No pude ver a su debido tiempo el luctuoso mensaje que me enviaron. Tenía el móvil averiado. Cuando funcionó, leí siete dramáticas palabras: «El último aviador ha muerto. Un abrazo». Era Carmen, su hija, desde Barcelona. El mazazo me aplastó.
Nunca pude hablar, frente a frente, con José Cabezalí González, nacido en tiempos del 13º Borbón en Santibáñez el Bajo, donde también vieron mis ojos la luz. De él y su familia supe por informaciones nebulosas de familiares, y sólo llegué a contactar con él cuando ya peinaba muchas canas y renqueaba. José tuvo que salir, en brazos de su madre, del pueblo y andar dando tumbos, por culpa de enjuagues caciquiles, hasta recalar en Madrid. Y de allí, a Barcelona. Activo militante de la UGT, fue rápidamente movilizado por este sindicato al estallar la Guerra Civil. Siempre soñó con ser piloto y encontró el cielo abierto. Con apenas 17 años, ya sobrevolaba España a bordo de su ’Chato’ Polikarpov I-15. Se jugó la vida muchas veces. Cayó herido por las baterías antiaéreas de los fascistas, en el frente de Zaragoza. Saltó en paracaídas y tuvo la suerte de ir a parar a zona republicana. Fue reiteradamente condecorado y considerado un héroe de guerra. A punto de caer Cataluña en manos del general Franco, los aviones de la IV Escuadrilla, a la que pertenecía, fueron saboteados y no pudo escapar a Francia. Fue hecho prisionero y estuvo en cárceles y campos de concentración. Saboreó el horror de las prisiones franquistas. Luego, con mucha hambre y el estigma de rojo a cuestas, tuvo que rehacer su vida como los dioses le dieron a entender. Cuando pudo sacar la cabeza para respirar, no sin cierto desasosiego, se hizo taxista, se casó y tuvo cinco hijos.
Se nos ha muerto el último aviador republicano. Y él, que viera cómo la Generalitat de Catalunya le honraba por su contribución a la causa de la libertad y de la democracia, se nos fue sin que los mandatarios del pueblo que le vio nacer, que encima tienen la osadía de llamarse socialistas y de izquierdas, le rindieran un sencillo homenaje. Se nos fue un hombre bueno, honesto y valiente; de ésos cuya memoria hay que rescatar, mal que les pese a quienes, asustados por sus fantasmas, agitan las mohosas banderas de la reacción y, con moralizante hipocresía, hablan de ’viejas heridas’ y sacan el armatoste del ’guerracivilismo’. No se deben olvidar a los héroes que lucharon por la libertad, la igualdad y la fraternidad, pues de bien nacidos es ser agradecidos y porque no queremos volver a los años oscuros del fascismo. Ha muerto José Cabezalí y ya sólo nos resta decirle aquellos versos que Miguel Hernández llorara en la muerte del brigadista Pablo de la Torriente: «...has quedado en España / y en mi alma caído; / nunca se pondrá el sol sobre tu frente, / heredará tu altura la montaña / y tu valor el toro del bramido».
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Entrevista:
Hasta su fallecimiento, este lunes en Sant Cugat (Barcelona), José Cabezalí González era uno de los últimos aviadores vivos de la II República. Su muerte pone en evidencia el olvido institucional al que han sido sometidos los perdedores de la Guerra Civil española que, como él, se jugaron la vida en la guerra. Natural de Extremadura, la vida de Cabezalí quedó marcada por los hechos acaecidos entre 1936 y 1939. Su intenso periplo vivido con la IV Escuadrilla, la “Escuadrilla del Chupete” ofreció valerosos y heróicos momentos repletos de arriesgados giros a velocidades de vértigo, terribles “melées” con el enemigo, vuelos nocturnos, lances en picado desde 8.000 metros y aterrizajes sin seguro de vida. En esta entrevista, publicada por Viejo Topo, en abril de 2010, recrea diversos momentos de su vida.
¿Qué recuerdos tiene de su paso por la aviación republicana? Yo estudiaba en un colegio jesuíta y al mismo tiempo me dedicaba a trabajar para ellos. Hacía metales, cristos y orfebrería de iglesia. En el taller, me puse en contacto con la UGT, antes incluso de la guerra. Al estallar ésta, yo tenía 17 años y el sindicato nos movilizó para defender la República. Tengo vivos recuerdos de aquellos primeros días de julio de 1936. Pronto se necesitaron pilotos y mi sueño de juventud era volar, así que hice todo lo que pude para que me tuvieran en cuenta.
¿Y qué hizo? Insistir mucho, pues enseguida quise apuntarme a los cursos que el Gobierno puso en marcha para formar aviadores. ¡Iba con mucha frecuencia a la calle Provenza con Paseo San Juan a pedir que me aceptaran para el curso!
Hasta que lo consiguió Sí, y tras unas pocas semanas de formación ya estaba volando, junto con otros jóvenes. Yo creo que me cogieron gracias a mis contactos en la UGT, sin los cuales no hubiera sido posible realizar mi sueño de convertirme en aviador.
¿Nació usted en Extremadura y vive en Cataluña desde aquella época? Yo naci en Madrid, el 4 de julio de 1921 y con dos años de edad ya vivía en Barcelona, con mi madre. Mis padres eran de Santibáñez El Bajo, Cáceres. A mi padre no lo conocí porque murió cuando era muy niño. También perdí a una hermana. Mi madre era maestra y lo fue todo para mí durante mucho tiempo. Ella eligió llevarme a los jesuístas de Sarrià (barrio de Barcelona), pero la guerra y la revolución que causó truncaron mi educación.
¿Conserva usted familia en Santibáñez El Bajo? Sí. Pero en la vida he estado en Santibáñez. Una hija mía sí, y conoció a algunos parientes, que sé que buscan hacerme un homenaje. Mis orígenes, mis raíces están allí.
¿Usted no estuvo entre el contingente de enviados a la URSS para aprender a volar, verdad? No. Yo aprendí a volar aquí en una Escuela de Vuelo, en la que en menos de seis meses te habilitaban para volar. Querían a jóvenes valientes, como yo…
Los soviéticos ofrecieron aviones Polikarpov, tecnología y aviadores…¿entabló amistad con ellos? No verdaderamente, porque la barrera del idioma era fuerte… eran tipos que vivían casi aparte de nosotros, los pilotos españoles. Pero sus aviones muy buenos (enseña una réplica de un Chato) y muy buenos en el combate aéreo.
¿Como definiría la batalla en el aire? Por cada uno de nuestro aviones, los nacionales tenían cinco. Si a nosotros se nos caía uno, era prácticamente seguro que no tendríamos otro avión de repuesto. Por el contrario, si ellos perdían un avión, lograban otros ocho más, procedentes de Alemania o Italia. Era una batalla en la que si no dabas, te daban, a ellos daban más. Yo mismo caí en Aragón, aún conservo las heridas en el brazo derecho.
¿Cómo cayó? Dispararon sobre mi ala derecha, a pocos centímetros de mí, y el avión se desintegró. Yo logré saltar con el paracaídas sin notar que tenía profundos cortes en el brazo. Ya en tierra, ví como chorreaba de sangre por debajo de la chaqueta. Tuve suerte, podría haber muerto fácilmente. Fue muy cerca de Zaragoza.
Sin embargo, no cayó en zona franquista Tuve una enorme suerte y caí en área republicana. Me llevaron a Barcelona, a un hospital en la zona alta de la ciudad en dónde me curaron. Calculo que fue en los meses de primavera, no recuerdo exactamente el año (1937, presumiblemente).
¿Cuantos aviones derribó usted? Sabía que me haría esa pregunta. Derribé a tres, no demasiados. Pero jamás disparé contra el piloto rival cuando éste saltaba en paracaídas. Cosa que sí hacían ellos. Nos indignaba ver con qué facilidad los alemanes. Muchos de los nuestros eran acribillados en el aire, cuando trataban de salvarse. En nuestra escuadrilla, que era la cuarta, jamás disparamos a nadie así. Pero en el aire íbamos a por todas, a pesar de que ellos eran más y más fuertes.
¿Se siente orgulloso de su paso por las Fuerzas Aéreas de la República Española? Mucho, es lo más bonito que he hecho en mi vida. Usted no sabe qué sensaciones experimenté cuando sobrevolaba por las noches Barcelona en tareas de vigilancia aérea. Esa no me la ha dado nada, ni nadie.
¿Vigilancia nocturna? Sí, había que dar la alarma para cuando venían a bombardear y alertar a la población para que se protegiera. Ellos bombardeaban ciudades y gente. Nuestros objetivos eran sólo militares.
¿Porqué no escapó, tras la debacle de la República? Quise escapar, con el avión. Yo y toda la IV Escuadrilla. Pero sufrimos un sabotaje en Celrá, en el Ampurdan, cerca de Francia. Alguien, la quinta columna, puso arena en el depósito de gasoil y no pudimos levantar vuelo con destino a Marsella, que era lo que pretendíamos, con el fin de salir de España.
¿Qué le sucedió al perder la guerra¿ En Celrà quedamos atrapados y con los franquistas pisándonos los talones. Me detuvieron y el mejor trato que recibí, desde entonces hasta varios años más tarde, me lo dio un piloto italiano, Olimpo, que compartió conmigo comida y cigarros por unas horas. No sé por qué ese italiano tuvo deferencia hacia mí, supongo que por el hecho de que ambos éramos pilotos. Pero todo lo demás fue un calvario que duró años y que me produce enorme dolor recordar…(llora).
¿Qué vio? Ví mujeres siendo torturadas y violadas en cárceles del País Vasco…el horror más grande que uno pueda imaginar. Las colgaban del techo y les introducían palos por los orificios. Era brutal. Nosotros no podíamos hacer nada, les insultábamos, los maldecíamos, pero nada. Ellos seguían y, además, se reían.
¿Quienes eran ellos? Falangistas. Recordar a aquellas mujeres me produce un enorme dolor. Qué seres tan despreciables los que hicieron aquello. Aquellas jóvenes eran comunistas o familiares de comunistas o republicanos, con quienes practicaban las peores torturas.
¿Conoce al poeta Marcos Ana, el hombre que más años estuvo en prisión bajo el franquismo? No recuerdo quien es, pero hubo muchos como él. Yo también soy buen poeta, oiga (ríe).
¿Volvió a volar después? Jamás he vuelto a pilotar un avión, desgraciadamente. Pilotar en líneas aéreas hubiera sido un sueño. Desde la llegada de la democracia, nunca se me ha reconocido oficialmente como piloto que defendió la República, el Estado democrático. Llevo treinta años reclamándolo y sólo he obtenido silencios administrativos.
¿Nunca se le han reconocido sus servicios prestados en la pensión? Estoy cansado de esa batalla, porque con todos los gobiernos me ha sucedido lo mismo, mis cartas de reclamación han sido en vano. Ya no sólo por la pensión, sino porque ha faltado un reconocimiento del Estado hacia quienes dieron su vida por éste país y la libertad.
¿Qué piensa de Zapatero, de la ley de la Memoria Histórica, de la persecución contra Garzón? De Zapatero pienso tiene quizás buenas intenciones, pero no le dejan hacer. Así es como funciona éste país. Y con respecto a Garzón, yo puedo testimoniar lo que ví con mis ojos y que quienes lo perpetraron eran falangistas.
¿Cómo vivió bajo el franquismo? Al salir de la cárcel, en Madrid, se me obligó a realizar diversos años de servicio militar suplementarios. En la fila para alistarme, me acerqué a ver si era posible volver a volar, pero un Guardia Civil me dio un guantazo. Fui destinado a la Legión, en dónde al menos no te hacían la vida imposible por tus ideas o por haber luchado en el lado republicano. Siempre que no hablaras demasiado, claro está. Luego volví a Barcelona, me casé, me hice taxista y tuve cinco hijos con mi mujer, hoy ya fallecida.
¿Está usted integrado en la Asociación de Aviadores de la República (ADAR)? No estoy asociado a ellos. Los conozco y apoyo, pero ya no me interesan demasiado éste tipo de cosas.
Nunca pude hablar, frente a frente, con José Cabezalí González, nacido en tiempos del 13º Borbón en Santibáñez el Bajo, donde también vieron mis ojos la luz. De él y su familia supe por informaciones nebulosas de familiares, y sólo llegué a contactar con él cuando ya peinaba muchas canas y renqueaba. José tuvo que salir, en brazos de su madre, del pueblo y andar dando tumbos, por culpa de enjuagues caciquiles, hasta recalar en Madrid. Y de allí, a Barcelona. Activo militante de la UGT, fue rápidamente movilizado por este sindicato al estallar la Guerra Civil. Siempre soñó con ser piloto y encontró el cielo abierto. Con apenas 17 años, ya sobrevolaba España a bordo de su ’Chato’ Polikarpov I-15. Se jugó la vida muchas veces. Cayó herido por las baterías antiaéreas de los fascistas, en el frente de Zaragoza. Saltó en paracaídas y tuvo la suerte de ir a parar a zona republicana. Fue reiteradamente condecorado y considerado un héroe de guerra. A punto de caer Cataluña en manos del general Franco, los aviones de la IV Escuadrilla, a la que pertenecía, fueron saboteados y no pudo escapar a Francia. Fue hecho prisionero y estuvo en cárceles y campos de concentración. Saboreó el horror de las prisiones franquistas. Luego, con mucha hambre y el estigma de rojo a cuestas, tuvo que rehacer su vida como los dioses le dieron a entender. Cuando pudo sacar la cabeza para respirar, no sin cierto desasosiego, se hizo taxista, se casó y tuvo cinco hijos.
Se nos ha muerto el último aviador republicano. Y él, que viera cómo la Generalitat de Catalunya le honraba por su contribución a la causa de la libertad y de la democracia, se nos fue sin que los mandatarios del pueblo que le vio nacer, que encima tienen la osadía de llamarse socialistas y de izquierdas, le rindieran un sencillo homenaje. Se nos fue un hombre bueno, honesto y valiente; de ésos cuya memoria hay que rescatar, mal que les pese a quienes, asustados por sus fantasmas, agitan las mohosas banderas de la reacción y, con moralizante hipocresía, hablan de ’viejas heridas’ y sacan el armatoste del ’guerracivilismo’. No se deben olvidar a los héroes que lucharon por la libertad, la igualdad y la fraternidad, pues de bien nacidos es ser agradecidos y porque no queremos volver a los años oscuros del fascismo. Ha muerto José Cabezalí y ya sólo nos resta decirle aquellos versos que Miguel Hernández llorara en la muerte del brigadista Pablo de la Torriente: «...has quedado en España / y en mi alma caído; / nunca se pondrá el sol sobre tu frente, / heredará tu altura la montaña / y tu valor el toro del bramido».
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Entrevista:
Hasta su fallecimiento, este lunes en Sant Cugat (Barcelona), José Cabezalí González era uno de los últimos aviadores vivos de la II República. Su muerte pone en evidencia el olvido institucional al que han sido sometidos los perdedores de la Guerra Civil española que, como él, se jugaron la vida en la guerra. Natural de Extremadura, la vida de Cabezalí quedó marcada por los hechos acaecidos entre 1936 y 1939. Su intenso periplo vivido con la IV Escuadrilla, la “Escuadrilla del Chupete” ofreció valerosos y heróicos momentos repletos de arriesgados giros a velocidades de vértigo, terribles “melées” con el enemigo, vuelos nocturnos, lances en picado desde 8.000 metros y aterrizajes sin seguro de vida. En esta entrevista, publicada por Viejo Topo, en abril de 2010, recrea diversos momentos de su vida.
¿Qué recuerdos tiene de su paso por la aviación republicana? Yo estudiaba en un colegio jesuíta y al mismo tiempo me dedicaba a trabajar para ellos. Hacía metales, cristos y orfebrería de iglesia. En el taller, me puse en contacto con la UGT, antes incluso de la guerra. Al estallar ésta, yo tenía 17 años y el sindicato nos movilizó para defender la República. Tengo vivos recuerdos de aquellos primeros días de julio de 1936. Pronto se necesitaron pilotos y mi sueño de juventud era volar, así que hice todo lo que pude para que me tuvieran en cuenta.
¿Y qué hizo? Insistir mucho, pues enseguida quise apuntarme a los cursos que el Gobierno puso en marcha para formar aviadores. ¡Iba con mucha frecuencia a la calle Provenza con Paseo San Juan a pedir que me aceptaran para el curso!
Hasta que lo consiguió Sí, y tras unas pocas semanas de formación ya estaba volando, junto con otros jóvenes. Yo creo que me cogieron gracias a mis contactos en la UGT, sin los cuales no hubiera sido posible realizar mi sueño de convertirme en aviador.
¿Nació usted en Extremadura y vive en Cataluña desde aquella época? Yo naci en Madrid, el 4 de julio de 1921 y con dos años de edad ya vivía en Barcelona, con mi madre. Mis padres eran de Santibáñez El Bajo, Cáceres. A mi padre no lo conocí porque murió cuando era muy niño. También perdí a una hermana. Mi madre era maestra y lo fue todo para mí durante mucho tiempo. Ella eligió llevarme a los jesuístas de Sarrià (barrio de Barcelona), pero la guerra y la revolución que causó truncaron mi educación.
¿Conserva usted familia en Santibáñez El Bajo? Sí. Pero en la vida he estado en Santibáñez. Una hija mía sí, y conoció a algunos parientes, que sé que buscan hacerme un homenaje. Mis orígenes, mis raíces están allí.
¿Usted no estuvo entre el contingente de enviados a la URSS para aprender a volar, verdad? No. Yo aprendí a volar aquí en una Escuela de Vuelo, en la que en menos de seis meses te habilitaban para volar. Querían a jóvenes valientes, como yo…
Los soviéticos ofrecieron aviones Polikarpov, tecnología y aviadores…¿entabló amistad con ellos? No verdaderamente, porque la barrera del idioma era fuerte… eran tipos que vivían casi aparte de nosotros, los pilotos españoles. Pero sus aviones muy buenos (enseña una réplica de un Chato) y muy buenos en el combate aéreo.
¿Como definiría la batalla en el aire? Por cada uno de nuestro aviones, los nacionales tenían cinco. Si a nosotros se nos caía uno, era prácticamente seguro que no tendríamos otro avión de repuesto. Por el contrario, si ellos perdían un avión, lograban otros ocho más, procedentes de Alemania o Italia. Era una batalla en la que si no dabas, te daban, a ellos daban más. Yo mismo caí en Aragón, aún conservo las heridas en el brazo derecho.
¿Cómo cayó? Dispararon sobre mi ala derecha, a pocos centímetros de mí, y el avión se desintegró. Yo logré saltar con el paracaídas sin notar que tenía profundos cortes en el brazo. Ya en tierra, ví como chorreaba de sangre por debajo de la chaqueta. Tuve suerte, podría haber muerto fácilmente. Fue muy cerca de Zaragoza.
Sin embargo, no cayó en zona franquista Tuve una enorme suerte y caí en área republicana. Me llevaron a Barcelona, a un hospital en la zona alta de la ciudad en dónde me curaron. Calculo que fue en los meses de primavera, no recuerdo exactamente el año (1937, presumiblemente).
¿Cuantos aviones derribó usted? Sabía que me haría esa pregunta. Derribé a tres, no demasiados. Pero jamás disparé contra el piloto rival cuando éste saltaba en paracaídas. Cosa que sí hacían ellos. Nos indignaba ver con qué facilidad los alemanes. Muchos de los nuestros eran acribillados en el aire, cuando trataban de salvarse. En nuestra escuadrilla, que era la cuarta, jamás disparamos a nadie así. Pero en el aire íbamos a por todas, a pesar de que ellos eran más y más fuertes.
¿Se siente orgulloso de su paso por las Fuerzas Aéreas de la República Española? Mucho, es lo más bonito que he hecho en mi vida. Usted no sabe qué sensaciones experimenté cuando sobrevolaba por las noches Barcelona en tareas de vigilancia aérea. Esa no me la ha dado nada, ni nadie.
¿Vigilancia nocturna? Sí, había que dar la alarma para cuando venían a bombardear y alertar a la población para que se protegiera. Ellos bombardeaban ciudades y gente. Nuestros objetivos eran sólo militares.
¿Porqué no escapó, tras la debacle de la República? Quise escapar, con el avión. Yo y toda la IV Escuadrilla. Pero sufrimos un sabotaje en Celrá, en el Ampurdan, cerca de Francia. Alguien, la quinta columna, puso arena en el depósito de gasoil y no pudimos levantar vuelo con destino a Marsella, que era lo que pretendíamos, con el fin de salir de España.
¿Qué le sucedió al perder la guerra¿ En Celrà quedamos atrapados y con los franquistas pisándonos los talones. Me detuvieron y el mejor trato que recibí, desde entonces hasta varios años más tarde, me lo dio un piloto italiano, Olimpo, que compartió conmigo comida y cigarros por unas horas. No sé por qué ese italiano tuvo deferencia hacia mí, supongo que por el hecho de que ambos éramos pilotos. Pero todo lo demás fue un calvario que duró años y que me produce enorme dolor recordar…(llora).
¿Qué vio? Ví mujeres siendo torturadas y violadas en cárceles del País Vasco…el horror más grande que uno pueda imaginar. Las colgaban del techo y les introducían palos por los orificios. Era brutal. Nosotros no podíamos hacer nada, les insultábamos, los maldecíamos, pero nada. Ellos seguían y, además, se reían.
¿Quienes eran ellos? Falangistas. Recordar a aquellas mujeres me produce un enorme dolor. Qué seres tan despreciables los que hicieron aquello. Aquellas jóvenes eran comunistas o familiares de comunistas o republicanos, con quienes practicaban las peores torturas.
¿Conoce al poeta Marcos Ana, el hombre que más años estuvo en prisión bajo el franquismo? No recuerdo quien es, pero hubo muchos como él. Yo también soy buen poeta, oiga (ríe).
¿Volvió a volar después? Jamás he vuelto a pilotar un avión, desgraciadamente. Pilotar en líneas aéreas hubiera sido un sueño. Desde la llegada de la democracia, nunca se me ha reconocido oficialmente como piloto que defendió la República, el Estado democrático. Llevo treinta años reclamándolo y sólo he obtenido silencios administrativos.
¿Nunca se le han reconocido sus servicios prestados en la pensión? Estoy cansado de esa batalla, porque con todos los gobiernos me ha sucedido lo mismo, mis cartas de reclamación han sido en vano. Ya no sólo por la pensión, sino porque ha faltado un reconocimiento del Estado hacia quienes dieron su vida por éste país y la libertad.
¿Qué piensa de Zapatero, de la ley de la Memoria Histórica, de la persecución contra Garzón? De Zapatero pienso tiene quizás buenas intenciones, pero no le dejan hacer. Así es como funciona éste país. Y con respecto a Garzón, yo puedo testimoniar lo que ví con mis ojos y que quienes lo perpetraron eran falangistas.
¿Cómo vivió bajo el franquismo? Al salir de la cárcel, en Madrid, se me obligó a realizar diversos años de servicio militar suplementarios. En la fila para alistarme, me acerqué a ver si era posible volver a volar, pero un Guardia Civil me dio un guantazo. Fui destinado a la Legión, en dónde al menos no te hacían la vida imposible por tus ideas o por haber luchado en el lado republicano. Siempre que no hablaras demasiado, claro está. Luego volví a Barcelona, me casé, me hice taxista y tuve cinco hijos con mi mujer, hoy ya fallecida.
¿Está usted integrado en la Asociación de Aviadores de la República (ADAR)? No estoy asociado a ellos. Los conozco y apoyo, pero ya no me interesan demasiado éste tipo de cosas.