por Demofilo Vie Jul 23, 2010 7:20 pm
Sofía Kovalevskaya (1850-1891), matemática y revolucionaria
Su apellido de soltera era Korvin-Krukóvskaya y aunque era descendiente de un rey de Hungría, Matías Corvino, compartía ascendencia con una familia gitana rusa de buena formación académica. Su abuelo perdió el título hereditario de príncipe por casarse con una gitana. Más tarde, al casarse, Sonia, como le gustaba que la llamaran, adoptó el apellido del marido.
Su padre, a quien le horrorizaban las mujeres sabias, decidió interrumpir sus clases de matemáticas. Aun así Sonia siguió estudiando por su cuenta con libros de álgebra. Leía a la noche cuando el resto de la familia dormía. Sólo varios años después se le permitió seguir clases particulares.
A los trece años se enamoró de Dostoievski, amigo de su hermana. Los años de su adolescencia fueron de rebelión, la época de las grandes revoluciones y manifestaciones de siglo XIX en las que el socialismo feminista iba ganando terreno.
Entonces a las mujeres se les impedía el acceso a la universidad, por lo que contraían matrimonios de conveniencia. Es lo que hizo Sonia para escapar del control paterno y salir a estudiar. A los 18 años se casó con Vladímir Kovalevski, un paleontólogo evolucionista. Esos matrimonios ficticios era muy populares entre los jovenes revolucionarios a los que pertenecía Sonia. La mujeres progresistas se casaban con un hombre con el único objetivo de liberarse del yugo familiar. Posteriormente cada uno hacía vida por su cuenta y el marido debía darle todos los permisos que ella solicitara de manera que la mujer pudiera estudiar, trabajar, viajar y vivir sin trabas.
Ante la imposibilidad de acudir a la Univeridad se marchó a Heidelberg acompañada de su hermana. Pero en Heidelberg tampoco la dejaron acceder a la universidad más que como oyente: sólo podía asistir a las clases si el profesor lo autorizaba.
Sin embargo, atrajo la atención de los profesores, que la recomendaron para estudiar en la universidad de Berlín con Karl Weierstrass, el mejor matemático de la época. Pero allí tampoco estaba permitido el acceso de las mujeres a las universidades. Cuando Weierstrass recibió la petición de Sofía de asistir a sus clases, le puso una serie de problemas que tenía preparados para sus alumnos más avanzados. Pensaba que era una forma diplomática de librarse de esa mujer. Al cabo de una semana le devolvió todos los problemas resueltos.
A partir de ese momento Weierstrass fue su mayor apoyo. Accedió a trabajar con ella en privado y le dirigió la tesis con la que se doctoró en matemáticas por la Universidad de Gotinga en 1874, siendo la primera mujer en la historia que lo conseguía.
Regresó a Rusia en 1875. Lo que en un principio había sido un matrimonio ficticio con Kovalevsky, se transformó en una relación seria y ambos tuvieron una hija llamada Sofia en 1878. Sin embargo en estos años estuvo bastante alejada de las matemáticas; no le daban trabajo en ninguna universidad y se dedicó a frecuentar los círculos culturales avanzados de San Petersburgo.
En 1879 se deterioró la relación entre la pareja y Sonia decidió retomar su actividad científica. Reanudó su correspondencia con Karl Weierstrass, viajó por Berlín y París, donde también frecuentó los círculos políticos revolucionarios.
En 1881 fue la primera mujer que consiguió una plaza de profesora universitaria en Europa, en Estocolmo. Era un trabajo no remunerado; el único salario que recibía se lo pagaban sus alumnos haciendo colecta. Por fin, en 1889 consiguió ser profesora de pleno derecho.
Al año siguiente publicó su estudio sobre la refracción de la luz y pasó a formar parte del consejo editorial de la revista "Acta Mathematica", una de las de más prestigio en ese ámbito.
En 1888 logró el prestigoso Premio Bordin de matemáticas, siendo la primera mujer que lo lograba, para lo cual tuvo que resolver las ecuaciones de Euler sobre la rotación de un sólido pesado alrededor de un punto fijo, un problema que desde hacía muchos años traía de cabeza a los mejores matemáticos. Esto le supuso el espaldarazo definitivo a su carrera, siendo reconocida como una de las mayores autoridades matemáticas del mundo.
Por iniciativa del gran matemático ruso Chebichev, la Academia Imperial de Ciencias cambió sus estatutos para admitir a Sonia en 1889.
Murió muy joven. Tras unas vacaciones en Génova a finales de 1890, regresó a Suecia en un viaje bastante accidentado. Durante el trayecto cogió un catarro que degeneró en neumonía y falleció en Estocolmo, a los cuarenta y un años.
Además de su quehacer matemático, Sofia escribió artículos de divulgación científica y otros temas como el teatro, e incluso publicó un par de novelas: "Memorias de juventud" (1890) y "Mujer nihilista" (1892). Como todos los revolucionaios, consideraba que la divulgación de las ciencias era una actividad imprescindible parea las masas, una manera dotar de armas a las clases populares para acabar con la monarquía y hacer la revolución.
No sólo era una mujer extraordinariamente inteligente sino una revolucionaria. Su sentido de la libertad, su rebeldía y sus ideas sociales avanzadas hacen de ella una persona tan apasionante como desconocida.