—Explican por qué creemos en dios y en lo sobrenatural
fuente: Rusia Hoy, Actualidad, Ciencias – mayo de 2014
Los instintos animales heredados de los hombres de las cavernas podrían ser la explicación de por qué muchos humanos creen en dios y lo sobrenatural, cree el psicólogo británico Steve Kelly.
La noción de lo sobrenatural existe en todas las culturas de nuestro planeta, ya sea en forma de dioses, duendes, hadas o un dios único todopoderoso. Las distintas creencias son similares y están muy extendidas, de manera que pueden vincularse a los procesos mentales que los humanos desarrollaron hace miles de años para sobrevivir, señala Steve Kelly en la web The Conversation.
Suponer la acción de un ser vivo
Tenemos tendencia a creer que un ser vivo es el responsable de cualquier acontecimiento, señala Kelly. "Si pensamos en los acontecimientos que podían tener lugar en los tiempos prehistóricos es fácil entender por qué es útil esta tendencia", sostiene. Por ejemplo, las ramas de un árbol pueden moverse por acción del viento, pero es más seguro pensar que las mueve un animal peligroso y huir, señala el científico. Los que piensan así sobreviven y transmiten su modo de actuar a sus hijos, implantándolo profundamente en los instintos. Actualmente no tenemos que pensar para reaccionar así, lo hacemos de manera automática.
Suponer una razón
Viviendo en grupos, es necesario comprender a los demás, entender y aceptar sus creencias y pensamientos, sobre todo cuando consideramos que son incorrectos porque, debido a una falta de información, no entendemos qué los motiva. Tendemos a suponer que detrás de cualquier acción de cualquier individuo hay algún motivo que debemos procesar y entender.
Cuando tiene lugar un suceso —por ejemplo, cuando cae una piedra— el instinto nos lleva a pensar que alguien lo ha causado. Pero si no vemos a nadie es natural suponer que la acción podría ser obra de un ser invisible, señala Kelly. ¿Qué haría este ser si estuviera a nuestro lado?. Pues quizá intentar descubrir nuestros secretos para saber si somos buenas personas, sostiene el psicólogo.
Otro ejemplo: la erupción de un volcán. Sin conocimientos geológicos, el instinto nos sugiere que este fenómeno es obra de un ser superpoderoso que quiere castigar a los humanos por sus acciones. Nuestros ancestros habrían sido capaces de analizar los eventos que no entendían y relacionarlos a estas creencias, sostiene Kelly.
Andar sobre las aguas
Las excepciones, los casos que no encajan con nuestras ideas, se recuerdan y ayudan a no olvidar la regla. "Posiblemente, las anomalías que suponen un reto para nuestra intuición llaman nuestra atención, lo que ayuda a implantar una idea en nuestra memoria", sostiene Kerry. "Muchas historias religiosas contienen conceptos […] como un hombre que anda sobre las aguas o una zarza en llamas que habla. Estas historias usan esta peculiaridad de nuestra memoria para difundirse y evitar ser olvidadas", escribe.
"Si estas ideas son correctas, está claro que la religión no es más que un 'producto derivado' del cerebro que procesa un error", concluye el autor.
fuente: Rusia Hoy, Actualidad, Ciencias – mayo de 2014
Los instintos animales heredados de los hombres de las cavernas podrían ser la explicación de por qué muchos humanos creen en dios y lo sobrenatural, cree el psicólogo británico Steve Kelly.
La noción de lo sobrenatural existe en todas las culturas de nuestro planeta, ya sea en forma de dioses, duendes, hadas o un dios único todopoderoso. Las distintas creencias son similares y están muy extendidas, de manera que pueden vincularse a los procesos mentales que los humanos desarrollaron hace miles de años para sobrevivir, señala Steve Kelly en la web The Conversation.
Suponer la acción de un ser vivo
Tenemos tendencia a creer que un ser vivo es el responsable de cualquier acontecimiento, señala Kelly. "Si pensamos en los acontecimientos que podían tener lugar en los tiempos prehistóricos es fácil entender por qué es útil esta tendencia", sostiene. Por ejemplo, las ramas de un árbol pueden moverse por acción del viento, pero es más seguro pensar que las mueve un animal peligroso y huir, señala el científico. Los que piensan así sobreviven y transmiten su modo de actuar a sus hijos, implantándolo profundamente en los instintos. Actualmente no tenemos que pensar para reaccionar así, lo hacemos de manera automática.
Suponer una razón
Viviendo en grupos, es necesario comprender a los demás, entender y aceptar sus creencias y pensamientos, sobre todo cuando consideramos que son incorrectos porque, debido a una falta de información, no entendemos qué los motiva. Tendemos a suponer que detrás de cualquier acción de cualquier individuo hay algún motivo que debemos procesar y entender.
Cuando tiene lugar un suceso —por ejemplo, cuando cae una piedra— el instinto nos lleva a pensar que alguien lo ha causado. Pero si no vemos a nadie es natural suponer que la acción podría ser obra de un ser invisible, señala Kelly. ¿Qué haría este ser si estuviera a nuestro lado?. Pues quizá intentar descubrir nuestros secretos para saber si somos buenas personas, sostiene el psicólogo.
Otro ejemplo: la erupción de un volcán. Sin conocimientos geológicos, el instinto nos sugiere que este fenómeno es obra de un ser superpoderoso que quiere castigar a los humanos por sus acciones. Nuestros ancestros habrían sido capaces de analizar los eventos que no entendían y relacionarlos a estas creencias, sostiene Kelly.
Andar sobre las aguas
Las excepciones, los casos que no encajan con nuestras ideas, se recuerdan y ayudan a no olvidar la regla. "Posiblemente, las anomalías que suponen un reto para nuestra intuición llaman nuestra atención, lo que ayuda a implantar una idea en nuestra memoria", sostiene Kerry. "Muchas historias religiosas contienen conceptos […] como un hombre que anda sobre las aguas o una zarza en llamas que habla. Estas historias usan esta peculiaridad de nuestra memoria para difundirse y evitar ser olvidadas", escribe.
"Si estas ideas son correctas, está claro que la religión no es más que un 'producto derivado' del cerebro que procesa un error", concluye el autor.