Hace trece años que vivo y trabajo en Vietnam, donde me dedico a la consultoría de importación y exportación con empresas extranjeras. El año pasado, tuve la suerte de ser el único español que pudo cruzar las fronteras norcoreanas, y pasar quince días en el país conociendo de primera mano una realidad que, a menudo, nos llega tergiversada por la opinión de periodistas y medios que nunca han pisado las calles de Pyonyang.
Por supuesto, hay que saber a qué puerta llamar para conseguir ser uno de los 1.000 visitantes extranjeros que, según sabemos, han podido ir entrando anualmente en Corea del Norte desde hace algún tiempo. Evidentemente, si eres un elemento abiertamente contrario al régimen, las puertas a las que llamar son nulas. Yo entré gracias a la Asociación Norcoreana de Amistad, una entidad que depende del gobierno de Corea del Norte, y de la que soy miembro. Además, al ser residente en Vietnam, he podido establecer contactos con algunas compañías norcoreanas, así como beneficiarme de las propias relaciones diplomáticas y empresariales que mantienen habitualmente ambos países.
Desde Pekín hay dos vuelos a la semana hacia Pyonyang, y cuando aterrizas en el aeropuerto te sorprende ver que, además de ti, hay tan sólo unas cien personas entre autóctonos, invitados, y personalidades VIP que alguien ha venido a recibir. El día en que yo aterricé también había en la pista un avión procedente de Vladivostok, la frontera con Rusia, pero eso era una excepción ya que normalmente sólo operan líneas norcoreanas.
Como pueden pensar, un occidental paseando por las calles de Pyongyang no es algo a lo que los autóctonos estén sumamente acostumbrados. Te miran, pero no como si fuera el primer extranjero que ven en su vida. Aunque seamos pocos, un turista es un turista y se deja ver en el centro de la capital y en las zonas de obligada visita.
Lo que me sorprendió a mi no fueron los habitantes, sino que la capital de Corea del Norte me recordaba a la Albania de hace quince años. Una ciudad perfectamente ordenada, siguiendo el sistema socialista de construcción, el color, el olor, la monumentalidad de los edificios, la gente desplazándose a pie o en bicicleta, etc… El comercio recuerda al del final de la época comunista en Rusia, y la publicidad brilla en Pyongyang por su ausencia. Sólo al acercarse al aeropuerto se puede ver un anuncio de una marca de automóviles coreana, pero en el resto de la ciudad, ni rastro de agresivos visuales o auditivos en forma de propaganda.
Uno puede pensar, a raíz de lo que nos llega de los medios, que la gente en Corea del Norte no es feliz. Eso no es lo que yo vi. Ni los niños están desatendidos – en realidad tienen un sistema de educación y unas instalaciones que ya quisieran muchos países occidentales – , ni la gente va llorando por la calle. Si en teoría hablamos de una de las dictaduras más autoritarias del planeta, según la lectura occidental, el régimen hubiera colapsado hace ya muchos años. Es un régimen que dura desde la guerra que enfrentó al país con su vecino del Sur entre 1950 y 1953, y no creo que un simple autoritarismo fuera capaz de sobrevivir más de cincuenta años sin dar nada a cambio.
La ideología de los norcoreanos se podría calificar de "genética"
La ideología de los norcoreanos se podría calificar de “genética”. Está perfectamente anclada en su manera de ver el mundo. Si durante la gran depresión y hambruna de mitad de los ‘90 el sistema aguantó, no veo por qué no lo iba a hacer ahora que la economía empieza a fortalecerse. No hay abundancia, pero las largas colas para abastecerse son ya cosa del pasado. Seguramente los norcoreanos están contentos de vivir en un país donde no hay delitos, ni prostitución, ni drogas. Una de las razones del hermetismo del país puede estar precisamente en la protección de todos estos valores frente a la “amenaza extranjera”. No debe sorprendernos que incluso en la capital los nombres de Madonna o Michael Jackson sean totalmente desconocidos. Corea del Norte es el único país del mundo donde el socialismo es una realidad, y para protegerlo se encierra en sí mismo: no es una privación de nuestras libertades, sino una protección de las suyas.
¿Bombas atómicas? Para empezar, no creo que sea lícito que el único país que ha utilizado la bomba atómica sobre población civil, sea el mismo que tacha de “amenaza terrorista” a otro que pretende únicamente ser capaz de defenderse. En Corea del Sur ya es muy corriente la opinión contraria a los restos de la ocupación de EEUU – todavía hay 38.000 soldados en el país – , y favorable al régimen de Pyongyang. Si sus antiguos enemigos hacen balance y deciden aproximarse al norte, deberíamos, quizás, revisar nuestros prejuicios y empezar a aceptar las diferencias de este mundo “global”.
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