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    La línea divisoria - texto de Carlo Frabetti

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    Chus Ditas
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    La línea divisoria - texto de Carlo Frabetti Empty La línea divisoria - texto de Carlo Frabetti

    Mensaje por Chus Ditas Mar Abr 01, 2014 8:56 pm

    La línea divisoria

    texto de Carlo Frabetti

    Cuenta la leyenda que Rómulo, en el momento de fundar Roma, trazó una línea en el suelo y amenazó con matar a quien la cruzara. Su hermano Remo la cruzó, y Rómulo lo mató.

    No es casual que el símbolo de la línea infranqueable (y el fratricidio, dicho sea de paso) sea un elemento clave del mito fundacional del Imperio por antonomasia. La línea es el límite, la frontera. Y cuando la línea se cierra, marca la diferencia entre dentro y fuera, entre propio y ajeno (entre propio e impropio), entre estar y no estar. Hay muchas personas dispuestas a criticar el sistema, pero muy pocas capaces de cruzar la línea y convertirse en elementos “antisistémicos”, o sea, en marginales, en excluidos, cuando no en perseguidos. E incluso las críticas parciales al sistema hay que matizarlas y relativizarlas, hay que compensarlas con ataques explícitos al no-sistema, no vaya a ser que nos criminalicen. Estoy contra la invasión de Iraq, pero hay que echar a Sadam. Estoy contra el bloqueo de Cuba, pero Fidel es un dictador. Estoy contra la tortura y la represión en Euskal Herria, pero “condeno” públicamente a ETA… Que quede claro que, aunque crítico y librepensador, estoy a este lado de la línea, soy un demócrata.

    ¿Y dónde está la línea?. En este momento, la línea divisoria entre lo oficialmente tolerable y lo intolerable, entre la asunción y el rechazo del orden establecido, la determina el término “terrorismo”. El término, no la cosa en sí, que en el discurso dominante se contrapone adialécticamente, demagógicamente, al término “democracia” (no a la cosa en sí, puesto que la cosa en sí no existe). Según los socialdemócratas y los neoliberales, las democracias occidentales constituyen un logro definitivo (el fin de la historia) y solo el “terrorismo” las amenaza, por lo que cualquier esfuerzo —y cualquier desmán— está justificado para acabar con esa plaga. En consecuencia, puedes criticar el sistema, pero solo desde dentro, sin dejar de ser “demócrata”, porque de lo contrario pasas al otro lado, te conviertes en un filoterrorista, un terrorista potencial, un demonio.

    Por eso los timoratos no pueden expresar su solidaridad con Iraq o con Cuba (por no hablar de Palestina) sin añadir que están contra las “dictaduras” de Sadam y de Fidel (para el discurso dominante, “dictadura” y “terrorismo” son antónimos de “democracia”, y por lo tanto son sinónimos entre sí). Cuando nos oponemos a la lapidación de una adúltera, no nos apresuramos a condenar el adulterio (a pesar de que para muchos —por ejemplo, los católicos— es condenable), ni siquiera dedicamos unas palabras al “sufrimiento” del cornudo. ¿Por qué, entonces, muchos de los pocos que se oponen a la Ley de Partidos se sienten obligados a condenar a ETA en el mismo párrafo en el que denuncian una aberración jurídica?. ¿Por qué al denunciar el bloqueo y las continuas agresiones imperialistas a Cuba, hay que condenar el fusilamiento de tres secuestradores?. Si hablamos de la pena de muerte, habrá que decir, por supuesto, que en Cuba no ha sido abolida y que, excepcionalmente, todavía se aplica (como, por desgracia, en tantos países). Pero si hablamos de los millones de dólares que el Gobierno de Estados Unidos dedica a comprar e infiltrar espías y terroristas en Cuba, estamos hablando de otra cosa. Y, en ese contexto, exigirle a Castro que no reprima a la “oposición pacífica” es, sencillamente, una necedad o una infamia. Puestos a condenar, ¿por qué no condenamos también a Cuba por basar su economía en productos tan poco saludables como el tabaco, el alcohol, el café y el azúcar… en vez de basarla en la guerra y el expolio, como las “democracias” occidentales?

    La clave de estos y otros despropósitos similares está en la famosa declaración de guerra de Bush del 12-S, esa frase que le pidió prestada a Hitler: “Quien no está con nosotros, está contra nosotros”. Quien no comparte nuestro aberrante concepto de democracia es un terrorista. Por eso muchos, cuando se atreven a criticar algún atropello del poder, sienten la necesidad compulsiva de aclarar que no están del otro lado. Con lo cual les hacen el juego a los canallas que dicen que estar contra la guerra es apoyar a Sadam, o que oponerse a la Ley de Partidos es estar con ETA, o que denunciar las agresiones imperialistas a Cuba es aprobar los fusilamientos (y el tabaquismo, de paso).

    Es sorprendente que nadie haya dicho todavía que oponerse a las lapidaciones de adúlteras es contribuir a la destrucción de la familia.


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