—Asaltar los cielos: la Comuna y la democracia
artículo de Juan Carlos Monedero
publicado en el blog La Marea en junio de 2014
La Comuna nació porque se daban las condiciones objetivas. Las aventuras imperiales del Segundo Imperio francés (1852-1870) se zanjaron con fracasos, pobreza y represión. La necesidad de abrir la mano hizo que prosperara una oposición republicana y el naciente movimiento obrero pudo desarrollar su fuerza histórica. No fue menor la importancia de las reformas de París, que al lado de mejoras urbanas buscaban terminar con la posibilidad de hacer una barricadas de cada pequeña callejuela. De esta manera, se abrieron las avenidas a los cañones y las cargas de caballería y, al tiempo, se expulsó a los sectores populares que perdieron sus casas y vieron como los alquileres se multiplicaban por culpa de una creciente especulación.
El desarrollo tecnológico devoró a los artesanos y los grandes almacenes arruinaron a los pequeños comerciantes. Fue un momento histórico donde las desigualdades se exacerbaron. Los ya ricos aumentaban su hacienda y los trabajadores se veían abocados a condiciones de vida y laborales cada vez más penosas que les llevaba necesariamente a asociarse. La memoria histórica fue también esencial.
El recuerdo de la represión de 1848 había hecho a los trabajadores más conscientes y descreídos de la institucionalidad republicana (y, por consiguiente, más predispuestos a buscar su propia lucha). Es el momento de encuentro de la tradición socialista utópica, de un muy presente anarquismo (Proudhom, Blanqui), de la ayuda mutua y del acceso revolucionario al poder. El momento en donde la Comuna escogió como símbolo de su lucha la bandera roja (que ondearía en la sede de Gobierno). Una Comuna que también -algo ausente en España por la ausente construcción de una nación federal- era patriota, pues los sectores populares sintieron como una afrenta que las tropas prusianas desfilaran por los Campos Elíseos para ejemplificar su victoria en la guerra. En el aire se estaba gestando la necesidad de un cambio revolucionario.
Además de la discusión acerca de las condiciones objetivas (recordemos que Marx pensó que la Comuna se precipitaba, especialmente al estar Francia en lucha y París cercada por las tropas prusianas), otro de los grandes debates fue el de la dictadura del proletariado. Que no significa violencia (aunque la Comuna ejecutó a rehenes de la alta jerarquía eclesiástica, militar, empresarial y aristocrática cuando Versalles hizo lo mismo con comuneros presos), sino desterrar la ingenuidad frente al enemigo. Cuando se está intentando cambiar el régimen ¿hay que darles oxígeno a los que quieren frenar los cambios? ¿Podía derrotarse al antiguo régimen represor dejándoles intactos sus órganos de influencia y de financiación? Parece evidente que por no llevar la insurrección a sus últimas consecuencias, la Comuna selló su ya desde el principio amenazada suerte.
Sin embargo, la Comuna había nacido de un acto de fuerza contra el corazón del Estado (el ejército). Versalles, derrotada por Bismarck, quiso recuperar los cañones que tenía en su poder la Guardia Nacional (conformada por sectores populares que elegían a sus propios oficiales). Un grupo de mujeres impidió el traslado y los soldados enviados a reprimir se unieron a los insurgentes. Luego se tomaron los centros de poder y la rebelión triunfó.
El poder financiero
Pero los que querían regresar al régimen de Versalles pudieron seguir operando. Y el enemigo no era ingenuo. Una controvertida decisión de la Comuna fue convocar elecciones para legitimar la insurrección (en vez de avanzar con la ofensiva militar). Pero París no era Francia ni la ciudad era el campo. Ni siquiera París era París porque en los burgueses barrios del oeste no se apoyaba el levantamiento. Que no se nacionalizara el Banco de Francia (una queja amarga de Marx) dejó intacto el poder financiero del gobierno de Thiers y hurtó una herramienta que habría servido para consolidar las comunas que estaban surgiendo en otras ciudades de Francia.
Versalles ganó el tiempo que necesitaba para organizar un poderoso ejército. ¿Fue un error querer legitimar la insurrección por las urnas?. Bismarck, que acababa de derrotar a los franceses, viendo el poder de los insurrectos liberó a los prisioneros en su poder para que combatieran a los comunards. Para la burguesía alemana era más peligroso el contagio revolucionario que la lucha entre estados. El enemigo de la burguesía alemana no era la burguesía francesa sino los trabajadores. Esos soldados franceses liberados, campesinos conservadores envenenados de propaganda, descargaron su odio sobre París. Los prusianos ayudaron en la matanza sin mayor problema.
Los comuneros eran también una expresión del nacimiento de la clase obrera (que aún no tenía los contornos que alcanzaría en el siglo XX) y del empobrecimiento de los artesanos tradicionales. En la expresión de Rougerie recogida por Roberto Cemeamos, la Comuna era crepúsculo y no aurora. Pero marcaron aspectos que aún a día de hoy forman parte de las demandas de la democracia ausente en el siglo XXI.
La lista de los logros de la Comuna, que marcan una senda de futuro democrático, es espectacular: el pueblo en armas (todos los ciudadanos debían formar parte de la Guardia Nacional) que no delega en nadie la defensa de su poder constituyente; el revocatorio de los mandatos, enemigo principal de la democracia representativa (presente en el artículo 67.2 de la Constitución Española) y la limitación de los sueldos de los representantes; la memoria y el castigo a los represores del pueblo (el general Lecomte, que había mandado disparar contra la gente que impedía que se llevaran los cañones en Montmartre, fue fusilado junto a otros criminales en Montmartre); la importancia de la intendencia cotidiana durante y después de la revolución (vivienda -con confiscación de inmuebles y condonación de deudas por alquileres-, asilos, hospitales, comedores populares, mercados y abastos, mataderos, cooperativas de consumo, hornos de pan económicos, elección por sufragio universal -masculino- de todos los funcionarios; el federalismo y la municipalidad como gestión descentralizada; lucha contra la corrupción y la especulación; establecimiento de bases de igualdad en la aplicación de la justicia; iguales derechos a los extranjeros; autogestión de los trabajadores y dignidad del trabajo; reducción decidida de las desigualdades de género; recaudación eficaz y progresiva de impuestos; apuesta decidida por la educación, la cultura y el acceso popular a las mismas (se inventaron las noches blancas y se abrieron las escuelas); separación de iglesia y estado y expropiación de los bienes eclesiásticos. Y recuperación de la memoria histórica.
Los masacraron. Quizá 20.000 muertos. De una fila de communards detenidos, un general a caballo mandó sacar a los que tuvieran el pelo gris. Los fusiló allí mismo. Dijo que eran, por edad, los que recordaban los levantamientos de 1848. El antiguo régimen parece que suele tener siempre más memoria que nosotros.
artículo de Juan Carlos Monedero
publicado en el blog La Marea en junio de 2014
La Comuna nació porque se daban las condiciones objetivas. Las aventuras imperiales del Segundo Imperio francés (1852-1870) se zanjaron con fracasos, pobreza y represión. La necesidad de abrir la mano hizo que prosperara una oposición republicana y el naciente movimiento obrero pudo desarrollar su fuerza histórica. No fue menor la importancia de las reformas de París, que al lado de mejoras urbanas buscaban terminar con la posibilidad de hacer una barricadas de cada pequeña callejuela. De esta manera, se abrieron las avenidas a los cañones y las cargas de caballería y, al tiempo, se expulsó a los sectores populares que perdieron sus casas y vieron como los alquileres se multiplicaban por culpa de una creciente especulación.
El desarrollo tecnológico devoró a los artesanos y los grandes almacenes arruinaron a los pequeños comerciantes. Fue un momento histórico donde las desigualdades se exacerbaron. Los ya ricos aumentaban su hacienda y los trabajadores se veían abocados a condiciones de vida y laborales cada vez más penosas que les llevaba necesariamente a asociarse. La memoria histórica fue también esencial.
El recuerdo de la represión de 1848 había hecho a los trabajadores más conscientes y descreídos de la institucionalidad republicana (y, por consiguiente, más predispuestos a buscar su propia lucha). Es el momento de encuentro de la tradición socialista utópica, de un muy presente anarquismo (Proudhom, Blanqui), de la ayuda mutua y del acceso revolucionario al poder. El momento en donde la Comuna escogió como símbolo de su lucha la bandera roja (que ondearía en la sede de Gobierno). Una Comuna que también -algo ausente en España por la ausente construcción de una nación federal- era patriota, pues los sectores populares sintieron como una afrenta que las tropas prusianas desfilaran por los Campos Elíseos para ejemplificar su victoria en la guerra. En el aire se estaba gestando la necesidad de un cambio revolucionario.
Además de la discusión acerca de las condiciones objetivas (recordemos que Marx pensó que la Comuna se precipitaba, especialmente al estar Francia en lucha y París cercada por las tropas prusianas), otro de los grandes debates fue el de la dictadura del proletariado. Que no significa violencia (aunque la Comuna ejecutó a rehenes de la alta jerarquía eclesiástica, militar, empresarial y aristocrática cuando Versalles hizo lo mismo con comuneros presos), sino desterrar la ingenuidad frente al enemigo. Cuando se está intentando cambiar el régimen ¿hay que darles oxígeno a los que quieren frenar los cambios? ¿Podía derrotarse al antiguo régimen represor dejándoles intactos sus órganos de influencia y de financiación? Parece evidente que por no llevar la insurrección a sus últimas consecuencias, la Comuna selló su ya desde el principio amenazada suerte.
Sin embargo, la Comuna había nacido de un acto de fuerza contra el corazón del Estado (el ejército). Versalles, derrotada por Bismarck, quiso recuperar los cañones que tenía en su poder la Guardia Nacional (conformada por sectores populares que elegían a sus propios oficiales). Un grupo de mujeres impidió el traslado y los soldados enviados a reprimir se unieron a los insurgentes. Luego se tomaron los centros de poder y la rebelión triunfó.
El poder financiero
Pero los que querían regresar al régimen de Versalles pudieron seguir operando. Y el enemigo no era ingenuo. Una controvertida decisión de la Comuna fue convocar elecciones para legitimar la insurrección (en vez de avanzar con la ofensiva militar). Pero París no era Francia ni la ciudad era el campo. Ni siquiera París era París porque en los burgueses barrios del oeste no se apoyaba el levantamiento. Que no se nacionalizara el Banco de Francia (una queja amarga de Marx) dejó intacto el poder financiero del gobierno de Thiers y hurtó una herramienta que habría servido para consolidar las comunas que estaban surgiendo en otras ciudades de Francia.
Versalles ganó el tiempo que necesitaba para organizar un poderoso ejército. ¿Fue un error querer legitimar la insurrección por las urnas?. Bismarck, que acababa de derrotar a los franceses, viendo el poder de los insurrectos liberó a los prisioneros en su poder para que combatieran a los comunards. Para la burguesía alemana era más peligroso el contagio revolucionario que la lucha entre estados. El enemigo de la burguesía alemana no era la burguesía francesa sino los trabajadores. Esos soldados franceses liberados, campesinos conservadores envenenados de propaganda, descargaron su odio sobre París. Los prusianos ayudaron en la matanza sin mayor problema.
Los comuneros eran también una expresión del nacimiento de la clase obrera (que aún no tenía los contornos que alcanzaría en el siglo XX) y del empobrecimiento de los artesanos tradicionales. En la expresión de Rougerie recogida por Roberto Cemeamos, la Comuna era crepúsculo y no aurora. Pero marcaron aspectos que aún a día de hoy forman parte de las demandas de la democracia ausente en el siglo XXI.
La lista de los logros de la Comuna, que marcan una senda de futuro democrático, es espectacular: el pueblo en armas (todos los ciudadanos debían formar parte de la Guardia Nacional) que no delega en nadie la defensa de su poder constituyente; el revocatorio de los mandatos, enemigo principal de la democracia representativa (presente en el artículo 67.2 de la Constitución Española) y la limitación de los sueldos de los representantes; la memoria y el castigo a los represores del pueblo (el general Lecomte, que había mandado disparar contra la gente que impedía que se llevaran los cañones en Montmartre, fue fusilado junto a otros criminales en Montmartre); la importancia de la intendencia cotidiana durante y después de la revolución (vivienda -con confiscación de inmuebles y condonación de deudas por alquileres-, asilos, hospitales, comedores populares, mercados y abastos, mataderos, cooperativas de consumo, hornos de pan económicos, elección por sufragio universal -masculino- de todos los funcionarios; el federalismo y la municipalidad como gestión descentralizada; lucha contra la corrupción y la especulación; establecimiento de bases de igualdad en la aplicación de la justicia; iguales derechos a los extranjeros; autogestión de los trabajadores y dignidad del trabajo; reducción decidida de las desigualdades de género; recaudación eficaz y progresiva de impuestos; apuesta decidida por la educación, la cultura y el acceso popular a las mismas (se inventaron las noches blancas y se abrieron las escuelas); separación de iglesia y estado y expropiación de los bienes eclesiásticos. Y recuperación de la memoria histórica.
Los masacraron. Quizá 20.000 muertos. De una fila de communards detenidos, un general a caballo mandó sacar a los que tuvieran el pelo gris. Los fusiló allí mismo. Dijo que eran, por edad, los que recordaban los levantamientos de 1848. El antiguo régimen parece que suele tener siempre más memoria que nosotros.