LA COMUNA DE PARÍS Y LA DOCTRINA MARXISTA DEL ESTADO
texto de Encarna Ruiz Galacho
El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. - Carlos Marx, La Guerra Civil en Francia
se publica en el Foro en dos mensajes (las NOTAS van en un tercer mensaje)
---mensaje nº 1---
La Comuna de París (1871) fue una experiencia revolucionaria breve, al sucumbir a los setenta y dos días, a manos de la contrarrevolución y “las atrocidades de las clases superiores”; pero esta experiencia fue lo suficientemente instructiva como para constituir un hito esencial en la formación de la teoría marxista del Estado. En el Manifiesto Comunista (1847), Carlos Marx y Federico Engels habían formulado: a), el fundamento objetivo de la revolución social proletaria, en términos generales, referido a la contradicción creciente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas ; b), la materialización de este factor determinante (en última instancia) en la lucha de clases y razón por la que ésta era motor de la historia de las sociedades (clasistas), y c), el principio metodológico fundamental por el que se afirma que las teorías de los comunistas no son inventos ni fantasías, “sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de la lucha de clases existente, del movimiento histórico que está desarrollándose ante nuestros ojos”. Y precisamente atendiendo a este principio metodológico fundamental, Marx espera el momento práctico de la Comuna, en la que halla “la fórmula al fin descubierta” de llevar a cabo la destrucción de “la máquina burocrática-militar del Estado” y la forma concreta que adopta el poder político de la clase obrera.
El análisis de la Comuna lo realiza Marx desde el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional, que había contribuido a fundar en 1864. De suerte que los dos manifiestos o comunicados de la AIT, en los que Marx analiza la coyuntura bélica de la guerra franco-prusiana (1870), junto al análisis de la insurrección comunal de París, y que integran su obra La Guerra Civil en Francia, hermanan la penetración del análisis con el superior conocimiento de la la historia revolucionaria de Francia que tenía Marx; y, en particular, del régimen bonapartista, que es el que se derrumba en esa coyuntura bélica, y del que ya había dado una buena muestra en su libro El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852). Eso explica, además, que el texto de la Comuna lo leyera Marx, en el Consejo General de la AIT, tan sólo dos días después de haber sucumbido la revolución comunal. Veinte años después (1891), Engels, al escribir el prólogo a La Guerra Civil en Francia, dirá que en su alocución, Marx “esboza la significación histórica de la Comuna de París en trazos breves y enérgicos, pero tan precisos y sobre todo tan exactos que no han sido nunca igualados en toda la enorme masa de escritos publicados sobre este tema”. Por nuestra parte, se tratará de pormenorizar los episodios del movimiento histórico de la Comuna de París, exponente de la lucha de clases, en sucesivos epígrafes, para ultimar con las aportaciones que suponen a la doctrina marxista del Estado.
1. LA INTERNACIONAL ANTE LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA
El estallido de la guerra franco-prusiana (19 de julio de 1870) fue seguido con la máxima atención por la AIT. Inmediatamente el Consejo General de la AIT , residente en Londres, lanzó su primer manifiesto ( 23 de julio), haciendo saber que la emancipación de la clase obrera es radicalmente incompatible con una política exterior que “persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo”. En cambio, la política exterior de la Internacional estriba en: “Reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia que deben presidir las relaciones entre los individuos sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones”.
Las secciones nacionales y locales de la Internacional son llamadas a movilizarse, empezando por los internacionalistas de los países contendientes. En Francia, la sección de París y otras localidades francesas se suman a las protestas de la AIT contra una guerra que no consideraban justa, sino movida por los intereses dinásticos y territoriales de Napoleón III. También la clase obrera alemana se pronuncia en contra de la guerra y su degeneración (de guerra contra el gobierno francés, en guerra contra el pueblo de Francia), haciendo patente la fidelidad a la consigna estratégica de la Internacional: “Proletarios de todos los países uníos”, y que ilustra el conocido estribillo de la revolución de 1848: “Jamás olvidaremos que los obreros de todos los países son nuestros amigos, y los déspotas de todos los países nuestros enemigos”. Este pronunciamiento fue subrayado por la abstención de los dirigentes socialistas alemanes, Liebknetcht y Bebel, el 21 de julio, en la votación a los créditos de guerra en el Reichtag[1].
A tenor de su línea estratégica, el primer manifiesto de la AIT afirma que es la alianza de los obreros de todos los países la que dará fin a las guerras. Buena prueba de lo cual es el hecho de que las organizaciones obreras de Francia y Alemania se intercambien mensajes de paz y amistad, lo cual no sólo se considera un “hecho grandioso, sin precedentes en la historia”, sino el anticipo de “una sociedad nueva cuyo principio de política internacional será la paz, porque el gobernante nacional será el mismo en todos los países: el trabajo”.
No obstante, la sección francesa de la AIT no está en su mejor momento para hacer frente a la coyuntura bélica. Desde su creación en 1865, había ido ganando influencia por su decidido apoyo al movimiento huelguístico, que se desarrolla especialmente a partir de 1867. El apoyo de los internacionalistas a las huelgas obreras es un fermento nuevo en el movimiento obrero, que supone romper con el apoliticismo y la condena de la coalición y la huelga sostenida por el obrerismo partidario de Proudhon[2]. Los militantes internacionalistas se trasladan a las regiones en las que estallan las huelgas y se esfuerzan por extender la organización y la resistencia económica para no dejar abandonados a los huelguistas. En este sentido, las Sociedades Obreras de París organizan la Caja de la Perra, una caja de ayuda a los trabajadores en huelga. Todo esto hace que la represión caiga sobre la sección francesa de la Internacional, obligándola a sucesivas disoluciones y reorganizaciones. El primer proceso le será incoado en marzo de 1868, lo que lleva aparejado la disolución de la oficina de París, aunque inmediatamente los internacionalistas crean una segunda oficina, tras la que conocen otro segundo proceso y otra reorganización inmediata.
La sección francesa de la AIT se articulaba en secciones de barrios, sociedades obreras y cooperativas. A sus esfuerzos organizativos en el campo político y sindical se debe la creación en París, en noviembre de 1869, de la Cámara Federal de las Sociedades Obreras y la Federación de las secciones parisienses de la Internacional. A estos años se vincula el impulso del feminismo obrero, de rechazo al mutualismo proudhoniano aferrado a que la mujer debe quedar en el hogar. En cambio, el internacionalista Eugene Varlin y sus camaradas, al fundar en 1866 la Sociedad de los Obreros Encuadernadores de París, inscribe en los estatutos la igualdad de los derechos de la mujer obrera[3]. Más adelante, en julio de 1869, las obreras del devanado y la torsión de la seda y las ovalistas, que mantendrán una huelga exitosa, se constituyen en sección de la Internacional[4]. El nexo del feminismo con la revolución ya había sido apuntado por Marx, al decir que “las grandes revoluciones sociales sólo son posibles si se cuenta con el fermento femenino”.
El signo de este periodo militante es la organización de clase. En este sentido, Varlin explicará el alcance de la organización obrera, desde el punto de vista de la socialización que entraña, al habituar a sus miembros a “ponerse de acuerdo y a entenderse y razonar sobre sus intereses materiales y morales, siempre desde el punto de vista colectivo”. La táctica política de los internacionalistas franceses, expresada en 1869, con motivo de la participación en unas elecciones parciales en París, destaca el primado del objetivo propagandístico: “Acrecentar nuestra fuerza para una propaganda activa, y destruir el prestigio de esas personalidades burguesas más o menos radicales, que son un peligro para la revolución social”. Más adelante, de rechazo al plebiscito bonapartista del 8 de mayo de 1870, proclaman sin rodeos: “Nosotros sostenemos la República social universal. Protestamos contra el plebiscito y contra sus resultados, cualquiera que sea, y recomendamos a nuestros hermanos trabajadores la abstención en todas las formas”.
Pero si a principios de 1870, los internacionalistas eran la fuerza principal del movimiento obrero francés, justamente coincidiendo con un movimiento de huelgas, que son reprimidas con especial dureza, se les incoa un tercer proceso. Lo militantes más activos de París y provincias son detenidos y encarcelados, y otros logran huir, y en esa desfavorable situación afrontan la coyuntura bélica.
2. EL ADVENIMIENTO DE LA REPÚBLICA
Tal como había vaticinado el primer manifiesto de la Internacional, con la guerra se derrumba en Francia el Segundo Imperio. Después de la rendición de Luis Bonaparte en Sedán, será proclamada la República -el 4 de septiembre- por los obreros en París y aclamada en toda Francia. La guerra continúa, pues el ejército prusiano victorioso ha pasado de la guerra defensiva a la guerra de conquista, exigiendo la anexión de las regiones francesas de Alsacia y la Lorena de habla alemana. A esta guerra reaccionaria se opone enérgicamente el segundo comunicado del Consejo General de la Internacional (9 de septiembre), a la par que se pronuncia a favor de la recién proclamada república francesa, no sin reparar en dos aspectos primordiales. Estos son : 1º) el hecho de que la república no ha sido la resultante de haber derribado el trono de Bonaparte, sino la ocupación de la vacante o vacío de poder producido, y 2º) que la república no ha sido proclamada a título de “conquista social, sino como medida de defensa nacional”.
A estos dos condicionantes, se añaden la desconfianza respecto al Gobierno provisional de la Defensa Nacional, formado por los diputados parisinos del anterior cuerpo legislativo. Primero, por la composición de dicho gobierno, al estar formado por monárquicos y republicanos burgueses, enemigos declarados de la insurrección obrera de 1848. Segundo, por el significativo reparto de funciones gubernamentales, en la que los monárquicos se hacen cargo de los departamentos importantes: del ejército y de la policía, mientras los republicanos ocupan “los departamentos puramente retóricos”. Tercero, porque “sus primeros actos de gobierno bastan para revelar que no han heredado del Imperio solamente un montón de ruinas, sino también su miedo a la clase obrera”, cuando era ésta la autora de la revolución política que suponía la proclamación de la república. Cabe, por tanto, el interrogante relativo a si la república en manos de tal gobierno no se convertiría en un expediente provisional de cara a una restauración monárquica.
Por iniciativa de Marx y del Consejo General de la Internacional se lanza una gran campaña de mítines a favor del reconocimiento de la república francesa, exhortando a la clase obrera de cada país a la acción, a cumplir con su deber, so pena de “nuevas derrotas de los obreros por los señores de la espada, de la tierra y del capital”. Es más, considerando que la situación de la clase obrera francesa era “dificilísima”, por tener al ejército prusiano a las puertas de París, mientras los dirigentes de la clase obrera estaban en las prisiones bonapartistas, Marx y el Consejo General desaconsejan a la clase obrera francesa derribar al gobierno provisional; consideran que sería una acción prematura, “una locura desesperada”. En su lugar, recomiendan aprovechar “serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar en la organización de su propia clase. Esto les infundirá nuevas fuerzas hercúleas para la regeneración de Francia y para nuestra obra común: la emancipación del trabajo”.
La desconfianza hacia “la cuadrilla de abogados arrivistas, con Thiers como estadista y Trochu de general” (Marx) que conforman el gobierno provisional de la Defensa Nacional quedará plenamente confirmada. La camarilla gubernamental, desde el primer momento, renuncia a expulsar a los prusianos y romper el asedio de París, en aras del pacto y la capitulación. Según Lissagaray, el historiador de la Comuna, se trata de “la mayor traición y vileza que habían visto los siglos, cuando la simple idea de capitular era repudiable hasta por los tenderos más tranquilos”. Y relata cómo desde el primer momento el gobierno de “los defensores” preparaba el terreno de la derrota y la capitulación ante el enemigo, y cómo para encubrir la negativa a luchar, achacaban el afán de lucha del París sitiado, a la “locura del sitio”. De modo que, para curar esa locura accedían a simulaciones, a fin de que los reveses les quitaran a la población las ganas de lucha. “Los defensores tuvieron que avenirse a demorar las cosas, ceder a lo que llamaban la “locura del sitio”, considerándose los únicos de París que no habían perdido la cabeza. Se lucharía, puesto que los parisienses no querían cejar, pero se lucharía solamente para que perdieran su petulancia”[5].
Pero el 31 de octubre, estalla el antagonismo, registrándose una tentativa de derribar al gobierno. Una multitud enorme se subleva y los guardias nacionales ocupan el Ayuntamiento de París, y retienen prisionero a algunos miembros del gobierno. Gritan “¡Muera Trochu!” y “Nada de armisticio”. El intento de que Blanqui[6] y otros dirigentes de la izquierda tomen las riendas del poder político se desvanece. A partir de ahí, la preocupación gubernamental fue el motín, sofocar la agitación social de una población exasperada por las privaciones del asedio.Sobre todo teniendo en cuenta que el pueblo de París contaba con la Guardia Nacional, formada por todos los parisienses capaces de empuñar las armas, y dentro de la cual los obreros eran una mayoría. Y esto es lo que sustancia el “miedo a la clase obrera” y al París en armas. Al fin, el 28 de enero de 1871 se firma la capitulación, cuyos términos son la anexión de Alsacia, Lorena y Metz al nuevo imperio alemán, junto a una indemnización de cinco mil millones de francos. Además, el pacto de capitulación impone la dimisión del gobierno provisional y la convocatoria de elecciones, en el plazo de ocho días, a fin de elegir una Asamblea Nacional destinada a concluir la paz. “La fiebre electoral -según Lisagaray- sustituyó a la fiebre del sitio”. La oposición política siguió en el fraccionamiento y la impotencia demostrada hasta entonces. Por su parte, las secciones parisinas de la Internacional y la Cámara Federal de Sociedades Obreras participan en los comicios, junto al comité de los veinte distritos de la ciudad, publicando un manifiesto común. “Las candidaturas socialistas revolucionarias -decían- significan: denegación a quienquiera que sea de poner a discusión la República; afirmación de la necesidad del advenimiento político de los trabajadores; caída de la oligarquía gubernamental y del feudalismo industrial”. Pero tuvieron pocos pasquines y periódicos “para hacer competencia a las trompetas burguesas”, de manera que sólo obtuvieron cinco diputados de su lista.
En contraste con el voto republicano de París, los votos a la Asamblea Nacional estuvieron dominados por los monárquicos (orleanistas y legitimistas). Un resultado que obedece, sobre todo, a la precipitación de los comicios, de los que en algunos lugares no se supo hasta la víspera, al hecho de que una tercera parte del territorio francés estuviera en manos del enemigo, y a que París quedara aislado de las provincias. Así, de los 750 diputados que componían la asamblea nacional, 450 eran monárquicos, exponentes de los intereses de los terratenientes y de los elementos reaccionarios de la ciudad y el campo, de ahí que fuera llamada asamblea de “rurales”. Esta asamblea reunida en Burdeos el 12 de febrero, aprobó los preliminares de paz y eligió a Thiers jefe del nuevo gobierno, cuyo objetivo inmediato era poner a la resistencia de París fuera de combate, y “empalmar la guerra exterior con la guerra civil ante los ojos del invasor” (Marx).
Desde la capitulación, la exasperación del París asediado aumenta ante las manifestaciones antirrepublicanas de los “rurales” y el propio Thiers. A todo esto, la Guardia Nacional había iniciado su reorganización desde el 15 de febrero, mediante la creación de una Federación Republicana y un Comité Central. “La guardia nacional era tanto como el París viril en su totalidad. La idea clara, simple, esencialmente francesa de federar los batallones, vivía desde hacía tiempo en el espíritu de todo el mundo. Brotó de la reunión y se decidió que los batallones se agruparían en torno a un Comité Central” (Lissagaray). Esta reunión acordó que una comisión redactara los estatutos y que cada distrito allí representado nombrase un comisario de inmediato. A la reunión siguiente, a la que asisten dos mil delegados de compañías y guardias nacionales, la comisión presenta el proyecto de estatutos de la Federación Republicana y procede a la elección del Comité Central. Por unanimidad votaron contra todo intento de desarme, al que se resistirían por la fuerza de las armas. También se comprometen “a la primera señal de entrada del ejército prusiano, en París, a ir inmediatamente a las armas y a proceder luego contra el enemigo invasor”. Y a lo cual se opondrá la intervención del Comité Central, moderando los ánimos. Del uno al tres de marzo 30.000 hombres del ejército alemán entran en París.
Ante la ocupación del ejército prusiano se redoblan las manifestaciones republicanas en la ciudad; el gobierno capitulador de Thiers repliega las tropas, y por incuria entrega doce mil fusiles de más al invasor, además de abandonar cañones y ametralladoras, que serán trasladadas a lugar seguro por el Comité Central. Quedan en poder de París los cañones de la guardia nacional que por ser de su propiedad, costeados por suscripción, no forman parte de la rendición. Los soldados prusianos quedan acampados desde el 1 de marzo entre el Sena y el Louvre, con las salidas cerradas y un cordón de barricadas bordeando el barrio de Saint-Honoré. Pero lejos de apreciar la entereza de París, los “rurales” de Burdeos multiplicaban en su prensa las injurias contra el hecho de que la población hubiera osado manifestarse contra el invasor.
Los Estatutos de la Guardia Nacional ratificaban a la República “como único gobierno de derecho y de justicia, superior al sufragio universal, que es obra suya”. Además señalaba que la misión del Comité Central era velar por la ciudad, “velar sobre las calamidades que le preparan, en las sombras, los partidarios de los príncipes, los generales de los golpes de Estado, los ambiciosos ávidos y desvergonzados de toda especie”. Ante la firmeza que representa el París republicano, Thiers intensifica el hostigamiento. Si meses atrás, en su gira por las cortes europeas, estaba dispuesto a cambiar la república por un rey; ahora, pese a que el propio pacto de capitulación había reconocido el fundamento legal de la república, Thier se permite la usurpación, mediante la declaración de la república como expediente provisional. A esto se añaden otras medidas hostiles, tales como el nombramiento de general de la guardia nacional a un consumado bonapartista, enemigo del París revolucionario, aunque la guardia nacional había declarado no reconocer por jefes más que a sus elegidos por ella; la descapitalización de París al trasladar la capital a Versalles, la supresión de seis periódicos republicanos, la condena a muerte en rebeldía a destacados dirigentes de la izquierda, como Blanqui, por la tentativa del 31 de octubre.
3. LA INSURRECCIÓN DEL 18 DE MARZO
La declaración de la guerra civil, en sentido estricto, se plantea cuando el gobierno de Thiers da la orden de confiscar los cañones de la Guardia Nacional, bajo el pretexto de que aquellos pertenecían al Estado. El golpe de fuerza de las tropas de Versalles sobre París, tiene lugar en la madrugada del 18 de marzo, al ocupar los puestos estratégicos de la orilla derecha del Sena, mientras varios destacamentos tratan de apoderarse de los cañones de Montmartre. Agresión que, en alevosa nocturnidad, al principio les parecerá fácil, hasta que los barrios despiertan y las mujeres son las primeras que rodean las ametralladoras e increpan a los agresores. A las once de la mañana la tentativa del gobierno de apoderarse de los cañones ha fracasado. La Guardia Nacional está en pie con sus batallones y en los barrios la gente tiene los adoquines a mano. La muchedumbre ejecuta a dos generales, indignada por la agresión que no dudan en calificar de “golpe de Estado” de Versalles, y a lo que el gobierno golpista replica tachándolo de “rumor absurdo”, al tiempo que lanza una andanada contra el poder insurreccional del Comité Central de la Guardia Nacional. “Circula -dicen los carteles del gobierno- el absurdo rumor de que el gobierno prepara un golpe de Estado. Lo que ha querido y quiere es acabar con un Comité insurrecto cuyos miembros no representan más que las doctrinas comunistas y que llevarán a París al saqueo y a Francia a la tumba”.
El Comité Central, en representación del pueblo armado, se constituye en gobierno provisional revolucionario, con el objetivo inmediato de convocar las elecciones municipales a la Comuna de París. Recordemos que el Comité Central había sido elegido por doscientos quince batallones de la Guardia Nacional.La mayoría de los miembros del Comité Central eran seguidores de Blanqui, en tanto los internacionalistas tenían escasa participación, en la que destaca la presencia de Eugene Varlin[7]. En su proclama a la población, firmada con los nombres de sus miembros, el Comité Central argumenta la toma del poder en nombre del proletariado de París:
“Los proletarios de la capital, en medio de los desfallecimientos y de las traiciones de las clases dominantes, han comprendido que ha llegado para ellos la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos...”
Sin embargo, tras hacer fracasar el golpe de fuerza de las tropas de Versalles y provocar con ello la huida del gobierno de Thiers, el Comité Central pierde la ocasión -desde el punto de vista militar elemental- de “marchar inmediatamente sobre Versalles, entonces completamente indefenso, y de acabar así con los manejos conspirativos de Thiers y sus rurales”. A juicio de Marx este “error decisivo” obedece a la “repugnancia del Comité Central a aceptar la guerra civil iniciada por el asalto nocturno”. El imperativo de cortar la retirada y la reorganización de la contrarrevolución era obligado[8], si se considera que la táctica de la retirada para organizar el ejército de la represión y el aplastamiento de los levantamientos populares de París había sido empleada por Thiers en sucesivas ocasiones anteriores, desde 1834 a 1848. Había sido Thiers -en febrero de 1848- el que había aconsejado al rey Luis Felipe abandonar la capital con el ejército, rehacer la tropa y volver para reprimir el levantamiento de la capital. Y la repetición de la maniobra será anunciada, por uno de sus secuaces (Jules Favre) a la Asamblea de Versalles, tras la huida: “si hemos abandonado a París ha sido con el propósito de regresar para dar resueltamente la batalla al desorden”[9].
La reacción de Vresalles, monárquicos, gran burguesía y demás esclavistas, vociferaba que el Comité Central era “un atajo de bandidos”, y que los insurrectos proletarios carentes de preparación política serían incapaces de “timonear su barca”. Acusaban a los miembros del Comité Central de ser hombres oscuros, clandestinos y provocadores de todo tipo de excesos y violencias. La prensa burguesa actuaba en París al servicio de Versalles, con total libertad e impunidad, inventando todo tipo de ferocidades del poder revolucionario, con el fin de enajenarle a París el apoyo de las provincias, y asociar la revolución a los mayores horrores. En este punto, “los plumíferos de todos los regímenes coaligados, como en junio de 1848 contra los trabajadores, no dejaban de despotricar contra la guardia nacional. Fueron ellos quienes propalaron la bárbara leyenda de la ejecución de los liberales, de una multitud despojando los cadáveres y pisoteándolos. Hablaban de las cajas públicas y de las propiedades saqueadas; del oro prusiano que corría a raudales por los suburbios...”
En sus proclamas, el Comité Central se defendía de los ataques; hacía notar que no estaban ocultos ni eran clandestinos; que actuaban a la luz del día y firmaban con sus nombres todas las proclamas; que sus miembros no eran unos desconocidos, sino “la libre expresión de los sufragios de doscientos quince batallones; que no habían cometido ningún exceso, aunque no le habían faltado motivos y provocaciones, atestiguando la moderación y la generosidad de su actuación, tan opuesta a la camarilla de figurones y arrivistas, de los que la fuerza reaccionaria de Versalles estaba bien servida. Y a lo cual se referían en sus proclamas a la población:
“Uno de los más grandes motivos de cólera que abrigan contra nosotros es la oscuridad de nuestros nombres. Hartos nombres conocidos, demasiado conocidos, ha habido ya cuya notoriedad nos ha sido fatal. La fama se obtiene a poca costa: bastan para ello algunas frases hueras y un poco de cobardía; un reciente pasado lo demuestra... “
El Comité Central dejaba despotricar a la prensa burguesa, confiando en que los periódicos “tomarían como un deber el respeto a la República, la verdad y la justicia”. Confiaba en la mera lucha ideológica para combatirlos, no sin constatar “cómo puede encontrarse una prensa bastante injusta para lanzar la calumnia, la injuria y el ultraje”; y preguntarse si los trabajadores habrían de ser eternamente víctimas del ataque a su derecho a la emancipación. “¿No les será permitido jamás trabajar por su emancipación sin levantar contra suya un concierto de maldiciones?”. Pero, creciéndose con esa tolerancia, la reacción de los “Amigos del Orden” organizan manifestaciones callejeras, en sintonía con la Asamblea de Versalles que se conjura en el “¡Llamemos a las provincias!” para ir contra París.
El Comité Central era un defensor de la unidad de la nación y no abriga ningún interés separatista. El 21 de marzo había proclamado: “París no abriga ni la más remota intención de separarse de Francia; lejos de eso ha padecido por ella el Imperio, el Gobierno de la Defensa nacional, ha pasado por todas sus traiciones y cobardías”. Y días más tarde hace notar el espantoso llamamiento a la destrucción de París por las provincias realizado por Jules Favre, en nombre de las calumnias más abominables.
Las simpatías de las provincias con París se plasma en la proclamación de Comunas en las ciudades de Lyon, Saint-Etienne, Le Creusot, Marsella, Narbona y Toulouse, entre los días del 22 al 25 de marzo, sin conseguir su propósito. “Los revolucionarios de provincias se habían mostrado en todas partes desorganizados, impotentes para empuñar el poder. Vencedores en todas partes en el primer choque, los trabajadores no habían sabido hacer otra cosa que gritar “¡Viva París, abajo Versalles!” (Lissagaray). De modo que cuando se proclama la Comuna de París, sólo se mantiene el movimiento en Narbona y Marsella.
El apresuramiento en convocar elecciones y entregar su mandato era considerado por el propio Comité Central como la prueba fehaciente de su conducta desinteresada en el ejercicio del poder revolucionario. “No hay en la historia -dirán- ejemplo de un gobierno provisional que se haya dado más prisa en deponer su mandato”. El Comité Central no se presenta a los comicios, aunque algunos de sus miembros serán elegidos; en su proclama de despedida expondrá su concepto del sufragio y las orientaciones del voto virtuoso: “No perder de vista que los hombres que mejor os servirán serán los que escojáis de entre vosotros mismos. Los que vivan vuestra propia vida, los que sufran vuestros propios dolores. Desconfiad igualmente de los ambiciosos tanto como de los recién llegados. Desconfiad igualmente de los charlatanes. Evitad a aquellos a quienes ha favorecido la fortuna, porque el que ha sido favorecido por la fortuna es difícil que esté dispuesto a mirar al trabajador como a un hermano. Conceded vuestras preferencias a los que no busquen vuestros sufragios. El verdadero mérito es modesto y a los trabajadores corresponde conocer a sus hombres, y no a éstos presentarse”.
El domingo 26 de marzo se realizan las elecciones a la Comuna de París. El Comité Central había decretado que habría un concejal por cada 20.000 electores y por fracción de diez mil, noventa en total. Había expresado el deseo de que en el futuro se considerase el voto nominal como el más adecuado a los principios democráticos, y conforme a esto, los suburbios obreros votaron con papeleta abierta. Algunos desfilaron por la plaza de la Bastilla en columna, con la papeleta en el sombrero y fueron a las secciones en el mismo orden. Votaron 227.000, muchos más, relativamente, que en las elecciones de febrero. No obstante Thiers telegrafiaba a las provincias diciendo: “Los ciudadanos, amigos del orden se han abstenido de acudir a las elecciones”. Y al día siguiente amenazaba: “No, Francia no dejará que triunfen en su seno los miserables que quieren bañarla en sangre”.
4. PROCLAMACIÓN Y MEDIDAS DE LA COMUNA
El 28 de marzo fue proclamada la Comuna, en un ambiente festivo. Sobre ochenta concejales elegidos, había sesenta y seis revolucionarios, de los que unos veinticinco eran obreros, en su mayoría jóvenes, algunos con apenas veinticinco años. Al día siguiente se organiza el gobierno de la Comuna mediante la formación de nueve Comisiones de trabajo, compuesta cada una por cinco miembros. Estas comisiones son: de Finanzas, Guerra, Justicia, Seguridad Nacional, Subsistencias, Trabajo, Relaciones Exteriores, Servicios Públicos y Enseñanza. Y una Comisión Ejecutiva, formada por los delegados de las nueve Comisiones.
La mayoría de los miembros revolucionarios de la Comuna eran blanquistas, y entre la minoría internacionalista se encuentran los hombres que habían organizado el movimiento obrero a finales del Segundo Imperio, y que ahora afrontan la tarea de gestionar los servicios de la nueva administración, que funcionará con diez mil empleados, cuando antes exigía sesenta mil. En el caso de Varlin, vemos que pasa de las finanzas a los abastecimientos y de éstos a la intendencia. Hay que alimentar cada mañana a 300.000 personas sin trabajo y sin recursos que viven de los 1,5 francos diarios que reciben. De los 600.000 obreros censados solamente 114.000 están ocupados, de los que 62,5 miles son mujeres. Otras actuaciones de los internacionalistas son la del joven contador Jourde, que queda a cargo de las finanzas; Theisz, el organizador de la Federación de Sociedades Obreras, encuentra el servicio de Correos desorganizado, y con letreros en salas y patios que ordenan a los empleados trasladarse a Versalles bajo pena de despido; con ayuda de algunos trabajadores, Theisz reorganiza en 48 horas la recepción y distribución de las cartas. Por su parte, Avrial, delegado del cuartel de artillería aprueba el reglamento de los talleres del Louvre, que fija la jornada laboral en diez horas. Léo Frankel, al frente de la Comisión de Cambio y Trabajo, estará ayudado por una comisión de iniciativas, compuesta por trabajadores. En ese departamento, Elisabeth Dimitrief se encarga de la organización de las mujeres obreras.
En síntesis, las medidas revolucionarias de la Comuna serán las siguientes:
-El 30 de marzo abolió el servicio militar obligatorio y el ejército permanente, declarando a la guardia nacional la única fuerza armada en la que debían organizarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Condonó los pagos de los alquileres de las viviendas y suspendió la venta de objetos empeñados en las casas municipales de préstamos. Confirmó en sus cargos a los extranjeros elegidos para la Comuna, afirmando que “la bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial”.
-El 1 de abril acordó que el sueldo máximo a percibir por los miembros y funcionarios de la Comuna no podría exceder del sueldo de un obrero, entonces cifrado en 6.000 francos.
-El 2 de abril decretó la separación de la Iglesia y el Estado y la supresión de todas las partidas consignadas en el presupuesto del Estado para fines religiosos; declaró propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia, consecuencia de lo cual fue que el 8 de abril ordenase la eliminación de los símbolos religiosos de las escuelas.
-El 6 de abril la Guardia Nacional sacó a la calle la guillotina y la quemó públicamente, entre el entusiasmo popular.
-El 12 acordó que la Columna triunfal de la Plaza Vendome instalada por Napoleón, fuera demolida por ser el símbolo del chovinismo e incitación a los odios entre las naciones.
-El 14 de abril decreta la ocupación de las empresas y talleres abandonados por las sociedades obreras. Se dispone un registro estadístico de todas las fábricas clausuradas por los patronos y la preparación de planes de organización cooperativa para reanudar el trabajo con los obreros que antes lo hacían en aquellas empresas. Se plantea la organización de todas estas cooperativas en una gran Unión de Cooperativas.
-El 20 de abril declara abolido el trabajo nocturno de los panaderos[10]. Y suprime las oficinas de colocación, que durante el Segundo Imperio había sido monopolio de sujetos designados por la policía; estas oficinas fueron transferidas a las comisiones de los 20 distritos de la capital.
-El 30 de abril procede a la clausura de las casas de empeño, sobre la base de que eran incompatibles con el derecho de los trabajadores a disponer de sus instrumentos de trabajo y crédito.
-El 5 de mayo fue demolida la Capilla Expiatoria, erigida por la ejecución del rey Luis XVI.
Engels atribuye el carácter revolucionario de estas medidas de la Comuna al componente obrero de sus miembros: “Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o representantes reconocidos por los obreros, sus acuerdos se distinguían por un carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar por vil cobardía, y que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de la clase obrera, como por ejemplo la implantación del principio de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada; otros iban encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera, y en parte abrían profundas brechas en el viejo orden social. Sin embargo en una ciudad sitiada lo más que se podía alcanzar era un comienzo de desarrollo de todas estas medidas..”
Desde los primeros días de mayo, la lucha contra los ejércitos levantados por el gobierno de Versalles, cada vez más nutridos, absorbió todas las energías, sin reparar en que una de sus medidas claves habría sido apoderarse del Banco de Francia. Durante su existencia la Comuna gastó 46 millones de francos, de los que 16,7 millones fueron proporcionados por el Banco de Francia, y el resto por los diversos servicios administrativos y fiscales. Pero durante ese periodo el Banco de Francia aceptó cerca de 260 millones de letras giradas sobre él por el gobierno de Versalles ¡para combatir a la Comuna! Ante ese gran error económico y político, exclama Lissagaray: “El Comité Central había cometido el error garrafal de dejar marcharse al ejército de Versalles; la Comuna cometió otra torpeza cien veces más grave. Todas las insurrecciones serias han empezado por apoderarse del nervio del enemigo: la caja. La Comuna ha sido la única que se negó a hacerlo. Abolió el presupuesto del clero, que estaba en Versalles, y se quedó en éxtasis ante la caja de la gran burguesía que tenía al alcance de la mano”.
Por su parte, Engels atribuye a los proudhonianos, en cuanto responsables de los decretos económicos, “el santo temor con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia. Fue éste -añade Engels- además un error político muy grave. El Banco de Francia en manos de la Comuna hubiera valido más que diez mil rehenes. Hubiera significado la presión de toda la burguesía francesa sobre el gobierno de Versalles para que negociase la paz con la Comuna”.
texto de Encarna Ruiz Galacho
El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. - Carlos Marx, La Guerra Civil en Francia
se publica en el Foro en dos mensajes (las NOTAS van en un tercer mensaje)
---mensaje nº 1---
La Comuna de París (1871) fue una experiencia revolucionaria breve, al sucumbir a los setenta y dos días, a manos de la contrarrevolución y “las atrocidades de las clases superiores”; pero esta experiencia fue lo suficientemente instructiva como para constituir un hito esencial en la formación de la teoría marxista del Estado. En el Manifiesto Comunista (1847), Carlos Marx y Federico Engels habían formulado: a), el fundamento objetivo de la revolución social proletaria, en términos generales, referido a la contradicción creciente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas ; b), la materialización de este factor determinante (en última instancia) en la lucha de clases y razón por la que ésta era motor de la historia de las sociedades (clasistas), y c), el principio metodológico fundamental por el que se afirma que las teorías de los comunistas no son inventos ni fantasías, “sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de la lucha de clases existente, del movimiento histórico que está desarrollándose ante nuestros ojos”. Y precisamente atendiendo a este principio metodológico fundamental, Marx espera el momento práctico de la Comuna, en la que halla “la fórmula al fin descubierta” de llevar a cabo la destrucción de “la máquina burocrática-militar del Estado” y la forma concreta que adopta el poder político de la clase obrera.
El análisis de la Comuna lo realiza Marx desde el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional, que había contribuido a fundar en 1864. De suerte que los dos manifiestos o comunicados de la AIT, en los que Marx analiza la coyuntura bélica de la guerra franco-prusiana (1870), junto al análisis de la insurrección comunal de París, y que integran su obra La Guerra Civil en Francia, hermanan la penetración del análisis con el superior conocimiento de la la historia revolucionaria de Francia que tenía Marx; y, en particular, del régimen bonapartista, que es el que se derrumba en esa coyuntura bélica, y del que ya había dado una buena muestra en su libro El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852). Eso explica, además, que el texto de la Comuna lo leyera Marx, en el Consejo General de la AIT, tan sólo dos días después de haber sucumbido la revolución comunal. Veinte años después (1891), Engels, al escribir el prólogo a La Guerra Civil en Francia, dirá que en su alocución, Marx “esboza la significación histórica de la Comuna de París en trazos breves y enérgicos, pero tan precisos y sobre todo tan exactos que no han sido nunca igualados en toda la enorme masa de escritos publicados sobre este tema”. Por nuestra parte, se tratará de pormenorizar los episodios del movimiento histórico de la Comuna de París, exponente de la lucha de clases, en sucesivos epígrafes, para ultimar con las aportaciones que suponen a la doctrina marxista del Estado.
1. LA INTERNACIONAL ANTE LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA
El estallido de la guerra franco-prusiana (19 de julio de 1870) fue seguido con la máxima atención por la AIT. Inmediatamente el Consejo General de la AIT , residente en Londres, lanzó su primer manifiesto ( 23 de julio), haciendo saber que la emancipación de la clase obrera es radicalmente incompatible con una política exterior que “persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo”. En cambio, la política exterior de la Internacional estriba en: “Reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia que deben presidir las relaciones entre los individuos sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones”.
Las secciones nacionales y locales de la Internacional son llamadas a movilizarse, empezando por los internacionalistas de los países contendientes. En Francia, la sección de París y otras localidades francesas se suman a las protestas de la AIT contra una guerra que no consideraban justa, sino movida por los intereses dinásticos y territoriales de Napoleón III. También la clase obrera alemana se pronuncia en contra de la guerra y su degeneración (de guerra contra el gobierno francés, en guerra contra el pueblo de Francia), haciendo patente la fidelidad a la consigna estratégica de la Internacional: “Proletarios de todos los países uníos”, y que ilustra el conocido estribillo de la revolución de 1848: “Jamás olvidaremos que los obreros de todos los países son nuestros amigos, y los déspotas de todos los países nuestros enemigos”. Este pronunciamiento fue subrayado por la abstención de los dirigentes socialistas alemanes, Liebknetcht y Bebel, el 21 de julio, en la votación a los créditos de guerra en el Reichtag[1].
A tenor de su línea estratégica, el primer manifiesto de la AIT afirma que es la alianza de los obreros de todos los países la que dará fin a las guerras. Buena prueba de lo cual es el hecho de que las organizaciones obreras de Francia y Alemania se intercambien mensajes de paz y amistad, lo cual no sólo se considera un “hecho grandioso, sin precedentes en la historia”, sino el anticipo de “una sociedad nueva cuyo principio de política internacional será la paz, porque el gobernante nacional será el mismo en todos los países: el trabajo”.
No obstante, la sección francesa de la AIT no está en su mejor momento para hacer frente a la coyuntura bélica. Desde su creación en 1865, había ido ganando influencia por su decidido apoyo al movimiento huelguístico, que se desarrolla especialmente a partir de 1867. El apoyo de los internacionalistas a las huelgas obreras es un fermento nuevo en el movimiento obrero, que supone romper con el apoliticismo y la condena de la coalición y la huelga sostenida por el obrerismo partidario de Proudhon[2]. Los militantes internacionalistas se trasladan a las regiones en las que estallan las huelgas y se esfuerzan por extender la organización y la resistencia económica para no dejar abandonados a los huelguistas. En este sentido, las Sociedades Obreras de París organizan la Caja de la Perra, una caja de ayuda a los trabajadores en huelga. Todo esto hace que la represión caiga sobre la sección francesa de la Internacional, obligándola a sucesivas disoluciones y reorganizaciones. El primer proceso le será incoado en marzo de 1868, lo que lleva aparejado la disolución de la oficina de París, aunque inmediatamente los internacionalistas crean una segunda oficina, tras la que conocen otro segundo proceso y otra reorganización inmediata.
La sección francesa de la AIT se articulaba en secciones de barrios, sociedades obreras y cooperativas. A sus esfuerzos organizativos en el campo político y sindical se debe la creación en París, en noviembre de 1869, de la Cámara Federal de las Sociedades Obreras y la Federación de las secciones parisienses de la Internacional. A estos años se vincula el impulso del feminismo obrero, de rechazo al mutualismo proudhoniano aferrado a que la mujer debe quedar en el hogar. En cambio, el internacionalista Eugene Varlin y sus camaradas, al fundar en 1866 la Sociedad de los Obreros Encuadernadores de París, inscribe en los estatutos la igualdad de los derechos de la mujer obrera[3]. Más adelante, en julio de 1869, las obreras del devanado y la torsión de la seda y las ovalistas, que mantendrán una huelga exitosa, se constituyen en sección de la Internacional[4]. El nexo del feminismo con la revolución ya había sido apuntado por Marx, al decir que “las grandes revoluciones sociales sólo son posibles si se cuenta con el fermento femenino”.
El signo de este periodo militante es la organización de clase. En este sentido, Varlin explicará el alcance de la organización obrera, desde el punto de vista de la socialización que entraña, al habituar a sus miembros a “ponerse de acuerdo y a entenderse y razonar sobre sus intereses materiales y morales, siempre desde el punto de vista colectivo”. La táctica política de los internacionalistas franceses, expresada en 1869, con motivo de la participación en unas elecciones parciales en París, destaca el primado del objetivo propagandístico: “Acrecentar nuestra fuerza para una propaganda activa, y destruir el prestigio de esas personalidades burguesas más o menos radicales, que son un peligro para la revolución social”. Más adelante, de rechazo al plebiscito bonapartista del 8 de mayo de 1870, proclaman sin rodeos: “Nosotros sostenemos la República social universal. Protestamos contra el plebiscito y contra sus resultados, cualquiera que sea, y recomendamos a nuestros hermanos trabajadores la abstención en todas las formas”.
Pero si a principios de 1870, los internacionalistas eran la fuerza principal del movimiento obrero francés, justamente coincidiendo con un movimiento de huelgas, que son reprimidas con especial dureza, se les incoa un tercer proceso. Lo militantes más activos de París y provincias son detenidos y encarcelados, y otros logran huir, y en esa desfavorable situación afrontan la coyuntura bélica.
2. EL ADVENIMIENTO DE LA REPÚBLICA
Tal como había vaticinado el primer manifiesto de la Internacional, con la guerra se derrumba en Francia el Segundo Imperio. Después de la rendición de Luis Bonaparte en Sedán, será proclamada la República -el 4 de septiembre- por los obreros en París y aclamada en toda Francia. La guerra continúa, pues el ejército prusiano victorioso ha pasado de la guerra defensiva a la guerra de conquista, exigiendo la anexión de las regiones francesas de Alsacia y la Lorena de habla alemana. A esta guerra reaccionaria se opone enérgicamente el segundo comunicado del Consejo General de la Internacional (9 de septiembre), a la par que se pronuncia a favor de la recién proclamada república francesa, no sin reparar en dos aspectos primordiales. Estos son : 1º) el hecho de que la república no ha sido la resultante de haber derribado el trono de Bonaparte, sino la ocupación de la vacante o vacío de poder producido, y 2º) que la república no ha sido proclamada a título de “conquista social, sino como medida de defensa nacional”.
A estos dos condicionantes, se añaden la desconfianza respecto al Gobierno provisional de la Defensa Nacional, formado por los diputados parisinos del anterior cuerpo legislativo. Primero, por la composición de dicho gobierno, al estar formado por monárquicos y republicanos burgueses, enemigos declarados de la insurrección obrera de 1848. Segundo, por el significativo reparto de funciones gubernamentales, en la que los monárquicos se hacen cargo de los departamentos importantes: del ejército y de la policía, mientras los republicanos ocupan “los departamentos puramente retóricos”. Tercero, porque “sus primeros actos de gobierno bastan para revelar que no han heredado del Imperio solamente un montón de ruinas, sino también su miedo a la clase obrera”, cuando era ésta la autora de la revolución política que suponía la proclamación de la república. Cabe, por tanto, el interrogante relativo a si la república en manos de tal gobierno no se convertiría en un expediente provisional de cara a una restauración monárquica.
Por iniciativa de Marx y del Consejo General de la Internacional se lanza una gran campaña de mítines a favor del reconocimiento de la república francesa, exhortando a la clase obrera de cada país a la acción, a cumplir con su deber, so pena de “nuevas derrotas de los obreros por los señores de la espada, de la tierra y del capital”. Es más, considerando que la situación de la clase obrera francesa era “dificilísima”, por tener al ejército prusiano a las puertas de París, mientras los dirigentes de la clase obrera estaban en las prisiones bonapartistas, Marx y el Consejo General desaconsejan a la clase obrera francesa derribar al gobierno provisional; consideran que sería una acción prematura, “una locura desesperada”. En su lugar, recomiendan aprovechar “serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar en la organización de su propia clase. Esto les infundirá nuevas fuerzas hercúleas para la regeneración de Francia y para nuestra obra común: la emancipación del trabajo”.
La desconfianza hacia “la cuadrilla de abogados arrivistas, con Thiers como estadista y Trochu de general” (Marx) que conforman el gobierno provisional de la Defensa Nacional quedará plenamente confirmada. La camarilla gubernamental, desde el primer momento, renuncia a expulsar a los prusianos y romper el asedio de París, en aras del pacto y la capitulación. Según Lissagaray, el historiador de la Comuna, se trata de “la mayor traición y vileza que habían visto los siglos, cuando la simple idea de capitular era repudiable hasta por los tenderos más tranquilos”. Y relata cómo desde el primer momento el gobierno de “los defensores” preparaba el terreno de la derrota y la capitulación ante el enemigo, y cómo para encubrir la negativa a luchar, achacaban el afán de lucha del París sitiado, a la “locura del sitio”. De modo que, para curar esa locura accedían a simulaciones, a fin de que los reveses les quitaran a la población las ganas de lucha. “Los defensores tuvieron que avenirse a demorar las cosas, ceder a lo que llamaban la “locura del sitio”, considerándose los únicos de París que no habían perdido la cabeza. Se lucharía, puesto que los parisienses no querían cejar, pero se lucharía solamente para que perdieran su petulancia”[5].
Pero el 31 de octubre, estalla el antagonismo, registrándose una tentativa de derribar al gobierno. Una multitud enorme se subleva y los guardias nacionales ocupan el Ayuntamiento de París, y retienen prisionero a algunos miembros del gobierno. Gritan “¡Muera Trochu!” y “Nada de armisticio”. El intento de que Blanqui[6] y otros dirigentes de la izquierda tomen las riendas del poder político se desvanece. A partir de ahí, la preocupación gubernamental fue el motín, sofocar la agitación social de una población exasperada por las privaciones del asedio.Sobre todo teniendo en cuenta que el pueblo de París contaba con la Guardia Nacional, formada por todos los parisienses capaces de empuñar las armas, y dentro de la cual los obreros eran una mayoría. Y esto es lo que sustancia el “miedo a la clase obrera” y al París en armas. Al fin, el 28 de enero de 1871 se firma la capitulación, cuyos términos son la anexión de Alsacia, Lorena y Metz al nuevo imperio alemán, junto a una indemnización de cinco mil millones de francos. Además, el pacto de capitulación impone la dimisión del gobierno provisional y la convocatoria de elecciones, en el plazo de ocho días, a fin de elegir una Asamblea Nacional destinada a concluir la paz. “La fiebre electoral -según Lisagaray- sustituyó a la fiebre del sitio”. La oposición política siguió en el fraccionamiento y la impotencia demostrada hasta entonces. Por su parte, las secciones parisinas de la Internacional y la Cámara Federal de Sociedades Obreras participan en los comicios, junto al comité de los veinte distritos de la ciudad, publicando un manifiesto común. “Las candidaturas socialistas revolucionarias -decían- significan: denegación a quienquiera que sea de poner a discusión la República; afirmación de la necesidad del advenimiento político de los trabajadores; caída de la oligarquía gubernamental y del feudalismo industrial”. Pero tuvieron pocos pasquines y periódicos “para hacer competencia a las trompetas burguesas”, de manera que sólo obtuvieron cinco diputados de su lista.
En contraste con el voto republicano de París, los votos a la Asamblea Nacional estuvieron dominados por los monárquicos (orleanistas y legitimistas). Un resultado que obedece, sobre todo, a la precipitación de los comicios, de los que en algunos lugares no se supo hasta la víspera, al hecho de que una tercera parte del territorio francés estuviera en manos del enemigo, y a que París quedara aislado de las provincias. Así, de los 750 diputados que componían la asamblea nacional, 450 eran monárquicos, exponentes de los intereses de los terratenientes y de los elementos reaccionarios de la ciudad y el campo, de ahí que fuera llamada asamblea de “rurales”. Esta asamblea reunida en Burdeos el 12 de febrero, aprobó los preliminares de paz y eligió a Thiers jefe del nuevo gobierno, cuyo objetivo inmediato era poner a la resistencia de París fuera de combate, y “empalmar la guerra exterior con la guerra civil ante los ojos del invasor” (Marx).
Desde la capitulación, la exasperación del París asediado aumenta ante las manifestaciones antirrepublicanas de los “rurales” y el propio Thiers. A todo esto, la Guardia Nacional había iniciado su reorganización desde el 15 de febrero, mediante la creación de una Federación Republicana y un Comité Central. “La guardia nacional era tanto como el París viril en su totalidad. La idea clara, simple, esencialmente francesa de federar los batallones, vivía desde hacía tiempo en el espíritu de todo el mundo. Brotó de la reunión y se decidió que los batallones se agruparían en torno a un Comité Central” (Lissagaray). Esta reunión acordó que una comisión redactara los estatutos y que cada distrito allí representado nombrase un comisario de inmediato. A la reunión siguiente, a la que asisten dos mil delegados de compañías y guardias nacionales, la comisión presenta el proyecto de estatutos de la Federación Republicana y procede a la elección del Comité Central. Por unanimidad votaron contra todo intento de desarme, al que se resistirían por la fuerza de las armas. También se comprometen “a la primera señal de entrada del ejército prusiano, en París, a ir inmediatamente a las armas y a proceder luego contra el enemigo invasor”. Y a lo cual se opondrá la intervención del Comité Central, moderando los ánimos. Del uno al tres de marzo 30.000 hombres del ejército alemán entran en París.
Ante la ocupación del ejército prusiano se redoblan las manifestaciones republicanas en la ciudad; el gobierno capitulador de Thiers repliega las tropas, y por incuria entrega doce mil fusiles de más al invasor, además de abandonar cañones y ametralladoras, que serán trasladadas a lugar seguro por el Comité Central. Quedan en poder de París los cañones de la guardia nacional que por ser de su propiedad, costeados por suscripción, no forman parte de la rendición. Los soldados prusianos quedan acampados desde el 1 de marzo entre el Sena y el Louvre, con las salidas cerradas y un cordón de barricadas bordeando el barrio de Saint-Honoré. Pero lejos de apreciar la entereza de París, los “rurales” de Burdeos multiplicaban en su prensa las injurias contra el hecho de que la población hubiera osado manifestarse contra el invasor.
Los Estatutos de la Guardia Nacional ratificaban a la República “como único gobierno de derecho y de justicia, superior al sufragio universal, que es obra suya”. Además señalaba que la misión del Comité Central era velar por la ciudad, “velar sobre las calamidades que le preparan, en las sombras, los partidarios de los príncipes, los generales de los golpes de Estado, los ambiciosos ávidos y desvergonzados de toda especie”. Ante la firmeza que representa el París republicano, Thiers intensifica el hostigamiento. Si meses atrás, en su gira por las cortes europeas, estaba dispuesto a cambiar la república por un rey; ahora, pese a que el propio pacto de capitulación había reconocido el fundamento legal de la república, Thier se permite la usurpación, mediante la declaración de la república como expediente provisional. A esto se añaden otras medidas hostiles, tales como el nombramiento de general de la guardia nacional a un consumado bonapartista, enemigo del París revolucionario, aunque la guardia nacional había declarado no reconocer por jefes más que a sus elegidos por ella; la descapitalización de París al trasladar la capital a Versalles, la supresión de seis periódicos republicanos, la condena a muerte en rebeldía a destacados dirigentes de la izquierda, como Blanqui, por la tentativa del 31 de octubre.
3. LA INSURRECCIÓN DEL 18 DE MARZO
La declaración de la guerra civil, en sentido estricto, se plantea cuando el gobierno de Thiers da la orden de confiscar los cañones de la Guardia Nacional, bajo el pretexto de que aquellos pertenecían al Estado. El golpe de fuerza de las tropas de Versalles sobre París, tiene lugar en la madrugada del 18 de marzo, al ocupar los puestos estratégicos de la orilla derecha del Sena, mientras varios destacamentos tratan de apoderarse de los cañones de Montmartre. Agresión que, en alevosa nocturnidad, al principio les parecerá fácil, hasta que los barrios despiertan y las mujeres son las primeras que rodean las ametralladoras e increpan a los agresores. A las once de la mañana la tentativa del gobierno de apoderarse de los cañones ha fracasado. La Guardia Nacional está en pie con sus batallones y en los barrios la gente tiene los adoquines a mano. La muchedumbre ejecuta a dos generales, indignada por la agresión que no dudan en calificar de “golpe de Estado” de Versalles, y a lo que el gobierno golpista replica tachándolo de “rumor absurdo”, al tiempo que lanza una andanada contra el poder insurreccional del Comité Central de la Guardia Nacional. “Circula -dicen los carteles del gobierno- el absurdo rumor de que el gobierno prepara un golpe de Estado. Lo que ha querido y quiere es acabar con un Comité insurrecto cuyos miembros no representan más que las doctrinas comunistas y que llevarán a París al saqueo y a Francia a la tumba”.
El Comité Central, en representación del pueblo armado, se constituye en gobierno provisional revolucionario, con el objetivo inmediato de convocar las elecciones municipales a la Comuna de París. Recordemos que el Comité Central había sido elegido por doscientos quince batallones de la Guardia Nacional.La mayoría de los miembros del Comité Central eran seguidores de Blanqui, en tanto los internacionalistas tenían escasa participación, en la que destaca la presencia de Eugene Varlin[7]. En su proclama a la población, firmada con los nombres de sus miembros, el Comité Central argumenta la toma del poder en nombre del proletariado de París:
“Los proletarios de la capital, en medio de los desfallecimientos y de las traiciones de las clases dominantes, han comprendido que ha llegado para ellos la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos...”
Sin embargo, tras hacer fracasar el golpe de fuerza de las tropas de Versalles y provocar con ello la huida del gobierno de Thiers, el Comité Central pierde la ocasión -desde el punto de vista militar elemental- de “marchar inmediatamente sobre Versalles, entonces completamente indefenso, y de acabar así con los manejos conspirativos de Thiers y sus rurales”. A juicio de Marx este “error decisivo” obedece a la “repugnancia del Comité Central a aceptar la guerra civil iniciada por el asalto nocturno”. El imperativo de cortar la retirada y la reorganización de la contrarrevolución era obligado[8], si se considera que la táctica de la retirada para organizar el ejército de la represión y el aplastamiento de los levantamientos populares de París había sido empleada por Thiers en sucesivas ocasiones anteriores, desde 1834 a 1848. Había sido Thiers -en febrero de 1848- el que había aconsejado al rey Luis Felipe abandonar la capital con el ejército, rehacer la tropa y volver para reprimir el levantamiento de la capital. Y la repetición de la maniobra será anunciada, por uno de sus secuaces (Jules Favre) a la Asamblea de Versalles, tras la huida: “si hemos abandonado a París ha sido con el propósito de regresar para dar resueltamente la batalla al desorden”[9].
La reacción de Vresalles, monárquicos, gran burguesía y demás esclavistas, vociferaba que el Comité Central era “un atajo de bandidos”, y que los insurrectos proletarios carentes de preparación política serían incapaces de “timonear su barca”. Acusaban a los miembros del Comité Central de ser hombres oscuros, clandestinos y provocadores de todo tipo de excesos y violencias. La prensa burguesa actuaba en París al servicio de Versalles, con total libertad e impunidad, inventando todo tipo de ferocidades del poder revolucionario, con el fin de enajenarle a París el apoyo de las provincias, y asociar la revolución a los mayores horrores. En este punto, “los plumíferos de todos los regímenes coaligados, como en junio de 1848 contra los trabajadores, no dejaban de despotricar contra la guardia nacional. Fueron ellos quienes propalaron la bárbara leyenda de la ejecución de los liberales, de una multitud despojando los cadáveres y pisoteándolos. Hablaban de las cajas públicas y de las propiedades saqueadas; del oro prusiano que corría a raudales por los suburbios...”
En sus proclamas, el Comité Central se defendía de los ataques; hacía notar que no estaban ocultos ni eran clandestinos; que actuaban a la luz del día y firmaban con sus nombres todas las proclamas; que sus miembros no eran unos desconocidos, sino “la libre expresión de los sufragios de doscientos quince batallones; que no habían cometido ningún exceso, aunque no le habían faltado motivos y provocaciones, atestiguando la moderación y la generosidad de su actuación, tan opuesta a la camarilla de figurones y arrivistas, de los que la fuerza reaccionaria de Versalles estaba bien servida. Y a lo cual se referían en sus proclamas a la población:
“Uno de los más grandes motivos de cólera que abrigan contra nosotros es la oscuridad de nuestros nombres. Hartos nombres conocidos, demasiado conocidos, ha habido ya cuya notoriedad nos ha sido fatal. La fama se obtiene a poca costa: bastan para ello algunas frases hueras y un poco de cobardía; un reciente pasado lo demuestra... “
El Comité Central dejaba despotricar a la prensa burguesa, confiando en que los periódicos “tomarían como un deber el respeto a la República, la verdad y la justicia”. Confiaba en la mera lucha ideológica para combatirlos, no sin constatar “cómo puede encontrarse una prensa bastante injusta para lanzar la calumnia, la injuria y el ultraje”; y preguntarse si los trabajadores habrían de ser eternamente víctimas del ataque a su derecho a la emancipación. “¿No les será permitido jamás trabajar por su emancipación sin levantar contra suya un concierto de maldiciones?”. Pero, creciéndose con esa tolerancia, la reacción de los “Amigos del Orden” organizan manifestaciones callejeras, en sintonía con la Asamblea de Versalles que se conjura en el “¡Llamemos a las provincias!” para ir contra París.
El Comité Central era un defensor de la unidad de la nación y no abriga ningún interés separatista. El 21 de marzo había proclamado: “París no abriga ni la más remota intención de separarse de Francia; lejos de eso ha padecido por ella el Imperio, el Gobierno de la Defensa nacional, ha pasado por todas sus traiciones y cobardías”. Y días más tarde hace notar el espantoso llamamiento a la destrucción de París por las provincias realizado por Jules Favre, en nombre de las calumnias más abominables.
Las simpatías de las provincias con París se plasma en la proclamación de Comunas en las ciudades de Lyon, Saint-Etienne, Le Creusot, Marsella, Narbona y Toulouse, entre los días del 22 al 25 de marzo, sin conseguir su propósito. “Los revolucionarios de provincias se habían mostrado en todas partes desorganizados, impotentes para empuñar el poder. Vencedores en todas partes en el primer choque, los trabajadores no habían sabido hacer otra cosa que gritar “¡Viva París, abajo Versalles!” (Lissagaray). De modo que cuando se proclama la Comuna de París, sólo se mantiene el movimiento en Narbona y Marsella.
El apresuramiento en convocar elecciones y entregar su mandato era considerado por el propio Comité Central como la prueba fehaciente de su conducta desinteresada en el ejercicio del poder revolucionario. “No hay en la historia -dirán- ejemplo de un gobierno provisional que se haya dado más prisa en deponer su mandato”. El Comité Central no se presenta a los comicios, aunque algunos de sus miembros serán elegidos; en su proclama de despedida expondrá su concepto del sufragio y las orientaciones del voto virtuoso: “No perder de vista que los hombres que mejor os servirán serán los que escojáis de entre vosotros mismos. Los que vivan vuestra propia vida, los que sufran vuestros propios dolores. Desconfiad igualmente de los ambiciosos tanto como de los recién llegados. Desconfiad igualmente de los charlatanes. Evitad a aquellos a quienes ha favorecido la fortuna, porque el que ha sido favorecido por la fortuna es difícil que esté dispuesto a mirar al trabajador como a un hermano. Conceded vuestras preferencias a los que no busquen vuestros sufragios. El verdadero mérito es modesto y a los trabajadores corresponde conocer a sus hombres, y no a éstos presentarse”.
El domingo 26 de marzo se realizan las elecciones a la Comuna de París. El Comité Central había decretado que habría un concejal por cada 20.000 electores y por fracción de diez mil, noventa en total. Había expresado el deseo de que en el futuro se considerase el voto nominal como el más adecuado a los principios democráticos, y conforme a esto, los suburbios obreros votaron con papeleta abierta. Algunos desfilaron por la plaza de la Bastilla en columna, con la papeleta en el sombrero y fueron a las secciones en el mismo orden. Votaron 227.000, muchos más, relativamente, que en las elecciones de febrero. No obstante Thiers telegrafiaba a las provincias diciendo: “Los ciudadanos, amigos del orden se han abstenido de acudir a las elecciones”. Y al día siguiente amenazaba: “No, Francia no dejará que triunfen en su seno los miserables que quieren bañarla en sangre”.
4. PROCLAMACIÓN Y MEDIDAS DE LA COMUNA
El 28 de marzo fue proclamada la Comuna, en un ambiente festivo. Sobre ochenta concejales elegidos, había sesenta y seis revolucionarios, de los que unos veinticinco eran obreros, en su mayoría jóvenes, algunos con apenas veinticinco años. Al día siguiente se organiza el gobierno de la Comuna mediante la formación de nueve Comisiones de trabajo, compuesta cada una por cinco miembros. Estas comisiones son: de Finanzas, Guerra, Justicia, Seguridad Nacional, Subsistencias, Trabajo, Relaciones Exteriores, Servicios Públicos y Enseñanza. Y una Comisión Ejecutiva, formada por los delegados de las nueve Comisiones.
La mayoría de los miembros revolucionarios de la Comuna eran blanquistas, y entre la minoría internacionalista se encuentran los hombres que habían organizado el movimiento obrero a finales del Segundo Imperio, y que ahora afrontan la tarea de gestionar los servicios de la nueva administración, que funcionará con diez mil empleados, cuando antes exigía sesenta mil. En el caso de Varlin, vemos que pasa de las finanzas a los abastecimientos y de éstos a la intendencia. Hay que alimentar cada mañana a 300.000 personas sin trabajo y sin recursos que viven de los 1,5 francos diarios que reciben. De los 600.000 obreros censados solamente 114.000 están ocupados, de los que 62,5 miles son mujeres. Otras actuaciones de los internacionalistas son la del joven contador Jourde, que queda a cargo de las finanzas; Theisz, el organizador de la Federación de Sociedades Obreras, encuentra el servicio de Correos desorganizado, y con letreros en salas y patios que ordenan a los empleados trasladarse a Versalles bajo pena de despido; con ayuda de algunos trabajadores, Theisz reorganiza en 48 horas la recepción y distribución de las cartas. Por su parte, Avrial, delegado del cuartel de artillería aprueba el reglamento de los talleres del Louvre, que fija la jornada laboral en diez horas. Léo Frankel, al frente de la Comisión de Cambio y Trabajo, estará ayudado por una comisión de iniciativas, compuesta por trabajadores. En ese departamento, Elisabeth Dimitrief se encarga de la organización de las mujeres obreras.
En síntesis, las medidas revolucionarias de la Comuna serán las siguientes:
-El 30 de marzo abolió el servicio militar obligatorio y el ejército permanente, declarando a la guardia nacional la única fuerza armada en la que debían organizarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Condonó los pagos de los alquileres de las viviendas y suspendió la venta de objetos empeñados en las casas municipales de préstamos. Confirmó en sus cargos a los extranjeros elegidos para la Comuna, afirmando que “la bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial”.
-El 1 de abril acordó que el sueldo máximo a percibir por los miembros y funcionarios de la Comuna no podría exceder del sueldo de un obrero, entonces cifrado en 6.000 francos.
-El 2 de abril decretó la separación de la Iglesia y el Estado y la supresión de todas las partidas consignadas en el presupuesto del Estado para fines religiosos; declaró propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia, consecuencia de lo cual fue que el 8 de abril ordenase la eliminación de los símbolos religiosos de las escuelas.
-El 6 de abril la Guardia Nacional sacó a la calle la guillotina y la quemó públicamente, entre el entusiasmo popular.
-El 12 acordó que la Columna triunfal de la Plaza Vendome instalada por Napoleón, fuera demolida por ser el símbolo del chovinismo e incitación a los odios entre las naciones.
-El 14 de abril decreta la ocupación de las empresas y talleres abandonados por las sociedades obreras. Se dispone un registro estadístico de todas las fábricas clausuradas por los patronos y la preparación de planes de organización cooperativa para reanudar el trabajo con los obreros que antes lo hacían en aquellas empresas. Se plantea la organización de todas estas cooperativas en una gran Unión de Cooperativas.
-El 20 de abril declara abolido el trabajo nocturno de los panaderos[10]. Y suprime las oficinas de colocación, que durante el Segundo Imperio había sido monopolio de sujetos designados por la policía; estas oficinas fueron transferidas a las comisiones de los 20 distritos de la capital.
-El 30 de abril procede a la clausura de las casas de empeño, sobre la base de que eran incompatibles con el derecho de los trabajadores a disponer de sus instrumentos de trabajo y crédito.
-El 5 de mayo fue demolida la Capilla Expiatoria, erigida por la ejecución del rey Luis XVI.
Engels atribuye el carácter revolucionario de estas medidas de la Comuna al componente obrero de sus miembros: “Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o representantes reconocidos por los obreros, sus acuerdos se distinguían por un carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos eran reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar por vil cobardía, y que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de la clase obrera, como por ejemplo la implantación del principio de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada; otros iban encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera, y en parte abrían profundas brechas en el viejo orden social. Sin embargo en una ciudad sitiada lo más que se podía alcanzar era un comienzo de desarrollo de todas estas medidas..”
Desde los primeros días de mayo, la lucha contra los ejércitos levantados por el gobierno de Versalles, cada vez más nutridos, absorbió todas las energías, sin reparar en que una de sus medidas claves habría sido apoderarse del Banco de Francia. Durante su existencia la Comuna gastó 46 millones de francos, de los que 16,7 millones fueron proporcionados por el Banco de Francia, y el resto por los diversos servicios administrativos y fiscales. Pero durante ese periodo el Banco de Francia aceptó cerca de 260 millones de letras giradas sobre él por el gobierno de Versalles ¡para combatir a la Comuna! Ante ese gran error económico y político, exclama Lissagaray: “El Comité Central había cometido el error garrafal de dejar marcharse al ejército de Versalles; la Comuna cometió otra torpeza cien veces más grave. Todas las insurrecciones serias han empezado por apoderarse del nervio del enemigo: la caja. La Comuna ha sido la única que se negó a hacerlo. Abolió el presupuesto del clero, que estaba en Versalles, y se quedó en éxtasis ante la caja de la gran burguesía que tenía al alcance de la mano”.
Por su parte, Engels atribuye a los proudhonianos, en cuanto responsables de los decretos económicos, “el santo temor con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia. Fue éste -añade Engels- además un error político muy grave. El Banco de Francia en manos de la Comuna hubiera valido más que diez mil rehenes. Hubiera significado la presión de toda la burguesía francesa sobre el gobierno de Versalles para que negociase la paz con la Comuna”.
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Última edición por pedrocasca el Jue Dic 27, 2012 2:42 pm, editado 2 veces