico, según la hora del dia. Nuestra libertad y nuestro derecho son máximos cuando no estamos trabajando, pero se reducen a la nada durante las horas de trabajo.
Y resulta paradójico comparar por una parte el poder supremo que una fecha de caducidad estampada en un flan nos da en un restaurante como consumidores, con el por otra parte valor nulo de las claúsulas de los contratos de trabajo de los trabajadores de ese restaurante, o de otro cualquiera.
Esta paradoja no es una anomalía, si no el resultado de que los conceptos de Libertad, Justicia, Propiedad e Igualdad que reinan en nuestra sociedad sean puramente burgueses. Y como "la ideología de la clase dominante es la ideología de las clases dominadas", esa forma de analizar la realidad ha impregnado y contaminado también las instituciones encargadas de encabezar la lucha proletaria: los sindicatos.
Pero este texto no va contra los sindicatos. Si han sucumbido a la salvaje arremetida del capitalismo desquiciado de los últimos 30 años, no han sido los únicos. La ola capitalista ha borrado practicamente todo a su paso, e incluso el más ferreo marxismo-leninismo tuvo sus momentos dubitativos tras la caida de la URSS.
Los sindicatos, son necesarios, y hoy más necesarios que nunca. Deben ser defendidos y reivindicados, regenerados, y su poder debe aumentar, su número de afiliados debe multiplicarse, su actividad debe encaminarse hacia la unión efectiva de la clase obrera, haciendo especial hincapié en el despertar de la conciencia que todo proletario debe tener respecto al hecho crucial de la lucha de clases: que la propiedad privada de los medios de producción no es algo que brote espontaneamente de la naturaleza, que es un producto de la historia, y que mediante cambios en el equilibrio de fuerzas sociales esa propiedad puede modularse y matizarse en beneficio de los trabajadores- sin que ello suponga transgredir ninguna ley fundamental de la humanidad- e incluso abolirse.
Este es el objetivo con el cual nacen los CUO, extender esa conciencia entre la clase obrera, independientemente de la filicación sindical, y dotar a todas las luchas de una unidad de acción edificada sobre esa base ideológica.
No hace falta argumentar que la unidad de acción es necesaria. Las protestas aisaldas de los trabajadores de cada sector, o de cada centro se encontrarían de frente con el bloque único capitalista, que las aplastaría sin despeinarse.
Pero incluso la unidad de acción, una solidaridad obrera masiva, sería inútil si descansase sobre una base equivocada. Los temibles y viejos cantos de sirena de la socialdemocracia reformista son un peligro real, que diluiría las luchas masivas en derrotas sin freno. Millones de obreros arrastrados a protestar en defensa del estado del bienestar se encontrarían, tras un par de manifestaciones, solos, divididos, cansados, perdidos, estupefactos e impotentes. El fascismo, por su parte, es otro peligro nada hipotético, si la necesidad de la clase obrera de sentir que hace algo para cambiar las cosas no se transforma en un conocimiento objetivo acerca de por qué hay que cambiar las cosas, si no en rabia lumpenizada.
La lucha en defensa de los sectores públicos y otros derechos que se consiguieron a base de sangre y fuego, ahora amenazados, es importantísima, pero no debe ser considerada la lucha esencial de la clase obrera en estos tiempos. Siguiendo el analisis marxista que distingue circulación (mercado) de producción(trabajo), esas reivindicaciones caen dentro de la órbita de la circulación. Defienden una sanidad pública, o una educación pública, más como consumidores que como trabajadores. Esto no quita importancia a tales luchas. En su momento se consiguió arrancar esos compromisos a la burguesía, y ahora la burguesía los reclama. No se debe ceder ni un ápice en la lucha contra el expolio de los servicios públicos, pero si queremos llevar las de ganar, debemos marcar nosotros las reglas de la batalla.
En el corazón del Estado, en los principios morales de la sociedad, terrenos que la burguesía ha ocupado unanimemente, y desde donde proclama lo que es la Libertad, la Democracia, la Propiedad, y otras cosas, siempre de acuerdo a sus intereses de clase, el proletariado debe estampar sus propias concepciones, sin el menor complejo, temor, ni verguenza, echando a la burguesía a un lado, para hacerse con un sitio propio, del que ahora carece. Esa es la lucha que debe ser considerada esencial, y sólo así se dara coherencia y unidad a las demas luchas que la clase obrera debe encarar sin flaqueza en lo que se avecina.
Y la clase obrera sólo tiene una manera de hacer esto: afirmarse como tal, allí donde se convierte en clase obrera: en los centros de trabajo.
"Afirmarse como tal" significa alzar la voz, y postularse como dueña de su propio destino. Reclamar, no una mejora salarial, no unas condiciones sanitarias, no tal o cual favor, si no reclamar su condición de clase generadora de la riqueza social, y su derecho a participar en el fruto de su trabajo. La clase obrera debe atreverse a ejercer el mando en los centros de trabajo, y a refrenar sin pudor cualquier altanería por parte de los empresarios.
Eso es reclamar la parte correspondiente del pastel, y lo demás son migajas.
La lucha de los CUO es pues, por así decir, una lucha hacia abajo. Desde los centros de trabajo hacia las entrañas de la sociedad, hacia el régimen de producción.
Sin CUO no habrá revolución, pero es peor aún. Sin CUO no habrá nada dentro de unos años, excepto Sociedades Anónimas y esclavos.