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    Entrevista a Antonio Fernández Ortíz

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    Mensaje por extremanecesidad Dom Nov 17, 2013 4:53 pm

    El círculo cercano de Stalin

    Entrevista a
    Antonio Fernández Ortiz

    por Miguel Riera
    (El Viejo Topo, febrero de 2013)

    Ensayista, novelista, Antonio Fernández vive habitualmente en Moscú, sin perder en ningún momento su contacto con España, que visita frecuentemente. Antes de su último libro, ¡Vive y lucha! Stalin a través de su círculo cercano, había publicado Chechenia versus Rusia y la novela Memorias de Espartania, centrada en acontecimientos de la guerra civil española.

    —Últimamente se han publicado varios libros sobre Stalin, entre ellos el tuyo. ¿A qué crees que ha de atribuirse este renovado interés?


    —Stalin sigue siendo el personaje central alrededor del cual gira la historia de la Unión Soviética. Los principales ataques a la URSS se han hecho durante décadas a través de la figura de Stalin. A nadie escapa que el ataque más virulento y el que más afectó al personaje fue el informe de Nikita Jruschov en el XX Congreso del PCUS. Por un lado, legitimó parte de las criticas y acusaciones que ya se le hacían desde los años treinta del siglo XX, principalmente por lo que vino en llamarse trotskismo, y por otro sirvió de base para una nueva oleada de críticas y condenas, que con mayor o menor intensidad, se prolongan hasta la actualidad. Fuera de la URSS y de Rusia la crítica a Stalin ha sido una constante desde los años 50 de siglo XX y cualquier historiador o “sovietólogo” que se preciara debía incluir en su trabajo una dura condena al personaje.


    —¿Y en la URSS?


    —En la URSS, a finales de los 60, durante la década de los 70 y a principios de los 80, Stalin fue a parar a un limbo histórico. Más allá del minúsculo fenómeno de los disidentes, pocos eran los que recurrían a su figura para criticar a la URSS. Esa tendencia se invirtió durante la Perestroika. En aquellos años se aplicó una elaborada campaña de desmantelamiento de la memoria histórica de la Unión Soviética y de Rusia. Fueron elegidos para su destrucción, de forma muy acertada, los elementos básicos sobre los que se soportaba esa memoria histórica, y la figura de Stalin resultó ser uno de esos soportes fundamentales. Se recurrió entonces a una condena absoluta de Stalin para desacreditar a la URSS y “clavar el último clavo en el ataúd del comunismo”, tal como se expresaban los arquitectos de la Perestroika. Durante décadas prácticamente no ha existido debate, sino una gran avalancha de opiniones y publicaciones que mostraban al personaje desde un único punto de vista. Tanta insistencia en la condena de Stalin ha resultado finalmente contraproducente para sus enemigos, ya que le ha hecho estar permanentemente de actualidad. A modo de espíritu de la historia, al que no se le ha dejado descansar en paz. Los continuados intentos de cerrar en falso el debate sobre el papel de Stalin en la historia soviética no han terminado de cuajar, y ahora, pasados ya bastantes años desde la derrota de la URSS, es lógico que se vuelva sobre él sin la presión que supuso la Perestroika y la caída de la Unión Soviética. Además, ahora se dispone de una gran cantidad de materiales de archivo, de memorias y testimonios de la época que permiten trabajar con mayor distanciamiento del personaje y del debate político de coyuntura.


    —Algunos trabajos, como el de Domenico Losurdo y en cierto modo el tuyo propio tratan de contextualizar las decisiones de Stalin, poniendo de manifiesto las complejidades del momento. Sin embargo, ello no parece suficiente para exonerarle de graves responsabilidades en la eliminación física de tantas personas, comunistas y no comunistas.


    —En mi caso, el objetivo de mis trabajos no es exonerar a Stalin, sino conocer y entender la historia de la URSS. Stalin y lo que ha venido en denominarse estalinismo son sólo una parte más de esa historia. Incluso se puede afirmar que, en el contexto de la historia soviética, el llamado estalinismo es algo secundario. No obstante, es evidente que precisamente esa parte de la historia soviética es la que más se ha sobredimensionado y manipulado. Si hablamos de contextualizar, no podemos referirnos sólo a entender el contexto histórico internacional y las presiones a las que estaba sometida la URSS por parte de las potencias occidentales y Japón. Habremos de contextualizar también la vida interna de la URSS hasta en sus aspectos más cotidianos. Tendremos que hablar entonces de aspectos bastante desagradables que superan la percepción romántica de la revolución y tendremos que enfrentarnos con el factor humano en todas sus dimensiones, en especial con aquellos componentes violentos de la naturaleza humana que tan bien nos muestra Dostoievski en su obra literaria.


    —En cualquier caso, estamos ante centenares de miles de muertos, muchos de ellos viejos compañeros de luchas...


    —Se ha escrito mucho sobre las represiones de Stalin, pero muy poco sabemos de lo que en realidad se esconde detrás de ese trágico capítulo de la historia soviética. Si hablamos de las cifras, las tenemos para todos los gustos. Por ejemplo, S. Cohen habló en su día de nueve millones de reclusos en el año 1939. A. V. Antonov-Ovseenko dijo que desde el año 1935 hasta el año 1941 fueron represaliadas 19.840.000 personas, de las cuales siete millones fueron fusiladas. Roi Medvedev lanzó la cifra de 40 millones de personas represaliadas, incluyendo la colectivización, su secuela de hambre y las deportaciones étnicas. O. A. Platonov afirmó que entre los años 1918 a 1955, en los campos de reclusión murieron 48 millones de personas. V. A. Chalikova dijo que entre los años 1937 y 1950 por los campos de trabajo pasaron más de 100 millones de personas, de las que murieron 10 millones. El colofón fue puesto por el Premio Nobel de Literatura Alexander Isaevich Solzhenitsin quien en un programa de José María Íñigo en Televisión Española en 1976 dijo que el número de muertos como consecuencia del sistema soviético fue de 110 millones.


    Sin embargo, si estudiamos a fondo los distintos trabajos de investigadores serios que han pasado largos años investigando en los archivos soviéticos, vemos que todas esas cifras no tiene nada que ver con lo realmente ocurrido durante aquellos años. Víctor Zemskov, quien a todas luces es el investigador más serio, nos dice que la cantidad total de personas condenadas a la máxima pena (muerte) en la URSS por delitos contra la revolución y otros delitos especialmente peligrosos durante el periodo comprendido entre los años 1921 a 1953 fue de 799.455. También nos dice este autor que la mayor parte de las condenas a la pena capital se concentran en dos años. El año 1937 con 353.074 personas y el año 1938 con 328.618 personas. Por contraste, los años anteriores y posteriores ofrecen unas cifras muy diferentes. Así en el año 1936 fueron condenadas 1.118 personas. En el año 1939, 2.552 personas, y en el año 1940, 1.649 personas. Es decir en dos años fueron condenadas y ejecutadas 681.692 personas, lo que supone el 85,27% de todas las condenas a muerte del periodo comprendido entre los años 1921 a 1953.


    Con estas cifras ya tenemos una idea más aproximada de la envergadura de la tragedia en cuanto a su coste en vidas humanas, y también vemos que algo extraordinario ocurrió en aquellos dos años.


    —Todos estos muertos, ¿fueron consecuencia de la voluntad de Stalin? ¿Fueron víctimas de Stalin?


    —Evidentemente no. En lo ocurrido durante aquellos años se superponen varios conflictos. Por un lado la lucha contra la delincuencia en sus diferentes manifestaciones, en especial la corrupción, los delitos económicos y el crimen organizado. La mayoría de esos delitos, que podríamos considerar comunes, eran considerados en la URSS de aquellos años como delitos contra la revolución y se les aplicaban los mismos artículos del código penal que a los delitos políticos.


    Por otro lado, tenemos la lucha contra los sabotajes en los centros de trabajo, tanto en la industria como en el campo o en centros de investigación. Luego tenemos un capítulo muy importante: la lucha contra la oposición política que decide pasar del debate político a la “acción directa”, es decir, a la organización de atentados terroristas, conjuras militares, golpes de Estado. Hay varios grupos que preparan este tipo de conjuras, que actúan por separado y que cuentan con sus correspondientes tramas militares y civiles.


    Hay también otro aspecto muy importante: la existencia de grupos de poder que sin pretender un cambio de sistema político, luchan entre ellos por conseguir y mantener cuotas de poder dentro de las estructuras del Estado. En el lenguaje político y periodístico actual se suele hablar de “barones regionales” de tal o cual partido que luchan y se enfrentan entre sí de forma radical a pesar de pertenecer a una misma organización política. Bueno, pues ese tipo de conflictos no son algo nuevo. En la URSS de aquellos años se manifestaron de forma violenta dado el inmenso poder que estos “barones” tenían en sus territorios y regiones.


    Hay que tener en cuenta que, en definitiva, de lo que se trataba era de una guerra interna no declarada. En ella se enfrentaron diferentes grupos que utilizaron al Estado en la lucha contra sus enemigos. Estas gentes, acostumbradas a la guerra y la lucha política durante largos años, no se andaban con muchas ceremonias a la hora de eliminar a sus contrincantes: la muerte se había convertido en algo cotidiano.


    Por otro lado, aquellos conflictos generaron una dinámica muy particular en los círculos del poder, donde durante un determinado periodo de tiempo se impuso un ambiente de sospecha en el que cualquiera podría ser considerado enemigo. Esto dio lugar a que numerosas personas fuesen acusadas sin fundamento por unos u otros. Este fenómeno se vio agudizado por determinadas prácticas. Así, por ejemplo, si en un determinado colectivo se detectaba la presencia de “enemigos”, de delincuentes, saboteadores o cualquier otro tipo de conjurados, a veces se procedía a la detención de todo el grupo sospechoso, procediendo posteriormente a la clarificación de las responsabilidades.


    —¿Y cómo vivía esa situación la población soviética?


    —Aquella guerra interna no afectaba a la sociedad en su conjunto, sino que afectaba a un sector muy reducido de la población, a aquel que por su pertenencia al partido o a las diferentes instituciones del Estado se vio involucrado en el conflicto. La vida en la URSS continuaba cada día de forma habitual sin que aquella guerra fuera advertida por la inmensa mayoría de la población.


    —¿Qué tipo de decisiones tomó Stalin en relación con esa guerra interna?


    —Por paradójico que parezca la política de Stalin trató en todo momento de regularizar y normalizar el funcionamiento del Estado, persiguiendo la corrupción, los delitos económicos y el crimen organizado de forma drástica, aplicando la pena de muerte para los casos raves. En España parece que no terminamos de entender el significado real de la corrupción y los delitos económicos vinculados al dinero público. El dinero que “pierde” el Estado significa, entre otras cosas, menos hospitales, menos médicos, menos educación, menos infraestructuras, etc. La falta de financiación del sistema sanitario, por poner un ejemplo, se traduce inmediatamente en la muerte de ciudadanos. En la URSS de aquellos años este tipo de delitos se castigaban de forma muy severa.


    Pero lo más importante, la regularización del funcionamiento del Estado pasaba, sobre todo, por evitar que los “barones regionales” siguieran siendo “señores de horca y cuchillo”, y, por tanto, por concentrar el monopolio de la aplicación de la violencia en las instituciones del Estado, regulando su aplicación a través de la legislación y las normativas emanadas de los poderes del Estado. Se trataba, en definitiva, de arrebatar a los todopoderosos jefes regionales las prerrogativas de poder que ellos mismos se habían adjudicado partiendo de la base de que el poder les pertenecía por derecho de conquista, en este caso revolucionaria. Ese poder presuponía la capacidad de administrar justicia según el modelo de administración de justicia emanado del periodo revolucionario, es decir una idea de la justicia sumaria, con escasa relevancia o inexistencia de la defensa del acusado, sin derecho alguno de apelación, donde el acusado se convertía prácticamente de inmediato en enemigo de la revolución y había de ser ejecutado.


    —¿Qué tipo de medidas concretas tomó Stalin para conseguir esos objetivos?


    —Las reformas de Stalin durante los años treinta fueron encaminadas a normalizar todos aquellos aspectos de la vida soviética, a introducir la figura del detenido, de la presunción de inocencia, de la presencia del fiscal en los procesos y del establecimiento de los tribunales ordinarios que fueron sustituyendo paulatinamente a las troikas, a las comisiones especiales o a los tribunales revolucionarios que existían desde los años de la revolución y de la guerra civil. En este sentido, la labor de Andrei Vishinskii como jurista y como Fiscal General de la URSS fue muy importante. Esta regularización del Estado no fue bien recibida por una parte importante de la élite dirigente, de la “vieja guardia bolchevique”, que vio en la regularización una pérdida de su poder y de sus prerrogativas “revolucionarias” y que se resistió por todos los medios a su alcance. Fue entonces cuando esta “vieja guardia bolchevique” comenzó a hablar de contrarrevolución, de termidor, etc. Un bonito lenguaje para ocultar cuestiones mucho más prosaicas.


    Dicho esto, hay que decir que Stalin y el llamado estalinismo fueron precisamente la eclosión, la manifestación de la parte más popular del proyecto bolchevique, aquella que estaba íntimamente vinculada con una visión campesina y mesiánica de la igualdad y de la justicia social. Ese pueblo abstracto, que tanto se reivindica en el discurso revolucionario de salón, en lo concreto, en su materialización histórica, es violento y duro en su manifestación cuando se llega precisamente al estallido revolucionario. Pero al mismo tiempo, el estalinismo es también la fase en la que esa violencia revolucionaria con un alto componente nihilista es conducida hacia la reconstrucción de la sociedad. En aquel contexto ni a Stalin ni a las gentes que le rodeaban les tembló el pulso a la hora de “llamar al orden” a unos y a otros. Fuesen enemigos políticos o delincuentes comunes.


    —“Llamar al orden”... Bueno, fue una forma de hacerlo bastante drástica ¿no?


    —Todo parece indicar que para Stalin y los estalinistas la historia no era un asunto filantrópico sino una lucha en la que no había que bajar la guardia. Manuel Azaña y los gobiernos republicanos españoles de turno tal vez no entendieron esta cuestión y no quisieron pasar a la historia clasificados como personajes sangrientos. Y en vez de condenar en juicios sumarísimos a los militares golpistas españoles, se limitaron a “llamarles la atención” y a enviarles a Canarias a bañarse y tomar el sol. A cambio, los militares, organizaron un golpe de Estado y una guerra civil sangrienta con las consecuencias que todos sabemos. Eso sí, Azaña ha pasado a la historia como un hombre bueno y un frustrado autor literario por culpa de la guerra. Por su parte, Stalin y los llamados estalinistas, no se anduvieron con demasiados remilgos. Hicieron limpieza en el Ejercito Rojo, en los ministerios, en el servicio secreto, en las empresas, etc., evitando que se llevaran a cabo varias conjuras militares, consolidando la economía y contribuyendo de forma decisiva a la posterior victoria en la guerra contra el nazismo y sus aliados europeos.


    Pero cuidado, toda esta historia de las represiones es mucho más complicada de que lo hasta ahora llevamos dicho, sobre todo en lo relacionado con los comunistas y la tan admirada “vieja guardia bolchevique”.


    —¿Complicada, en qué sentido?


    —Veamos un apunte relacionado con la “vieja guardia bolchevique”, tan llorada por muchos comunistas. Sólo un ejemplo ilustrativo. Uno de los miembros más emblemáticos de aquella vieja guardia bolchevique fue Robert Indrikovich Eije (letón). Ingresó en el Partido Socialdemócrata del Territorio de Letonia en el año 1905. En 1925 fue Candidato a miembro del Comité Central del VKP(b) y desde 1930 miembro de pleno derecho. En el año 1935 Candidato a Miembro del Politburó del Comité Central. Desde el año 1930 fue Primer Secretario del Comité Territorial de Siberia Occidental del VKP(b). Conforme fue avanzando el tiempo, Eije se convirtió en uno de los jefes regionales más influyentes y con más poder dentro y fuera del partido. En el Pleno del Comité Central de diciembre de 1936, Eije realizó una dura intervención contra los antiguos compañeros de partido, acusados de trotskistas: “Los hechos, descubiertos por la investigación, nos muestran la fiera cara de los trotskistas ante todo el mundo (...) Camarada Stalin, enviamos al exilio varios convoyes de trotskistas... ¿Para qué demonios enviamos a semejante gente al exilio? Hay que fusilarlos. Camarada Stalin, estamos actuando de forma muy blanda...” En el año 1937, en el territorio bajo su control, fueron condenados a diferentes tipos de penas, incluida la pena de muerte, 34.872 personas. Ese mismo año, la envergadura de la catástrofe, Eije fue nombrado Narkom de Agricultura, para de esta forma alejarlo de su territorio en Siberia y de los resortes del poder que allí disponía. El 29 de abril de 1938 fue detenido y acusado de la creación de una organización letona-fascista. El día dos de febrero de 1940 fue declarado culpable y condenado a muerte. Fue fusilado ese mismo día.


    Pues bien, durante la sesión del XX congreso del PCUS en el año 1956, en la que fue presentado el Informe Secreto sobre el culto a las personalidad y los excesos cometidos por Stalin, precisamente Eije fue utilizado por Nikita Jruschev como ejemplo de camarada, comunista ejemplar, condenado de manera injusta por Stalin por oponerse a sus “formas totalitarias” de ejercer el poder. El 14 de marzo de 1956 fue rehabilitado, post mortem, por el Colegio Militar del Tribunal Supremo de la URSS y el 22 de marzo del mismo año fue readmitido en el PCUS. Me parece que este tipo de hechos deben invitar, cuando menos, a una profunda reflexión sobre la naturaleza del denominado estalinismo y de lo ocurrido en la URSS en aquellos años.


    —Bien, vayamos a tu libro, “¡Ve y lucha!” ¿A qué hace referencia el título?


    —Según diferentes fuentes, son las palabras dirigidas por Stalin a su hijo mayor Yakov cuando se marchó al frente de batalla tras el ataque alemán a la URSS el 22 de junio de 1941. Han sido también elegidas porque resumen el estado en el que se encontraba la URSS en aquellos años (aunque en realidad habría que decir que fue el estado en el que se encontró durante toda su existencia). Y también porque reflejan la actitud de la inmensa mayoría de la sociedad soviética y de los dirigentes del partido y del Estado ante una guerra que se iniciaba de forma muy complicada para la URSS, y en la que participaron todos de forma sincera desde el primer momento. En el caso de los dirigentes, no trataron en ningún caso de poner a salvo a sus familiares más directos, sino todo lo contrario, les apoyaron en sus deseos de ir al frente a luchar.


    —¿Cayeron en la lucha algunos parientes próximos de los dirigentes más relevantes?


    —Prácticamente todos perdieron en la guerra a alguno de sus hijos, amén de otros familiares cercanos. Los tres hijos de Anastas Mikoian fueron a la guerra. Vladimir, con 18 años, se incorporó al frente de batalla en junio de 1942 y apenas unos meses después murió en combate. Eso no fue un impedimento para que el menor de los Mikoian se incorporara en 1943, al mismo cumplir los 18 años, aunque con mejor destino que su hermano. La captura de Yakov, el hijo mayor de Stalin, al principio de la guerra no fue un impedimento para que Vasilii Stalin se incorporara al frente, lo mismo que Artiom, el hijo adoptivo de Stalin. Vasilii, para evitar ser capturado por los alemanes y correr la misma suerte que su hermano, volaba sin paracaídas. Yakov fue asesinado por los alemanes en un campo de prisioneros, aunque eso sólo se supo tras finalizar la guerra. También murió Timur Frunze, el hijo del legendario Frunze. Tenía 19 años cuando cayó en un combate desigual contra 8 cazas enemigos, pero después de derribar dos. Sergo Beria también fue a la guerra en cuanto cumplió los 18 años, pero tuvo mejor suerte y sobrevivió al conflicto. La lista de jóvenes héroes es muy extensa, y a ella hay que añadir los nombres de muchos españoles, entre ellos el de Rubén Ruiz Ibárruri, el hijo de Pasionaria, que cayó en combate en la terrible batalla de Stalingrado y que está enterrado en una alameda en el mismo centro de la ciudad.


    —Tu libro se desarrolla en torno a una entrevista efectuada a V.F. Alliluev. ¿Quién era este personaje?


    —Vladimir Alliluev fue sobrino de Stalin. Su madre Anna Allilueva era hermana de Nadezhda Allilueva, la segunda esposa de Stalin. De él puede decirse que nació, creció y se educó en el vórtice del huracán. Su padre fue Stanislav Redens, un polaco que fue secretario personal de Félix Dzerzhinskii y que llegó a ocupar cargos muy importantes en la estructura de los órganos de seguridad de Estado. De hecho fue una de las pocas personas que en el año 1935 recibieron el grado de Comisario de Seguridad Nacional, en su caso, de Primera Categoría. Este hombre llegó a ser la cabeza de un importante “clan” dentro de las estructuras del NKVD y participó de forma muy activa en las luchas internas de finales de los años treinta. Junto con Nikita Jruschev fue uno de los responsables de las represiones en la región de Moscú y en Ucrania. Finalmente fue arrestado en el año 1938, juzgado, condenado y fusilado sin que en ningún momento le sirviera como privilegio su relación familiar con Stalin.


    La madre de Vladimir Alliluev fue arrestada en 1948 y pasó cinco años en la cárcel. Las causas fueron otras, pero tampoco le sirvieron de atenuante sus vínculos familiares con Stalin, más bien al contrario. Tras el arresto de su madre, el joven Vladimir, fue adoptado por su tío Fiodor, el hermano menor de su madre, por lo que finalmente cambió su apellido paterno, Redens, por el materno, Alliluev. Continuó con su vida y sus estudios y con el tiempo llegó a ser un importante ingeniero que trabajó en centros de investigación relacionados con el programa nuclear soviético y con el programa de investigación del cosmos.


    Tan agitada vida familiar, que en otra persona hubiese propiciado una actitud antisoviética y, por supuesto, antiestalinista, no le hizo perder la capacidad de enfrentarse a la historia de su familia y a la historia de la URSS con bastante objetividad. En el año 1995 publicó un libro muy interesante sobre su familia en el que aparecen una gran cantidad de personas del entorno de Stalin. Le conocí a través de Serguei Kará-Murzá, y finalmente accedió a que grabara un par de largas conversaciones. Me pareció en todo momento una persona muy seria, bastante objetiva y con mucho sentido común.


    —Para finalizar: “¡Ve y lucha!” está plagado de anécdotas, que hacen que sea de lectura muy agradecida, que se disfrute sea cual sea la opinión que se tenga de esa época y Stalin. Pero al final el lector saca una conclusión: que el poder de Stalin no era omnímodo, y que su figura real no se corresponde con la imagen más divulgada por los historiadores, al menos en Occidente. ¿Compartes esa opinión?


    —Sí, por supuesto. El poder en la URSS fue siempre un delicado equilibrio de fuerzas entre diferentes grupos y tendencias políticas, y los enfrentamientos y las luchas estuvieron siempre al orden del día. En muchas ocasiones estas diferentes tendencias colaboraban entre sí, en otras llegaron a protagonizar un enfrentamiento mortal. El bolchevismo, en su origen, fue un movimiento que albergaba en su seno a diferentes proyectos de construcción social. Y esa pluralidad, que se mantuvo en todo momento, estuvo detrás de la constitución de estos grupos. En época de Stalin el poder se ejercía de forma colegiada, incluso durante la guerra, que fue el periodo en el que Stalin concentró un mayor poder personal.


    Esto no quiere decir que Stalin no dispusiera de un gran poder. Lo tuvo, efectivamente, pero no fue el mismo en cada momento. Durante mucho tiempo tuvo que compartir y repartir el poder con otras gentes y otras tendencias, y en algunas ocasiones estuvo a punto de perderlo. Esto último, perder el poder, no era tan difícil. Sírvanos de claro ejemplo lo ocurrido con Lavrenti Beria apenas unos meses después de la muerte de Stalin.


    Por desgracia para todos, la historiografía sobre la Unión Soviética adolece de graves problemas, y en general, la imagen del historiador en relación con la URSS es, cuando menos, patética. Pero esa es, valga la redundancia, otra historia que habrá que abordar en su momento.

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    Mensaje por NSV Liit Dom Nov 17, 2013 5:39 pm

    Muy bueno! Gracias camarada, habrá que leer el libro, porque tiene muy buena pinta.


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