Articulo de Nahia Sanzo, para SLAVYANGRAD.es
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Por Nahia Sanzo
Eclipsado por otros aniversarios que Occidente considera de más valor, el aniversario de la Revolución Rusa pasa desapercibido cada año, igual que pasa desapercibida casi cualquier noticia sobre Rusia que no implique una crítica directa al Gobierno del Kremlin. Como cada año, la prensa occidental se despliega para celebrarla guerra ganada, la caída del muro de Berlín, mientras ignora año tras año una batalla sí perdió.
Por su naturaleza y porque sus resultados fueron causa directa de la gran guerra que sí sigue celebrándose como la guerra justa, la Segunda Guerra Mundial, la Primera Guerra Mundial ha quedado como la gran olvidada de las grandes guerras recientes, con lo que se han olvidado muchas de las lecciones que debió haber aportado a la historia. Una de esas lecciones es la dada por ese pequeño grupo de socialistas que, mientras la clase política guiaba a Europa al desastre en una guerra por la supervivencia del imperialismo, buscó un cambio completo de rumbo por la vía revolucionaria, enfrentándose, no solo a los distintos imperialismos y derechas europeas, sino a gran parte del socialismo europeo, que veía en la guerra un paso necesario para poder llegar al momento idóneo en el que la revolución sí sería posible.
Por primera vez en muchos años, los símbolos de la Revolución de Octubre, que por los trece días de diferencia con respecto al calendario ruso sucedió en noviembre, han reaparecido en la actualidad. Junto con otras banderas aparentemente contradictorias, la bandera soviética ha tenido presencia en la rebelión del este de Ucrania. El derribo de estatuas de Lenin en el país tras las protestas de Maidan y el golpe de Estado del 22 de febrero o sí ha tenido cierta presencia en la prensa, al contrario que los bombardeos de calles de Donetsk de inconfundible recuerdo revolucionario.
97 años después de la revolución de octubre, la crisis ucraniana ha vuelto a poner de manifiesto el escaso conocimiento que desde España se tiene de Rusia, un país tan lejano geográfica como culturalmente. Y mientras parte de la derecha europea, basándose casi únicamente en argumentos nacionalistas, ha defendido en cierta forma la actuación rusa ante el expansionismo europeo, ha sido la izquierda, tanto la europea como la española, la que con más dureza ha criticado y critica la postura rusa ante los hechos de los últimos meses. El País, en otra época referente progresista, se ha convertido en el paradigma de la defensa de los intereses europeos, en realidad estadounidenses, en Ucrania frente a esa tan repetida agresión rusa.
En los momentos más duros de la guerra, la prensa española se ha centrado en la denuncia de la agresión rusa, aceptando como información la rumorología de los tanques que cruzaban la frontera. Obviando los crímenes, inherentes a la guerra, especialmente con la presencia de batallones voluntarios de ideología radical fuera del control de las autoridades, la prensa se ha centrado en la crítica a la actuación rusa. Y cuando el Kremlin ha mostrado, con sus palabras y con sus actos, que su apoyo a las regiones rebeldes es limitado, El País ha sido el que más claramente ha culpado de la falta de acuerdo a los dirigentes de las repúblicas populares. La crítica al Gobierno ucraniano por el bombardeo de civiles, uso de misiles de corto alcance, o al uso de bombas de racimo sobre zonas civiles en pleno alto el fuego ha brillado por su ausencia. En todos los casos, tanto en guerra como en paz, la crítica a Rusia ha sido más importante que los hechos.
Está generalmente aceptado que el origen de la tortuosa relación entre la izquierda española y la Unión Soviética proviene del rechazo español al estalinismo. La mayor presencia de sectores trotskistas en España que en otros países europeos podría ser evidencia de esto. Pero más allá del revisionismo de cada época, la cobertura de la prensa española, especialmente de la prensa que se decía de izquierdas, de la revolución de octubre demuestra que el rechazo tanto al mundo ruso como a toda tendencia revolucionaria proviene de mucho antes de que Stalin fuera un factor decisivo. La izquierda renegó de la Unión Soviética igual que hoy en día se reniega de todo lo ruso incluso ante el expansionismo de la OTAN, que una parte de la izquierda sí sigue criticando. La actitud de la izquierda ante los bombardeos de Serbia o Libia se repite ahora con la crisis ucraniana, en la que incluso quienes votan en contra del acuerdo de asociación de la Unión Europea con Ucrania, como los diputados de Podemos o Izquierda Unida, hacen malabares para no defender una tesis similar a la de Moscú.
Ya en los años 70 Felipe González admitía que prefería “el riesgo de morir apuñalado en el metro de Nueva York antes que tener que vivir en Moscú”. En ese momento de sinceridad, el líder del PSOE dejaba clara cuál era su postura. Pero esta actitud hacia Rusia no era nueva, ni en la izquierda española ni en el Partido Socialista.
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el pais 17 de marzo revolucion liberadora
La revolución de marzo, una revolución parlamentaria que derroca al último de los zares rusos es el único momento en que, prácticamente en masa, apoya la actuación rusa. Frente a la exaltación tan exagerada de esa revolución burguesa , la prensa española, izquierda y derecha por igual, se ve superada por la sorpresa que supone que esos internacionalistas a los que El Socialista, medio oficial del PSOE, había dedicada únicamente un puñado de breves tomaran al asalto el Palacio de Invierno. Los grandes titulares a seis columnas iban a dar paso a columnas en las que se mostraba preocupación y que se pedía cautela, esperando que las noticias de que el triunfo de los maximalistas, bolcheviques, en Petrogrado no fueran más que una falsa alarma y que el Gobierno de Kerensky devolviera la calma para que el ejército ruso, ese que el Gobierno de Kerensky no podía ni mantener ni abastecer, continuará en la guerra.
España contó la revolución rusa sin una sola fotografía, sin corresponsales, pero con la certeza de saber que era un error. Al contrario que en 1905, cuando un proceso similar sí tuvo la cobertura que merecía, la prensa española no pudo, por las limitaciones lógicas de la guerra, enviar corresponsal alguno a Petrogrado, hoy San Petersburgo. Pero la falta de corresponsales o de información fiable no eliminó de la prensa el análisis, casi siempre apresurado y con escasos argumentos, o la crítica.
Iban a pasar dos días desde la toma del Palacio de Invierno hasta que la prensa española mencionara la revolución. El 9 de noviembre, ABC más desarrollado y con mayor acceso a información que otros medios, anunciaba en un breve la caída de Kerensky. “Hay que reconocer que las maniobras se hicieron con bastante perfección”, diría al día siguiente en el texto que confirmaba el inicio del cambio de régimen.
En los meses sucesivos, la prensa española iba a informar de la inminente caída del régimen de Lenin prácticamente a diario. Se publican incluso informaciones sobre la victoria de Kerensky y la detención de Lenin, rumores a los que se da credibilidad únicamente por el deseo de que sean ciertos. En los primeros días del nuevo régimen bolchevique, Pablo Iglesias, líder y fundador del Partido Socialista y figura histórica del socialismo español, en un artículo aparecido en la primera página de El Socialista lo deja todo bien claro. “Sería bien triste”, dice el 10 de noviembre Pablo Iglesias.
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el socialista el triunfo de los maximalistas
El Socialista, 9 de noviembre
“Las noticias que recibimos de Rusia nos producen amargura. Creemos sinceramente, y así lo hemos dicho siempre, que la misión del momento de aquel gran país era poner su fuerza toda en la empresa de aplastar al imperialismo germánico. Han hecho los rusos una magnífica revolución, que recuerda la gloriosa del 89 en Francia. Pero, ¿no ha influido en el espíritu de aquellos hombres otro recuerdo también, el de que el pensamiento primero de la democracia francesa triunfante fue llevar las libertades adquiridas a todas las naciones que sufrían opresión? Algo semejante era lo que a Rusia estaba hoy encomendado: liberar al mundo, justamente con otras democracias, de la terrible amenaza de los imperios del centro de Europa.
No lo ha comprendido así, por desgracia, una parte muy considerable de aquellos revolucionarios. Todos los hombres de ideas progresivas, aun los de ideas más moderadamente progresivas, aplaudieron la revolución, la recibieron con entusiasmo. Vieron algo de ella, además del logro del anhelo secular del pueblo ruso a librarse de la esclavitud autocrática, un castigo para la familia imperial y la infecta camarilla que la rodeaba, por su traición manifiesta a las democracias con las que se había aliado, traición demostrada en las maquinaciones de los Stürmer y los Rasputin, en las retenciones del material de guerra que se enviaba a Rumanía, en cien actos tan infames como estos. Pero si los episodios que hoy contemplamos con asombro y dolor dan por fruto una paz separada, una deserción de las filas que los pueblos aliados ante el enemigo de toda libertad y de toda afirmación al derecho popular, ¿qué va a quedar de aquella revolución soberbia? ¿Qué va a ser de la Rusia redimida?
Elevados y respetables son los ideales en que se han inspirado los realizadores de este movimiento último. Pero también inoportunos, y, por inoportunos, acaso funestos”.
Sin mencionar a los líderes de la revolución, perfectamente conocidos para el medio, que había seguido el proceso de crecimiento de la corriente internacionalista y revolucionaria del socialismo europeo, Pablo Iglesias deja claro el punto de vista del socialismo español del momento. La postura del principal partido de la izquierda española coincide con la postura de la derecha liberal, también partidaria de los aliados en la guerra: Europa debe ser la prioridad, por lo que la guerra ha de ser lo primero.
En esos primeros días en los que se espera el regreso de Kerensky, la prensa de la izquierda española ofrece tan solo un breve en el que se menciona al líder bolchevique. “Durante la sesión celebrada ayer tarde por el Soviet, se presentó en el local Lenine (sic), siendo ovacionado y pronunciando un discurso en el que dijo: Ahora es cuando empieza la verdadera revolución, que será secundada en todas partes”. A partir de ahí, El Socialista, El País, un periódico republicano que no nada tiene que ver con El País que hoy conocemos, y la gran masa de la prensa liberal se lanzan a titulares que resaltan la anarquía, la contrarrevolución o el inminente regreso de Kerensky tras la previsible caída de Lenin y Trotsky, “agentes alemanes”. Durante meses prácticamente toda la información recibida de Petrogrado está basada en rumores:
“El consejo municipal ha entrado en comunicación telefónica con Moscou (sic), de donde le comunican que los maximalistas han fracasado en su intento de apoderarse del poder. La guarnición de Moscou ha detenido a todos los jefes maximalistas y los ha encerrado en el Kremlin, quedando así aislados del resto de la ciudad.
Es muy difícil prever el giro de los acontecimientos, y lo más probable es que Kerensky logre volver a Petrogrado al frente de los cosacos. Ambos partidos están armados y habrá seguramente un sangriento choque. Sin embargo, Rusia no es un país como los demás, y los asuntos pueden arreglarse, a última hora de un modo totalmente pacífico”.
El País, 13 de noviembre
Derrotada la guardia roja de Moscú, el retorno a la normalidad era cuestión de días. O eso deseaba la prensa, especialmente la prensa de la izquierda, que había defendido a esos mismos revolucionarios durante años de clandestinidad, pero a los que ahora no podía defender cuando trataban de llevar a la práctica esas ideas. Igual que El Socialista, El País, y especialmente su director, que había llevado el asunto hasta el parlamento, había defendido solo meses antes a Trotsky como camarada revolucionario cuando este se encontró preso en una cárcel de Madrid tras haber sido expulsado de Francia en la frontera española.
En Petrogrado por motivos familiares, la periodista Sofía Casanova es la única corresponsal española sobre el terreno. Sin posibilidad de comunicarse con el medio para el que escribía, ABC, sus crónicas llegaban a España con semanas de desfase. Pero esa falta de comunicación de la periodista, que no tenía medio para conocer la reacción española a la noticia ni tenía capacidad de recibir órdenes del periódico, da una independencia de que otras crónicas carecían a estos textos. Como casi cualquiera en Petrogrado en aquel momento, Casanova pudo prever “el levantamiento maximalista” cuando se aproximaba la noche decisiva.
La guerra lleva a todo tipo de contradicciones y esta guerra y esta revolución no fueron excepción. Mientras la izquierda y su prensa exigían a los bolcheviques, hasta hace poco tiempo ejemplo de lucha contra el zarismo, retirarse y aplazar su revolución para un momento en que afectara menos al resto de Europa, Sofía Casanova, monárquica y durante meses defensora de Kerensky, iba a dar la imagen más positiva de los bolcheviques que se iba a leer en esos meses en la prensa española.
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ABC en Rusia casanova
Crónica de Sofía Casanova de la noche del 7 al 8 de noviembre publicada en ABC el 19 de enero de 1918.
“El pánico en San Petersburgo es infinito. Tanto mal se ha dicho de Lenin y sus adictos, que no hay horror ni infamia de los cuales se les juzgue incapaces. Se teme el pogrom general, la matanza sin perdón. Segura estoy de que no ha de ser así. Las bandas de juliganes (malhechores) esparcidas por la ciudad seguirán funcionando, ni mejor ni peor que ayer, cuando el Gobierno provisional de la República carecía de autoridad y de servicios de vigilancia. Por de pronto, en las esquinas hay proclamas del Comité (Soviet –ed) asegurando a todos los ciudadanos tranquilidad, orden y paz inmediata”.
La confianza que Casanova deposita en los bolcheviques por su promesa de abandonar la guerra no va a durar y la guerra civil, que ella misma había previsto ya en agosto de 1917 y que consideraba inevitable, va a dar a sus crónicas un tono pesimista que no va a cambiar hasta su marcha. Pero la promesa de abandonar la guerra iba a ser suficiente para ganarse la confianza de la corresponsal durante los primeros momentos del nuevo régimen, mientras que esa misma promesa iba a suponer para la izquierda española, aliadófila por encima de todo, la ruptura completa con el movimiento bolchevique, con las ideas revolucionarias que representa y, en general, con todo lo ruso.