Especial de Tribuna Popular TP.- El presente artículo fue escrito a principios de 2012, como aporte del Partido Comunista de Venezuela (PCV) a la Revista Comunista Internacional, y fue publicado en su 4ª edición. Deben tomarse en cuenta circunstancias existentes para la época, como que el Presidente Chávez estaba todavía vivo, en aparente recuperación de su salud y preparándose para la campaña por su reelección; y recordar también que el partido PPT formaba en la práctica parte de la oposición, hasta que unos meses más tarde una disputa fraccional resuelta por vías judiciales devolvió la representación de las siglas a los sectores progresistas. Por respeto al texto original, no se modificaron los pasajes del artículo referentes a tales hechos, y la supresión de párrafos ha sido por razones de espacio, habiendo sólo insertado un fragmento para mantener la continuidad del texto, todo lo cual está identificado entre corchetes.
Publicamos este artículo, en el marco del 83º Aniversario del PCV, tomando en cuenta la vigencia de la lucha contra el oportunismo en el seno del movimiento revolucionario venezolano, para que sea analizado y discutido por las organizaciones políticas y sociales con miras a fortalecer el proceso de acumulación que permita un cambio en la correlación de fuerzas, a favor del necesario bloque popular revolucionario.
La lucha del PCV contra el oportunismo
En sus más de 80 años de existencia, el Partido Comunista de Venezuela (PCV), como muchos otros partidos comunistas y obreros del mundo, ha debido enfrentar en más de una ocasión tanto el oportunismo de derecha como a su hermano de izquierda. La celebración de nuestra Primera Conferencia Nacional en agosto de 1937 ya estuvo signada por esta lucha, que se manifestó en aquella oportunidad como el conflicto entre quienes defendían la necesidad de dotar al Partido de estructura orgánica propia y «dar la cara» ante el país como organización proletaria con independencia de programa y acción, y quienes propusieron sin éxito, desde una posición oportunista de derecha, abortar la formación del Partido y disolverlo dentro del seno de las organizaciones políticas liberal-burguesas y pequeño-burguesas de la época.
De 1941 a 1945, los comunistas venezolanos sufrimos una nueva desviación oportunista de derecha que propugnaba el colaboracionismo de clase, y que se vio fortalecida en 1943 con la adopción de la doctrina liquidacionista conocida internacionalmente como «browderismo». La influencia y difusión de esta doctrina, de muy graves repercusiones en diversos países de Latinoamérica, resultó favorecida en Venezuela por el acercamiento que habían tenido desde 1942 diversos sectores progresistas y revolucionarios al gobierno de la época (presidencia de Isaías Medina), y por la situación de división que existía entonces en las filas comunistas. Tal cuadro fue resuelto en lo esencial con la celebración en diciembre de 1946 de nuestro Primer Congreso, llamado «de la Unidad», que logró unificar a la mayor parte de los grupos comunistas de la época bajo el nombre que nuestro Partido ha mantenido desde entonces, y emitió una severa censura al «browderismo» y el colaboracionismo de clase.
El oportunismo, en su sentido más general, puede ser definido como cualquier alteración de la política, el programa o las concepciones teóricas de los partidos revolucionarios o movimientos obreros, surgida del influjo de los eventos y circunstancias del momento, que los aleje objetivamente de los intereses históricos y necesidades estratégicas propias de la clase obrera y los lleve a coincidir en cambio con los intereses y necesidades de capas y clases no proletarias de la sociedad (particularmente de la burguesía y la pequeña burguesía). Como ha sido señalado ya por varios autores, las diferentes variedades del oportunismo se diferencian unas de otras, fundamentalmente, en razón de las capas y sectores de la burguesía o pequeña burguesía de las que emana cada una y detrás de las que pretende arrastrar al movimiento obrero y revolucionario.
En el caso venezolano, este precepto se ha cumplido con regularidad, y puesto que a lo largo de los años diversos sectores pequeño-burgueses, intelectuales y profesionales han tenido muy fuerte presencia en la composición de las filas de nuestro Partido, no debe sorprender que hayamos experimentado reiterados brotes de oportunismo, tanto de derecha como de izquierda. El más agudo y dañino de los de izquierda, ocurrido a lo largo de la década de 1960, concluyó con la división de nuestro Partido que dio lugar a la aparición del llamado Movimiento al Socialismo (MAS), al que dedicaremos algunos párrafos.
Pero también el oportunismo de derecha ha hecho su aparición en nuestra organización y en su periferia, no sólo, como ya vimos, en la Conferencia de 1937 y en la década de 1940, sino igualmente en otras ocasiones, la más reciente en 2006-2007, cuando enfrentamos y derrotamos un nuevo brote de liquidacionismo que pretendía de nuevo disolver el Partido y sumarlo a otra organización de perfil poli-clasista y orientación pequeño-burguesa, pero logró apenas causarnos un desprendimiento relativamente menor. También a este episodio todavía reciente dedicaremos especial atención, no tanto por su peso cuantitativo como por su importancia en la interpretación y análisis de la actualidad política nacional.
Discutiremos asimismo, aunque brevemente, algunas otras manifestaciones de oportunismo que hemos combatido y continuamos combatiendo en otras organizaciones pretendidamente «revolucionarias» o «progresistas», y cuya denuncia y desenmascaramiento son necesarios para evitar la confusión ideológica y la desorientación política de la clase trabajadora y del pueblo en general.
II
La década de 1960 se inició para nuestro país en un clima cargado de posibilidades y amenazas. Tras el derrocamiento de la dictadura militar en enero de 1958 como resultado de la acertada y audaz política de alianzas del PCV que condujo a una auténtica insurrección popular, la situación política se fue descomponiendo rápidamente. Las esperanzas que había despertado el triunfo popular sobre la dictadura, fueron traicionadas casi de inmediato por el llamado «pacto de Punto Fijo», por medio del cual los partidos de la derecha (el social-demócrata AD y el demócrata-cristiano COPEI, con la complicidad de URD como socio menor), acordaron la exclusión de los comunistas y otras fuerzas progresistas y populares de la composición del nuevo gobierno, acuerdo que más tarde resultó en la conformación de un sistema bi-partidista para la preservación de los intereses del imperialismo y de la burguesía local asociada a éste.
Entre 1962 y 1967, el PCV desarrolló la táctica de la lucha armada como respuesta a los gobiernos antipatrióticos y antipopulares que surgieron de ese pacto. […] para 1965 ya era absolutamente evidente que en el país no había condiciones para el desarrollo exitoso de tal táctica, y de ello estaba consciente buena parte de nuestro Comité Central. Se debatían entonces las posibilidades para un repliegue militar ordenado y la reinserción de nuestro Partido en la vida política nacional.
Pero este debate fue obstaculizado por el surgimiento en nuestras filas de un brote fraccionalista que procuraba la autonomía del aparato militar y la supremacía de éste sobre la dirección política colectiva. Las ambiciones personales de mando de algunos de los comandantes militares (especialmente Douglas Bravo), alimentadas por las posiciones aventureras de izquierda de algunos otros que insistían en la viabilidad de una victoria militar (Teodoro Petkoff, Freddy Muñoz), crearon una situación muy compleja en nuestro Partido, que demoró por más de dos años la decisión final del repliegue militar.
Desde posiciones pequeño-burguesas de izquierda, típicas de una intelectualidad radicalizada, los oportunistas de la época promovían en nuestras filas el culto de la experiencia guerrillera cubana como ejemplo a seguir, pero en abstracto, sin tomar en cuenta las condiciones concretas existentes en Venezuela, y lo más grave, sin conexión orgánica con el amplio pueblo y en especial con la clase trabajadora. Es sintomático que simultáneamente con la desviación militarista, se desarrolló también un proceso de abandono casi completo del trabajo del Partido en el frente sindical, y de menosprecio por el trabajo de organización campesina en todo lo que no tuviera que ver directamente con la actividad militar.
[…]
Lo peor de la desviación militarista fue zanjado con la expulsión de Bravo y otros, quienes fundaron entonces el llamado Partido Revolucionario Venezolano (PRV), ya desaparecido. No obstante, algunos elementos continuaron alimentando en nuestras filas el aventurerismo de izquierda y atentando contra la unidad de nuestra organización. La prolongación de ese estado de cosas creó las condiciones para el desarrollo del nuevo fraccionalismo que habrá de emerger a fines de la década.
La decisión de repliegue militar fue tomada al fin por el 8o Pleno de nuestro Comité Central de Emergencia en abril de 1967, en que se fijaron las orientaciones generales del PCV acerca de la lucha armada, ratificadas desde entonces una y otra vez, incorporadas desde 1980 al Programa del Partido, y vigentes hasta hoy: reivindicamos y honramos el heroico sacrificio de los cientos de militantes que ofrendaron sus vidas en esos años y de los miles más que sufrieron prisiones, torturas y persecuciones, y reconocemos la legitimidad del uso de la táctica armada por los pueblos cuando las condiciones lo ameriten, pero procuraremos siempre impulsar el desarrollo de nuestros objetivos estratégicos por las vías menos traumáticas posibles y ganándonos para ello el más amplio apoyo popular.
[…]
A lo largo de 1969, cuando comenzaba el proceso de preparación y debates del 4o Congreso Nacional del Partido, quienes habían alentado con mayor fuerza las posiciones oportunistas en los años anteriores finalmente hicieron pública su ruptura con el PCV. Los «disidentes», en lugar de exponer y defender sus puntos de vista en los organismos correspondientes durante el proceso de debates que apenas se iniciaba, lanzaron una campaña pública de ataques contra el Partido, contra la Unión Soviética y otros países socialistas, contra el leninismo.
Para el momento culminante del 4o Congreso en enero de 1971, ya hacía varias semanas que Pompeyo Márquez, Petkoff, Eloy Torres, Muñoz y Alfredo Maneiro, entre otros, habían abandonado nuestras filas y habían iniciado la organización de un nuevo Partido, el MAS, que se presentó inicialmente como defensor de las genuinas posiciones comunistas, y hasta reclamó para sí el apelativo de «Fuerza Comunista Venezolana». Debido al prestigio que estos dirigentes habían alcanzado, especialmente entre nuestros militantes más jóvenes o menos experimentados, el daño que esta deserción nos causó fue muy cuantioso, particularmente en las filas de la Juventud Comunista de Venezuela (JCV), que resultaron significativamente disminuidas, y entre los sectores intelectuales y profesionales.
El propio 4o Congreso y el Comité Central que resultó elegido en ese evento, desataron de inmediato una contraofensiva que buscaba exponer el verdadero carácter de la nueva organización, cuyas vacilaciones ideológicas, composición, estructura y dinámica interna, la condenaban inexorablemente a derivar y alejarse cada vez más de sus pretendidas posiciones de izquierda.
[…]
El desarrollo posterior de los eventos ha dado la razón a nuestro Partido: a lo largo de los años, los supuestos «nuevos comunistas» censuraron primero al «socialismo real», casi de inmediato renunciaron al leninismo (y al sobrenombre de «Fuerza Comunista»), luego a lo que ellos calificaban de «marxismo ortodoxo», más tarde a todo el marxismo, y por último a cualquier forma de socialismo genuino. Hoy queda del antiguo MAS apenas su nombre, cada vez más incongruente con su práctica política concreta que hasta los ha llevado en años recientes a aliarse con la derecha fascista en su empeño por descarrilar el proceso de liberación nacional en curso en nuestro país desde 1999.
Durante el resto de la década de 1970 y en la primera mitad de la de 1980, nuestro Partido debió enfrentar varios otros brotes de oportunismo, aunque ninguno tan grave y dañino como los ya reseñados. Entre 1971 y 1974, los remanentes de los grupos fraccionales que habían quedado rezagados en nuestras filas, así como otros elementos que coincidían en la práctica con aquellos, se toparon con un ambiente interno de mayor disciplina, una vida orgánica fortalecida y un Partido francamente decidido a enmendarse y a re-proletarizarse, en cumplimiento de lo acordado por el 4o Congreso.
[…]
Ante tales condiciones internas que dificultaban la posibilidad de perturbar de nuevo la vida de la organización, los rezagados se fueron apartando individualmente o en pequeños grupos, con consecuencias relativamente leves. Otros grupos más pequeños abandonaron nuestro Partido y Juventud a mediados de la década de 1980 (inmediatamente antes e inmediatamente después de nuestro 7o Congreso Nacional, de 1985), con consecuencias todavía menos relevantes.
III
Fueron principalmente causas externas a nuestro Partido y a nuestro país las que provocaron el debilitamiento y largo declive del PCV desde 1988 hasta 1998. Eran los años de la crisis y posterior derrumbe del campo socialista en Europa Central y Eurasia, y particularmente de la Unión Soviética, principal referencia para nuestro Partido desde el propio momento de su fundación en 1931.
Sin embargo, el PCV mantuvo su actividad y enarboló las banderas del marxismo-leninismo incluso en los momentos más oscuros de esa crisis, cuando había gran presión de fuerzas oportunistas nacionales e internacionales para transformar nuestro Partido en una organización «post-comunista» al estilo de las que efectivamente aparecieron en esos años en otros países. Aunque cada vez más reducidos y acorralados, lanzamos con gran audacia y convicción, en nuestro 9o Congreso Nacional de 1992, la consigna «¡El socialismo sigue siendo la esperanza de los pueblos!», en momentos en que los teóricos del capitalismo mundial celebraban el «fin de la historia» y el supuesto triunfo definitivo del sistema de explotación.
De ese declive nos sacó la quiebra del sistema bi-partidista y del modelo económico neo-liberal en nuestro país. El desarrollo de la historia nacional había demostrado después de todo que nuestras advertencias contra el neo-liberalismo y nuestra férrea oposición al bi-partidismo a lo largo de cuatro décadas habían sido correctas. Se inicia así en 1999 el proceso de liberación nacional liderado por Hugo Chávez, a la par que la progresiva recuperación de nuestro Partido. Pero en ese momento se inicia también una nueva ronda de nuestros enfrentamientos contra las desviaciones de izquierda y derecha, tanto dentro como fuera de nuestras filas.
El PCV fue, por decisión de nuestra 10a Conferencia Nacional de 1998, el primer partido que apoyó oficialmente la candidatura presidencial de Chávez, y es hoy el único miembro de la alianza original (en la que se contaban el MAS y otras individualidades y organizaciones de ex-comunistas) que continúa apoyándolo. Pero este apoyo no es ni ha sido acrítico ni mecánico: desde el comienzo del gobierno del Presidente Chávez, nuestro Partido ha expuesto, con prudencia y cordialidad pero también con firmeza, las desviaciones políticas e ideológicas del propio Presidente y de quienes lo rodean.
Inicialmente propulsor de un nacionalismo genérico y poco preciso, el Presidente ha oscilado en estos años entre la supuesta «tercera vía», un equívoco bolivarianismo, algunos elementos de socialcristianismo, la socialdemocracia de izquierda y diversas otras variedades de reformismo, hasta llegar en 2005 (y siempre, a partir de entonces), a coincidir con nuestro Partido en cuanto a que el socialismo es la única vía hacia el futuro de la humanidad. No obstante, continúan hasta hoy las confusiones conceptuales y políticas que dificultan el avance eficaz por esa vía.
En este sentido, el 14o Congreso Nacional del PCV, en agosto de 2011, ratificó el diagnóstico que ya había hecho nuestro Comité Central en diversas oportunidades, al menos desde 2007, acerca del carácter y contenido del proceso que dirige el Presidente Chávez, [señalando que «… predomina una heterogénea mezcla de concepciones idealistas y pequeño-burguesas acerca de la nueva sociedad y las vías para avanzar hacia su construcción», debido a la naturaleza de clase de los núcleos dirigentes del proceso, que «… corresponde a un perfil clasista de sectores medios y pequeña burguesía, no de clase obrera, que es el verdadero sujeto social históricamente llamado a construir el socialismo»].
IV
La confrontación ideológica cordial pero firme que hemos mantenido a lo largo de estos años con el Presidente Chávez y su entorno, alcanzó un momento de clímax en 2006-2007, cuando el propio Presidente, de manera unilateral e inconsulta, dio a todos los partidos y organizaciones que entonces lo apoyaban instrucciones de que se disolvieran para unirse a la nueva organización política que él estaba construyendo, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Esta circunstancia agudizó algunas tensiones que habían venido desarrollándose en el seno de nuestro Partido entre una mayoría que proponía profundizar y fortalecer el perfil propio e independiente del PCV como organización clasista aliada pero no sometida al Presidente, y una minoría que había venido mostrando desviaciones impropias de los partidos proletarios tanto en el lenguaje y las ideas como en la práctica política y los métodos de trabajo. El Comité Central tomó la acertada decisión de convocar un Congreso Nacional con carácter extraordinario, a apenas ocho meses de la celebración de nuestro anterior Congreso, a fin de que fuera esta máxima instancia de dirección de nuestra organización la que debatiera y resolviera la situación planteada por la orden presidencial.
Se celebró así nuestro 13o Congreso (extraordinario) entre enero y marzo de 2007, a resultas del cual se aprobó la Tesis sobre el Partido de la Revolución, documento que expone con precisión la concepción del Partido que sostenemos los revolucionarios del mundo: un Partido con clara definición clasista, con la ideología y el programa propios de la clase trabajadora, con vocación internacionalista, con una dirección colectiva y una vida interna emanadas de los principios del centralismo democrático, y con independencia absoluta frente a la burguesía y su instrumento, el Estado burgués.
Esta definición del Partido revolucionario era y es incompatible con las propuestas que se habían hecho para la construcción del PSUV, el cual se prefiguraba desde el principio como una organización poli-clasista, con fuerte influencia de la pequeña burguesía y los funcionarios del Estado, y sin perfil ideológico definido, por lo cual la vasta mayoría del PCV rechazó las instrucciones que había emitido el Presidente Chávez. El 13o Congreso aprobó además la Resolución Política, que distinguía entre la necesidad de avanzar, junto al Presidente Chávez y su nuevo Partido y otras fuerzas, en la construcción de un frente amplio para desarrollar la lucha antiimperialista actualmente en curso en nuestro país, y la necesidad paralela de fortalecer y desarrollar un Partido sólida y genuinamente clasista como instrumento para la futura tarea de construcción socialista.
[…]
De tal manera fue derrotado rápida y decisivamente este brote de liquidacionismo. No obstante, algo más de un tercio de los miembros de nuestro Comité Central, así como grupos importantes aunque aislados de dirigentes regionales, locales y militantes de base en Caracas y en varias otras regiones del país, desobedecieron las decisiones del 13o Congreso y «migraron» al nuevo Partido del Presidente. Tal «migración» fue el resultado, en algunos casos, de presiones desleales ejercidas desde el gobierno contra comunistas empleados del Estado que se vieron virtualmente obligados a renunciar a nuestras filas o a sus puestos de trabajo; en otros casos, militantes jóvenes o poco experimentados cedieron confundidos por el liderazgo indiscutible del Presidente y el afecto que su figura despierta en nuestro Partido y en amplias capas del pueblo venezolano; en otros más, fue producto de ambiciones personales de mando y protagonismo que no encontraban satisfacción en nuestra organización y buscaron otros espacios de realización; y finalmente, en algunos casos claves, fue consecuencia de las tentaciones oportunistas de derecha nacidas de la cercanía que había venido creándose entre las posiciones de ciertos dirigentes de nuestro Partido y las de los sectores pequeño-burgueses que dominan el proceso de cambios actualmente en curso en Venezuela.
En este último sentido, es sintomático que, ya desde varios años antes del episodio relatado, algunos de nuestros dirigentes habían venido adoptando en sus análisis y discursos el uso de ciertas categorías y fórmulas ajenas al marxismo-leninismo y muy características de la confusa amalgama de ideas propia de los sectores pequeño-burgueses en el gobierno. Ejemplos notables de esto son, entre otros, el uso equívoco y anti-científico de la categoría «imperio» en sustitución de «imperialismo», lo que mistifica la naturaleza propia de la fase superior del capitalismo y dificulta su correcta comprensión y análisis; la adopción de las frases «Cuarta República» y «Quinta República» para referirse a los gobiernos anteriores y posteriores a 1999, haciendo caso omiso del hecho de que la esencia de clase (burguesa) del aparato estatal venezolano no ha sido alterada, y en consecuencia, desde el punto de vista materialista-histórico ha habido continuidad en lo fundamental; o el uso excesivamente optimista de los términos «revolución» y «gobierno revolucionario» para referirse al proceso de cambios liderado por el Presidente Chávez, cuyo carácter genuinamente revolucionario está aún bajo observación. Debemos admitir autocríticamente que trazas de este estilo de análisis y lenguaje lograron filtrarse incluso en algunos de los documentos que aprobamos en nuestro 12o Congreso Nacional de 2006, lo que revela la profundidad y gravedad que había alcanzado esta desviación.
Apenas seis meses después de la culminación del 13o Congreso (extraordinario), llevamos a cabo nuestra 11a Conferencia Nacional, con el propósito de completar la restauración de nuestros órganos de dirección y dar por definitivamente superadas las secuelas de la crisis iniciada el año anterior. Esta Conferencia estableció los principios que habrían de regir (y continúan rigiendo) las relaciones entre nuestro Partido y el PSUV como aliados en la construcción del frente amplio antiimperialista, en un marco de respeto mutuo y no-injerencia en los asuntos de la vida interna de cada organización; asimismo, se establecieron algunas guías para las relaciones del PCV con nuestros antiguos militantes que habían «migrado» al Partido aliado.
[…]
Aunque algo debilitado numéricamente por tales «migraciones», nuestro Partido emergió de este episodio depurado y revigorizado en el plano ideológico. Hemos procurado desde entonces ejercer mayor cuidado en el rigor científico de nuestros análisis y en el uso correcto y preciso de las categorías propias del marxismo-leninismo.
Y al mismo tiempo, hemos presenciado cómo antiguos comunistas que habían iniciado su degeneración ideológica en los años 2005-2007, han continuado ya fuera de nuestro Partido su deslizamiento por la senda del oportunismo hacia posiciones cada vez más alejadas de la ciencia revolucionaria, hasta llegar en los últimos tiempos a distorsionar postulados fundamentales de la economía política marxista o cuestionar el carácter de la clase obrera como fuerza motriz fundamental de la futura revolución socialista.
En este último sentido, es sintomático que, ya desde varios años antes del episodio relatado, algunos de nuestros dirigentes habían venido adoptando en sus análisis y discursos el uso de ciertas categorías y fórmulas ajenas al marxismo-leninismo y muy características de la confusa amalgama de ideas propia de los sectores pequeño-burgueses en el gobierno. Ejemplos notables de esto son, entre otros, el uso equívoco y anti-científico de la categoría «imperio» en sustitución de «imperialismo», lo que mistifica la naturaleza propia de la fase superior del capitalismo y dificulta su correcta comprensión y análisis; la adopción de las frases «Cuarta República» y «Quinta República» para referirse a los gobiernos anteriores y posteriores a 1999, haciendo caso omiso del hecho de que la esencia de clase (burguesa) del aparato estatal venezolano no ha sido alterada, y en consecuencia, desde el punto de vista materialista-histórico ha habido continuidad en lo fundamental; o el uso excesivamente optimista de los términos «revolución» y «gobierno revolucionario» para referirse al proceso de cambios liderado por el Presidente Chávez, cuyo carácter genuinamente revolucionario está aún bajo observación. Debemos admitir autocríticamente que trazas de este estilo de análisis y lenguaje lograron filtrarse incluso en algunos de los documentos que aprobamos en nuestro 12o Congreso Nacional de 2006, lo que revela la profundidad y gravedad que había alcanzado esta desviación.
Apenas seis meses después de la culminación del 13o Congreso (extraordinario), llevamos a cabo nuestra 11a Conferencia Nacional, con el propósito de completar la restauración de nuestros órganos de dirección y dar por definitivamente superadas las secuelas de la crisis iniciada el año anterior. Esta Conferencia estableció los principios que habrían de regir (y continúan rigiendo) las relaciones entre nuestro Partido y el PSUV como aliados en la construcción del frente amplio antiimperialista, en un marco de respeto mutuo y no-injerencia en los asuntos de la vida interna de cada organización; asimismo, se establecieron algunas guías para las relaciones del PCV con nuestros antiguos militantes que habían «migrado» al Partido aliado.
[…]
Aunque algo debilitado numéricamente por tales «migraciones», nuestro Partido emergió de este episodio depurado y revigorizado en el plano ideológico. Hemos procurado desde entonces ejercer mayor cuidado en el rigor científico de nuestros análisis y en el uso correcto y preciso de las categorías propias del marxismo-leninismo.
Y al mismo tiempo, hemos presenciado cómo antiguos comunistas que habían iniciado su degeneración ideológica en los años 2005-2007, han continuado ya fuera de nuestro Partido su deslizamiento por la senda del oportunismo hacia posiciones cada vez más alejadas de la ciencia revolucionaria, hasta llegar en los últimos tiempos a distorsionar postulados fundamentales de la economía política marxista o cuestionar el carácter de la clase obrera como fuerza motriz fundamental de la futura revolución socialista.
V
Atención especial merece el caso de los partidos y organizaciones que, aunque objetivamente colaboran en la actualidad con la derecha nacional y transnacional en sus esfuerzos por restaurar el estado de cosas anterior a 1999, insisten en hacerse llamar «progresistas» o de «izquierda». Nos referimos en particular a los remanentes degenerados de viejas organizaciones que alcanzaron en décadas anteriores su momento de auge con un discurso y un estilo progresistas y hasta revolucionarios, pero que han sido desenmascarados por la historia como productos de brotes oportunistas sin verdadera sustancia revolucionaria.
El más trágico de ellos, aunque seguramente no el más importante por sus números o su influencia, es el llamado Bandera Roja (BR). Este es un grupo con raíces en los movimientos que persistieron en la táctica de la lucha armada tras el repliegue militar del PCV en 1967, y es producto de las sucesivas escisiones y recombinaciones del extinto Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR, resultado a su vez de una división del socialdemócrata AD), más diversos grupos aventureros de origen heterogéneo que se le fueron sumando a lo largo de los años. En su composición ideológica podían identificarse elementos de maoísmo y guevarismo (doctrina del llamado «foquismo»).
Desde mediados de la década de 1970, aislado de la clase obrera y virtualmente sin conexiones con ningún movimiento importante de masas, el principal escenario de acción política de BR era el movimiento estudiantil universitario, en el que gozaba de cierta influencia y del que reclutaba la gran mayoría de sus cuadros. Nuestro Partido y nuestra Juventud censuraron reiteradamente el oportunismo y el aventurerismo de las acciones de BR, y procuraron siempre que fue posible entablar un debate político con sus dirigentes.
[…]
Del oportunismo de ultra-izquierda, BR pasó al de ultra-derecha a fines de los años 90, ante la inminencia del triunfo electoral del Presidente Chávez. Algunos de sus cuadros rompieron entonces con la organización y se sumaron al proyecto político del Presidente (y hoy ocupan puestos de importancia en el PSUV y en el gobierno), mientras que los demás se declararon en oposición al nuevo gobierno y se convirtieron, en la práctica, en banda de choque al servicio de quienes los habían perseguido y asesinado a ellos en las décadas anteriores.
Debemos considerar también el caso de la organización llamada La Causa Radical (La Causa-R ó LCR). Fundada alrededor de 1972 como resultado de los desacuerdos y las pugnas de liderazgo entre los renegados expulsados de nuestras filas en 1971 (especialmente entre Maneiro por un lado, y Petkoff, Márquez y Muñoz por el otro), LCR fue durante sus primeros años una organización a la sombra del MAS, que era mucho mayor.
Aprovechando el vacío que los comunistas habíamos dejado en el movimiento obrero durante la lucha armada (error del que todavía no hemos logrado recuperarnos por completo), LCR creció rápidamente en los medios sindicales durante las décadas de 1970 y 1980, y logró alcanzar influencia importante especialmente entre los obreros de las grandes industrias metalúrgicas de la región de Guayana. Allí se hizo notar el carácter oportunista de LCR, y quedó en evidencia el que habría de ser su destino político: su práctica concreta al frente del movimiento sindical se mostró cada vez más obrerista y reivindicativa, y cada vez más alejada del genuino sindicalismo clasista.
[…] Formó parte de la alianza que apoyó la candidatura presidencial de Hugo Chávez en 1998, pero en los años iniciales del nuevo gobierno rompió con el Presidente y se sumó a la oposición, donde permanece hasta hoy.
Un grupo importante de sus dirigentes eligió mantenerse junto al Presidente Chávez y formó una nueva organización, el Partido Patria Para Todos (PPT), el cual, tras subdividirse en al menos dos ocasiones, fue controlado por su ala derecha y llegó a coincidir con LCR en las filas de la oposición. Algunos de quienes formaron parte del PPT decidieron en 2007 sumarse al PSUV y hoy siguen al lado del Presidente.
El MAS y sus derivados, junto a BR y a LCR y sus descendientes, hoy pretenden aprovechar su remoto pasado de izquierda para izar banderas supuestamente «progresistas» y hacerse pasar como el «ala izquierda» de la oposición al Presidente Chávez. Esta maniobra, nueva demostración del carácter oportunista y la naturaleza desclasada de tales elementos, busca confundir a algunos sectores de la clase trabajadora y del ancho pueblo, y por ello debe ser denunciada y desenmascarada.
VI
Es hora de cerrar con algunas conclusiones y enseñanzas que se desprenden de nuestra historia de luchas contra el oportunismo. La primera y principal es la confirmación en nuestra propia experiencia de lo afirmado por Lenin en cuanto al origen y naturaleza del oportunismo como expresión de la presencia ineludible en las filas de los partidos revolucionarios de capas pequeño-burguesas, con sus concepciones y tendencias propias.
[…]
Cada capa pequeño-burguesa que se haga presente con fuerza suficiente en nuestro Partido, tenderá automáticamente, a menos que sea detenida a tiempo, a desarrollar su propia variedad de oportunismo, en correspondencia con sus características, intereses y perfiles. La intelectualidad universitaria radicalizada tenderá al oportunismo de izquierda, mientras los funcionarios, profesionales y otros relativamente establecidos y prósperos, tenderán a la variedad de derecha.
De aquí, de este diagnóstico, se desprende sin demasiado esfuerzo la medicina y la profilaxis para este mal: la proletarización integral de nuestro Partido. No nos referimos solamente a la asimilación profunda de los puntos de vista y la ideología proletaria por los miembros del Partido que no provengan originalmente de la clase obrera, sino sobre todo a la presencia efectiva y dominante de cuadros obreros en los órganos de dirección del Partido en tan alta proporción como las circunstancias lo permitan.
[…]
Como ya vimos, esa fue precisamente la medicina que se recetó a sí mismo el PCV en el 4o Congreso Nacional de 1971. En este mismo sentido, nuestros Congresos 13o y 14o, así como nuestra 11a Conferencia, han insistido en los últimos años en la necesidad de incrementar la presencia proletaria en las filas de nuestro Partido, y han priorizado el trabajo entre y con la clase trabajadora como primera tarea del PCV. Pero debemos reconocer que, aunque recientemente hemos tenido algunos éxitos importantes en este sentido, hoy nuestro Partido todavía no está en condiciones de cumplir a cabalidad con ese principio.
La segunda gran enseñanza que se desprende de nuestra experiencia es que la dialéctica implacable de la historia, tarde o temprano, se impone sobre todos los oportunistas, incluso en contra de su voluntad, y acaba por empujarlos al campo de la burguesía; o sea, que todos los oportunismos siempre terminan siendo de derecha, independientemente de las formas y consignas que adopten inicialmente. Y esto se debe a que todos ellos tienen en común un elemento central: su rechazo o desconocimiento del punto de vista de clase del proletariado, lo que les impide apreciar la perspectiva histórica del desarrollo general de las sociedades.
En efecto, como dice el propio Lenin, todo oportunismo, por una vía o por otra, con mayor o menor énfasis teorizante, con mayor o menor sutileza, siempre «falsifica el marxismo amputándole todo aquello que la burguesía no puede aceptar». Y desde luego, lo primero que debe ser mutilado de nuestra doctrina para ganar la aceptación de la burguesía, es precisamente el análisis de clase, centro y pieza fundamental de todo el marxismo.
Se hace por lo tanto imprescindible ejercer la mayor vigilancia en cuanto al rigor teórico y conceptual en nuestros análisis, y en cuanto al uso preciso de las categorías científicas del marxismo-leninismo. La experiencia nos indica que los brotes oportunistas suelen anunciarse con desviaciones o «innovaciones» en el plano del discurso y el análisis, incluso antes de que se vuelvan visibles en el campo de la acción práctica.
Esto no significa de ninguna manera que deberemos resistirnos dogmáticamente al legítimo y necesario desarrollo de la ciencia revolucionaria, o que tengamos que cerrarnos al sano debate y la natural confrontación de ideas tanto dentro como fuera de nuestras filas; antes por el contrario, significa que debemos abordar todo debate y todo potencial desarrollo doctrinario, pero debemos hacerlo con la mayor seriedad y rigor. La ciencia puede y debe crecer y desarrollarse, pero es nuestra obligación ejercer la vigilancia crítica para que, entre las innovaciones legítimas, no se infiltre el contrabando ideológico que desnaturalice los fundamentos probados del marxismo-leninismo, especialmente en todo lo que tenga que ver con el análisis de clase.
Por último, queremos señalar que nuestras batallas contra el liquidacionismo nos han reafirmado en la importancia de mantener la independencia y la autonomía orgánica y programática del partido político de la clase trabajadora. Como ha demostrado el desarrollo posterior de los eventos, ceder a las presiones liquidacionistas, por muy poderosas y seductoras que éstas fueran en su momento, hubiera sido un error de consecuencias catastróficas, que habría dejado a la clase obrera políticamente desarmada, y en un nivel todavía mayor de desamparo y desorganización ante las fuerzas y posiciones pequeño-burguesas y burguesas.
[…]
Hoy, derrotadas las posiciones que pretendían liquidar a nuestro Partido, y sometidas las influencias que aspiraban a diluir o deformar nuestro perfil de clase y alejarnos de la ideología marxista-leninista, el PCV crece y se fortalece con nuevas energías, y con la brújula apuntando firmemente hacia la perspectiva de la revolución socialista y el futuro comunista.
Publicamos este artículo, en el marco del 83º Aniversario del PCV, tomando en cuenta la vigencia de la lucha contra el oportunismo en el seno del movimiento revolucionario venezolano, para que sea analizado y discutido por las organizaciones políticas y sociales con miras a fortalecer el proceso de acumulación que permita un cambio en la correlación de fuerzas, a favor del necesario bloque popular revolucionario.
La lucha del PCV contra el oportunismo
En sus más de 80 años de existencia, el Partido Comunista de Venezuela (PCV), como muchos otros partidos comunistas y obreros del mundo, ha debido enfrentar en más de una ocasión tanto el oportunismo de derecha como a su hermano de izquierda. La celebración de nuestra Primera Conferencia Nacional en agosto de 1937 ya estuvo signada por esta lucha, que se manifestó en aquella oportunidad como el conflicto entre quienes defendían la necesidad de dotar al Partido de estructura orgánica propia y «dar la cara» ante el país como organización proletaria con independencia de programa y acción, y quienes propusieron sin éxito, desde una posición oportunista de derecha, abortar la formación del Partido y disolverlo dentro del seno de las organizaciones políticas liberal-burguesas y pequeño-burguesas de la época.
De 1941 a 1945, los comunistas venezolanos sufrimos una nueva desviación oportunista de derecha que propugnaba el colaboracionismo de clase, y que se vio fortalecida en 1943 con la adopción de la doctrina liquidacionista conocida internacionalmente como «browderismo». La influencia y difusión de esta doctrina, de muy graves repercusiones en diversos países de Latinoamérica, resultó favorecida en Venezuela por el acercamiento que habían tenido desde 1942 diversos sectores progresistas y revolucionarios al gobierno de la época (presidencia de Isaías Medina), y por la situación de división que existía entonces en las filas comunistas. Tal cuadro fue resuelto en lo esencial con la celebración en diciembre de 1946 de nuestro Primer Congreso, llamado «de la Unidad», que logró unificar a la mayor parte de los grupos comunistas de la época bajo el nombre que nuestro Partido ha mantenido desde entonces, y emitió una severa censura al «browderismo» y el colaboracionismo de clase.
El oportunismo, en su sentido más general, puede ser definido como cualquier alteración de la política, el programa o las concepciones teóricas de los partidos revolucionarios o movimientos obreros, surgida del influjo de los eventos y circunstancias del momento, que los aleje objetivamente de los intereses históricos y necesidades estratégicas propias de la clase obrera y los lleve a coincidir en cambio con los intereses y necesidades de capas y clases no proletarias de la sociedad (particularmente de la burguesía y la pequeña burguesía). Como ha sido señalado ya por varios autores, las diferentes variedades del oportunismo se diferencian unas de otras, fundamentalmente, en razón de las capas y sectores de la burguesía o pequeña burguesía de las que emana cada una y detrás de las que pretende arrastrar al movimiento obrero y revolucionario.
En el caso venezolano, este precepto se ha cumplido con regularidad, y puesto que a lo largo de los años diversos sectores pequeño-burgueses, intelectuales y profesionales han tenido muy fuerte presencia en la composición de las filas de nuestro Partido, no debe sorprender que hayamos experimentado reiterados brotes de oportunismo, tanto de derecha como de izquierda. El más agudo y dañino de los de izquierda, ocurrido a lo largo de la década de 1960, concluyó con la división de nuestro Partido que dio lugar a la aparición del llamado Movimiento al Socialismo (MAS), al que dedicaremos algunos párrafos.
Pero también el oportunismo de derecha ha hecho su aparición en nuestra organización y en su periferia, no sólo, como ya vimos, en la Conferencia de 1937 y en la década de 1940, sino igualmente en otras ocasiones, la más reciente en 2006-2007, cuando enfrentamos y derrotamos un nuevo brote de liquidacionismo que pretendía de nuevo disolver el Partido y sumarlo a otra organización de perfil poli-clasista y orientación pequeño-burguesa, pero logró apenas causarnos un desprendimiento relativamente menor. También a este episodio todavía reciente dedicaremos especial atención, no tanto por su peso cuantitativo como por su importancia en la interpretación y análisis de la actualidad política nacional.
Discutiremos asimismo, aunque brevemente, algunas otras manifestaciones de oportunismo que hemos combatido y continuamos combatiendo en otras organizaciones pretendidamente «revolucionarias» o «progresistas», y cuya denuncia y desenmascaramiento son necesarios para evitar la confusión ideológica y la desorientación política de la clase trabajadora y del pueblo en general.
II
La década de 1960 se inició para nuestro país en un clima cargado de posibilidades y amenazas. Tras el derrocamiento de la dictadura militar en enero de 1958 como resultado de la acertada y audaz política de alianzas del PCV que condujo a una auténtica insurrección popular, la situación política se fue descomponiendo rápidamente. Las esperanzas que había despertado el triunfo popular sobre la dictadura, fueron traicionadas casi de inmediato por el llamado «pacto de Punto Fijo», por medio del cual los partidos de la derecha (el social-demócrata AD y el demócrata-cristiano COPEI, con la complicidad de URD como socio menor), acordaron la exclusión de los comunistas y otras fuerzas progresistas y populares de la composición del nuevo gobierno, acuerdo que más tarde resultó en la conformación de un sistema bi-partidista para la preservación de los intereses del imperialismo y de la burguesía local asociada a éste.
Entre 1962 y 1967, el PCV desarrolló la táctica de la lucha armada como respuesta a los gobiernos antipatrióticos y antipopulares que surgieron de ese pacto. […] para 1965 ya era absolutamente evidente que en el país no había condiciones para el desarrollo exitoso de tal táctica, y de ello estaba consciente buena parte de nuestro Comité Central. Se debatían entonces las posibilidades para un repliegue militar ordenado y la reinserción de nuestro Partido en la vida política nacional.
Pero este debate fue obstaculizado por el surgimiento en nuestras filas de un brote fraccionalista que procuraba la autonomía del aparato militar y la supremacía de éste sobre la dirección política colectiva. Las ambiciones personales de mando de algunos de los comandantes militares (especialmente Douglas Bravo), alimentadas por las posiciones aventureras de izquierda de algunos otros que insistían en la viabilidad de una victoria militar (Teodoro Petkoff, Freddy Muñoz), crearon una situación muy compleja en nuestro Partido, que demoró por más de dos años la decisión final del repliegue militar.
Desde posiciones pequeño-burguesas de izquierda, típicas de una intelectualidad radicalizada, los oportunistas de la época promovían en nuestras filas el culto de la experiencia guerrillera cubana como ejemplo a seguir, pero en abstracto, sin tomar en cuenta las condiciones concretas existentes en Venezuela, y lo más grave, sin conexión orgánica con el amplio pueblo y en especial con la clase trabajadora. Es sintomático que simultáneamente con la desviación militarista, se desarrolló también un proceso de abandono casi completo del trabajo del Partido en el frente sindical, y de menosprecio por el trabajo de organización campesina en todo lo que no tuviera que ver directamente con la actividad militar.
[…]
Lo peor de la desviación militarista fue zanjado con la expulsión de Bravo y otros, quienes fundaron entonces el llamado Partido Revolucionario Venezolano (PRV), ya desaparecido. No obstante, algunos elementos continuaron alimentando en nuestras filas el aventurerismo de izquierda y atentando contra la unidad de nuestra organización. La prolongación de ese estado de cosas creó las condiciones para el desarrollo del nuevo fraccionalismo que habrá de emerger a fines de la década.
La decisión de repliegue militar fue tomada al fin por el 8o Pleno de nuestro Comité Central de Emergencia en abril de 1967, en que se fijaron las orientaciones generales del PCV acerca de la lucha armada, ratificadas desde entonces una y otra vez, incorporadas desde 1980 al Programa del Partido, y vigentes hasta hoy: reivindicamos y honramos el heroico sacrificio de los cientos de militantes que ofrendaron sus vidas en esos años y de los miles más que sufrieron prisiones, torturas y persecuciones, y reconocemos la legitimidad del uso de la táctica armada por los pueblos cuando las condiciones lo ameriten, pero procuraremos siempre impulsar el desarrollo de nuestros objetivos estratégicos por las vías menos traumáticas posibles y ganándonos para ello el más amplio apoyo popular.
[…]
A lo largo de 1969, cuando comenzaba el proceso de preparación y debates del 4o Congreso Nacional del Partido, quienes habían alentado con mayor fuerza las posiciones oportunistas en los años anteriores finalmente hicieron pública su ruptura con el PCV. Los «disidentes», en lugar de exponer y defender sus puntos de vista en los organismos correspondientes durante el proceso de debates que apenas se iniciaba, lanzaron una campaña pública de ataques contra el Partido, contra la Unión Soviética y otros países socialistas, contra el leninismo.
Para el momento culminante del 4o Congreso en enero de 1971, ya hacía varias semanas que Pompeyo Márquez, Petkoff, Eloy Torres, Muñoz y Alfredo Maneiro, entre otros, habían abandonado nuestras filas y habían iniciado la organización de un nuevo Partido, el MAS, que se presentó inicialmente como defensor de las genuinas posiciones comunistas, y hasta reclamó para sí el apelativo de «Fuerza Comunista Venezolana». Debido al prestigio que estos dirigentes habían alcanzado, especialmente entre nuestros militantes más jóvenes o menos experimentados, el daño que esta deserción nos causó fue muy cuantioso, particularmente en las filas de la Juventud Comunista de Venezuela (JCV), que resultaron significativamente disminuidas, y entre los sectores intelectuales y profesionales.
El propio 4o Congreso y el Comité Central que resultó elegido en ese evento, desataron de inmediato una contraofensiva que buscaba exponer el verdadero carácter de la nueva organización, cuyas vacilaciones ideológicas, composición, estructura y dinámica interna, la condenaban inexorablemente a derivar y alejarse cada vez más de sus pretendidas posiciones de izquierda.
[…]
El desarrollo posterior de los eventos ha dado la razón a nuestro Partido: a lo largo de los años, los supuestos «nuevos comunistas» censuraron primero al «socialismo real», casi de inmediato renunciaron al leninismo (y al sobrenombre de «Fuerza Comunista»), luego a lo que ellos calificaban de «marxismo ortodoxo», más tarde a todo el marxismo, y por último a cualquier forma de socialismo genuino. Hoy queda del antiguo MAS apenas su nombre, cada vez más incongruente con su práctica política concreta que hasta los ha llevado en años recientes a aliarse con la derecha fascista en su empeño por descarrilar el proceso de liberación nacional en curso en nuestro país desde 1999.
Durante el resto de la década de 1970 y en la primera mitad de la de 1980, nuestro Partido debió enfrentar varios otros brotes de oportunismo, aunque ninguno tan grave y dañino como los ya reseñados. Entre 1971 y 1974, los remanentes de los grupos fraccionales que habían quedado rezagados en nuestras filas, así como otros elementos que coincidían en la práctica con aquellos, se toparon con un ambiente interno de mayor disciplina, una vida orgánica fortalecida y un Partido francamente decidido a enmendarse y a re-proletarizarse, en cumplimiento de lo acordado por el 4o Congreso.
[…]
Ante tales condiciones internas que dificultaban la posibilidad de perturbar de nuevo la vida de la organización, los rezagados se fueron apartando individualmente o en pequeños grupos, con consecuencias relativamente leves. Otros grupos más pequeños abandonaron nuestro Partido y Juventud a mediados de la década de 1980 (inmediatamente antes e inmediatamente después de nuestro 7o Congreso Nacional, de 1985), con consecuencias todavía menos relevantes.
III
Fueron principalmente causas externas a nuestro Partido y a nuestro país las que provocaron el debilitamiento y largo declive del PCV desde 1988 hasta 1998. Eran los años de la crisis y posterior derrumbe del campo socialista en Europa Central y Eurasia, y particularmente de la Unión Soviética, principal referencia para nuestro Partido desde el propio momento de su fundación en 1931.
Sin embargo, el PCV mantuvo su actividad y enarboló las banderas del marxismo-leninismo incluso en los momentos más oscuros de esa crisis, cuando había gran presión de fuerzas oportunistas nacionales e internacionales para transformar nuestro Partido en una organización «post-comunista» al estilo de las que efectivamente aparecieron en esos años en otros países. Aunque cada vez más reducidos y acorralados, lanzamos con gran audacia y convicción, en nuestro 9o Congreso Nacional de 1992, la consigna «¡El socialismo sigue siendo la esperanza de los pueblos!», en momentos en que los teóricos del capitalismo mundial celebraban el «fin de la historia» y el supuesto triunfo definitivo del sistema de explotación.
De ese declive nos sacó la quiebra del sistema bi-partidista y del modelo económico neo-liberal en nuestro país. El desarrollo de la historia nacional había demostrado después de todo que nuestras advertencias contra el neo-liberalismo y nuestra férrea oposición al bi-partidismo a lo largo de cuatro décadas habían sido correctas. Se inicia así en 1999 el proceso de liberación nacional liderado por Hugo Chávez, a la par que la progresiva recuperación de nuestro Partido. Pero en ese momento se inicia también una nueva ronda de nuestros enfrentamientos contra las desviaciones de izquierda y derecha, tanto dentro como fuera de nuestras filas.
El PCV fue, por decisión de nuestra 10a Conferencia Nacional de 1998, el primer partido que apoyó oficialmente la candidatura presidencial de Chávez, y es hoy el único miembro de la alianza original (en la que se contaban el MAS y otras individualidades y organizaciones de ex-comunistas) que continúa apoyándolo. Pero este apoyo no es ni ha sido acrítico ni mecánico: desde el comienzo del gobierno del Presidente Chávez, nuestro Partido ha expuesto, con prudencia y cordialidad pero también con firmeza, las desviaciones políticas e ideológicas del propio Presidente y de quienes lo rodean.
Inicialmente propulsor de un nacionalismo genérico y poco preciso, el Presidente ha oscilado en estos años entre la supuesta «tercera vía», un equívoco bolivarianismo, algunos elementos de socialcristianismo, la socialdemocracia de izquierda y diversas otras variedades de reformismo, hasta llegar en 2005 (y siempre, a partir de entonces), a coincidir con nuestro Partido en cuanto a que el socialismo es la única vía hacia el futuro de la humanidad. No obstante, continúan hasta hoy las confusiones conceptuales y políticas que dificultan el avance eficaz por esa vía.
En este sentido, el 14o Congreso Nacional del PCV, en agosto de 2011, ratificó el diagnóstico que ya había hecho nuestro Comité Central en diversas oportunidades, al menos desde 2007, acerca del carácter y contenido del proceso que dirige el Presidente Chávez, [señalando que «… predomina una heterogénea mezcla de concepciones idealistas y pequeño-burguesas acerca de la nueva sociedad y las vías para avanzar hacia su construcción», debido a la naturaleza de clase de los núcleos dirigentes del proceso, que «… corresponde a un perfil clasista de sectores medios y pequeña burguesía, no de clase obrera, que es el verdadero sujeto social históricamente llamado a construir el socialismo»].
IV
La confrontación ideológica cordial pero firme que hemos mantenido a lo largo de estos años con el Presidente Chávez y su entorno, alcanzó un momento de clímax en 2006-2007, cuando el propio Presidente, de manera unilateral e inconsulta, dio a todos los partidos y organizaciones que entonces lo apoyaban instrucciones de que se disolvieran para unirse a la nueva organización política que él estaba construyendo, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Esta circunstancia agudizó algunas tensiones que habían venido desarrollándose en el seno de nuestro Partido entre una mayoría que proponía profundizar y fortalecer el perfil propio e independiente del PCV como organización clasista aliada pero no sometida al Presidente, y una minoría que había venido mostrando desviaciones impropias de los partidos proletarios tanto en el lenguaje y las ideas como en la práctica política y los métodos de trabajo. El Comité Central tomó la acertada decisión de convocar un Congreso Nacional con carácter extraordinario, a apenas ocho meses de la celebración de nuestro anterior Congreso, a fin de que fuera esta máxima instancia de dirección de nuestra organización la que debatiera y resolviera la situación planteada por la orden presidencial.
Se celebró así nuestro 13o Congreso (extraordinario) entre enero y marzo de 2007, a resultas del cual se aprobó la Tesis sobre el Partido de la Revolución, documento que expone con precisión la concepción del Partido que sostenemos los revolucionarios del mundo: un Partido con clara definición clasista, con la ideología y el programa propios de la clase trabajadora, con vocación internacionalista, con una dirección colectiva y una vida interna emanadas de los principios del centralismo democrático, y con independencia absoluta frente a la burguesía y su instrumento, el Estado burgués.
Esta definición del Partido revolucionario era y es incompatible con las propuestas que se habían hecho para la construcción del PSUV, el cual se prefiguraba desde el principio como una organización poli-clasista, con fuerte influencia de la pequeña burguesía y los funcionarios del Estado, y sin perfil ideológico definido, por lo cual la vasta mayoría del PCV rechazó las instrucciones que había emitido el Presidente Chávez. El 13o Congreso aprobó además la Resolución Política, que distinguía entre la necesidad de avanzar, junto al Presidente Chávez y su nuevo Partido y otras fuerzas, en la construcción de un frente amplio para desarrollar la lucha antiimperialista actualmente en curso en nuestro país, y la necesidad paralela de fortalecer y desarrollar un Partido sólida y genuinamente clasista como instrumento para la futura tarea de construcción socialista.
[…]
De tal manera fue derrotado rápida y decisivamente este brote de liquidacionismo. No obstante, algo más de un tercio de los miembros de nuestro Comité Central, así como grupos importantes aunque aislados de dirigentes regionales, locales y militantes de base en Caracas y en varias otras regiones del país, desobedecieron las decisiones del 13o Congreso y «migraron» al nuevo Partido del Presidente. Tal «migración» fue el resultado, en algunos casos, de presiones desleales ejercidas desde el gobierno contra comunistas empleados del Estado que se vieron virtualmente obligados a renunciar a nuestras filas o a sus puestos de trabajo; en otros casos, militantes jóvenes o poco experimentados cedieron confundidos por el liderazgo indiscutible del Presidente y el afecto que su figura despierta en nuestro Partido y en amplias capas del pueblo venezolano; en otros más, fue producto de ambiciones personales de mando y protagonismo que no encontraban satisfacción en nuestra organización y buscaron otros espacios de realización; y finalmente, en algunos casos claves, fue consecuencia de las tentaciones oportunistas de derecha nacidas de la cercanía que había venido creándose entre las posiciones de ciertos dirigentes de nuestro Partido y las de los sectores pequeño-burgueses que dominan el proceso de cambios actualmente en curso en Venezuela.
En este último sentido, es sintomático que, ya desde varios años antes del episodio relatado, algunos de nuestros dirigentes habían venido adoptando en sus análisis y discursos el uso de ciertas categorías y fórmulas ajenas al marxismo-leninismo y muy características de la confusa amalgama de ideas propia de los sectores pequeño-burgueses en el gobierno. Ejemplos notables de esto son, entre otros, el uso equívoco y anti-científico de la categoría «imperio» en sustitución de «imperialismo», lo que mistifica la naturaleza propia de la fase superior del capitalismo y dificulta su correcta comprensión y análisis; la adopción de las frases «Cuarta República» y «Quinta República» para referirse a los gobiernos anteriores y posteriores a 1999, haciendo caso omiso del hecho de que la esencia de clase (burguesa) del aparato estatal venezolano no ha sido alterada, y en consecuencia, desde el punto de vista materialista-histórico ha habido continuidad en lo fundamental; o el uso excesivamente optimista de los términos «revolución» y «gobierno revolucionario» para referirse al proceso de cambios liderado por el Presidente Chávez, cuyo carácter genuinamente revolucionario está aún bajo observación. Debemos admitir autocríticamente que trazas de este estilo de análisis y lenguaje lograron filtrarse incluso en algunos de los documentos que aprobamos en nuestro 12o Congreso Nacional de 2006, lo que revela la profundidad y gravedad que había alcanzado esta desviación.
Apenas seis meses después de la culminación del 13o Congreso (extraordinario), llevamos a cabo nuestra 11a Conferencia Nacional, con el propósito de completar la restauración de nuestros órganos de dirección y dar por definitivamente superadas las secuelas de la crisis iniciada el año anterior. Esta Conferencia estableció los principios que habrían de regir (y continúan rigiendo) las relaciones entre nuestro Partido y el PSUV como aliados en la construcción del frente amplio antiimperialista, en un marco de respeto mutuo y no-injerencia en los asuntos de la vida interna de cada organización; asimismo, se establecieron algunas guías para las relaciones del PCV con nuestros antiguos militantes que habían «migrado» al Partido aliado.
[…]
Aunque algo debilitado numéricamente por tales «migraciones», nuestro Partido emergió de este episodio depurado y revigorizado en el plano ideológico. Hemos procurado desde entonces ejercer mayor cuidado en el rigor científico de nuestros análisis y en el uso correcto y preciso de las categorías propias del marxismo-leninismo.
Y al mismo tiempo, hemos presenciado cómo antiguos comunistas que habían iniciado su degeneración ideológica en los años 2005-2007, han continuado ya fuera de nuestro Partido su deslizamiento por la senda del oportunismo hacia posiciones cada vez más alejadas de la ciencia revolucionaria, hasta llegar en los últimos tiempos a distorsionar postulados fundamentales de la economía política marxista o cuestionar el carácter de la clase obrera como fuerza motriz fundamental de la futura revolución socialista.
En este último sentido, es sintomático que, ya desde varios años antes del episodio relatado, algunos de nuestros dirigentes habían venido adoptando en sus análisis y discursos el uso de ciertas categorías y fórmulas ajenas al marxismo-leninismo y muy características de la confusa amalgama de ideas propia de los sectores pequeño-burgueses en el gobierno. Ejemplos notables de esto son, entre otros, el uso equívoco y anti-científico de la categoría «imperio» en sustitución de «imperialismo», lo que mistifica la naturaleza propia de la fase superior del capitalismo y dificulta su correcta comprensión y análisis; la adopción de las frases «Cuarta República» y «Quinta República» para referirse a los gobiernos anteriores y posteriores a 1999, haciendo caso omiso del hecho de que la esencia de clase (burguesa) del aparato estatal venezolano no ha sido alterada, y en consecuencia, desde el punto de vista materialista-histórico ha habido continuidad en lo fundamental; o el uso excesivamente optimista de los términos «revolución» y «gobierno revolucionario» para referirse al proceso de cambios liderado por el Presidente Chávez, cuyo carácter genuinamente revolucionario está aún bajo observación. Debemos admitir autocríticamente que trazas de este estilo de análisis y lenguaje lograron filtrarse incluso en algunos de los documentos que aprobamos en nuestro 12o Congreso Nacional de 2006, lo que revela la profundidad y gravedad que había alcanzado esta desviación.
Apenas seis meses después de la culminación del 13o Congreso (extraordinario), llevamos a cabo nuestra 11a Conferencia Nacional, con el propósito de completar la restauración de nuestros órganos de dirección y dar por definitivamente superadas las secuelas de la crisis iniciada el año anterior. Esta Conferencia estableció los principios que habrían de regir (y continúan rigiendo) las relaciones entre nuestro Partido y el PSUV como aliados en la construcción del frente amplio antiimperialista, en un marco de respeto mutuo y no-injerencia en los asuntos de la vida interna de cada organización; asimismo, se establecieron algunas guías para las relaciones del PCV con nuestros antiguos militantes que habían «migrado» al Partido aliado.
[…]
Aunque algo debilitado numéricamente por tales «migraciones», nuestro Partido emergió de este episodio depurado y revigorizado en el plano ideológico. Hemos procurado desde entonces ejercer mayor cuidado en el rigor científico de nuestros análisis y en el uso correcto y preciso de las categorías propias del marxismo-leninismo.
Y al mismo tiempo, hemos presenciado cómo antiguos comunistas que habían iniciado su degeneración ideológica en los años 2005-2007, han continuado ya fuera de nuestro Partido su deslizamiento por la senda del oportunismo hacia posiciones cada vez más alejadas de la ciencia revolucionaria, hasta llegar en los últimos tiempos a distorsionar postulados fundamentales de la economía política marxista o cuestionar el carácter de la clase obrera como fuerza motriz fundamental de la futura revolución socialista.
V
Atención especial merece el caso de los partidos y organizaciones que, aunque objetivamente colaboran en la actualidad con la derecha nacional y transnacional en sus esfuerzos por restaurar el estado de cosas anterior a 1999, insisten en hacerse llamar «progresistas» o de «izquierda». Nos referimos en particular a los remanentes degenerados de viejas organizaciones que alcanzaron en décadas anteriores su momento de auge con un discurso y un estilo progresistas y hasta revolucionarios, pero que han sido desenmascarados por la historia como productos de brotes oportunistas sin verdadera sustancia revolucionaria.
El más trágico de ellos, aunque seguramente no el más importante por sus números o su influencia, es el llamado Bandera Roja (BR). Este es un grupo con raíces en los movimientos que persistieron en la táctica de la lucha armada tras el repliegue militar del PCV en 1967, y es producto de las sucesivas escisiones y recombinaciones del extinto Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR, resultado a su vez de una división del socialdemócrata AD), más diversos grupos aventureros de origen heterogéneo que se le fueron sumando a lo largo de los años. En su composición ideológica podían identificarse elementos de maoísmo y guevarismo (doctrina del llamado «foquismo»).
Desde mediados de la década de 1970, aislado de la clase obrera y virtualmente sin conexiones con ningún movimiento importante de masas, el principal escenario de acción política de BR era el movimiento estudiantil universitario, en el que gozaba de cierta influencia y del que reclutaba la gran mayoría de sus cuadros. Nuestro Partido y nuestra Juventud censuraron reiteradamente el oportunismo y el aventurerismo de las acciones de BR, y procuraron siempre que fue posible entablar un debate político con sus dirigentes.
[…]
Del oportunismo de ultra-izquierda, BR pasó al de ultra-derecha a fines de los años 90, ante la inminencia del triunfo electoral del Presidente Chávez. Algunos de sus cuadros rompieron entonces con la organización y se sumaron al proyecto político del Presidente (y hoy ocupan puestos de importancia en el PSUV y en el gobierno), mientras que los demás se declararon en oposición al nuevo gobierno y se convirtieron, en la práctica, en banda de choque al servicio de quienes los habían perseguido y asesinado a ellos en las décadas anteriores.
Debemos considerar también el caso de la organización llamada La Causa Radical (La Causa-R ó LCR). Fundada alrededor de 1972 como resultado de los desacuerdos y las pugnas de liderazgo entre los renegados expulsados de nuestras filas en 1971 (especialmente entre Maneiro por un lado, y Petkoff, Márquez y Muñoz por el otro), LCR fue durante sus primeros años una organización a la sombra del MAS, que era mucho mayor.
Aprovechando el vacío que los comunistas habíamos dejado en el movimiento obrero durante la lucha armada (error del que todavía no hemos logrado recuperarnos por completo), LCR creció rápidamente en los medios sindicales durante las décadas de 1970 y 1980, y logró alcanzar influencia importante especialmente entre los obreros de las grandes industrias metalúrgicas de la región de Guayana. Allí se hizo notar el carácter oportunista de LCR, y quedó en evidencia el que habría de ser su destino político: su práctica concreta al frente del movimiento sindical se mostró cada vez más obrerista y reivindicativa, y cada vez más alejada del genuino sindicalismo clasista.
[…] Formó parte de la alianza que apoyó la candidatura presidencial de Hugo Chávez en 1998, pero en los años iniciales del nuevo gobierno rompió con el Presidente y se sumó a la oposición, donde permanece hasta hoy.
Un grupo importante de sus dirigentes eligió mantenerse junto al Presidente Chávez y formó una nueva organización, el Partido Patria Para Todos (PPT), el cual, tras subdividirse en al menos dos ocasiones, fue controlado por su ala derecha y llegó a coincidir con LCR en las filas de la oposición. Algunos de quienes formaron parte del PPT decidieron en 2007 sumarse al PSUV y hoy siguen al lado del Presidente.
El MAS y sus derivados, junto a BR y a LCR y sus descendientes, hoy pretenden aprovechar su remoto pasado de izquierda para izar banderas supuestamente «progresistas» y hacerse pasar como el «ala izquierda» de la oposición al Presidente Chávez. Esta maniobra, nueva demostración del carácter oportunista y la naturaleza desclasada de tales elementos, busca confundir a algunos sectores de la clase trabajadora y del ancho pueblo, y por ello debe ser denunciada y desenmascarada.
VI
Es hora de cerrar con algunas conclusiones y enseñanzas que se desprenden de nuestra historia de luchas contra el oportunismo. La primera y principal es la confirmación en nuestra propia experiencia de lo afirmado por Lenin en cuanto al origen y naturaleza del oportunismo como expresión de la presencia ineludible en las filas de los partidos revolucionarios de capas pequeño-burguesas, con sus concepciones y tendencias propias.
[…]
Cada capa pequeño-burguesa que se haga presente con fuerza suficiente en nuestro Partido, tenderá automáticamente, a menos que sea detenida a tiempo, a desarrollar su propia variedad de oportunismo, en correspondencia con sus características, intereses y perfiles. La intelectualidad universitaria radicalizada tenderá al oportunismo de izquierda, mientras los funcionarios, profesionales y otros relativamente establecidos y prósperos, tenderán a la variedad de derecha.
De aquí, de este diagnóstico, se desprende sin demasiado esfuerzo la medicina y la profilaxis para este mal: la proletarización integral de nuestro Partido. No nos referimos solamente a la asimilación profunda de los puntos de vista y la ideología proletaria por los miembros del Partido que no provengan originalmente de la clase obrera, sino sobre todo a la presencia efectiva y dominante de cuadros obreros en los órganos de dirección del Partido en tan alta proporción como las circunstancias lo permitan.
[…]
Como ya vimos, esa fue precisamente la medicina que se recetó a sí mismo el PCV en el 4o Congreso Nacional de 1971. En este mismo sentido, nuestros Congresos 13o y 14o, así como nuestra 11a Conferencia, han insistido en los últimos años en la necesidad de incrementar la presencia proletaria en las filas de nuestro Partido, y han priorizado el trabajo entre y con la clase trabajadora como primera tarea del PCV. Pero debemos reconocer que, aunque recientemente hemos tenido algunos éxitos importantes en este sentido, hoy nuestro Partido todavía no está en condiciones de cumplir a cabalidad con ese principio.
La segunda gran enseñanza que se desprende de nuestra experiencia es que la dialéctica implacable de la historia, tarde o temprano, se impone sobre todos los oportunistas, incluso en contra de su voluntad, y acaba por empujarlos al campo de la burguesía; o sea, que todos los oportunismos siempre terminan siendo de derecha, independientemente de las formas y consignas que adopten inicialmente. Y esto se debe a que todos ellos tienen en común un elemento central: su rechazo o desconocimiento del punto de vista de clase del proletariado, lo que les impide apreciar la perspectiva histórica del desarrollo general de las sociedades.
En efecto, como dice el propio Lenin, todo oportunismo, por una vía o por otra, con mayor o menor énfasis teorizante, con mayor o menor sutileza, siempre «falsifica el marxismo amputándole todo aquello que la burguesía no puede aceptar». Y desde luego, lo primero que debe ser mutilado de nuestra doctrina para ganar la aceptación de la burguesía, es precisamente el análisis de clase, centro y pieza fundamental de todo el marxismo.
Se hace por lo tanto imprescindible ejercer la mayor vigilancia en cuanto al rigor teórico y conceptual en nuestros análisis, y en cuanto al uso preciso de las categorías científicas del marxismo-leninismo. La experiencia nos indica que los brotes oportunistas suelen anunciarse con desviaciones o «innovaciones» en el plano del discurso y el análisis, incluso antes de que se vuelvan visibles en el campo de la acción práctica.
Esto no significa de ninguna manera que deberemos resistirnos dogmáticamente al legítimo y necesario desarrollo de la ciencia revolucionaria, o que tengamos que cerrarnos al sano debate y la natural confrontación de ideas tanto dentro como fuera de nuestras filas; antes por el contrario, significa que debemos abordar todo debate y todo potencial desarrollo doctrinario, pero debemos hacerlo con la mayor seriedad y rigor. La ciencia puede y debe crecer y desarrollarse, pero es nuestra obligación ejercer la vigilancia crítica para que, entre las innovaciones legítimas, no se infiltre el contrabando ideológico que desnaturalice los fundamentos probados del marxismo-leninismo, especialmente en todo lo que tenga que ver con el análisis de clase.
Por último, queremos señalar que nuestras batallas contra el liquidacionismo nos han reafirmado en la importancia de mantener la independencia y la autonomía orgánica y programática del partido político de la clase trabajadora. Como ha demostrado el desarrollo posterior de los eventos, ceder a las presiones liquidacionistas, por muy poderosas y seductoras que éstas fueran en su momento, hubiera sido un error de consecuencias catastróficas, que habría dejado a la clase obrera políticamente desarmada, y en un nivel todavía mayor de desamparo y desorganización ante las fuerzas y posiciones pequeño-burguesas y burguesas.
[…]
Hoy, derrotadas las posiciones que pretendían liquidar a nuestro Partido, y sometidas las influencias que aspiraban a diluir o deformar nuestro perfil de clase y alejarnos de la ideología marxista-leninista, el PCV crece y se fortalece con nuevas energías, y con la brújula apuntando firmemente hacia la perspectiva de la revolución socialista y el futuro comunista.